OYE, HIJO MIO Una guía práctica para criar a tus hijos en el Señor
JUAN Y JEANINE SÁNCHEZ
NASHVILLE, TN
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Oye, hijo mío: Una guía práctica para criar a tus hijos en el Señor Copyright © 2022 por Juan y Jeanine Sánchez Todos los derechos reservados. Derechos internacionales registrados. B&H Publishing Group Nashville, TN 37234 Diseño de portada: The Visual Republic / Alexis Ward Director editorial: Giancarlo Montemayor Editor de proyectos: Joel Rosario Coordinadora de proyectos: Cristina O’Shee Clasificación Decimal Dewey: 306.874 Clasifíquese: PATERNIDAD Y MATERINIDAD / CRIANZA / RELACIÓN PADRES E HIJOS Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida ni distribuida de manera alguna ni por ningún medio electrónico o mecánico, incluidos el fotocopiado, la grabación y cualquier otro sistema de archivo y recuperación de datos, sin el consentimiento escrito del autor. Las citas bíblicas marcadas RVR1960 se tomaron de la versión Reina-Valera 1960® © Sociedades Bíblicas en América Latina, 1960; Renovado © Sociedades Bíblicas Unidas, 1988. Utilizado con permiso. Reina-Valera 1960® es una marca registrada de las Sociedades Bíblicas Unidas y puede ser usada solo bajo licencia. Las citas bíblicas marcadas NTV se tomaron de la Santa Biblia, Nueva Traducción Viviente, © Tyndale House Foundation, 2010. Usado con permiso de Tyndale House Publishers, Inc., 351 Executive Dr., Carol Stream, IL 60188, Estados Unidos de América. Todos los derechos reservados. Las citas bíblicas marcadas NVI se tomaron de La Santa Biblia, Nueva Versión Internacional®, © 1999 por Biblica, Inc.®. Usadas con permiso. Todos los derechos reservados. Las citas bíblicas marcadas LBLA se tomaron de LA BIBLIA DE LAS AMÉRICAS, © 1986, 1995, 1997 por The Lockman Foundation. Usadas con permiso. ISBN: 978-1-5359-9938-0 Impreso en EE. UU. 1 2 3 4 5 * 25 24 23 22
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Contenido
Introducción: ¡Ayuda! ¡Soy padre! ..................................... 7 Capítulo 1: Dios desea hijos que vivan para Él ................ 15 Capítulo 2: El centro del problema................................... 33 Capítulo 3: Un mapa de carretera para el camino ............ 47 Capítulo 4: El lugar del ejemplo parental en la crianza de hijos piadosos .................................. 65 Capítulo 5: El lugar de la instrucción bíblica en la crianza de hijos piadosos .................................. 83 Capítulo 6: La disciplina bíblica: Cómo guiar a los hijos a caminar en sabiduría ....... 107 Capítulo 7: La crianza en los primeros años (0-5 años de edad)................................................... 133 Capítulo 8: La crianza en los años intermedios (6-12 años de edad)................................................. 173 Capítulo 9: La crianza en la adolescencia (13-18 años de edad)............................................... 199
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Conclusión: Palabras de ánimo....................................... 223 Apéndice 1: Recursos en español .................................... 229 Apéndice 2: Cartas de las muchachas Sánchez ............... 233
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Introducción
¡Ayuda! ¡Soy padre!
Antes de tener hijos, lo más probable es que tuvieras sueños y esperanzas sobre cómo criarías a tus hijos, y sobre cómo resultarían. ¡Algo era seguro! NO serías un padre igual a tus padres. No cometerías los mismos errores que ellos cometieron al criarte. Entonces, sucedió. Te transformaste en padre. Rápidamente, esas esperanzas y sueños empezaron a desvanecerse. En algún momento, tal vez incluso cuestionaste tu decisión de tener hijos. Tenías un plan. Pensabas que sabías lo que ibas a hacer. Entonces, llegaron los hijos, y nada salió como esperabas. ¡Es posible que te sientas tan frustrado que hasta hayas gritado pidiendo ayuda! Tal vez no de manera literal, pero en tu mente. A Dios. O quizás también hayas clamado literalmente pidiendo ayuda. Está bien. Nosotros también. Sin embargo, antes de seguir avanzando, permíteme advertirte que este no es el libro «experto» sobre crianza que resolverá todos tus problemas. ¡Lo lamento! Además, no es el último libro sobre crianza que vas a leer. Seguramente, no
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Introducción
es el primero. Entonces, ¿por qué este libro? Porque hemos aprendido que Dios ya proveyó la ayuda que necesitan los padres. Como cristianos, nos dio a Cristo y la buena noticia de la salvación. Nuestros hijos no son perfectos. Es más, nacen pecadores. Necesitan a Cristo, al igual que nosotros. Y nuestros hijos no necesitan padres perfectos. Necesitan un Salvador perfecto. ¡Qué buena noticia, porque Dios ya lo proveyó en Jesús! Además, nos ha dado Su Palabra como el estándar, no solo para la crianza, sino también para toda la vida. Y nos ha dado los unos a los otros: la iglesia. Una de las cosas que aprendí temprano en la crianza fue a pedir ayuda, con la mayor frecuencia posible y antes de que las cosas se pusieran demasiado feas. Eso empieza pidiéndole ayuda a Dios. ¡Estamos hablando de la oración! Gran parte de nuestra crianza la hicimos de rodillas… orando por salvación, seguridad, sabiduría, esposos piadosos (tenemos todas hijas mujeres), matrimonios fieles y nietos. Comprendes la idea. Además, al mirar hacia afuera, nos dimos cuenta de que había padres que ya habían recorrido más camino que nosotros. Sus hijos estaban crecidos, o al menos, eran más grandes que nuestras hijas. Nos maravillamos al ver cómo se relacionaban con sus hijos y la buena respuesta que obtenían. Queríamos saber qué habían hecho, cómo lo habían hecho y por qué funcionaba. Cuando yo (Juan) servía en un ministerio de jóvenes en una iglesia rural en Florida, Estados Unidos, nos hicimos amigos con uno de los diáconos y con su familia. Él y su esposa estaban criando tres hijas. En ese momento, Jeanine y yo estábamos recién casados, así que no teníamos hijos. ¡¿Quién habría pensado que, según la providencia divina, criaríamos cinco hijas?! Pasamos mucho tiempo en su casa. Los observamos criar. Nos hicimos amigos
