Luis Renedo Juárez
Ilustraciones: Rodrigo Camarero Abad
La historia de don Valentín y sus amigos contada a los niños
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Luis Renedo Juรกrez
Ilustraciones: Rodrigo Camarero Abad
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ola amigo:
Soy Andrés Martín Miñón, tengo 97 años y estoy muy contento porque me he enterado de que don Valentín
Palencia, Donato Rodríguez, Germán García, Zacarías Cuesta y Emilio Huidobro son ya beatos. ¿Qué me dices? ¿No los conoces?. Ahora mismo te los presento. Valentín, nuestro querido don Valentín, fue como mi padre, como mis hermanos porque yo fui y llos os ootros tros ccuatro uatro jjóvenes óv aalumno lumno ddel el ccolegio olegio qque dirigió. ¡Qué bien me lo pasaba yo que nos contaban don Cipriano y eescuchando scuchando llas as aanécdotas nécd Victoria, de Valentín! Esos primeros años de ddoña oña V ictoria, llos os ppadres a m ida h an ssido ido eell ffundamento u mii vvida han de toda ella. Sin enrollarme m ás, ttee eempiezo mpiezo a eexplicar xp más, quiénes eran y lo comprenderás.
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alentín era el mayor de dos hermanos. Nació el 26 de julio de 1871 en los alrededores del Castillo de nuestra ciudad de Burgos, aunque pronto se trasladó a vivir a la plaza de la Flora. Allí trabajaban sus padres: su madre era portera y su padre zapatero. Desde pequeño tenía muy clara su vocación: quería ser sacerdote. Fue monaguillo en la capilla de Santiago, en la Catedral. A los 13 años entró como alumno externo en el seminario de San Jerónimo, pero como sus padres eran pobres, una tía le pagó la carrera. Nuestro Valentín crecía deprisa, pues al poco tiempo ya era un chico alto -¡medía 1,85!- Tenía el pelo negro, era jovial y muy risueño. Le gustaba mucho estudiar y sus notas lo reflejaban: ¡notables y sobresalientes! Antes de ser ordenado sacerdote, su tiempo libre lo empleaba en enseñar a otros niños la gramática latina y a la vez les hablaba del amor a Dios, como nos recordaba muchas veces su madre. Los pequeños eran sus compañeros preferidos de paseo.
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ue ordenado sacerdote el 21 de diciembre de 1895. Le destinaron a Susinos del Páramo. Más tarde, el obispo le confió una obra de caridad, de tipo social en la que cuidaba a niños huérfanos, pobres y marginados. Estaba situada en un piso, en el entresuelo del número 12 de la calle Santander. Después de que se trasladaran todos los seminaristas menores al actual seminario, recién inaugurado, le ofrecieron por fin el edificio contiguo a la parroquia de San Esteban, donde instaló el Patronato de San José. Un Patronato es una institución que se mantiene por la caridad. Todo el mundo cuando iba allí mencionaba a esa señora, la caridad; pero yo nunca la conocí. Con el tiempo, me di cuenta de que no era más que el reflejo del amor de Dios que don Valentín predicaba con obras y palabras. Las gentes lo ponían en práctica.
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abía muchas personas que ayudaban a nuestro sacerdote. Lo que más esperábamos es que las religiosas Salesas le invitaran a que les celebrara algún día misa. Siempre bajaba con alguno de nosotros, para que después de la eucaristía, tuviéramos un desayuno extraordinario.
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Como las monjas sabían que “nuestro padre” se metía en el bolsillo unas galletas para llevarlas al Patronato, siempre le ponían un puñado más.
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uando tuvimos el nuevo edificio, lo primero que hizo don Valentín fue arreglar la capilla y el comedor. Su preocupación y la de todas las personas que colaboraban con él era darnos pan y enseñanza. ¡Sí, como hoy diríamos, primero nos daba los peces y luego nos enseñó a pescar! En esta labor también colaboraron sus padres, que vivieron con él hasta que murieron. Doña Victoria mantenía impecable “la casa”. Don Cipriano nos enseñó el oficio de zapatero.
Además con don Valentín aprendimos varios trabajos: sastrería, imprenta, fabricación de alfombras… La confianza que tenía en Dios y en los santos era impresionante. Todavía recuerdo ese canastillo que ponía a los pies de la estatua de San José mientras decía:
Dios no nos abandonará.
