Catalogo 554

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José María Morelos y Pavón Generalísimo de los Ejércitos de la América Mexicana



José María Morelos y Pavón Generalísimo de los Ejércitos de la América Mexicana

Instituto Nacional de Antropología e Historia 2015


Coordinación curatorial: Salvador Rueda Smithers, Jaime Reyes Monroy, Miriam Kaiser Wachsmann, Erandi Rubio Huertas Autores de los textos: © Iván Franco Vallado © Amparo Gómez Tepexicuapan © Moisés Guzmán Pérez © María Hernández Ramírez © Juvenal Jaramillo M. © Carlos Juárez Nieto © Ricardo León Alanís © Antonio Pérez Elías © Ramón Alonso Pérez Escutia © Jaime Reyes Monroy © Salvador Rueda Smithers © Martha Terán Espinosa Revisión de textos: Mario Carrasco Teja Coordinación editorial: Carlos Méndez Domínguez Asesoría y supervisión: Lucía García Noriega y Nieto Coordinación Nacional de Difusión: Leticia Perlasca Núñez Diseño: Natalia Rojas Nieto

Fotografía: D.R. Archivo General de la Nación © Cuauhtli Gutiérrez, pp.: 58, 115, 208. © Fototeca Museo Nacional de Historia, pp.: 4, 54, 84, 95, 107, 134, 135, 141, 163, 164, 173, 188, 191, 210, 226, 235, 242, 245, 252, 256, 257. © Jorge A. Cázares Clemente, pp.: 22-23, 125, 183, 232. © Gerardo Cordero Aguilar, pp.: 21, 29, 32, 33, 40, 43, 55, 87, 108 abajo, 128, 138, 154-155, 160, 167, 168, 170, 184, 193, 220-221, 255, 258, 270. © Omar Dumaine Reyes, pp.: 16, 26-27, 34, 39, 45, 53, 61-63, 70, 73, 75, 76, 79, 82, 88, 91, 101-104, 108 arriba, 111-113, 117, 118, 121, 126, 127, 130, 131, 137, 139, 142, 145, 150, 158, 161, 174, 177, 180, 196, 204, 211, 212, 217, 222, 225, 228, 229, 237, 259. © Leonardo Hernández Vidal, portada, pp.: 7, 13, 18, 24, 30, 36, 37, 44, 46, 49, 50, 56, 59, 60, 64-66, 68, 69, 74, 77, 78, 83, 85, 86, 89, 90, 92, 97, 98, 123, 133, 146, 149, 187, 199, 201, 207, 214, 218, 230, 231, 236, 240-241, 244, 247, 251, 262, 265, 266, 273-275, 279, 280, 283-287. © Alberto Millán, p.: 80. © Fernando Franco Sevilla, pp.: 166, 269. © Roberto Ortiz Giacoman, p.: 156. © Gliserio Castañeda García, p.: 153. © Emilio García Salazar, p.: 268.

Identificación de imágenes: Portada y p. 24: Cat. 28. Anónimo, José María Morelos y Pavón, siglo xix, óleo sobre lámina, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia. P. 4: Cat. 146. Bandera del Regimiento de Infantería de San Fernando, de José María Morelos, 1812-1814, raso de seda bordado, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia. P. 7: Cat. 70. Ramón Alva de la Canal, Vida campesina. Estudio, 1935, tinta sobre papel, colección particular. P. 13: Cat. 40. Ramón Alva de la Canal, Morelos, 1955, óleo sobre tela, colección particular. P. 16: Lám. 1. Primitivo Miranda y Hesiquio Iriarte [litógrafo], Aprehensión de Morelos, litografía publicada originalmente en El libro rojo de Vicente Riva Palacio y Manuel Payno. P. 18: Página interior del Álbum de José María Morelos que el Gobierno de Michoacán editó en el siglo xix para conmemorar su nacimiento. Las iniciales son las del nombre de Porfirio Díaz. P. 21: Cat. 157. Cañón “El Niño”, principios del siglo xix, vaciado en metal, soporte de madera tallada, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Primera edición: Diciembre, 2015 D.R © 2015, Instituto Nacional de Antropología e Historia Córdoba núm. 45, Colonia Roma, 06700 México, D.F. ISBN: 978-607-484-718-5

Todos los derechos reservados Queda prohibida la reproducción, por cualquier medio, total o parcial, directa o indirecta del contenido de la presente obra sin contar previamente con la autorización expresa y por escrito de los autores y editores, en términos de la Ley Federal del Derecho de Autor, y en su caso, de los tratados internacionales aplicables. La persona que infrinja esta disposición se hará acreedora a las sanciones correspondientes. Las imágenes pertenecientes al patrimonio cultural de la Nación Mexicana, contenidas en esta obra, están limitadas conforme a la Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos de México y la Ley Federal del Derecho de Autor. Su reproducción debe ser aprobada previamente por el titular del derecho. Impreso y hecho en México – Printed and made in Mexico




AGRADECEMOS PROFUNDAMENTE EL PRÉSTAMO DE PIEZAS DE SUS ACERVOS A LAS SIGUIENTES COLECCIONES, MUSEOS E INSTITUCIONES EN MÉXICO:

Colecciones particulares Colección Jorge Cázares Campos Colección Salvador López Colección Adolfo Mexiac Museo Nacional de Arte. Biblioteca de Arte Mexicano “Ricardo Pérez Escamilla”, Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia Museo Nacional del Virreinato, Instituto Nacional de Antropología e Historia Museo Regional de Guadalajara, Instituto Nacional de Antropología e Historia Museo Regional de Guanajuato, Instituto Nacional de Antropología e Historia Museo Casa de Morelos, Archivo Histórico, Fondo de Mapas Históricos, Fondo Reservado y Fondo Conventual. Instituto Nacional de Antropología e Historia Museo de Arte Religioso Ex Convento de Santa Mónica, Instituto Nacional de Antropología e Historia Museo Histórico de Cuautla, Instituto Nacional de Antropología e Historia Centro Comunitario Ecatepec, Instituto Nacional de Antropología e Historia Academia de Artes. conaculta



SECRETARÍA DE EDUCACIÓN PÚBLICA

Aurelio Nuño Mayer Secretario

CONSEJO NACIONAL PARA LA CULTURA Y LAS ARTES DE MÉXICO

Rafael Tovar y de Teresa Presidente

INSTITUTO NACIONAL DE ANTROPOLOGÍA E HISTORIA DE MÉXICO

María Teresa Franco Directora General

Diego Prieto Hernández Secretario Técnico

José Enrique Ortiz Lanz Coordinador Nacional de Museos y Exposiciones

Salvador Rueda Smithers Director del Museo Nacional de Historia

Jaime Reyes Monroy Miriam Kaiser Wachsmann Erandi Rubio Huertas Curadores


CURADORES DE LA EXPOSICIÓN JOSÉ MARÍA MORELOS Y PAVÓN, GENERALÍSIMO DE LOS EJÉRCITOS DE LA AMÉRICA MEXICANA

Salvador Rueda Smithers Director del Museo Nacional de Historia inah Historiador por la Universidad Nacional Autónoma de México, con Maestría en Estudios de Arte por la Uni­versidad Iberoamericana y diplomado en Alta Dirección de Museos del Instituto Tecnológico Autónomo de México (itam). Es investigador de tiempo completo de la Dirección de Estudios Históricos del inah. Se ha especializado en historia del siglo xx mexicano, periodo al que le ha dedicado la mayoría de sus publicaciones. Se ha desempeñado como docen­te, conferencista, director de la Dirección de Estudios Históricos del inah, así como del Museo Nacional de Historia, Castillo de Chapultepec. Jaime Reyes Monroy Director del Museo y Archivo Histórico Casa de Morelos inah Maestro en Historia por la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Ha realizado diplomados en Administración y Gestión Cultural, en Alta Dirección de Museos y en Gestión Documental. Es Profesor de Asignatura de la Facultad de Historia de la Universidad Michoacana. Ha participado en diversos cursos, talleres y seminarios e impartido conferencias sobre temas de la Historia de México, Patrimonio Cultural y Documental. Autor de la Guía bibliográfica para una historia de la cultura y el arte, ha publicado artículos en revistas especializadas y de divulgación. Recibió en tres oca­

s­ iones el “Premio Padre de la Patria”, de la Universidad Michoacana, por desempeño académico. Miriam Kaiser Wachsmann Fue directora del Museo del Palacio de Bellas Artes, subdirectora técnica del Museo Nacional de Arte, directora de la Sala de Arte Público Siqueiros, directora de Exposiciones Internacionales y de Difusión Cultural Internacional del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, directora de Exposiciones Nacionales e Internacionales del Instituto Nacional de Antropología e Historia. Formó parte del Consejo Consultivo del Festival Internacional Cervantino. Es coautora del libro De chácharas y otras cosas. Recibió el Reconocimiento icom México por su destacada labor en el ámbito museístico. Erandi Rubio Huertas Es licenciada en Historia por la Escuela Nacional de Antropología e Historia del inah y maestra en Estudios de Arte por la Universidad Iberoamericana. Se ha desempeñado como docente en preparatoria, licenciatura y maestría; como investigadora en la Coordinación Nacional de Museos y Exposiciones del inah y en la Coordinación Nacional de Artes Visuales del inba. Actualmente es profesora en la Escuela Nacional de Conservación, Restau­ra­ ción y Museografía del inah. Ha desarrollado temas de investigación sobre historia y arte de los siglos xviii y xix.



Índice Prefacios: 17 Rafael Tovar y de Teresa PRESIDENTE CONSEJO NACIONAL PARA LA CULTURA Y LAS ARTES DE MÉXICO

19 María Teresa Franco DIRECTORA GENERAL INSTITUTO NACIONAL DE ANTROPOLOGÍA E HISTORIA DE MÉXICO

25 De cura a caudillo. Descifrar a José María Morelos y Pavón Salvador Rueda Smithers

57 El cura Morelos y su casa a través de los testimonios documentales Jaime Reyes Monroy

67 Los tiempos y la generación de José María Morelos como estudiante Juvenal Jaramillo M.

81 El Real y Primitivo Colegio de San Nicolás Obispo de Valladolid,

Michoacán, en tiempos de Miguel Hidalgo y José María Morelos Ricardo León Alanís

93 José María Morelos y Pavón,

Generalísimo de las armas de la América Septentrional Moisés Guzmán Pérez

129 El Congreso de Chilpancingo y la Constitución de Apatzingán:

José María Morelos y los aportes de la insurgencia mexicana para crear una nación Carlos Juárez Nieto


157 Morelos y las identidades simbólicas de la Independencia Moisés Guzmán Pérez

185 Un capitán general de los ejércitos con gorro de clérigo Martha Terán

205 Cádiz, Morelos y el celo monárquico del intendente Merino (1812-1814) Iván Franco

223 La figura cívica de José María Morelos Ramón Alonso Pérez Escutia

243 Las prendas de José María Morelos, el Siervo de la Nación María Hernández Ramírez

263 Algunas notas sobre “El Supremo Congreso Mexicano

a todas las Naciones”, Puruarán, 1815 Amparo Gómez Tepexicuapan

271 “El Supremo Congreso Mexicano a todas las Naciones”.

Historia de su hallazgo Antonio Pérez Elías

277 “El Supremo Congreso Mexicano a todas las Naciones” 289 Lista de obra



E

l Gobierno de la República dedicó oficialmente el año 2015 para conmemorar la vida y obra de José María Morelos y Pavón. Una doble efeméride enmarcó las distintas actividades que llevaron a recordar al personaje que encabezó la lucha insurgente en el sur del virreinato de la Nueva España y que escribió, con sus Sentimientos de la nación, el primer documento de profundo calado político-social que hizo posible el nacimiento del Estado mexicano. Por un lado, conmemoramos el aniversario 250 de su nacimiento, el 30 de septiembre de 1765 en la ciudad de Valladolid, Michoacán, conocida como el jardín de la Nueva España, floreciente urbe comercial en el corazón del Bajío agrícola y vecino a sus centros mineros; por el otro, recordamos su muerte ocurrida el 22 de diciembre de 1815, en el pueblo indígena de San Cristóbal Ecatepec, donde Morelos fue ejecutado a manos del ejército realista. Diversos programas culturales y cívicos se desarrollaron a lo largo y ancho del país para recordar, en la moderna memoria ciudadana, a uno de los pilares políticos fundacionales del México libre y soberano. En jornadas de reflexión, coloquios y mesas redondas, se escribió y se debatió en torno a las acciones y el legado del cura de Carácuaro y Generalísimo de los Ejércitos de la América Septentrional, haciendo una justa actualización historiográfica. La conmemoración propició una amplia revisión de la figura histórica de Morelos, su tiempo y circunstancia; se reeditaron sus documentos políticos y militares, y se buscó estudiarlo en su proporción humana para hacer un balance del hombre y su herencia. En conjunto, México dedicó un homenaje reflexivo y profundo, que indagó en el pasado a la luz de la historia nacional logrando que nuevas generaciones conozcan con mayor precisión la originalidad política y la trascendencia de las ideas de unión y libertad de José María Morelos y Pavón. En esta labor de recordar, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, a través del Instituto Nacional de Antropología e Historia, buscó narrar la biografía de Morelos mediante la mirada de los artistas plásticos para ir más allá de la exhibición de sus objetos personales o de los documentos firmados y mostrar la sorprendente actividad intelectual y política de este prócer. La iconografía moreliana, los rasgos de identidad, los momentos que cifraron sus cincuenta años de vida y doscientos de historia nacional, fueron buscados y en buena parte acopiados para la exposición que preparó el Museo Nacional de Historia en sus salas temporales del Castillo de Chapultepec. Asimismo, se invitó a un grupo de los más importantes historiadores para que dieran cuerpo a un libro útil y actualizado sobre el tema del origen del México independiente. El presente catálogo da cuenta de la exposición y es un documento que ofrece testimonio de las actividades dedicadas a Morelos en 2015 y de la viva memoria que su legado de libertad y soberanía tiene a doscientos años. Es una invitación a la lectura y al disfrute de esa poética que ha dado forma a Morelos y su tiempo. Rafael Tovar y de Teresa Presidente Consejo Nacional para la Cultura y las Artes de México



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n septiembre de 1910 el capitán general Camilo García de Polavieja y del CastilloNegrete, primer marqués de Polavieja, llegó a México como representante oficial del gobierno de España a las fiestas del Centenario de la Independencia. Tenía el encargo de transmitir al presidente Porfirio Díaz los parabienes del rey Alfonso XIII, con palabras ajustadas a las cortesías y protocolos obligados en la diplomacia. También traía consigo un regalo espléndido, muestra de la generosidad y buen tino del monarca español. El gesto trascendió hasta tocar la sensibilidad mexicana, cargado de valores simbólicos, el marqués de Polavieja regresó intactos los objetos personales de José María Morelos y Pavón. Se trataba de la que se conocería como valija de Calleja, conjunto de objetos arrebatados en distintas acciones de combate a los rebeldes insurgentes un siglo atrás y enviados a la península como signos del triunfo de las armas reales. El gobierno de la República lo recibió con toda solemnidad y aun con sorpresa. Las gestiones habían sido largas y no exentas de tropiezos. Fue la voluntad del monarca la que definió el proceso en favor de México. Decisión difícil, si es dable imaginarla: lo que en 1815 había sido valorado como trofeo de guerra contra un “cabecilla”, insumiso al monarca Fernando VII, retornaba con un peso simbólico contrario, honorífico. Cien años de vida independiente bien merecían la pena de ser recordados como historia compartida: en España, se había logrado la liberación contra los invasores napoleónicos y el establecimiento final de la Constitución de Cádiz (1812), y en México, el triunfo de la República (1823) y la estabilidad política y económica, de paz, orden y progreso encarnados en los sucesivos periodos presidenciales de Porfirio Díaz de 1884 a 1911. Esta evolución de valores permitió que los trofeos del vencido regresaran como reliquias patrias, como piezas que conmemoraban a Morelos, al que Polavieja calificó de “gran ciudadano y gran soldado”. Así debió sentirlo el general Díaz. Más allá del propósito incendiario de los discursos en el fervor de cada ciudadano, el presidente de México sentiría la emoción del fluir de la historia en su ser. Así lo demuestran las palabras que pronunció al recibir el esperado —y sin duda generoso— regalo del rey Alfonso: “Yo no pensé que mi buena fortuna me reservara este día memorable en que mis manos de viejo soldado son ungidas con el contacto del uniforme que cubrió el pecho de un valiente…”, don Porfirio, el héroe de la paz, atestiguaba la entrega de los objetos personales de quien persiguió “la realización de una quimera entonces y dulce realidad después para nosotros: crear una nacionalidad soberana y libre”. Atesoradas desde entonces, son las reliquias del prócer resguardadas con honor en el Museo Nacional de Historia, Castillo de Chapultepec. La ronda de las generaciones no ha desmentido la emoción de los mexicanos de aquel entonces. Hoy, al cumplirse dos siglos y medio del nacimiento y dos siglos de su muerte, el enorme peso simbólico de José María Morelos obliga a una conmemoración singular. El Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, a través del Instituto Nacional de Antropología e Historia, convocó a doce historiadores especialistas en la vida y obra del Siervo de la Nación para dar cuerpo a un libro que ofreciera, con frescura y erudición, explicaciones puntuales a los jóvenes lectores mexicanos. Libro y catálogo al mismo tiempo, deja el registro de una exhibición que hurgó en las expresiones plásticas la singularidad del héroe en su proporción humana. El conjunto de ensayos


que aquí se presentan sintetizan, con habilidad y buena prosa, la enorme biblioteca dedicada a Morelos que los años y la admiración han acumulado durante doscientos años. Quiero cerrar la anécdota que dio pie a esta presentación. La leyenda popular consignó que el marqués de Polavieja atestiguó el desfile que cerraba la ceremonia del Centenario de la Independencia, y de reojo vio con curiosidad la manifestación antirreeleccionista que se desarrollaba en la céntrica calle de Plateros. Una semana más tarde, el 23 de septiembre, el general Díaz sería declarado oficialmente presidente electo para el periodo 1910-1914. Díaz y Polavieja protagonizaron el último capítulo de la historia del siglo xix. Polavieja partiría a La Habana y de ahí a Madrid, a rendir el informe oficial de su comisión; en México, muy pronto comenzaría la revolución. En septiembre de 1944, el retrato de Morelos con su traje de Capitán General, fechado en 1812, sería la carátula de la invitación oficial a la apertura del Museo Nacional de Historia en el Castillo de Chapultepec. La historia fluye; y nosotros con ella… María Teresa Franco Directora General Instituto Nacional de Antropología e Historia de México






De cura a caudillo Descifrar a José María Morelos y Pavón Salvador Rueda Smithers Museo Nacional de Historia, inah

¿QUIÉN FUE MORELOS?

L

a pregunta es antigua. Flota desde el principio mismo del acontecimiento que encabezó. La formularon sus correligionarios, quienes atestiguaron y documentaron sus acciones, y también sus enemigos, que fueron implacables. Después la repitieron varias generaciones de historiadores afectos a sus ideas, pero asimismo los que han sido sus opositores. Quienes primero la plantearon fueron los contemporáneos de este hombre cuando se sorprendieron de que surgiera para trazar con seguridad el camino de la independencia nacional entre las sombras de una sociedad acostumbrada a las medianías del ingenio y la obediencia sin discusión; a las pobrezas generalizadas y al conformismo de sus condiciones de vida; a ver ánimas en pena y a esperar milagros para recuperar la salud. ¿Cuál es el secreto de la historia, al mismo tiempo creadora y criatura de sus protagonistas? ¿Qué mecanismo cambia el destino de una sociedad pasiva durante siglos, un mecanismo movido por la mano del hombre en apariencia menos notorio, como somos el común de las personas? ¿Cómo fue que alguien en extremo humilde y sin preparación se desdobló, de manera súbita, hasta convertirse en el personaje más importante para todos? Su tiempo vital apareció como una centella. El efecto se ha medido en siglos. Han pasado poco más de doscientos años desde que el enigma se dibujó. La respuesta es imposible, aunque sí es legítimo volver a asombrarse: el ser humano es incalculable. Hoy, como ayer, la figura de José María Morelos se traza con una energía sorprendente y ejemplar. La pregunta sigue viva. Nadie —ni siquiera él mismo— podía adivinar que en menos de un lustro pasaría de ser un funcionario eclesiástico maduro y sedentario, dedicado a sus labores rutinarias, anclado en un sitio donde el clima extremo reduce las horas del trabajo, al estratega que puso en jaque al gobierno virreinal, militar pundonoroso y batallador, dirigente de tropas salidas de la nada y quien imaginó el futuro político independiente de la que llamó la América Mexicana. Él ideó la forma para gobernar que debía asumir el país de los americanos y soñó con una sociedad sin mayores distinciones que las virtudes personales. Uno de los resortes del secreto fue el convencimiento. Su

PP. 22-23: Cat. 5. Jorge Cázares Campos, El Estado Mayor del General José María Morelos y Pavón, 2014, óleo sobre tela, colección particular.

Cat. 28. Anónimo, José María Morelos y Pavón, siglo xix, óleo sobre lámina, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

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Cat. 12. Anónimo, Sarao en un jardín, biombo, siglo xviii, óleo sobre tela, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

presencia, palabra e investidura convencieron, y la aceptación llevó al acuerdo: aunque novohispano, Morelos fue el primer caudillo mexicano, el inicio de una cadena del largo proceso que explicó los motores del poder político del siglo de los caudillos, como denominó el historiador Enrique Krauze al siglo xix. Morelos fue inesperado; su ascenso, vertiginoso. Sucedió en un instante —“momento luminoso de la historia”, para robar la idea a Stefan Zweig—. A modo de conjetura, la encrucijada histórica se ubicaría entre octubre y noviembre de 1810. Se inició en Carácuaro y explotó en Zacatula, dos puntos casi inaccesibles incluso hoy. Describir qué revela ese jirón del tiempo permite recordar el perfil del hombre que nos pensó como una nación libre. HACIA EL OCASO DE LA NUEVA ESPAÑA

Octubre de 1810. Hay que imaginar nuestra geografía como la miraba la gente del pasado: estamos en el curato de San Agustín Carácuaro, rincón de la cristiandad en el obispado de Michoacán, escondido entre basaltos y los quiebres de una sierra escabrosa, apenas enlazado con otros puntos por las veredas que conducen al sur de la Nueva España. Es otoño y otra vez arrecia el calor. Como siempre, las lluvias han sido

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escasas y la tierra vuelve a tener sed. Al pequeño pueblo de 56 familias llegaban los arrieros con algunas mercancías y con noticias que inquietaron a un amigo del señor cura. Fue él, un ranchero llamado Rafael Guedea, dueño de la hacienda de Guadalupe, quien le comunicó lo que ahora sabía. Ese año se oyó que los campos estaban poblados de monstruos. No todos eran nuevos. A los acostumbrados rumores de epidemias, hambre y sequías que mataban a niños y ancianos en la canícula, de espectros y de ánimas en pena que de vez en cuando espantaban a los viajeros, se sumaban los de la maldad del temible emperador francés Napoleón Bonaparte, gran enemigo de la religión católica y del rey de España. Se decía que con sus tropas, apoyadas por traidores, el emperador francés amenazaba con apoderarse de la América. Sin embargo, también se hablaba de otros monstruos que nunca antes habían penetrado en la Nueva España, o cuando menos no se les recordaba. Sus voces eran las de las bocas de los cañones y los ritmos de los tambores militares. Se escuchó que mucha gente de los ranchos y caseríos se juntaba con unos rebeldes llamados “insurgentes”, quienes armados con piedras, flechas, lanzas y cuchillos recorrían los pueblos para reclutar a los americanos contra el mal gobierno que se había apoderado del virreinato.

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El cura recibió un pliego que debió de hundirlo en la duda y el enojo: era el edicto del obispo Manuel Abad y Queipo, la máxima autoridad de la Iglesia michoacana, quien, por escrito, acusaba de hereje y maldecía a Miguel Hidalgo y Costilla, dirigente de los rebeldes, párroco de Dolores y antiguo rector de la Universidad de San Nicolás Obispo de Valladolid: maldecía su cabeza y sus pies, su pelo y su piel, su respiración y sus entrañas. Los anatemas incluían a estos insurgentes. Obediente, leyó en voz alta la acusación entre los fieles de la parroquia. Luego clavó el papel con esas duras palabras en la puerta de su templo. Entonces José María Morelos y Pavón, cura de Carácuaro, ordenó que se preparara un caballo. No se conformaba con los rumores y las maldiciones. Él mismo iría por respuestas… Cambiar la historia

El cura de Carácuaro estimaba a Hidalgo, su maestro. Se decía que era el destructor de la paz y del bienestar de las familias novohispanas; que había entrado a sangre y fuego en la rica ciudad minera de Guanajuato; que era desobediente de las autoridades españolas; que su gente robaba y mataba por los caminos. No obstante, también se había oído lo contrario. Tal vez por boca de los arrieros se aseguraba que Hidalgo peleaba contra el mal gobierno de los “gachupines” —esos mismos que despreciaban a los americanos—, y que con una imagen de la Virgen de Guadalupe buscaba la libertad de los esclavos y las castas. A su ejército lo llamaban “insurgente”. Nunca más olvidaría Morelos esa palabra. Había que salir de la duda. El señor cura Morelos se despidió de Carácuaro y salió al encuentro con Hidalgo, quien desde Guadalajara caminaba hacia la ciudad de México. ¿Qué buscaba? Tal vez en ese instante concibió que era posible vivir sin el gobierno de los españoles. Momento crucial: quizá pensó que se llegaba al final de una historia de trescientos años de sujeción política e injusticia contra los nacidos en América. Sin saberlo, esta decisión de José María Morelos abriría las puertas al futuro. Entrevista con Hidalgo

El cura Miguel Hidalgo, jefe de los insurgentes, llevaba prisa. Morelos lo alcanzó en Charo, lo acompañó y se entrevistó con él en Indaparapeo. No creyó que fuera un monstruo, como se afirmaba en las gacetas y los papeles del gobierno. Morelos regresó a su pueblo, en el rincón de la cristiandad, con otro papel. Hidalgo lo había nombrado su lugarteniente, encargado de extender la rebelión y tomar el puerto de Acapulco. Sin armas ni hombres; tan sólo con un papel firmado: “Por el presente comisiono en toda forma a mi lugarteniente, el brigadier don José María Morelos, cura de Carácuaro, para que en la costa del sur levante tropas, procediendo con arreglo a las instrucciones verbales que le he comunicado. Firmado, Miguel Hidalgo, generalísimo de América”. En los siguientes cinco años Morelos recorrería desde las costas del océano Pacífico hasta Veracruz; desde el Nevado de Colima hasta las estribaciones del Popocatépetl y las faldas del Pico de Orizaba; desde Oaxaca hasta los Altos de Jalisco. José María Morelos, aquel humilde cura de Carácuaro, se volvería “generalísimo”, jefe del Ejército Insurgente del Sur y Siervo de la Nación. Heredamos sus ideas, sus logros y su voluntad. Su nombre sería repetido por toda la Nueva España y daría

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Cat. 27. Anónimo, Miguel Hidalgo y Costilla (en campaña), siglo xix, óleo sobre tela, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

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Cat. 208. Aristeo Mercado, Certificación de registro de bautizo de Morelos en tiempos del gobernador Aristeo Mercado, 1891, tinta sobre papel, Archivo Histórico Casa de Morelos, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Cat. 104. José María Morelos, Pedido de servidumbre, siglo xix, tinta sobre papel, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

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identidad a ciudades y municipios. Una vez convertida en República triunfante, se bautizaría como Morelos a un estado del país que imaginó. Su decisión marcaría el alba de una era histórica: la del nacimiento de México como nación independiente. Abanico de la naturaleza

La geografía del obispado de Michoacán contenía los contrastes de la inmensidad virreinal. En su corazón florecía la ciudad de Valladolid, conocida como “el jardín de la Nueva España”, foco cultural e intelectual del orgullo de ser americano. Al obispado lo dominaban distintos ritmos de la vida. Por un lado, la riqueza y el di­ namismo del Bajío; por el otro, la vitalidad parsimoniosa de la meseta purépecha; más allá, las bondades de las tierras humedecidas por los lagos volcánicos y fríos de la sie­ rra, así como el templado lago de Chapala, y por acá una larga franja, la de Tierra Ca­ liente, que sumaba algunas abundancias con la aridez de un clima inhóspito: sólo en el fondo de sus barrancas corría el agua, abundante pero indócil. Riqueza y pobreza. Las interminables cadenas de cerros bajos apenas rompían el paisaje monótono del largo valle de Tierra Caliente y de los arroyos que nacían en la sierra y se hundían en el fondo de barrancas. Las parcelas de cultivo de maíz y frijol, los árboles frutales, las cercas de piedra y los jacales y corrales son aún prueba del trabajo tenaz de hombres y mujeres que arrancan al suelo y al clima algo para vivir. Ni la naturaleza ni las obras humanas, ni los trazos de los caminos ni la factura de los transportes, habían cambiado desde la llegada a la región de los primeros pobladores sedentarios, un par de siglos atrás, durante la lenta conquista de este medio ambiente difícil y hostil. Caminos y aguajes cubrían las jornadas de las caravanas de mercaderes arrieros, de pastores trashumantes y de uno que otro viajero que huía de la pobreza de sus pueblos y ranchos. Los nombres de los lugares conservaban el sabor de lo antiguo, como si sus edificios, veredas, linderos y aun los rasgos y apellidos de sus habitantes no hubieran cambiado desde el origen del mundo. Asperezas

La región de Tierra Caliente, árida y más pobre que próspera, era una geografía apenas conocida por los recaudadores de impuestos y los clérigos administradores del obispado en Valladolid. Sus nombres se ligaban a los de sus santos patronos, a sus fiestas religiosas, a las noticias que enviaban con regularidad los curas y diáconos sobre las cifras de nacimientos, muertes, bautizos y matrimonios que afectaban esa geografía. De igual modo, de manera regular, la rutina ordenaba las “visitas de parroquia”, reali­ za­das por los inspectores del obispado para conocer el estado de las iglesias, capillas, cementerios y ajustar los levantamientos de censos. De vez en vez asimismo entendían acerca de la conducta de la religiosidad popular, con informes que iban a parar a la In­quisición. En manos del Tribunal del Santo Oficio quedaba la resolución de las sospechas por herejías y brujerías, de la calificación de apariciones y de posibles hechos milagrosos. A los curas de los pueblos les tocaba aplacar las turbulencias locales: las pequeñas venganzas y los delitos menores que hasta antes de 1810 no parecían notarse. Españoles y criollos: parientes y rivales

Preocuparse por la pureza de sangre era una costumbre remota. En el caso novohispano, puede rastrearse desde su origen como reino de ultramar del imperio español.

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Cat. 142. Casaca infantil, siglo xviii, seda bordada, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Esta pureza de sangre se argumentó cuando los privilegios y mecanismos de la herencia regularon el acceso a puestos políticos, el ejercicio de oficios, los derechos a usar signos de distinción y una larga serie de prerrogativas para los peninsulares o descalificaciones contra quienes no lo eran. Ser “español puro” implicaba ventajas económicas y de posición social de privilegio ante el resto de la población; excluía a los mestizajes, a los negros y a los indios de lugares en los templos y en ceremonias públicas, así como de formas de vestir y adornar el cuerpo, del uso de armas y caballos, del ejercicio de oficios y de la educación, entre otros aspectos. Con el paso del tiempo, sin que las líneas de distinción y sus efectos materiales e ideológicos desaparecieran, se fueron afinando los mecanismos de separación social. Desde el siglo xvi hasta el levantamiento insurgente, criollos y peninsulares pelearon por el acceso a profesiones y puestos públicos. Aun así, todos se decían “españoles”. El historiador Silvio Zavala explicó que, para la época que le tocó vivir a Morelos: La calificación de españoles no tenía en aquellos tiempos una connotación racial, sino más bien política y por tanto podía aplicarse a todos los súbditos del rey de España, incluyendo a la gente de las posesiones ultramarinas que habían tomado el rango de partes integrantes del imperio. La distinción más usual era entre europeos y americanos y en el lenguaje usual se multiplicaban las subdivisiones de criollos, gachupines, mestizos y demás castas, además de los naturales o indios con sus innumerables variaciones regionales.1

Silvio Zavala, Apuntes de historia nacional, 1808-1974, 5a ed., México, fce/El Colegio Nacional (Historia), 1990, pp. 13-14.

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Cat. 143. Casaca, siglo xviii, damasco de seda y galón de hilo metálico, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

La desigualdad

La Nueva España tenía un número reducido de ricos y una enorme mayoría de pobres. La distancia entre las fortunas y la miseria resultaba enorme. Sin embargo, las diferenciaciones sociales, repartidas en una geografía desigual, no fueron la causa de la guerra de Independencia ni de su violencia, aunque sí nutrieron el descontento que se guardó por muchos años y estalló con el origen de un fenómeno propio de la historia mexicana de los últimos dos siglos: el caudillismo. Fueron los caudillos insurgentes —en su mayoría criollos desplazados de la escala política y social por los peninsulares— aquellos que en diversas partes de la Nueva España llamaron a expulsar a los “gachupines” del gobierno virreinal. También fueron ellos, con Miguel Hidalgo a la cabeza, quienes decretaron la desaparición del sistema de castas y la abolición de la esclavitud. En 1813, el cura y general José María Morelos fue el primero en desconocer abiertamente al rey de España como la autoridad política más alta y en proponer un gobierno propio. Asimismo, él propuso como programa fundamental de la insurgencia estrechar la brecha entre la riqueza y la pobreza. Para lograrlo, imaginó la existencia de un Poder Legislativo encargado de elaborar leyes que rigieran sobre la realidad de la América septentrional: el México actual. Esto significaba la independencia absoluta del país y el origen de una nueva nación. Nueva España en números

Según los cálculos de algunos historiadores, hacia finales del siglo xviii los novohispanos contribuían a la Real Hacienda en la Nueva España con 70 por ciento per cápita más que los peninsulares.