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de sus hijas. Fue una hermosa experiencia mirar y aprender como pareja joven sin hijos. Más adelante, empezamos a tener hijos propios… ¡todas niñas, recuerda! No teníamos idea de lo que hacíamos. Nuestra idea era que Jeanine se ocupara de todo lo que tuviera que ver con bebés, y yo me concentrara en terminar mis estudios universitarios. ¡No sabíamos nada! Se suponía que asistiéramos a clases de preparto, donde nos enseñarían algunas cuestiones básicas del cuidado de bebés, pero nuestra primera hija se adelantó. Tan solo pudimos asistir a una clase. Así que ahí estábamos, una joven pareja de veinteañeros. Llevamos una beba a casa y no teníamos idea de qué hacer. Cuando ella lloraba por la noche, yo despertaba a Jeanine y le pedía que la alimentara. Es más, cada vez que lloraba, le pedía a Jeanine que la alimentara. Era la única forma que teníamos de hacer que dejara de llorar. Cuando nuestra primera hija creció un poco, la pasamos a una cama pequeña. Nuestra rutina de la hora de dormir era mirar videos de Winnie the Pooh hasta que le diera sueño. Entonces, la acostábamos. Me ponía de rodillas junto a su cama, y le palmeaba la espalda hasta que se quedaba dormida. Después, intentaba salir gateando de la habitación en el mayor silencio posible. Si ella hacía algún sonido o se movía, me apuraba a volver a su lado y empezaba a palmearle la espalda otra vez. Recién a los cuatro años de edad aprendió a dormir toda la noche sola. ¡Ayuda!, pensaba. La crianza no puede ser así para siempre, ¡¿no?! Cuando Jeanine volvió a quedar embarazada, le dije que ya era suficiente. No podíamos seguir así con otro niño. Le dije: «¡Vas a tener que ver cómo hacemos, porque no podemos hacer lo mismo que antes!». Al mirar atrás, veo lo egoísta que fui.
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¿VAS a tener que ver cómo hacemos? ¿No era acaso una tarea conjunta? No hace falta decir que tuvimos que buscar ayuda. Alguien le presentó a Jeanine la idea de acostumbrar al bebé a una rutina de sueño y alimentación. ¡Imagínate! En vez de permitirle a la beba que dirigiera nuestras vidas, nosotros podíamos dirigir la de ella. ¡Qué novedoso! Este fue el principio de nuestra transformación. Bueno, de la transformación de Jeanine, para ser sincero. Yo seguía siendo el mismo Juan egoísta. Es más, durante los primeros seis años de nuestro matrimonio, tenía la idea de que Jeanine era la responsable de cuidar a las bebés y a las niñas pequeñas. En algún momento, cuando ya supieran ir al baño solas, pudieran comunicarse verbalmente y fueran más independientes, yo intervendría y me ocuparía. Evidentemente, estoy exagerando, pero no demasiado. Durante seis años, descuidé mis responsabilidades como padre. Y durante seis años, Jeanine leyó los libros sobre crianza y oró para que Dios me despertara a mis responsabilidades. Felizmente, el Señor lo hizo. A unos seis años de casados, Jeanine me pidió que asistiera con ella a una conferencia sobre crianza. No estaba demasiado seguro, pero sabía que tenía que apoyarla. Para mi sorpresa, el Señor me tocó. Tiendo a pensar en forma teológica, y por primera vez, un pastor me mostró mis responsabilidades en la Escritura. El orador hizo un argumento teológico sobre la función de los padres en el hogar y sobre cómo debemos criar a nuestros hijos de manera que glorifique a Dios. Eso me marcó. Volví a casa como un hombre nuevo. Bueno, al menos, como un padre nuevo. Empecé a tomar en serio mi responsabilidad en la crianza. Comencé a guiar y a disciplinar a mis hijas. Me encargué de la rutina de la hora
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de dormir y empezamos a leer juntos en voz alta. Al recordar aquella época, doy gracias a Dios. ¡Sé que mi esposa también le da gracias! En Su misericordia, Él nos ha permitido criar cinco hijas. No son perfectas. Nosotros tampoco. Por la misericordia de Dios, todas profesan una fe en Cristo. A medida que buscamos formar a nuestras hijas para que reflejaran la imagen de Dios, el Señor las usó para formarnos también. Así que escribimos este libro juntos, no como expertos ¡sino como padres que también clamaron pidiendo ayuda! Nos alegramos de que lo hayas empezado a leer. Considéralo una colección de lecciones que aprendimos en el camino y que deseamos transmitir a otros en esta travesía de la crianza. Tal vez ya hayas aprendido algunas de estas lecciones. ¡Genial! Nos regocijamos con aquellos que están más adelante que nosotros en este camino. Nos encanta aprender de los que van más avanzados. Pero sospecho que algunas de las lecciones que aprendimos te resultarán útiles. Por eso escribimos este libro. Antes que nada, en la primera parte, queremos afirmar nuestra conversación en la Palabra de Dios. Para aquellos que, al igual que yo, necesiten que los convenzan (o les recuerden) desde la Escritura lo que deberíamos estar haciendo y a qué deberíamos apuntar como padres, empezaremos en el capítulo 1 colocando los cimientos bíblicos y teológicos para la crianza. Nuestro deseo en la crianza debería ser el mismo que el de Dios: tener hijos piadosos. Por eso nos creó. El problema es que, debido al pecado de Adán, todos nacemos pecadores. Así que, en el capítulo 2, confrontaremos la realidad del contexto de la crianza: la caída. Somos padres pecadores que necesitan un nuevo corazón. Si no lo entendemos, gran parte de nuestra crianza será apenas una modificación de conducta. Una vez puestos los cimientos