¡Y era verdad! A la mañana siguiente, siempre aparecía algún donativo. Estoy completamente seguro de que se cumplía aquella frase: Amor saca amor. Además, había muchas personas que se relacionaban con nuestro hogar. Y lo de darnos limosna, no era por pena, pues su madre, doña Victoria, nos tenía impecables para lo revoltosos que éramos. Cuando ella murió, don Valentín siguió su ejemplo.
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oy, con el paso del tiempo, comprendo por qué al Patronato le llamó de San José. Él era fiel reflejo de este santo, que hizo las veces de padre de Jesús, y actuaba con el mismo silencio y amor que él. Además, la mayor obsesión de nuestro sacerdote no era que nuestro Patronato saliera en los periódicos de la época, que también sucedía, sino crear un verdadero hogar, escuela, iglesia y taller. Quería que fuéramos hombres de provecho, y… ¡lo consiguió! Nunca entendí por qué don Valentín nos prefería a nosotros, unos pobres niños necesitados, antes que a los hijos de las señoras que venían a ayudarnos y cuidarnos al Patronato. En realidad cuanto más
pobre o antes te hubieras quedado sin padres o más necesidad tuvieses ¡más te quería! Parece una contradicción, pero es lo que mi memoria de anciano consigue recordar.
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u modo de enseñar era asombroso. Gracias a su forma de ser, mucha gente le ayudaba: don Plácido era nuestro maestro, las Hijas de la Caridad también pasaban desde el Colegio de Saldaña, los seminaristas del recién estrenado seminario de Misiones Extranjeras colaboraban los domingos para darnos catequesis, los Cartujos con sus limosnas, otras muchas personas que ayudaban a asearnos y alimentarnos…, y hasta seguimos la forma de enseñar de otro burgalés, el padre Andrés Manjón. ¡Cuántas veces me tocó llevar orgullosamente el estandarte con el anagrama del colegio! El Padre Manjón era tan dinámico como don Valentín. Ambos sabían lo importante que era alimentar el cuerpo antes de querer alimentar el alma. No se me olvidará la forma tan genial que teníamos de aprender. Repasábamos geografía en el gran mapamundi que habíamos construido en el patio del Patronato. Cuando apretábamos el grifo de la fuente, salía un chorretón de agua que inundaba los ríos de aquellas superficies educativas.
Quizás pienses que en un lugar como este, con tantos niños pobres y rodeados de sacerdotes que nos hablaban de Dios, era aburrido… ¡Pues estás confundido! ¡Todo era alegría! No sé si porque nos conformábamos con poco o por el apoyo que hallábamos, yo disfrutaba. ¡Llegamos a convivir hasta 110 chiquillos! 40 de ellos internos. Saltábamos y brincábamos siempre que podíamos. Detrás del rostro sereno de “nuestro padre” se escondía una profunda alegría, delicadeza y amor que comunicaba cada vez que nos tenía que reprender por haber hecho algo malo. Don Plácido, nuestro maestro, también nos regañaba como merecíamos. Solo que, don Valentín, para que no nos tratara con dureza, le recordaba que solamente éramos niños.
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tro lugar importante de nuestro edificio era el comedor. Aquí aprendíamos mucho. Don Valentín siempre nos enseñó a dar gracias a Dios por todo, y también por los alimentos que… ¡tardábamos un segundo en devorar! Siempre que había mejoras en la casa, estas también afectaban al comedor. Recuerdo cuando estrené una de esas nuevas mesas con sus bancos recién traídos. En aquellos años donde abundaba tanto el hambre, tuvo la gran idea de inaugurar una cantina de invierno, es decir, una ampliación para que los niños externos que acudían pudieran tener por lo menos una comida contundente al día. Los días de fiesta, como San José, las primeras comuniones, el día de la Sagrada Familia, Jueves Santo o el día del cumpleaños de don Valentín, un exquisito olor inundaba toda la casa desde primera hora de la mañana. Después de la misa, nos esperaba un sabroso chocolate con bizcochos. Había veces que hasta estrenábamos servilleta. Y en las comidas y meriendas hasta podíamos invitar a nuestros hermanitos. Y si aparecía algún chaval perdido por allí, siempre había sitio y plato para él.
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Por tanto, aquella escuela de primera enseñanza y aquel inmenso comedor hizo que el Patronato fuera nuestra familia. ¡Eso sí que era santificar las fiestas!