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Cat. 8. Lorenzo Zendejas, Pecador acude a la iglesia, siglo xix, Ăłleo sobre tela, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de AntropologĂ­a e Historia.

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Sin embargo, hacia 1810 el descontento criollo recorría el continente, pues el dominio de los peninsulares fue general en todos los virreinatos. El sabio novohispano José Miguel Guridi y Alcocer ofreció los siguientes números: “Sólo cuatro de 170 virreyes habían nacido en América, y sólo 14 de 602 capitanes generales, presidentes y gobernadores. En 1812 sólo había cuatro criollos entre los 28 intendentes en América. Se había nombrado a 278 criollos para obispos, frente a 702 europeos”.2 Los ingresos

En los comienzos del siglo xix, los hacendados más prósperos de la Nueva España podían obtener rentas de 200 000 pesos fuertes al año; el rico minero conde De la Valenciana tenía una riqueza valuada en cinco millones de pesos, y su veta de plata en Guanajuato le dejaba 70 000 pesos anuales. El arzobispo de México ganaba 130 000 pesos anuales y el obispo de Michoacán, 100 000. El curato de Dolores, afortunado y floreciente, dejaba a Miguel Hidalgo alrededor de 9 000 pesos al año. En contraste, el curato de Carácuaro le redituaba al cura José María Morelos cien pesos por año; es decir, alrededor de 80 centavos diarios, apenas suficientes para mantener al sacerdote, a su madre y a su hermana. La pobreza atenazaba a la mayor parte de la población virreinal. El desequilibrio so­cial se reflejaría en las palabras de Morelos suscritas en septiembre de 1813 en su ideario po­ lítico conocido como Sentimientos de la Nación: “Moderar la opulencia y la indigencia”. MORELOS, EL HOMBRE La sociedad en la Nueva España

José María Teclo Morelos y Pavón nació el 30 de septiembre de 1765 en la portería noreste del convento de San Agustín de la próspera ciudad de Valladolid. No fue un nacimiento acompañado por la fortuna: las crónicas dicen que su madre, Juana Guadalupe Pérez Pavón, tuvo que acogerse a la asistencia eclesiástica por haberse adelantado los dolores de parto. El segundo de tres hijos, José María tendría una dura infancia: la pobreza obligaría a su padre, Manuel Morelos, de oficio carpintero, a buscar fortuna en San Luis Potosí y a dejar a la familia en Valladolid bajo la mirada del abuelo materno, José Antonio Pérez Pavón, un hombre de bien. Con éste José María aprendió a leer y, casi con seguridad, a hacer las operaciones aritméticas básicas, habilidades que muy pronto le darían de qué vivir. La suya fue una niñez sin abundancia: José María gozaría de la protección de un tío, quien le dio techo, alimento y trabajo en la hacienda de Tahuejo, lejos de Valladolid. El latido de la modernidad borbónica

Eran años de cambios políticos que buscaban modernizar la administración pública. La Nueva España medía 81 144 leguas cuadradas, con una población de casi seis millones de habitantes: poco menos de 80 000 europeos, un millón de criollos, dos millones de indios, algo más de dos millones y medio de mestizos, mulatos y castas, y menos de 10 000 negros.3 Apud ibidem. Ibidem, p. 14.

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Lám. 2. Medalla con Divino rostro, siglo xix.

En 1764, un año antes del nacimiento de Morelos, el virrey Juan de Villalba creó por encargo real las tropas permanentes en Nueva España: el pie del ejército realista. Entonces se formaron seis regimientos de infantería provincial, distribuidos en México, Puebla, Toluca, Tlaxcala, Córdoba-Orizaba y Veracruz. El ejército se componía de 9 910 hombres de línea; la oficialidad había sido educada en las normas hispanas, especialmente a partir del año de 1765, en que Carlos III envió 2 000 individuos de tropa, cuadros de jefes y oficiales, cinco mariscales y un teniente general. Las milicias provinciales ascendían a 21 218 unidades y las urbanas, a 1 059. Del total de 32 196 hombres, eran infantes 16 200 y los demás de caballería, considerada excelente.4

En 1767, Morelos tenía dos años de edad. Era un momento políticamente difícil, pues había núcleos de rebeldía ante la orden real de expulsar a los jesuitas de los territorios de la corona española. Entonces había en la Nueva España 678 jesuitas, de los cuales poco más de 500 eran novohispanos, en tanto que hacia 1800 había 4 229 clérigos, 3 112 religiosos y 2 098 monjas. Durante las crisis agrícolas más severas del siglo xviii, los precios del maíz y el trigo aumentaron hasta 300 por ciento. En el verano de 1786 —“año del hambre” en la Nueva España entera—, “la fanega (5.5 litros) de maíz llegó a venderse en 48 reales (un peso equivalía a ocho reales) […] Muchos de los seguidores del padre Hidalgo fueron campesinos pobres, acosados por los altos precios y el hambre”.5 Idem. Enrique Florescano et al., El ocaso de la Nueva España, México, Clío, 1996, p. 15.

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Lám. 3. Reverso de la medalla con imagen de Nuestra Señora de los Dolores, siglo xix.

En 1810, la enorme geografía novohispana estaba salpicada por 30 ciudades, 95 villas, 4 682 pueblos y 165 misiones. ¿Cómo era Morelos?

José María Morelos no debió de ser muy distinto a otros hombres de pueblo al alcanzar la mitad de sus vidas. Si bien se ordenó como sacerdote a los 32 años —una edad superior a la marcada por la costumbre—, su constitución física debió de descubrir las huellas de sus oficios anteriores, costumbres, alimentación, accidentes, tropiezos y enfermedades. Como la mayor parte de la población novohispana pobre, es probable que contara con los rasgos particulares que lo acompañaron a lo largo de su vida: cicatrices, infecciones, fracturas y malformaciones, parásitos y enfermedades pulmonares e intestinales. Tanto su correspondencia como los testimonios de quienes lo conocieron, sumados a los recientes estudios de antropología física, demuestran que Morelos fue un hombre fornido, de espalda ancha, de aproximadamente 1.65 metros de estatura. Cuentan las crónicas que padecía frecuentes migrañas, las cuales él mismo achacaba a las dos o tres caídas de las monturas, además de cólicos que lo postraban, efecto de los ayunos y los afanes de la guerra. También se han descubierto evidencias de un molesto y largo padecimiento dental, con afecciones bacterianas que le causarían caries, dolores de cabeza y, muy posiblemente, los dolores de vientre. Esas migrañas, que lo obligaron a reposar en numerosas ocasiones, constituyen el origen de un rasgo personal y de su representación iconográfica. El pañuelo o paliacate que le cubría el cráneo con un nudo en la nuca ha sido un signo de distinción

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tan poderoso que, cincuenta años después de la muerte de Morelos y a manera de homenaje, lo reprodujeron los chinacos republicanos, así como, casi un siglo después, durante el centenario de la Independencia, lo hizo el profesor zapatista Otilio Montaño —uno de los redactores del Plan de Ayala, documento del que se ha dicho que dio nacimiento al siglo xx—. Así, no hay retrato, efigie, escultura ni descripción que no aluda al pañuelo en la cabeza, aunque el dolor haya sido la causa de esa costumbre. Las infecciones dentales, las migrañas y algunos otros padecimientos acompañaron a Morelos durante muchos años y sin remedio alguno. Asimismo se confesó obligado a guardar reposo por enfermedades que le provenían de padecimientos derivados de mal comer y de dos caídas de caballos durante los años de lucha. Los testimonios y documentos prueban que contaba con sentido del humor. Se sabe que ni siquiera en los momentos más difíciles de la guerra perdió su buen genio, según recordaba Carlos María de Bustamante. Mientras sitiaba por primera vez Acapulco, a manera de burla denominó a su cuartel general como “Paso a la Eternidad”, pues afirmó que, en aquel lugar, todo aquel que lo atacara sería acreedor a esa perpetuidad. Meses después, cuando los sitiados eran él y los insurgentes en Cuautla, escribió al brigadier Calleja: “Mándeme unas bombitas porque estoy muy aburrido”. Enfrentar a la muerte tampoco menguó su aplomo: al terminar su último alimento, poco antes de ir al paredón, dijo a los encargados de su custodia y ejecución que siempre acostumbraba fumar un puro después de comer, de modo que los invitó a acompañarlo. Infancia esforzada

Desde muy niño, José María Morelos debió trabajar para mantenerse. Conocía algo de letras y números gracias a las enseñanzas de su abuelo materno. Esto permitió que colaborara con su tío llevando las cuentas de su pequeña hacienda. Fue “atajador”; es decir, iba delante de los arrieros para preparar los lugares de descanso y la alimentación de las bestias de carga. Cuentan las crónicas que “desde los 14 años hasta los 25 trabajó como vaquero en la Hacienda de Teuexco [¿Tahuejo?] y entonces, en 1790, empezó sus cursos de gramática latina y de retórica en la escuela parroquial”.6 Sus juegos también se ajustaron a las costumbres. El campo le proporcionó los elementos para desarrollar la imaginación y sus juguetes fueron los de un niño pobre, como las mulitas arrieras de hoja de plátano que llegaban cada día de fiesta desde Apatzingán. Lo cierto es que el trabajo debió ocupar la mayor parte de su tiempo. Algún día desafortunado, montado a caballo, persiguió a un toro con tan escasa precaución que se golpeó contra la rama de un árbol y se rompió la nariz, como lo refirió uno de sus antiguos jefes insurgentes, el general Nicolás Bravo, al historiador Lucas Alamán. Perfil del personaje

No se sabe qué leyó a lo largo de 16 años como campesino y arriero. Sin embargo, los documentos que escribió y dictó durante la guerra de Independencia muestran a un hombre con lecturas bien asimiladas de la Biblia, cuyos pasajes salpicaron no pocas Alfonso Teja Zabre, Vida de Morelos y la revolución de 1810 (nueva versión), México, unam, 2010, p. 15. Sobre el tema de los años infantiles y juveniles de Morelos, véase también Ernesto Lemoine Villicaña, Morelos y la revolución de 1910, 3ª ed., México, unam, 1990; Fernando Benítez, Morelos, México, Fondo de Cultura Económica, 1998; Carlos Herrejón, Morelos, Fausto Zerón-Medina (coord.), México, Clío, 1996.

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de sus ideas y afirmaciones. Este pensamiento moral sólido pudo ser precisamente el que le abrió otras puertas: las del estudio de letras, latín y retórica. Aunque su condición y pobreza le impidieron convertirse en un hombre de cultura refinada, sus lecturas tuvieron la virtud de cimentar un espíritu firme: es posible que el ambiente del Colegio de San Nicolás después de la expulsión de los jesuitas, cargado de filosofía política, fuera el cimiento de las ideas que corrieron por Valladolid y que incubaron las conspiraciones de 1808 y 1810, como razonablemente propuso Teja Zabre.7 El 21 de enero de 1797 obtuvo el título de presbítero “y pidió licencia para celebrar misas, confesar y predicar en el curato de Uruapan, para habilitar as pretendum debitum, revalidar matrimonios y ejercer su ministerio de los curatos vecinos”.8 Un año más tarde recibió el nombramiento de cura interino de Churumuco, con residencia en Tacámaro de la Huacana. No imaginaba que dos décadas más tarde su destino sería el de buscar un país con perfil propio, independiente. Con pobreza y dignidad

Los historiadores refieren que no fue hasta ese momento, una vez cumplidos los 32 años de edad —justo 18 años antes de su muerte—, cuando Morelos obtuvo el título de presbítero. El biógrafo Alfonso Teja Zabre escribió que “siguió sus tareas, al mismo tiempo educativas y religiosas, y obtuvo, mediante exámenes y sujetándose a las pruebas reglamentarias, las órdenes menores y mayores, recibiendo, sucesivamente, las investiduras de subdiácono, diácono y presbítero”.9

Cat. 215, Abanico, siglo xix, pintura sobre madera y aplicación de listón, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

A. Teja Zabre, op.cit., pp. 17-21. Ibidem, p. 21. 9 Ibidem, p. 17; F. Benítez, op. cit., pp. 88-90. 7 8

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Cat. 192. Almohadilla costurero, siglo xviii, madera pintada al óleo, espejo, terciopelo, latón e hilo metálico, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

En suma, fue un hombre forjado en la pobreza familiar. El curato que se le asignó reflejaba de igual modo su origen humilde: Carácuaro dejaba un sueldo anual apenas suficiente para arraigar al sacerdote a la tierra y administrar los sacramentos. Inmensidad hostil

Carácuaro se levanta en la falda del cerro que mira hacia el oeste, en el declive que baja hacia la sierra del sur. Es de clima árido, lluvias escasas, tierras avaras y con casas levantadas sin orden regular, ajustadas a lo que la naturaleza era capaz de proporcionar a cada familia. Sus pobladores llevaban resintiendo durante generaciones los infortunios de la baja productividad agrícola. El cambio de Churumuco, su antigua parroquia, a Carácuaro apenas debió de representar un ligero alivio para el maduro cura Morelos. El ambiente malsano e insoportable afectó la salud de la señora Juana Guadalupe Pérez Pavón, por lo que se vio en la necesidad de trasladarse a un clima más benigno, no obstante que murió en Pátzcuaro, a unas leguas de Valladolid. Acaso el enemigo más poderoso para la gente de esa región haya sido desde entonces el clima: poco sano y seco, acababa con la salud de los menos fuertes, de modo que el cementerio era un espacio de uso tan frecuente como la pila bautismal. De hecho, el cura José María Morelos se quejó ante sus superiores por la poca propensión de sus feligreses a pagar con puntualidad los servicios religiosos y la administración de los sacramentos. Si bien el sueldo del cura apenas le ajustaba para sobrevivir, éste implicaba un sacrificio para los pobladores del curato. Ser cura en el rincón de la cristiandad

La vida del cura José María Morelos en San Agustín Carácuaro, Nocupétaro y Acuyo fue en extremo precaria. Ningún lujo y muchos trabajos para reparar bardas, puertas, pisos y aun el cementerio, aunados a ese clima caluroso y malsano, ocuparon al afanoso padre Morelos. Y aunque los feligreses se quejaban de sus exigencias, en los hechos no le pagaban. Así, éste escribió al obispo que solamente estaban obligados a dar al cura seis reales y medio por día, poco más de cien pesos durante cinco meses del año, lo cual apenas era suficiente para el gasto diario o recaudo de maíz, chile, manteca y las menudencias de ollas, bateas, etc., ni habían sido suministradas nunca ni el cura las había exigido […] Por eso suponía que dejando a la voluntad de

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los indios el pago de los servicios religiosos descuidarían sus relaciones con la iglesia, especialmente los de Carácuaro, que por algún motivo, tal vez por su extrema pobreza, parecían “malos, cavilosos y altaneros”. Pero al mismo tiempo, Morelos quería convencer a sus ovejas descarriadas por medio de instrucción y consejos paternales, para “reducirlos por amor en cuanto dieran de sí la paciencia y la soberbia” y no había hecho más que reprenderlos y advertirles, como ignorantes que eran, lo que debían hacer con sus superiores.10 Las preocupaciones de un cura

Uno de los documentos que prueban la tenacidad de Morelos está firmado el 3 de enero de 1809. En éste responde a la circular del “gobernador y provisor y vicario general del obispado de Michoacán”, el cual recomendaba construir cementerios fuera de los centros poblados. Las epidemias diezmaban a la población rural, en tanto que la costumbre funeraria de usar los atrios y el interior de las iglesias muchas veces obligó a abandonar las comunidades. No obstante, la necesidad desarrolla el ingenio. Por iniciativa propia, desde 1802 Morelos levantó en Nocupétaro un templo: insensiblemente y sin noticia he ejecutado yo esta determinación […] en el área de 120 varas de oriente a poniente y a 110 varas de Sud a Norte, fabriqué yo en este citado pueblo de Nocupétaro una iglesia (lo más, de mi propio peculio, como lo tengo probado en la presentación de mis méritos) la que después de la de Cutzamala es la mejor de Tierra Caliente. Y desde el año de 1802 en que concluí esta iglesia, según con el empeño de su cementerio, hasta estarle poniendo hoy mismo las últimas almenas.11

Nocupétaro se hallaba en el confín del obispado de Michoacán. El curato era tan pobre como sus habitantes. José María Morelos explicó a sus superiores que la extensión del poblado se abría en el horizonte, pero que consistía de apenas 56 familias dispersas. EN LA GEOGRAFÍA DE LA GUERRA Despertar de la conciencia

El historiador y antiguo insurgente Carlos María de Bustamante escribió que, durante una tertulia en la Nochebuena de 1809: oyó hablar de las ocurrencias de 1808, es decir, del arresto del virrey Iturrigaray y otros sujetos dignos de memoria y gratitud, sólo porque habían procurado nuestra Independencia y libertad; Morelos volvió como de un letargo, y en aquel momento sintió abrasarse su corazón con el fuego del amor patrio y juró hacer la guerra a los enemigos de América […] También el alma siente efectos terribles en las conversiones políticas, como en las religiosas.12

A. Teja Zabre, op. cit., pp. 28-30; F. Benítez, op.cit., pp. 90-93; C. Herrejón, op.cit., p. 16; Moisés Guzmán Pérez, Morelos por siempre…, Morelia, Instituto de Investigaciones Históricas-Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 2015, p. 28. Sobre los emolumentos de Morelos, todos sus biógrafos hacen mención de los problemas iniciales con sus feligreses. 11 A. Teja Zabre, op. cit., p. 34. Para la situación económica y social de la tierra caleinte michoacana, véanse los ensayos contenidos en Moisés Guzmán y Gerardo Sánchez Díaz, La Constitución de Apatzingán. Historia y legado, Morelia, Instituto de Investigaciones Históricas-Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo/Congreso del Estado de Michoacán/Archivo General de la Nación, 2014. 12 Apud A. Teja Zabre, op. cit., p. 37. 10

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La gran decisión

Es posible que el día más importante de este maduro cura de un pueblo pobre de Tierra Caliente fuera el 19 de octubre de 1810. Luego de una jornada que de seguro estuvo cargada de dudas, esperaba la llegada de Miguel Hidalgo, su antiguo rector, cura de Dolores y general del Ejército Insurgente Libertador. Al día siguiente se reunieron. No es posible saber con exactitud lo que dijeron. Sin embargo, el caudillo insurgente Miguel Hidalgo extendió el documento primordial firmado por él mismo como generalísimo de América. Este título daría origen a un largo destino, ya que permitió al cura Morelos imaginar la Independencia de México con la mentalidad de la época y la convicción de quien ha vivido la religión como una de las formas del orden.13 Memoria mexicana

José María Morelos recordaría este episodio con precisión, si bien más tarde sus propias palabras formaron parte de una declaración durante el juicio en su contra: Que al principio de octubre de 1810 tuvo noticia en su curato de Carácuaro por don Rafael Guedea, dueño de la hacienda de Guadalupe, que se había movido una revolución en el pueblo de Dolores, y que la acaudillaba su cura don Miguel Hidalgo, quien asimismo supo que marchaba con una reunión sobre la ciudad de Valladolid, con cuyo motivo salió el exponente a informarse de los que obligaban aquel movimiento […] que en efecto, encontró a éste en la ciudad de Charo […] y habiéndole prevenido que lo acompañase hasta Indaparapeo, aquí le aseguró que los motivos que tenía para aquel movimiento o revolución eran los de la independencia a que todos los americanos se veían obligados a pretender.14 Último acto de obediencia

El 21 de octubre buscó al gobernador de la mitra de Valladolid. Le dejó una nota para el oficial mayor en la que mostraba la confusión que flotaba en la geografía de la rica Nueva España. Morelos pedía un sustituto en su curato mientras organizaba la rebelión por las tierras del sur: Por comisión del Excelentísimo señor Hidalgo, fechada ayer tarde en Indaparapeo, me paso con violencia a correr las tierras calientes del Sud, y habiendo estado con el señor Conde para que me ponga un coadjutor que administre mi curato de Carácuaro […] siéndome preciso no perder minuto, lo participo para que a letra vista se sirva despachar el que halle oportuno, advirtiéndole me ha de contribuir con la tercia parte de las obvenciones.15

¿De qué manera el humilde e industrioso cura se convirtió en militar? ¿Cómo despertó su sentido político? No es posible conocer qué pensó Morelos en su camino por las veredas de Tierra Caliente hacia las riberas del Tepalcatepec. Aunque radical, el cambio no lo convirtió en un hombre distinto: siguió fiel a los preceptos bíblicos, preocupado por la administración de los sacramentos y la conducta de sus fieles. Pero también Ibidem, p. 39. Véanse también F. Benítez, op. cit., pp. 96 y ss.; C. Herrejón, op. cit., pp. 22-23; M. Guzmán, op. cit., pp. 32 y ss.; E. Lemoine, op. cit., pp. 206 y ss. También de E. Lemoine, La última expedición de Morelos, México, Segob/agn/Diario Oficial de la Federación/Instituto Cultural de Aguascalientes, 2014, pp. 62-65. 14 A. Teja Zabre , op. cit., p. 40. 15 Ibidem, p. 41. 13

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descubrió una línea personal que heredaría al resto de los caudillos, desde la propia lucha de Independencia hasta después de la Revolución, un siglo más tarde: la responsabilidad paternal de cuidar a sus seguidores y la firme convicción de que una de sus obligaciones era la impartición de justicia. Y en esto Morelos se mostraría implacable. La gran revuelta

Cat. 20. Anónimo, El virrey de Iturrigaray y su familia, 1805, óleo sobre tela, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

El estallido de la insurgencia, en septiembre de 1810, fue tan extendido y desordenado como brutal. El costo de un levantamiento espontáneo, sin recursos ni planes, sumado a una dirigencia inexperta, hizo de los cuatro meses de revuelta de Hidalgo y los alzados de Dolores un movimiento confuso, una carga más parecida a la de un motín popular, con el odio de castas y de la vieja rencilla contra los gachupines; no contra el rey, sino contra el mal gobierno. El historiador Teja Zabre escribe que en ese contexto la presencia de Morelos comenzó a encauzar el torbellino. Por su empeño, los planes políticos se hicieron más definidos y más amplios; las operaciones militares se desarrollaron con más precisión y disciplina y la destrucción de vidas y riquezas, que no podía ser directamente provechosa, ni mucho menos cristiana y piadosa, se hizo cuando menos relativamente ordenada y justificable como represalia y defensa.16

Ibidem, p. 11.

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Cat. 118. Casulla, siglo xix, damasco de seda con aplicaciones de galones dorados de hilo metálico, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

La situación era muy distinta unas semanas atrás. De hecho, la desorganización y la suma de rebeldes sin preparación fue una de las causas del fracaso del movimiento iniciado en Dolores, Guanajuato. Teja Zabre explica que el tono de la guerra que comenzó en septiembre de 1810, aunque de alta intensidad, fue en realidad el de una enorme revuelta, una tormenta furiosa y desatada, un estallido sin orientación definida: la guerra civil no se entabló entre dos enemigos bien definidos, ni alguno de los contendientes fue bastante poderoso para resolver la contienda en forma rápida. Fue una pelea de grupos dispersos y un combate entre dos debilidades: la metrópoli en crisis y en vías de postración y decadencia y la colonia desorganizada, sin suficientes medios para establecer su propia estructura nacional.17

Es posible que, mientras estuvo con Hidalgo, Morelos no se diera cuenta de que el movimiento carecía de orden y estructura. Sin duda partió de Charo e Indaparapeo con una idea fija, una intención clara, que consistía en obedecer la comisión insurgente. Para un creyente profundo como él, el papel que le dio el generalísimo Hidalgo representaba el contrapeso preciso del documento de excomunión que había pegado en la puerta del templo de Carácuaro: “Por el presente comisiono en toda forma a mi lugarteniente el Br. D. José María Morelos, cura de Carácuaro, para que en la Ibidem, p. 10.

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Cat. 124. Crucifijo, siglo xviii, madera con escultura de marfil, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

costa del Sur levante tropas, procediendo con arreglo a las instrucciones verbales que le he comunicado”. Acompañado por un pequeño grupo de feligreses de su parroquia, Morelos partió hacia Zacatula, rumbo a la desembocadura del río al mar. Sólo llevaba la comisión firmada y las instrucciones verbales de su admirado Miguel Hidalgo. El efecto resultó tremendo. Las crónicas señalan que “comenzó la lucha sin armas, sin soldados, sin oficiales y sin preparación técnica; supo crear un ejército y formar jefes; demostró dotes de gran político y administrador, valor personal sin límites, honradez, tenacidad y patriotismo; y con genial inspiración, puso las bases de la nacionalidad y de las instituciones democráticas”.18 De cura a caudillo militar

Morelos habló con los fieles de su parroquia. Sin duda, para ellos la palabra de su sacerdote era la de la máxima autoridad. Por el camino debió de platicar y arengar, bendecir y convencer a los serranos. Desde Huetamo, le escribió a Francisco Díaz de Velasco, del rancho de la Concepción de Nocupétaro. Era el 3 de noviembre de 1810, apenas una semana y media después de su entrevista con Hidalgo:

Ibidem, p. 11.

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Anteayer llegué a ésta con 16 indígenas de Nocupétaro, y hoy cuento con 294 hombres de a pie y 50 a caballo […] Pueblos enteros me siguen, queriendo acompañarme a luchar por la Independencia, pero les impido diciéndoles que es más poderosa su ayuda labrando la tierra para darnos el pan a los que nos lanzamos a la guerra. Es grande la empresa en que estamos empeñados, pero Dios nos guiará hasta ponernos en la tierra santa de libertad. Me acompaña el indígena Marcelino, quien como usted sabe dispuso de 30 pesos del Estanco.19

El nuevo rebelde no pasó inadvertido por mucho tiempo. El gobierno virreinal tenía una larga memoria para los rebeldes, herejes y desafectos al vasallaje incondicional. Para Morelos, el costo personal de su decisión fue treCat. 112. Estola, finales del siglo xviii-principios mendo. A principios de 1811 se mandó destruir parte de del xix, seda bordada en la casa de su hermana en Valladolid —donde se hospehilo metálico y lentejuelas daba con frecuencia— y se incautaron sus bienes. El tedoradas, Museo Nacional de Historia, Instituto niente coronel Torcuato Trujillo, comandante general Nacional de Antropología militar de la provincia de Michoacán, fue el encargado de e Historia. la venganza oficial. Levantado entre finales de marzo y principios de julio de 1811, el inventario de bienes evidenciaba la pobreza material del cura y de su hermana: pocos libros, una cama de tablones, un par de zapatos nuevos, un cepillo, una imagen de la Virgen Dolorosa en lámina, una estampita con la imagen de san Pedro, una mesa vieja y maltratada, tres sombreros apolillados, un cuadro con la imagen de San Francisco de Asís y un nicho con la Virgen del Tránsito, 19 sillas de paja, instrumentos de albañilería usados, vigas, rejas de palo, un retrato de San Pedro, fierros viejos, dos árboles frutales… Nada: 203 piezas de muy poco o nulo valor. Ninguna que diera indicios de las infidencias y otros delitos que se abrían contra el cura como cargos de gravedad. POR LOS CAMINOS DEL SUR

Medio siglo después de la encomienda de Hidalgo para conquistar el horizonte del sur, el escritor liberal Ignacio Manuel Altamirano imaginó la llegada del cura de Carácuaro a una tierra donde nadie lo conocía. Llevaba la instrucción escrita y el tesón en la mente. No había aún un alma que hubiera escuchado su nombre, y quizá, en palabras de los arrieros, apenas habría quien supiera de Miguel Hidalgo y los insurgentes: monstruos novedosos que cubrían los campos del centro de la Nueva España y que por esos rumbos no parecían inquietar. Altamirano escribió: “Una tarde de octubre de 1810, ya al declinar el sol, descendía por el camino que serpenteaba entre las colinas boscosas de la sierra que flanquea por el lado de oriente al río Zacatula un

Ibidem, p. 44.

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grupo como de veinte jinetes”.20 Buscaban alguna gente brava del lugar, pobladores de una zona tan alejada de los centros del gobierno que, para sobrevivir, se habían acostumbrado a tomar sus propias decisiones. Tal vez allí sólo se obedecían las voces de quienes tienen el hábito del mando, las de los eclesiásticos, los capataces y los dueños de las pequeñas haciendas. El escritor identificó el momento preciso en que la historia dio un giro. El cura se convirtió en caudillo: “El que parecía ser el jefe caminaba a alguna distancia del grupo y sólo acompañado de un mozo, e iba a la sazón sumergido en una meditación profunda de la que no lo distraían, ni la belleza admirable del paisaje, ni la singular perspectiva que presentaba el gran río convertido en una corriente de púrpura y de fuego”.21 Su aspecto debió de sorprender a los lugareños que esperaban al otro lado del río. Se les había avisado que llegaba un cura con un documento importante, pero éste venía vestido a la usanza campirana michoacana, con la barba crecida, el cuerpo grueso del hombre trabajador y dos pistolas al cinto… Para tener éxito en su tarea, las primeras palabras del recién llegado resultarían cruciales. ¿Qué decirles? Encrucijada de la historia

Los diez días transcurridos entre Indaparapeo y Zacatula son un enigma. El tiempo y el destino los convirtió en un relato vacío, en un episodio sin palabras. En realidad representan la encrucijada de la historia. La llegada a Zacatula fue el momento central y condicionó la existencia de los hechos subsecuentes: las campañas, el Congreso, la Constitución, el programa político, los triunfos militares y los fracasos, la derrota, la muerte y el recuerdo imborrable. Es posible que los jinetes que esperaban con recelo al señor cura de un pueblito serrano, con su pequeño contingente de mestizos e indios flecheros armados con machetes, alguna escopeta, hondas y morrales cargados de piedras redondas, hubieran escuchado de los arrieros el mismo rumor que unas semanas atrás se escuchó en Carácuaro: ese año el campo estaba repleto de anuncios de calamidades nunca antes vistas y excomuniones increíbles. El campo estaba poblado de monstruos. Tanto para los habitantes de Zacatula como para los del resto de la Nueva España, en ese instante se debatía sobre su futuro. La pregunta era si aceptarían la responsabilidad de renunciar a la vida pacífica para hacerle la guerra al mal gobierno… Ellos, que no sabían hacer la guerra y se gobernaban sin dificultades. El biógrafo e historiador Alfonso Teja Zabre escribió: “El capitán de las milicias de Zacatula, Marcos Martínez, aceptó agregarse al incipiente ejército con cincuenta hombres armados. Se aumentaron el efectivo y el armamento de las tropas con poco más de cien hombres y cincuenta fusiles tomados en Petatlán”. En su equipaje llevaba el valio­so documento firmado por Miguel Hidalgo: su nombramiento y el propósito que le da­ba “papel y rumbo”. No debió ser una decisión sencilla; esta larga nota de Ignacio Manuel Altamirano proporciona una idea de la mentalidad que entonces se quebrantaba: Ignacio Manuel Altamirano, “Morelos en Zacatula”, en Vicente Quirarte (sel. y pról.), Ignacio Manuel Altamirano, México, Cal y Arena, 1999, pp. 659 y ss. Para este episodio inicial y enigmático, véanse también Alberto Lombardo, “Las campañas de Morelos”, Anales del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología (sobretiro conmemorativo), México, inah, 2015 [1911]; A. Teja Zabre, op. cit., pp. 44 y ss.; F. Benítez, op. cit., pp. 101 y ss.; C. Herrejón, op. cit., pp. 24-25; M. Guzmán, op. cit., pp. 35-36; E. Lemoine, op. cit., p. 177. 21 I.M. Altamirano, op. cit., p. 662. 20

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Afectos al rey, como casi todos los milicianos de Nueva España, pero residiendo en el extremo sur del país, apenas habían llegado a sus oídos los rumores de la invasión francesa a la Península, la prisión de los reyes y la instalación de las Juntas de España. En cuanto al movimiento de Hidalgo en Dolores, no era conocido. Algún arriero de Morelia (Valladolid) había dicho algo de motín en Guanajuato, de un cura que había gritado contra el mal gobierno […] El rey era invencible, el rey era la imagen de Dios y el virrey era el representante del rey. La horca iba a trabajar un poco y eso era todo.22 El caudillo

La captura del fuerte de San Diego de Acapulco requería astucia. El cura y ahora jefe insurgente ignoraba los secretos de la fortaleza y si ésta tenía algún punto débil. El primer paso requería ingenio: imaginar a las tropas, su organización, su capacidad de fuego, sus fuentes de abastecimiento. Sin experiencia previa, Morelos se atrevió a buscar seguidores en los rumbos costeros de Zacatula, nombre del río que baña una estrecha planicie poblada de árboles enormes, tan espesos que dejan sin huecos vegetales la boca del mar. En Tecpan encontró a los Galeana, hacendados que llevaron la insurgencia a sus empleados; armas y “un cañón para salvas”, pequeña pieza de festejos campiranos que se convirtió en la primera pieza de artillería del Ejército Insurgente del Sur y llevaría por nombre el Niño. Morelos y su tropa demostraron versatilidad, al aprender sobre la marcha acerca de armas y de guerra. Así, por ejemplo, el grito que sirvió como identidad y salvoconducto de los insurgentes se conoció en las cercanías de Atoyac, en la zona costera. Cuentan las crónicas que Morelos esperaba a un grupo de “naturales” que se retrasaron. De repente, en la espesura de un palmar, escuchó muchas voces. Se les marcó el “quién vive”, con la amenaza de abrir fuego, y los que llegaban, asustados, gritaron: “¡Santo Dios!”; Morelos se les acercó y, para tranquilizarlos, les dijo: “No, hijos; cuando oigan gritos contestarán: ‘La América’ o ‘La Virgen de Guadalupe’”. Para el asedio de Acapulco se reunieron 600 hombres. Fue cuando se originó el primer combate formal, sin que hubiera vencedor. Era el primero de noviembre de 1810, día de Todos Santos. A partir de entonces comenzaron las campañas militares que resquebrajaron el gobierno virreinal y su economía colonial. A partir de entonces comenzó una intensa actividad creadora de documentos de contenido organizativo y político. A partir de entonces se tejió la leyenda del hombre que se movía por todas partes, combatía a los gachupines y se convertiría en generalísimo, diputado, juez, sacerdote y padre. A partir de entonces se escribió la historia de la Independencia. Condición humana

Nada es simple en la historia. Pensar que el convencimiento de las milicias de Zacatula y la incorporación de las familias Bravo y Galeana con sus hombres fue la encrucijada que marcó el destino de Morelos como caudillo no es suficiente explicación. De hecho, los primeros sucesos apuntaron al fracaso de la proyección de este cura de 45 años al frente de rancheros y finqueros endurecidos de la costa del sur. En primer término, la misión encomendada por Hidalgo falló. De hecho, el intento no debió dejar huella más que en la memoria inmediata y local. El castigo impuesto a Acapulco por su resistencia fue cambiar su título de “Ciudad de los Reyes” al de “Congregación de los Fieles”. Idem.