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bíblicos y teológicos, pasaremos al capítulo 3 para proporcionar un marco para la crianza cristiana. Es decir, queremos hablar de lo que somos llamados a hacer (y a no hacer) como padres. Si no seguimos el camino correcto, no persistiremos fielmente en una crianza bíblica hasta el final. En la segunda parte, queremos pasar de las bases bíblicas y teológicas de la crianza cristiana a explicar nuestras responsabilidades bíblicas: mostrar el evangelio con el ejemplo como padres (cap. 4) y enseñar el evangelio desde la Palabra de Dios (cap. 5). Por supuesto, uno de los desafíos como padres es cómo disciplinar a nuestros hijos. Así que, en el capítulo 6, dedicamos tiempo a considerar algunos proverbios y encontrar guía bíblica. Nuestro objetivo es arraigar nuestra función y nuestras responsabilidades como padres en la Escritura. Por supuesto, si estás buscando ayuda AHORA, las preguntas para las que quieres respuestas son las preguntas sobre «cómo». Es lo que esperamos proporcionarte en la tercera parte. Es imposible decir todo en estos capítulos, y tampoco lo intentaríamos. En cambio, considéralos una conversación de una hora mientras bebemos café. En el capítulo 7, Jeanine y yo nos sentamos con padres de niños más pequeños (0-5 años) y hablamos de lo que aprendimos que era más importante en esos años. Una vez más, no podremos cubrir todo. Sin embargo, este rango de edad es tan crucial que no pudimos resumir en un solo capítulo lo que teníamos para decir. Entonces, verás dos capítulos sobre estos primeros años. Nuestra oración es que te resulten útiles. Seguimos nuestras «conversaciones de café» en los capítulos 8 (6-12 años) y 9 (13-20 años). Te animamos a reunirte con otros padres y tener conversaciones similares juntos. Tal vez puedas leer este
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libro con un grupo de padres de tu iglesia. Anímense unos a otros y oren unos por otros. Aprendan de los demás. Sabemos que algunos se verán tentados a ir directo a la sección del «cómo» (capítulos 7-9). No podemos detenerte. Ahora que lo compraste, es tu libro. Así que empieza por donde quieras. Pero debemos advertirte algo. Pasar directamente a la tercera parte puede producir algunos resultados deseados de inmediato, pero dejarte frustrado a la larga. Queremos animarte a criar con la eternidad en mente. Piénsalo de esta manera. ¿Alguna vez quisiste bajar de peso? Es fácil bajar de peso rápido. Muchas dietas están diseñadas para ayudarte a ver resultados de inmediato. El problema es que esos resultados no son sostenibles. Es imposible mantener una dieta libre de carbohidratos mucho tiempo sin ver efectos adversos en tu cuerpo. También puedes bajar de peso rápidamente mediante mera fuerza de voluntad: cortando calorías o ayunando. El problema es que, en un momento de debilidad, comes algún dulce, y ese se transforma en dos y después tres. Cuando te das cuenta, estás atiborrándote de comida chatarra y recuperaste el peso que habías perdido. Eso se llama el efecto yo-yo en las dietas: arriba y abajo, arriba y abajo. Los médicos advierten que esta clase de dietas no es saludable. En cambio, si quieres bajar de peso y mantenerlo, es necesario que cambies tu forma de pensar, entendiendo lo que la comida le hace a tu cuerpo y cómo te hace sentir. Y hace falta un progreso lento. Eso te permite comprometerte con una mirada a largo plazo. Saltar a la parte 3 es como empezar una dieta libre de carbohidratos o ayunar. Tal vez veas resultados inmediatos, pero no es sostenible. Te animamos a ir despacio. Lee el libro con la Biblia a mano. Anota las preguntas que vayan surgiendo.
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Al principio de cada capítulo, anunciamos el principio que enfatizaremos en todo ese capítulo. Y al final de cada capítulo, escribimos algunas preguntas para debatir que te ayudarán a seguir la conversación con tu cónyuge o con otros que te animen. Una vez más, considéranos amigos que quieren ayudar al transitar contigo este camino de la crianza. Y por último, te instamos otra vez a orar; a orar por tus hijos, para que Dios les dé un nuevo corazón y puedan seguir a Cristo todos los días de sus vidas. Y también ora por ti, para que el Señor te conceda la gracia de aprender de Su Palabra, para que puedas comunicar Su corazón y empieces a desear para tus hijos lo mismo que Dios desea: que sean piadosos y reflejen Su imagen, para Su gloria. ¡A Dios sea la gloria! Juan y Jeanine Sánchez 1 de febrero de 2021 (el día en que nuestra hija menor cumplió 18 años)
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Capítulo 1
Dios desea hijos que vivan para Él
Principio: Nuestro deseo para nuestros hijos debería ser el mismo que el de Dios: hijos que vivan para Él; hijos que reflejen la imagen de Dios y muestren Su gloria en todo lo que piensen, digan y hagan.
