LITERAR N9

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Jorge Luis Borges

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LITERAR

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REVISTA

“Literar” es un compendio de ideas, opiniones y consejos relacionados al ambiente cultural (vasado en el derecho de libre expresión, art 14 de la constitución nacional Argentina), en ningún modo la “Revista” asevera o confirma ningún contenido de la misma, la “Revista Literar” es un panfleto que solo difunde los contenidos culturales como opiniones de sus autores y estos no necesariamente reflejan la opinión de “Literar” o pasan por un proceso de verificación o censura. Las imágenes solo tienen un fin ilustrativo y pueden no corresponder a la realidad. “Literar” NO COBRA por publicidad u otro servicio ni persigue fines de lucro…


Despierta y persigue LITER


e tus sue単os.. RAR te acompa単a PROYECTO LITERAR


Índice A-C Jack London----------------------------------------------------------------------------pág. 6 A-C Charles Dickens---------------------------------------------------------------------------pág. 12 La frase del mes -----------------------------------------------------------------------------pág. 20 Ballet Folclórico Nacional--------------------------------------------------------------------pág. 22 Reseña “La sonrisa del diablo” --------------------------------------------------------pág. 24 LITERAR DE FESTEJO PRIMAVERAL -----------------------------------------------------------pág. 26 Entrevista a Francisco Moroz,-----------------------------------------------------------------pág. 30 Museo Provincial de Bellas Artes “Dr. Juan R. Vidal”---------------------------------------pág. 36


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LITERAR Primavera LITERAR


Autores celebres!!

Jack London...

La ley de la vida

El viejo Koskoosh escuchaba ávidamente. Aunque no veía desde hacía mucho tiempo, aún tenía el oído muy fino, y el más ligero rumor penetraba hasta la inteligencia, despierta todavía, que se alojaba tras su arrugada frente, pese a que ya no la aplicara a las cosas del mundo. ¡Ah! Aquélla era Sit-cumto-ha, que estaba riñendo con voz aguda a los perros mientras les ponía las correas entre puñetazos y puntapiés. Sit-cum-to-ha era la hija de su hija. En aquel momento estaba demasiado atareada para pensar en su achacoso abuelo, aquel viejo sentado en la nieve, solitario y desvalido. Había que levantar el campamento. El largo camino los esperaba y el breve día moría rápidamente. Ella escuchaba la llamada de la vida y la voz del deber, y no oía la de la muerte. Pero él tenía ya a la muerte muy cerca. Este pensamiento despertó un pánico momentáneo en el anciano. Su mano paralizada vagó temblorosa sobre el pequeño montón de leña seca que había a su lado. Tranquilizado al comprobar que seguía allí, ocultó de Pag. 6

nuevo la mano en el refugio que le ofrecían sus raídas pieles y otra vez aguzó el oído. El tétrico crujido de las pieles medio heladas le dijo que habían recogido ya la tienda de piel de alce del jefe y que entonces la estaban doblando y apretando para colocarla en los trineos. El jefe era su hijo, joven membrudo, fuerte y gran cazador. Las mujeres recogían activamente las cosas del campamento, pero el jefe las reprendió a grandes voces por su lentitud. El viejo Koskoosh prestó atento oído. Era la última vez que oiría aquella voz. ¡La que se recogía ahora era la tienda de Geehow! Luego se desmontó la de Tusken. Siete, ocho, nueve... Sólo debía de quedar en pie la del chaman. Al fin, también la recogieron. Oyó gruñir al chaman mientras la colocaba en su trineo. Un niño lloriqueaba y una mujer lo arrulló con voz tierna y gutural. Era el pequeño Koo-tee, una criatura insoportable y enfermiza. Sin duda, moriría pronto, y entonces encenderían una hoguera para abrir

un agujero en la tundra helada y amontonarían piedras sobre la tumba, para evitar que los carcayús desenterrasen el pequeño cadáver. Pero, ¿qué importaban, al fin y al cabo, unos cuantos años de vida más, algunos con el estómago lleno, y otros tantos con el estómago vacío? Y al final esperaba la Muerte, más hambrienta que todos. ¿Qué ruido era aquél? ¡Ah, sí! Los hombres ataban los trineos y aseguraban fuertemente las correas. Escuchó, pues sabía que nunca más volvería a oír aquellos ruidos. Los látigos restallaron y se abatieron sobre los lomos de los perros. ¡Cómo gemían! ¡Cómo aborrecían aquellas bestias el trabajo y la pista! ¡Allá iban! Trineo tras trineo, se fueron alejando con rumor casi imperceptible. Se habían ido. Se habían apartado de su vida y él se enfrentó solo con la amargura de su última hora. Pero no; la nieve crujió bajo un mocasín; un hombre se detuvo a su lado; Una mano se apoyó suavemente en su cabeza. Agradeció a su hijo este gesto. Se acordó


Biografía

J

ack London, probablemente nacido como John Griffith Chaney (12 de enero de 1876-22 de noviembre de 1916),1 2 3 fue un escritor estadounidense, autor de Colmillo Blanco, The Call of the Wild (traducida en español como La llamada de lo salvaje y La llamada de la selva4 ), y otros cincuenta libros. Clarice Stasz y otros biógrafos creen que el padre biológico de Jack London fue el astrólogo William Chaney.5 Chaney fue un personaje distinguido de la astrología; según Stasz: “Desde el punto de vista de los astrólogos más serios de hoy, Chaney es una gran figura que ha cambiado la práctica de la charlatanería hacia un método más riguroso”. Jack London no supo de la supuesta paternidad de Chaney hasta su madurez. En 1897 le escribió a Chaney y recibió una carta de él donde indicaba: “Nunca contraje matrimonio con Flora Wellman”, y que era “impotente” durante el periodo que vivieron juntos; por lo tanto, “no puedo ser tu padre”.

de otros viejos cuyos hijos no se habían despedido de ellos cuando la tribu se fue. Pero su hijo no era así. Sus pensamientos volaron hacia el pasado, pero la voz del joven lo hizo volver a la realidad. -¿Estás bien? - le preguntó. Y el viejo repuso: -Estoy bien. -Tienes leña a tu lado -dijo el joven-, y el fuego arde alegremente. La mañana es gris y el frío ha cesado. La nieve no tardará en llegar. Ya nieva. -Sí, ya nieva. -Los hombres de la tribu tienen prisa. Llevan pesados fardos y tienen el vientre liso por la falta de comida. El camino es largo y viajan con rapidez. Me voy. ¿Te parece bien?

No es posible afirmar si el matrimonio fue legalizado, ya que la mayoría de los documentos civiles de San Francisco fueron destruidos en el terremoto de 1906. Por ello, no se sabe con certeza el nombre que aparecía en el certificado de nacimiento. Stasz aclara que en sus memorias Chaney se refiere a la madre de Jack London, Flora Wellman, como “esposa”. Stasz también hace hincapié en un anuncio en el cual Flora se refiere a sí misma como “Florence Wellman Chaney”. Jack London nació en San Francisco (California). Esencialmente se autoeducó, proceso que llevó a cabo en la biblioteca pública de la ciudad leyendo libros. En 1883 encontró y leyó la novela Signa de la escritora Ouida, que relata cómo un joven campesino italiano sin estudios escolares alcanza fama como compositor de ópera. London le atribuyó a este libro la inspiración para comenzar su labor literaria.6 En 1893, se embarcó en la goleta Sophia Sutherland, que partía a la costa de Japón. Cuando regresó, el país estaba inmerso en el pánico de 1893 y Oakland azotado por disturbios laborales. Después de trabajos agotadores en un molino de yute y en una central eléctrica del ferrocarril, en 1894 se unió a la Kelly’s industrial army, una marcha de desempleados en protesta a Washington, y comenzó su vida de vagabundo. En 1894, pasó treinta días en la penitenciaría de Erie County en Buffalo (Nueva York) por vagabundeo. En The Road, escribió: Pag. 7


La manipulación del hombre fue simplemente uno de los menores horrores no aptos de mención, para evitar ofensas morales, de la penitenciaría de Erie County. Digo que no es ‘apto de mención’; y en justicia debo decir también ‘inconcebible’. Eran inconcebibles para mi hasta que las ví, y no era un jovencito con respecto a la vida y los tremendos abismos de la degradación humana. Se requeriría de una caída en picado considerable para alcanzar lo más bajo de la penitenciaría de Erie County, y lo hago pero rozo suave y chistosamente lo superficial de las cosas tal como las vi allí. Después de varias experiencias como vagabundo y marinero, London regresó a Oakland, donde acudió a la Oakland High School, contribuyendo con varios artículos para la revista de la secundaria, The Aegis. Su primera publicación fue “Typhoon off the coast of Japan”, donde relató sus experiencias como marino. Jack London deseaba entrar desesperadamente a la Universidad de California y, en 1896, después de un verano de estudio intenso, lo hizo; pero los problemas financieros lo obligaron a irse en 1897 y nunca se graduó. Kingman dice que “no hay ningún antecedente de que escribiera para publicaciones estudiantiles” ahí.7 En 1889, London comenzó a trabajar de doce a dieciocho horas al día en la enlatadora Hickmott. Buscando una salida de su penoso trabajo, pidió un préstamo a su madre adoptiva ,Jennie Prentiss, y compró la goleta Razzle-Dazzle a un pirata ostrero llamado French Frank, convirtiéndose en un ostrero a su vez. En la canción folk John Barleycorn declara haber robado a Mamie, la señora de French Frank.8 9 10 Después de algunos meses su goleta se dañó sin posibilidad de reparo. Se cambió al lado de la ley y se hizo miembro de la Patrulla Pesquera de California. Mientras vivía en su casa de campo arrendada en Lago Merritt (Oakland), London conoció al poeta George Sterling y se convirtieron en buenos amigos. En 1902 Sterling ayudó a London a encontrar una casa cerca de la suya en Piedmont, California. En sus cartas London se refería a Sterling como “griego” debido a su nariz y perfil clásico, y las firmaba con el seudónimo “Lobo”. London se refirió a Sterling como Russ Brissenden en su novela autobiográfica Martin Eden (1909) y como Mark Hall en El valle de la luna (1913). Tiempo después, Jack London se distinguió en diversos campos, teniendo varios intereses y una biblioteca personal de 15.000 volúmenes.