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o creas que se me olvida! Otro lugar muy principal en “nuestra casa” era la capilla. Se encontraba en la parte sur del claustro, que como no tenía paredes, nos permitía ver el sagrario. Allí era donde don Valentín celebraba la eucaristía y, según nos decía, recibía la fuerza para preocuparse de todos nosotros.
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llí era donde rezaba y pedía al Señor todos los problemas de aquella casa tan grande. Recuerdo cuando don Valentín bendijo el nuevo retablo de la Sagrada Familia y la catequesis que nos dio contemplando aquellas imágenes de Jesús, María y José. Nos dijo que
deseaba que aquel lugar y todas nuestras casas fueran como el hogar de Nazaret: lugar de cariño, trabajo y misericordia. Esa experiencia de amor, perdón y sacrificio silencioso fue la que nos intentó comunicar a nosotros. Y fíjate si lo consiguió, que la mayoría pertenecíamos a la Cofradía de la Sagrada Familia.
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ué gran fiesta que hubo en nuestra ciudad cuando el Patronato cumplió los 25 años! Durante todo el año hubo celebraciones, pero una de las fechas que jamás se ha borrado de mi memoria fue el 26 de julio del 1925. Ese día los chavales no comimos con don Valentín, pues muchos antiguos alumnos y autoridades querían estar con él. Más tarde, bajamos al salón de actos de la Universidad Pontificia (hoy la Facultad de Teología) y allí muchas personas hablaron de don Valentín destacando su preocupación por nosotros hasta el punto de olvidarse de sí mismo, su interés por los más humildes, su trabajo silencioso y su buen talante. El cardenal Benlloch, que entonces era arzobispo de Burgos, resumiendo lo que la mayoría decía, afirmó que nuestro sacerdote, don Valentín, era la caridad personificada. Le impuso la Cruz de la Beneficencia con distintivo blanco. Esta es la fotografía más famosa de don Valentín. A pesar de ser pequeño por aquel entonces, tengo grabado cómo “nuestro padre” lloraba a lágrima viva al recibirla. Por mi cabeza pasaban tantos momentos con don Valentín: cuando nos aseaba, celebraba la eucaristía, nos enseñaba a restar y multiplicar e incluso nos servía la comida como una madre hace con sus hijos.
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ás de una vez he releído las palabras que el cardenal Benlloch dirigió a los mayores del Patronato invitándoles a que no le dejaran sólo por la calle, pues
era seguro que si de camino a casa se encontraba con un pobre se despojaría de sus nuevas ropas, que le habían tenido que comprar sus antiguos alumnos para la ocasión, para dárselas al necesitado.
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o todo fue siempre fácil. Las dificultades no faltaban. Más de una vez vi mendigar
limosna a don Valentín por amor de Dios para sus colegiales. El recuerdo de nuestro querido sacerdote con un niño a cada lado cogido de la mano, lo revivo cada vez que salgo a pasear con mis hijos y mis nietos. En este caso era yo quien les llevaba de la mano, aunque seguía sintiéndome cogido por nuestro beato. Nos llevaba con él hasta a las comidas con sus familiares. Aprovechaba para que sus parientes nos dispensaran los mejores cuidados. Todos queríamos ir pues cocinaban muy bien...
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¡Uy! Tanto hablar, tanto hablar, y todavía no te he contado quiénes son Donato, Germán, Zacarías y Emilio. Ellos eran igual de valientes, entregados y alegres que él. Ellos también me cuidaron en el Patronato como verdaderos hermanos mayores.
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onato Rodríguez nació en Santa Olalla de Valdivielso el 25 de
enero de 1911. Necesitaba dos muletas para andar por una enfermedad que había paralizado sus piernas. Por esta enfermedad fue acogido en la Casa Asilo de Burgos, donde estudió música. Al salir de allí don Valentín le fichó para el Patronato sustituyendo a nuestro maestro don Plácido. Era bajito, de pelo castaño y llevaba gafas. Además, siempre se mostraba muy cariñoso. Bastaba con su mirada comprensiva para reprendernos cuando estábamos distraídos. Era un magnífico organista. ¡Hasta tenía el diploma del Conservatorio Nacional para enseñar piano! Él era quien dirigía nuestra banda.