Antes de que Jeanine y yo nos casáramos, tuvimos las típicas conversaciones prematrimoniales. Hablamos sobre la comunicación, las finanzas, la intimidad y, por supuesto, los hijos. Me da bastante vergüenza admitir que la mayoría de estas conversaciones se dieron desde la ignorancia, la inmadurez y el idealismo. Ignorábamos lo que sería tener hijos, y ni hablar de la crianza. Y como éramos inmaduros y teníamos una opinión más elevada de nosotros mismos de la que debíamos, idealizábamos prácticamente todo: la cantidad de hijos que tendríamos, el género que tendrían, cómo los cuidaríamos y cómo resultarían. Incluso teníamos un plan ideal. Pasaríamos
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los primeros cinco años de nuestro matrimonio conociéndonos antes de tener hijos. Como ya dije, éramos ignorantes, inmaduros e idealistas. El 29 de junio de 1990, por fin llegó el día de nuestra boda. Fue todo lo que esperábamos y más. Por consejo de un amigo, pospusimos la luna de miel seis meses para poder disfrutarla sin el agotamiento de un fin de semana de boda. Así que, a fines de diciembre, fuimos a la ciudad de Nueva York a celebrar la víspera de Año Nuevo en la Gran Manzana. Fue una experiencia maravillosa. Nuestro plan iba a la perfección: pasar tiempo como pareja conociéndonos, divertirnos juntos y crecer en nuestro amor mutuo. Sin embargo, todo cambió cuando volvimos a casa. Yo estaba terminando mis estudios universitarios antes de inscribirme en el seminario, cuando un día, Jeanine se encontró conmigo para almorzar en el campus. Con una amiga que la acompañaba, me informó tímidamente que estaba embarazada. Me quedé aturdido. No sabía qué decir. No era nuestro plan. Pero después de unos momentos, la abracé con torpeza y le dije: «Felicitaciones». No fue mi mejor momento, pero no sabía de qué otra manera responder. Había llegado al campus esa mañana como un joven recién casado, y me fui como un padre. No estaba listo para eso. Ella tampoco estaba lista. Nadie está nunca verdaderamente listo para ser padre. Felizmente, el Señor tuvo misericordia. A medida que el bebé crecía en el vientre de Jeanine, empecé a esperar con ansias todo lo que implicaría tener un hijo. Jeanine leía libros sobre embarazo y crianza de los hijos. Yo pensaba en nombres y me preguntaba si sería un varón o una niña. Al poco tiempo, estábamos encantados con la idea de tener un hijo. Como todos los padres expectantes, empezamos a pensar en lo que deseábamos para el futuro de nuestro hijo. Oramos
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por un bebé con buena salud. Acordamos que nuestro hijo no sería rebelde ni descontrolado como algunos niños que habíamos visto. Y nos prometimos que no lo criaríamos como nuestros padres nos habían criado. En esencia, en nuestra ignorancia, inmadurez e idealismo, deseábamos un hijo perfecto y suponíamos que seríamos los padres perfectos. No es que nuestros deseos fueran malos. Lo que sucede es que eran demasiado débiles. Como padres nuevos o jóvenes, solemos conformarnos con deseos temporales como un bebé con «diez deditos en las manos y en los pies», un hijo que sea inteligente o atlético, una persona que contribuya a la sociedad. Pero el mayor deseo que un padre puede tener para sus hijos es que crezcan «en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres» (Luc. 2:52). En otras palabras, nuestro mayor deseo debería ser que nuestros hijos vivan para el Señor; es decir, que nazcan de nuevo y sigan a Cristo todos los días de sus vidas. Nuestro deseo no debería ser tan solo que profesen una fe en Cristo, sino que reflejen la imagen de Dios y muestren Su gloria en todo lo que hagan. Y nuestro llamado supremo como padres es formarlos y modelarlos a imagen de Cristo. En palabras de Paul Tripp, no hay «nada más importante en tu vida que ser una de las herramientas de Dios para formar un alma humana».1
El deseo de Dios Es cierto que, como padres, tenemos muchos deseos buenos y esperanzados para nuestros hijos. Pero propongo que nuestro mayor deseo debería ser que vivan para Dios porque eso es lo 1. Paul Tripp, Parenting: 14 Gospel Principles that can Radically Change Your Family (Wheaton, IL: Crossway, 2016), 21.
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que Él desea. En la profecía de Malaquías, el Señor reprendió a Judá porque los hombres habían sido infieles a sus esposas (2:14). En el contexto de esta reprensión, el Señor explica Su propósito para el matrimonio. «¿No te hizo uno el Señor con tu esposa? En cuerpo y espíritu ustedes son de Él. ¿Y qué es lo que Él quiere? De esa unión quiere hijos que vivan para Dios. Por eso, guarda tu corazón y permanece fiel a la esposa de tu juventud» (2:15, NTV). En medio de la infidelidad de Su pueblo, Dios les recuerda uno de los propósitos importantes del matrimonio: producir hijos que vivan para Dios. Pero para entender el deseo de Dios de hijos que vivan para Él, debemos empezar nuestro estudio en Génesis 1:26-28. Allí, descubrimos que Dios creó a Adán y Eva a Su imagen para que tuvieran hijos que llenaran la tierra de Su imagen y Su gloria. Si, como declara Malaquías 2:15, Dios unió a Adán y a Eva en matrimonio para producir hijos piadosos, ¿cómo debería entonces influir el deseo de Dios de hijos que vivan para Él en nuestros deseos para nuestros hijos?
