El presente ensayo aborda el tema del escepticismo en la obra de dos grandes pensadores: Sigmund Freud y Edmund Husserl. Entendemos el escepticismo, de manera general, como una actitud inquisitiva con respecto a la posibilidad del conocimiento de la realidad, así como con respecto a las teorías que en su momento se usaron para evaluar en términos objetivos dicha realidad. La línea de investigación que sigue este ensayo sobre el escepticismo se enfoca en su despliegue y en su impacto. Es decir, se enfoca en lo que de escéptica tiene cada postura y el aporte conceptual que ello significa para la obra de cada pensador. Este ensayo se inicia con una disertación sobre la naturaleza del escepticismo, que ahonda tanto en la escuela clásica como en su variante moderna. El propósito de ese preámbulo es presentar una definición mucho más concreta y significativa de lo que implica cuestionar la posibilidad del conocimiento, sugiriendo que es saludable poner en entredicho el rigor de toda perspectiva. A continuación, seguimos los pasos que tomó cada autor dentro del marco general del Conflicto de Interpretaciones, como lo llamó Paul Ricœur, caracterizando al escepticismo relativo a Freud como un Ejercicio de Sospecha y al escepticismo relacionado a Husserl como una Revelación de Sentido. En cada caso se analiza el paradigma con el cuál discuten, las objeciones que les levantan, el tipo de interpretación implícito en sus objeciones y lo que esto significa para la corriente que inaugura cada cual. A modo de cierre, se integran los alcances de ambas perspectivas en la profundización de la comprensión de la realidad desde una actitud escéptica; es decir, desde la explicitación de sus limitaciones.
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El escepticismo se dice en dos sentidos fundamentales. Por sobre todo, es la actitud inquisitiva- y no solo contraria- con respecto a la posibilidad del conocimiento de la realidad en general. Como fruto de esa inquisición, engloba a los argumentos contrarios con respecto a las teorías que en su momento se usaron para evaluar en términos objetivos dicha realidad. Es decir, dado que la actitud inquisitiva con respecto a un planteamiento genera objeciones concretas, el escepticismo es tanto un proceso creador como un producto secundario. Alrededor de estos dos sentidos, además, se ha generado una tradición de debate, donde la actitud inquisitiva que está en el núcleo del escepticismo resurge incluso en quien que al no identificarse con planteamientos concretos catalogados como escépticos se asume a sí mismo desligado del escepticismo en general; englobando el escepticismo en sus filas entonces no solo a quienes se consideran escépticos a sí mismos, sino también a quien reaviva las dudas sobre una cuestión (no a cualquier objetor, como explicaremos luego, sino al que lo hace basado en que un problema planteado se puede entender de otra manera). También están ligados a esa tradición de debate, aquellos que buscan anular esos planteamientos, ya sea refutándolos, llevándolos a contradecirse o planteando sistemas- en mayor o menor grado absolutos- que se mantengan firmes incluso al pasar la prueba de esas objeciones. Un aspecto muy importante que arrastrábamos y que necesita aclararse es el del análisis escéptico: una actitud escéptica produce objeciones a la posibilidad del conocimiento de la realidad porque ha ido hilando situaciones en las que una misma cuestión se podía explicar de dos maneras contrarias. Reconstruyamos ese proceso: en primer lugar, una persona descubre que puede entender una cuestión de otra manera y va siguiendo pistas hasta dar con otro modelo. Este es el ejercicio escéptico más puro, el fundamental, aquel del cuál surgirá toda objeción. Luego de eso, en un plano corriente, ha sucedido dos cosas: unos han desmantelado toda o parte de una teoría (efectivamente, desde la teoría alterna), mientras que otros asimilarán modestamente las aporías del conocimiento. Pero ahí no acaba la historia. También es posible
usar los ejemplos de la vida cotidiana para poner en jaque la posibilidad de todo conocimiento, ligándolos a una postura escéptica absolutista que no acepta concesiones. En este tercer nivel están inscritos tanto quien asimila esa postura, como quien la asume para ver a través de ella más allá del escepticismo radical. Ahora que hemos aclarado los dos sentidos fundamentales del escepticismo (el proceso y el producto, por llamarlos de algún modo); habiendo señalado además que existe toda una tradición de debate en torno a los productos del escepticismo; y, finalmente, luego de haber revelado como es que se llega a producir la pluralidad de posiciones a distintos niveles; dejaremos el análisis conceptual, para pasar a dar cuenta del devenir histórico del escepticismo.