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ermán García nació el 30 de octubre
de 1912 en Villanueva de Argaño. A los once años ingresó en el colegio de los Hermanos Maristas y viajó con ellos por diversas partes del mundo. Nos encantaba que nos contara historias de Turín, Río de Janeiro… Pero por causa de su salud se vio obligado a abandonar la congregación y regresar a nuestra provincia. Como sabía varios idiomas, empezó a trabajar en un hotel de Burgos. Invitado por don Valentín, en 1934 se prestó a ayudarnos en el Patronato cumpliendo así con su vocación de educador. Este chico de pelo negro, bajo y callado nos encandilaba a todos cuando tocaba su clarinete.
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acarías Cuesta nació en Villasidro el 10 ddee
junio de 1916. Era alto y se ayudaba de una cachaba ba para andar, pues tenía una pierna más delgada da que la otra. Como era cuidadoso e inteligente, el el maestro del pueblo animó a sus padres a que llee dieran estudios. Sus padres tenían amistad con on don Valentín, y entró a formar parte de nuestro ro Patronato. Allí aprendió música, a arreglar zapatos, os, y a cocinar con don Valentín ayudándole en los os fogones. Aunque se le daba muy bien el oficio de de zapatero, “nuestro padre” le insistió tanto, que ssee quedó el último verano de su vida con nosotros.
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milio Huidobro es el más joven de nuestros os
beatos. Este chico fuerte, de pelo castaño y que ue jugaba con todos, nació en Villaescusa del Butrón ón el 9 de agosto de 1917. Llegó al Patronato con su su hermano Aníbal. Tenía una gran capacidad de de liderazgo que venía muy bien al Patronato, pues es solucionaba cualquier discusión. Emilio era quien en nos daba lecciones de geometría. Tocaba fenomenal nal los instrumentos de viento y de cuerda. Y se le daba ba tan bien la música que hacía las suplencias en la la banda cuando Donato no estaba.
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a ves que don Valentín daba mucha im importancia a la música, signo de alegría y armonía. D Desde el comienzo ya preparó un coro y un día pe pensó que podíamos crear una banda musical. ¡S cumplía eso de que la música amansa a las ¡Se fie fieras! Tocamos en varias fiestas de los pueblos de la provincia, en las de San Pedro y San Pablo de la Bu Burgos, en la cabalgata de Reyes, en la procesión del V Viernes Santo... Y en verano todos los días íbamos co don Valentín al parque de Fuentes Blancas, con do donde comenzamos a construir la balaustrada. Allí co comíamos y, al atardecer, volvíamos “a casa”, que es co llamábamos al Patronato. Nos dedicábamos a como ha representaciones, tocar con los instrumentos hacer de la banda o dar conciertos corales, hacíamos de lo bailes de los danzantes y luego pasábamos la los ba Conseguimos algunos ahorros bandeja.
para aliviar la tarea que don Valentín p hacía con nosotros. ¡Qué emoción cuando h eestrenamos s aquel uniforme gris y la gorra de plato! H Hasta hubo una vez que los soldados nos montaron uuna n caseta para que estuviéramos más cobijados.
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partir del verano de 1931 nuestra fama llegó más allá de la provincia. Nos contrataron en Suances para amenizar las fiestas. Y a partir de entonces... ¡ya tuvimos destino en verano! Así es como empezamos a ir allí. Don Valentín celebraba la misa en la capilla del Carmen, cerca del mar. Después de acompañarle en la celebración íbamos a la playa y, luego, a tocar en la plaza. ¡Cómo disfrutábamos allí! Aquel verano de 1936 fuimos unos veinte chavales con don Valentín.
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ubiendo el 13 de julio hacia Santander nos paró la Guardia Civil en Ontaneda. Le preguntaron a don Valentín quiénes éramos y dónde íbamos. Entonces nos aconsejaron que nos diéramos la vuelta, ya que se intuía que iba a estallar la Guerra Civil. “Nuestro padre” nos preguntó: ¿qué hacemos? A lo que respondimos todos: ¡A Suances! Él estaba preocupado por nosotros, pero quería dar un verano alegre a los niños que no teníamos otros recursos. Al llegar al destino toda la gente se alegró con nuestra visita como cada año, y así lo demostraban. Un año más no nos faltó alimento allí.
Estando de veraneo comenzó el conflicto, quedando nuestra playa en zona republicana. La verdad es que por parte de la gente no se notó la diferencia: los jóvenes acudían a nosotros para alegrar su descanso, los marineros nos seguían regalando parte de su pesca, y las mujeres nos cuidaban igual de bien que el grupo de señoras del Patronato. Para nosotros no había bandos. ¡Hasta hacían competiciones para ver quién nos daba más!