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Cat. 65. Ramón Alva de la Canal, Vida familiar. Estudio, 1935, tinta sobre papel, colección particular.

El fuerte de San Diego no resultó tomado por los insurgentes, los cuales ni siquiera estuvieron cerca de lograrlo. Sin embargo, la experiencia sirvió para otro asunto tal vez de igual importancia: así como el ánimo de Morelos se reveló en Carácuaro mediante rumores y notas vagas sobre la conspiración de Valladolid —el año anterior— y los alzados de Guanajuato, ahora él mismo y sus hombres constituían el tema central de las conversaciones populares, esa elemental y eficiente opinión pública, tan eficaz como lo era ya la prensa escrita. Las noticias volaron. Y una combinación de esperanza y miedo flotó en los pueblos y ciudades de la Sierra Madre del Sur. Se hablaba de un señor cura que, además de mandar, gobernaba: lo obedecían los indios y los finqueros, los negros cimarrones de la costa grande y los criollos michoacanos. Tierra adentro

Mientras tanto, Morelos comprendió que la verdadera fuerza militar no radicaba en el número, sino en la disciplina. Genio natural, respondía a los principios del mando que pocos años después escribiría un remoto contemporáneo, el militar prusiano Carl von Clausewitz: decisión, estrategia, conocimiento del alcance de sus fuerzas armadas y, sobre todo, claridad en el propósito político de la lucha. De ese modo encaminó los pasos de su tropa a la montaña, en dirección contraria al mar. Tixtla y Chilapa, pueblos indígenas del corazón de la sierra, quedaban a medio camino rumbo a Oaxaca. Comenzó así la labor de organización, aceptación de adeptos y reclutamiento, mediante las arengas en favor de la libertad de decisión política de los americanos.

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Cat. 94. Anónimo, Mapa de la región atendida por el cura Morelos, siglo xviii, tinta sobre papel, Archivo Histórico Casa de Morelos, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

En esos días de actividad silenciosa y productiva se incorporó un joven hablante del náhuatl serrano, quien obtuvo el grado de capitán: Vicente Guerrero. Entre Tix­ tla y Zacatula estableció su retaguardia, base de proyección y punto de apoyo de las siguientes operaciones militares. De igual manera, tendió el puente de comunicación con la Junta de Zitácuaro y los hermanos Rayón, herederos de la insurgencia de Hidalgo. Escribió, ordenó, reglamentó. El historiador Lucas Alamán escribió sobre las circunstancias que rodearon la redacción de las instrucciones de Morelos a Leonardo Bravo: Se le ve atender a todo y fijar con escrupulosidad su atención en todos los puntos que lo requerían, aun sobre las más insignificantes menudencias, ya se ocupa en hacer buscar cuevas de salitre para la fabricación de la pólvora; ya de la construcción de sacos y otros útiles de guerra; ya le hace prevenciones para impedir el extravío de armamento y le da órdenes previniéndole que no deje pasar a nadie aunque sea de la familia del mismo Morelos, si no lleva pasaporte u orden de su puño.23

Fueron días de gran actividad militar e intelectual. Así, por ejemplo, se expidieron los siguientes documentos de gobierno interno: reglamentación del campamento de El Aguacatillo, con fecha del 16 de noviembre de 1810, que a la letra dice: “En caso de que los administradores o arrendatarios de diezmos desamparen sus obligaciones, deben darse a otros en arrendamiento, confianza y seguridad, reservando dos partes para la iglesia y uno para el administrador”.24 O el siguiente bando del 17 de noviembre de 1810:

Lucas Alamán, Historia de Méjico, 5 vols., México, fce/Instituto Cultural Helénico, 1985. “Copia y plan del Gobierno Americano, para la instrucción de los comandantes de las divisiones, Aguacatillo, 16 de noviembre de 1810”, apud E. Lemoine, Insurgencia y República Federal, 1808-1824. Documentos para la historia del México independiente, México, Miguel Ángel Porrúa, 1995.

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Por el presente y en nombre de su Excelencia [M. Hidalgo] hago público y notorio a todos los moradores de esta América el establecimiento del nuevo gobierno […] En esta América ya no se nombran calidades de indios, mulatos ni castas; solamente se hace la distinción entre americanos y europeos […] Nadie pagará tributos y no habrá esclavos en lo sucesivo. Los amos que tengan esclavos serán castigados.25

Los rumores y las noticias comenzaban a surtir efecto en el ánimo de los habitantes de los poblados y aldeas campesinas. Los sonidos de la guerra habían llegado y algunos los escucharon con el temor del fin de los tiempos. Los insurgentes llegaron a Tixtla. Se intimó a los jefes y al cura local a rendirse. Se habían oído los tambores y el suave silbido de la pequeña flauta travesera usados por los militares para acompasar sus marchas. Morelos montaba un caballo negro. Comenzó el combate. Los cañones tronaban. Las granadas estallaron en el atrio y en la torre de la iglesia. Miguel Mayol, el cura del lugar, lo tomó como el día de la ira divina: ahí mismo, en el templo, había concentrado a sus fieles, quienes oraban más con terror que con fervor. Mucho había dicho y predicado Mayol contra los rebeldes. El asalto fue rápido y contundente. Asustado, el cura local fue al encuentro del triunfador y encontró al capitán Vicente Guerrero. El diálogo es recordado de esta manera: —Señor don Vicente, Vicentito, hijo mío; tengan ustedes misericordia de nosotros; aquí no hay más que mujeres. —Señor cura —dijo Guerrero—, la plaza es nuestra; pero no tengan ustedes cuidado alguno, porque sabemos respetar a la gente pacífica. —Vicentito, amigo mío, por lo más sagrado que tenga usted, acompáñeme a ver a S.E. el señor Morelos para aplacarlo. —Señor cura —dijo Guerrero—, no hay necesidad de aplacarlo; lo que va a hacer usted es inútil. Ya he dicho que las familias pueden retirarse en paz […] Fue de cualquier manera a buscar a Morelos llevándose al Santísimo. Volvió a pedir que no tocaran a las familias. Sin desmontar, Morelos les contestó: —Señor cura, ¿a qué viene todo este aparato que desdora a la religión? Nadie ofende a las familias, ni nosotros somos las fieras que usted pinta. Vaya usted a depositar al Santísimo y a tranquilizar a esa pobre gente, que sólo usted ha podido espantar.26

Después de la toma de Tixtla, el caudillo Galeana llevó 300 indios prisioneros frente a Morelos. Entonces éste ordenó lo siguiente al capitán Vicente Guerrero: “Guerrero, usted que habla el mexicano, diga a estos naturales que están libres, y que si quieren seguir nuestras banderas, los recibiré”. 27 Esta cadena de actos proyectó a Morelos como el jefe insurgente dominante del sur novohispano. Al conceder ascensos y nombramientos, seguía una regla militar básica: aceptar a “los soldados que son capaces de mantenerse impávidos al frente del enemigo y organizados conforme al reglamento”.28 La investidura del general, el carisma del sacerdote y la urgencia del orden político de una geografía que dejaba de obedecer a las autoridades virreinales concentra-

Idem; A. Teja Zabre, op. cit., p. 61. A. Teja Zabre, ibidem, pp. 54-55. 27 Ibidem, p. 55. 28 Ibidem, p. 56. 25 26

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ron un poder tan contundente en la persona de Morelos que apenas se equipararía con el de su enemigo Calleja o el del propio virrey Venegas, no sin el recelo —dicho sea de paso— por parte de los miembros de la Junta de Zitácuaro. Tan profundo tocó en el carácter popular que se desdobló en costumbre indiscutida. La aplicación en las labores políticas del cuartel de Morelos también dio origen a la conducta de los caudillos que dominaron la historia de México hasta el siglo xx, en especial aquellos que le hacían asumir las funciones de gobierno en la expedición de decretos e instrucciones de carácter permanente. Fue el caso del siguiente pliego de instrucciones fechado el 18 de abril de 1811: “En cuanto a las tierras de los pueblos se harán saber dichos comisionados a los naturales y a los jueces y justicias que recauden sus rentas, que deben entregarles las que deben existir hasta la publicación de este decreto, y las tierras a los pueblos para su cultivo, sin que puedan arrendarse, pues su goce ha de ser de los naturales”.29 Hacia los días en que Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, Juan Aldama y Mariano Jiménez —los insurgentes de la primera hora— eran juzgados y sentenciados a muerte en Chihuahua, Morelos construyó un espacio de poder liberado. En un decreto del 13 de julio de 1811 señaló la creación de un sistema monetario para respaldar al gobierno autónomo y a su Congreso. Se resolvió así que, por falta de moneda corriente de oro y plata para el pago de los soldados insurgentes, se sellaría moneda de cobre. Estas monedas acuñadas por los sureños tendrían el escudo emblemático de la América septentrional —arco, flechas y carcaj—, las letras mos (que significaban “Morelos”) y la palabra sud —que significaba “sur”.30 Los rostros de la guerra no representaron una preocupación menor para Morelos y los suyos. De hecho, la claridad de ideas sobre el sentido libertador, la obligación de practicar la moral y los rituales católicos, así como el dibujo nítido del enemigo “gachupín”, exigieron precaución en el seguimiento de las demandas populares. Así, por ejemplo, no cayó en la tentación de convertirse en un observador pasivo de un derivado inesperado de la insurgencia: la rebelión de castas. Morelos no negoció. Llamó a la disciplina, giró órdenes y reprimió a los cabecillas de un levantamiento de negros costeños. En Tecpan, lugar de los Galeana, expidió el decreto del 13 de octubre de 1811, donde exponía que por cuanto un gravísimo equívoco que se ha padecido en esta costa iba a precipitar a todos los habitantes a la más horrorosa anarquía […] he venido a declarar que nuestro sistema sólo se encamina que el gobierno político y militar que reside en los europeos recaiga en los criollos […] que no haya distinción de calidades sino que todos nos nombremos americanos, para que mirándonos como hermanos vivamos en la santa paz que nuestro Redentor Jesucristo nos dejó […] que no hay motivo para que las que se llamaban castas quieran destruirse unas con otras, los blancos contra los negros y éstos contra los naturales pues sería el yerro mayor que podrían cometer los hombres y en la presente época la causa de nuestra total perdición espiritual y temporal.31

Ibidem, p. 61. Ibidem, p. 63. 31 Ibidem, pp. 65-66. 29 30

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Lám. 4. Primitivo Miranda y Hesiquio Iriarte (litógrafo), Allende, grabado, reproducción de la litografía publicada originalmente en El libro rojo de Vicente Riva Palacio y Manuel Payno.

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Cat. 76. F. Bastín, Julio Michaud y Thomas Editores, Aprehensión de Don Miguel Hidalgo, Coronel Allende y demás caudillos, siglo xix, litografía a color sobre papel, 54 x 36 cm, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

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La fuerza del consenso y la presencia moral permitieron establecer un pie geográfico, físico, de nación independiente en el sur novohispano. Sin embargo, la insurgencia de Morelos tenía un horizonte mucho más amplio. Tras la muerte de Hidalgo, y con la Junta de Zitácuaro como poder paralelo, el rebelde caminó por la nación que buscaba libertar. Para el ejército virreinal resultó problemático adivinar sus pasos. Lo mismo se presentó y asentó en Oaxaca, Tehuacán, Toluca, Cuautla, Orizaba y Acapulco que en Chilpancingo, Apatzingán, Valladolid y los Altos de Jalisco. La suerte, como su salud, acompañó sus actos de diversas maneras. De los contextos y circunstancias en torno a la vida, obra y pensamiento de Morelos, así como de los sucesos en el ocaso de la Nueva España y durante los cinco intensos años de guerra, darán cuenta los demás ensayos que acompañan este libro. El sacerdote sedentario dio un vuelco a sus costumbres y reafirmó sus convicciones: se movió para combatir e imaginó las formas políticas de la América mexicana. Fue un buen católico, cura, general, generalísimo y Siervo de la Nación, apoyado por sus seguidores, las palabras de la Biblia y el sentido común. El triunfo y el desastre militares, los resurgimientos y las discusiones políticas, el Congreso de Anáhuac y la Constitución de Chilpancingo: todo resumido en un fragmento de vida, del que aquí se relata apenas un instante, que es el de la encrucijada de la historia.

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La figura de Morelos

“Sabio y caprichoso como el viento, el tiempo parece que no sabe lo que hace y, no obstante, pocas veces se equivoca”, escribió Octavio Paz. 32 La figura de Morelos se ajusta con precisión a esta verdad. De la nada, un maduro sacerdote ajeno a la vida política decide, en un momento de audacia personal, pelear por una idea que germina en su mente: la libertad y la igualdad de los americanos y de su nación. Debió de concebirlo como un paso de la Providencia. En un lustro surgió, brilló y fue exterminado. Murió degradado. Sin embargo, el tiempo le daría una estatura enorme, épica: la del fundador del México separado de España. El tiempo no se equivocó. La grandeza de Morelos lo hizo respetable en primer término y luego lo inmortalizó; primero memorable y después, en 1823, benemérito en grado heroico. Por más de dos siglos los calificativos han sido abundantes y diversos. Tanto que el dibujo de su perfil ha corrido desde aquella burla velada por parte de los veteranos insurgentes de Miguel Hidalgo, el 20 de octubre de 1810, hasta la legendaria frase de Napoleón respecto a que con tres generales como Morelos conquistaría el mundo; desde la posible desconfianza originaria de los que después serían sus leales seguidores —a partir de noviembre de ese 1810— hasta la lealtad absoluta de su oficialidad y la tropa, que seguían con orgullo y respeto “al señor cura” y generalísimo de los Ejércitos de la América Septentrional. Algunos lo han dibujado siempre erguido, admirable, viril, elegante; otros, tal vez más cercanos a la realidad de su proporción humana, lo han recordado austero, ingenioso, siempre con la actitud arraigada y solemne del eclesiástico dedicado a los deberes providenciales. Sin duda lo que debió destacar fue su carisma, esa característica básica del caudillo, cuya fuerza nacía del consenso, de la aceptación colectiva de su superioridad para ser dirigente y juez, portador y signo mismo del poder. Pero destaca aún más su trascendencia: del anonimato y la vida sufrida de un cura se elevó hasta la épica. Relatar este paso implica entender la primera luz de la vida independiente.

Cat. 26. Anónimo, Doña Josefa Ortiz de Domínguez, siglo xix, óleo sobre tela, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Octavio Paz, La casa de la presencia. Poesía e historia, en Por las sendas de la memoria. Prólogos a una obra, México, fce, 2011, p. 12.

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El cura Morelos y su casa a través de los testimonios documentales Jaime Reyes Monroy Museo y Archivo Histórico Casa de Morelos, inah Michoacán

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e acuerdo con diversas fuentes históricas, apenas unos cuantos años antes del estallido de la revolución de Independencia la vida de José María Teclo Morelos y Pavón transcurría no sin pocos sobresaltos y carencias económicas en San Agustín Carácuaro, adonde llegó en 1799 como cura interino. Esta condición cambió entre 1801 y 1802, cuando el obispo fray Antonio de San Miguel lo nombró propietario, con lo cual el clérigo vallisoletano logró una cierta estabilidad desde su ordenación sacerdotal, en 1797. De esta manera, desde los primeros años del siglo xix el cura de Carácuaro comenzó a tratar de abrirse camino en la institución eclesiástica, y como lo había hecho en su juventud, afrontó con determinación su realidad de vida, en gran medida condicionada por su origen social y su precariedad económica. Durante sus inicios sacerdotales, además de entregarse con ahínco a su ministerio, José María Morelos demostró el carácter emprendedor que lo caracterizaba, pues mientras se desataba la crisis política del reino español —en 1808—, tras la captura del rey Fernando VII por los franceses, y en tanto que en su ciudad natal Valladolid se descubría una conspiración política —a finales de 1809—, el cura de Carácuaro, con el apoyo de su cuñado don Miguel Cervantes, concentraba sus empeños en una pequeña sociedad comercial que operaba desde Tierra Caliente, cuya sede era una casa adquirida por él en 1801, en la capital de la intendencia de Michoacán. Así, mientras en el terreno político y social novohispano se percibía un ambiente de inestabilidad, el cura seguía atendiendo de manera comprometida a su feligresía, dando muestras de ese espíritu dinámico y progresista que siempre lo caracterizó. En este contexto, y por la forma en que hasta ese momento transcurría la vida de Morelos, cabe hacer la pregunta respecto al momento en que brotó el espíritu revolucionario en un ministro religioso alejado —al menos en apariencia— del centro de las discusiones políticas.1

Cat. 125. Crucifixión, s/f, madera tallada y estofada, Museo Regional de Guadalajara, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Ernesto Lemoine Villicaña, Morelos y la revolución de 1810, México, Gobierno del Estado de Michoacán, 1984, pp. 15-142.

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Lám. 5. Plano de Valladolid (hoy Morelia) en 1794. Archivo General de la Nación.

Apenas un par de años antes del estallido de la revolución de 1810, Morelos ocupaba casi todo su tiempo en la administración de su parroquia, además de atender algunos negocios personales; por supuesto, permanecía atento a la familia, en particular a su hermana Antonia, radicada en Valladolid. Esto no significa que se mantuviera ajeno a los acontecimientos políticos del reino, sobre todo a cuanto ocurría en la provincia y obispado de Michoacán; su información e interés en los sucesos políticos eran tantos como la distancia y sus ocupaciones se lo permitían. Un ejemplo de esto es su contribución de veinte pesos en apoyo a la causa fernandista, atendiendo a la circular real del 29 de diciembre de 1808. Sin embargo, destaca su preocupación por la suerte de la familia, ya que a mediados de octubre de 1810, enterado del estallido revolucionario y del avance de las tropas insurgentes hacia Valladolid, envió una carta a su cuñado Miguel Cervantes: “Si Usted gustare que mi hermana y sobrinita se retiren por acá unos días por modo de paseo, mientras pasan las balas”.2 El momento clave que marcó el inicio de la vida revolucionaria de Morelos se presentó en octubre de 1810, como él mismo declaró en el interrogatorio de la capitanía general al que fue sometido durante su cautiverio, en noviembre de 1815. A la primera pregunta que se le formuló: “¿En qué fecha y paraje [había] tomado partido en la rebelión, y si fue por decisión y convencimiento propio o por comisión, sugestión y persuasiones de otras personas?”, Morelos respondió: “al principio de octubre de

E. Lemoine Villicaña, Morelos. Su vida revolucionaria a través de sus escritos y de otros testimonios de la época, México, unam, 1991, p. 34.

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1810, tuvo noticia en su Curato de Carácuaro por Don Rafael Guedea, dueño de la hacienda de Guadalupe, que se había movido una revolución en el pueblo de Dolores, y que la acaudillaba su cura don Miguel Hidalgo, quien asimismo supo que marchaba con una reunión sobre la ciudad de Valladolid”. Esta información la complementó diciendo que, al ir en busca de Hidalgo —antiguo rector del Colegio de San Nicolás—, “encontró a éste en la ciudad de Charo […] y habiéndole prevenido que lo acompañase hasta Indaparapeo, aquí le aseguró que los motivos que tenía para aquel movimiento o revolución eran los de la independencia”.3 Convencido con los argumentos políticos y militares de Hidalgo, Morelos aceptó la comisión que éste le confirió, la cual dice en sus primeros párrafos: “Por el presente comisiono en toda forma a mi lugarteniente el bachiller don José María Morelos, cura de Carácuaro, para que en la Costa del Sur, levante tropas, procediendo con arreglo a las instrucciones verbales que le he comunicado”.4 Bastaron pues unas cuantas horas de diálogo entre ambos para que, en opinión de Ernesto Lemoine, Morelos accediera y atendiera a la encomienda del generalísimo de los ejércitos americanos. Tras este histórico encuentro, el ahora cura insurgente regresó a Valladolid, donde se dice que durmió por última vez en su casa, pues al otro día, muy temprano, se dirigió a las oficinas de la mitra a fin de solicitar permiso al gobernador de la misma para “pasar con violencia a correr las tierras calientes del Sud […] siéndome preciso

Cat. 96. José María Morelos, Solicitud de los Santos Óleos, 1804, tinta sobre papel, Archivo Histórico Casa de Morelos, Instituto Nacional de Antropología e Historia. Cat. 98. Capellán José María Morelos, Aviso al Sr. Gobernador, Provisor y Vicario General de la Diócesis, Don Juan Antonio de Tapia de la muerte del cura de Purungueo, 1804, tinta sobre papel, Archivo Histórico Casa de Morelos, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Ibidem, pp. 36-37. Véase Carlos Herrejón Peredo (introd., sel. y notas), Morelos. Antología documental, México, sep, 1985, p. 63, y del mismo autor, Morelos, México, Clío, 1996, pp. 22-25.

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no perder minuto”.5 Así, el nuevo lugarteniente José María Morelos dio inicio a su carrera militar y política, durante la cual, como se ha consignado en diversos estudios, quedó de manifiesto su genio militar y político, además de estratega y promotor de instituciones. ORÍGENES DEL MUSEO DE SITIO CASA DE MORELOS

La planta baja del edificio que hoy ocupa el Museo de Sitio Casa de Morelos se terminó de construir en 1758. En los registros notariales se asienta que, en 1774, el Juzgado de Testamentos de Valladolid adjudicó la propiedad a Anastasio Martínez, quien la heredó a su hijo Juan José Martínez, el cual a su vez la vendió a José María Morelos, en agosto de 1801, por la cantidad de 1 830 pesos de oro común.6 En 1809 la casa fue modificada por decisión e intervención de su nuevo dueño y se le agregó la segunda planta.7 Una parte de los espacios del inmueble fue ocupada por Antonia Morelos, hermana del clérigo vallisoletano, mientras que las accesorias del lado sur quedaron en alquiler. Uno de los inquilinos, de nombre Miguel Cervantes, contrajo matrimonio con doña Antonia en 1807, y de esta unión nació Teresa Cervantes Morelos. La familia ocupó la planta alta, mientras que las accesorias se siguieron rentando, si bien en mayo

Cat. 128. Crucifijo [perteneció a José María Morelos], siglo xviii, madera, metal, pigmento e hilo metálico, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

E. Lemoine Villicaña, Morelos…, p. 39. Archivo General de Notarías de Morelia, Protocolos, vol. 211, ff. 415-418. 7 Un guión para el museo de la casa de Morelos, México, inah, p. 7; Esperanza Ramírez Romero, Catálogo de construcciones artísticas, civiles y religiosas de Morelia, México, umsnh/Fonapas, 1981, pp. 51-53.

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de 1810, unos meses antes del estallido de la guerra insurgente, José María Morelos hipotecó la casa por la cantidad de 673 pesos, seis reales y seis granos, cuyo prestamista fue Pascual de Alzua.8 La casa de Morelos fue una de las propiedades que sufrió los estragos del conflicto. En 1811, el jefe político de la intendencia, el realista Torcuato Trujillo, la confiscó y ordenó su destrucción parcial. A raíz de este suceso, la familia del cura revolucionario se mudó al rancho de Zindurio, donde permaneció hasta 1822, una vez consumada la Independencia y reconocidos los derechos sobre la propiedad de Antonia y Nicolás Morelos, hermanos de don José María. No obstante, los herederos del insurgente debieron afrontar un proceso de remate por la hipoteca que cargaba la propiedad. Finalmente, Miguel Cervantes, junto con Nicolás Morelos, reconocieron y cubrieron el adeudo, aunque los derechos quedaron en manos de don Miguel y de su esposa Antonia. Una vez recuperada la casa, la familia Cervantes Morelos llevó a cabo algunas obras de reconstrucción. Tras la muerte de Antonia, ocurrida en 1830, la propiedad pasó a manos de su hija Teresa Cervantes Morelos y de su esposo Nicolás Pérez Dueñas,

Cat. 9. Anónimo, Escena popular, siglo xviii, óleo sobre lámina de cobre, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

María Teresa Martínez Peñaloza, “Casa de Morelos”, en Silvia Figueroa Zamudio (ed.), Morelia. Patrimonio Cultural de la Humanidad, México, umsnh/Gobierno del Estado de Michoacán/ H. Ayuntamiento de Morelia, 1995, pp. 264.

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Lám. 6. Casa donde nació Morelos, litografía publicada originalmente en El libro rojo de Vicente Riva Palacio y Manuel Payno.

Lam. 7. Casa que habitó Morelos en Cuautla, litografía publicada originalmente en El libro rojo de Vicente Riva Palacio y Manuel Payno.

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quienes tuvieron tres hijos, de nombres Vicente, Guadalupe y Francisco de Paula. En 1838 doña Teresa emprendió varios trabajos en el edificio, durante los cuales se modificaron algunas partes de la estructura original.9 La familia de don José María Morelos siguió creciendo, pues Francisco de Paula Pérez Morelos,10 hijo de Teresa Cervantes, se casó con Mariana Aguilar en 1867 y procreó tres hijos: Nicolás, Concepción y Catalina, quienes, para dar continuidad al apellido Morelos —al igual que lo hizo su padre—, adoptaron el apellido Pérez Morelos. En los meses previos a la conmemoración del primer centenario de la Independencia de México, el gobierno federal adquirió la casa con el propósito de conformar un museo en honor del héroe insurgente. El acuerdo fue cerrado por Francisco de Paula Pérez Morelos y el gobierno mexicano el 25 de junio de 1910, si bien esto no impidió que los descendientes del caudillo continuaran al cuidado del inmueble. Todavía en 1921, con motivo del centenario de la consumación de la Independencia, Nicolás Pérez Morelos, hijo de Francisco de Paula, integró una Junta Patriótica Conmemorativa para organizar los festejos y montar una exposición con piezas relacionadas con la insurgencia. Un año después el propio Nicolás, al igual que sus hermanas Concepción y Catalina, se sumaron al ayuntamiento de Morelia en la organización de los festejos por el natalicio del generalísimo. En 1923, en reconocimiento a la labor cívica realizada por Nicolás Pérez Morelos, el presidente de México lo nombró “guardián de la Casa de Morelos”, y a la muerte de éste, en 1930, el título fue asumido por su hermana Catalina, quien falleció cuatro años después y dejó en manos de Concepción Pérez Morelos esta responsabilidad, la cual desempeñó hasta su deceso, acaecido en 1949.11 En la década de 1930 hubo varias intervenciones arquitectónicas en el inmueble con el propósito de regresarle su aspecto original, según los informes del ingeniero José Álvarez y Gasca, encargado del proyecto e inspector de Monumentos Coloniales y de la República en ese estado. Derivado de este nuevo interés por la casa, el 2 de febrero de 1933 el gobierno la declaró “monumento nacional y de la República”. Cat. 207. Eslabón en forma de serpiente, finales del siglo xvii, hierro forjado a partir de una herradura, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Museo Casa de Morelos, México, Coordinación Nacional de Museos y Exposiciones-inah (Cedularios), 2012, pp. 18-19. 10 Los hermanos Pérez Cervantes adoptaron el apellido Morelos en lugar de Cervantes, tal vez como una manera de mantener vigente a su ilustre antepasado. 11 M.T. Martínez Peñaloza, op. cit., pp. 265-267. 9

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EL ARCHIVO DEL ANTIGUO OBISPADO DE MICHOACÁN, HOY ARCHIVO HISTÓRICO CASA DE MORELOS

Otro hecho que enriqueció la Casa de Morelos se produjo en 1932, cuando buena parte de la documentación generada por las dependencias del antiguo obispado de Michoacán —la cual se incautó a la Iglesia catedral a finales del siglo xix y principios del xx— fue depositada en el edificio.12 Antes de la llegada de este archivo histórico al inmueble, éste se encontraba bajo el resguardo de la Universidad Michoacana, a través del Museo Michoacano; sin embargo, el secretario de Educación Narciso Bassols solicitó al gobierno estatal un espacio apropiado y definitivo para albergar la documentación eclesiástica, además de que subrayó la necesidad de su ordenación y catalogación para ofrecerlo a la consulta pública. Atendiendo a esta recomendación, se eligió la Casa de Morelos para resguardar el archivo, y en ese mismo año ejecutaron y dieron fe de su traslado el licenciado Gustavo Corona, rector de la Universidad Michoacana, el doctor Eugenio Martínez Báez, director del Museo Michoacano, así como el ingeniero José Álvarez y Gasca, inspector de Monumentos Nacionales en la entidad.13

Cat. 209. Cama de campaña, siglo xix, madera ensamblada, torneada y con incrustaciones, Museo Casa de Morelos, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Óscar Mazín Gómez, Archivo Capitular de Administración Diocesana Valladolid-Morelia, México, El Colegio de Michoacán, 1991, pp. 7-9. 13 María Isabel Sánchez Maldonado, Catálogo del Juzgado de Testamentos, Capellanías y Obras Pías. 1576-1854, México, inah, 2010, pp. 7-9. 12

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Existen informes donde, ya para 1933, se da cuenta de la realización de los primeros trabajos de organización del archivo, a cargo de la señorita Josefina Sagrero, mientras que también se dice que Catalina Pérez Morelos atendía a los visitantes. En 1939, con la creación del inah, el inmueble quedó bajo el resguardo de la nueva institución. Según Manuel Castañeda Ramírez, uno de los primeros encargados del archivo, atendiendo a las instrucciones de la Dirección de Archivos y Bibliotecas del inah, los trabajos de catalogación de los más de mil legajos en que se integraba la documentación —que abarcaban del siglo xvi al xviii— se realizaron con el apoyo de estudiantes de la Universidad Michoacana. Además de diversos ramos de asuntos que contenía el archivo, como información matrimonial, acuerdos de cabildo, testamentos, capellanías, diezmos, inquisición y padrones, había un fondo denominado “Guerra y policía de Michoacán” referente a los siglos xix y xx. El orden original de los documentos del archivo del antiguo obispado de Michoacán o Casa de Morelos se mantuvo hasta 1990, año en que se desarrolló un proyecto de clasificación y ordenamiento por parte de la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia. De esta forma el contenido de los legajos se integró en diversos fondos, secciones, series y subseries.14 En 2010, con motivo de la conmemoración del bicentenario de la Independencia de México, el Archivo Histórico Casa de Morelos (ahcmo), al igual que el museo, fueron restaurados. Asimismo se renovó la museografía y, en el caso específico del archivo, se le asignó un nuevo espacio en el edificio, equipado con un sistema de almacenaje de alta densidad. A la par se renovó la totalidad de las cajas contenedoras de la documentación, con lo que se generaron mejores condiciones de conservación y manejo de este patrimonio histórico-documental. Otro proyecto importante a destacar, realizado en 2012, fue la digitalización de los documentos del siglo xvii.

Cat. 194. Mesa, madera tallada, s/f, Museo Regional de Guadalajara, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Jorge Garibay Álvarez, Guía general del Archivo Histórico del Obispado de Michoacán, México, Museo Casa de Morelos-Centro inah Michoacán-inah, 1994.