El diseño de Dios Estaba en la sala de partos cuando nació nuestra primera hija. Como joven padre expectante, no tenía idea de lo que sucedía a mi alrededor. Incluso durante el parto, no fui de mucha ayuda. Entonces llegó el momento, y nació nuestra bebita. «Es una niña», anunció el médico. Yo estaba eufórico y aterrado a la vez al sostener una vida humana en mis brazos. Un sinnúmero de pensamientos, preguntas e inquietudes inundaron mi mente en un momento. Al mirar a este bebé, mi hija, pensé en todo el potencial que tenía en brazos. No lo podía creer, me abrumaba el diseño de Dios. El hombre y la mujer se hicieron
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una sola carne (Génesis 2:24). Y de esa unión de una sola carne, Dios hizo otro ser humano (Salmo 139:13-16). No obstante, el diseño de Dios para la familia no es tan solo que un hombre y una mujer se casen y llenen la tierra de hijos. Eso no es lo que quiere decir «Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra» (Gén. 1:28). De lo contrario, el objetivo final para los esposos sería tener la mayor cantidad de hijos que fuera biológicamente posible. En cambio, Dios desea tener hijos que vivan para Él. Otra manera de decirlo es que desea hijos que se le parezcan. Considera cómo, en Génesis 1:26-28, el deseo de Dios de hijos piadosos informa el mandamiento de ser fructíferos, multiplicarse y llenar la tierra. Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra. Los teólogos debaten sobre lo que significa ser hechos a imagen de Dios, pero al menos podemos sacar algunas conclusiones preliminares. 1. La palabra semejanza se utiliza de manera similar a la del presente. Cuando decimos: «De tal palo, tal astilla»,
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nos referimos a que padre e hijo son semejantes. Guardar semejanza con alguien implica tener características similares. Fuimos creados para ser parecidos a Dios. Está claro que Dios tiene características o atributos únicos que no compartimos. Aun así, Dios nos comunica ciertos atributos: amor, sabiduría, santidad, rectitud, justicia. Como imagen de Dios, los hijos piadosos reflejan el carácter de su Padre celestial (Mat. 5:48). 2. La palabra imagen se usa en todo el Antiguo Testamento para referirse a las representaciones físicas de las deidades (Núm. 33:52). Es otra palabra para «ídolo», una imagen de madera o metal de un dios (Ez. 16:17). Aunque Dios le prohíbe a Israel que haga imágenes de Él (Ex. 20:4-6), Él nos hizo a Su imagen. Somos las representaciones físicas de Dios sobre la tierra. Por cierto, Dios no tiene características físicas, y nosotros no fuimos creados como «pequeños dioses». Aun así, Adán y Eva fueron creados para representar el gobierno de Dios sobre la tierra al ejercer dominio sobre la creación en nombre de Dios (vv. 26, 28). Como imagen de Dios, los hijos piadosos representan la autoridad de Dios sobre la tierra. En parte, lo hacen al obedecer a las autoridades humanas que Dios ha puesto sobre ellos, como los padres, los maestros y los funcionarios de gobierno, y al ejercer una autoridad justa y amorosa cuando ellos tienen que asumir una de estas funciones. Entonces, uno de los propósitos del matrimonio es tener descendencia y llenar la tierra con hijos que vivan para Dios (Mal. 2:15); hijos que porten la imagen y la semejanza del Señor (Gén. 1:28). Observa que el mandato creacional de
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ser fructíferos y multiplicarse y llenar la tierra se da en el contexto del jardín antes de la caída. ¿Por qué es importante esto? Porque en Génesis 1 y 2, vemos el diseño de Dios para la humanidad antes del pecado. Adán fue creado primero. Como no había ningún otro ser humano, estaba solo. Es la primera vez en el relato de la creación en que Dios declara que algo no era bueno (Gén. 2:18). Entonces, Dios creó a Eva. Sin embargo, no la creó solamente para corregir la soledad de Adán. La creó para que fuera una «ayuda idónea» para él (Gén. 2:18). A diferencia del resto de la creación (Gén. 2:19-20), la mujer es la pareja para el hombre. Es su complemento. Y fue creada para ayudarlo a cumplir el mandato de la creación (Gén. 1:28). Aquí nos encontramos con otro aspecto importante del diseño de Dios. Aunque el hombre y la mujer son iguales en cuanto a imagen de Dios, tienen roles distintos pero complementarios. El hombre fue creado para ser el líder. Que haya sido creado primero (Gén. 2:15), que les haya puesto nombre a todos los animales (2:19-20) y también a Eva (2:24) señala a su autoridad como líder. El Nuevo Testamento confirma el rol de liderazgo del hombre sobre la base de que fue creado antes que Eva (1 Tim. 2:13-15). También explica el rol del hombre como cabeza de la mujer (1 Cor. 11:3; Ef. 5:22-24). Nuestra cultura igualitaria rechaza firmemente la idea del liderazgo masculino como algo anticuado y patriarcal. «Ahora vemos con mayor claridad», declara la cultura, «hemos aprendido la lección. ¡Los hombres y las mujeres son iguales! No hay distinción entre ambos». Los igualitarios luchan por la igualdad entre hombres y mujeres, y con buena razón. Sin embargo, arraigan la igualdad en el lugar incorrecto. Argumentan que la igualdad entre hombres y mujeres tiene que