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os milicianos del pueblo le recomendaron a don Valentín que se quitara la sotana, pero él no lo hizo. Estaban preocupados porque los más extremistas mataban a muchos sacerdotes de los alrededores. ¡Las cosas se complicaban! Después de la Virgen de agosto y San Roque prohibieron a don Valentín celebrar misa, aunque, a pesar de todo, él seguía celebrándola diariamente en secreto en nuestro nuevo hogar.
Como siempre nos decía, celebrar misa era lo que le daba fuerza para seguir cuidando de nosotros. Hasta tal punto era importante para él, que a la lamparilla del sagrario nunca le faltó aceite, a pesar de casi no tener nosotros para guisar.
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asaba el tiempo y ya no podíamos volver a Burgos. Llegó el frío del invierno y nos trasladaron a otra casa. Hablando don Valentín con una señora que limpiaba, le escuché decir algunas cosas que me preocuparon: Si nuestro Señor tuvo un Judas, yo también lo he tenido. Entonces, me acordé de aquel compañero, protegido de don Valentín, que le había robado la patena y las formas que tenía preparadas para la misa. Fue con éstas con las que le acusó, ante las autoridades, por celebrar la eucaristía en secreto. Recuerdo bien cómo le aseguró a aquella mujer que siempre había pedido la gracia del martirio. Entonces, yo no sabía lo que eso significaba, pero no tenía buena pinta.
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las cuatro de la tarde llamaron a casa. Eran unos anarquistas. Después de hablar con ellos, don Valentín vino hacia su cuarto y nos dijo: Adiós. Subió hacia la casa del pueblo acompañado de Donato, Germán, Zacarías y Emilio, que decidieron ir con él. Le acompañaban también algunos mayores que no tardaron en volver. No sabemos lo que ocurrió allí arriba, pero el “adiós” de don Valentín nos había dejado muy preocupados. No podíamos imaginar que sería para siempre inolvidable la fecha de aquel viernes, 15 de enero de 1937. Habían fusilado por la noche a “nuestro padre” don Valentín junto a quienes no quisieron abandonarle: Donato, Germán, Zacarías y Emilio.
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ecuerdo que a la mañana siguiente encontraron en las ropas de don Valentín un pañuelo blanco con una cruz en el fondo donde llevó envuelta
en el bolsillo una Forma consagrada preparada para comulgar antes de su martirio. El pobre Valentín no pensaba que fuera a morir nadie más, pero la heroicidad de estos cuatro jóvenes alegres del Patronato, hizo que no le abandonaran ni en la vida ni en la muerte. Desde aquel verano hasta ahora se han hecho varios homenajes: se trajeron a Burgos los restos del sacerdote ya con fama de santidad, se trasladaron los cuerpos de “mis hermanos” al cementerio de Ruiloba, se dedicó a don Valentín una calle y una sala de la catedral. También se escribió un libro sobre ellos: “Don Valentín Palencia Marquina. El cura de los niños pobres y huérfanos”.
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ace poco ha llegado a mis oídos que a estos cinco magníficos se los llama beatos y mártires desde el 23 de abril del 2016. ¡Ahora ya sé lo que significa esta palabra!
El mártir es aquel valiente que por amor a Dios es capaz de entregar su vida perdonando a sus enemigos. El beato, es un intercesor, aún mejor de lo que yo lo soy pidiendo por mis hijos y mis nietos. Han dado su vida por Cristo, y por eso sabemos que están en el cielo, desde donde nos ayudan. Han sido tan valientes, que la Iglesia nos los propone como modelos a imitar. Ahora sólo me queda invitarte a seguir su ejemplo. Hoy, saldré de mi casa e iré a la iglesia de San Nicolás de Bari. Allí se encuentran hoy sus restos. Los entendidos los llaman reliquias. Yo, pobre de mí, me arrodillaré y pondré todas las preocupaciones que llevo en mi cabeza y en mi corazón delante de ellos, para que con su amor fraternal y paternal se las presenten a Dios. También rezaré por ti para que los beatos don Valentín, Donato, Germán, Zacarías y Emilio te ayuden a ser más amigo de Jesús.
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Edita: Archidi贸cesis de Burgos
Texto: Luis Renedo Ju谩rez Ilustraciones: Rodrigo Camarero Abad Impresi贸n y maquetaci贸n: imprentasantos Dep. Legal: BU-24/2016