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Los tiempos y la generación de José María Morelos como estudiante Juvenal Jaramillo M. Centro inah Michoacán

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principios de 1790, José María Morelos volvió a Valladolid de Michoacán, su ciudad natal, después de trabajar varios años en el campo. Su propósito era estudiar para sacerdote. Entonces ya era un hombre de 25 años, una edad en la que muchos de los que habían tomado la decisión de cursar esa carrera habían concluido sus estudios, se habían ordenado como sacerdotes y ocupaban algunos de los curatos del extenso obispado de Michoacán o se desempeñaban como profesores en alguno de sus planteles educativos. Morelos no. Él apenas iniciaba el proceso. No tenemos documentos que nos permitan afirmar que, además de saber leer, escribir y contar, Morelos hubiera desarrollado habilidades en esos renglones y enriquecido los conocimientos de su infancia, cuando fue alfabetizado; sin embargo, el hecho de que haya sido uno de los alumnos más destacados en la cátedra de gramática latina (latín) en el Colegio de San Nicolás, tras apenas un año de cursarla, nos hace pensar que, en efecto, los años de su adolescencia y los primeros de su edad adulta no sólo fueron empleados por nuestro personaje en los trabajos del campo, sino también en lecturas y conversaciones sobre las mismas, sin descartar la madurez natural adquirida por los trabajos y la propia edad, lo cual debió de ser fundamental en su desempeño posterior. Tampoco sabemos con certeza por qué no decidió estudiar para clérigo hasta que contó con 25 años de edad. Es muy posible que en la niñez y la adolescencia la condición económica familiar haya venido a menos, situación que lo habría obligado a trabajar muchos años en diferentes ocupaciones en el campo, a la espera de mejores tiempos. Deducimos esto a partir de lo que él mismo afirmó en 1790: que desde la infancia se sintió inclinado por el estado eclesiástico. EL NUEVO ORDEN, LOS CONFLICTOS INTERNACIONALES Y LAS REFORMAS

Los tiempos en que José María Morelos volvía a su ciudad natal con la intención de formarse como sacerdote fueron de cambios de muy diversos tipos. Apenas tres años atrás la Nueva España había quedado dividida en doce nuevas unidades político-ad-

Cat. 120. Bolsa de corporales (cubrecáliz), siglo xix, tela bordada, Museo Casa de Morelos, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

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ministrativas de carácter civil, llamadas intendencias, al frente de las cuales se nombró a funcionarios llamados intendentes y entre las que Valladolid de Michoacán fue elegida como capital de la intendencia del mismo nombre. Por supuesto, esto reivindicó su jerarquía frente a las demás ciudades y villas de la antigua provincia mayor de Michoacán, al convertirla en el único centro administrativo y fiscal en el orden civil, condición que hasta entonces compartía con Pátzcuaro. Por lo demás, la ciudad natal de Morelos había sido una de las poblaciones de mayor crecimiento demográfico en la antigua provincia mayor de Michoacán en los cincuenta años que antecedieron al retorno de nuestro personaje: entre 1742 y 1792, de contar con 1 671 familias, pasó a concentrar a 3 921,1 tomando en cuenta, además, que de seguro otras familias no estaban registradas en ese conteo y sin considerar a la numerosa población “flotante” de viajeros que llegaban temporalmente para atender algún trámite administrativo o negocio personal, aparte de los muchos vagos y vagabundos que había por entonces. Así, el número de habitantes regulares oscilaba entre 18 mil y 19 mil. Aunque don Juan Antonio Riaño, el primer intendente de Valladolid de Michoacán, fue sin duda un personaje comprometido con los proyectos de reformas urbanas y económico-fiscales de la época ilustrada, no logró introducir cambios en esos renglones debido a que la urbe se venía recuperando de la terrible crisis agrícola de 1786-1787, en la cual las iniciativas de algunos hombres de la Iglesia fueron las que principalmente evitaron un desastre de grandes magnitudes. Eso fue lo que encontró Morelos a su retorno: desde hacía cuatro años la ciudad había sido objeto de algunos cambios, cuando se inició un proceso de mejoras impulsadas por el obispo Cat. 85. Joachim Ibarra y Marín, Breviario romano [perteneció a José María Morelos], 1770, Impreso sobre papel con encuadernación de madera, piel y metal, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Claude Morin, Michoacán en la Nueva España del siglo xviii. Crecimiento y desigualdad en una economía colonial, México, Fondo de Cultura Económica, 1979, p. 67.

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Cat. 85. Joachim Ibarra y Marín, Breviario romano [perteneció a José María Morelos], 1770, impreso sobre papel con encuadernación de madera, piel y metal, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

fray Antonio de San Miguel y la mayoría de los miembros del cabildo eclesiástico, mediante las cuales se buscó dar empleo en obras públicas a miles de afectados por la crisis agrícola. Así, las calles del centro, la mayoría de las cuales eran de terracería y generaban una multitud de incomodidades sobre todo en época de lluvias, habían sido empedradas. También estaba por concluirse un gran acueducto de cantera, obra monumental compuesta por varias decenas de arcos y que llamaba la atención de cuantos la observaban, con lo que ahora quedaba asegurado el abasto de agua a la ciudad. Asimismo, las calzadas de Guadalupe y de los Urdiales habían sido totalmente remodeladas con baldosas y arboledas en sus contornos, además de largas bancas que las delimitaban. Por último, algunos puentes que daban acceso a la urbe por sus principales entradas habían sido reconstruidos, y el edificio del Colegio de San Nicolás había sido objeto de varias reparaciones.2 Desde los tiempos del Morelos estudiante en el Seminario Tridentino, el segundo intendente de Valladolid de Michoacán, don Felipe Díaz de Ortega, mandó arreglar la nomenclatura de las calles y plazas de la ciudad. Además, la dividió en cuatro cuarteles para su mejor administración, conformó el que al parecer fue su primer

Germán Cardozo Galué, Michoacán en el Siglo de las Luces, México, El Colegio de México, 1973, pp. 59-61.

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Lám. 8. Portal de Matamoros en Morelia, litografía publicada originalmente en El libro rojo de Vicente Riva Palacio y Manuel Payno.

plano, en 1794, y emitió una ordenanza para el establecimiento de ocho alcaldes de barrio, que era el mismo número de barrios reconocidos en el documento.3 Estas modificaciones resultaron de gran utilidad si tomamos en cuenta que, entre 1786 y 1787, a consecuencia de la crisis agrícola experimentada en casi toda la Nueva España, Valladolid de Michoacán se vio invadida por miles de menesterosos que huían de los lugares más afectados por la peste y la hambruna, y a los cuales había que albergar en la ciudad. Sin lugar a dudas, entre 1786 y 1794 Valladolid de Michoacán fue objeto de varios cambios urbanos, y en el plano académico asimismo se vivían nuevos tiempos en la capital michoacana: desde unos cinco años antes del regreso de Morelos, un personaje cercano al obispo fray Antonio de San Miguel, el doctor José Pérez Calama, había propuesto e impulsado transformaciones y mejoras en los estudios del Seminario Tridentino, las mismas que se adoptaron para el Colegio de San Nicolás por parte de Miguel Hidalgo, en su condición de catedrático de teología.4 José Bravo Ugarte, Historia sucinta de Michoacán, Morelia, Morevallado, 1993, p. 279. Ibidem, pp. 35-38; Carlos Herrejón Peredo, Hidalgo maestro, párroco e insurgente, Madrid, Fomento Cultural Banamex/Clío, 2011, pp. 58-62.

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Aun con los efectos de la crisis agrícola de 1785 y 1786, en 1787 el propio Pérez Calama propuso formalizar una de las tertulias que se celebraban a diario en la ciudad, con lo que llevó las cosas más allá del simple recreo y pasatiempo para imprimirles un tinte literario. Con este objetivo propuso la lectura y discusión de temas sobre religión, historia y política.5 La efervescencia vivida en Valladolid de Michoacán durante los días del ingreso de José María Morelos al Colegio de San Nicolás para estudiar gramática latina quedó enmarcada por tres sucesos fundamentales, uno de orden local y dos de resonancia internacional: el primero fue la partida de José Pérez Calama —promotor principal de las reformas académicas y de la Ilustración en la ciudad— hacia Quito, en el virreinato de Perú, lo cual significó también —entre muchas otras cosas— la salida de una de las mejores bibliotecas de la ciudad, que era de su propiedad. En el plano internacional, la muerte de Carlos III, en la madrugada del 14 de diciembre de 1788, había significado ya el primer golpe de timón para la ruta que seguían la Ilustración y las reformas borbónicas en el imperio español. “Con él moría una época”, escribió uno de sus biógrafos,6 y no le faltaba razón, pues los cambios y reformas tendientes a la modernización en todos los renglones experimentaron un viraje importante en el siguiente lustro. Por fortuna para Morelos, esos cinco años, 1789-1793, que representaron los últimos de la etapa de introducción de reformas y mejoras en los planes de estudios del Colegio de San Nicolás y el Seminario Tridentino, coincidieron con su presencia en los mismos. Fue éste también el periodo del tránsito del reinado de Carlos III al de Carlos IV. Es muy posible que Morelos, entonces estudiante de San Nicolás, estuviera presente en las magníficas fiestas celebradas a principios de 1791 por la proclamación de Carlos IV como nuevo rey de España, las cuales volcaron la atención de los habitantes de Valladolid de Michoacán al derrocharse dinero en diversas ceremonias, fiestas y acuñación de monedas. En el plano internacional, el triunfo de la Revolución Francesa provocó entre las autoridades civiles y eclesiásticas del mundo hispánico una reacción de rechazo y censura contra sus protagonistas y sus consecuencias. Aunque no sabemos cómo actuaron Juan Antonio de Riaño y Felipe Díaz de Ortega —intendentes de Michoacán— ante las noticias sobre el triunfo de los revolucionarios franceses y la decapitación del rey Luis XVI, conocemos que el obispo fray Antonio de San Miguel y su cabildo eclesiástico, apenas llegó la noticia sobre el inicio de la guerra entre la monarquía católica española y la Francia revolucionaria, emprendieron una campaña de misas, procesiones y rogativas, además de recaudar fondos para el antedicho conflicto militar. Asimismo, el obispo escribió, hizo copiar por centenares y puso en circulación una carta pastoral en la que hablaba de todos los males que acarreaba la Revolución Francesa.7 Los años de José María Morelos como estudiante en el Colegio de San Nicolás y en el Seminario Tridentino fueron de profunda preocupación en los altos círculos civiles y eclesiásticos por lo que se veía como el avance de una nación anticatólica, antimonárquica e irreligiosa: la Francia revolucionaria. De hecho, la década de 1790 se caracterizó por una constante salida de fuertes sumas de dinero de la Nueva Espa G. Cardozo Galué, op. cit., pp. 133-135. Antonio Domínguez Ortiz, Carlos III y la España de la Ilustración, Madrid, Altaya, 1996, p. 226. 7 Juvenal Jaramillo M., Una élite eclesiástica en tiempos de crisis. Los capitulares y el Cabildo Catedral de ValladolidMorelia (1790-1833), Zamora, El Colegio de Michoacán/inah, 2014, pp. 279-280. 5 6

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ña para sufragar los gastos de guerra contra Francia y después contra Inglaterra, lo cual, en el caso concreto de Valladolid de Michoacán, de seguro impidió una mayor modernización urbana, en vista de que aquellos que habían contribuido en la construcción de obras públicas ahora aportaban su riqueza para costear los gastos bélicos. Y no sólo se tomaron las medidas anteriores, sino que el obispo hizo llevar a un grupo de padres misioneros a la capital michoacana con el objetivo de que “preparasen los corazones de los fieles”.8 Algo más que las guerras contra la Francia revolucionaria y la Inglaterra protestante preocupaba al obispo De San Miguel, y posiblemente era el hecho de que en esos tiempos había en la ciudad de Valladolid de Michoacán mucha curiosidad por cualquier tipo de novedades, incluyendo la lectura de obras prohibidas por la Inquisición. Con ese fin, varias personas habían aprendido algunos rudimentos del idioma francés, según lo denunciaba un comisario de la Inquisición el 28 de septiembre de 1790: “He notado que en esta ciudad hay muchos sujetos de estos que pecan de curiosos y entienden el idioma francés, los cuales tienen copia de las obras modernas que a cada paso salen a la luz”.9 No obstante la partida de José Pérez Calama hacia Quito y la honda preocupación de muchas autoridades por los efectos de la Revolución Francesa, en la ciudad de Valladolid de Michoacán permanecía un grupo de personajes interesados en el mejoramiento literario. Uno de ellos era el doctor Ramón Pérez Anastariz, español originario de Navarra, quien poco antes de que José María Morelos ingresara al Colegio de San Nicolás fue nombrado rector del Seminario Tridentino, y como tal estableció academias de historia eclesiástica con las que se reforzaba la formación de los estudiantes de filosofía.10 Así pues, Morelos fue uno de los primeros alumnos de esas academias y, por lo tanto, beneficiario de la reforma promovida por Pérez Anastariz. Otra medida tomada por el rector en el seminario, poco antes del ingreso de Morelos, fue la obligatoriedad para profesores y estudiantes de asistir a todas las clases, observar y cumplir las constituciones, así como la instrumentación de un seguimiento que garantizaba la debida transmisión de conocimientos. En conjunto, esto condujo a una época de bonanza y prestigio para la institución, reflejados en un incremento de la matrícula: mientras que en 1786 contaba con 72 colegiales, en 1790 tenía alrededor de 120. En el año del retorno de Morelos a su ciudad natal, el seminario había recuperado la grandeza de los tiempos de su fundación, celebrando una gran cantidad de actos públicos de filosofía y teología.11 Por lo demás, Pérez Anastariz se hizo fama de contar con una extraordinaria biblioteca y de ser uno de los mejores teólogos del obispado. En 1800 él mismo diría sobre Miguel Hidalgo que era “el teólogo más fino del obispado de Michoacán”. De manera coincidente, cuando Morelos ingresó a San Nicolás, aquellos dos clérigos eran rectores: Hidalgo en este último y Pérez Anastariz en el seminario. No consta que Morelos haya trabado amistad con ambos, pero sí es claro que los conoció como alumno de las dos instituciones en que aquellos ejercieron el magisterio.

Idem. Apud Ernesto Lemoine Villicaña, Morelos y la revolución de 1810, Morelia, Gobierno del Estado de Michoacán, 1979, p. 86. 10 Archivo General de Indias, Audiencia de México, legajo 2570, ff. 172-175. 11 Idem. 8 9

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Cat. 11. Anónimo, Virgen María con reliquias de santos, siglo xviii, óleo sobre madera, acuarela, tejido pegado, escavado, ensamblado, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

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Cat. 70. Ramรณn Alva de la Canal, Vida campesina. Estudio, 1935, tinta sobre papel, colecciรณn particular.

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MORELOS Y SU GENERACIÓN

Como ya referimos, poco antes de las mejoras en el Seminario Tridentino, Morelos se había incorporado al Colegio de San Nicolás, donde de inmediato dio pruebas de que tenía claro el objetivo de convertirse en sacerdote. Según un certificado extendido por su maestro de gramática latina, el bachiller Jacinto Mariano Moreno —un español originario de la villa de Tordesillas—, los talentos, disciplina y carácter de Morelos lo hicieron acreedor a las diferentes distinciones que se acostumbraban en la época: fue nombrado decurión —estudiante gramático que, por sus adelantos y capacidades sobresalientes, se encargaba de tomarle la lección a un grupo de diez estudiantes y en cierto sentido fungía como auxiliar del profesor—. Además, el propio Moreno lo premió como estudiante de méritos sobresalientes y lo hizo participar en diferentes actos públicos tanto en San Nicolás como en otros escenarios. Por lo regular, a estos actos abiertos asistían estudiantes y profesores de otras instituciones, así como el público en general. Morelos no sólo fue un estudiante destacado en gramática latina, sino también en la cátedra de artes —o filosofía, como también se le llamaba—, que era la siguiente etapa a cumplir por todos los aspirantes a sacerdotes. A decir de uno de los catedráticos del Seminario Tridentino de Valladolid de Michoacán, nuestro personaje obtuvo el primer lugar entre los alumnos de su curso. Es muy posible que los dos factores antedichos —su edad y su desempeño sobresaliente en los cursos de gramática latina y de artes— llamaran la atención de los jóvenes de su generación. Además, aunque no hay documentos en los que se hable con detalle de su desempeño como estudiante de teología moral y teología escolástica —la última etapa de la formación sacerdotal en esos años—, sabemos por el certificado de otro de sus profesores que en esos cursos fue muy puntual y formal, y que dejó verse como “un mozo de esperanzas”. Aunque con sus excepciones, la generación a la que perteneció Morelos durante su época de estudiante de gramática latina, filosofía y ambas teologías se componía de individuos que con el paso del tiempo dieron muestras de contar con amplias capacidades para las letras. Algunos actuaron en la guerra insurgente, unos a favor y otros en contra. La mayoría se conoció en los eventos académicos de la época y que formaban parte de la vida escolar. Da la impresión de que tanto el trato como la reCat. 189. Caja para rapé, siglo xix, madera laqueada y pintada, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

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lación entre los alumnos de aquellos años fueron de cercanía. El mismo hecho de que varios de ellos fueran internos propiciaba por necesidad un trato cotidiano, amén de que el número de pupilos no era tan elevado. Hacia la década de 1790, cuando Morelos estudiaba en el Colegio de San Nicolás y en el Seminario Tridentino, era común la celebración de actos académicos donde varios alumnos destacados sostenían y defendían públicamente algunas tesis planteadas por ciertos autores cuyas obras se trabajaban en los cursos de gramática, filosofía o teología. A esos actos asistían varios estudiantes y profesores tanto del colegio como del seminario, así como lectores de algunos conventos, como el del Carmen, el de La Merced, el de San Francisco y el de San Agustín. Éste habría sido, pues, el otro escenario propicio para conocerse entre estudiantes y profesores. En aquellos años del Morelos estudiante, algunos familiares del obispo fray Antonio de San Miguel estuvieron en la ciudad formando parte de su generación y de la vida académica de la ciudad, primero como alumnos y luego como profesores en el Seminario Tridentino. Éstos eran individuos llegados de España que acompañaban al obispo y le servían en el palacio episcopal. De seguro, por su cercanía con el prelado, algunos se manejaban con rigor y disciplina en sus deberes y compartían la lectura de autores que proponían la modernización de los estudios, aunque siempre cuidando la formación católica y el amor a la monarquía. Es muy posible que ellos, así como varios de los principales colaboradores del obispo, sostuvieran con frecuencia reuniones o tertulias literarias en el palacio episcopal, donde varios vivían, pues la mayoría se interesaba en el conocimiento y gustaba de incursionar en diversas materias e Cat. 113. Bonete, finales del siglo xviii-principios del xix, seda, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

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intercambiar libros de teología, derecho civil y canónico, historia sagrada y filosofía, así como algunas gacetas. Quizá el más sabio de estos personajes fuera Manuel Abad y Queipo, un hombre con una erudición inusual. Por su edad —40 años cuando Morelos se incorporó a San Nicolás—, su cercanía con el obispo, su condición de hijo de un noble asturiano y su dominio de varias materias, de seguro fue admirado por los otros residentes del palacio episcopal y muchos de sus contemporáneos. En los años que Morelos estudió en el colegio y en el seminario, Abad y Queipo ocupó el cargo de juez de testamentos y capellanías, y aunque tampoco existen testimonios que prueben nuestra afirmación, es muy posible que el caudillo haya conocido a ese personaje, pues desde sus tiempos de estudiante de gramática latina en el colegio acudía con frecuencia a aquel juzgado para solicitar una capellanía que había fundado su bisabuelo Pedro Pérez Pavón, trámite que le llevó poco más de siete años.12 Otro familiar del obispo De San Miguel fue Manuel de la Bárcena, quien tras ser alumno de teología, profesor destacadísimo de filosofía y rector en el Seminario Tridentino en los años que Morelos cursó ahí filosofía y teología, gobernó el obispado de Michoacán durante el periodo de la insurgencia y formó parte de la regencia gubernativa en los primeros meses del México independiente. Fue De la Bárcena quien, como profesor de filosofía en el seminario, modernizó la enseñanza de esta materia, al incorporar nuevos autores y temas, para lo cual fue respaldado por el rector Pérez Anastariz. Morelos fue beneficiario directo de esto, pues dos años después de la modernización cursó filosofía en aquel plantel. Otro de los favorecidos por esos cambios fue Manuel de la Torre Lloreda, uno de los primeros poetas y literatos de Michoacán y personaje vinculado con la llamada conspiración de Valladolid de 1809. Es indiscutible que él y Morelos se conocieron en el Seminario Tridentino, pues sus tiempos como alumnos coincidieron, si bien no fueron condiscípulos ni esto implica por necesidad que hayan trabado amistad. Sin embargo, De la Torre Lloreda fue otro de los estudiantes más sobresalientes en gramática latina y filosofía, materias de las que sustentó actos públicos. No obstante, a diferencia de Morelos, era un joven de 17 años. Asimismo mostraba grandes habilidades para la literatura, lo cual le ganó el apoyo y aprecio de su profesor don Manuel de la Bárcena y del propio obispo fray Antonio de San Miguel. Con el primero incluso articuló una estrecha amistad que se fortaleció con el paso de los años. Quizá éste fue uno de los factores que marcaron los rumbos de uno y otro: mientras que al concluir sus estudios Morelos tuvo que marcharse hacia destinos poco atractivos y pobremente remunerados, De la Torre Lloreda fue mantenido cerca de la capital episcopal. Lo anterior nos hace pensar en la posibilidad de que ambos personajes coincidieran en actos académicos, en reuniones de conversación y en tertulias informales, las cua-

Cat. 116. Manípulo, siglo xix, raso con aplicaciones, bordado con entorchado en las puntas, Museo Casa de Morelos, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Carlos Herrejón Peredo (est. introd. y comp.), Morelos. Vida preinsurgente y lecturas, Zamora, El Colegio de Michoacán, 1984, pp. 81, 87-88.

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Cat. 114. Manípulo [perteneció a José María Morelos], siglos xviii-xix, damasco de seda con galón de hilo metálico, 82 x 14.7 cm, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

les eran muy comunes en la época. También es posible que en esos mismos círculos se moviera Ignacio López Rayón, futuro líder insurgente y condiscípulo de Manuel de la Torre Lloreda en los cursos de filosofía en el Seminario Tridentino. Obviamente, también había sido discípulo de Manuel de la Bárcena. De la Torre Lloreda y López Rayón compartieron con Morelos el hecho de haber sido colegiales en San Nicolás —donde presentaron actos públicos de gramática—, antes de pasar al Seminario Tridentino. Y aunque de López Rayón se habla muy poco como estudiante, sabemos que destacó en ambos planteles educativos. Otro condiscípulo de Morelos en el seminario fue Antonio Clemente Izazaga, hermano de José María Izazaga, quien también estudiaba allí. Este último, implicado en la conspiración de Valladolid de 1809, fue uno de los insurgentes que sobrevivió el proceso entero de la lucha por la Independencia. Si bien durante los años de guerra fue muy cercano a Morelos, no sabemos si su amistad se remontó a sus años de estudiantes en el seminario. En el mismo periodo fue estudiante en el Colegio de San Nicolás otro joven que, al igual que Morelos, era originario de Valladolid de Michoacán. Nos referimos a Antonio María Uraga, quien en 1809 también se vio implicado en la conspiración de Valladolid. Impulsado por su padrino José Joaquín Hidalgo, Uraga ingresó a San Nicolás para estudiar gramática latina. Poco después, casi a la par que Morelos estudiaba filosofía y teología en el seminario, Uraga cursaba filosofía y teología en el colegio, en los tiempos en que Miguel Hidalgo fue catedrático, vicerrector y rector. De seguro influido por los tiempos de reformas académicas en el Colegio de San Nicolás —durante los años de Miguel Hidalgo— y empapado del ambiente intelectual de su generación, cuando Antonio María Uraga fue a su vez rector del plantel, en 1807, propuso allí lo que llamó “el mejor arreglo en lo literario”. Entonces afirmaba llevar 23 años ligado al Colegio de San Nicolás, 15 de ellos como catedrático. En esencia, Uraga proponía algo que Pérez Calama e Hidalgo ya habían recomendado antes y que De la Bárcena llevó a cabo en el Seminario Tridentino, impulsado por Ramón Pérez Anastariz —y ciertamente con la venia del obispo fray Antonio de San Miguel—: sumarle al estudio de la filosofía y de la teología los de historia eclesiástica, sagrada escritura y concilios.13 Francisco Miranda Godínez, Don Vasco de Quiroga y su Colegio de San Nicolás, Morelia, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 1990, p. 301.

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Juvenal Jaramillo M.


CONCLUSIÓN

A su regreso a Valladolid de Michoacán con la intención de estudiar para sacerdote, José María Morelos vivió tiempos de grandes cambios y sucesos políticos a escala local, virreinal e internacional. Además formó parte de las primeras generaciones de estudiantes beneficiados por algunas de las reformas académicas introducidas en los dos planteles educativos de su ciudad natal. No es menos relevante subrayar que perteneció a una extraordinaria generación de profesores y estudiantes en el Colegio de San Nicolás y el Seminario Tridentino. Varios miembros de esa generación fueron destacadísimos por sus méritos en los actos públicos o por sus propuestas para modernizar los planes de estudios en los planteles donde actuaron, además de que la mayoría se vio implicada, de manera directa o indirecta, en los sucesos que antecedieron a la guerra insurgente y en ese mismo movimiento. Es muy posible que Morelos haya conocido y tratado a la mayoría de los mencionados en este texto, así como es posible que haya mantenido amistad con más de uno, al formar parte de un mismo tiempo, una misma institución y una misma circunstancia. La mayoría de los estudiantes de entonces eran originarios del obispado de Michoacán, salvo muy pocas excepciones y con la presencia de algunos provenientes de Santander, España, llegados con el obispo fray Antonio de San Miguel. Esta enorme mayoría contaba con entre 15 y 20 años de edad: 80 por ciento se dedicó al sacerdocio, mientras que 15 por ciento optó por la abogacía y el otro 5 por ciento, por el ejército. Casi todos ellos pertenecían a la que ahora llamaríamos “clase media”. Fue, en suma, una generación que vivió a una edad madura el inicio y desarrollo del movimiento insurgente, en el cual tomaron parte de manera directa o indirecta. Cat. 4. Anónimo, Santa Rosalía (Virgen del tránsito), siglo xviii, madera, metal, textil, vidrio, pigmento y pelo, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

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El Real y Primitivo Colegio de San Nicolás Obispo de Valladolid, Michoacán, en tiempos de Miguel Hidalgo y José María Morelos Ricardo León Alanís Centro de Estudios sobre la Cultura Nicolaita/ Archivo Histórico-Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo

EL COLEGIO DE SAN NICOLÁS EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XVIII

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undado originalmente en Pátzcuaro por el obispo Vasco de Quiroga, el Colegio de San Nicolás obtuvo el amparo del patronato real en 1543 y hacia 1580 se trasladó, junto con la sede catedralicia de Michoacán, a la nueva ciudad de Valladolid. Desde entonces se estableció la costumbre de que los colegiales de San Nicolás acudieran a tomar sus lecciones diarias de gramática latina —o humanidades— en el vecino Colegio de la Compañía de Jesús y de que aprendieran algo de filosofía y teología con los frailes de San Francisco y San Agustín, en sus respectivos conventos y colegios de la antigua ciudad de Valladolid. A la vez, todo lo relacionado con la celebración del culto, la música y el canto sacro se les enseñaba en forma práctica a los colegiales nicolaitas, los cuales acudían a diario a los oficios celebrados en la catedral vallisoletana. De esa manera, a lo largo de los siglos xvi y xvii el Colegio de San Nicolás funcionó básicamente como un internado o colegio menor de residencia, dado que sus estudiantes hacían vida en común bajo el cuidado de su rector, pero recibían su instrucción formal fuera del edificio o recinto que albergaba al colegio nicolaita.1 No fue hasta principios del siglo xviii cuando se comenzó a proyectar una serie de reformas tendientes a fortalecer la vida académica del Colegio de San Nicolás. En su fase inicial, estas reformas fueron emprendidas por algunos obispos, pero sólo tuvieron efecto a partir de que las encabezaron los propios canónigos del cabildo eclesiástico de Valladolid, auténticos vicepatronos de la institución nicolaita, en representación de la corona española. Estas reformas se encaminaron, en primer término, a acrecentar de manera considerable sus rentas con el propósito de aumentar el número de becas disponibles para sus estudiantes y de financiar la erección de cátedras propias, con el propósito de instruir cada vez mejor a sus colegiales y que éstos fueran más aptos para el desempeño de su ministerio clerical. La reforma académica se inició

Cat. 24. Antonio Serrano, Miguel Hidalgo y Costilla, 1831, óleo sobre tela, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Para mayores detalles sobre la fundación del colegio, véase Francisco Miranda Gómez, Don Vasco de Quiroga y su Colegio de San Nicolás, Morelia, Fimax, 1972; Ricardo León Alanís, El Colegio de San Nicolás de Valladolid. Una residencia de estudiantes, 1580-1712, Morelia, Universidad Michoacana, 2001.

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Lám. 10. Vista del Colegio de San Nicolás de Valadolid [hoy Morelia], litografía publicada originalmente en El libro rojo de Vicente Riva Palacio y Manuel Payno.

de manera formal hacia 1712, cuando el colegio contó con su primera cátedra de artes o filosofía; entre 1743 y 1746 se establecieron las cátedras de teología escolástica y teología moral, y tras la expulsión de los jesuitas, en 1767, se fundaron sus respectivas cátedras de gramática latina o humanidades. En la última década del siglo xviii se erigieron las cátedras de cánones y leyes, y finalmente, a principios del xix, se estableció una cátedra de lengua tarasca. De esa manera, desde mediados del siglo xviii el Colegio de San Nicolás albergaba en promedio a cincuenta o sesenta estudiantes y sostenía un mínimo de tres o cuatro catedráticos, además de contar con su propio rector de planta. Merced al currículo completo de estudios clericales cursados en sus respectivas cátedras, el colegio quiroguiano había obtenido asimismo el reconocimiento de la Real y Pontificia Universidad de México a fin de que los colegiales nicolaitas acudieran a certificar sus estudios y obtuvieran los grados correspondientes de bachiller, licenciado, maestro y doctor en las facultades de artes y teología. Sin duda, la segunda mitad de esa centuria se puede considerar como la de mayor auge y prosperidad en todos los órdenes para el Colegio de San Nicolás durante la época virreinal.2 R. León Alanís, Luces y sombras en el Colegio de San Nicolás. Reformas, Ilustración y secularización, 1712-1847, Morelia, Universidad Michoacana, 2014.

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A LA SOMBRA DE VASCO DE QUIROGA

Esa brillante etapa en la historia del colegio se inauguró de manera formal a principios de 1759, cuando arribó a sus aulas el bachiller Juan Joseph Moreno y Pizano para impartir, durante los siguientes tres años, la cátedra de artes o filosofía. Además de esos cursos, Moreno también impartió teología escolástica y luego fue nombrado rector del colegio durante el periodo 1761-1767. Como tal, redactó y puso en vigor un nuevo reglamento para el plantel, el cual ponía un énfasis particular en la estricta disciplina que debían guardar los colegiales nicolaitas dentro y fuera del colegio. Por esos años ocurrió uno de los acontecimientos más trascendentales en la historia del obispado de Michoacán y del propio Colegio de San Nicolás, pues en 1765 se conmemoró de manera solemne el bicentenario de la muerte del primer obispo de Michoacán y fundador del colegio, don Vasco de Quiroga. Con ese motivo, el rector Juan Joseph Moreno organizó un acto en el que se recordó la memoria del ilustre fundador, y en 1766 publicó un brillante ensayo titulado Fragmentos de la vida y virtudes de don Vasco de Quiroga, primer obispo de la Santa Iglesia Catedral de Michoacán y fundador del Real y Primitivo Colegio de San Nicolás Obispo. La impresión del libro fue financiada por los propios colegiales de San Nicolás y contó con la ayuda de los canónigos del cabildo eclesiástico de Valladolid. Aunque se trata básicamente de una biografía dedicada a rescatar y preservar la figura del primer obispo de Michoacán —don Vasco de Quiroga—, también puso de relieve que el

Cat. 108. Fray Francisco Larraga, Prontuario de Teología Moral, 1718, empastado en cuero, Archivo Histórico Casa de Morelos, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

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Cat. 210. Juan Mauricio Rugendas, Trapiche de Tuzampa, 1833, óleo sobre papel, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Colegio de San Nicolás era en realidad el más antiguo de los colegios reales existentes no sólo en la Nueva España, sino en toda Hispanoamérica. Por lo tanto, el histórico plantel debía gozar de estos privilegios y perpetuarse como la institución educativa más importante del obispado de Michoacán, incluso por encima del nuevo Real y Pontificio Seminario Tridentino de San Pedro Apóstol de Valladolid, cuyos muros se habían comenzado a levantar frente de la majestuosa catedral vallisoletana. Este hecho trataría de hacerse notar a todas luces con la denominación y el ostentoso título de “Real y Primitivo Colegio de San Nicolás Obispo”, el mismo que a partir de entonces se hizo común para diferenciar a la antigua fundación quiroguiana del nuevo Seminario Tridentino de Valladolid, institución que abrió sus puertas en el año de 1770 para que en lo sucesivo se prepararan allí los futuros clérigos y ministros que servirían a la diócesis de Michoacán.3 En general se puede decir que la expulsión de los jesuitas y la erección del Seminario Tridentino de Valladolid, así como la fundación del llamado Colegio de Infantes —la otra célebre institución educativa creada por el entonces obispo Pedro Anselmo Sánchez de Tagle, para proveer de cantores, músicos, acólitos y monaguillos a la catedral michoacana—, vinieron a ser una suerte de revulsivo para que el antiguo Véase Juan Joseph Moreno, Fragmentos de la vida y virtudes de don Vasco de Quiroga, primer obispo de la Santa Iglesia Catedral de Michoacán y fundador del Real y Primitivo Colegio de San Nicolás Obispo (ed. facsimilar), R. León Alanís (est. introd.), Morelia, Universidad Michoacana, 1998 [1766].