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-Sí. Soy como una hoja del último invierno, apenas sujeta a la rama. Al primer soplo me desprenderé. Mi voz es ya como la de una vieja. Mis ojos ya no ven el camino abierto a mis pies, y mis pies son pesados. Estoy cansado. Me parece bien. Inclinó sin tristeza la frente y así permaneció hasta que hubo cesado el rumor de los pasos al aplastar la nieve y comprendió que su hijo ya no lo oiría si lo llamase. Entonces se apresuró a acercar la mano a la leña. Sólo ella se interponía entre él y la eternidad que iba a engullirlo. Lo último que la vida le ofrecía era un manojo de ramitas secas. Una a una, irían alimentando el fuego, e igualmente, paso a paso, con sigilo, la muerte se acercaría a él. Y cuando la última ramita hubiese desprendido su calor, la intensidad de la helada aumentaría. Primero sucumbirían sus pies, después sus manos, y el entumecimiento ascendería lentamente por sus extremidades y se extendería por todo su cuerpo. Entonces inclinaría la cabeza sobre las rodillas y descansaría. Era muy sencillo. Todos los hombres tenían que morir. No se quejaba. Así era la vida y aquello le parecía justo. Él había nacido junto a la tierra, y junto a ella había vivido: su ley no le era desconocida. Para todos los hijos de aquella madre la ley era la misma. La naturaleza no era muy bondadosa con los seres vivientes. No le preocupaba el individuo; sólo le interesaba la especie. Ésta era la mayor abstracción de que era capaz la mente bárbara del viejo Koskoosh, y


se aferraba a ella firmemente. Por doquier veía ejemplos de ello. La subida de la savia, el verdor del capullo del sauce a punto de estallar, la caída de las hojas amarillentas: esto resumía todo el ciclo. Pero la naturaleza asignaba una misión al individuo. Si éste no la cumplía, tenía que morir. Si la cumplía, daba lo mismo: moría también. ¿Qué le importaba esto a ella? Eran muchos los que se inclinaban ante sus sabias leyes, y eran las leyes las que perduraban; no quienes las obedecían. La tribu de Koskoosh era muy antigua. Los ancianos que él conoció de niño ya habían conocido a otros ancianos en su niñez. Esto demostraba que la tribu tenía vida propia, que subsistía porque todos sus miembros acataban las leyes de la naturaleza desde el pasado más remoto. Incluso aquellos de cuyas tumbas no quedaba recuerdo las habían obedecido. Ellos no contaban; eran simples episodios. Habían pasado como pasan las nubes por un cielo estival. Él también era un episodio y pasaría. ¡Qué importaba él a la naturaleza! Ella imponía una misión a la vida y le dictaba una ley: la misión de perpetuarse y la ley de morir. Era agradable contemplar a una doncella fuerte y de pechos opulentos, de paso elástico y mirada luminosa. Pero también la doncella tenía que cumplir su misión. La

luz de su mirada se hacía más brillante, su paso más rápido; se mostraba, ya atrevida, ya tímida con los varones, y les contagiaba su propia inquietud. Cada día estaba más hermosa y más atrayente. Al fin, un cazador, a impulsos de un deseo irreprimible, se la llevaba a su tienda para que cocinara y trabajase para él y fuese la madre de sus hijos. Y cuando nacía su descendencia, la belleza la abandonaba. Sus miembros pendían inertes, arrastraba los pies al andar, sus ojos se enturbiaban y destilaban humores. Sólo los hijos se deleitaban ya apoyando su cara en las arrugadas mejillas de la vieja squaw, junto al fuego. La mujer había cumplido su misión. Muy pronto, cuando la tribu empezara a pasar hambre o tuviese que emprender un largo viaje, la dejarían en la nieve, como lo habían dejado a él, con un montoncito de leña seca. Ésta era la ley.

desmañado, ciego, y gruñón, para terminar cayendo ante una chillona jauría de perros de trineo. Se acordó de cómo él también había abandonado un invierno a su propio padre en uno de los afluentes superiores del Klondike. Fue el invierno anterior a la llegada del misionero con sus libros de oraciones y su caja de medicinas. Más de una vez Koskoosh había dado un chasquido con la lengua al recordar aquella caja..., pero ahora tenia la boca reseca y no podía hacerlo. Especialmente el «matadolores» era bueno sobremanera. Pero el misionero resultaba un fastidio, al fin y al cabo, porque no traía carne al campamento y comía con gran apetito. Por eso los cazadores gruñían. Pero se le helaron los pulmones allá en la línea divisoria del Mayo, y después los perros apartaron las piedras con el hocico y se disputaron sus huesos.

Colocó cuidadosamente una ramita en la hoguera y prosiguió sus meditaciones. Lo mismo ocurría en todas partes y con todas las cosas. Los mosquitos desaparecerían con la primera helada. La pequeña ardilla de los árboles se ocultaba para morir. Cuando el conejo envejecía, perdía la agilidad y ya no podía huir de sus enemigos. Incluso el gran oso se convertía en un ser

Koskoosh echó otra ramita al fuego y evocó otros recuerdos más antiguos: aquella época de hambre persistente en que los viejos se agazapaban junto al fuego con el estómago vacío, y sus labios desgranaban oscuras tradiciones de tiempos remotos en que el Yukon estuvo sin helarse tres inviernos y luego se heló tres veranos seguidos. Él perdió a su madre en aquel período de hambre. Pag. 9


En verano fracasó la pesca del salmón, y la tribu esperaba que llegase el invierno y, con él, los caribúes. Pero llegó el invierno y los caribúes no llegaron. Nunca se había visto nada igual, ni siquiera en los tiempos de los más ancianos. El caribú no llegó, y así pasaron siete meses. Los conejos escaseaban y los perros no eran más que manojos de huesos. Y durante los largos meses de oscuridad los niños lloraron y murieron, y con ellos los viejos y las mujeres. Ni siquiera uno de cada diez de los hombres de la tribu vivió para saludar al sol cuando éste volvió en primavera. ¡Qué hambre tan espantosa fue aquélla! Pero también recordaba épocas de abundancia en que la carne se les echaba a perder en las manos y los perros engordaban y se movían con pereza de tanto comer, épocas en que ni siquiera se molestaban en cazar. Las mujeres eran mujeres fecundas y las tiendas se llenaban de niños varones y niños mujeres, que dormían amontonados. Los hombres, ahítos, resucitaban antiguas rencillas y cruzaban la línea divisoria hacia el Sur para matar a los pellys, y hacia el Oeste para sentarse junto a los fuegos apagados de los tananas. Se acordó de un día en que, siendo muchacho y hallándose en plena época de abundancia, vio cómo los lobos acosaban y derribaban a un alce. Zing-ha estaba tendido con él en la nieve para observar la contienda. Zing-ha, que, andando el tiempo, se convirtió en el más astuto de los cazadores y terminó sus días al caer por un orificio abierto en el hielo del Yukon.

Un mes después lo encontraron tal como quedó, con medio cuerpo asomando por el agujero donde lo sorprendió la muerte por congelación. Sus pensamientos volvieron al alce. Zing-ha y él salieron aquel día para jugar a ser cazadores, imitando a sus padres. En el lecho del arroyo descubrieron el rastro reciente de un alce, acompañado de las huellas de una manada de lobos. «Es viejo -dijo Zing-ha examinando las huellas antes que él-. Es un alce viejo que no puede seguir al rebaño. Los lobos lo han separado de sus hermanos y ya no lo dejarán en paz.» Y así fue. Era la táctica de los lobos. De día y de noche lo seguían de cerca, incansablemente, saltando de vez en cuando a su hocico. Así lo acompañaron hasta el fin. ¡Cómo se despertó en Zing-ha y en él la pasión de la sangre! ¡Valdría la pena presenciar la muerte del alce! Con pie ligero siguieron el rastro. Incluso él, Koskoosh, que no había aprendido aún a seguir rastros, hubiera podido seguir aquél fácilmente, tan visible era. Los muchachos continuaron con ardor la persecución. Así leyeron la terrible tragedia recién escrita en la nieve. Llegaron al punto en que el alce se había detenido. En una longitud tres veces mayor que la altura de un hombre adulto, la nieve había sido pisoteada y removida en todas direcciones. En el centro se veían las profundas huellas de las anchas pezuñas del alce y a su alrededor, por doquier, las huellas más pequeñas de los lobos. Algunos de