El escepticismo se articula por primera vez como una filosofía en la antigüedad clásica (ss. III-II A.C.). De Pirro de Elis, el fundador de dicha escuela de pensamiento, y de sus seguidores se ha dicho que eran filántropos que deseaban curar por medio de la argumentación, en la medida de sus posibilidades, la presunción e imprudencia de los dogmáticos (Heaton, 2003). Así: “They argued that anyone who holds the opinion that things are good or bad by nature are perpetually troubled for they try and seize what they believe is good by nature and flee what they believe is bad. But by making no determination about what is good or bad by nature, including death, by having no thesis about it, they attain tranquility” (Heaton 2003, 33)1.
El fin último del pirronismo era alcanzar la Ataraxia, la tranquilidad o paz mental; a salvo de la tendencia humana a dejarse atrapar por los pensamientos dogmáticos que llevan a la desmesura (Heaton, 2003). De ahí que el psicoterapeuta inglés John Healton (2003) afirmase que antes que un pensamiento paralizante de la razón, el escepticismo pirrónico habría sido una terapia a través 1
Traducción cercana: Ellos argumentaban que cualquiera que sostuviese que las cosas son buenas o malas por naturaleza se encuentran constantemente en conflicto, tratando de aferrarse a lo que ellos creen que es bueno por naturaleza y escapando de lo que creen que es malo. Pero si uno es determinista con respecto a lo que es bueno o malo por naturaleza, incluyendo la muerte, a través de la falta de cualquier teoría al respecto, ellos (los escépticos) alcanzaban la Ataraxia.
del Logos, de la discusión y de la argumentación; y que incluso arrojaría luz sobre la práctica psicoterapéutica actual. Si bien es posible esta lectura terapéutica de la primera filosofía escéptica, sus planteamientos los conocemos a través de la epistemología, dado que ahí es donde echaron raíces profundas. Por epistemología se entiende: el estudio del conocimiento y, en específico, al de la posibilidad del conocimiento. Por eso es que no adredemente, la historia de la epistemología ha sido un debate constante contra los presupuestos del escepticismo antiguo o de alguna variante moderna de este. Edmund Husserl, por ejemplo, es un epistemólogo que debatirá contra el escepticismo psicologista (Lyotard, 1989, 17). Y es que los planteamientos contra-epistemológicos de la antigüedad clásica fueron tan sólidos que eclipsaron incluso dentro del debate general al fin que dijimos que perseguían: la Ataraxia, la curación del conflicto producto de la tendencia humana al dogmatismo. Este Telos o fin suele ser dejada de lado y así lo que queda no es más que una doctrina sin rumbo. Sin la Ataraxia de fondo, solo queda la sensación de que todo es relativo, de que nuestras convicciones se van a ver vulneradas. El segundo aspecto de este eclipse es que se olvidó que el escepticismo era, ante todo, una actitud, un proceso. Lo último, como ya se había dicho antes, lleva a que un pensador pueda no identificarse con el escepticismo a pesar de cultivar una actitud inquisitiva, para evitar ser relacionado con el irracionalismo o con el escepticismo psicologista, como les sucedía a Freud y a Husserl respectivamente. Ello se analizará más adelante. Vamos a ilustrar estos dos aspectos del eclipse del que hemos hablado con anécdota histórica: “One story was that Carneades, a great figure in Skepticism, was invited to Rome to give two public lectures on Roman Justice. The first lecture gave a detailed defense of the subject, the second a point by point refutation of the previous day‟s discourse. This caused fury in Rome at the destruction of traditional Roman virtue and so Greek philosophers were expelled from the city and not allowed back for fifty years” (Heaton, 2003, 33)2.
