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de la ficción
Rojo Ruilova
que entrenar para ser la mejor y ganar la competencia. Nada de regalarle el primer lugar a los insoportables de Delaware. Con las zapatillas bien atadas y la bici lista, Matilda vuelve por la noche (muy mala idea) a practicar al campo de la escuela. Imaginen su sorpresa cuando nota que no está sola. Este relato me transportó a mi niñez, cuando pasaba horas leyendo los libros de Escalofríos o Fantasmas de Fear Street. Un merecido descanso para, ahora, encarar la segunda mitad de «El umbral de la ficción».
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Pasamos del YA al gore, al splatter puro y duro con Iniciación, de Elián Aguilar. Ya no hay donde esconderse: acá nada es sutil; sangre, tripas y fluidos salpican las páginas de este relato breve pero explosivo, como una buena canción punk. El hambre llama y hay que calmarlo como sea. La sed se apodera del cuerpo. Solo hay una salida. ¿Qué mejor forma de describir este cuento que un corto de V/H/S dirigido por Clive Barker (pero en versión papel, obvio)?
Si ya venía hablando del «ser argentino» en las entradas anteriores, acá tengo que detenerme y ponerme de pie frente a Estática, de Ayi Turzi. Otra ofrenda corta pero que se siente en la boca del estómago. Acá nada es color de rosa y no hay esperanza que valga: una vez empezado, hay que terminarlo, aunque cueste, no porque sea difícil de comprender, sino, justamente, por lo que se deja ver entre líneas. Tendrán que leerlo para saber de qué estoy hablando.
Ya casi llegamos al final, pero antes hacemos una parada en Las alas de las mariposas, de Durgan A. Nallar. Lidiar con la muerte de un ser querido es una de las cosa más difíciles a las que debemos enfrentarnos. Si es complejo hacerlo la primera vez… imagínense la segunda.
Hermoso, poético y crudo: así es como se narra un buen relato de ficción oscura/especulativa. Mezclemos un poquito de body horror y tenemos un hitazo que evoca a Caitlín Kiernan pero con una voz muy propia.
Finalmente, llegamos al umbral. Estamos a punto de traspasarlo. Ponemos la mano sobre el picaporte, lo bajamos y nos topamos con La noche sin estrellas, de Lucas Robledo. Primero que nada, un aplauso para Lucas, quien fue el alma detrás de semejante libro. Hablando de alma, en este relato se nota que el autor puso todo de sí. Es verdad que quienes escriben siempre se reflejan un poquito en sus textos. Sin embargo, acá se cae de maduro que habla desde la experiencia, y eso es lo que hace a un buen relato: generar conexión con la audiencia. Yendo específicamente al relato, las curas milagrosas y las soluciones mágicas son algo que está muy en boga hoy en día. Nunca falta el chanta que está a la orden del día para hacer plata con el sufrimiento ajeno. Pero, ¿y si la cura que ofrecen fuese algo más? «A veces, el remedio es peor que la enfermedad», dicen algunos.
Cruzamos el umbral. La puerta se cerró detrás de nosotros. Tiramos del picaporte con fuerza, pero no abre. Ahora, solo queda esperar…
Lucas Robledo, Oriundo del barrio de Turdera, donde vivió gran parte de su vida, comenzó a escribir de chico, creando sus primeros relatos de terror a los 14 años, además de mucha poesía. Escribió para diferentes medios digitales desde 1999, incluyendo algunas revistas en papel como la clásica IRROMPIBLES y sitios de renombre como, justamente, Cultura Geek.
Sinopsis:
Al nacer, el designio de Lucio fue ser poeta y cayó sobre él la maldición de no poder enamorarse, tener hijos y vivir para siempre.
Lalundia, una loba tatuada con poesía, será su guardiana, la que lo acompañará y lo preservará de los peligros del mundo.
El Historiador cuidará de Lucio como si de su propio hijo se tratara, y le narrará su pasado, su presente y hasta su futuro.
Pero es esta realidad, la que le cuentan, ¿la verdadera?
Lucio intentará romper con las imposiciones sociales y luchará por un amor casi imposible. Y no será sin miedo e incertidumbre, porque todo implicará cuestionar aquello en lo que creía, entender que el cuento que le contaron era solamente «un cuento».
Pablo Barroso a través de su prosa fantástica y poética nos relata una historia en la que cada uno puede reflejarse. Todos cargamos sobre nuestras espaldas mandatos, expectativas y deseos heredados.
¿Cuánto cuesta desafiar esos mandatos, cuestionarlos, transformar certezas en preguntas y elegir aquello que queremos para nosotros mismos?
Opinión:
El año pasado conocí a Pablo Ba-