ABANDONO
Encontré un hombre agonizando en el camino por el que yo trataba de abrirme paso. Sus brazos y piernas se retorcían del dolor que les procuraba el miedo. Tiritando y sollozante, no alcanzaba a articular ningún llamado de auxilio o siquiera un grito de desesperación. El frío lo inundaba a través de su piel descubierta y el calor que le procuraba la fiebre asaltaba su conciencia. Desamparado, desesperado y demente, se tornó una herida que nunca cicatrizó en mi cabeza. Sin embargo, al tratar de seguir mi camino pasando por encima de su cuerpo, el único propósito que tenía era dejarlo arrojado ahí para siempre y que se muriera. En ese entonces no sentía ningún remordimiento por lo que estaba haciendo, pues de otra manera yo no habría podido sobrevivir. Apoyé mis manos sobre su torso que temblaba para impulsarme hacia adelante y al cruzarlo empujé con mis pies su espalda para impulsarme aún más lejos. Ya separados y distantes, todavía podía oír su agitada respiración por la boca, su congestión nasal y la fricción contra el suelo de sus miembros convulsionados. Cerré los ojos y esperé. Creía que podía conciliar el sueño y que cuando me despertara se habría acabado su lamentable agonía. Hasta que me quedé dormido en algún momento mientras trataba de fugarme de la realidad… o eso creía.
Soñé que soñaba, que tenía los ojos cerrados y que no había nada alrededor mío. De repente fui consciente de que tampoco había nada debajo de mí y de que mi cuerpo estaba suspendido sin gravedad, y así sin ningún impulso externo que me diera cuenta de mi ubicación tampoco estaba seguro de saber dónde estaba mi cuerpo. Durante un tiempo del que solo fui consciente por el pensamiento, vagué errante en busca de mí mismo, buscaba aun cuando no parecía tener sentido que lo hiciera, y lo hice solo porque sabía que yo mismo no era más que un cuerpo en busca de sí mismo: un movimiento automático que al frenarlo se habría extinguido conmigo. No sé si primero me oí respirar o si lo primero que sentí fue el peso de mis párpados sobre mi vista. El hecho es que abrí los ojos y aunque no veía nada un estremecimiento me hizo recuperar la percepción del resto de mi organismo. Me sentí extrañamente feliz de que una tierra suave como la arena hiciera fricción sobre mi piel. Me apoyé en mis manos y logré tomar asiento. Al hacerlo me percaté del viento que soplaba en dirección contraria a la postura que había tomado. Pensé que no importaba en qué posición me ubicara, y creo que al pensarlo iba rotando, porque ese viento me seguiría a donde sea que hubiera ido. Así fue como al final entendí que todo era un sueño, en el cual creía que no había más realidad que el poder creador de mi conciencia impulsiva. No había tal viento, no había suelo, pues todo lo contenía el sueño que era yo. ***