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Traducción próxima: Cuenta la historia que Carneades, una gran figura del escepticismo, fue invitado a Roma a dar dos lecturas públicas sobre la justicia romana. La primera lectura dio una detallada defensa de la materia; la segunda, una refutación punto por punto del discurso anterior. Esto causó furia en Roma, a causa del ataque a la
Carneades es víctima de la incomprensión de un pueblo intolerable al cuestionamiento de sus propios presupuestos. Como sintieron que les tomaron el pelo, no les dieron chance a los escépticos de explicarles su propósito, y mucho menos les importó saber si su forma de actuar estaba relacionada a una metodología en específico. El método universal del escepticismo antiguo se denominaba Isosthenia o Equipolencia y, como ya hemos visto a través del ejemplo, consistía en oponer proposiciones de igual fuerza a favor y en contra de una cuestión, logrando un equilibrio en lo que respecta a la posible justificación de ambos lados del problema (Hegel, 2006, 15). Y como los escépticos pirrónicos buscaban ser coherentes no dejaban a salvo de sus argumentaciones a ninguna clase de juicios; por lo que Hegel (2006, 15) afirmaría que el método de la equipolencia promovía una Epoché universal sobre todos los juicios filosóficos. Más adelante, por supuesto, la relacionaremos con la reducción fenomenológica de Husserl. El rechazo al dogmatismo estaría presente en esta metodología en que: “ninguna proposición extrema era considerada como más convincente que las otras y así que producía una serie de argumentaciones destructivas contra las argumentaciones constructivas de los dogmáticos” (Hegel, 2006, 15). Quisiéramos decir que no es coincidencia que citemos a Hegel para explicar el valor de esta metodología, dado que para los filósofos modernos el redescubrimiento del escepticismo en el s. XVI (trece siglos después de la desaparición del pirronismo) tuvo un valor fundamental a la hora de romper con el pensamiento medieval. Para ellos, la actitud escéptica significaba: “la expresión del poder del pensamiento para negar las verdades limitadas y la legitimidad del saber que se construye sobre ellas” (Hegel, 2006, 21). En relación con lo que hemos venido diciendo, la duda metódica (predecesora de la Equipolencia del escepticismo antiguo) de Descartes da inicio a la filosofía epistemológica moderna curándose del dogmatismo medieval. Luego de haber expuesto el propósito y el método del escepticismo antiguo o pirronismo; y luego de haber identificado el núcleo de valor filosófico de su método, necesitamos detenernos un momento en Descartes antes de dar el gran salto a Freud y Husserl.
tradicional virtud romana. De tal manera que los filósofos griegos fueron expulsados de la ciudad y no se les permitió volver por 50 años.
Descartes nunca fue un escéptico, pero radicalizó el escepticismo pirrónico con el fin de refutarlo. A su modo, los pirrónicos también habían moldeado el escepticismo a su propio interés, el de desvanecer el conocimiento; Descartes lo modulará para satisfacer su deseo de conocimiento (Williams 1983). El mismo había dicho: “although the pyrrhonists reached no certain conclusion from their doubts; this is not to say that no one could3” (Williams 1983, 339). Convencido de esto, dramatizará la incertidumbre hasta el extremo, creyendo que podría confrontarla por completo (Williams, 1983, 338). En términos prácticos, “esta dramatización de la incertidumbre implicó que „el igualmente plausible argumento del efecto opuesto‟ tome la forma, en el procedimiento de Descartes, de una consideración que remueve todo efecto del argumento original y de sus contrarios” (William, 1983, 342). Este proyecto habría conseguido refutar la incertidumbre radical si lograba encontrar un conocimiento sólido a pesar de todo y no solo dudas. Ciertamente Descartes afirmaba que “de no lograrlo, no le habría quedado otra alternativa sino resignarse a vivir en estado de duda hiperbólica” (Williams, 1983, 342). Como siempre, una radicalización en sentido epistemológico, dejaba de lado el fin práctico de la equipolencia: la Ataraxia. Sabemos por las Meditaciones Metafísicas que Descartes creyó encontrar la verdad clara y distinta que tanto buscaba en el cogito: porque pienso sé que existo. En el camino creyó haber transformado al escepticismo: de ser un obstáculo para el análisis metafísico pasó a ser una herramienta del mismo. Y por si fuera poco estableció a Dios como el garante epistemológico de la ciencia. Sabemos también que el costo de su logro muy alto: escindió cuerpo y mente al demostrar la realidad absoluta da la conciencia, pero no la realidad del organismo vivo que la persona es y habita. Su nueva meta era demostrar lo que a todas luces era evidente: que el cuerpo y el alma estaban unidos, aunque sorprendentemente con resultados infructuosos.
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Traducción próxima: Aunque los pirrónicos no alcanzaron ninguna conclusión a partir de sus dudas, esto no quiere decir que ninguno pueda.
