Hace muchos años, en un lugar lejano, al que la gente le decía Galilea, vivían dos hermanos que soñaban con ser grandes. Sus nombres eran Jacobo y Juan. Jacobo y Juan eran hijos del conocido señor Zebedeo, un nombre gracioso, ¿no es cierto? Zebedeo era dueño de grandes barcos y, aunque tenía muchas personas que le ayudaban en su trabajo de pescar, sus asistentes favoritos eran sus dos hijos.
Jacobo era el hermano mayor y era fuerte. Él usaba su fuerza y su tamaño para ayudar a su papá a cargar las redes pesadas que salían del agua llenas de peces… pero usar su fuerza para ayudar a su papá no era suficiente para él. Dentro de su corazón, él soñaba con llegar a ser alguien grande.
Juan era el hermano menor y era veloz. Cada vez que había que ir a algún lugar, ¡pufff!, él era el primero.
Juan también ayudaba a su papá al usar su velocidad para tener las redes listas y tirarlas al mar… pero tampoco era suficiente para él. Dentro de su corazón, él soñaba con llegar a ser alguien grande.
Día tras día Jacobo y Juan hacían lo mismo: tomaban el desayuno que su mamá les preparaba y se iban al barco a trabajar con su papá.
Un día, llegó un hombre muy especial a la ciudad de Galilea, donde ellos vivían. Su nombre era Jesús. Él, con palabras de amor y verdad, comenzó a decirles a las personas que necesitaban arrepentirse de sus pecados porque el reino de los cielos había llegado.
Pero ¿qué significaba eso?
¿Sería que una brillante corona había bajado del cielo y flotaba entre las nubes?
¿Sería que Dios había enviado una gran silla para un rey?
¿Sería que Dios había enviado a todo un ejército de ángeles?