ellos, mientras sus hermanos de raza acosaban a su presa, se tendieron a un lado para descansar. Las huellas de sus cuerpos en la nieve eran tan nítidas como si los lobos hubieran estado echados allí hacía un momento. Un lobo fue alcanzado en un desesperado ataque de la víctima enloquecida, que lo pisoteó hasta matarlo. Sólo quedaban de él, para demostrarlo, unos cuantos huesos completamente descarnados. De nuevo dejaron de alzar rítmicamente las raquetas para detenerse por segunda vez en el punto donde el gran rumiante había hecho una nueva parada para luchar con la fuerza que da la desesperación. Dos veces fue derribado, como podía leerse en la nieve, y dos veces consiguió sacudirse a sus asaltantes y ponerse nuevamente en pie. Ya había terminado su misión en la vida desde hacía mucho tiempo, pero no por ello dejaba de amarla. Zing-ha dijo que era extraño que un alce se levantase después de haber sido abatido; pero aquél lo había hecho, evidentemente. El chaman vería signos y presagios en esto cuando se lo refiriesen. Llegaron a otro punto donde el alce había conseguido escalar la orilla y alcanzar el bosque. Pero sus enemigos lo atacaron por detrás y él retrocedió y cayó sobre ellos, aplastando a dos y hundiéndolos profundamente en la nieve. No había duda de que no tardaría en sucumbir, pues los lobos ni siquiera tocaron a sus hermanos caídos. Los rastreadores pasaron presurosos por otros


dos lugares donde el alce también se había detenido brevemente. El sendero aparecía teñido de sangre y las grandes zancadas de la enorme bestia eran ahora cortas y vacilantes. Entonces oyeron los primeros rumores de la batalla: no el estruendoso coro de la cacería, sino los breves y secos ladridos indicadores del cuerpo a cuerpo y de los dientes que se hincaban en la carne. Zing-ha avanzó contra el viento, con el vientre pegado a la nieve, y a su lado se deslizó él, Koskoosh, que en los años venideros sería el jefe de la tribu. Ambos apartaron las ramas bajas de un abeto joven y atisbaron. Sólo vieron el final. Esta imagen, como todas las impresiones de su juventud, se mantenía viva en el cerebro del anciano, cuyos ojos ya turbios vieron de nuevo la escena como si se estuviera desarrollando en aquel momento y no en una época remota. Koskoosh se asombró de que este recuerdo imperase en su mente, pues más tarde, cuando fue jefe de la tribu y su voz era la primera en el consejo, había llevado a cabo grandes hazañas y su nombre llegó a ser una maldición en boca de los pellys, eso sin hablar de aquel forastero blanco al que mató con su cuchillo en una lucha cuerpo a cuerpo. Siguió evocando los días de su juventud hasta que el fuego empezó a extinguirse y el frío lo mordió cruelmente. Tuvo que reanimarlo con dos ramitas y calculó lo que le quedaba de vida por las ramitas restantes.

Si Sit-cum-to-ha se hubiera acordado de su abuelo, si le hubiese dejado una brazada de leña mayor, habría vivido más horas. A la muchacha le habría sido fácil dejarle más leña, pero Sit-cum-to-ha había sido siempre una criatura descuidada que no se preocupaba de sus antepasados, desde que el Castor, hijo del hijo de Zing-ha, puso los ojos en ella. Pero ¿qué importaban ya estas cosas? ¿No había hecho él lo mismo en su atolondrada juventud? Aguzó el oído en el silencio de la tundra, y así permaneció unos momentos. A lo mejor su hijo se enternecía y volvía con los perros para llevarse a su anciano padre con la tribu a los pastos donde abundaban los rollizos caribúes. Al aguzar el oído, su activo cerebro dejó momentáneamente de pensar. Todo estaba inmóvil. Su respiración era lo único que interrumpía el gran silencio... Pero ¿qué era aquello? Un escalofrío recorrió su espina dorsal. Un largo y quejumbroso aullido que le era familiar había rasgado el silencio... Y procedía de muy cerca... Se alzó de nuevo ante su turbia mirada la visión del alce, del viejo alce de flancos desgarrados y cubiertos de sangre, con la melena revuelta y acometiendo hasta el último instante con sus grandes y ramificados cuernos. Vio pasar raudamente las formas grises, de llameantes ojos, lenguas colgantes y colmillos desnudos. Y vio, en fin, cómo se cerraba el círculo implacable hasta convertirse en un

punto oscuro sobre la nieve pisoteada. Un frío hocico rozó su mejilla y, a su contacto, el alma del anciano saltó de nuevo al presente. Su mano se introdujo en el fuego y extrajo de él una rama encendida. Dominado instantáneamente por su temor ancestral al hombre, el animal se retiró, lanzando a sus hermanos una larga llamada. Éstos respondieron ávidamente, y pronto se vio el viejo encerrado en un círculo de siluetas grises y mandíbulas babeantes. Blandió como loco la tea, y los bufidos se convirtieron en gruñidos... Pero las jadeantes fieras no se marchaban. De pronto, uno de los lobos avanzó arrastrándose, y al punto le siguió otro, y otro después. Y ninguno retrocedía... -¿Por qué me aferro a la vida? - se preguntó. Y arrojó el tizón a la nieve. La ardiente rama se apagó con crepitante chisporroteo. Los lobos lanzaron gruñidos de inquietud, pero el círculo no se deshizo. Koskoosh volvió a ver el final de la lucha del viejo alce y, desfallecido, inclinó la cabeza sobre las rodillas. ¿Qué importaba la muerte? Había que acatar la ley de la vida.


Autores celebres!!

Charles Dickens

El guardavía

-¡Eh, oiga! ¡Ahí abajo! Cuando oyó la voz que así lo llamaba se encontraba de pie en la puerta de su caseta, empuñando una bandera, enrollada a un corto palo. Cualquiera hubiera pensado, teniendo en cuenta la naturaleza del terreno, que no cabía duda alguna sobre la procedencia de la voz; pero en lugar de mirar hacia arriba, hacia donde yo me encontraba, sobre un escarpado terraplén situado casi directamente encima de su cabeza, el hombre se volvió y miró hacia la vía. Hubo algo especial en su manera de hacerlo, pero, aunque me hubiera ido en ello la vida, no habría sabido explicar en qué consistía, mas sé que fue lo bastante especial como para llamarme la atención, a pesar de que su figura se veía empequeñecida y en sombras, allá abajo en la profunda zanja, y de que yo estaba muy por encima de él, tan deslumbrado por el resplandor del rojo crepúsculo que sólo tras cubrirme los Pag.12

ojos con las manos, logré verlo. -¡Eh, oiga! ¡Ahí abajo! Dejó entonces de mirar a la vía, se volvió nuevamente y, alzando los ojos, vio mi silueta muy por encima de él. -¿Hay algún camino para bajar y hablar con usted? Él me miró sin replicar y yo le devolví la mirada sin agobiarle con una repetición demasiado precipitada de mi ociosa pregunta. Justo en ese instante el aire y la tierra se vieron estremecidos por una vaga vibración transformada rápidamente en la violenta sacudida de un tren que pasaba a toda máquina y que me sobresaltó hasta el punto de hacerme saltar hacia atrás, como si quisiera arrastrarme tras él. Cuando todo el vapor que consiguió llegar a mi altura hubo pasado y se diluía ya en el paisaje, volví a mirar hacia abajo y lo vi volviendo a enrollar la bandera

que había agitado al paso del tren. Repetí la pregunta. Tras una pausa, en la que pareció estudiarme con suma atención, señaló con la bandera enrollada hacia un punto situado a mi nivel, a unas dos o tres yardas de distancia. «Muy bien», le grité, y me dirigí hacia aquel lugar. Allí, a base de mirar atentamente a mi alrededor, encontré un tosco y zigzagueante camino de bajada excavado en la roca y lo seguí. El terraplén era extremadamente profundo y anormalmente escarpado. Estaba hecho en una roca pegajosa, que se volvía más húmeda y rezumante a medida que descendía. Por dicha razón, me encontré con que el camino era lo bastante largo como para permitirme recordar el extraño ademán de indecisión o coacción con que me había señalado el sendero. Cuando hube descendido lo suficiente para volverlo a ver, observé que estaba de pie entre los raíles por los que acababa


de pasar el tren, en actitud de estar esperándome. Tenía la mano izquierda bajo la barbilla y el codo descansando en la derecha, que mantenía cruzada sobre el pecho. Su actitud denotaba tal expectación y ansiedad que por un instante me detuve, asombrado. Reanudé el descenso y, al llegar a la altura de la vía y acercarme a él, pude ver que era un hombre moreno y cetrino, de barba oscura y cejas bastante anchas. Su caseta estaba en el lugar más sombrío y solitario que yo hubiera visto en mi vida. A ambos lados, se elevaba un muro pedregoso y rezumante que bloqueaba cualquier vista salvo la de una angosta franja de cielo; la perspectiva por un lado era una prolongación distorsionada de aquel gran calabozo; el otro lado, más corto, terminaba en la tenebrosa luz roja situada sobre la entrada, aún más tenebrosa, a un negro túnel de cuya maciza estructura se desprendía un aspecto rudo, deprimente y amenazador. Era tan oscuro aquel lugar que el olor a tierra lo traspasaba todo, y circulaba un viento tan helado que su frío me penetró hasta lo más hondo, como si hubiera abandonado el mundo de lo real. Antes de que él hiciese el menor movimiento me encontraba tan cerca que hubiese podido tocarlo. Sin quitarme los ojos de encima ni aun entonces, dio un paso atrás y levantó la mano. Aquél era un puesto solitario, dije, y me había llamado la atención cuando lo vi desde allá arriba. Una visita sería una rareza, suponía; pero esperaba que no fuera una rareza mal recibida y le rogaba que viese en mí simplemente a un hombre que, confinado toda su vida entre estrechos límites y finalmente en libertad, sentía despertar su interés por aquella gran instalación. Más o menos éstos fueron los términos que empleé, aunque no estoy nada seguro de las palabras exactas porque, además de que no me gusta ser yo el que inicie una conversación, había algo en aquel hombre que me cohibía. Dirigió una curiosísima mirada a la luz roja próxima a la boca de aquel túnel y a todo su entorno, como si faltase algo allí, y luego me miró. -¿Aquella luz está a su cargo, verdad? -¿Acaso no lo sabe? -me respondió en voz baja.