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Colegio de San Nicolás también se reformara y superara en todos los órdenes. Quizá lo más importante sea que a partir de entonces ambas instituciones clericales vallisoletanas colaborarían de manera muy estrecha en la formación integral del nuevo clero ilustrado del obispado de Michoacán, cuyos máximos representantes fueron precisamente Miguel Hidalgo, José María Morelos y sus contemporáneos. MIGUEL HIDALGO: COLEGIAL, CATEDRÁTICO, TESORERO Y RECTOR DEL COLEGIO DE SAN NICOLÁS4

Dos años antes de la expulsión de los jesuitas llegó a Valladolid un joven estudiante, casi niño, que en mayo de ese año acababa de cumplir doce años de edad. Nos referimos a Miguel Hidalgo y Costilla, quien el 9 de octubre de 1765 quedó debidamente matriculado como colegial supernumerario en el Colegio de San Nicolás, luego de que el cabildo eclesiástico de Valladolid autorizó la solicitud presentada por su padre y se pagaron las colegiaturas correspondientes. Recordemos que por entonces el rector del colegio era Juan Joseph Moreno, quien en 1761 había dado al plantel un nuevo reglamento académico donde se establecía por primera vez un verdadero “plan de estudio” para que los colegiales nicolaitas terminaran por completo los estudios clericales y así, una vez concluidos sus cursos de filosofía, siguieran estudiando de manera obligatoria teología escolástica y teología moral, con el objetivo de que su preparación sacerdotal fuera la más adecuada, y que además “haya copia de theólogos” y éstos dieran mayor “lustre al colegio”. Éste sería, pues, el reglamento académico vigente durante los primeros años de la brillante carrera estudiantil de Miguel Hi-

Cat. 17. Anónimo, Virgen de Guadalupe, siglo xviii, óleo sobre cartón, con medallón de metal y vidrio, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Apud R. León Alanís (inv. y sel. documental), “Siendo colegial en dicho colegio… Miguel Hidalgo en San Nicolás, 1765-1792”, Río de Papel. Boletín del Archivo Histórico, Morelia, núm. 20 (ed. especial), 2010.

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dalgo en el Colegio de San Nicolás, y podemos afirmar que él mismo, como alumno, sería uno de sus primeros y principales beneficiarios. De igual forma vale la pena recordar que el propio rector del colegio —Juan Joseph Moreno— escribió por entonces la brillante obra Fragmentos de la vida y virtudes de don Vasco de Quiroga…, publicada en 1766 con la ayuda económica de todos los colegiales nicolaitas. Sin duda, uno de los primeros libros que conoció y leyó el joven Miguel Hidalgo y Costilla cuando estudiaba en el Colegio de San Nicolás y se preparaba para la carrera sacerdotal fue precisamente esta biografía, dedicada a honrar la memoria del primer obispo de Michoacán. Pese al acuerdo existente con los jesuitas para que los jóvenes colegiales de San Nicolás cursaran sus primeros estudios de gramática latina o humanidades en el vecino colegio de la Compañía de Jesús de Valladolid, el joven Hidalgo estaba a punto de concluir sus estudios de latín cuando sobrevino la expulsión de los jesuitas, en el verano de 1767. Sin embargo, éste continuó cursando filosofía en el propio Colegio de San Nicolás hasta que se graduó como bachiller en artes en la Real Universidad de México, el 30 de marzo de 1770. Entonces obtuvo una beca de número por antigüedad y fue así como logró cursar los estudios mayores de teología moral y escolástica en su mismo colegio, hasta alcanzar el grado de bachiller en teología en la Real Universidad de México, el 24 de mayo de 1773. Luego optó en definitiva por la carrera sacerdotal: en marzo de 1774 recibió la tonsura y las primeras órdenes clericales; en diciembre de 1776, el diaconado, y en 1778, el presbiterado. Por esos años Hidalgo se desempeñó también como catedrático suplente de varias materias en el Colegio de San Nicolás, hasta que en 1777 obtuvo el nombramiento

Lám. 11. Documento firmado por José María Morelos.

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Cat. 16. Anónimo, s/t [Se especula que podría ser Miguel Hidalgo], siglo xviii, óleo sobre tela, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología de Historia.

como catedrático definitivo. Así, impartió las cátedras de latinidad (1777-1780) y filosofía (1781-1783). En 1784, ganó por oposición una beca real y la cátedra de prima de sagrada teología escolástica en el propio Colegio de San Nicolás. Ese año compuso también su famosa y brillante Disertación sobre el verdadero método de estudiar teología escolástica, obra por la que resultó premiado y felicitado ampliamente por sus contemporáneos, con lo que obtuvo el más grande reconocimiento que se le otorgó en toda su carrera académica como nicolaita. En 1785 cumplió 20 años como colegial y esto le valió para ser nombrado como vicerrector del colegio, en ese mismo año. A partir de entonces se inició la última etapa en la carrera de Miguel Hidalgo como colegial nicolaita, en la que desempeñó diversos cargos administrativos, si bien habría que señalar que en realidad los ocupó más por su antigüedad y larga experiencia que por sus méritos académicos y literarios. Fue así como, a partir de 1787, ocupó la mayordomía o tesorería del colegio y finalmente, en enero de 1790, resultó elegido como rector del Real y Primitivo Colegio de San Nicolás Obispo de Valladolid, puesto en el que se desempeñó hasta principios de febrero de 1792. El periodo en que Miguel Hidalgo vivió, estudió, impartió cátedra y rigió los destinos del Colegio de San Nicolás como tesorero y rector (1765-1792) fue el de

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mayor esplendor en la historia de la institución nicolaita durante la época virreinal, no sólo por el hecho de que permaneció allí durante poco más de 26 años, sino también porque algunos otros nicolaitas contribuyeron por igual a elevar el nivel académico y aumentar el prestigio institucional no sólo en el obispado de Michoacán, sino en toda la Nueva España. Entre otros destacados nicolaitas de la época cabe mencionar al canónigo superintendente y rector licenciado Blas de Echeandia (1775-1786), promotor inicial del establecimiento de las nuevas cátedras de cánones y leyes, pero cuya muerte le impidió ver culminado su anhelo, privilegio que correspondió al famoso canónigo y superintendente Mariano de Escandón y Llera, conde de Sierra Gorda, quien las inauguró entre 1793 y 1799. También podemos mencionar a los entonces jóvenes colegiales Antonio María Uraga, José Sixto Berduzco y Francisco Argándar, todos discípulos de Hidalgo en las cátedras de teología moral y escolástica, quienes al igual que su maestro ocuparon diversas cátedras y la rectoría del colegio antes de salir a desempeñarse como párrocos en distintos lugares del obispado de Michoacán. SEMINARISTAS Y “CAPENSES” EN SAN NICOLÁS

A la par que el Colegio de San Nicolás se encaminaba hacia sus mayores momentos de gloria, el 29 de septiembre de 1770 se inauguró de manera solemne el nuevo Real y Pontificio Colegio Seminario Tridentino de San Pedro Apóstol de Valladolid, cuyas cátedras y cursos de gramática latina, retórica, filosofía, teología moral y sagrada escritura se iniciaron una semana después, con alrededor de sesenta estudiantes. Debido a una serie de acuerdos entre el obispo Sánchez de Tagle y el cabildo eclesiástico, se estableció que desde entonces se exonerara a los colegiales de San Nicolás de acudir en forma ordinaria al servicio en la catedral y que los cursos de artes o filosofía se impartieran de manera conjunta y alternada en ambas instituciones; es decir, un ciclo en el seminario y el otro en el colegio. Incluso, con el propósito de evitar riñas y problemas entre los estudiantes de uno y otro plantel, el obispo solicitó al entonces superintendente y rector de San Nicolás, don Blas de Echeandia, que comunicara a los colegiales nicolaitas que acudirían al seminario que lo hicieran “con la mayor hermandad, no solicitando preferencias de clase, sino sentándose entreverados con los

Cat. 158. Medalla con la Virgen de Guadalupe [perteneció a Miguel Hidalgo], 1803, plata acuñada, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

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del Seminario”. Igualmente, al entonces rector, catedrático de filosofía y estudiantes del seminario conciliar, el obispo Sánchez de Tagle, les comunicó que deberían guardar la mejor armonía y correspondencia con los del Colegio de San Nicolás, recibiéndolos en el suyo y sus clases como hermanos, sin dar el más ligero motivo para que entre unos y otros se ofrezcan discordias, apercibiéndolos por unos y otros señores a sus respectivos alumnos, que en caso de contravención, no sólo se les castigará severamente cualquiera culpa en este particular, sino que calificada por grave, se les privará de la beca.5

Cat. 108. Fray Francisco Larraga, Prontuario de Teología Moral, página interior, 1718, empastado en cuero, Archivo Histórico Casa de Morelos, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Esta relación académica demuestra que, más allá de una rivalidad, a partir de entonces se estableció una sana competencia y estrecha colaboración entre ambas instituciones clericales vallisoletanas, como también quedaría de manifiesto en varios apartados de las “constituciones” del Seminario Tridentino, donde se especificaba que los colegiales y catedráticos de San Nicolás serían convidados a las funciones literarias efectuadas en el seminario con motivo de la apertura de cursos, réplicas, oposiciones y otros actos públicos.6 Es de suponer que a estos actos correspondiera de la misma forma el Colegio de San Nicolás; es decir, al invitar a los catedráticos y estudiantes seminaristas a la funciones literarias y otros protocolos académicos efectuados de manera cotidiana en el colegio nicolaita, de modo que ambas instituciones se com “Autos fechos sobre la fundación del Colegio Seminario de esta Santa Iglesia catedral, Valladolid, 24 de septiembre de 1770”, Archivo Histórico Casa de Morelos, Diocesano, gobierno, seminario, c. 353. 6 Véase “Erección del Pontificio y Real Colegio Seminario del Príncipe de los Apóstoles el señor San Pedro y Constituciones que para su gobierno ha hecho, en la ciudad de Valladolid, el ilustrísimo señor don Pedro Anselmo Sánchez de Tagle, del consejo de su majestad, obispo de aquella diócesis y fundador del mismo pontificio y real colegio” [1771], en Agustín García Alcaraz, La cuna ideológica de la Independencia, Morelia, Fimax, 1971, pp. 156, 175-176, 211, 217. 5

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Cat. 119. Paño de corporales, siglos xviii-xix, seda bordada en hilo metálico y lentejuelas doradas, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

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plementaban integralmente en la formación y ejercicios académicos de sus respectivos estudiantes y catedráticos. Uno de los jóvenes que debió de cursar sus estudios de latín y filosofía asistiendo tanto al Colegio de San Nicolás como al Seminario Tridentino de Valladolid fue Ignacio López Rayón, quien al parecer, entre 1787 y 1791, cursó gramática latina y artes en ambos planteles. Aparte de seminaristas y colegiales nicolaitas, cabe señalar que por entonces era común encontrar en la ciudad de Valladolid a otro tipo de estudiantes, los llamados “capistas”, “capeños” o “capenses”; es decir, estudiantes comunes que no eran colegiales ni becarios en estos planteles, quienes acudían en calidad de oyentes o estudiantes externos a las cátedras impartidas tanto en el seminario como en el colegio.

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Sin duda el caso más notable fue el de José María Morelos y Pavón, quien como estudiante capense asistió a las dos instituciones al comenzar tardíamente sus estudios clericales, hacia 1790-1792. Por entonces, aunque Miguel Hidalgo ocupaba el cargo de rector en el Colegio de San Nicolás, no fue directamente maestro de Morelos, pues consta que éste sólo acudió a tomar los cursos de latinidad impartidos allí por los bachilleres Jacinto Moreno y José María Arzac, y que luego continuó sus estudios filosóficos y teológicos en calidad de “estudiante cepense del Seminario Tridentino de Valladolid”, entre 1793 y 1794.7 LOS ABOGADOS NICOLAITAS

Otro de los jóvenes colegiales nicolaitas de aquella época fue Miguel Domínguez, el futuro corregidor de Querétaro, quien tras concluir los estudios de filosofía en el Colegio de San Nicolás partió hacia la ciudad de México, donde hizo sus estudios mayores de jurisprudencia, al igual que Ignacio López Rayón. Cabe señalar que a partir de 1799, cuando se inauguraron las cátedras de derecho en el Colegio de San Nicolás, otros jóvenes nicolaitas como Francisco Menocal, José María Izazaga, José María Echaíz, José María Chico, Manuel Arias Maldonado, Juan Nepomuceno Gómez de Navarrete, José María Sánchez Arreola, Antonio de Castro y José María Ortiz Izquierdo comenzaron su formación como abogados en ese mismo plantel, teniendo como uno de sus catedráticos más notables al licenciado José Antonio de Soto y Saldaña. Como es sabido, estos ilustres nicolaitas participaron de manera destacada en el proceso independentista de México, desde las llamadas conspiraciones del Ayuntamiento de México (1808) y de Valladolid, en 1809, hasta la guerra y consumación de la Independencia, en 1821.8

Cat. 129. Caja hostiario (píxide), siglo xix, pasta laqueada con aplicación de papel litografiado, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Véase R. León Alanís, La sociedad michoacana en vísperas de la guerra: el mundo académico e intelectual, Morelia, Secretaría de Educación/Gobierno del Estado de Michoacán/Universidad Michoacana (Historia ilustrada de la Guerra de Independencia en Michoacán, 5), 2010. 8 R. León Alanís, “El colegio y los colegiales de San Nicolás durante la época virreinal”, en Gerardo Sánchez Díaz (coord.), El Colegio de San Nicolás en la vida nacional, Morelia, Universidad Michoacana (Bicentenario, 8), 2010, pp. 65-72; cfr. Carlos Herrejón Peredo, “Colegios e intelectuales en el obispado de Michoacán, 1770-1821”, en José Antonio Serrano Ortega (coord.), La Guerra de Independencia en el obispado de Michoacán, Zamora, El Colegio de Michoacán, 2010, pp. 53-90. 7

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José María Morelos y Pavón, Generalísimo de la armas de la América Septentrional Moisés Guzmán Pérez Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo

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urante los diez años que duró la lucha armada, la insurgencia mexicana contó entre sus filas con decenas de jefes y caudillos regionales cuyo mando de tropa de calidad y condición social fueron muy diversos. Todos llegaron a ostentar los grados y empleos que estipulaban las “Ordenanzas militares” de Carlos III, pero sólo tres serían reconocidos con el título de generalísimo, el cual, por cierto, no existía en las ordenanzas, sino que se comenzó a usar en un contexto distinto.1 Miguel Hidalgo y Costilla, iniciador del movimiento, fue el primero a quien se le distinguió de esa manera cuando, el 22 de octubre de 1810, durante una junta de generales y ante una multitud entusiasta por la Independencia, fue nombrado “generalísimo de América” en la villa de Acámbaro, Guanajuato.2 Después tocó el turno a Ignacio de Allende y Unzaga, quien luego del desastre de Puente de Calderón, y respaldado por varios militares, recibió ese nombramiento en la hacienda de Pabellón, Aguascalientes, el 25 de enero de 1811, “y tomó el gobierno y facultades que tenía su antecesor”.3 Pasarían algo más de dos años para que, el 15 de septiembre de 1813, el antiguo vocal y capitán general de la Suprema Junta Nacional Americana, José María Morelos y Pavón, el más afamado estadista y estratega militar que produjo la insurgencia, fuera designado por los diputados del Con-

Cat. 60. Adolfo Mexiac, Morelos, 1960, grabado, colección particular.

La figura del generalísimo nació en España en tiempos de Carlos IV y recayó por primera vez en la persona de Manuel Godoy, en 1801, durante la llamada “guerra de las naranjas”, conflicto que enfrentó a España contra Portugal. Desde entonces desapareció el Consejo de Guerra para ser sustituido por la reunión de los secretarios de Estado, Hacienda y Guerra, y a su vez la Junta de Generales se convirtió por primera vez en la historia en “un Estado Mayor de Operaciones con propósitos de permanencia”. Véase Miguel Alonso Baquer, “La doctrina militar de los diputados de Cádiz”, Revista de Historia Militar, Madrid, núm. 33, 1972, p. 151. 2 “Informe de Diego García Conde al virrey Venegas, México, 8 de diciembre de 1810”, en Juan E. Hernández y Dávalos, Colección de documentos para la historia de la Guerra de Independencia de México de 1808 a 1821 (ed. facsimilar), México, Comisión Nacional para las Celebraciones del 175 Aniversario de la Independencia Nacional y 75 Aniversario de la Revolución Mexicana/inehrm, t. II, núm. 156, 1985 [1877-1882], pp. 270-271. 3 “Causa instruida contra el generalísimo D. Ignacio de Allende, Chihuahua, 10 de mayo-29 de junio de 1811”, en Genaro García, Documentos históricos mexicanos, México, Comisión Nacional para las Celebraciones del 175 Aniversario de la Independencia Nacional y 75 Aniversario de la Revolución Mexicana/inehrm, t. VI, 1985, p. 50. 1

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greso de Chilpancingo como “generalísimo de la armas de la América Septentrional”. Veamos ahora los rasgos esenciales de su vida. INFANCIA, FAMILIA Y ESTUDIOS

La mañana del 4 de octubre de 1765, el matrimonio conformado por Manuel Morelos y Juana María Guadalupe Pérez Pavón se trasladó a la iglesia del sagrario de Valladolid para cumplir con sus obligaciones cristianas y bautizar a su hijo recién nacido. Iban acompañados de Lorenzo Sendejas y Cecilia Sagrero, viejos conocidos a quienes invitaron a fungir como padrinos. El niño vino al mundo el 30 de septiembre anterior, y si bien aquel día se celebraba a san Jerónimo, por indicación de los padres el bachiller Francisco Gutiérrez de Robles exorcizó solemnemente, puso óleo, crisma y bautizó al infante, imponiéndole el nombre de José María Teclo.4 Su padre era originario de la hacienda de Zindurio, cercana a Valladolid, y se ganaba la vida ejerciendo el oficio de carpintero, mientras que su madre era oriunda de Querétaro, hija de un maestro con quien Morelos aprendería a leer y a escribir. José María fue el tercero de una descendencia de ocho hijos —tres varones y cinco mujeres—, de los cuales sólo llegaron a adultos Juan de Dios Nicolás, nacido en 1763, y María Antonia, que vio la luz en 1771.5 Las carencias económicas obligaron a Manuel Morelos a emigrar a San Luis Potosí llevando consigo a Nicolás, el hijo mayor, en tanto que Juana se quedó en Valladolid para cuidar de los pequeños José María y Antonia. A los catorce años el joven José María trabajaba ya en la hacienda de San Rafael Tahuejo, inmediata a Apatzingán, cuya finca era administrada por Felipe Morelos, primo de su padre. Un informe de finales del siglo xviii señala que Tahuejo se ubicaba en Tierra Caliente, en un lugar poco apropiado para la cría de ganado, pero con alguna posibilidad para producir caña dulce. Además de aprender a cultivar el maíz y el añil, se convirtió en escribano de recibos y remesas; en particular, durante los once años que vivió en Tahuejo le permitieron dedicarse a algunas actividades comerciales mediante la arriería. Así se familiarizó con el territorio y con la gente que años después lo acompañaría en la insurrección.6 Luego decidió regresar a Valladolid. En 1789, a la edad de 25 años, se inscribió en el Real y Primitivo Colegio de San Nicolás Obispo, cuyo rector era el bachiller Miguel Hidalgo y Costilla. Ahí estudio latín durante dos años y tuvo entre sus profesores al bachiller Jacinto Mariano Moreno, con quien llevó las clases de mínimos y menores “en las que ha procedido con tanto juicio e irreprensibles costumbres que jamás fue acreedor que usase con él de castigo alguno”; además, en atención “a su aprovechamiento y recto proceder […] fue premiado con última oposición de mérito “Libro donde se asientan las partidas de bautismos de españoles. Se comenzó el mes de enero de 1760. Siendo cura rector del sagrario de esta iglesia catedral el licenciado don Joaquín de Cuevas abogado por la Real Audiencia y Universidad de México y promotor fiscal de este obispado de Michoacán”, en Archivo Parroquial del Sagrario de Morelia (apsm), Bautismos, lib. 20, 1760-1776, f. 114r. 5 Raúl Chávez Sánchez, La progenie de Morelos, Morelia, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 2000, p. 54. 6 Carlos Herrejón Peredo, “Morelos y Pavón, José María”, en Alfredo Ávila, Virginia Guedea y Ana Carolina Ibarra (coords.), Diccionario de la Independencia de México, México, Comisión Universitaria para los Festejos del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución Mexicana-unam, 2010, p. 110. 4

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Cat. 193. Trapiche, principios del siglo xix, madera, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

en la Aula General”.7 Fue en aquella época cuando Morelos desempeñó el cargo de decurión, como se le llamaba en los estudios de gramática al alumno “a quien por más hábil se encarga el cuidado de tomar las lecciones a diez estudiantes, y a veces menos o más, según ocurre el haber pocos o muchos”.8 De San Nicolás, Morelos pasó al Seminario Tridentino, donde continuó con sus cursos de filosofía a partir de marzo de 1795, los cuales “acabó en primer lugar”, teniendo entre sus maestros a José María Pisa, catedrático de teología moral. Inscrito en su clase, debió suspender sus estudios unas semanas para pasar a la Real y Pontificia Universidad de México, a fin de recibir el primero de los grados concedidos por esa institución. Una vez en la capital del reino, tras presentar la fe de bautismo que demostraba que era hijo legítimo y de calidad “español”, demás de probar los cursos que había llevado tanto en San Nicolás como en el seminario, el primero de abril de 1795 fue replicado por los doctores Miguel Rodríguez, Pedro Foronda y José Ignacio García Jove. Así, por examen, aprobación y suficiencia para cualquier facultad, el doctor Alcalá le otorgó el título de bachiller en artes.9 Enseguida regresó a Valladolid para cursar teología moral, a fin de ordenarse como presbítero. José R. Benítez, Morelos. Su casta y su casa en Valladolid (Morelia), Guadalajara, Talleres de Imprenta Gráfica, 1947, p. 82. 8 Diccionario de autoridades (ed. facsimilar), Madrid, Gredos (Biblioteca Románica Hispánica), t. II, 1984 [1726-1737], p. 43. 9 “Grados de bachilleres en Artes desde el año 1794 hasta el de 1842”, en Archivo General de la Nación (agn), Universidad, vol. 170, f. 17r. En el fondo reservado de la Biblioteca del Colegio de Jalisco se localizó un ejemplar de la tesis en latín que presentó Morelos para obtener el título de bachiller en artes, la cual fue traducida al español por el presbítero Juan González Morfín y será publicada en breve con un estudio introductorio de nuestro amigo Jaime Olveda. 7

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EL SACERDOTE

Decidido a abrazar la carrera del sacerdocio, a mediados de abril de 1796 se presentó al concurso de beneficios eclesiásticos, donde aparecía ya como subdiácono, lo cual indica que meses atrás había optado a las cuatro órdenes menores que se hacían juntas —acolitado, lectorado, ostiarado y exorcistado—. El subdiaconado obligaba al aspirante al celibato y el rezo del oficio divino. La edad mínima requerida en aquel tiempo para ser sacerdote eran 24 años, y Morelos tenía 31.10 En agosto de 1797 ya era diácono y se desempeñaba como preceptor de gramática y retórica en el pueblo de Uruapan. El diaconado representaba para los subdiáconos la antesala del sacerdocio, y formaba parte del orden sagrado de la Iglesia Católica; se trataba de la primera de las llamadas órdenes mayores, pues al diaconado lo seguían el presbiterado y, por último, el episcopado. Una información de 1789 revela que los diáconos se ordenaban para evangelio, para epístola y para menores.11 Nicolás Santiago Herrera, cura de Uruapan quien además fungía como comisario inquisitorial del obispado, elogió el desempeño de Morelos como preceptor y le extendió un certificado, señalando “que en esos días tres niños ya pueden estudiar Filosofía, y otros dos medianos y mayores”, lo cual habla de la dedicación y empeño que ponía Morelos en la educación de los pequeños. Y como estaba decidido a ser clérigo, por esos días se trasladó a la capital de la diócesis para solicitar el presbiterado bajo el título de administración de los sacramentos, presentando sus títulos y la certificación del cura Herrera.12 Finalmente, el 21 de diciembre de 1797, Morelos, José Sixto Berduzco y 28 personas más obtuvieron el sacro presbiterado, y recibieron de manos del obispo fray Antonio de San Miguel las órdenes sacerdotales.13 Ernesto Lemoine duda que Morelos haya tenido vocación clerical debido a su “espíritu liberal, cierto gusto por la vida mundana, alguna inclinación a los negocios y al comercio”, además de su papel político militar en la insurgencia. Según él, José María se hizo sacerdote sólo por agenciarse “una profesión liberal”.14 Sin embargo, el propio ministerio que desempeñó en distintas parroquias parece demostrar lo contrario. Carlos Herrejón, quien es el que más ha estudiado al personaje en la actualidad, señala que desde que estuvo al frente de su curato de Carácuaro, “Morelos se dedicó con fervor a su ministerio sacerdotal”.15 Un mes después de que fue consagrado, se le nombró cura interino de Churumuco y la Huacana, adonde llevó consigo a su madre y su hermana. Sin embargo, el clima hizo estragos en ellas, por lo que Morelos las envió de regreso a Valladolid. En el camino tuvieron que hacer una parada obligada en Pátzcuaro, donde a doña Juana

“Lista de los sujetos que van presentándose al concurso de beneficios, abril 16 de 1796”, en ahcm, Diocesano, gobierno, sacerdotes, oposiciones, c. 319, carpeta 48, 1781-1794. 11 “Certificado de fray José Agustín Parcero, Valladolid, 12 de septiembre de 1789”, en ahcm, Diocesano, gobierno, seminario, órdenes, c. 468, carpeta 476, 1789. 12 “Solicitud de Morelos, Valladolid, 16 de agosto de 1797”, en ahcm, Diocesano, gobierno, seminario, órdenes, c. 484, carpeta 508, 1797. 13 Enrique Arreguín Oviedo, A Morelos. Importantes revelaciones históricas (ed. facsimilar), Morelia, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 1978 [1913], p. 79. 14 Ernesto Lemoine Villicaña, Morelos. Su vida revolucionaria a través de sus escritos y de otros testimonios de la época, México, unam, 1965, p. 18. 15 C. Herrejón Peredo, op. cit., p. 110. 10

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Lám. 12. Crucifijo.

le sobrevino la muerte el 5 de enero de 1799.16 Tras sobreponerse a este trago amargo, Morelos pasó al pueblo de Urecho en calidad de cura encargado, si bien sólo permaneció un mes allí porque enseguida se fue a servir al curato de Carácuaro-Nocupétaro, a partir de junio de 1799. En ese lugar se ocupó con más tiempo de toda una diversidad de asuntos que le demandaba su parroquia, comenzando por llevar un registro adecuado de los libros de bautismos, matrimonios y entierros, oficiar misas, levantar padrones y emprender algunas obras materiales. Él mismo construyó la iglesia, el cementerio y la casa cural de Nocupétaro con recursos propios, y hasta allá llegaba a visitarlo el doctor José Sixto Berduzco, luego de que éste ocupó en propiedad la parroquia de Tuzantla.17 En 1801 Morelos compró una casa en Valladolid, adonde llevó a vivir a su hermana, y rentó la esquina como tienda al señor Miguel Cervantes. Poco tiempo después, con ese ingreso y con las ganancias que le redituaban sus actividades comerciales por la venta de productos de Tierra Caliente en aquella ciudad, construyó una segunda planta de pura cantería. Al poco tiempo autorizó el matrimonio de su hermana Antonia con Cervantes, el cual se verificó en Valladolid el 12 de abril de 1807.18 Por otro lado, en Carácuaro fue muy sonado un supuesto caso de “posesión diabólica” que le obligó a formalizar las diligencias y remitirlas a la sede del obispado para su revisión. También tuvo sus desencuentros con los indios del lugar, que pedían al R. Chávez Sánchez, op. cit., p. 55. “Morelos al gobernador del obispado, Nocupétaro, 3 de enero de 1809”, en C. Herrejón Peredo (est. introd. y comp.), Morelos. Vida preinsurgente y lecturas, México, El Colegio de Michoacán (Biblioteca José María Morelos, I), 1984, pp. 216-217. 18 R. Chávez Sánchez, op. cit., p. 55.

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Cat. 69. Ramón Alva de la Canal, Morelos niño. Estudio, 1935, tinta sobre papel, colección particular.

obispo fray Antonio de San Miguel cambiar la forma de contribuir al sustento de la Iglesia, ya no por tasación, sino por arancel; también acusaron a Morelos por malos tratos y regaños, de todo lo cual el cura dio una respuesta puntual al prelado.19 Morelos también experimentó dificultades con José María Ansorena, dueño de la hacienda de San Antonio, perteneciente a aquel partido eclesiástico. Este último había conseguido licencia del obispo De San Miguel para que en la capilla de su hacienda se celebraran misas, se administraran los sacramentos y se diera sepultura eclesiástica a los cadáveres. Morelos se opuso rotundamente a la petición, exponiendo las dificultades a que se enfrentaba, y en vista de lo que escribió en noviembre de 1810 a su compadre Francisco Díaz de Velasco, esa finca continuó siendo hostil a Nocupétaro.20 Mientras permaneció en Carácuaro trató de conseguir un mejor beneficio, para lo cual, en febrero de 1805, pidió certificación de la calificación que había obtenido en el último concurso y los lugares donde había sido propuesto para otro curato. A fina C. Herrejón Peredo, “Morelos y Pavón…”, pp. 110-111. “Ansorena al gobierno diocesano, Valladolid, 1804”, en ahcm, Diocesano, gobierno, registros, correspondencia, c. 327, carpeta 2, 1801-1896; J.R. Benítez, op. cit., p. 97.

