





SAMUEL H. SOBRE EL SALMO 119
DE UN PEREGRIN O S OBRE EL SALMO 119
Primera parte: Observación y aspiración (Estrofas 1-2)
Observación: Estilos de vida de los obedientes y fieles
Segunda parte: Oposición (Estrofas 3-6)
Obediencia y fidelidad en tiempos difíciles
Permanecer obediente y fiel a pesar de la tendencia al pecado
El secreto de un corazón dilatado para Dios
Resolución: Vivir para Dios con Su fuerza y no con la mía
Tercera parte: Dedicación (Estrofas 7-10)
Cuarta parte: Aflicción/Afirmación (Estrofas 11-14)
Abajo pero no afuera
A salvo en la tormenta
Amar la Palabra de Dios - Vivir a la manera de Dios
Luz para el camino de la vida
Quinta parte: Resistencia (Estrofas 15-18)
Aferrados a la mano que nos sostiene
Cultivar
Una luz brillante para un lugar oscuro
Confianza en el crisol de la crisis
Sexta parte: La dependencia (Estrofas 19-22)
La oración en presencia de los perseguidores (1.a parte)
La oración en presencia de los perseguidores (2.a parte)
Es posible que estés familiarizado con la frase proverbial: «Un viaje de mil millas comienza con un solo paso». Sin embargo, de la misma manera, es cierto que si queremos terminar el viaje, debemos recorrer con éxito los muchos pasos necesarios para llegar al destino. No todos esos pasos son fáciles ni conducen siempre por caminos seguros; sin embargo, el destino provoca el viaje. Dicho de otro modo, ni tú ni yo emprenderíamos un viaje difícil si el destino no mereciera las inevitables dificultades que se encuentran en el camino.
El destino hace que el viaje valga la pena. Por eso emprendemos viajes. Pero, como pronto veremos, a veces la dificultad y las penurias del viaje eclipsan la belleza del destino. Si algo no mantiene nuestra atención en el destino durante los contratiempos prolongados, los peligros temibles y los espacios oscuros que encontramos en el camino, nuestro anhelo por el destino se desvanecerá y nuestra esperanza de llegar sanos y salvos al final se debilitará lentamente hasta que no nos queden fuerzas y, por ende, o damos media vuelta y volvemos dando tumbos al punto de partida, o simplemente encontramos algún lugar amplio a lo largo del camino y construimos una pequeña vida vivida para nuestros propios fines y para la escasa y fugaz felicidad que podamos arrancar de ese terreno duro.
La Biblia es la historia de un viaje. Un antiguo viaje que comenzó en los primeros días de nuestra historia como raza. Un viaje con un destino tan asombroso que todas las dificultades y pruebas del viaje son absorbidas por la inmensa belleza
inmarcesible, el placer sin fin y el gozo incomparable que experimenta cada peregrino que llega.
La historia comienza en un jardín creado por Dios y confiado a dos seres magníficos que Él creó a Su imagen, dotados de Su autoridad y a los que encomendó gobernar y cuidar toda Su creación que se extendía mucho más allá de los límites del jardín. ¿Cómo era este jardín cuando Dios se lo confió a nuestros primeros padres Adán y Eva? De las muchas ideas bíblicas que describen este jardín, dos son importantes para nosotros al considerar el viaje que estamos a punto de emprender.
Lo primero que Dios quiere que sepamos sobre el jardín que hizo para Adán y Eva es que era muy «bueno». La palabra utilizada para «bueno» significa mucho más que algo que es útil (bueno para algo), beneficioso (bueno para la salud) o placentero (que era un buen café). Cuando Dios terminó de crear el universo, la tierra, el jardín en su centro y todo lo que habitaba esos espacios, observó que era «muy bueno». En otras palabras, todo estaba exactamente como debía estar; nada estaba fuera de lugar o fuera de orden. Todo lo que Dios hizo era en todos los sentidos agradable a Dios. Y como era agradable a Él, era bueno para Adán y Eva.