Biografía

Charles John Huffam Dickens (Portsmouth, Inglaterra, 7 de febrero de 1812-Gads Hill Place, Inglaterra, 9 de junio de 1870) fue un destacado escritor y novelista inglés, uno de los más conocidos de la literatura universal, y el más sobresaliente de la era victoriana. Fue maestro del género narrativo, al que imprimió ciertas dosis de humor e ironía, practicando a la vez una aguda crítica social. En su obra destacan las descripciones de gente y lugares, tanto reales como imaginarios. En ocasiones, utilizó el seudónimo «Boz». Sus novelas y relatos cortos gozaron de gran popularidad durante su vida, y aún hoy se editan y adaptan para el cine habitualmente. Dickens escribió novelas por entregas, el formato que usó en aquella época fue la ficción, por la sencilla razón de que no todo el mundo poseía los recursos económicos necesarios para comprar un libro. Cada nueva entrega de sus historias era esperada con gran entusiasmo por sus lectores, nacionales e internacionales. Fue y sigue siendo admirado como un influyente literario por escritores de todo el mundo. Charles Dickens nació el 7 de febrero de 1812, en el distrito de Landport, perteneciente a la ciudad de Portsmouth, hijo de John Dickens (1786-1851), oficinista de la Pagaduría de la Armada en el arsenal del puerto de Portsmouth, y de su esposa Elizabeth Barrow (17891863). En 1814, la familia se trasladó a Londres, Somerset House, en el número diez de Norfolk Street. Cuando el futuro escritor tenía cinco años, la familia se mudó a Chatham, Kent. Su madre era de clase media y su padre siempre arrastraba deudas, debido a su excesiva incliPag. 17


nación al despilfarro. Charles no recibió ninguna educación hasta la edad de nueve años, hecho que posteriormente le reprocharían sus críticos, al considerar su formación en exceso autodidacta. Con esta edad, después de acudir a una escuela en Rome Lane, estudió cultura en la escuela de William Gile, un graduado en Oxford. Pasaba el tiempo fuera de su casa, leyendo vorazmente. Mostró una particular afición por las novelas picarescas, como Las aventuras de Roderick Random y Las aventuras de Peregrine Pickle de Tobias Smollett, y Tom Jones de Henry Fielding. Éste sería su escritor favorito. También leía con fruición novelas de aventuras como Robinson Crusoe y Don Quijote de la Mancha. En 1823, vivía con su familia en Londres, en el número 16 de Bayham Street, Camden Town, que era entonces uno de los suburbios más pobres de la ciudad. Aunque sus primeros años parecen haber sido una época idílica, él se describía como un «niño muy pequeño y no especialmente cuidado». También hablaría de su extremo patetismo y de su memoria fotográfica de personas y eventos, que le ayudaron a trasladar la realidad a la ficción.2 Su vida cambió profundamente cuando su padre fue denunciado por impago de sus deudas y encarcelado en la prisión de deudores de Marshalsea. La mayor parte de la familia se trasladó a vivir con el señor Dickens a la cárcel, posibilidad establecida entonces por la ley, que permitía a la familia del moroso compartir su celda. Charles fue acogido en una casa de Little College Street, regentada por la señora Roylance y acudía los domingos a visitar a su padre en la prisión. A los doce años, se consideró que el futuro novelista tenía la edad suficiente para comenzar a trabajar, y

Al contemplar sus ojos fijos y su rostro saturnino, me asaltó la extravagante idea de que era un espíritu, no un hombre. Desde entonces, al recordarlo, he especulado con la posibilidad de que su mente estuviera sufriendo una alucinación. Esta vez fui yo quien dio un paso atrás. Pero, al hacerlo, noté en sus ojos una especie de temor latente hacia mí. Esto anuló la extravagante idea. -Me mira -dije con sonrisa forzadacomo si me temiera. -No estaba seguro -me respondió- de si lo había visto antes. -¿Dónde? Señaló la luz roja que había estado mirando. -¿Allí? -dije. Mirándome fijamente respondió (sin palabras), «sí». -Mi querido amigo ¿qué podría haber estado haciendo yo allí? De todos modos, sea como fuere, nunca he estado allí, puede usted jurarlo. -Creo que sí -asintió-, sí, creo que puedo. Su actitud, lo mismo que la mía, volvió a la normalidad, y contestó a mis comentarios con celeridad y soltura. ¿Tenía mucho que hacer allí? Sí, es decir, tenía suficiente responsabilidad sobre sus hombros; pero lo que más se requería de él era exactitud y vigilancia, más que trabajo propiamente dicho; trabajo manual no hacía prácticamente ninguno: cambiar alguna señal, vigilar las luces y dar la vuelta a una manivela de hierro de vez en cuando era todo cuanto tenía que hacer en ese sentido. Respecto a todas aquellas largas y solitarias horas que a mí me parecían tan difíciles de soportar, sólo podía decir que se había adaptado a aquella ruti-

na y estaba acostumbrado a ella. Había aprendido una lengua él solo allá abajo -si se podía llamar aprender a reconocerla escrita y a haberse formado una idea aproximada de su pronunciación-. También había trabajado con quebrados y decimales, y había intentado hacer un poco de álgebra. Pero tenía, y siempre la había tenido, mala cabeza para los números. ¿Estaba obligado a permanecer en aquella corriente de aire húmedo mientras estaba de servicio? ¿No podía salir nunca a la luz del sol de entre aquellas altas paredes de piedra? Bueno, eso dependía de la hora y de las circunstancias. Algunas veces había menos tráfico en la línea que otras, y lo mismo ocurría a ciertas horas del día y de la noche. Cuando había buen tiempo sí que procuraba subir un poco por encima de las tinieblas inferiores; pero como lo podían llamar en cualquier momento por la campanilla eléctrica, cuando lo hacía estaba pendiente de ella con redoblada ansiedad, y por ello el alivio era menor de lo que yo suponía. Me llevó a su caseta, donde había una chimenea, un escritorio para un libro oficial en el que tenía que registrar ciertas entradas, un telégrafo con sus indicadores y sus agujas, y la campanilla a la que se había referido. Confiando en que disculpara mi comentario de que había recibido una buena educación (esperaba que no se ofendiera por mis palabras), quizá muy superior a su presente oficio, comentó que ejemplos de pequeñas incongruencias de este tipo rara vez faltaban en las grandes agrupaciones humanas; que había oído que así ocurría en los asilos, en la policía e incluso en el ejército, ese último recurso desesperado; y que sabía que pasaba más o menos lo mismo en la plantilla de cualquier gran ferrocarril. De joven había sido (si podía creérmelo, sentado en aquella cabaña -él apenas si podía-) estudiante de filosofía natural y había asistido a la universidad; pero se había dedicado a la buena vida, había desaprovechado sus oportunidades, había caído y nunca había vuelto a levantarse de nuevo. Pero no se quejaba de nada. Él mismo se lo había buscado y ya era demasiado tarde para lamentarlo.


Todo lo que he resumido aquí lo dijo muy tranquilamente, con su atención puesta a un tiempo en el fuego y en mí. De vez en cuando intercalaba la palabra «señor», sobre todo cuando se refería a su juventud, como para darme a entender que no pretendía ser más de lo que era. Varias veces fue interrumpido por la campanilla y tuvo que transmitir mensajes y enviar respuestas. Una vez tuvo que salir a la puerta y desplegar la bandera al paso de un tren y darle alguna información verbal al conductor. Comprobé que era extremadamente escrupuloso y vigilante en el cumplimiento de sus deberes, interrumpiéndose súbitamente en mitad de una frase y permaneciendo en silencio hasta que cumplía su cometido. En una palabra, hubiera calificado a este hombre como uno de los más capacitados para desempeñar su profesión si no fuera porque, mientras estaba hablando conmigo, en dos ocasiones se detuvo de pronto y, pálido, volvió el rostro hacia la campanilla cuando no estaba sonando, abrió la puerta de la caseta (que mantenía cerrada para combatir la malsana humedad) y miró hacia la luz roja próxima a la boca del túnel. En ambas ocasiones regresó junto al fuego con la inexplicable expresión que yo había notado, sin ser capaz de definirla, cuando los dos nos mirábamos desde tan lejos. Al levantarme para irme dije: -Casi me ha hecho usted pensar que es un hombre satisfecho consigo mismo. (Debo confesar que lo hice para tirarle de la lengua.) -Creo que solía serlo -asintió en el tono bajo con el que había hablado al principio-. Pero estoy preocupado, señor, estoy preocupado.

muy, muy difícil hablar de ello. Si me vuelve a visitar en otra ocasión, intentaré hacerlo. -Pues deseo visitarle de nuevo. Dígame, ¿cuándo le parece? -Mañana salgo temprano y regreso a las diez de la noche, señor. -Vendré a las once. Me dio las gracias y me acompañó a la puerta. -Encenderé la luz blanca hasta que encuentre el camino, señor -dijo en su peculiar voz baja-. Cuando lo encuentre ¡no me llame! Y cuando llegue arriba ¡no me llame! Su actitud hizo que el lugar me pareciera aún más gélido, pero sólo dije «muy bien». -Y cuando baje mañana ¡no me llame! Permítame hacerle una pregunta para concluir: ¿qué le hizo gritar «¡Eh, oiga! ¡Ahí abajo!» esta noche? -Dios sabe -dije-, grité algo parecido... -No parecido, señor. Fueron exactamente ésas sus palabras. Las conozco bien. -Admitamos que lo fueran. Las dije, sin duda, porque lo vi ahí abajo. -¿Por ninguna otra razón? -¿Qué otra razón podría tener? -¿No tuvo la sensación de que le fueron inspiradas de alguna manera sobrenatural? -No.