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les de mayo del mismo año solicitó licencia al gobernador de la mitra para pasar a Valladolid y atender algunos asuntos pendientes. A principios de marzo de 1806 pidió a la mitra que adscribieran al curato de Carácuaro al bachiller José María Méndez Pacheco, quien estaba en Churumuco, de modo que lo auxiliara en la atención de su parroquia como teniente de cura. Más tarde, en octubre, metió otra licencia para ir a Valladolid a curarse de sus enfermedades, la cual le fue concedida, sólo que al parecer otro tipo de asuntos llamó su atención en la capital de la intendencia: a finales de noviembre del mismo año, él y su hermana Antonia fungieron como padrinos de María Antonia, hija legítima de Joaquín Morelos y de María Petra Lemus.21 En mayo de 1807 solicitó que se segregara de su curato la hacienda de Cutzián, dado lo difícil que resultaba para Morelos llevar los servicios espirituales a los habitantes del lugar. Sugería que ésta quedara bajo la administración de los curatos de Churumuco y Turicato, o de plano que se pusiera un capellán para que les administrara los sacramentos de manera regular.22 A finales de julio o principios de agosto estuvo de nueva cuenta en Valladolid, adonde acudió para atender “negocios de su parroquia que necesitan su personalidad”; en octubre de 1809 el cura de Turicato armó un expediente contra Morelos por “no haberse practicado una misiva”, y en marzo de 1810 Morelos avaló la petición del bachiller Víctor Villavicencio para que se le concedieran licencias de celebrar y confesar a personas de ambos sexos.23 En el tiempo que Morelos estuvo al frente de su parroquia, tuvo amores con una mujer soltera vecina de Carácuaro llamada Brígida Almonte, de cuya relación nacieron dos hijos: Juan Nepomuceno, en 1803, y Guadalupe, en 1809. En este último año, hacia septiembre, el conde de Sierra Gorda, chantre de la catedral de Valladolid, le dio posesión de la capellanía fundada por su ancestro Pedro Pérez Pavón.24 Desde entonces corrían en Valladolid vientos de conspiración, y entre la tertulia y el rumor Morelos se enteró de ésta, pues conocía a varios de los implicados, además de que un pariente suyo llamado Romualdo Carnero, si bien no era de los dirigentes principales, asimismo fue llamado a declarar.25 Los meses siguientes fueron de total incertidumbre para los habitantes del reino y también para Morelos, en vista de las noticias que llegaban de España relativas a la guerra contra los franceses; los donativos y préstamos patrióticos que estaban comprometidos a entregar para ayudar al ejército, y el temor de una invasión que ponía en peligro sus valores más preciados: religión, rey y patria. Muy pronto llegaron a Carácuaro rumores acerca de un levantamiento armado, lo cual se confirmó con el edicto del obispo electo Manuel Abad y Queipo del 24 de “Varios asuntos, Valladolid, 19 de febrero de 1805 al 9 de octubre de 1806”, en ahcm, Diocesano, gobierno, registros, correspondencia, c. 327, carpeta 3, 1801-1896; c. 328, carpeta 4, 1806-1808; “Libro donde se sientan las partidas de bautismos de españoles. Comenzó en 23 de agosto de 1805 en tiempo del doctor don Juan José de Michelena, colegial antiguo y rector que fue del Mayor y Viejo de Santa María y Todos los Santos de México, cura y juez eclesiástico propio de la ciudad de Celaya y actual cura rector y prebendado provisto por su majestad de esta santa iglesia catedral de Valladolid de Michoacán”, en apsm, Bautismos de españoles, lib. 48, 1805-1809, f. 62v. 22 “Varios asuntos, Valladolid, 5 de mayo de 1807 al 20 de marzo de 1810”, en ahcm, Diocesano, gobierno, registros, correspondencia, c. 328, carpeta 7, 1806-1808; c. 329, carpetas 8-9, 1809-1818. 23 Idem. 24 R. Chávez Sánchez, op. cit., p. 91; J.R. Benítez, op. cit., p. 83. 25 Sobre los alcances de esta conspiración y lo que pasó al final con sus dirigentes, véase Moisés Guzmán Pérez, La conspiración de Valladolid, 1809, México, inehrm (Historia para Todos), 2010. 21

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septiembre de 1810, por medio del cual decretó que Hidalgo y sus seguidores habían incurrido “en la excomunión mayor del canon” por atentar contra la libertad de varios eclesiásticos, declarándolos “excomulgados vitandos” y condenando a la misma pena de “excomunión mayor” a todo aquel que se uniera a sus filas.26 Morelos requería una explicación, por lo que marchó al encuentro con su maestro y con la historia. Lo alcanzó en la villa de Charo, a unas leguas de Valladolid, y juntos cabalgaron hasta Indaparapeo, donde Morelos se puso al servicio del cura como capellán del “ejército”. No obstante, Hidalgo lo comisionó para conquistar el rumbo del sur. De regreso a Valladolid, dejó con el secretario de la mitra un escrito que decía: Por comisión del excelentísimo señor don Miguel Hidalgo fecha ayer tarde en Indaparapeo, me paso con violencia a correr las tierra calientes del sud, y habiendo esta[do] yo con el señor conde, para que se me ponga coadjutor que administre mi curato de Carácuaro, me dijo su señoría lo pidiese a usted, a quien no hallándole hasta las nueve de la mañana y siéndome preciso no perder minuto, lo participo para que, a letra vista se sirva usted despachar el que halle oportuno, advirtiéndole me ha de contribuir con la tercia parte de obvenciones. Dios guarde a usted muchos años. Valladolid, octubre 21 de 1810.27 LOS INICIOS DEL REVOLUCIONARIO

Así fue como Morelos se incorporó a la insurrección. De Nocupétaro salió aquel cura de pueblo hacia su primera campaña militar, al lado de unos cuantos hombres, 28 y rápidamente alcanzó prestigio entre la gente por los bandos y proclamas que expidió. Muchos se le unieron luego de que se difundió el del Aguacatillo, del 16 de noviembre de 1810, en el que anunciaba el fin del tributo, la abolición de la esclavitud, la desaparición de las cajas de comunidad y la restitución a los pueblos de sus tierras, usurpadas por los europeos.29 Asimismo tuvo repercusiones el del 18 de abril de 1811, con el que ordenaba la entrega de las “tierras a los pueblos para su cultivo, sin que puedan arrendarse”, y el del 13 de julio del mismo año, sobre la acuñación de moneda nacional. No menos importante fue el bando por el que se erigió la provincia de Tecpan, con lo que se modificó la división política de las intendencias, medida que con el correr de los años sentaría las bases para la erección del futuro estado de Guerrero.30 Estas acciones de gobierno, dictadas antes del establecimiento de la Suprema Junta Nacional Americana, acrecentaron su fama. Conviene recordar que el vocablo “gobierno democrático” comenzó a ser empleado por Morelos desde el 18 de abril de 1811 en alusión al “pie de gobierno” que había creado en la provincia de Tecpan, a “Edicto de excomunión de Manuel Abad y Queipo, Valladolid, 24 de septiembre de 1810”, en M. Guzmán Pérez, Miguel Hidalgo y el gobierno insurgente en Valladolid, 3a ed. Morelia, Instituto de Investigaciones Históricas-Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (Bicentenario de la Independencia, 9), 2011, pp. 205-209. 27 Transcrito del facsímil publicado por J.R. Benítez, op. cit., sección de documentos. 28 César Campos Farfán, Nocupétaro de Morelos, la segunda cuna de la independencia, Morelia, H. Ayuntamiento de Nocupétaro de Morelos, 2003, pp. 134-137. 29 “Copia y plan del Gobierno Americano, para la instrucción de los comandantes de las divisiones, Aguacatillo, 16 de noviembre de 1810”, en E. Lemoine Villicaña (est. histórico y sel.), Insurgencia y república federal 1808-1824. Documentos para la historia del México independiente, México, Miguel Ángel Porrúa, 1995, p. 88. 30 “Bando de Morelos, Aguacatillo, 17 de noviembre de 1810”, “Orden de Morelos creando la provincia de Tecpan, 18 de abril de 1811”, “Bando de Morelos, Tixtla, 13 de julio de 1811”, en E. Lemoine Villicaña, Morelos…, pp. 162-163, 172-177. 26

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modo de diferenciarlo del “gobierno aristocrático”, asociado con los ricos comerciantes y nobles peninsulares que controlaban el reino.31 Por eso compartimos el punto de vista de Héctor Silva Andraca cuando afirma que “Morelos transfigurado en pueblo, captó sus problemas y sus soluciones y se convirtió en el mejor exponente de la revolución de Independencia”.32 Morelos fue convocado en su momento por Ignacio Rayón para formar parte del gobierno que pensaba establecer en la villa de Zitácuaro, aunque el vallisoletano prefirió enviar a su amigo el doctor Berduzco en calidad de apoderado. El motivo de esta representación la explicó el propio Morelos:

Cat. 80. Urbano López (del.) y Julio Michaud (editor), Prisión del General Morelos en Tezmalaca, 5 de noviembre de 1815, 1850, litografía, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Por este rumbo no hay letrado que poder comisionar de mi parte, y aunque yo no lo soy, pudiera, asistiendo a la Junta, allanar algunas dificultades por algunas experiencias; pero no pudiendo separarme un instante sin riesgo de perder, desde luego nombro en mi lugar al doctor don Sixto Berduzco, cura de Tuzantla, para que representando mi persona concurra en la Junta a dictar lo conveniente a la causa para cortar el desorden y anarquía que amenaza, no haciéndolo en la persona de vuestra excelencia, porque debiendo ser uno de los miembros de la Junta, no se diga que lo ha querido ser todo.33 “Decreto de Morelos, ciudad de Nuestra Señora de Guadalupe, 18 de abril de 1811”, en ibidem, p. 173. Héctor Silva Andraca, “Primer Diputado de la Nación Mexicana”, en Memoria del Symposium Nacional de Historia sobre el Congreso de Anáhuac, México, Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, 1964, p. 329. 33 “Morelos a Rayón, Tixtla, 13 de agosto de 1811”, en E. Lemoine Villicaña, Morelos…, p. 179. 31 32

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VOCAL DE LA SUPREMA JUNTA Cat. 153. Pistola trabuco, siglo xviii, acero forjado, madera y latón, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

No fue hasta mediados de junio de 1812 cuando el presidente y los vocales del gobier­ no insurgente extendieron a Morelos el título de vocal de la Suprema Junta y capitán general para el rumbo del sur. Sus victorias militares y la fama que alcanzó en muy corto tiempo no pasaban inadvertidas, pues incluso en la capital del virreinato los miembros de los Guadalupes empezaban a inculcar en sus pequeños hijos “el nombre del gran Morelos”.34 Si bien el caudillo suriano no se consideraba un hombre “de letras y talento”, sino “de cortas luces”,35 dio prueba de ser un “sujeto benemérito”, como podría serlo el propio Liceaga, quien no tuvo estudios y sin embargo formaba parte de aquel gobierno. Y como presidente y vocales pensaban dar seguimiento al plan original de separación temporal, hacía falta en su lista un jefe prestigioso que se hiciera cargo de la comandancia de tropas en el sur del país. En su concepto, Morelos era la persona más indicada y no dudaron un momento en incorporarlo al gobierno. La actividad que desarrolló como integrante de la Suprema Junta se resume de la si­guiente manera: el 25 de noviembre de 1812 tomó por asalto la ciudad de Oaxaca, capital de intendencia que durante más tiempo estuvo en poder de la insurgencia; el 13 de diciembre encabezó la ceremonia de jura y reconocimiento al gobierno insurgen­ te, seguido por la oficialidad y “los principales vecinos de la nobleza de aquel lugar”, y ahí mismo ordenó la acuñación de moneda provisional del tipo del sur. En cuanto al control del poder y los recursos, dejó la administración de los ramos de tabaco y alcabalas en manos de “personas americanas”; contrario a la política seguida por el cura Hidalgo, a los “europeos” fieles al gobierno los mantuvo en su empleo. Asimismo organizó el gobierno civil al conformar el ayuntamiento con puros criollos y pidió a Rayón que se distinguiera al de Oaxaca “con el tratamiento que tiene el de México”. “Carta de los Guadalupes a Morelos, México, 3 de noviembre de 1813”, en Ernesto de la Torre Villar, Los Guadalupes y la Independencia. Con una selección de documentos inéditos, México, Porrúa (Sepan cuántos…, 479), 1985, p. 50. 35 En aquella época, por lo general “las luces” de un individuo se medían con base en los estudios realizados y grados obtenidos en la Real y Pontificia Universidad de México; por la calidad de sus producciones literarias, presentadas a través de sermones, discursos, proclamas y escritos diversos, a veces en forma impresa; y en el caso de los eclesiásticos, por la riqueza de los curatos que habían administrado, pues no era lo mismo atender parroquias pobres y alejadas de los centros urbanos, con una baja recaudación decimal —como Carácuaro—, que estar al frente de aquellas que en todos los sentidos redituaban mejores beneficios. 34

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Más tarde, el 29 de enero del siguiente año, publicó un bando donde dejó tras­lucir mucho de su ideario político, social y económico, el cual le serviría de mucho para ir delineando sus Sentimientos de la Nación. Designó a varias personas para que atendieran como se debía la administración de justicia, y a José Manuel Herrera lo nombró vicario general castrense. También se rodeó de un selecto grupo de intelectuales criollos que lo apoyaron en la difusión de las ideas por medio de la publicación de varios periódicos, como el Despertador de Michoacán, sud y Correo Americano del Sur, dirigidos en su momento por José Manuel Herrera y Carlos María de Bustamante.36 Por otro lado, lo que debemos rescatar de su etapa como vocal de la Suprema Junta es el respeto y subordinación que por lo general mostró hacia esa instancia gubernativa. Desde una fecha tan temprana como el 23 de octubre de 1811, Morelos dijo a Rayón: “Estoy resuelto a perder la vida por sostener la autoridad y existencia de la Suprema Junta”,37 lo cual refleja la voluntad del caudillo de respetar y hacer respetar las instituciones que representaban los intereses de los americanos. En otra carta, fechada el 31 de diciembre del mismo año, ordenó que en todas las plazas dominadas por sus fuerzas se proclamara la Suprema Junta Nacional Gubernativa, y así se verificó en varias poblaciones del rumbo del sur a partir del primero de enero de 1812.38 Además de lo destacado de sus campañas militares, muy bien estudiadas por Ernesto Lemoine y Ubaldo Vargas Martínez,39 otro aspecto que nos parece interesante desde el punto de vista bélico es que Morelos fue uno de los pocos insurgentes —si no es que el único— que logró diseñar un plan estratégico militar para derrocar al gobierno de la Nueva España. Y aunque esto se encuentra por estudiarse, creemos que continúa vigente lo que ya apuntamos en otro estudio:

Cat. 154, Pistola trabuco, siglo xviii, acero forjado, madera y latón, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Para una visión más amplia acerca de su papel como vocal del gobierno insurgente, véase M. Guzmán Pérez, La Suprema Junta Nacional Americana y la Independencia. Ejercer la soberanía, representar la nación, México, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo/Gobierno del Estado de Michoacán/Conaculta, 2011, pp. 275-291. 37 “Morelos a Rayón, cuartel general en el Veladero, 23 de octubre de 1811”, en C. Herrejón Peredo, Morelos. Documentos inéditos de vida revolucionaria, México, El Colegio de Michoacán (Biblioteca José María Morelos, III), 1987. 38 “Leonardo Bravo al cura de Cuautla, 31 de diciembre de 1811”, en E. Lemoine Villicaña, Morelos…, p. 186. 39 Ibidem, pp. 41-80; Ubaldo Vargas Martínez, Morelos, Siervo de la Nación, México, Porrúa (Sepan cuántos…, 55), 1982, pp. 37-101, 120-134. 36

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Cat. 144. Sombrero napoleónico, siglo xix, cuero abatanado, raso de seda, listón con aplicación de pluma de ave, pasamanería con hilos metálicos, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

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Lám. 13. Mapa de las Campañas de Morelos. Fototeca Constantino Reyes Valerio de la Coordinación Nacional de Monumentos Históricos conaculta-inah-mex.

Morelos bosquejó un ambicioso proyecto militar de reconquista que tenía como fin último apoderarse de la capital del reino. Pensaba atacar a Puebla con la participación de Rayón, uno por el lado norte y el otro por el lado sur; ocupar el puerto de Veracruz y doblar hacia Oaxaca con las espaldas debidamente protegidas. Continuar con la toma de Acapulco mientras Rayón y los otros vocales hacían lo mismo en Valladolid, para después caer juntos sobre la ciudad de México.40 POR LA SENDA CONSTITUCIONAL

Si bien es cierto que Rayón redactó el primer proyecto de Constitución para el México independiente, y que después de él fray Vicente de Santa María, Carlos María de Bustamante y los Guadalupes de la ciudad de México elaboraron el suyo propio, fue Morelos quien más empujó, quien más insistió en que la América Septentrional levantada en armas tuviera una Constitución, la cual sería resultado de los trabajos de un Congreso legislativo, tal como lo había planteado Hidalgo y como probablemente éste se lo dijo a Morelos en su entrevista de Charo-Indaparapeo. Como lo dio a conocer Buenaventura Vázquez, subdelegado de Huetamo a los habitantes de su jurisdicción, la orden circular de Morelos del 28 de junio de 1813 no tenía otro objetivo que establecer “un Congreso sabio y justo, que no sólo sostenga con acierto nuestros derechos, sino que también forme leyes que nos gobiernen y rijan y nos pongan a cubierto de los graves perjuicios y extorsiones que hasta ahora se han expe M. Guzmán Pérez, La Suprema Junta…, pp. 279-280.

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rimentado; y finalmente, que con sus providencias activas y acertadas nos conduzca al puerto deseado de nuestra libertad”.41 Para Morelos, el Reglamento que había elaborado con Andrés Quintana Roo no tenía otro fin que mejorar “el orden de las votaciones” y arreglar “las primeras sesiones del Congreso”.42 En realidad, el documento era mucho más que eso. Constituía en los hechos una ley fundamental que atisbó el control constitucional. En éste se aprecia la vocación emancipadora de Morelos y su idea de adoptar un régimen liberal y democrático de derecho. No sólo se trataba de un reglamento interior, sino de una ley electoral que legitimaba la propia instalación del Congreso, un nuevo diseño para conformar el cuerpo representativo que se planteaba, diferente de la Suprema Junta.43 La segunda parte del Reglamento proveía los lineamientos para el funcionamiento de la asamblea. Asimismo contenía mucho de “documento constitucional”, ya planteaba la manera como debía organizarse la división de poderes: allí se hallaba tan contenida la idea constitucional que se otorgaba al Poder Ejecutivo la facultad de sancionar los decretos expedidos por el Congreso. Por último, no debemos olvidar la fuerte presencia del pensamiento iusnaturalista que se observa en varios de los artículos de este reglamento, como el 27, que le daba a Morelos la facultad de veto si la ley emitida por el Congreso “le pareciera injusta o no practicable”. De acuerdo con Jaime Hernández, “ahí se expresa en toda su dimensión iusnaturalista que le otorgaba el pensamiento teológico a la ley justa, y además, pretendiendo armonizarla con la incorporación de la idea de la división de poderes y las funciones propias del Ejecutivo consignadas en los artículos 23, 24, 25, 26 y 27, relacionados con la promulgación de las leyes a través de un decreto”.44 El otro documento salido del numen de Morelos es el conocido como Sentimientos de la Nación. En éste se sintetizan varias ideas ya externadas en varias de sus proclamas y bandos anteriores, relacionadas con la abolición de la esclavitud y el tributo, así como la reducción de impuestos. Desde luego, están presentes varios puntos señalados en los Elementos constitucionales de Rayón, como el concepto de soberanía, la intolerancia religiosa, la supresión de la tortura y la inviolabilidad del domicilio. Sin embargo, lo que resulta original en el pensamiento de Morelos, y que ningún caudillo hispanoamericano llegó a plantear en ese tiempo, fue lo relacionado con su concepto de la ley y su idea de justicia social. En el artículo 12 se estipulaba: “Que como la buena ley es superior a todo hombre, las que dicte nuestro Congreso deben ser tales, que obliguen a constancia y patriotismo, moderen la opulencia y la indigencia, y de tal suerte se aumente el jornal del pobre, que mejore sus costumbres, alejando la ignorancia, la rapiña y el hurto”.45 “El subdelegado Buenaventura Vázquez a los pueblos de su jurisdicción y sus partidos, Huetamo, 4 de agosto de 1813”, en J.E. Hernández y Dávalos, op. cit., t. V, núm. 65, pp. 143-145. 42 “Acta de elección del diputado por Tecpan, Chilpancingo, 13 de septiembre de 1813”, en E. Lemoine Villicaña, Morelos…, p. 364. 43 Para un análisis jurídico de este documento, véase Alonso Lujambio y Rafael Estrada Michel (est. prel. y comp.), Tácticas parlamentarias hispanomexicanas. La influencia de los Reglamentos para el Gobierno Interior de las Cortes de Cádiz en el Derecho Parlamentario de México, México, Tirant lo Blanch (Ciencia política), 2012. 44 Jaime Hernández Díaz, “El pensamiento iusnaturalista en los Sentimientos de la Nación de don José María Morelos y Pavón”, ponencia presentada en el IX Seminario Internacional Juntas, Asambleas y Congresos Constituyentes en la Independencia de Hispanoamérica, Morelia, marzo-diciembre de 2013, pp. 14-15. 45 José María Morelos, “Sentimientos de la Nación, Chilpancingo, 14 de septiembre de 1813”, en E. Lemoine Villicaña (est. histórico y paleografía), Documentos del Congreso de Chilpancingo, hallados entre los papeles del caudillo José María Morelos, sorprendido por los realistas en la acción de Tlacotepec el 24 de febrero de 1814, México, 41

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Cat. 105. José María Morelos, Sentimientos de la Nación (facsimilar), 14 de septiembre de 1813, tinta sobre papel, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

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Cat. 33. Odilón Ríos, Carlos María de Bustamante, 1977, óleo sobre tela, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Cat. 32. Anónimo, Ignacio López Rayón, siglo xx, óleo sobre tela, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

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Ya Jaime Hernández señaló la presencia del pensamiento iusnaturalista en varios artículos de los Sentimientos, como el duodécimo citado arriba, al argumentar que aquí no está el pensamiento liberal, éste nunca se preocupó ni se preocupa hoy en día por la igualdad social, es un pensamiento genuino con raíces más bien en su concepción de la justicia y de la ley justa. En la primera parte del artículo, Morelos hace una distinción entre las leyes, nos habla de la buena ley, cuál es la buena ley; desde mi punto de vista está pensando en la ley justa y ésta es una ley de carácter natural que está por encima de los hombres. Esa ley justa natural tiene que ser equitativa, tiene que darle a cada quien lo que es suyo y le pertenece, además de que debe procurar el bien común.46

Morelos creía que los Sentimientos de la Nación coadyuvarían a poner los cimientos “de la Constitución futura”, como señaló el licenciado Rosáins en la sesión de apertura del Congreso, el 14 de septiembre de 1813, si bien todo parece indicar que su proyecto no fue atendido del todo por el resto de los legisladores, quienes en las distintas sesiones del quehacer legislativo, y en un contexto de guerra —insistimos—, diseñaron otro distinto. Quizá uno de los factores que explican su poca influencia entre los constituyentes de Chilpancingo-Apatzingán es que fue un documento con muy poca difusión. Es verdad que al término de la sesión de apertura se acordó que los Sentimientos se entregaran a la imprenta para su publicación, pero esto nunca sucedió. Acaso del original se sacó una copia que se guardó en la secretaría del Poder Ejecutivo, pero no más. Y si a esto agregamos que, en la sorpresa del rancho de Las Ánimas, Morelos perdió todo el archivo del Congreso, entre éste el ejemplar de los Sentimientos, entenderemos por qué sus ideas de revolución social plasmadas en ese extraordinario documento muy poco o casi en nada influyeron entre los legisladores a la hora de redactar el Decreto Constitucional de Apatzingán. En cambio, la circulación y difusión del Reglamento del Congreso fue mucho más amplia y en lo general aceptada por el grupo de diputados, pues era la instrucción por escrito que Morelos, como el jefe militar más reputado, había entregado para la dirección y gobierno de la propia asamblea. Como en éste asimismo se hablaba de la división de poderes, no era necesario acudir a los Sentimientos. Hay evidencias de que se hicieron varias copias del Reglamento. El original llevaba la rúbrica de Morelos, con fecha del 11 de septiembre, en Chilpancingo; una copia la tenía su secretario Rosáins, fechada en Tlacotepec el 21 de noviembre del mismo año, y otra más la suscribió Carlos Henríquez del Castillo en Chilpancingo el primero de diciembre de 1813.47 La idea original de Morelos de que el Congreso declarara la Independencia y se encargara de redactar la Constitución se cumplió a medias. Incluso con la oposición Secretaría de Gobernación/agn/Gobierno del Estado de Guerrero/Comisión Especial del Bicentenario del Primer Congreso de Anáhuac, 2013, pp. 178-179. Sobre los Sentimientos de la Nación se ha escrito mucho últimamente; sólo a manera de ejemplos podemos referir a C. Herrejón Peredo, “Los Sentimientos de la Nación”, Legajos. Boletín del Archivo General de la Nación, México, 7ª época, núm. 3, enero-marzo de 2010, pp. 15-32; Marco Antonio Aguilar Cortés y José Herrera Peña (coords. y eds.), Sentimientos de la Nación. 14 de septiembre de 1813-14 de septiembre de 2013, México, Secretaría de Cultura-Gobierno del Estado de Michoacán, 2013; Los Sentimientos de la Nación. Interpretaciones recientes, México, Gobierno del Estado de Guerrero, 2014. 46 J. Hernández Díaz, op. cit., p. 14. 47 “Papeles insurgentes, Chilpancingo, 11 de septiembre, 1 de diciembre de 1813, en Virginia Guedea (introd. y notas), Prontuario de los insurgentes, México, Centro de Estudios sobre la Universidad-unam/Instituto Mora, 1995, pp. 299-300.

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de Rayón, Bustamante y Cos, el primer objetivo se logró con la publicación impresa del Acta de Independencia, que se mandó imprimir en Oaxaca con un tiraje de 1 500 ejemplares.48 Respecto al segundo objetivo, nada se hizo. De poco sirvió que los legisladores conocieran las constituciones elaboradas por Santa María, Bustamante y los Guadalupes, como le dijo Morelos a Rayón en una carta del 18 de septiembre de 1813.49 Tras la declaración de Independencia del 6 de noviembre, los legisladores publicaron un manifiesto donde anunciaron la reorientación política de sus funciones, la cual consistía en fortalecer el Ejecutivo. Con todo, no estaría muy de acuerdo con el juicio emitido por algunos historiadores como Wilbert Timmons y Anna Macías, al decir que Morelos influyó de modo negativo en la Constitución de Apatzingán y que contribuyó con muy poco a su formación.50 Si hubo un caudillo que insistió en contar con una carta magna definitiva, elaborada no de manera individual, sino mediante la exposición y debate de sus artículos sancionados por un Congreso, fue precisamente José María Morelos. Es verdad que, en sentido estricto, él no participó en los trabajos de la comisión de Constitución reunida en Huetamo, Tiripitío y Santa Efigenia para escribir e imprimir los primeros pliegos de aquel código. Sin embargo, fue gracias a él que el Congreso asumió el compromiso de redactarla. Morelos fue muy claro al respecto, y así se lo hizo saber a Rayón poco después de instalada la asamblea: “Excelentísimo señor. La Constitución ha de ser obra del Congreso. Tengo entregados los tres cuadernos, el de Santa María, el de Bustamante y el de los Guadalupes de México”.51 LA DISPUTA POR EL PODER

Aunque por lo común Rayón y Morelos mantuvieron una buena comunicación sobre los planes y progresos del movimiento, lo cual se observa a través de su correspondencia, la relación entre ellos comenzó a fracturarse en marzo de 1813, luego de que Berduzco, en pleito con Rayón, le dijo que éste trataba de “amonarcarse” y quería retirar de la revolución a los curas. Morelos supo de las desavenencias de manera indirecta y desde entonces comenzó a desconfiar del presidente y los vocales. Por si las dudas, a finales de aquel mes le advirtió a Rayón que no aceptaría “el tirano gobierno”, esto es, el monárquico, aunque lo propusieran a él mismo para encabezarlo.52 Por otro lado, a Rayón no le resultó pertinente la propuesta de Morelos para terminar con las discordias. Relevar a los representantes de la junta con las mismas formalidades que entraron implicaba algo así como darles las gracias y hacerlos a un lado, aunque les reconocieran títulos y distinciones. En lo que sí coincidía el abogado Los más recientes estudios publicados en torno a este documento son los de Alfredo Ávila y Érika Pani, “De la representación al grito, del grito al acta. Nueva España, 1808-1821”, en A. Ávila, Jordana Dym y É. Pani (coords.), Las declaraciones de independencia. Los textos fundamentales de las independencias americanas, México, El Colegio de México/unam, 2013, pp. 275-295; así como el de Ana Carolina Ibarra, “La declaración de Independencia de Chilpancingo en la América española”, Estudios Jaliscienses, Zapopan, núm. 94, noviembre de 2013, pp. 25-41. 49 “Morelos a Bustamante, Cuartel Universal en la Nueva Ciudad de Chilpancingo, 18 de septiembre de 1813”, en V. Guedea, op. cit., pp. 530-531. 50 Anna Macías, “Los autores de la Constitución de Apatzingán”, La revolución de Independencia. Lecturas de historia mexicana, México, núm. 10, 1995, p. 94. 51 “Morelos a Rayón, Chilpancingo, 18 de septiembre de 1813”, en V. Guedea, op. cit., p. 209. 52 “Morelos a Berduzco, El Veladero, 29 de marzo de 1813”, en E. Lemoine Villicaña, Morelos…, pp. 279-280. 48

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Cat. 36. Mateo A. Saldaña, Escudo de armas de Oaxaca, 1921, óleo sobre tela, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Cat. 30. Mateo A. Saldaña, Escudo de armas de la ciudad de Concepción de Tehuacán, 1921, óleo sobre tela, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Cat. 46. Mateo A. Saldaña, Escudo de armas de la ciudad de Orizaba, siglo xx, óleo sobre tela, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

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Cat. 148. Tambor militar, siglo xix, madera, cuero, pigmento al óleo, metal y cáñamo, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

con el cura era en que se reformara su composición y estructura interna, como se lo dijo a Bustamante, y puso como condición que primero se nombrara al quinto vocal por la provincia de Oaxaca.53 Sin embargo, asesorado por el propio Bustamante, Morelos tomó la decisión de convocar a un Congreso Nacional en Chilpancingo para el 8 de septiembre. Rayón tomó conocimiento de esa noticia por una vía indirecta y esto terminó de fracturar las relaciones entre ambos jefes, pues el abogado se sintió relegado y disminuido en su autoridad como ministro universal en el gobierno de Hidalgo y presidente de la Suprema Junta, cuyos títulos siempre presumió. Por comisión de Rayón, el 5 de julio fray Vicente de Santa María contestó la circular de Morelos, “diciendo que la convocatoria carece de autoridad, prudencia y legalidad, con otras nulidades que envuelve”.54 El 12 de julio, Morelos remitió a Rayón un nuevo escrito para reiterar la invitación al Congreso en Chilpancingo, “solicitando que vuestra excelencia se aproxime a aquel punto sin excusa”. El tono había cambiado, quizá no tanto por decisión de Morelos, sino influido por su secretario Juan Nepomuceno Rosáins, “su consejero más atendido”, un hombre nulo en cuestiones militares que, según Bustamante, “venía adquiriendo un ascendiente, cada vez mayor y más peligroso, en el ánimo del caudillo”.55 Para los que radicaban en la plaza de Tlalpujahua, no había duda de que Morelos, prevalido de la fuerza militar que comandaba, vulneraba “los derechos y facultades de presidente” del licenciado Rayón, por lo que de manera “enérgica y decidida” el 24 de julio se dio respuesta al caudillo, anexando además la Constitución formada por el padre Santa María.56 “Rayón a Bustamante, Turicato, 20 de junio de 1813”, en V. Guedea, op. cit., p. 175. Ignacio Rayón, Apuntes para la biografía del Exmo. Sr. Lic. D. Ignacio López Rayón, General de División y Benemérito de la Patria, México, Imprenta de Andrade y Escalante, 1856, p. 35. 55 Apud E. Lemoine Villicaña, Morelos…, p. 130. 56 I. Rayón, op. cit., p. 35. 53 54

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Cat. 149. Tambor militar, siglo xix, madera, cuero, pigmento al óleo, metal y cáñamo, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

El propio Morelos aceptó que las provincias que había conquistado lo habían hecho “árbitro convocador”, pero a esto agregó la solicitud de los vocales Berduzco y Liceaga que, según él, le pidieron servir de mediador.57 Si a esto agregamos la asesoría que le brindaba su secretario Rosáins, comprenderemos por qué su respuesta se dio en los mismos términos; además, le imprimió a su escrito tal dosis de reproche y pernicioso egoísmo que sus palabras hicieron eco hasta en los más insensibles. No por conocida dejaremos de recogerla una vez más. Respondió Morelos a Rayón: resulta temerario el juicio que vuestra excelencia [se] ha formado injustamente, imputándome la abrogación de su autoridad valido de la preponderancia de bayonetas quod absit, porque estas las hace desaparecer un revés de fortuna y, por lo mismo, jamás se me ha llenado la cabeza de viento. ¿Y será justo y puesto en razón que se deje la patria peligrar en medio de estas convulsiones y no se tome providencia, sólo porque a vuestra excelencia no se le usurpen sus decantados derechos? ¿Le hemos de creer tan tirano y tan injusto que por sólo su capricho no ha de llevar a bien el que otro la liberte? […] no puede ser legítimo el [poder] que reducido a fines personales impide las medidas de que la patria se haga independiente. Yo soy enemigo de fungir […] no pretendo la presidencia; mis funciones cesarán establecida la Junta y me tendré por muy honrado con el epíteto de humilde Siervo de la Nación.58

Y así, mientras Morelos, humillándose, se proyectaba hacia las alturas y pasaba a la posteridad como el Siervo de la Nación, Rayón, engrandecido y vanagloriado en el escrito, quedó desprovisto de todo y entró en la historiografía como el malo de la película. De todos modos, con el orgullo herido y su amor propio hecho pedazos, Rayón convino en trasladarse a Chilpancingo.

