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Introducción
Me senté exhausta en el suelo de mi dormitorio, con los ojos rojos y punzadas en la cabeza. Mis conductos lagrimales estaban secos y mi mente daba vueltas preguntándose cómo había acabado así. La tristeza que me envolvía era extraña. Siempre había sido feliz y exitosa, las cosas me solían salir bien. Y ahora ni siquiera podía identificar qué era lo que me abrumaba.
Tenía dieciocho años y disfrutaba mi primer año de universidad. Mis días estaban llenos de clases cautivadoras y reuniones sociales. ¿Había razones para llorar?
Sin embargo, día tras día, durante semanas, me asaltó una pena que, al principio, parecía no tener origen. Simplemente estaba de luto.
Ahora recuerdo esos días con gratitud. Puedo ver desde aquí que fueron un regalo de la gracia, un instrumento en manos de Dios para atraerme hacia Él. Pero en aquel momento me sentía como si estuviera bajo el agua, sin poder recuperar el aliento, desorientada de tanto nadar sin avanzar.
Tal vez te sientas identificada. Tal vez tú también hayas trazado un rumbo y trabajado duro, solo para llegar a una meta que no te dio lo que esperabas.
Aunque la universidad fue la primera vez que me encontré con esa desilusión, no sería la última. Como joven esposa, aprendí rápidamente que el matrimonio no era exactamente lo que había previsto. Mi entrada en la vida profesional como joven adulta estuvo plagada de decepciones. Incluso mi vida en el ministerio cristiano ha tenido sus valles. Mi mediana edad —una temporada que se supone que es el pináculo, el clímax, el destino— tampoco coincide con las expectativas tomadas de las películas o las imaginaciones que tenía cuando era joven. ¿Cuántas veces has llegado a tus metas solo para descubrir que no cumplieron sus promesas? Nos encontramos cansados, decepcionados por lo que la vida nos ha dado. En las dos décadas que llevo en el ministerio para mujeres, me he encontrado con esta historia una y otra vez. Mi amiga Leila siempre quiso tener una familia grande. Ahora que es madre de cinco pequeños, está frustrada, resentida porque su marido no le ayuda en casa y ahogada por los problemas de comportamiento de varios de sus hijos pequeños. Una amiga soltera, Andrea, ha escalado la escalera corporativa. Aunque gana mucho dinero y tiene el estilo de vida empresarial que siempre quiso, se da cuenta de que no tiene la satisfacción personal que esperaba. Y luego está Dana, que parece sobresalir en todo: el trabajo, la maternidad, la iglesia, los deportes de los niños... todo. Pero en privado confiesa que se siente fracasada en todas ellas y que, si pudiera, se escaparía, aunque solo fuera para descansar y hacer un débil intento de encontrar una paz temporal.
Estas historias y confesiones no son exclusivas de las mujeres que comparten sus cargas en los estudios bíblicos. El mundo en general también percibe este fenómeno.
Nuestro momento actual es testigo de una creciente población de mujeres dolidas.
Aunque no recomiendo acudir a Oprah en busca de consejo, su imperio está familiarizado con las tendencias de las mujeres estadounidenses de la actualidad. Un artículo de Oprah.com titulado «The New Midlife Crises for Women» [«Las nuevas crisis de la mediana edad de las mujeres»] capta lo que estoy diciendo. El artículo cita una investigación según la cual «la felicidad de las mujeres ha disminuido, tanto en términos absolutos como en relación con los hombres, desde principios de los años 70 hasta mediados de la década del 2000. Más de una de cada cinco mujeres toman antidepresivos».1
Lo veo en mi propia ciudad, donde el deterioro de la salud mental de las mujeres es un problema importante de salud pública. Según un trabajador de los servicios humanos del condado, la tasa de suicidio entre las mujeres es excepcionalmente alta aquí en los suburbios de Denver. Un amigo que trabaja en el servicio de emergencias nos contó que su equipo suele responder a las llamadas del 911 de mujeres que han sufrido una sobredosis de drogas y alcohol, a menudo en pleno día. Una vecina cercana perdió recientemente los derechos sobre sus hijos después de llevarlos al colegio en estado de embriaguez. ¿Qué está ocurriendo? ¿Por qué las mujeres —desde la adolescencia hasta la mediana edad y más allá— languidecen tanto? Ahora tenemos más acceso que nunca a la educación, las oportunidades profesionales, la riqueza y
1. Ada Calhoun, «The New Midlife Crisis: Why (and How) It’s Hitting Gen X Women» [La nueva crisis de la mediana edad: por qué y cómo afecta a las mujeres de la generación X], Oprah.com, http://www.oprah.com/sp/new-midlife -crisis.html/, último acceso: diciembre de 2021.
la autodeterminación. Parece que podemos tenerlo todo, o al menos mucho más de lo que teníamos en el pasado y bastante más que las mujeres de otras partes del mundo. Sin embargo, estamos más deprimidas que nunca.