-¿Por qué? ¿Qué es lo que le preocupa?

Me dio las buenas noches y sostuvo en alto la luz. Caminé a lo largo de los raíles (con la desagradable impresión de que me seguía un tren) hasta que encontré el sendero. Era más fácil de subir que de bajar y regresé a mi pensión sin ningún problema.

-Es muy difícil de explicar, señor. Es

A la noche siguiente, fiel a mi cita, puse

Hubiera retirado sus palabras de haber sido posible. Pero ya las había pronunciado, y yo me agarré a ellas rápidamente.

así comenzó su vida laboral, en jornadas diarias de diez horas en Warren’s boot-blacking factory, una fábrica de betún para calzado, ubicada cerca de la actual estación ferroviaria Charing Cross de Londres. Durante este periodo su vida transcurrió pegando etiquetas en los botes de shoes polish (betún para calzado); ganaba seis chelines semanales. Con este dinero, tenía que pagar su hospedaje y ayudaba a la familia, la mayoría de la cual vivía con su padre, que permanecía encarcelado. Después de algunos meses, su familia pudo salir de la prisión de Marshalsea, pero su situación económica no mejoró hasta pasado un tiempo, cuando al morir la abuela materna de Charles, su padre recibió una herencia de 250 libras. Su madre no retiró a Charles de forma inmediata de la compañía, que era propiedad de unos parientes de ella. Dickens nunca olvidaría el empeño de su madre de obligarle a permanecer en la fábrica. Estas vivencias marcarían su vida como escritor: dedicaría gran parte de su obra a denunciar las condiciones deplorables bajo las cuales sobrevivían las clases proletarias. En su novela David Copperfield, juzgada como la más autobiográfica, escribió: «Yo no recibía ningún consejo, ningún apoyo, ningún estímulo, ningún consuelo, ninguna asistencia de ningún tipo, de nadie que me pudiera recordar. ¡Cuánto deseaba ir al cielo!».


el pie en el primer peldaño del zigzag, justo cuando los lejanos relojes daban las once. El guardavía me esperaba abajo, con la luz blanca encendida. -No he llamado -dije cuando estábamos ya cerca-. ¿Puedo hablar ahora? -Por supuesto, señor. -Buenas noches y aquí tiene mi mano. -Buenas noches, señor, y aquí tiene la mía. Tras lo cual anduvimos el uno junto al otro hasta llegar a su caseta, entramos, cerramos la puerta y nos sentamos junto al fuego. -He decidido, señor -empezó a decir inclinándose hacia delante tan pronto estuvimos sentados y hablando en un tono apenas superior a un susurro-, que no tendrá que preguntarme por segunda vez lo que me preocupa. Ayer tarde le confundí con otra persona. Eso es lo que me preocupa. -¿Esa equivocación? -No. Esa otra persona. -¿Quién es? -No lo sé. -¿Se parece a mí? -No lo sé. Nunca le he visto la cara. Se tapa la cara con el brazo izquierdo y agita el derecho violentamente. Así. Seguí su gesto con la mirada y era el gesto de un brazo que expresaba con la mayor pasión y vehemencia algo así como «por Dios santo, apártese de la vía». -Una noche de luna -dijo el hombre-, estaba sentado aquí cuando oí una voz que gritaba «¡Eh, oiga! ¡Ahí abajo!». Me sobresalté, miré desde esa puerta y vi a esa persona de pie junto a la luz roja cerca del túnel, agitando el brazo como acabo de mostrarle. La voz sonaba ronca de tanto gritar y repetía «¡Cuidado! ¡Cuidado!» y de nuevo «¡Eh, oiga! ¡Ahí abajo! ¡Cuidado!». Cogí el farol, lo puse

en rojo y corrí hacia la figura gritando «¿Qué pasa? ¿Qué ha ocurrido? ¿Dónde?». Estaba justo a la salida de la boca del túnel. Estaba tan cerca de él que me extrañó que continuase con la mano sobre los ojos. Me aproximé aún más y tenía ya la mano extendida para tirarle de la manga cuando desapareció. -¿Dentro del túnel? -pregunté. -No. Seguí corriendo hasta el interior del túnel, unas quinientas yardas. Me detuve, levanté el farol sobre la cabeza y vi los números que marcan las distancias, las manchas de humedad en las paredes y el arco. Salí corriendo más rápido aún de lo que había entrado (porque sentía una aversión mortal hacia aquel lugar) y miré alrededor de la luz roja con mi propia luz roja, y subí las escaleras hasta la galería de arriba y volví a bajar y regresé aquí. Telegrafié en las dos direcciones «¿Pasa algo?». La respuesta fue la misma en ambas: «Sin novedad». Resistiendo el helado escalofrío que me recorrió lentamente la espina dorsal, le hice ver que esta figura debía ser una ilusión óptica y que se sabía que dichas figuras, originadas por una enfermedad de los delicados nervios que controlan el ojo, habían preocupado a menudo a los enfermos, y algunos habían caído en la cuenta de la naturaleza de su mal e incluso lo habían probado con experimentos sobre sí mismos. Y respecto al grito imaginario, dije, no tiene sino que escuchar un momento al viento en este valle artificial mientras hablamos tan bajo y los extraños sonidos que hace en los hilos telegráficos. Todo esto estaba muy bien, respondió, después de escuchar durante un rato, y él tenía motivos para saber algo del viento y de los hilos, él, que con frecuencia pasaba allí largas noches de invierno, solo y vigilando. Pero me hacía notar humildemente que todavía no había terminado. Le pedí perdón y lentamente añadió estas palabras, tocándome el brazo: -Unas seis horas después de la aparición, ocurrió el memorable accidente de esta línea, y al cabo de diez horas los muertos y los heridos eran transportados por

el túnel, por el mismo sitio donde había desaparecido la figura. Sentí un desagradable estremecimiento, pero hice lo posible por dominarlo. No se podía negar, asentí, que era una notable coincidencia, muy adecuada para impresionar profundamente su mente. Pero era indiscutible que esta clase de coincidencias notables ocurrían a menudo y debían ser tenidas en cuenta al tratar el tema. Aunque, ciertamente, debía admitir, añadí (pues me pareció que iba a ponérmelo como objeción), que los hombres de sentido común no tenían mucho en cuenta estas coincidencias en la vida ordinaria. De nuevo me hizo notar que aún no había terminado, y de nuevo me disculpé por mis interrupciones. -Esto -dijo, poniéndome otra vez la mano en el brazo y mirando por encima de su hombro con los ojos vacíos- fue hace justo un año. Pasaron seis o siete meses y ya me había recuperado de la sorpresa y de la impresión cuando una mañana, al romper el día, estando de pie en la puerta, miré hacia la luz roja y vi al espectro otra vez. Y aquí se detuvo, mirándome fijamente. -¿Lo llamó? -No, estaba callado. -¿Agitaba el brazo? -No. Estaba apoyado contra el poste de la luz, con las manos delante de la cara. Así. Una vez más seguí su gesto con los ojos. Era una actitud de duelo. He visto tales posturas en las figuras de piedra de los sepulcros. -¿Se acercó usted a él? -Entré y me senté, en parte para ordenar mis ideas, en parte porque me sentía al borde del desmayo. Cuando volví a la puerta, la luz del día caía sobre mí y el fantasma se había ido. -¿Pero no ocurrió nada más? ¿No pasó


nada después? Me tocó en el brazo con la punta del dedo dos o tres veces, asintiendo con la cabeza y dejándome horrorizado a cada una de ellas: -Ese mismo día, al salir el tren del túnel, noté en la ventana de uno de los vagones lo que parecía una confusión de manos y de cabezas y algo que se agitaba. Lo vi justo a tiempo de dar la señal de parada al conductor. Paró el motor y pisó el freno, pero el tren siguió andando unas ciento cincuenta yardas más. Corrí tras él y al llegar oí gritos y lamentos horribles. Una hermosa joven había muerto instantáneamente en uno de los compartimentos. La trajeron aquí y la tendieron en el suelo, en el mismo sitio donde estamos nosotros. Involuntariamente empujé la silla hacia atrás, mientras desviaba la mirada de las tablas que señalaba. -Es la verdad, señor, la pura verdad. Se lo cuento tal y como sucedió. No supe qué decir, ni en un sentido ni en

otro y sentí una gran sequedad de boca. El viento y los hilos telegráficos hicieron eco a la historia con un largo gemido quejumbroso. Mi interlocutor prosiguió: -Ahora, señor, preste atención y verá por qué está turbada mi mente. El espectro regresó hace una semana. Desde entonces ha estado ahí, más o menos continuamente, un instante sí y otro no. -¿Junto a la luz? -Junto a la luz de peligro. -¿Y qué hace? El guardavía repitió, con mayor pasión y vehemencia aún si cabe, su anterior gesto de «¡Por Dios santo, apártese de la vía!». Luego continuó: -No hallo tregua ni descanso a causa de ello. Me llama durante largos minutos, con voz agonizante, ahí abajo, «¡Cuidado! ¡Cuidado!». Me hace señas. Hace sonar la campanilla. Me agarré a esto último:

-¿Hizo sonar la campanilla ayer tarde, cuando yo estaba aquí y se acercó usted a la puerta? -Por dos veces. -Bueno, vea -dije- cómo le engaña su imaginación. Mis ojos estaban fijos en la campanilla y mis oídos estaban abiertos a su sonido y, como que estoy vivo, no sonó entonces, ni en ningún otro momento salvo cuando lo hizo al comunicar la estación con usted. Negó con la cabeza. -Todavía nunca he cometido una equivocación respecto a eso, señor. Nunca he confundido la llamada del espectro con la de los humanos. La llamada del espectro es una extraña vibración de la campanilla que no procede de parte alguna y no he dicho que la campanilla hiciese algún movimiento visible. No me extraña que no la oyese. Pero yo sí que la oí. -¿Y estaba el espectro allí cuando salió a mirar? -Estaba allí.