Lo curioso es que dentro del marco general del tema, lo que Descartes había hecho era una meta-equipolencia, al demostrar que era posible al mismo tiempo sustentar el escepticismo radical y lo contrario: refutarlo. ¿En qué sentido? Descartes da una interpretación paralela del escepticismo en la que parece refutarlo; sin embargo, visto como meta-proceso no hemos asistido sino a la ejecución de una Epoché escéptica: dos interpretaciones parecen anular la posibilidad de una interpretación definitiva, en este caso del escepticismo mismo. Cuando sucede algo así, el escepticismo se reivindica y en cierto sentido da un giro hacia el tema de la interpretación. Curarnos del dogmatismo o de los absolutismos pasaba en principio, aunque los pirrónicos no usaran esta terminología, por comparar dos interpretaciones posibles de los fenómenos cotidianos, los cual nos sucede en todo momento. Esa contingencia del mundo de la vida es la que desquicia al dogmatismo y por eso busca no una interpretación, sino ninguna: su propia lectura de la realidad no va a aceptar concesiones de ningún tipo. Y, como es obvio, esa lectura no va a pasar de ser otra interpretación más. Por eso ante el problema del sujeto cognoscente frente a la realidad que nos legó Descartes, se levanta un conflicto de interpretaciones en las que en vamos a poner por un lado la postura que representa Sigmund Freud y por el otro la de Edmund Husserl.
Paul Ricœur (1973) nos dice que: “no hay una hermenéutica general, ni un canon universal para la exégesis, sino teorías separadas y opuestas, que atañen a las reglas de la interpretación”. (p. 28). Entendemos que cuando dice exégesis podemos extrapolar ese término a cómo interpretar la dación de la realidad. Sostenemos que este acercamiento al mundo no está separado de los procesos de interpretación, no solo por la naturaleza subjetiva del ser humano, sino porque aquí, como en casi todo, hay dos interpretaciones que podemos decidir cultivar o no, pero que existen: “El campo hermenéutico, cuyo contorno exterior hemos trazado, está partido en sí mismo (…) Por un lado la hermenéutica se concibe como manifestación y restauración de un sentido que se
me ha dirigido como un mensaje, una proclama o, como suele decirse, un kerygma; por otro lado, se concibe como desmitificación, como una reducción de ilusiones. De este lado de la lucha se sitúa el psicoanálisis, por lo menos en una primera lectura” (Ricœur, 1973, 28).
Según Ricœur, la hermenéutica oscila entre la Desmitificación y la Revelación de sentido. Esto es lo que está implícito en la pregunta sobre si la realidad se revela o se oculta para el sujeto. A cada posición le corresponde una voluntad en particular: la voluntad de escucha y la voluntad de sospecha respectivamente. Desde ya podemos afirmar que Husserl posee una voluntad de escucha, pues busca encontrar el sentido de la realidad, específicamente develando esencias. Y podemos caracterizar a Freud con una voluntad de sospecha frente al supuesto imperio de la consciencia. Pero, nuevamente: ¿qué tiene que ver cada postura con el escepticismo? A su modo, cada una es una actitud escéptica (en los términos en los que la definíamos al principio: génesis de un tipo de interpretación contraria). Y por otro lado, son posturas contrapuestas de un tema troncal: la dación de la realidad para el sujeto, problema que vimos que le debía su particular impronta al debate de Descartes con el escepticismo pirrónico. Antes de hablar de cómo se complementan y de cómo se descubren en sus limitaciones al encararse, vamos a analizar a cada uno (Freud y Husserl) para saber qué se relacionan de sus trabajos con lo que caracterizamos con la voluntad de sospecha y la de escucha respectivamente.
Lo que caracteriza a este tipo de interpretación es su fe o confianza (Ricoeur, 1973, 29). La siguiente cita habla en términos del lenguaje, pero bien sabemos que es en el mundo de la vida del que habla Husserl donde se va a desenvolver este deseo de ser interpelados: “Lo que está implícito en esta espera es una confianza en el lenguaje; es la creencia de que el lenguaje que lleva los símbolos es menos hablado por los hombres que hablado a los hombres,
que los hombres han nacido en el seno del lenguaje, en medio de la luz del Logos que ilumina a todo hombre que viene a este mundo” (Ricoeur 1973, 11).