“Morelos a Rayón, Acapulco, primero de agosto de 1813”, en J.E. Hernández y Dávalos, op. cit., t. V, núm. 65, p. 147. 58 “Morelos a Rayón, Acapulco, 3 de agosto de 1813”, en ibidem, t. V, núm. 65, pp. 148-149. 57

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DE CAPITÁN GENERAL A GENERALÍSIMO EN CHILPANCINGO

A finales de junio de 1813, José María Morelos elevó el pueblo de Chilpancingo a la categoría de ciudad, y unos meses después los principales jefes de la insurgencia se reunieron ahí, convocados por él. Se trataba de crear un Congreso con representantes de las provincias en el cual no se reunieran las altas atribuciones de la soberanía; es decir, el nuevo organismo tendría como principio fundamental la separación de poderes. Para hacerlo realidad, desde los primeros días de septiembre de aquel año Morelos tenía listo el Reglamento que le había dictado Andrés Quintana Roo, con el cual se buscaba normar la vida interna de la corporación y la forma de elegir a sus integrantes. El 13 de septiembre se puso en práctica cuando José Manuel Herrera fue elegido “diputado representante” por la provincia de Tecpan. Al día siguiente tuvo lugar la solemne instalación del Congreso en la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Ascensión, donde se dieron a conocer los nombres de los diputados que conformarían el cuerpo soberano con sus respectivas provincias. Como propietarios quedaron Ignacio López Rayón por Guadalajara, José Sixto Berduzco por Michoacán, José María Liceaga por Guanajuato, José Manuel Herrera por Tecpan y José María Murguía y Galardi por Oaxaca; y como suplentes, Carlos María de Bustamante por México, José María Cos por Veracruz y Andrés Quintana Roo por Puebla. Sólo tres propietarios y un suplente estuvieron presentes ese día. Enseguida Juan Nepomuceno Rosáins —se­ cretario de Morelos— leyó los Sentimientos de la Nación, salidos del numen del caudillo vallisoletano, y con esto terminó la ceremonia de instalación.59 El 15 de septiembre tuvo lugar en la misma sede la elección del generalísimo. Anteriormente sólo Hidalgo y Allende habían gozado de tal nombramiento, el primero cuando fue aclamado en Acámbaro en 1810, y el segundo en la hacienda de Pabellón, Aguascalientes, luego de la deposición del cura, donde “por común acuerdo de los generales, oficialidad y cuerpo del ejército se declaró caudillo y generalísimo de todo el cuerpo de insurgentes, a quien prestaron obediencia”.60 Morelos fue propuesto por los asistentes para ocupar el cargo, aunque enseguida lo rechazó. Berduzco dijo entonces “que tal demostración dimanaba seguramente de su suma humildad” y no de su incapacidad para dirigir los ejércitos. Tuvo que realizarse una sesión secreta para que el Congreso determinara no admitirle la renuncia, y al reconocerlo como el primer jefe militar, depositó en Morelos el ramo ejecutivo de la administración pública. Sin otra opción, al fin éste aceptó el empleo, pero con varias condiciones que le fueron aceptadas.61 Lo significativo del acto fue que la designación no sólo se sustentó en la votación de los representantes del Congreso en pleno, sino también en “la aclamación de los pueblos y ejércitos, que todos suspiraban por que lo fuese”. En tales prácticas de representación y elección, antiguas y nuevas, radica su legitimidad. E. Lemoine Villicaña, Documentos…, pp. 126-195. “Declaración de Mariano Abasolo, Chihuahua, 26 de abril de 1811”, en C. Herrejón Peredo (est. introd., ed. y notas), Testigos de la primera insurgencia: Abasolo, Sotelo, García, México, inehrm (Clásicos de la Independencia), 2009, p. 24. 61 “Sesión del Congreso, Chilpancingo, 15 de septiembre de 1813”, en E. Lemoine Villicaña, Morelos…, pp. 374-377. 59 60

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Desde entonces cabe notar el cambio de actitud del caudillo respecto a Rayón y a la Suprema Junta, institución que él mismo había jurado, a la que había servido y de la cual formó parte como cuarto vocal y capitán general para el rumbo del sur. En una carta que envió al abogado de Tlalpujahua, le dijo de manera enérgica que él siempre había dado pruebas de “sostener una Junta ilegítima en sus principios, medios y fines, haciendo que se obedezca, por tácito, pero repugnante consentimiento de los pueblos”.62 La opinión de Morelos es explicable si tenemos en cuenta que el caudillo ya no hablaba como vocal de la extinta Junta de Zitácuaro, sino como “generalísimo de las armas de la América Septentrional”, revestido además con las amplias facultades de un Poder Ejecutivo que, ahora sí, con base en su autoridad, decidió acabar con los improperios de Rayón y bajarle el telón a la Suprema Junta. Por otro lado, haciendo uso de su derecho de iniciativa, a principios de octubre Morelos propuso al Congreso nombrar a una persona que ejerciera las funciones de vicario general castrense. Esta medida, que ya había sido implementada por la Suprema Junta en cada uno de los departamentos, la hizo suya el caudillo sugiriendo que el puesto recayera en un solo individuo, para lo cual propuso al doctor José de San Martín, canónigo lectoral de la catedral de Oaxaca. Su principal responsabilidad sería “ocurrir al socorro espiritual de los ejércitos y pueblos sujetos a la América [y nombrar a] sus tenientes de curas y capellanes en toda la extensión de la América conquistada”. Sin mayor objeción, el decreto quedó aprobado por el Supremo Congreso el 3 de octubre de 1813, y días después Morelos se lo hizo saber a los capitulares del cabildo eclesiástico oaxaqueño.63 Lám. 14. Batalla entre insurgentes y realistas. Archivo General de la Nación.

“Morelos a Rayón, Chilpancingo, 16 de septiembre de 1813”, en ibidem, p. 378. “Morelos al cabildo eclesiástico de Oaxaca, Ciudad de Chilpancingo, 22 de octubre de 1813”, en Archivo General de Indias (agi), Audiencia de México, leg. 1492.

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Desde Huetamo, como representante del Poder Ejecutivo, sancionó e hizo publicar varios decretos expedidos por el Congreso, en diciembre del mismo año. Lo más importante es que toda esa jurisdicción había sido elegida por él para proveer de víveres a la causa y custodiar la importantísima fortaleza de San Diego, en Acapulco. El 7 de noviembre Morelos dejó Chilpancingo y emprendió la marcha rumbo a su natal Valladolid. Los lugares marcados en su itinerario señalan que pasó por la hacienda de Chichihualco, Tlacotepec, Huautla, Tetela del Río, San Miguel Totolapan, Axuchitlán, Tlalchapa, Cutzamala, Huetamo y Nocupétaro, adonde llegó el 11 de diciembre. Desde ahí le escribió a Leona Vicario para decirle que estaba satisfecho con los 500 pesos que el gobernador de Oaxaca, Benito Rocha y Pardiñas, le había entregado, y que le habría concedido una cantidad mayor si pudiera influir en el ramo de Hacienda, pero “que no creía que lo rehusara este Supremo Congreso, que es en el que reside dicho conocimiento”.64 El día 12 pasó las fiestas de la Virgen de Guadalupe en Carácuaro, su antigua parroquia; luego siguió por Chupio, Tacámbaro, Acuitzio, Santiago Undameo, y el 23 de diciembre sus fuerzas ya estaban en las lomas de Santa María, a vista de Valladolid. LA TRAGEDIA DE VALLADOLID-PURUARÁN

El resultado de la batalla es de sobra conocido. El desgaste que sufrió el ejército del sur en su marcha de Carácuaro a Valladolid; la falta de coordinación de los jefes subalternos en el plan de ataque, en particular entre Galeana y Matamoros; la intromisión de Rosáins en algunas decisiones; la presencia de fuerzas enemigas que, al amparo de la noche, se mezclaron con los insurgentes haciendo que abrieran fuego entre ellos, y luego la equivocada decisión de hacer frente al enemigo en Puruarán, cuando las tropas insurgentes aún no se reponían del golpe anterior, fueron circunstancias que determinaron la gloria de unos y la desilusión de otros. A esto habría que agregar otro elemento esencial en la explicación de la derrota: el factor Calleja, ya que fue él quien desde la ciudad de México sacó todo tipo de recursos y movilizó a sus tropas para salir avante en la contienda.65 Como lo percibió muy bien Manuel de Mier y Terán, la doble derrota sufrida por Morelos y su ejército en Valladolid y Puruarán en diciembre de 1813 y enero de 1814 tuvo consecuencias fatales para el movimiento, no sólo porque con esto se echaron por tierra los logros alcanzados con sus anteriores victorias, sino porque también dejaron de controlar posiciones estratégicas, sumado a que gran parte del material bélico de su ejército quedó en manos enemigas, y por encima de todo, porque se perdió la organización de sus fuerzas, “su constitución moral”, un golpe anímico demoledor del cual Morelos ya no se repondría.66 El caudillo inició la contramarcha y, pasando por la hacienda de Cutzián —aquella que le costaba trabajo atender cuando era cura de Carácuaro—, a mediados de enero de 1814 llegó a Zirándaro para refugiarse. Desde ahí ordenó a los jefes milita “Enríquez del Castillo a Leona Vicario, Chilpancingo, 22 de diciembre de 1813”, en E. Lemoine Villicaña, Morelos…, p. 445. 65 Ibidem, pp. 138. 66 Manifestación del ciudadano Manuel de Mier y Terán al Público, Jalapa, Imprenta del Gobierno, 1825, p. 5, documento localizado en la Biblioteca Nacional de México, colección Lafragua, miscelánea 894. 64

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Cat. 44. Anónimo, Mariano Matamoros, siglo xix, óleo sobre tela, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

res, intendentes, subdelegados, gobernadores y alcaldes de los pueblos de aquel rumbo que apresaran a los desertores, les embargaran la remonta que llevaran e hicieran lo mismo con los que transitaran con bestias de silla o de carga para remitirlas a donde él se encontraba. Con esto pensaba suplir “los frecuentes robos de bestias del ejército” padecidos en los últimos días.67 De acuerdo con la “relación” sobre los hechos que José Sotero Castañeda, secretario de Morelos, le proporcionó a Bustamante, fue en Zirándaro donde el caudillo suriano se enteró de la retirada del Congreso de Chilpancingo. Ahí nombró a Rosáins como su segundo para suplir la pérdida de Matamoros, recompuso su armamento y dividió su fuerza: Rosáins marchó por Huautlilla hacia Tlacotepec con la mayor parte de la división, mientras que Morelos, el intendente Sesma y su secretario marcharon para el Real de Minas de Tepatitlán a fin de reconocerlo y fortificarse. Enseguida cambió de parecer y regresó por Huautlilla a Tlacotepec para incorporarse a la división de Rosáins, la cual esperaba ahí al Congreso.68 Después se unió al Congreso en Tlacotepec, donde los vocales se enteraron del nombramiento de teniente general a favor de Rosáins, lo cual fue mal visto por sus integrantes y algunos militares que se consideraban con muchos mayores méritos que aquel abogado oriundo de San Juan de los Llanos; por ejemplo, Hermenegildo Galeana.69 Mier y Terán reconoce que “el secretario Rosáins, ascendido de un vuelo y por “Orden de Morelos, Zirándaro, 15 de enero de 1814”, en E. Lemoine Villicaña, Morelos…, p. 454. Carlos María de Bustamante, Cuadro histórico de la revolución mexicana, comenzada en 15 de septiembre de 1810 por el ciudadano Miguel Hidalgo y Costilla, cura del pueblo de los Dolores, en el obispado de Michoacán (ed. facsimilar), Roberto Moreno de los Arcos (introd.), México, fce/Instituto Cultural Helénico (Clásicos de la Historia de México), t. III, 1985 [1844], p. 70. 69 Lucas Alamán, Historia de Méjico. Desde los primeros movimientos que prepararon su independencia en el año de 1808 hasta la época presente (ed. facsimilar precedida de Moisés González Navarro, “Alamán historiador”), México, fce/Instituto Cultural Helénico (Clásicos de la Historia de México), t. IV, 1985 [1849-1952], p. 26. 67

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Cat. 35. Joaquín Perezbusta, Retrato de Hermenegildo Galeana, siglo xx, óleo sobre tela, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

el capricho más extravagante de la ciega fortuna a teniente general, empleaba la autoridad de su nuevo empleo y los recursos que éste le daba en contrariar abiertamente las operaciones y miras del general Rayón”.70 Como represalia por la ejecución de Matamoros, Morelos acordó, junto con la corporación, fusilar a 203 españoles que mantenían prisioneros en distintos puntos de la costa. La orden fue cumplida por Pablo Galeana, Francisco Mongoy y Anastasio Brizuela en las cercanías de Acapulco, Tecpan, Coahuayutla, Zacatula y Axuchitlán, donde “unos [murieron] fusilados y otros degollados, según después se supo”.71 En el aspecto estrictamente político, la decisión más importante del Congreso en Tlacotepec consistió en arrebatarle a Morelos el Poder Ejecutivo y dejarlo sólo al mando de una escolta de 150 hombres que el caudillo dirigiría con el título de “vocal y capitán general de las armas”, aunque él siguió usando el de “generalísimo”. Mier y Terán escribe que Morelos también dejó de ser general del ejército deshecho, menos en el nombre, apareciendo en la revolución con distintas funciones de diputado por Monterrey, de gobernante y de comandante en jefe de tal cual expedición reservada a su ascendiente superior sobre las tropas que nunca llegó a extinguirse. A estos desgraciados sucesos y mudanzas importunas, originadas de causas que no es del caso manifestar, se debe atribuir el nacimiento de la fatal discordia y destructora anarquía que consumó la ruina de aquel ejército valiente.72

Manifestación del ciudadano…, p. 5. “Tercera declaración de Morelos al interrogatorio militar, México, 30 de noviembre de 1815”, en J.E. Hernández y Dávalos, op. cit., t. VI, núm. 44, pp. 30-31. 72 Manifestación del ciudadano…, p. 5. 70 71

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De ahí en adelante sería la corporación, y ya no Morelos, la que tendría el mando de las armas de Tlacotepec, Axuchitlán, Tlalchapa, Guayameo y Huetamo, “cuyo principio fue sin duda el origen y fundamento de las desavenencias con los individuos del Congreso porque éste determinaba muy mal de las tropas”, según declaró el propio caudillo.73 Asienta Lemoine que “en medio del pánico, de las derrotas y de la persecución constante del enemigo, el Congreso asumió toda la autoridad, no para quedarse con ella, sino para salvar la crisis, emprender la obra de la Constitución y, lograda ésta, devolver los poderes que no le competían”.74 Días después, en Tlacotepec, Morelos quiso hacer uso de su derecho de iniciativa y propuso al licenciado Manuel Alderete y Soria para ocupar un asiento como diputado en el Congreso, en representación de la provincia de Querétaro, el cual fue votado a favor por tres de los cinco vocales que entonces lo conformaban.75 Por otro lado, tuvo el valor de reconocer las consecuencias de su derrota, prefirió hacerse a un lado y respaldó aquellas decisiones del Congreso tendientes a garantizar el control de los territorios conquistados; por eso aplaudió la comisión que le dieron a Rayón para proteger la provincia de Oaxaca.76 Más tarde vino la sorpresa del rancho de Las Ánimas, donde se perdió la correspondencia del caudillo, un importante número de municiones y la totalidad del dinero que había sacado de Oaxaca. Morelos todavía fue perseguido hasta el pueblo de Huehuetlán. Internándose en la sierra, y pasando por el cerro de la Coronilla, siguió hasta Acapulco, adonde llegó a principios de marzo. Entre los artículos tomados por los realistas estaba el retrato de Morelos pintado al óleo; el pectoral del obispo de Puebla; el uniforme de capitán general con dos bandas, una encarnada, correspondiente a aquel grado, y la otra azul de generalísimo; la espada, bastón y sombrero armado con galones y plumas, todo lo cual Armijo remitió al virrey Félix María Calleja.77 Mientras tanto, los legisladores volvieron a reunirse en Tlalchapa. La falta de un jefe militar de prestigio y la precaria representación de los diputados en el Congreso obligó a la corporación a tomar medidas extremas, de modo que oficializaron lo que venían preparando desde Tlacotepec. Mediante un decreto anunciaron al público que el Supremo Congreso tomaría las riendas del gobierno y quitaría a Morelos el Poder Ejecutivo; enseguida elevó a 16 el número de vocales y nombró a otros nueve individuos; por último, concedió varias comandancias militares y empleos como intendentes de provincia. Por su parte, Morelos trató de acercarse adonde se hallaba el Congreso. Cuando salió de Acapulco, varió sus marchas hasta en tres ocasiones en su intento de localizarlo; lo buscó en Guayameo, en Huetamo y en la hacienda de Canario, propiedad de José Andrés de la Piedra, hermano de su compadre Mariano, pero no tuvo éxito y decidió refugiarse en Aguadulce.78

“Tercera declaración de Morelos al interrogatorio militar, México, 30 de noviembre de 1815”, en J.E. Hernández y Dávalos, op. cit., t. VI, núm. 44, p. 31. 74 E. Lemoine Villicaña, Morelos…, p. 112. 75 “Morelos a Alderete, Tlacotepec, 21 de febrero de 1814”, en J.E. Hernández y Dávalos, op. cit., t. V, núm. 65, p. 158. 76 “Quintana a Rayón, Tlalchapa, 18 de marzo de 1814”, en V. Guedea, op. cit., p. 163. 77 L. Alamán, op. cit., t. IV, pp. 30-31. 78 “Morelos al Congreso, Campo de Aguadulce, 5 de junio de 1814”, en E. Lemoine Villicaña, Morelos…, p. 475. 73

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DIPUTADO POR EL NUEVO REINO DE LEÓN

Durante el interrogatorio que las autoridades militares le hicieron, y a pregunta expresa sobre la manera como se creó el Congreso de Chilpancingo, el caudillo respondió: Formado el Congreso y reunidos sus vocales, como fueron: Berduzco, representante por Michoacán; Quintana por Yucatán; Herrera por Tecpan; Ignacio Rayón por Guadalajara; Crespo por Oaxaca; Bustamante por México; Liceaga por Guanajuato; y el que declara por el Nuevo Reino de León, trataron en su primer acta de aumentar el número de vocales, para que la pluralidad de éstos compensara los que pudieran resultar adictos a los desavenidos Rayón, Berduzco y Liceaga. En efecto, nombraron nuevamente a Cos por Zacatecas [y] a Murguía por una provincia que no se acuerda. La segunda acta que celebraron, dimanó de que el declarante les propuso que eligiesen un individuo para el Supremo Poder Ejecutivo, que lo tuviera en depósito mientras se erigía una corporación, y de aquí resultó electo el que declara.79

Éste no es el mejor testimonio de Morelos para conocer su designación como vocal del Congreso y su relación con el conjunto de diputados. Y no lo es por la sencilla razón de que el testimonio no es preciso, pues en su declaración mezcló acontecimientos ocurridos en 1813, en Chilpancingo, con otros sucedidos en Tlalchapa, en 1814. Es muy probable que lo hiciera así de manera deliberada para confundir a sus captores y evitar mayores males a las corporaciones. No obstante, podemos rescatar algunos puntos interesantes: primero, aceptaba que el Congreso lo había nombrado diputado por la provincia del Nuevo Reino de León. Lo que no precisó es que esto no ocurrió en septiembre de 1813 en Chilpancingo, donde efectivamente fue elegido “individuo para el Supremo Poder Ejecutivo”, sino en el pueblo de Tlalchapa, en el actual estado de Guerrero, a finales de febrero de 1814. Así lo dio a conocer el doctor Cos en el “aviso al público” que hizo circular desde el rancho de La Ciénega, en la jurisdicción de Cutzamala, el primero de marzo de 1814, donde “el serenísimo” José María Morelos aparecía como diputado por el Nuevo Reino de León.80 Esta noticia la confirmó el también diputado José Manuel Herrera en la carta particular que remitió a Rayón desde el pueblo de Tlalchapa: Se han cumplido mis vaticinios; Morelos se incorporó al Congreso; este cuerpo ha reasumido el Poder Ejecutivo; necesitamos fijarnos en algún punto seguro y que se reúnan los vocales, que son 16; no dudo del buen suceso de nuestras providencias. Nuestros progresos militares han sido desde Chilpancingo hasta este pueblo; hemos tenido una dispersión en el rancho de Las Ánimas; sólo de equipajes hemos perdido mucho, gente no; Morelos se retiró a Tecpan; el enemigo está en Chilpancingo y no se advierten señales de marcha sobre Acapulco.81

Desconocemos las razones esgrimidas por los legisladores para designar a Morelos como diputado por aquella provincia. Lo más probable es que optaran por otorgar los nombramientos sólo para cubrir de manera provisional la representación de las más “Declaración de Morelos, México, 28-30 de noviembre de 1815”, en ibidem, p. 641. “Aviso al público, La Ciénega, 1 de marzo de 1814”, en E. Lemoine Villicaña (sel., introd. y notas), José María Cos. Escritos políticos, México, unam (Biblioteca del Estudiante Universitario, 86), 1967, pp. 113-114. 81 “Herrera a Rayón, Tlalchapa, 18 de marzo de 1814”, en V. Guedea, op. cit., p. 195. 79 80

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Cat. 93. Anónimo, Mapa geográfico de la América Septentrional Española, 1770, tinta sobre papel, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

alejadas, pues sólo los vocales Liceaga, Berduzco, Cos y Crespo representaron a las provincias donde habían nacido. Por otro lado, a Morelos no podían concederle la representación de Michoacán porque ésta ya la ejercía Berduzco desde septiembre de 1813, en Chilpancingo. Si bien esta manera de nombrar diputados fue cuestionada después por algunos militares, el único fundamento legal de los legisladores para actuar de esa manera era el Reglamento del Congreso en sus artículos 7º y 9º: el primero los facultaba para ejercer las funciones de la soberanía, pese a lo disminuido de la representación, mientras que el segundo consideraba indispensable recurrir a los nombramientos supletorios, ante la imposibilidad de realizar elecciones en las provincias controladas por sus enemigos.82 No obstante que llevaba esa representación, Morelos no permaneció al lado de los miembros del Congreso. Continuó usando el título de generalísimo y se mantuvo al frente de una fuerza armada, aunque sin una jurisdicción determinada. Se retiró a la provincia de Tecpan en un intento de reorganizar sus fuerzas.83 Por eso, cuando los diputados trabajaban en comisiones, Morelos no llegó a tener una voz activa en el Congreso, como tampoco la tendrían aquellos diputados como Rayón, Cos y Berduzco, los cuales comandaban una fuerza armada, ya que así estaba dispuesto en el artículo 44 del Reglamento.84 ¿Dónde estuvo Morelos durante el tiempo que gozó del empleo de diputado por el Nuevo Reino de León? La documentación revisada nos permitió conocer los siguientes lugares: del 19 al 28 de marzo, en Acapulco; el 29 de abril, en el rancho de Anota, arriba de la hacienda del Rosario, cerca de Coahuayutla; el 18 de mayo, en E. Lemoine Villicaña, Documentos…, pp. 132-133. Aparte del testimonio de Herrera, José Pagola poseía un bando de Morelos dado en el “cuartel generalísimo de Tecpan a 8 de marzo de 1814”, en V. Guedea, op. cit., p. 484. 84 Ibidem, pp. 142-143. 82 83

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Huacario, ranchería del partido de Zirándaro, abajo de Guayameo; del 5 de junio al 26 de agosto, en Aguadulce, hoy inundado por el agua, a un lado de la hacienda de Balsas, cerca de Churumuco —a tres o cuatro kilómetros de Sinagua—; del 8 al 22 de septiembre, en la hacienda de Pedro Pablo, por el camino de la Huacana a Ario. El 3 de octubre fijó el “cuartel generalísimo en Cuarayo”; el 14 de octubre estuvo en Santa Clara; el 17 de octubre salió de Cuarayo “por Pedro Pablo”, y el 18 o 19 de octubre, de acuerdo con el testimonio del cura Francisco Joral, hizo su entrada al pueblo de Apatzingán, acompañado de otros diputados.85 Algunos de estos lugares resultan interesantes por lo que dio a conocer el jefe suriano. Destaca la carta que le envió desde Huacario al diputado Quintana, quien residía en Huetamo, pidiéndole que interviniera con los demás vocales para que respetaran el Reglamento del 11 de septiembre dictado por el yucateco, y sobre todo para mantener el principio de la división de poderes. Morelos escribió: En el Reglamento se queda el Congreso de representantes con sólo el Poder Legislativo, y en el día quiere ejercer los tres poderes, cosa que nunca llevará a bien la nación. Aquel Reglamento se publicó; varios ciudadanos tienen copia y saben quién fue su autor. ¿Cómo, pues, ha sido esta mutación tan repentina? No hablo más, porque a vuestra excelencia le toca y hasta ahora no me ha manifestado su arrepentimiento o nuevo descubrimiento […] no estoy tan ciego que no conozca necesita alguna reforma; pero ésta debe hacerse con la misma formalidad por actas discutidas, en las que sea oído el generalísimo, aquel a cuyas instancias se regeneró el gobierno.86

A mediados de junio, cuando residía en Aguadulce, conoció el decreto del Congreso donde, además de difundir los trabajos de la comisión de Constitución, se hablaba sobre los supuestos conflictos de la corporación con algunos militares, a lo cual Morelos respondió que no tenía nada que añadir sobre “la anarquía mal supuesta; lo primero, porque vuestra majestad lo ha dicho todo, y lo segundo, porque cuando el señor habla el siervo debe callar. Así me lo enseñaron mis padres y maestros. Sólo a vuestra majestad debería dar satisfacción de mi buena disposición, especialmente con respecto al servicio de la patria”.87 Es posible que durante los casi tres meses que Morelos radicó en Aguadulce y se mantuvo en comunicación con el Supremo Congreso, cuando éste residía en Huetamo y luego en la hacienda de Tiripitío, le haya remitido a los legisladores un ejemplar de la Constitución Política de la Monarquía Española, así como algunos números del Espectador Sevillano que editaba en la península Alberto Lista, como el propio caudillo declaró en su proceso.88 Bustamante señala que antes de la salida de la corporación de la hacienda de Poturo, Morelos se les unió en Santa Efigenia con todas sus fuerzas, las cuales apenas Elaboramos este itinerario de Morelos con base en la propia correspondencia del caudillo, publicada en varias de las obras citadas en este mismo apartado. 86 “Morelos a Quintana, Huacura [sic], 18 de mayo de 1814”, en Andrea Rodríguez Tapia (sel. y est. introd.), Las ideas políticas de José María Morelos en la historiografía mexicana del siglo xix, México, Secretaría de Gobernación/Diario Oficial de la Federación/agn, 2013, p. 99. 87 “Morelos al Congreso, Campo en el Agua Dulce, 15 de junio de 1814”, en J.E. Hernández y Dávalos, op. cit., t. V, núm. 154, p. 544. 88 “Extracto de los cargos hechos por la Inquisición al señor Morelos, México, diciembre de 1815”, en ibidem, t. VI, núm. 95, p. 76. 85

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Cat. 55. Adolfo Mexiac, Proyecto para muro lateral del mural “Las Constituciones de México”, referente a los Sentimientos de la Nación, de Morelos, ubicado en la Cámara de Diputados de la Ciudad de México, 1981, impresión digital sobre papel bond, colección particular.

Cat. 57. Adolfo Mexiac, Proyecto para muro lateral del mural “Las Constituciones de México”, referente a los Sentimientos de la Nación, de Morelos, ubicado en la Cámara de Diputados de la Ciudad de México, 1981, impresión digital sobre papel bond, colección particular.

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llegaban a 300 hombres. Juntos marcharon hasta la hacienda de Pedro Pablo, donde una diputación del Congreso pasó a saludarlo.89 Carlos Herrejón anota que “Morelos se reencontró con el Congreso unas semanas antes de la promulgación y contribuyó a sus últimos artículos”.90 Lo más probable es que en esa ocasión Morelos conociera las primeras páginas impresas del Decreto Constitucional y que incluso colaborara con los demás diputados en la discusión y aprobación de otros artículos pendientes o que aún eran confusos, aunque él dijera que “no tuvo más parte” que remitirles algunos impresos. Cuando, en noviembre de 1815, la Jurisdicción Unida le preguntó “si fue uno de los que firmaron la Constitución americana”, Morelos respondió “que sí, aunque no concurrió a su formación, si no es a los últimos artículos de ella; pero que habiéndosela leído en un día la juró”.91 Tales artículos serían los relacionados con el juicio de residencia que debía hacerse a los funcionarios del gobierno, y que antiguamente era la cuenta que un juez le tomaba a un corregidor o alcalde mayor acerca de la administración por el tiempo que haya estado a su cuidado, cuya base jurídica se encontraba en las Leyes de Indias y que tanto Morelos como los demás vocales debieron de conocer.92 Tal habría sido la aportación concreta del caudillo al texto de la Constitución. Cuando se promulgó el Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mexicana, en octubre de 1814, en Apatzingán, Morelos apareció como uno de los firmantes del documento, en representación de la provincia del Nuevo Reino de León. Y volvió a figurar en el manifiesto que los diputados de las provincias mexicanas dirigieron “a todos sus conciudadanos”.93 MIEMBRO DEL PODER EJECUTIVO

Al término de la celebración se fueron al palacio levantado en la plaza, donde se procedió a la elección del Supremo Gobierno, que inicialmente recayó en José María Morelos y José María Cos. Después se incorporaría José María Liceaga. La idea de conformar el Poder Ejecutivo con tres individuos obedecía al temor de varios legisladores en cuanto a que una sola persona llegara a ejercerlo de manera despótica. Pensaban que, mediante un triunvirato, todo aquello que sancionara el Ejecutivo se haría de manera colegiada. Sin embargo, a los pocos días Liceaga se ausentó del Supremo Gobierno y se retiró a Guanajuato para atender asuntos familiares, de modo que al Ejecutivo sólo lo representaban Cos y Morelos. Aun así, cada vez que los integrantes de la corporación promulgaban un decreto del Congreso o daban a conocer algún acuerdo, incorporaban el nombre de Liceaga para darle mayor peso a sus determinaciones.

C.M. de Bustamante, op. cit., t. III, p. 144. C. Herrejón Peredo, “Morelos y Pavón…”, p. 116. 91 “Segunda declaración de Morelos a la Jurisdicción Unida, México, 22 de noviembre de 1815”, en J.E. Hernández y Dávalos, op. cit., t. VI, núm. 74, pp. 63-64. 92 Felipe Remolina Roqueñí, La Constitución de Apatzingán. Estudio jurídico-histórico, Morelia, Gobierno del Estado de Michoacán (Biblioteca Michoacana, 4), 1965, pp. 223-224. 93 “Manifiesto del Congreso, Apatzingán, 23 de octubre de 1814”, en E. Lemoine Villicaña, Morelos…, pp. 488-493. 89 90

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Cat. 88. Jorge Cázares Campos, Espada del general José María Morelos y Pavón. Estudio, 1982, grafito sobre papel, colección particular.

Todo indica que los miembros del Ejecutivo, de común acuerdo con los diputados del renovado Congreso, se dedicaron a conseguir y administrar recursos económicos para el sostenimiento de la causa. Para este fin ordenaron a los responsables de las intendencias donde contaban con simpatizantes que enviaran sus respectivas remesas de maíz, tabaco, carne y piloncillo para el sostenimiento de la tropa; pidieron a los intendentes que solicitaran los libros parroquiales de su jurisdicción; encabezaron las honras fúnebres de algún diputado muerto a causa de la epidemia, y concedieron licencia a los vecinos de Apatzingán para organizar colectas con miras a reedificar el santuario de la Virgen de Acahuato.94 Otro asunto del que se ocuparon los tres José Marías fue el relativo a los asuntos de guerra, construyendo fuertes como el de Chimilpa, equidistante de las poblaciones de Uruapan (al sur), Apatzingán (al norte) y Urecho (al poniente), o bien tratando de auxiliar a los hermanos Rayón, defensores del fuerte de San Pedro de Cóporo, cercano al pueblo de Jungapeo. También ordenaron incendiar los campos y entrar a degüello en las poblaciones que se resistieran.95 Finalmente, los integrantes del Ejecutivo promulgaron varios decretos del Congreso tendientes a establecer relaciones diplomáticas con Estados Unidos. Para esto se decretó la creación de las banderas de guerra, parlamentaria y de comercio, así como un renovado escudo nacional. Asimismo, se nombró como ministro plenipotenciario al licenciado José Manuel Herrera y como secretario de la legación a Cornelio Ortiz de Zárate, quienes se trasladaron a Galveston y de ahí a Nueva Orleans acompañados de una comitiva, entre la que se incluía al hijo de Morelos.96 “Oficio al intendente Pérez, Apatzingán, 30 de octubre de 1814” y “Orden del Supremo Gobierno, Apatzingán, 5 de octubre de 1814”, en V. Guedea, op. cit., p. 476; “Licencia otorgada por el Supremo Gobierno, Tancítaro, 2 de noviembre de 1814”, en J. E. Hernández y Dávalos, op. cit., t. V, núm. 188, pp. 737-738. 95 Facsímil en J.R. Benítez, op. cit., sección de documentos. 96 “Decreto del Congreso, Puruarán, 3-14 de julio de 1815”, en E. Lemoine Villicaña, Morelos…, pp. 558-561; 94

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Lám. 15. Valladolid (hoy Morelia). Cárcel clerical donde estuvo preso el general Matamoros, litografía publicada originalmente en El libro rojo de Vicente Riva Palacio y Manuel Payno.

Al poco tiempo, el Supremo Gobierno sufrió una modificación. En vista de que el doctor Cos se rebeló contra el Congreso y Liceaga se había ido a Guanajuato con licencia temporal, la asamblea nombró al licenciado Antonio Cumplido como nuevo integrante del Poder Ejecutivo, y como secretarios, en lugar de Remigio de Yarza, a los señores José Mariano Arriaga y un tal Benítez.97 Todos ellos fueron sorprendidos por los realistas en la acción de Temalaca, y corrieron con la suerte de arribar hasta Tehuacán, donde pensaban enterarse del resultado de la misión del ministro José Manuel Herrera. CAPTURA Y MUERTE

El 5 de noviembre de 1815, Morelos fue capturado por el realista Manuel de la Concha en Temalaca, cuando escoltaba a las supremas corporaciones que marchaban con destino a Tehuacán. La noticia llenó de regocijo a las autoridades civiles y eclesiásticas del virreinato. El prisionero fue llevado a las cárceles de la ciudad de México, José R. Guzmán, “La misión de José Manuel Herrera en Estados Unidos”, Boletín del Archivo General de la Nación, México, t. X, núms. 1-2, enero-junio 1969, p. 269. 97 “Declaración de Morelos, México, 28-30 de noviembre de 1815”, en E. Lemoine Villicaña, Morelos…, pp. 642-643.