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ver con nuestros roles, con lo que hacemos. «Si los hombres y las mujeres van a ser iguales —declaran—, entonces deben ser libres para hacer las mismas cosas». Pero eso es absurdo. Los hombres y las mujeres tienen roles particulares que son únicos para su género. Los hombres, por ejemplo, no pueden quedar embarazados y dar a luz un hijo. Esa es una capacidad única de las mujeres, según el diseño de Dios. Además, las personas cumplen distintos roles de acuerdo a su educación, sus talentos y habilidades. Algunos hombres son atletas, otros son artistas. Algunas mujeres son amas de casa, otras son médicas. La igualdad entre seres humanos no se basa en lo que hacemos, sino en lo que somos: seres humanos creados a imagen de Dios. En el relato de la creación, Dios le asignó al hombre el rol de liderar, proteger y proveer. A la mujer, le indicó que ayudara al hombre, y que juntos cumplieran lo que Él les encomendó. Observa que dije «lo que Él les encomendó». Mujeres, tal vez se les pongan los pelos de punta al pensar que su función es simplemente ayudar al hombre a cumplir «su» tarea, pero eso no es lo que la Biblia dice. Juntos, el hombre y la mujer cumplen el mandato de la creación, pero cada uno tiene su función. Fíjate que Dios le encomendó a Adán que protegiera el espacio del jardín y cuidara la creación. Antes de crear a la mujer, Dios puso a Adán en el jardín «para que lo labrara y lo guardase» (Gén. 2:15). La palabra labrara también podría traducirse sirviera, y guardase podría traducirse protegiese. Estas dos palabras se usan juntas para describir la función del sacerdocio levita. Los levitas tenían la tarea de ayudar a Aarón, el sumo sacerdote, sirviendo en el tabernáculo y protegiendo el espacio sagrado (Núm. 3:7-8; 8:26; 18:6-7). Como Dios habitaba en el jardín con Adán, el Edén era un
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lugar sagrado. Adán era un sacerdote llamado a servir en la presencia de Dios y a proteger el espacio sagrado. Al igual que Eva, portaba la imagen de Dios. Sin embargo, a diferencia de ella, fue puesto en el jardín para guiar, proteger, proveer y cuidar la creación. Padres, permítanme que yo (Juan) les hable directamente. Esta es nuestra función: guiar, proteger y proveer para aquellos que están bajo nuestro cuidado y autoridad. Una de las quejas comunes que he recibido como pastor es la de mujeres que quisieran que sus esposos guíen bien a su familia. Como confesé en la introducción, durante los primeros seis años de nuestro matrimonio, yo fui uno de esos esposos pasivos. No entendía correctamente el matrimonio y la crianza. Suponía que mi esposa asumiría la plena responsabilidad de cuidar y disciplinar a nuestros hijos. Yo, por otro lado, estaba ocupado con el trabajo y el ministerio. Entonces, un día, fui con Jeanine a una conferencia para padres y el Señor me convenció de que había abdicado a mis responsabilidades como el líder de nuestro hogar. Me tomó algo de tiempo, pero a medida que tomé en serio mis responsabilidades y aprendí a discipular y a disciplinar a mis hijos según el diseño de Dios, Jeanine empezó a confiar más y más en mí como líder de la casa. Con el tiempo, empezó a buscar mi guía para pastorear a nuestras hijas en la Palabra de Dios y disciplinarlas cuando fuera necesario. Hermano, ¿estás liderando en tu hogar de acuerdo con el diseño de Dios, o has abdicado a tus responsabilidades de liderazgo? Siéntate con tu esposa en algún momento en el que no haya conflictos y convérsalo con ella. Recuerda que es tu ayudadora. Así que ¡pídele que te ayude!
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Madres, Dios creó a Eva para que ayudara a Adán. Aunque estaba igualmente hecha a imagen de Dios, el rol de Eva era ayudar a su esposo. Juntos, Adán y Eva debían poblar el jardín con hijos piadosos: hijos que portaran la imagen divina. Mujeres, permítanme que les hable con sinceridad. Como fui uno de esos esposos que abdican a sus responsabilidades parentales en el hogar, entiendo su frustración ante la falta de liderazgo masculino. Pero permítanme advertirles también que ningún esposo fue ganado jamás mediante críticas y quejas. He hablado con demasiados hombres que, al igual que yo, reconocieron sus errores en el hogar y querían cambiar. Pero como las esposas constantemente los degradaban, terminaban llegando a la conclusión de que, hicieran lo que hicieran, nunca sería suficiente. En vez de desgastar constantemente a tu esposo a través de las quejas y la crítica, ¿por qué no lo ayudas? Edifícalo. Anímalo en las cosas buenas que hace. Ayúdalo en sus debilidades. Juntos, busquen a una pareja mayor que los guíe. Hablen con sus pastores. Y padre, permíteme recordarte que tu esposa es una ayuda. Y como ayuda, quiere que tú y tu familia prosperen. Así que, entiende que, cuando se queja o te critica, está intentando ayudarte. Claro que puede haber mejores maneras de ayudar, pero si escuchas su queja como un deseo de ayudarte a ser mejor esposo y padre, eso te permitirá considerar sus inquietudes y pedirle a Dios la gracia para cambiar. Si tu esposa se caracteriza por la crítica y la queja, siéntate con ella en algún momento donde no haya conflicto y dile cómo te gustaría que te hable. Dale gracias por señalarte tus errores, pero recuérdale cuánto más eficaz es el ánimo.
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Ahora, permítannos compartir una palabra a los padres solteros. Entendemos que no todos los padres solteros son víctimas del divorcio. Tu cónyuge puede haber fallecido, y tal vez te encuentres criando solo. O tal vez tuviste un hijo fuera del matrimonio. No importa cuál sea la situación, la realidad que enfrentas es la de criar a tu hijo solo, y a veces, tal vez sientas que tan solo estás intentando sobrevivir. No te desanimes. Aunque quizás sientas que estás solo, no lo estás. Todos sentimos la realidad de lo que se ha roto en este mundo caído, pero el Dios que dijo que no es bueno estar solo nos ha dado a Cristo, Su Palabra, Su Espíritu y nos dio los unos a los otros, la iglesia. Como todos estamos rotos, Dios está obrando en nosotros a través de Cristo, y mediante Su Palabra y Su Espíritu, para volver a hacernos plenos. Y uno de los medios de gracia que usa en este proceso es la iglesia. Queremos reconocer tu situación única y animarte a permitir que otras familias de la iglesia los integren a ti y a tus hijos a sus vidas. Busca a padres más grandes y sabios a los que admires. Pide ayuda a tus pastores. Pero hagas lo que hagas, no te quedes solo. Ya es suficientemente difícil para los padres criar hijos piadosos. No puedo imaginar lo difícil que debe ser hacerlo solo. Los que están casados escuchen esto como una exhortación a buscar a los padres solteros y compartir sus vidas con ellos.