-¿Las dos veces? -Las dos veces -repitió con firmeza. -¿Quiere venir a la puerta conmigo y buscarlo ahora? Se mordió el labio inferior como si se sintiera algo reacio, pero se puso en pie. Abrí la puerta y me detuve en el escalón, mientras él lo hacía en el umbral. Allí estaban la luz de peligro, la sombría boca del túnel y las altas y húmedas paredes del terraplén, con las estrellas brillando sobre ellas. -¿Lo ve? -le pregunté, prestando una atención especial a su rostro. Sus ojos se le salían ligeramente de las órbitas por la tensión, pero quizá no mucho más de lo que lo habían hecho los míos cuando los había dirigido con ansiedad hacia ese mismo punto un instante antes. -No -contestó-, no está allí. -De acuerdo -dije yo. Entramos de nuevo, cerramos la puerta y volvimos a nuestros asientos. Estaba pensando en cómo aprovechar mi ventaja, si podía llamarse así, cuando volvió a reanudar la conversación con un aire tan natural, dando por sentado que no podía haber entre nosotros ningún tipo de desacuerdo serio sobre los hechos, que me encontré en la posición más débil. -A estas alturas comprenderá usted, señor -dijo-, que lo que me preocupa tan terriblemente es la pregunta «¿Qué quiere decir el espectro?». No estaba seguro, le dije, de que lo entendiese del todo.

-¿De qué nos está previniendo? -dijo, meditando, con sus ojos fijos en el fuego, volviéndolos hacia mí tan sólo de vez en cuando-. ¿En qué consiste el peligro? ¿Dónde está? Hay un peligro que se cierne sobre la línea en algún sitio. Va a ocurrir alguna desgracia terrible. Después de todo lo que ha pasado antes, esta tercera vez no cabe duda alguna. Pero es muy cruel el atormentarme a mí, ¿qué puedo hacer yo? Se sacó el pañuelo del bolsillo y se limpió el sudor de la frente. -Si envío la señal de peligro en cualquiera de las dos direcciones, o en ambas, no puedo dar ninguna explicación -continuó, secándose las manos-. Me metería en un lío y no resolvería nada. Pensarían que estoy loco. Esto es lo que ocurriría: Mensaje: «¡Peligro! ¡Cuidado!». Respuesta: «¿Qué peligro? ¿Dónde?». Mensaje: «No lo sé. Pero, por Dios santo, tengan cuidado». Me relevarían de mi puesto. ¿Qué otra cosa podrían hacer? El tormento de su mente era penoso de ver. Era la tortura mental de un hombre responsable, atormentado hasta el límite por una responsabilidad incomprensible en la que podrían estar en juego vidas humanas. -Cuando apareció por primera vez junto a la luz de peligro -continuó, echándose hacia atrás el oscuro cabello y pasándose una y otra vez las manos por las sienes en un gesto de extremada y enfebrecida desesperación-, ¿por qué no me dijo dónde iba a suceder el accidente, si era inevitable que sucediera? ¿por qué, si hubiera podido evitarse, no me dijo cómo impedirlo? Cuando durante su segunda aparición escondió el rostro, ¿por qué no me dijo en lugar de eso: «alguien va

a morir. Haga que no salga de casa». Si apareció en las dos ocasiones sólo para demostrarme que las advertencias eran verdad y así prepararme para la tercera, ¿por qué no me advierte claramente ahora? ¿Y por qué a mí, Dios me ayude, un pobre guardavía en esta solitaria estación? ¿Por qué no se lo advierte a alguien con el prestigio suficiente para ser creído y el poder suficiente para actuar? Cuando lo vi en aquel estado, comprendí que, por el bien del pobre hombre y la seguridad de los viajeros, lo que tenía que hacer en aquellos momentos era tranquilizarlo. Así que, dejando a un lado cualquier discusión entre ambos sobre la realidad o irrealidad de los hechos, le hice ver que cualquiera que cumpliera con su deber a conciencia actuaba correctamente y que, por lo menos, le quedaba el consuelo de que él comprendía su deber, aunque no entendiese aquellas desconcertantes apariciones. En esta ocasión tuve más éxito que cuando intentaba disuadirlo de la realidad del aviso. Se tranquilizó; las ocupaciones propias de su puesto empezaron a reclamar su atención cada vez más conforme avanzaba la noche. Lo dejé solo a las dos de la madrugada. Me había ofrecido a quedarme toda la noche pero no quiso ni oír hablar de ello. No me avergüenza confesar que me volví más de una vez a mirar la luz roja mientras subía por el sendero, y que no me gustaba esa luz roja, y que hubiera dormido mal si mi cama hubiera estado debajo de ella. Tampoco veo motivo para ocultar que no me gustaban las dos coincidencias del accidente y de la muerte de la joven. Pero lo que fundamentalmente ocupaba mi mente era el problema de cómo debía yo actuar, una vez convertido


en confidente de esta revelación. Había comprobado que el hombre era inteligente, vigilante, concienzudo y exacto. ¿Pero durante cuánto tiempo podía seguir así en su estado de ánimo? A pesar de lo humilde de su cargo tenía una importantísima responsabilidad. ¿Me gustaría a mí, por ejemplo, arriesgar mi propia vida confiando en la posibilidad de que continuase ejerciendo su labor con precisión? Incapaz de no sentir que sería una especie de traición si informase a sus superiores de lo que me había dicho sin antes hablar claramente con él para proponerle una postura intermedia, resolví por fin ofrecerme para acompañarlo (conservando de momento el secreto) al mejor médico que pudiéramos encontrar por aquellos alrededores y pedirle consejo. Me había advertido que la noche siguiente tendría un cambio de turno, y saldría una hora o dos después del amanecer, para empezar de nuevo después de anochecer. Yo había quedado en regresar de acuerdo con este horario.

porque enseguida vi que esta aparición era en verdad un hombre y que, de pie y a corta distancia, había un pequeño grupo de otros hombres para quienes parecía estar destinado el gesto que había hecho. La luz de peligro no estaba encendida aún. Apoyada en su poste, y utilizando unos soportes de madera y lona, había una tienda pequeña y baja que me resultaba totalmente nueva. No parecía mayor que una cama.

La tarde siguiente fue una tarde maravillosa y salí temprano para disfrutarla. El sol no se había puesto del todo cuando ya caminaba por el sendero cercano a la cima del profundo terraplén. «Seguiré paseando durante una hora -me dije a mí mismo-, media hora hacia un lado y media hora hacia el otro, y así haré tiempo hasta el momento de ir a la caseta de mi amigo el guardavía.»

-¿No sería el que trabajaba en esa caseta?

Antes de seguir el paseo me asomé al borde y miré mecánicamente hacia abajo, desde el punto en que lo vi por primera vez. No puedo describir la excitación que me invadió cuando, cerca de la entrada del túnel, vi la aparición de un hombre, con la mano izquierda sobre los ojos, agitando el brazo derecho apasionadamente. El inconcebible horror que me sobrecogió pasó al punto,

Con la inequívoca sensación de que algo iba mal -y el repentino y culpable temor de que alguna desgracia fatal hubiera ocurrido por haber dejado al hombre allí y no haber hecho que enviaran a alguien a vigilar o a corregir lo que hiciera- descendí el sendero excavado en la roca a toda la velocidad de la que fui capaz. -¿Qué pasa? -pregunté a los hombres. -Ha muerto un guardavía esta mañana, señor.

-Sí, señor. -¿No el que yo conozco? -Lo reconocerá si le conocía, señor -dijo el hombre que llevaba la voz cantante, descubriéndose solemnemente y levantando la punta de la lona-, porque el rostro está bastante entero. -Pero ¿cómo ocurrió? ¿cómo ocurrió? -pregunté, volviéndome de uno a otro mientras la lona bajaba de nuevo. -Lo arrolló la máquina, señor. No había nadie en Inglaterra que conociese su trabajo mejor que él. Pero por algún motivo estaba dentro de los raíles. Fue

en pleno día. Había encendido la luz y tenía el farol en la mano. Cuando la máquina salió del túnel estaba vuelto de espaldas y le arrolló. Ese hombre la conducía y nos estaba contando cómo ocurrió. Cuéntaselo al caballero, Tom. El hombre, que vestía un burdo traje oscuro, regresó al lugar que ocupara anteriormente en la boca del túnel: -Al dar la vuelta a la curva del túnel, señor -dijo-, lo vi al fondo, como si lo viera por un catalejo. No había tiempo para reducir la velocidad y sabía que él era muy cuidadoso. Como no pareció que hiciera caso del silbato, lo dejé de tocar cuando nos echábamos encima de él y lo llamé tan alto como pude. -¿Qué dijo usted? -¡Eh, oiga! ¡Ahí abajo! ¡Cuidado! ¡Cuidado! ¡Por Dios santo, apártese de la vía! Me sobresalté. -Oh, fue horroroso, señor. No dejé de llamarle ni un segundo. Me puse el brazo delante de los ojos para no verlo y le hice señales con el brazo hasta el último momento; pero no sirvió de nada. Sin ánimo de prolongar mi relato para ahondar en alguna de las curiosas circunstancias que lo rodean, quiero no obstante, para terminar, señalar la coincidencia de que la advertencia del conductor no sólo incluía las palabras que el desafortunado guardavía me había dicho que lo atormentaban, sino también las palabras con las que yo mismo -no él- había acompañado -y tan sólo en mi mente- los gestos que él había representado.