La segunda cosa que Dios quiere que sepamos sobre el jardín donde comenzó el viaje es que también era un lugar de paz (shalóm). Cuando leemos detenidamente los cinco primeros libros de nuestra Biblia, descubrimos una revelación asombrosa: el viaje nos lleva de vuelta a este jardín perdido. Cuando leemos sobre el maravilloso tabernáculo que Dios diseñó para Moisés e Israel con el fin de que Él pudiera habitar con ellos y ellos pudieran habitar con Él con seguridad y gozo, nos damos cuenta de que este tabernáculo tiene la intención de replicar un lugar sagrado anterior, el Jardín del Edén. En otras palabras, el jardín que Dios diseñó era el lugar en la tierra donde Él moraría en
comunión abierta, adoración sin mancha y gozo sin restricciones con Adán y Eva. El Edén fue el primer templo establecido en la tierra y su creador y hacedor es Dios. Su impresionante belleza superó con creces la del tabernáculo que construyó Moisés y, más tarde, la del templo construido por Salomón. Ahí es donde este difícil y gozoso viaje conduce a los peregrinos cansados: de vuelta al Edén.
Vida y esperanza en el camino
Este antiguo viaje comienza en un lugar donde Dios habitaba con nosotros en armonía ininterrumpida y en plenitud de bendiciones, donde reinaba un shalóm pleno y multiforme. Lamentablemente, ese glorioso shalóm no duraría. La belleza del jardín se vio empañada por el pecado. La paz de Dios y con Dios se hizo añicos por la deslealtad. La bondad de la creación fue arruinada por la rebelión. Se perdió la inocencia. Se rompió la comunión. La paz se hizo pedazos. La belleza se estropeó irreparablemente. Los antiguos amigos se convirtieron en enemigos mortales cuando las majestuosas criaturas que llevaban la imagen de Dios cayeron de su maravilloso estado y finalmente fueron expulsadas del hermoso templo-jardín para vivir en un mundo roto y estropeado por el pecado que, trágicamente, ellos introdujeron en el mundo y que tocaría cada alma y traería una pena y un dolor insoportables a cada uno de los descendientes de Adán y Eva.
Cada día se nos recuerda esta ruptura. En casi todos los momentos de nuestro camino saboreamos el dolor del pecado y de la muerte que ahora marca a la creación que una vez fue «buena». Puede llegar cuando el matrimonio en el que invertimos se rompe a causa del pecado. Saboreamos el dolor y la pena de la maldición cuando el embarazo que anhelábamos termina
inesperadamente o el bebé al que le damos la bienvenida al mundo tiene una malformación mental o física. Regamos el suelo espinoso de las tumbas de nuestros seres queridos cuando mueren. E instintivamente sabemos que este viaje no debía ser así. En nuestros corazones esperamos contra toda esperanza que el viaje no termine aquí, en este lugar estéril. Tiene que haber algo más en la historia. En algún lugar, de algún modo, tiene que haber un camino de vuelta al lugar donde la vida era como debía ser y donde podíamos volver a morar con Dios en shalóm
En realidad, la Biblia afirma esos deseos y confirma nuestra esperanza de un destino mejor al final de nuestra peregrinación. Así como el tabernáculo y más tarde el templo eran réplicas temporales, pero maravillosas, de lo que Adán y Eva experimentaron en el jardín, el Edén era también una réplica gloriosa de una realidad aún más gloriosa, una realidad que Dios va revelando progresivamente a lo largo de nuestra Biblia hasta que aparece a plena vista en Apocalipsis 21-22 en forma de ¡una ciudad espectacular cuyo creador y hacedor es Dios! En esta ciudad se recuperará todo lo que se había perdido. Todo lo que se describió en el Edén puede encontrarse en abundancia en esta gloriosa ciudad.