La tarea de la crianza Como padres, nuestra tarea es producir hijos piadosos. Ese es el objetivo. Es la tarea más importante que Dios nos ha dado. Así que dediquemos algo de tiempo para pensar en lo que supone la crianza de hijos que vivan para Dios. Antes de la caída, los hijos de Adán y Eva habrían sido piadosos por nacimiento. A medida que ellos tuvieran hijos, habrían
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poblado el espacio del jardín. Y a medida que el jardín les quedara chico, se habrían expandido hasta que toda la tierra estuviera llena de una descendencia que amara a Dios. Este era el diseño divino: poblar la tierra con Su imagen hasta que toda la tierra estuviera llena de Su gloria (Gén. 1:26-28). Sin embargo, después de la caída, todos los hijos de Adán heredan su pecado, su culpa y su corrupción (Rom. 5:12-21). Hablaremos más sobre la caída y el pecado en el próximo capítulo. Sin embargo, por ahora, quiero señalar que la caída no alteró el diseño de Dios ni el plan para la familia. Aun cuando el pecado aumentó al punto de que Dios juzgó al mundo con un diluvio, volvió a empezar con Noé, un nuevo «Adán» (Gén. 6). De todas las personas del mundo, Dios perdonó a Noé y a su familia, «y les dijo: Fructificad y multiplicaos, y llenad la tierra» (Gén. 9:1). Una vez más, les mandó: «Mas vosotros fructificad y multiplicaos; procread abundantemente en la tierra, y multiplicaos en ella» (Gén. 9:7). Porque, al igual que Noé y su familia, vivimos después de la caída, lo cual implica que nuestros hijos no son piadosos por naturaleza. Al igual que nosotros, ellos nacen pecadores, merecedores del juicio de Dios (Ef. 2:1-3). Al igual que nosotros, ellos nacen siendo enemigos de Dios, en rebelión a Su autoridad (Rom. 8:7-8). La buena noticia es que, aunque nacimos en pecado, hay otro Adán que, como Hijo de Dios, se vistió de nuestra humanidad para salvarnos de nuestro pecado (Rom. 5:6-21). Él es nuestro hermano mayor, a través del cual fuimos adoptados como hijos de Dios (Ef. 1:5). Él es la verdadera imagen del Dios invisible (Col. 1:15). Representa fielmente el gobierno de Dios como rey (Fil. 2:5-11), exaltado sobre todo gobierno y autoridad en el universo (Ef. 1:19-23). Él sirve con fidelidad en la presencia de Dios como sacerdote,
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habiéndose ofrecido a sí mismo como el sacrificio perfecto y único por el pecado (Heb. 9:1–10:18). Además, cuida fielmente a los hijos de Dios, guiándolos de regreso a casa a nuestro Padre en el cielo. Esta es una buena noticia para los pecadores. Todos los que se alejen de sus pecados y confíen en Cristo son declarados justos y perdonados gracias a la vida sin pecado y la muerte obediente del último Adán (Gál. 3:10-14). Como puedes ver, el deseo de Dios de tener hijos que vivan para Él no ha cambiado. La diferencia es que, después de la caída y después de la cruz, somos hijos de Dios a través de la fe en Cristo (Juan 1:12-13). Y, mientras que antes de la caída, los hijos del primer Adán habrían sido piadosos por naturaleza, ahora, los hijos de Dios van siendo hechos cada vez más piadosos mediante la fe en Cristo y la obra del Espíritu a través de la Palabra de Dios. Esta obra lenta y progresiva de ser hecho piadoso es lo que los teólogos llaman santificación. Después de haber sido unidos a Cristo por fe (Rom. 6:5-14; Ef. 1:3-14), Dios ahora está obrando para conformarnos a la imagen de Su Hijo Jesús (Rom. 8:29), el cual es la imagen verdadera de Dios (Col. 1:15). Somos «transformados de gloria en gloria en la misma imagen» (2 Cor. 3:18). Esta obra de santificación requiere que reemplacemos las viejas maneras pecaminosas de pensar con maneras nuevas y piadosas de pensar, de modo que reflejemos la «imagen de Dios, en verdadera justicia y santidad» (Ef. 4:24, NVI). El medio por el cual crecemos a imagen de Dios y de Su Hijo es la Palabra de Dios: «hablando la verdad en amor» unos a otros (Ef. 4:15, LBLA). Así es como Dios, en Cristo, produce hijos que vivan para Él. Toma pecadores de este mundo, los transforma en Sus hijos y, poco a poco, los conforma a Su
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imagen. ¿Cómo lo hace? Ha llamado a la iglesia a salir al mundo a proclamar el evangelio (evangelismo/misiones). Es a través de la predicación del evangelio que Jesús, el último Adán, está fructificando, multiplicándose y llenando la tierra de hijos que vivan para Él (Hech. 6:7; Col. 1:6). Y todos los que se arrepienten y creen deben ser incorporados a la familia de Dios (mediante el bautismo) y enseñados para obedecer todo lo que Jesús mandó (mediante el discipulado). Esta es la misión (o la tarea) de la iglesia. En otras palabras, el mandato de la creación de fructificar, multiplicarse y llenar la tierra de hijos piadosos (Gén. 1:26-28) ahora se está cumpliendo con la Gran Comisión (Mat. 28:18-20). Lo importante es que la tarea de la crianza es, en esencia, la misma que la de la iglesia: hacer discípulos. Padres, nuestro campo misionero empieza en casa. Si vamos a criar hijos piadosos, debemos empezar mostrando (ejemplo) y proclamando (instrucción) el evangelio a nuestros hijos incrédulos. Nuestra oración es que Dios salve a nuestros hijos, es decir, que se arrepientan y crean en el Señor Jesucristo. Pero no dejamos de predicar y enseñar el evangelio cuando nuestros hijos creen. Criar hijos piadosos implica seguir enseñándoles con el objetivo de que sean conformados a la imagen del Hijo de Dios (1 Jn. 3:1-3). Es un proceso lento y progresivo, pero es uno para el cual Dios nos ha dado todo lo que necesitamos.