Esto no es lo que pretendía el Dador de la vida.
De vuelta al suelo de mi dormitorio universitario, me senté con mi polvorienta Biblia que había traído a la universidad, pero que nunca había abierto. Aunque creía en Dios, no conocía Su Palabra. Aquella noche, sin embargo, la agarré como un salvavidas, buscando algo más, algo que me ayudara a recuperar el aliento, a encontrar la paz y a sanarme.
Llegué al final del Evangelio de Mateo, donde Jesús fue al huerto de Getsemaní a orar antes de soportar la cruz. Lo que me cautivó fue que, incluso en Su indecible dolor, Jesús oró al Padre: «Pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú» (Mat. 26:39). En la brutalidad emocional de Getsemaní vi a un Hijo dulcemente entregado a Su Padre, confiando en Él con un dolor inconmensurable.
Mi alma anhelaba confiar también. No pensé entonces, ni pienso ahora, que mi sufrimiento estuviera a la altura del de Jesús. Incluso entonces, como inexperta lectora de la Biblia, comprendía que mi valle de desesperación no era nada comparado con la perspectiva de colgar en una cruz y soportar el peso de los pecados del mundo.
Pero en esas páginas percibí que Dios estaba dispuesto a sanarme. Quería aliviar mi tristeza. A través de Su Palabra, sentí que Dios me decía: «Jen, te sanaré. Pero tienes que entregarme todo tu ser». En ese valle, supe que el Señor me pedía que me rindiera. No sabía qué significaba eso ni cómo podía hacerlo. Pero anhelaba ser sanada.
Si tú también te encuentras sentada en el suelo, entonces este libro es para ti. Tal vez estés en el suelo de la sala de
juntas del edificio de oficinas de tu empresa, o en el suelo de la guardería con pañales hasta las rodillas o en el suelo de tu dormitorio principal preguntándote cómo reparar tu matrimonio. Puede que estés en el extranjero, en el corazón de una ciudad o en medio de la nada. Quizás estés en un lugar que nunca imaginaste, o tal vez estés sentada justo donde esperabas estar, pero no está resultando como pensabas.
O tal vez no estés en el suelo en este momento. Si las cosas te van muy bien, ¡alégrate! Pero sabemos que, en nuestro mundo caído, las promesas se rompen y los sueños no siempre se hacen realidad. Es probable que llegue un momento de estar en el suelo. En este lado del cielo nadie queda indemne.
Dondequiera que te encuentres, como mujer en esta época es probable que estés luchando contra alguna desilusión, desencanto o decepción con lo que la vida te ha presentado. Este libro explorará cómo hemos llegado hasta aquí y cómo podemos acercarnos a la vida abundante que Jesús prometió a los que creen (Juan 10:10).
Una breve advertencia antes de empezar: este libro no pretende abordar los verdaderos desafíos de la depresión clínica. Las páginas que siguen están escritas pensando en el desánimo que es común entre las mujeres de hoy. Si tú sospechas que estás experimentando una enfermedad mental importante, por favor busca la sabiduría y el tratamiento de un consejero certificado.
En los próximos capítulos examinaremos las normas y prácticas sociales que nos han llevado a nuestra actual crisis de infelicidad. Daremos un paso atrás y nos preguntaremos por qué la sabiduría del mundo no nos ha dado lo que prometió que nos daría. Nos preguntaremos específicamente por qué las mujeres cristianas están descorazonadas. ¿Por
qué casi la mitad de las mujeres que asisten a la iglesia dicen que no experimentan ningún apoyo emocional allí?2
Después de diagnosticar cómo hemos llegado hasta aquí, dirigiremos nuestros corazones y mentes hacia la Palabra de Dios. ¿Cómo nos hizo Dios? ¿A qué nos ha llamado? ¿Cómo puede «el Dios de la esperanza [llenarnos] de toda alegría y paz» (Rom. 15:13)?
Al transitar por estas páginas, espero que lleguemos a comprender mejor el evangelio. Es la historia de la vida, muerte y resurrección de Jesús. Es el mensaje de salvación. Y es también nuestra esperanza diaria y fuente de fuerza para lo que venga. Dios nos llama a arraigarnos en Cristo Jesús, el Señor, a ser edificados en Él y estar firmes en Él (Col. 2:6-7). Cuando lo hagamos, encontraremos la alegría duradera que buscamos.
2. «Five Factors Changing Women’s Relationship with Churches» [Cinco factores que cambian la relación de las mujeres con las iglesias], Barna, 25 de junio de 2015, https://www.barna.com/research/five-factors-changing-womens -relationship-with-churches/. Último acceso: diciembre de 2021.