Rebosante de vida; llena de bondad; marcada por la celebración gozosa; blasonada de belleza y luz; la gloria de esta ciudad superará con creces la de incluso las ciudades más grandes y magníficas que se encuentran en la tierra. Allí, en ese lugar, Dios morará en comunión ininterrumpida con el pueblo que ha redimido y restaurado por obra de Su Hijo. Lo que nos lleva a un punto importante de nuestra narración. Ahora que sabemos dónde empezó el viaje, cómo nos extraviamos y cómo sabemos que no todo está perdido; mientras consideramos la ciudad venidera cuyo creador y hacedor es Dios, la pregunta que implora una respuesta es la siguiente: ¿cómo llegamos allí desde aquí? ¿Y quién nos mostrará el camino?
Un campeón para el viaje
Desde el momento en que nuestros primeros padres eligieron escuchar la falsa sabiduría de Satanás en lugar de la sabiduría que les había sido dada desde arriba, Dios tuvo la intención de rescatarlos de la muerte, redimirlos del pecado y devolverles lo que el pecado les había robado. Este deseo de Dios es evidente inmediatamente después de la caída de Adán y Eva, cuando Él se puso a buscar y salvar lo que se había perdido, ¡es decir, a ellos! Incluso en el acto de expulsarlos del Edén hay una profunda misericordia destinada a restaurarlos un día en el hogar que ahora abandonaban.
Usted y yo podríamos preguntarnos cómo la expulsión de Adán y Eva del Edén fue de algún modo una misericordia de la mano de Dios. Y hay una poderosa lección para nosotros cuando luchamos por ver misericordia en este severo juicio. Y necesitaremos esta lección a lo largo de nuestro propio camino cuando la severidad que Dios permite en nuestra vida ensombrezca y oculte la presencia de Su misericordia en nuestras vidas. El profeta nos recuerda en esos momentos oscuros que las misericordias de Dios son nuevas y frescas cada mañana:
Acuérdate de mi aflicción y de mi vagar, del ajenjo y de la amargura. Ciertamente mi alma lo recuerda y se abate mi alma dentro de mí. Esto traigo a mi corazón, por esto tengo esperanza: que las misericordias del Señor jamás terminan, pues nunca fallan Sus bondades; son nuevas cada mañana; ¡grande es Tu fidelidad! «El Señor es mi porción», dice mi alma, «por tanto en Él espero» (Lm. 3:19-24).
Jeremías confirma lo que cada uno de nosotros ha experimentado: el viaje que emprendemos es a menudo doloroso. Las experiencias que probamos a lo largo del camino serán amargas y
estarán marcadas por la aflicción mientras vagamos lejos de casa en busca de la ciudad que Dios prometió construir para Su pueblo.
Desde el principio del viaje, incluso antes de que Adán y Eva dieran el primero de los miles de pasos, en un mundo roto y estropeado por el pecado, Dios prometió enviar a un campeón ungido y designado que invertiría la maldición, rescataría a la humanidad caída y derrotaría al antiguo enemigo de Dios, Satanás. Lo haría obedeciendo plenamente la Palabra de Dios que Adán no obedeció. Nos redimiría del castigo de la desobediencia convirtiéndose en nuestro sustituto y muriendo en nuestro lugar. Y para cumplir esta increíble misión, tendría que descender de padres que eran mortales para que este campeón pudiera un día dar Su vida para que Adán y todos sus descendientes pudieran vivir para siempre en la ciudad que Dios prometió construir para Su pueblo.
Toda la primera mitad de la Biblia nos prepara para la llegada de este campeón, recordándonos oportunamente la fidelidad de Dios para cumplir Su Palabra, llevar a cabo Su plan y redimir a Su pueblo. La segunda mitad de la Biblia presenta a Jesús de Nazaret como el campeón largamente esperado. Su llegada y su ministerio se describen en los cuatro Evangelios. Su obra continua en el mundo se documenta en los Hechos. Su evangelio se explica en libros como Romanos; se defiende en libros como Gálatas y Judas; y se aplica en libros como 1 y 2 Corintios, Santiago y las epístolas de Juan. Hebreos revela la superioridad de Jesús como un sumo sacerdote mejor, quien ofreció un sacrificio mejor, en un templo mejor, para las personas que Él santificó y apartó para ser un reino de sacerdotes gobernantes.