De todos los instru mentos d el más as el ombroso es, sin du Los dem da ás son ex t ensiones El micro de su scopio, e l t elescopio siones de , so su vista; el teléfon sión de la o es voz; lueg o tenemo la espada s el a , extensio nes del b libro es o r azo. tra cosa: el libro e sión de la s u na e memoria y la imag inac


l hombre , a, el libro . u cuerpo . on exten s extenarado y Pero el extenci贸n.

Jorge Luis Borges 1899 - 1986


Ballet Folclórico Nacional AQUÍ ME PONGO A CANTAR LITERAR con mucho orgullo cubrió la obra “aquí me pongo a cantar” del prestigioso BALLET NACIONAL, sin lugar a dudas momentos para recordar en nada más ni nada menos que el prestigioso TEATRO VERA de la provincia de Corrientes

El Ballet Folclórico Nacional debutó el 9 de julio de 1990 en el Teatro Colón de la ciudad de Buenos Aires, bajo la dirección de Santiago Ayala y Norma Viola. Desde entonces, este cuerpo de danza, integrado por 37 bailarines, ofrece funciones con la concepción artística de realizar versiones coreográficas y escenificaciones de mitos, costumbres, historias, leyendas y paisajes manteniendo la esencia del hombre argentino.

maestras Norma y Nydia Viola, y por el profesor Eduardo Rodriguez Arguibel. Actualmente la dirección del elenco esta a cargo del profesor Omar Fiordelmondo.

te 2002, realizó 44 presentaciones en una gira internacional que abarcó diversas ciudades de Francia, Suiza y España. En el 2003 fue invitado a participar del Festival Internacional Cervantino que se realizó en Guanajuato, México.

El Ballet Folclórico Nacional se presentó con gran éxito en España participando de la Expo Sevilla, y En el Centro Nacional de la Músitambién en Portugal, Bulgaria, Co- ca y la Danza, llevó a cabo los ciclos lombia, Brasil, Paraguay y Chile. “Jueves de danza”, “Funciones didácticas para escuelas” y “VacacioDurante 1999 realizó una gira por nes con danza”. Japón que abarcó 23 ciudades. En el año 2000 el Ballet Folclórico Na- Durante 2010, al cumplirse el 20º A lo largo de estos veinte años de cional representó a Argentina en la Aniversario de la creación del Ballet trayectoria, el Ballet Folclórico Na- apertura de la Klik Expo Klik, en la Folclórico Nacional, realizó los cicional también fue dirigido por las ciudad de Tirana, Albania. Y duran- clos “Funciones didácticas para es-


CORRIENTES

cuelas”; “Bicentenario”; “Homenaje a los Maestros...” dedicado a Santiago Ayala, Norma Viola, Nydia Viola, Osvaldo Pugliese y Ariel Ramirez; “El sueño de la pastora” (reposición); “Misa Criolla”; “Homenaje a Norma y Nydia Viola”, con coreografía de Rodolfo Lastra Belgrano; “El grito de la Tierra”, con coreografía de Luis Marinoni, entre otras obras.

de Luis María Serra y Pocho Leyes. Esta obra se presentó en Danza Libre XXI (en las provincias de Corrientes y Chaco), y en el Teatro El Círculo, de Rosario, antes de grabarla para un programa especial de Canal 7.

de Doma y Folclore en Jesús María; y la 23º Fiesta Nacional y 9º Fiesta del Chamamé del Mercosur. Y realizó un ciclo anual de presentaciones en el Teatro del Globo, de la ciudad de Buenos Aires.

Durante la Temporada 2012 se presentó en el Teatro Nacional Cervantes con el espectáculo “Noche de Carnaval”, obra coreográfica del El Ballet Folclórico Nacional inició maestro Leonardo Cuello. con gran repercusión su temporada 2011 en el Teatro Nacional Cervan- Bajo la dirección del profesor Omar tes con el estreno de la obra “Juan Fiordelmondo inició la temporada Moreira”, con dirección de Leonardo 2013 presentándose en el Festival Cacho Napoli, coreografía de Mar- Nacional del Malambo en Laborde; garita Fernández y música original el Festival Internacional y Nacional

Realizó la apertura de la temporada 2014 participando de todas las lunas del Festival Nacional de Folclore de Cosquín, anticipando las futuras presentaciones en el país y en el exterior, que le permiten continuar llevando el arte de la danza argentina a todos los escenarios.


Sherlock Holmes resucita en “La sonrisa del diablo” Annelie Wendeber, bióloga y profesora de Universidad, resucita a Sherlock Holmes junto a la carismática doctora Anna Kronberges, en la trilogía “Los crímenes de Kronberg”. Un éxito de ventas en toda Europa del que Umbriel publicaba este año el primer volumen, “La sonrisa del diablo”

Cuando en este verano de 1889 aparece flotando un cadáver en los depósitos de agua que abastecen a la gran ciudad, Scotland Yard solicita la ayuda del reputado especialista en bacteriología y epidemiología, doctor Anton Kronberg, una auténtica eminencia en toda Inglaterra, Jefe de la Unidad de Enfermedades Infecciosas del Guy’s Hospital de Londres. El muerto parece haber sido asesinado, pero además tiene síntomas de la enfermedad del cólera, por lo que el riesgo de infección es grande para los habitantes de la urbe.

l llegar allí se encuentra con el asesor de la policía, Sherlock Holmes, y nuestro doctor se sobresalta. Éste es realmente una mujer, se llama Anna Kronberg y se ve obligada a disfrazarse de hombre para trabajar bajo nombre supuesto: las mujeres tienen prohibido ejercer la medicina y en esa Inglaterra victoriana podría ir a la cárcel si se descubriese el engaño. Como era de esperar, Holmes descubre la superchería y nuestros dos personajes comenzarán a trabajar juntos para desentrañar el secreto de esta mis-


teriosa muerte que les llevará a descubrir una conspiración criminal en las que están involucradas personas y estamentos importantes que realizan experimentos con bacterias peligrosas utilizando a desgraciados del asilo para lunáticos de Broadmoor. Si se descubriese esta conspiración podrían saltar los cimientos de la sociedad victoriana. «Yo también sufría una transformación diaria. Pasaba del ficticio Anton Kronberg, bacteriólogo y epidemiólogo, a la ficticia Anna Kronberg , enfermera y viuda. Estos cambios de identidad tenían sus riesgos, pero yo los aceptaba de buen grado. Llevaba años siendo Anton hasta el punto de que mi propio cuerpo se me antojaba extraño. La ausencia de pene era un inconveniente y los senos me resultaban inútiles, unos feos apéndices, incluso por la noche los ocultaba…» Con una trama trepidante, la autora nos introduce en los secretos de

una época donde impera la hipocresía, donde ser mujer es difícil. Donde todavía pasea por sus calles Jack el Destripador, la problemática de los barrios pobres Conoceremos no solo otra aventura de Holmes y otra faceta de su personalidad, también la curiosa relación amorosa que se establece entre ambos. Esta novela policiaca de 188 páginas y veintitrés capítulos te engancha desde que contemplas su portada, con un prefacio corto pero muy sustancioso, unos personajes con los que te identificas y una trama que no decae en ningún momento se lee de un tirón y te sabe a poco. Este es el primer volumen de “Los crímenes de Kronberg” y estoy deseando leer el siguiente para seguir los pasos de nuestra heroína.

www.universolamaga.com

Fuente original

Reseña por: AquíMarisa


LITERAR DE FESTEJO PRIMAVERAL

Literar presente en los eventos por el día de la primavera, festejados en el anfiteatro “Mario del Tránsito Cocomarola” , con la presencia de diferentes bandas musicales y tras el tan ansiado desfile la elección de la ganadora para esta primavera, sin dudas una excelente oportunidad para acercanos mas a los lectores.. Toque de color clásico de LITERAR…

EL ANFITEATRO Fue inaugurado en 1988 y tiene capacidad para 15.000 espectadores: actualmente están instalados 7.500 asientos, en formato de bancos de hormigón con respaldos fijos. Es único en su tipo en todo el nordeste por sus dimensiones, capacidad y diseño arquitectónico. Tiene una ubicación estratégica dentro de la ciudad de Corrientes, en el corazón de un enorme complejo habitacional y muy próximo

al microcentro. Su escenario, que lleva el nombre de “Osvaldo Sosa Cordero”, de 35 metros de boca y 15 metros de profundidad permite la realización de puestas escénicas imponentes, entre ellas los internacionalmente conocidos Carnavales Correntinos, así como multitudinarios espectáculos de la música y danza popular argentina y latinoamericana. Es sede del encuentro más importante

de la música chamamecera: la Fiesta Nacional del Chamamé. Dispone de camarines con sus respectivos baños privados individuales y generales. Le dan vida al imponente coliseo una gran cantidad de especialistas escenotécnicos que se movilizan antes, durante y después del espectáculo en sus 500 m2 de extensión.


