Llamada de Medianoche | Junio 2022

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La destrucción del templo en medio de una guerra de siete años Fredi WINKLER

La secuencia histórica y temporal de la guerra en la que fue destruido el Templo de Jerusalén es de crucial importancia para entender la profecía de Daniel 9:26-27. La traducción de este pasaje suele variar en las distintas versiones de la Biblia, pues el hebreo del libro de Daniel no es de fácil traducción. Sumado a esto, algunos fragmentos están escritos en arameo, lo que ha llevado a la discrepancia incluso a exégetas judíos. Al unir varias traducciones, surge el siguiente texto: “Y después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Mesías, mas no por sí; y el pueblo de un príncipe que ha de venir destruirá la ciudad y el santuario; y su fin será con inundación, y hasta el fin de la guerra durarán las devastaciones. Y por otra semana confirmará el pacto con muchos; a la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la ofrenda. Después con la muchedumbre de las abominaciones vendrá el desolador, hasta que venga la consumación, y lo que está determinado se derrame sobre el desolador”. En la actualidad se sigue dando un significado futuro a esta profecía. Sin embargo, si tenemos en cuenta el curso cronológico y temporal de la guerra, queda claro que esta profecía se cumplió en toda su plenitud en aquel momento.

El curso cronológico de la guerra La revolución judía contra Roma comenzó en el año 66; no obstante, a causa de la demora en los preparativos y la agitación en Roma, la guerra propiamente dicha se inició en Galilea recién a principios del 67. El 1 de julio del 68, Vespasiano fue proclamado emperador en la ciudad de Alejandría. Entregó el cargo de comandante a su hijo Tito, quien conquistó la ciudad de Jerusalén, cumpliéndose así la profecía que afirmaba que el pueblo del príncipe o príncipes venideros destruiría la ciudad y el santuario. Tito se había convertido, de la noche a la mañana, en el príncipe de Roma. El general romano comenzó a movilizar a las legiones, hasta que en el verano del 69 partieron hacia Jerusalén con el fin de sitiar la ciudad. Instalaron sus campamentos en el monte Scopus y en el de los Olivos para apretar más el cinturón de asedio. Los romanos intentaron doblegar a los rebeldes para negociar, a fin de evitar más violencia y destrucción, sin embargo, los radicales judíos de Jerusalén no estaban dispuestos a transigir. Los más radicales eran los zelotes, quienes ocuparon la plataforma del Templo, convirtiéndola en una resistente fortaleza. Para su defensa, elevaron también las torres de las es-

quinas del templo, lo que podría llamarse “sus alas” con estructuras de madera. Al convertir el Templo en una fortaleza, profanaron el lugar sagrado, convirtiéndose así en una “abominación desoladora”. El fanatismo los había cegado por completo. A pesar de la horrible situación que pasaban, continuaron llevando a cabo sacrificios de animales, con todo lo que ello implicaba, sin importar la hambruna que sufría el pueblo.

Comienza la conquista de la ciudad A principios del año 70, los romanos ubicaron los pesados y blindados arietes hasta las murallas de Jerusalén. El ataque comenzó por el lado norte, donde el terreno era más alto. La tercera muralla, construida unos años antes por Herodes Agripa para ampliar la ciudad, fue rápidamente traspasada. Ahora los romanos habían llegado a la segunda muralla, donde se puede apreciar hasta el día de hoy la Puerta de Damasco. Aunque en esta parte les resultó más difícil avanzar, finalmente los rebeldes no fueron rivales para la pesada artillería romana. Los romanos alcanzaron su meta una vez que llegaron a la primera muralla, la que protegía la Fortaleza Antonia, la cual a su vez protegía el Templo, pues allí se atrincheraban los líderes rebeldes.


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