Apocalipsis revela el cumplimiento de la misión cósmica universal de Jesús al anunciar que los reinos del mundo se han convertido en el reino prometido por el Anciano de Días al Hijo del Hombre (Dn. 7). El Apocalipsis culmina invitando al
universo a celebrar lo que el Campeón de Dios ha hecho al abrir el camino para que Dios habite de nuevo con Su pueblo en una nueva Jerusalén y, desde allí, reine con Cristo sobre una tierra nueva bajo un cielo nuevo. Y para que no pensemos que acabamos de volver al punto de partida y estamos de nuevo en el primer templo del jardín del Edén, Juan nos recuerda que hemos llegado a un destino que es exponencialmente mejor. «Yo hago nuevas todas las cosas» (Ap. 21:1-8).
Entonces, ¿por qué necesitamos un campeón? Porque necesitamos a alguien que conozca el camino hacia el Padre para que nos abra ese camino y nos guíe con seguridad en el viaje hacia esa gran ciudad prometida a todos aquellos a los que Dios ha redimido. Jesús conoce el camino del Padre. Más que eso, Él mismo abrió el camino como autor y consumador de nuestra fe. Y en una sorprendente revelación inesperada, descubrimos que Él mismo es el camino, la verdad y la vida. Jesús es nuestro hacedor de caminos. Él abrió un camino a la ciudad para que todos lo siguiéramos. Y lo que es más importante, prometió no dejarnos ni abandonarnos nunca cuando ese camino atraviese lugares oscuros o espacios difíciles. Él da luz para el camino, esperanza para el viaje, fuerza para el cansado y consuelo para el afligido. Nos protege de nuestros enemigos. Nos proporciona una mesa en el desierto. Nos restaura cuando caemos y nos refresca cuando fracasamos. Nos busca cuando andamos errantes. Cuando somos débiles, ¡Él es fuerte! ¡Y nos llevará a casa!
Los viajes son especialmente desalentadores cuando el destino es desconocido y el camino no nos resulta familiar. Esto es precisamente lo que produjo una respuesta tan temerosa por parte de Tomás cuando Jesús anunció Su inminente partida. Escucha
cómo describe Juan el intercambio entre Jesús y su temeroso discípulo:
«No se turbe su corazón; crean en Dios, crean también en Mí. En la casa de Mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, se lo hubiera dicho; porque voy a preparar un lugar para ustedes. Y si me voy y les preparo un lugar, vendré otra vez y los tomaré adonde Yo voy; para que donde Yo esté, allí estén ustedes también. Y conocen el camino adonde voy». «Señor, si no sabemos adónde vas, ¿cómo vamos a conocer el camino?», le dijo Tomás (Jn. 14:1-5).
Fíjate cómo empezó Jesús este intercambio y no te pierdas la reacción inmediata de Tomás. Jesús comenzó pidiendo a sus discípulos que creyeran en Él, igual que ellos creían en Dios. Tras este llamamiento a creer con confianza, Jesús reveló una de las realidades más asombrosas del Nuevo Testamento: que Él regresaba al Padre para preparar el camino para que se reunieran con Él en la casa del Padre. Y como parte de esta asombrosa comunicación, Jesús recordó a Sus discípulos creyentes que ellos conocían el camino a este increíble destino. Fíjate en la respuesta de Tomás. «Señor, si no sabemos adónde vas, ¿cómo vamos a conocer el camino?». Jesús respondió al temor de Tomás con lo que se ha convertido en una de sus autodescripciones más famosas: «Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por Mí».