TEKOVE POTI


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Culto es aquel que sabe donde encontrar lo que no sabe Georg Simmel (1858-1918).


Entrevista a Francisco Moroz, autor del blog literario “Abrazo de libro” Hoy recibimos al autor del blog literario “Abrazo de libro“, Francisco Moroz, con quien hablaremos en profundidad sobre libros, cultura y nuevas tecnologías:

¿Cuándo nació tu pasión por la li- al mes era capaz de concluir unos 10 de y más difícil todavía en vacaciones, ellos junto con 8 revistas. Los viajes en que cargaba al menos 5 en el equipateratura? metro ayudaron mucho.

Creo recordar que ya leía desde pequeño. Bueno, desde que aprendí a leer y a escribir con esas cartillas de tapa blanda amarilla llamadas: “Rubio “ junto a mi madre. En mi casa siempre hubo libros y recurría a ellos para matar las horas muertas; se convirtieron en parte esencial de mi ocio, de tal manera que

El amor por ellos iba fraguando cuando descubría autores que me proponían historias interesantes; pero fue cuando leí mi primer libro sobre historia, cuando realmente empezó una relación pasional con ellos. Era difícil no verme con un libro en las manos

je y quedándome corto en muchas ocasiones, viéndome en la necesidad de adquirirlos en librerías de la localidad donde tocaba el veraneo. Organicé una pequeña biblioteca personal, recurría poco a las bibliotecas por no tener ninguna cercana, y ese pequeño montón de libros se ha convertido en una habitación dedicada a ellos con


más de 1800 ejemplares (Ya no tengo sitio para más). Al final creo que he convertido esto en una especie de adicción: todos los días he de leer unos cuantos capítulos del que tengo entre manos sino, no soy persona,(je,je,je)

con libros y papel. El mundo de la imagen también se ha colado en cierta manera, y aparecerán fotos con retazos de sabiduría y pequeños montajes, siempre referidos al mundo de los libros y la escritura.

¿Cómo surgió el nombre de tu blog? ¿Cuándo diste tus primeros pasos Me fijé en la cantidad de compañeros-as por la blogosfera? Los primeros escarceos con esta plataforma no fueron a nivel literario sino más bien en el apartado de fotografía, diseño, e imagen. Colaboraba en páginas dedicadas a estos temas, participando con montajes fotográficos. Cuando descubrí en dichas plataformas un modo de hacer llegar de modo fácil y directo a otros usuarios tus inquietudes, y poder compartir ideas y aprender de otros creativos; empecé a investigar sobre qué era eso de los Blogs, descubriendo un horizonte sin límites para interactuar con otras personas interesadas en los mismos temas que personalmente me entusiasman.

que ya tenían blogs literarios con “Renombre” y me planteé para el mío algo sencillo, pero que reflejara algo de lo que yo sentía por los libros. Un amigo tiene unas cualidades de todos conocidas, entre las que se encuentra la de rubricar con un abrazo el encuentro. El calor y el bienestar que te proporcionan cuando estas junto a ellos y lo que disfrutas conversando y compartiendo tus historias personales. Después influyó la suerte de que el nombre no estuviera cogido.

¿Cuáles son tus autores/as preferidos? Autores de novela histórica muchos, pero

¿Qué encontrarán los usuarios que destaco a Santiago Posteguillo, Mika Waltari, Robert Graves, Javier Negrete, entren en tu Abrazodelibro? Actualmente, más de lo que en sus comienzos podía ofrecer, que eran las presentaciones y sinopsis de los libros leídos con una opinión imparcial sobre los mismos. Ahora mismo si entras en el blog, a parte de las reseñas puntuales encontrarás: poesía, relatos, reflexiones eso sí, todo muy personal. A parte de frases célebres, biografías y artistas que trabajan

José Luis Corral, Juan Antonio Cebrián, Jesús Sánchez Adalid, Matilde Asensi… Podría nombrar a infinidad de ellos que me aportaron mucha riqueza con munchas de sus historias. Javier Reverte con sus libros de viajes el otro Reverte con sus historias de espadachines, aunque esté un poquito de capa caída. Y después autores varios como Salvador de Madariaga, Noah Gordon, Vitus B. Droscher. Jorge

Bucay Y naturalmente los nuevos escritores que van afianzando sus obras en el panorama editorial con obras de mucha calidad como Mikel Santiago o Marcos Chicot. Y naturalmente muchos clásicos como: Verne, Machado, Cervantes, Galdós, Quevedo, Lope de Vega….

¿Qué opinas de la cada vez mayor publicación de libros auto-editados? Por un lado una lástima que tengan que ser los propios escritores los que tengan que invertir, a parte de su esfuerzo de creación personal su dinero, para ver publicados sus libros. Pero por otro lado se trata de una herramienta que los propios autores han tenido que crear para dar a conocer su obra; proporcionándoles una gran ventaja, en detrimento de esas grandes editoriales que les ignora por no correr riesgos. Para los lectores significa cercanía con los escritores a la hora de tener acceso a esos títulos que de otra manera no encontraríamos en las librerías; y del tener la oportunidad de conocer a esas personas que quieren buscar su lugar dentro del mundo literario e incluso poder interactuar con ellos a través de los blogs, presentando su obra a tus seguidores y extendiendo un poco más las posibilidades de que encuentren un mercado, o un editor con interés en su creación.

fuente: www.universolamaga.com


MUSEO DE B

Museo Provincia “Dr. Juan

El Museo Provincial de Bellas Artes “Dr. Juan R. Vidal” es una institución dependiente de la Subsecretaría de Cultura y del Ministerio de Educación y Cultura de la Provincia de Corrientes..

http://www.arteencorrientes.com.ar/

Arquitectura

Esta casona, originariamente vivienda del Gobernador de la Provincia en dos períodos (1886-89 y 1909-13) y Senador Nacional representando a la Provincia de Corrientes. Presenta dos etapas en su edificación; la planta baja de 1860 y la planta alta Pag. 32

y fachada a fines del siglo XIX. En la arquitectura del edificio del museo, existe un predominio del estilo neoclásico. Este estilo nació como una respuesta al estilo barroco, el cual se presenta sobresaturado de elementos de relieve con un predominio de formas cerradas y asimétricas, característica

ésta observable tanto en el decorado como en la construcción. El estilo neoclásico, toma elementos de la Grecia clásica. Predomina en él las líneas rectas. Se trata de reducir al máximo las formas cerradas que si bien aparecen en el cielorraso de la sala principal (José Negro), solo forman una mínima parte en un con-


BELLAS ARTES

al de Bellas Artes R. Vidal”

-

junto mayor de líneas rectas que las enmarcan.

Salas

Este museo cuenta con una sala principal de exposiciones denominada “José Negro”, en homenaje a uno de los fundadores de la plástica correntina, en ella se realizan exposiciones temporarias de artistas locales, nacionales e internacionales. Otra sala de exposiciones temporarias, que lleva el nombre de Justa Díaz de Vivar; en recuerdo de una de las mujeres fundadora de las artes plásticas en Corrientes, y una sala permanente denominada “Adolfo Mors”, en homenaje también a un eximio dibujante, pintor y también fundador de las artes plásticas en

Corrientes. Una sala de conferencias que lleva el nombre de Doña Eloisa Torrent de Vidal. La biblioteca que perteneciera al Dr. Juan R. Vidal y que alberga libros de derecho, historia, arte, literatura, de los siglos XIX y XX. En la planta alta se encuentra la sala “Felix Bunge”, en homenaje a un mecenas argentino que posibilitó que el museo tuviera una colección pictórica, compuesta por importantes firmas.

Actividades

servicio educativo, a través de exposiciones de obras de rica colección de la misma institución, como así también de artistas plásticos correntinos, de otras provincias y países limítrofes. Charlas, Conferencias y Cursos, dadas por artistas y críticos de arte reconocidos nacional e internacionalmente. Diariamente delegaciones escolares de esta capital y del interior de la Provincia de Corrientes, como así también de las provincias vecinas, recorren acompañadas de personal técnico del Museo, estas salas para conocer las valiosas colecciones de la institución.

Numerosas y variadas son las actividades culturales que tienen por marco esta sala de San Juan 634. Entre ellas podemos destacar que el Museo desempeña un permanente Fuente: www.arteencorrientes.com.ar


El agua dulce es una fuente cuĂ­dala. No la desperdic


de vida y un recurso escaso… cies, úsala racionalmente.

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LITERAR


n u m u t R A R LITE tu mun


ndo literario, a t s i v e r u t ‌ ndo artístico


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ITERAR es una organización con el noble objetivo de difundir la cultura de forma amena y gratuita.

El nombre LITERAR surge de la unión de las palabras “Argentina” y “literatura” sin embargo lejos del humilde símbolo creador hoy intentamos expandirnos del gran mundo de la literatura hacia el universo de la cultura en todas sus facetas, fomentándola y difundiéndola. Bajo estos términos surge LITERAR que hoy en día cuenta con el valioso aporte intelectual de muchos colaboradores dispuestos a brindarnos contenidos para enriquecer aquel sueño emprendedor de promover elambiente artístico. Sabemos lo difícil que puede ser para un artista o incluso para un arte en sí mismo difundirse y promocionarse por eso hemos puesto nuestro granito de arena en pos de contribuir con un ambiente cultural más diverso y saludable.

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--DIRECTORIO DE LITERAR--

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Sin más preámbulos esperamos que disfruten de este espacio simbólico que no es más que el compendio de opiniones enmarcado en el entrañable formato revista.


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