Conclusión Demasiado a menudo, la crianza nos parece más una cuestión de supervivencia. Apenas si estamos intentando sobrevivir cada día. Sin embargo, esa no es la crianza bíblica. Nuestro objetivo en este capítulo es presentar una visión grandiosa de la crianza bíblica que defina la tarea y te anime a abordarla.
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La crianza es una tarea dura, pero no estamos solos. Tenemos a Cristo. Tenemos al Espíritu. Tenemos la Palabra de Dios. Y nos tenemos unos a otros. Nuestra esperanza es que, al leer este libro, el Señor recalibre tu corazón y vuelva a encender en ti el deseo de criar hijos que vivan para Él. Demasiadas veces, nuestros deseos para nuestros hijos son demasiado débiles: que sean productivos en la sociedad, que reciban una buena educación, que se casen bien, que sean exitosos en sus carreras. Estos son todos buenos deseos, pero no son los más importantes. Después de todo, ¿en qué le beneficia a tu hijo ganar todo el mundo si pierde su alma? Nuestra función dada por Dios como padres es criar hijos que reflejen la imagen y la semejanza de Dios. Es una tarea imposible, pero Dios nos ha equipado con todo lo que necesitamos para ser fieles.
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Para hablar juntos En cada capítulo, dedicaremos un tiempo al final para ayudarte a tener conversaciones con tu cónyuge. Si no estás casado o estás teniendo que leer este libro solo, te animamos a usar esta sección como una evaluación personal. Historia personal. Jeanine: Recuerdo una vez que estábamos teniendo estas conversaciones y Juan me dijo que no le mostraba respeto. ¡¿Qué?! Era evidente que estaba absolutamente equivocado. ¿Cómo podía decir eso? Para mí, no tenía sentido, pero para él, era completamente razonable. Estoy segura de que la primera vez que tuvimos esta discusión no respondí de manera correcta. Verás, soy una persona efervescente y vivaz, y eso a veces deriva para el lado negativo. Sin embargo, con el correr de los años, hemos aprendido que la percepción de una persona es su realidad. Yo no me veía como irrespetuosa, pero él sí. Y eso era lo que importaba. Entonces, ¿qué haces si lo que tu cónyuge te dice te resulta confuso? Pide que te aclare lo que no entiendes. «¿Puedes darme algún ejemplo?». Lo que Juan consideraba una falta de respeto no era lo mismo para mí. Me dio ejemplos claros y me dejó helada. Hablábamos dos idiomas diferentes. Estas conversaciones también me dieron la oportunidad de ayudarlo a ver mis intenciones y a pedirle perdón con sinceridad por faltarle el respeto. También le pedí que me mostrara con tranquilidad, en el momento en cuestión, que lo que estaba haciendo no era útil. Por cierto, también teníamos algunas reglas para que nuestros momentos de conversación no fueran conflictivos. Nada de defenderse ante el otro. Sencillamente, hay que decir: «Gracias por comunicarme esto». Esforzarse para que sea un
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tiempo positivo. Satanás quiere separarlos y no entretejer sus corazones, y esta es una excelente oportunidad para que eso suceda. Estas conversaciones llevan práctica. Al principio, será difícil y se parecerá a ir al dentista; no querrás volver por más. Pero ¡no se desanimen! ¿Cómo serían las conversaciones matrimoniales que mencionamos antes en tu caso? Siéntense en un momento donde no haya conflictos (¡esto es muy importante!) y háganse el uno al otro las preguntas de más abajo (permitan que la conversación fluya a otras preguntas que necesiten abordar): 1. Esposo: ¿Me consideras un líder pasivo o activo en nuestra casa? Observa que no estoy abordando la crianza solamente; también se trata del matrimonio. Cuanto más sólido sea tu matrimonio, más sólida será la crianza. Mujeres, tal vez estén saltando de la emoción ahora mismo y sacando la lista mental para empezar a tildar. No tan rápido. Si en este momento «descargas» todo junto sobre él, lo asustarás. ¡Que sea una victoria para él! Ningún hombre cambió jamás porque su esposa lo fastidiara. Así que piensa en un área de mayor importancia y concéntrate en esa.
2. Esposa: ¿Me consideras tu apoyo y tu ayuda, o tu crítica? Ay, eso va a doler un poquito, ¿no? Es difícil y nos da miedo hacer estas preguntas, y es incluso más difícil escuchar respuestas con las que tal vez no estés de acuerdo.
3. Al final de cada capítulo, te pediremos que hagas una lista de temas que quisieras hablar con tu cónyuge como
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resultado de la lectura. No hace falta que aborden todos los temas de una vez, y los animamos a que tengan estas conversaciones en momentos donde no haya conflictos. Con esas reglas en mente, haz una lista de temas que quisieras conversar con tu cónyuge.
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