¿Qué quiso decir Jesús con esta afirmación y cómo ayuda a los peregrinos cansados y temerosos que desean desesperadamente llegar sanos y salvos a su destino? Jesús no solo está diciendo que Él conoce el camino correcto hacia el destino y que guiará y dirigirá nuestros pasos en el viaje. ¡Está diciendo algo mucho más grande! Él se revela como el camino. En otras palabras, nuestra relación con Él es una unión dinámica e inquebrantable en la que todo lo que
le sucede a Jesús nos sucede a nosotros. Esto tiene implicaciones masivas en cuanto a cómo obtuvimos la justicia de Dios (Ro. 5). Sin embargo, también tiene importantes ramificaciones para nuestro viaje a la casa del Padre. No estamos abandonados a nosotros mismos para encontrar el camino. No tenemos que reunir nuestras propias fuerzas para soportar el viaje. Porque estamos en Cristo, quien es el camino, llegaremos sanos y salvos a la casa del Padre, porque se nos ha dado una unión inseparable con Él, de modo que donde Él está, ¡allí estamos también nosotros! Esta realidad nos da una gran seguridad y confianza para esos momentos en que el camino parece oscuro y solitario: ¡Jesús, verdaderamente, está allí con nosotros! Nuestra relación permanente con Él es como llegamos al destino donde, con Jesús, nos deleitaremos para siempre en la presencia del Padre, así como Adán y Eva se deleitaron en esa misma presencia en el Edén antes de desobedecer.
Provisiones para el viaje (Un mapa seguro y un guía digno de confianza)
Los viajes largos requieren una planificación meditada e intencionada para tener éxito. El objetivo de la planificación es determinar una ruta confiable, conseguir la ayuda de un guía de confianza y unirse a otros viajeros que se dirigen al mismo destino.
El Salmo 119 es uno de los tres salmos importantes dados para ayudar a los peregrinos a navegar con seguridad en el viaje a la casa del Padre. Los tres salmos se llaman salmos de la «Torá» porque tienen como tema la ley del Señor. Uno de los significados de la palabra hebrea «Torá» es instrucción. Estos salmos son guías poderosas y confiables porque proporcionan verdades importantes dadas por Dios para instruir a los peregrinos fieles. Analizaremos más detenidamente estos tres salmos en el
próximo capítulo. Sin embargo, proporcionan el fundamento, la dirección y un modelo por el que los peregrinos pueden navegar con éxito en este viaje. En otras palabras, funcionan como un mapa que traza el camino y señala los peligros que encontraremos en el sendero.
Podemos confiar en este «mapa» porque fue escrito por un guía confiable, el Espíritu Santo que inspiró estos salmos. El Espíritu Santo no solo inspiró las palabras que componen estos salmos, sino que ilumina a los que están de viaje para que entiendan correctamente y apliquen con precisión estos salmos a sí mismos por muy oscuro que sea el camino. Él capacita a los peregrinos en el camino dándoles la fortaleza espiritual por muy difícil que sea la senda. Y recogen el testimonio fiel de los peregrinos que han hecho el camino antes que nosotros.
Imagina un largo viaje a través de un territorio desconocido, famoso tanto por su dificultad como por su peligro, y pregúntate qué preferirías tener si te dieran a elegir entre un mapa o un guía. Afortunadamente, el peregrino del Salmo 119 tiene un mapa seguro y un guía digno de confianza, y no está solo. Hebreos 12:1 anima a los peregrinos de hoy y les recuerda que hay un gran grupo de «testigos» que han llegado con éxito al destino al que nos dirigimos. Estos testigos han recorrido el camino que nos precede y se han enfrentado a las mismas dificultades que nosotros. ¿Quiénes son estos «testigos»? ¡Algunos de ellos se mencionan por su nombre en el gran «Salón de la Fe» y sus historias se relatan en Hebreos 11! Han llegado sanos y salvos a través de muchos peligros, dificultades, pruebas e incluso persecuciones. Y sus historias transmiten confianza a nuestro temeroso corazón,
asegurándonos que, como ellos, también nosotros llegaremos sanos y salvos a reunirnos con ellos en la casa del Padre.
Uno de esos «dignos» mencionados en este gran capítulo es David (He. 11:32). Y la razón por la que es importante para nosotros hoy es que describe su viaje con gran detalle en el Salmo 119. En otras palabras, David nos dejó un diario personalizado que registra lo que experimentó, lo que encontró, y cómo se sintió a veces a lo largo del camino; ¡todo lo que nosotros mismos encontraremos cuando decidamos emprender el mismo viaje y caminar en el camino de la Palabra!