A pesar de todo lo que diga esta, esta confianza es la que movía al mismo Descartes, cuya meditación continuaría y buscaría desplegar en un primer momento Husserl, “ahí donde la dejó Descartes” (Lyotard 1989). Husserl buscaba combatir un tipo específico de escepticismo en ese momento: el psicologismo. Él no se consideraría escéptico pero iba a tomar una actitud inquisitiva con respecto a que no hubiera una verdad independiente de los procesos psicológicos que conducen a ella, que era lo que proponía el psicologismo (Lyotard, 1989, 18). Contra este no solo despliega argumentos en contra, sino también confianza en que la realidad revela su sentido. Para superar “los castillos en el aire y los constructos justificados solo aparentemente”, la fenomenología de Husserl despliega datos indudables que descansan sobre evidencias estables (Reale 2009ª, 273). Para alcanzarlos suspende el juicio sobre todo lo que no sea indubitablemente cierto o incontrovertible, de modo que alcance los datos que resisten a los reiterados ataques de la Epoché (Reale 2009ª, 273). En su Epoché hay una revalorización del método del pirronismo, aunque no para dejar suspendido al conocimiento, sino para intensificar su comprensión. Y llega a plantear Husserl que “yo puedo dudar de la consistencia o de la misma existencia de este algo, pero que no podría dudar de la consciencia” (Reale 2009ª, 273). Al hacerlo descubre los modos típicos en que estas realidades se dan, es decir, son las esencias eidéticas. De modo que lo indubitable y sus modos de darse se yerguen apoyados en una actitud escéptica específica. En otro plano, Husserl dirá que “esas esencias se aprehenden como objeto real de investigación si el inquisidor consigue una actitud desinteresada que lo libra de sus opiniones preconcebidas y sin dejarse arrastrarse por las banalidades o por lo obvio, sabrá ver y logrará describir lo universal por lo que un hecho es esto y no lo otro” (Reale 2009ª, 275). Es interesante que pudiera estar refiriéndose tanto a una cuestionable actitud de presunta imparcialidad o neutralidad, como a un estado de Ataraxia, de paz mental que le permite involucrarse con el mundo de una manera más natural.
Ahora bien, ¿no es la óptica de la consciencia solo una instancia privilegiada que en realidad en este proceso ha hecho abstracción de otras instancias latentes en la realidad? Para ver cómo resulta complementaria una voluntad de sospecha, démosle la palabra al doctor Sigmund Freud.
El punto de partida del psicoanálisis es la sospecha. Sospecha por un lado de que hubiera procesos latentes en la acción consciente perturbada de las histéricas (condensada en la frase: “las histéricas sufren de reminiscencias”) y luego sospecha de que hubieran contenidos reprimidos por mecanismos de censura (condensada en la otra frase: “mis histéricas me mienten). La sospecha, en general, se descubre en oposición a la primera actitud que planteamos. Los cartesianos, por llamarlos de algún modo, sabían que las cosas podían no ser como se manifestaban, pero no dudaban de que la consciencia sea tal como se aparece a sí misma. Ricœur dirá que desde Marx, Freud y Nietzsche, los maestros de la sospecha, sí lo dudamos. No existe entre ellos por cierto un método único de desmitificación, como en el caso de la perspectiva propedéutica anterior, más bien resalta su común oposición a esta. Lo que intentaron fue hacer coincidir un método particular de Desciframiento con aquel trabajo latente de Cifrado. En el caso de Freud, nos referimos evidentemente a la dinámica del inconsciente. Para comparar con la perspectiva anterior, por ejemplo, observemos su relación con el lenguaje: “El lenguaje, en principio y con mucha frecuencia, está distorsionado: quiere decir otra cosa de lo que dice, tiene doble sentido, es equívoco. El sueño y sus análogos se inscriben así en una región del lenguaje que se anuncia como lugar de significaciones complejas donde otro sentido se da y se oculta a la vez en un sentido inmediato; llamemos símbolo a esa región del doble sentido, de equivalencia” (Ricœur, 1989, 10).
Es decir, la realidad no solo se revela, sino que también se oculta. La profundización en ese aspecto no es un abandono a la irracionalidad y mucho menos un esfuerzo de menor valor, incluso busca arrojar luz sobre el discurrir cotidiano de la vida consciente antes que sobre una
situación hipotética o abstracta. Como también señalará Ricœur (1989): “El enigma no bloquea la inteligencia, sino que la provoca; hay algo por desenvolver, por desimplicar en el símbolo; es precisamente el doble sentido, el enfoque intencional del sentido segundo en y a través del sentido primero, lo que suscita la inteligencia” (p. 20). No son detractores del trabajo consciente al que se aferró Descartes, pero saben que pueden llevarlo más lejos. Son escépticos entonces frente al encasillamiento de la consciencia en sí misma. Observemos, por ejemplo, un caso paradigmático: la interpretación de los sueños. ¿Qué tenían que decirle los sueños de importante a Descartes? Para este, solo se trataban de una fábrica de incertidumbre. Freud en cambio: “Hace del sueño no solo el primer objeto de su investigación, sino un modelo (…) de todas las expresiones disfrazadas, sustituidas, ficticias del deseo humano” (…) Esa palabra, Sueño, no es una palabra que cierre, sino que abre. No se cierra sobre un fenómeno un tanto marginal de la vida psicológica, sobre el fantasma de nuestras noches, sobre lo onírico. Se abre a todos los productos psíquicos en cuanto son análogos del sueño, en la locura y en la cultura” (Ricœur, 1973, 9). Nos encontramos entonces frente a una sospecha que abre horizontes y no que los reduce. Freud se reencuentra con el viejo Telos del escepticismo en su ejercicio de sospecha: la Ataraxia o paz mental. Y es que al poner en manos del analizado el sentido que antes le era ajeno sobre sus acciones, lo hace más libre en un sentido especial y mesurado, “y si es posible un poco más feliz” (Ricœur, 1973, 35). Por eso se ha dicho del psicoanálisis que es „una curación por la consciencia‟. Como decía Spinoza: “uno se descubre esclavo, comprende su esclavitud, y se vuelve libre en la necesidad comprendida” (Ricœur, 1973, 35).
Ninguna perspectiva, ya sea la de Husserl o de la Freud va a agotar la interpretación de la realidad y su sentido de dación siempre será ambivalente: se revela, pero también se oculta. No podemos afirmar que hay una actitud escéptica inquisitiva cuando no se comprende la limitación de todo punto de vista. Afortunadamente, hasta aquí si hemos podido hacerlo. A cada teoría, sin
embargo, le corresponde el destino de ser juzgada en sus logros y en sus defectos, en sus excesos y en lo que oculta. No quisiéramos cerrar, sin embargo, sin profundizar un poco más en las coincidencias de ambas perspectivas, y a falta de tiempo, lo haremos con esta cita también del libro que Paul Ricœur escribe sobre Freud y que refleja la unidad en el propósito de la búsqueda de la comprensión que se logra por los esfuerzos de la voluntad de escucha (al Logos) de Husserl en conjunto con de la voluntad de sospecha (por el Logos) de Freud: “El mismo incrédulo que pinta al yo como un pobre infeliz, sometido a tres amos, al Ello, al Superyó y a la Necesidad, es también el exegeta que recupera la lógica del reino ilógico y se atreve, con pudor y discreción sin par, a terminar su ensayo sobre el porvenir de una Ilusión con una invocación al Dios Logos, de voz débil pero incansable, al dios de ninguna manera todopoderoso, sino eficaz a la larga” (Ricœur, 1973, 33). *************************************************************************************
1. Heaton, John (2003). Pyrrhonian Skepticism and Psychotherapy, Existential Analysis, 14.1., 32-47. 2. Hegel, G.W.F., at.; Paredes Martín, María del Carmen, ed., (2006). Relación del escepticismo con la filosofía. Madrid: Biblioteca Nueva. 3. Lyotard, Jean Francois (1989). La fenomenología. Buenos Aires: Paidós. 4. Reale, G., Antíseri, D., (2009a). Historia de la Filosofía: De Freud a nuestros días. Vol. VII. Bogotá: San Pablo. 5. Reale, G., Antíseri, D., (2009b). Historia de la Filosofía: De Nietzsche a la escuela de Frankfurt. Vol. VI. Bogotá: San Pablo. 6. Ricoeur, Paul (1973). Freud: Una interpretación de la cultura (2da ed.). México: Siglo Veintiuno Editores S.A. 7. Rovaletti, María (1994). Psicología y Psiquiatría Fenomenológica. Buenos Aires: UBA. 8. Williams, Bernard (1983). Descartes’s Use of Skepticism. En: Myles Burnyeat (ed.), the Skeptical Tradition (337-352). Berkeley: University of California.