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donde se le formaron dos procesos: el primero llamado de las “jurisdicciones unidas”, porque en éste intervenían el poder real y el eclesiástico; el segundo era el de la Inquisición, cuya finalidad era desprestigiarlo al declararlo hereje.98 La última semana del mes de noviembre de 1815 se publicó el “autillo y degradación del cura Morelos”, en el número 40 del Noticioso General, periódico que se imprimía en la ciudad de México. Los representantes de las tres supremas corporaciones —José Sotero Castañeda en el Congreso, Ignacio Alas en el gobierno y José María Ponce de León en el Judicial— aún lanzaron una proclama anunciando la captura del caudillo y declarando: “¡Guerra, guerra y odio eterno a los asesinos del gran Morelos!”.99 Al poco tiempo estas tres corporaciones quedaron disueltas por órdenes de Manuel Mier y Terán, quien consideró que sus titulares no habían sido votados por los pueblos. Como escribió Bustamante: “Faltó Morelos, faltó la piedra angular del edificio, vínose a tierra y sus ruinas nos cubrieron sumiéndonos en lo hondo de la desolación”.100 Morelos fue condenado a morir fusilado y el 22 de diciembre de 1815 se concretó la sentencia en el pueblo de San Cristóbal Ecatepec. En su partida de entierro, la cual se ubica en el archivo parroquial del lugar, se lee lo siguiente: En esta santa iglesia parroquial de San Cristóbal Ecatepec el día veinte y dos de diciembre de mil ochocientos quince, se dio sepultura eclesiástica al cuerpo del bachiller don José María Morelos, presbítero domiciliario y ex cura que fue del pueblo de Carácuaro del obispado de Valladolid. Recibió los sacramentos de penitencia y eucaristía, y para constancia de todo lo firmo. Bachiller José Miguel de Ayala. Rúbrica. Interino.101

Cat. 126. Relicario, siglo xix, caja de madera con abalorios, medallas y cera de agnus dei, medallones con reliquias; confeccionado en hilos de seda y metal dorado, pasta policromada, cartón, textil, madera y vidrio, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

C. Herrejón Peredo, Morelos, México, Clío (La Antorcha Encendida), 1996, pp. 56-57. Los dos estudios de referencia son el de Carlos Herrejón Peredo, Los procesos de Morelos, México, El Colegio de Michoacán (Biblioteca José María Morelos, III), 1985, que va acompañado de una selección documental, y el de José Herrera Peña, Morelos ante sus jueces, Miguel Acosta Romero (pról.), obra preparada por la Facultad de Derecho en honor a don José María Morelos para celebrar el 175 aniversario de la Independencia nacional, México, Porrúa, 1985. 99 “Proclama de las Supremas Corporaciones, Tehuacán, 17 de noviembre de 1815”, en E. Lemoine Villicaña, Morelos…, pp. 606-608. 100 C.M. de Bustamante, Don José María Morelos y Pavón. Elogio histórico, 1822. La Abispa de Chilpancingo, 1821-1823 (ed. facsimilar), México, Miguel Ángel Porrúa, 1980 [1822], pp. 23-24. 101 J.R. Benítez, op. cit., sección de estampas. 98

J O S É MA R Í A M O R E LO S Y PAV Ó N, G E N E R A L Í S I M O D E L A A R MA S D E L A A M É R I C A S E P T E N T R I O N A L

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El Congreso de Chilpancingo y la Constitución de Apatzingán José María Morelos y los aportes de la insurgencia mexicana para crear una nación Carlos Juárez Nieto Centro inah Michoacán

EN BUSCA DE UN CONGRESO

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n junio de 1808 se recibió en la Nueva España la noticia sobre la renuncia a la corona española de los reyes Fernando VII y su padre, Carlos IV, en favor del emperador francés Napoleón Bonaparte. Ante tal eventualidad, las principales autoridades del virreinato se reunieron para discutir y tomar las decisiones políticas más adecuadas a modo de afrontar la crisis de gobierno. El ayuntamiento criollo de la ciudad de México se apresuró a presentar a la consideración del virrey José de Iturrigaray y de la Audiencia un plan para que se convocara a un Congreso formado por los representantes de los cabildos civiles y eclesiásticos de todo el reino, al cual se integrarían los representantes de la nobleza, comerciantes, hacendados y mineros. El Congreso gobernaría el virreinato de manera provisional a nombre del rey Fernando VII, en tanto durara la invasión francesa a la península y el cautiverio de la familia real. La propuesta de los regidores criollos se basaba en las viejas tesis de la legislación española, la cual sostenía que, ante la ausencia del rey, la soberanía volvía al pueblo y a sus instituciones legalmente constituidas. En este caso la soberanía se entendía como una especie de autonomía política que el virreinato debía resguardar ante el peligro del invasor francés. Pese a que el plan de los criollos de la ciudad de México no se refería a la independencia, los peninsulares desconfiaron de su actitud y de la del propio virrey, quien se había mostrado simpatizante de sus ideas. La madrugada del 16 de septiembre de ese mismo año un grupo de comerciantes y militares peninsulares desconocieron la autoridad del virrey Iturrigaray, lo tomaron prisionero y lo enviaron a España bajo los cargos de conspiración y traición al rey. A Francisco Azcárate y José Primo de Verdad, los regidores criollos de la ciudad de México, se les envió a prisión, con lo que se acabó con sus pretensiones de formar un Congreso que diera certidumbre política a la Nueva España ante la crisis imperial desatada por la ausencia del monarca.1

Cat. 18. Anónimo, Fernando VII [copia del original de Goya], óleo sobre tela, siglo xx, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Luis Villoro, El proceso ideológico de la revolución de Independencia, México, unam, 1983, pp. 48-57. El proyecto más radical sobre la creación de un Congreso para la Nueva España fue expuesto por el fraile mercedario de origen peruano Melchor de Talamantes, quien consideraba que este Congreso debía ser la semilla institucional que concretara la independencia política de España.

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Lám. 16. Plaza principal de la heroica ciudad de Zitácuaro en el estado de Michoacán, siglo xviii, litografía publicada originalmente en El libro rojo de Vicente Riva Palacio y Manuel Payno.

Los conspiradores de Valladolid y de Querétaro siguieron alentando el proyecto de formar un Congreso para resguardar la Nueva España de las ambiciones políticas de los invasores franceses. Cuando ambas conspiraciones quedaron al descubierto, sus planes se vieron frustrados, sus promotores fueron perseguidos y algunos de ellos fueron aprehendidos. Al estallar la guerra insurgente, en septiembre de 1810, Miguel Hidalgo volvió a hablar acerca del establecimiento de un Congreso que diera orientación y legitimidad al movimiento. El 15 de noviembre, de vuelta en Valladolid de Michoacán, Hidalgo dio a conocer su respuesta a las acusaciones publicadas por la Santa Inquisición en su contra desde el inicio de la insurrección. En uno de los pasajes de su manifiesto, el cura de Dolores señalaba uno de los objetivos políticos del movimiento: establecer un “Congreso que se componga de representantes de todas las ciudades, villas y lugares de este reino, que teniendo por objeto mantener nuestra santa religión, dicte leyes suaves y acomodadas a las circunstancias de cada pueblo”.2 Resulta notoria la ausencia del rey Fernando VII en el proyecto de Hidalgo para darle las bases legales y políticas al movimiento insurgente, incluida la exigencia de que el citado Congreso tendría como objetivo elaborar una serie de leyes que acaso se recogerían en una futura Constitución de la nación americana. Tras el desastre militar en Puente de Calderón, los insurgentes se vieron obligados a desplazarse al norte del virreinato para tratar de reagruparse militarmente, por lo que en una junta de los jefes insurgentes en la villa de Saltillo se nombró a Ignacio Rayón como general y comandante del ejército, con la orden expresa de propagar la insurgencia en la zona centro del reino, dotándolo de las instrucciones y nombramientos necesarios para su mejor cumplimiento. Rayón era un abogado originario del pueblo de Tlalpujahua, situado en el oriente de la provincia de Michoacán, y se había José Herrera Peña, Hidalgo a la luz de sus escritos, Morelia, Secretaría de Difusión Cultural y Extensión Universitaria-Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 2003, p. 196.

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puesto a las órdenes de Hidalgo desde octubre de 1810. A sabiendas de la inteligencia del joven abogado, el caudillo lo nombró como su secretario, y en Guadalajara se le designó como ministro de Estado y de Despacho. Para cumplir con la orden conferida por Hidalgo y Allende, Rayón se puso en marcha rumbo a la provincia de Michoacán, donde se sentía más seguro y con mayores posibilidades de propagar la insurrección. El 22 de abril de 1811, mientras estaba en Zacatecas, Rayón suscribió, junto con el jefe insurgente José María Liceaga, una proclama dirigida al virrey Venegas en la que se le propuso, a fin de cesar la lucha, la necesaria instalación de un “Congreso o Junta Nacional bajo cuyos auspicios, observando nuestra legislación eclesiástica y cristiana disciplina, permanezcan ilesos los derechos del muy amado señor don Fernando VII”.3 A diferencia de Hidalgo, Rayón siempre estuvo convencido de que el nombre del rey español en las propuestas de creación de un Congreso o junta debía incluirse para atraer a un mayor número de simpatizantes a la causa. La propuesta fue rechazada por el virrey, quien, por el contrario, ordenó la captura de ambos líderes insurgentes. Después de enfrentar una serie de dificultades, Rayón arribó a Michoacán, donde procedió a organizar las diversas partidas insurgentes que se hallaban dispersas por la provincia. Al saber que la villa de Zitácuaro estaba en manos del jefe insurgente Benedicto López, Rayón marchó rumbo a esa población del oriente michoacano para instalar su centro de operaciones militares. Al lograr allí una relativa pacificación militar, Rayón retomó con ahínco la idea de formar una junta que fuera depositaria de la autoridad política, militar y administrativa del movimiento insurgente. A fin de alcanzar su propósito, convocó a una reunión para los primeros días de agosto de 1811 en la villa de Zitácuaro, con todos los jefes militares de mayor graduación e importancia de la insurgencia. La intención era que ellos mismos hicieran acto de presencia o acudieran sus enviados debidamente acreditados, para así proceder a elegir a los integrantes de la junta. El 19 de agosto, con trece personas reunidas, se procedió a la elección de los tres primeros miembros de la junta y se dejó para la posteridad el nombramiento de los dos restantes, con quienes sumarían sus cinco integrantes. Al final de la votación salieron elegidos, para presidente, el licenciado Ignacio Rayón, con doce votos; para vocal, el doctor José Sixto Berduzco, con once votos, y como segundo vocal, con siete votos, el teniente general José María Liceaga.4 La Suprema Junta Nacional Americana, también conocida como Junta de Zitácuaro, llenaría el hueco de la soberanía que había quedado en suspenso debido a la cautividad del rey Fernando VII, la cual juró fidelidad y protección a sus derechos y

Cat. 3. A. Barre, Napoleón Bonaparte, 1838, vaciado en bronce, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Juan E. Hernández y Dávalos, Colección de documentos para la historia de la guerra de Independencia de México de 1808 a 1821 (ed. facsimilar), t. III, núm. 36, México, Comisión Nacional para la Celebración del 175 Aniversario de la Revolución Mexicana/inehrm, 1985 [1877-1882], pp. 279-281. 4 Moisés Guzmán Pérez, La Suprema Junta Nacional Americana y la Independencia. Ejercer la soberanía, representar la nación, México, Secretaría de Cultura-Gobierno del Estado de Michoacán/Instituto de Investigaciones Históricas-Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 2011, p. 165. 3

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a los de la santa Iglesia. En este punto Rayón consideró necesario mantener la figura del rey español como una máscara para ganar mayores adeptos al movimiento insurgente, con lo que coincidía con Allende y de alguna manera se distanciaba de la idea de Hidalgo.5 La Suprema Junta era heredera del proceso político iniciado desde 1808 en España e Hispanoamérica, el cual buscaba una mayor autonomía política de las provincias en tanto continuara el cautiverio de Fernando VII. No obstante, el conflicto militar que se libraba en la Nueva España entre insurgentes y realistas provocó que las posiciones políticas se fueran radicalizando, sobre todo en las filas de los primeros, por lo que no pocos se mostraron escépticos ante la invocación de la figura real. La Suprema Junta tuvo la virtud de ser la primera autoridad con legitimidad política en el campo insurgente y sirvió para que futuros proyectos se consolidaran paulatinamente. Ésta fue reconocida por la mayoría de los jefes insurgentes, incluido José María Morelos, quienes le juraron fidelidad, si bien no pocos se mostraron reacios a su autoridad. El gobierno político, militar, administrativo y económico ejercido por los integrantes de la junta fue absorbente y abrumador, lo cual generó entre ellos continuos roces y diferencias. Acosados por el ejército realista de Calleja, sus miembros tuvieron que abandonar Zitácuaro y trasladarse a Sultepec, donde continuaron su labor. La fama que corría en la Nueva España sobre las destrezas militares del cura José María Morelos en el sur y el centro del virreinato influyó en Rayón para nombrarlo como el cuarto vocal de la Suprema Junta, lo cual se le comunicó en julio de 1812.6 Los múltiples asuntos que despachaba Ignacio Rayón de manera cotidiana como presidente de la Junta no le impidieron redactar un esbozo de la que se pretendía que a corto plazo fuera una Constitución que otorgara fortaleza plena e identidad política a la nación americana. Así, en abril de ese mismo año envió a Morelos un texto que tituló Elementos de nuestra Constitución. Este documento se inscribió en el esfuerzo intelectual que otros personajes de la insurgencia desarrollaron para darle un sustento político a la lucha, lo cual concordaba con las aspiraciones del propio líder suriano. No obstante, con el paso de los meses Morelos fue mostrando su desagrado ante las menciones al rey Fernando VII que hacía la junta en forma reiterada, las cuales se recogían de nuevo en los Elementos esbozados por su presidente. Estas diferencias entre los líderes de la insurgencia se acrecentaron a partir de la separación de los vocales y el presidente de la junta, así como por la asignación de cuatro demarcaciones territoriales previamente convenidas: a José Sixto Berduzco se le encomendó el poniente (Michoacán), a José María Liceaga el norte (Guanajuato), a Ignacio Rayón el oriente (México) y a José María Morelos el sur (Oaxaca, Veracruz y Puebla).7 La intención de esta división territorial entre los integrantes de la junta era lograr una mayor eficacia y coordinación militar y política con el resto de los focos rebeldes que se extendían en otras regiones. Sin embargo, con el transcurso de los meses se evidenció el fracaso de esta medida debido a que Berduzco y Liceaga se sintieron con plena autonomía para actuar en los territorios asignados y desobedecieron Ibidem, pp. 171-172. Los trece electores de los primeros tres integrantes de la Suprema Junta fueron Ignacio Rayón, José Sixto Berduzco, José María Liceaga, Ignacio Martínez, Benedicto López, José María Vargas, Juan Albarrán, Remigio Yarza, Miguel Serrano, Manuel Manzo, Tomás Ortiz, Ignacio Ponce de León y Vicente Eyzaguirre (véase ibidem, pp. 67-155). 6 M. Guzmán Pérez, op. cit., pp. 231-232. 7 Carlos Herrejón Peredo, Morelos, México, Clío, 1996, p. 32. 5

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la autoridad de Ignacio Rayón, presidente de la junta. En los primeros meses de 1813 el encono y la rivalidad entre Rayón y los dos vocales de la junta llegaron a un enfrentamiento directo que afectó seriamente la cohesión de la insurgencia.8 El conflicto llegó a oídos de Morelos, quien resolvió tomar el mando definitivo del movimiento y encauzarlo hacia una nueva senda política. Los logros militares de Morelos, concretados con la toma de Tehuacán, Orizaba y, en noviembre de 1812, la ciudad de Oaxaca, le dieron mayor fortaleza y prestigio entre las filas insurgentes, así como una cierta admiración y temor en el campo realista. A sabiendas de su autoridad, y como cuarto vocal de la junta y comandante general del sur, instó a Rayón para que se nombrara al quinto vocal, quien se encargaría en exclusiva de los asuntos de justicia. En abril de 1813, desde Acapulco, Morelos envió a los cabildos secular y eclesiástico de la ciudad de Oaxaca la convocatoria para su elección. La élite oaxaqueña le dio largas al asunto, alegando varias dudas en cuanto a la selección de los electores que procederían a la votación definitiva. Finalmente acordaron para el 3 de agosto la Junta General Provincial, a fin de llevar a

Cat. 91. Ignacio López Rayón, Carta, 1812, tinta sobre papel, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Ernesto Lemoine Villicaña, Morelos y la Revolución de 1810, México, Gobierno del Estado de Michoacán, 1984, pp. 276-277.

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Lám. 17. Sello de la Suprema Junta Nacional Americana, 1811.

efecto la elección en la iglesia catedral. Con la participación de 85 individuos, los cuales representaban a los diversos estamentos sociales y regionales de la provincia de Oaxaca, se eligió al intendente corregidor José María Murguía y Galardi como quinto vocal. Sin embargo, no resultó elegido como quinto vocal, sino para ocupar un lugar en el Congreso que el general Morelos había convocado desde el 28 de junio de 1813, retomando la sugerencia del abogado oaxaqueño Carlos María de Bustamante. Ese mismo día le comunicó a Rayón su rescisión y lo instó a que se presentara en Chilpancingo en los primeros días de septiembre para acabar con las discordias entre los jefes insurgentes.9 En efecto, desde el 31 de mayo Bustamante le había propuesto a Morelos que se creara un Congreso representativo de los intereses de las provincias del reino, lo cual le daría una mayor autoridad política a la insurgencia que una junta conformada por cuatro vocales y encabezada por Rayón, con evidentes señales de descomposición y anarquía. La idea de Bustamante tenía como telón de fondo la difusión de la Constitución española de Cádiz, jurada en marzo de 1812 en Madrid, la cual no era sino un código de tinte liberal que reconocía los derechos del hombre, la división de poderes, la monarquía constitucional como forma de gobierno y la defensa de la religión católica. Por su parte, Morelos había cambiado notoriamente su visión sobre la figura del rey Fernando VII desde que salió de Oaxaca con rumbo a Acapulco, pese a que se Virginia Guedea, “Las elecciones para diputados del Supremo Congreso Nacional Americano”, en Ana Carolina Ibarra et al. (coords.), La insurgencia mexicana y la Constitución de Apatzingán, 1808-1824, México, unam, 2014, pp. 18-20.

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había mantenido respetuoso del juramento que la Suprema Junta había hecho a su nombre en la capital de la provincia de Antequera, en diciembre de 1812. El proyecto de Morelos, apoyado por las ideas de Bustamante, consistía en formar un Congreso representativo de las villas, ciudades y provincias del reino como lo había concebido Miguel Hidalgo, en el cual se discurrieran las mejores medidas para formar una nación independiente. El caudillo no estaba de acuerdo en que las funciones y poderes de la junta recayeran en una sola persona, como era el caso de Ignacio Rayón. Meses atrás, Morelos ya le había expresado a éste su inconformidad por seguir manteniendo al rey español como un señuelo o máscara de la insurgencia para atraer simpatizantes. El jefe sureño estaba convencido de que ni la Constitución liberal española de 1812 ni la Suprema Junta llenaban los deseos políticos de los mexicanos, por lo que llegó a recriminar a los peninsulares para que dejaran de inventar “gobiernitos. La América es libre aunque les pese”.10 En el fondo de las decisiones que llevarían a la disolución de la Suprema Junta, monopolizada por el activismo de Rayón, estaba el control político de la insurgencia que Morelos estaba decidido a lograr. Para compensar los méritos prestados a la causa por los tres integrantes de la junta —Rayón, Berduzco y Liceaga—, Morelos consideró pertinente que pasaran a ocupar de manera directa un lugar en el Congreso. El 28 de junio de 1813, Morelos convocó a las provincias de Tecpan, Veracruz, Puebla y México a que eligieran a su representante ante el Congreso que se instalaría en Chilpancingo durante los primeros días de septiembre. El 8 de agosto hizo lo mismo con la provincia de Michoacán. El capitán general del sur eligió el poblado de Chilpancingo, por estar ubicado en un punto intermedio de donde se localizaba el resto de los liderazgos insurgentes y por hallarse más familiarizado con su entorno. Estaba convencido de que el Congreso a establecerse en esa población le daría una mayor proyección y consolidación política a la causa insurgente, urgida de instituciones que regularan las operaciones militares de sus jefes regionales, los cuales actuaban de manera autónoma e independiente; además, otorgaría voz y voto a los pueblos de las provincias del reino para formar un gobierno independiente y soberano, libre de la tutela y sujeción de España. Hay que señalar que los procesos electorales para elegir a los diputados al Congreso que se lograron efectuar en territorio insurgente tuvieron cierta influencia de los lineamientos establecidos por la Constitución española de Cádiz, sobre todo en lo referente al nivel parroquial y distrital, así como en el protocolo ceremonial en que se desarrollaron. En lo personal, Morelos consideró que la Constitución española y las cortes eran una falacia política para los

Cat. 156. Cañón de Santa María [Hidalgo], siglo xviii, vaciado en bronce, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

C. Herrejón Peredo, “El gobierno de José María Morelos, 1810-1813”, en ibidem, pp. 40-41.

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americanos, pues se seguía excluyendo de sus derechos políticos a una porción muy grande de su población debido a su origen étnico, además de que se continuaba preservando el trono y la soberanía del rey Fernando VII en cuanto regresara de su cautiverio.11 En el transcurso de esos meses, Morelos se dedicó a redactar una serie de documentos que mostrarían de manera clara e inobjetable su visión política, centrada en las ideas republicanas de división de poderes, soberanía popular y regulación jurídica de los derechos del hombre. El sacerdote y militar vallisoletano consideraba que, en las circunstancias creadas por la guerra, el Poder Ejecutivo debía gozar de mayores atribuciones que las asignados al Congreso. Morelos plasmó estas ideas con la ayuda del abogado yucateco Andrés Quintana Roo, en un documento que se leyó el 11 de septiembre, previo a la elección e instalación del Congreso en Chilpancingo. El Reglamento para la instalación, funcionamiento y atribuciones del Congreso, como se le conoció, constaba de 59 puntos, y en éste quedó de manifiesto la visión de Morelos sobre las atribuciones de los poderes Ejecutivo y Legislativo: el segundo estaba obligado a proporcionarle al primero todos los requerimientos militares y económicos necesarios; quien resultara elegido como generalísimo sería el Ejecutivo, con poder de iniciativa y de veto, además de nombrar a los diputados suplentes al Congreso.12 El 13 de septiembre, los electores de la provincia de Tecpan —erigida por Morelos desde abril de 1811— procedieron a seleccionar en Chilpancingo a su representante ante el Congreso, nombramiento que recayó en la persona del vicario castrense José Manuel Herrera. El acoso del ejército realista propició que en las otras provincias se experimentara una serie de problemas, por lo que resultó difícil llevar a cabo la elección. Pese a todo, el 14 de septiembre se nombró en esa ciudad a los cinco diputados propietarios y a los tres suplentes que integrarían el Congreso: Ignacio Rayón como representante de la provincia de Guadalajara, José Sixto Berduzco por Michoacán, José María Liceaga por Guanajuato, José Manuel Herrera por Tecpan y José María Murguía por Oaxaca, los cinco en calidad de propietarios. Los tres diputados suplentes —quienes no llegaron a las votaciones de sus provincias— fueron Carlos María de Bustamante por México, José María Cos por Veracruz y Andrés Quintana Roo por Puebla.13 Morelos se excluyó con habilidad de ocupar un lugar en el Congreso, a fin de buscar el nombramiento de generalísimo y, también, titular del Poder Ejecutivo. Antes de la instalación formal del Congreso, el caudillo pronunció un encendido discurso en el que puso de manifiesto su adhesión a la libertad y la justicia de los ideales de Hidalgo y Allende, caudillos del Anáhuac; celebró que las cadenas de la esclavitud española se hubieran roto en Chilpancingo y ratificó la defensa de la religión cristiana, la conservación de la propiedad y el respeto de los derechos de los pueblos. Acto seguido se procedió a leer, por parte del secretario Juan Rosáins, un documento elaborado por Morelos titulado Sentimientos de la Nación. La pretensión de su autor era Ibidem, p. 40. Roberto Breña, “La explosión continental hispánica y el Decreto de Apatzingán: liberalismo y republicanismo en una era revolucionaria”, en Ana Carolina Ibarra et al., op. cit., p. 198. 13 V. Guedea, op. cit., p. 27. De los ocho diputados, sólo tres —Berduzco, Liceaga y Murgía— eran oriundos de la provincia que representaban y únicamente dos —Murgía y Herrera— habían sido designados mediante un proceso electoral. 11 12

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Cat. 82. Primitivo Miranda y Hesiquio Iriarte (litógrafo), El Lic. Verdad, reproducción de la litografía publicada originalmente en El libro rojo, de Vicente Riva Palacio y Manuel Payno, Biblioteca del Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

que los 23 puntos de que constaba el documento sirvieran como orientación general para los diputados del Congreso, quienes en los siguientes meses se dedicarían a expedir leyes, circulares y órdenes, pero sobre todo a redactar una Constitución que coronara los esfuerzos de la lucha insurgente. En los Sentimientos, Morelos sostuvo que la América era libre e independiente de España y de toda nación, gobierno o monarquía; la religión católica sería la única, sin tolerancia de otra, cuyos ministros sólo se sustentarían de los diezmos y primicias; la soberanía, dimanada directamente del pueblo, quedaría depositada en el Supremo Congreso Nacional Americano, compuesto por representantes de las provincias; los poderes se dividirían en Legislativo, Ejecutivo y Judicial; los empleos serían sólo de los americanos; se sustituiría al gobierno tiránico por uno liberal, echando fuera del territorio americano al enemigo español; las leyes mejorarían las condiciones sociales y económicas de los más pobres y comprenderían a todos sin excepción de cuerpos privilegiados; se suprimía la esclavitud, la tortura y la distinción de castas; se establecía el respeto irrestricto a la propiedad; las tropas extranjeras o de otro reino no pisarían suelo mexicano, y si lo hicieran a modo de ayuda, no estarían donde la Su-

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Cat. 25. José Ynés Tovilla, Ignacio Allende, 1912, óleo sobre tela, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

prema Junta; no se llevarían a cabo expediciones ultramarinas fuera de los límites del reino; se suprimiría la infinidad de tributos e imposiciones que agobiaban al pueblo y se señalaría 5 por ciento de impuesto de semilla y otros efectos o carga igual por individuo, con lo que, junto con la buena administración de los bienes confiscados al enemigo, sería posible llevar el peso de la guerra y honorarios de los empleados; se establecería por ley la celebración del 12 de diciembre dedicado a la Virgen de Guadalupe e igualmente se solemnizaría el 16 de septiembre como el día en que se levantó la voz de la Independencia.14 Los Sentimientos de Morelos recogían las ideas expresadas por el propio caudillo en diversos bandos y circulares a lo largo de la lucha insurgente, y asimismo se advierten algunas de las propuestas contenidas en los Elementos de Ignacio Rayón. Un día después de instalado el Congreso, se procedió a nombrar al generalísimo que ocuparía el Poder Ejecutivo. Como ya se había seleccionado como diputados a los antiguos vocales de la junta —Rayón, Liceaga y Berduzco—, se dejó abierta la posibilidad para elegir a Morelos, como en efecto aconteció. Si bien al principio éste rehusó ocupar el cargo, el Congreso lo ratificó. De esta manera llegó a la cúspide del poder militar y político de la insurgencia, al concentrar en su persona atribuciones amplias. De inmediato, el Ernesto de la Torre Villar, La Constitución de Apatzingán y los creadores del Estado mexicano, México, unam, 2010, pp. 375-376.

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Cat. 45. Anónimo, Vicente Guerrero, siglo xix, óleo sobre tela, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

generalísimo se dio a la tarea de apremiar a los diputados ausentes para que se trasladaran a Chilpancingo y se incorporaran a las labores del Congreso. Así, Carlos María de Bustamante, José María Liceaga e Ignacio Rayón se presentaron en las semanas siguientes y ocuparon su lugar en el legislativo insurgente. La llegada de estos dos últimos fue de suma importancia porque se expresaba un voto de unidad entre las filas insurgentes después de las discordias suscitadas entre los vocales de la junta y su presidente Rayón.15 Sin embargo, este último seguía descontento con Morelos por considerar que le había usurpado el liderazgo de la insurgencia por medio de las bayonetas; como pudo, disimuló su malestar con el cura para no entorpecer las labores del Congreso. A fin de dar cumplimiento a lo establecido por el Reglamento, el Congreso procedió en los siguientes días a redactar un documento que se conocería como Acta de Independencia, publicada el 6 de noviembre de 1813. El texto no dejaba duda acerca de los objetivos políticos del Congreso y del propio Morelos: declarar rota para siempre jamás y disuelta la dependencia del trono español; el Congreso, en ejercicio de su soberanía, sería el árbitro para establecer las leyes que mejor convinieran para el arreglo y felicidad interior, para hacer la guerra y la paz, así como para establecer alianzas con los monarcas y repúblicas del antiguo continente, no menos que para celebrar C. Herrejón Peredo, Morelos, p. 44.

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concordatos con el sumo pontífice romano, para el régimen de la Iglesia Católica y mandar embajadores y cónsules. Además, ya no se profesaría ni reconocería otra religión que la católica ni se permitiría o toleraría el uso público o secreto de alguna otra.16 Con este trascendente acto político, el Congreso de Chilpancingo cerraba una primera etapa en su breve vida institucional en la insurgencia mexicana y dejó para los próximos meses tareas complejas y difíciles, como la redacción de una Constitución. LA CONSTITUCIÓN

Cuando las autoridades virreinales tuvieron noticias de la instalación del Congreso insurgente en Chilpancingo y de la publicación del Acta de Independencia, tomaron una serie de medidas para contrarrestar su difusión entre la población. El virrey Calleja dispuso que el comandante realista José Gabriel de Armijo intensificara las operaciones militares en el sur de la provincia de México a modo de desarticular las posiciones más importantes de los insurgentes, incluidos Chilpancingo, Acapulco y Tecpan. En diciembre, hizo circular una proclama en la que censuraba con dureza el contenido del acta de los insurgentes, acusándolos de mentir durante tres años continuos sobre sus fines políticos, los cuales quedaban al descubierto al sostener su rechazo a la tutela del rey español Fernando VII. No obstante los esfuerzos de las autoridades virreinales para silenciar los actos políticos más relevantes de los rebeldes, grupos simpatizantes de la insurgencia en la ciudad de México que actuaban en la clandestinidad, como los Guadalupes, se encargaron de difundir las noticias sobre la instalación del Congreso y el acta.17 En el ánimo de algunos insurgentes no todo fue optimismo por los acontecimientos políticos recientes. El ejemplo más claro era el del licenciado Ignacio Rayón, ex presidente de la Suprema Junta, quien se mostró inconforme con la disolución de la misma y el protagonismo del generalísimo Morelos en la creación del Congreso, lo cual se tradujo para Rayón en la pérdida del liderazgo en el movimiento insurgente. Sus recelos hacia Morelos y el propio Congreso pronto se pusieron de manifiesto al dar a conocer un dictamen, en diciembre de 1813, donde criticaba la premura para publicar el Acta de Independencia, en la cual se negaba de manera irrestricta la figura del rey Fernando VII, que según el licenciado era la propuesta más atractiva de los insurgentes para todos sus partidarios y simpatizantes. Rayón asentaba que él se había mostrado renuente para que se difundiera el acta en esos términos, pues desde el inicio del movimiento sus iniciadores —Hidalgo y Allende— se habían inclinado por la erección de un “cuerpo soberano, que promoviendo la felicidad común, fuese fiel depositario de los derechos de Fernando VII”. 18 Al palpar la opinión de gran parte de las principales provincias del reino, se convenció de que la Junta de Zitácuaro —presidida por Rayón— “gobernase en nombre de Fernando VII con lo cual se logró fijar el sistema de la revolución, y atacar en sus propias trincheras a nuestros enemigos”.19 E. de la Torre Villar, op. cit., p. 319. Virginia Guedea, En busca de un gobierno alterno: los Guadalupes de México, México, unam, 1992, pp. 249, 262. 18 E. de la Torre Villar, op. cit., p. 407. 19 Ibidem, p. 408. 16 17

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Cat. 31. José Perovani, virrey Félix María Calleja, 1815, óleo sobre tela, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

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Lám. 18. Fusilamiento de Matamoros, litografía publicada originalmente en El libro rojo, de Vicente Riva Palacio y Manuel Payno.

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Rayón consideraba que la publicación del acta acarrearía daños irreparables al reino de México y que sería objeto de amenazas de potencias extrañas como Inglaterra. En tono de advertencia ante los acontecimientos inmediatos, y en relación con la ausencia del rey español en el contenido del documento, señaló: “Variarse pues de sistemas en que intervengan razones y motivos poderosos, es introducir novedades, cuyas consecuencias suelen ser muy funestas y ruinosas al Estado”.20 El dictamen de Rayón mostró la persistencia de una visión política de cariz conservador entre un sector de la dirigencia rebelde, la cual chocaba directamente con las ideas más avanzadas sostenidas por Morelos y la mayoría de los congresistas. El documento se publicó en diciembre, justo cuando Morelos se concentraba en los preparativos militares para tomar la capital de la provincia michoacana: Valladolid, su ciudad natal. Al dejar Chilpancingo, el generalísimo había instruido al Congreso que se abocara a la redacción de una Constitución donde se retomaran los aspectos más importantes contenidos en el Reglamento para el funcionamiento del Congreso y los Sentimientos de la Nación. Sin embargo, en lugar de acatar sus instrucciones, en los siguientes meses los diputados enfocaron su atención en otros asuntos, de manera preferente a fortalecer su poder, en detrimento del ostentado por Morelos. El Congreso procedió a redactar varios proyectos de ley que fueron mermando la autoridad del Ejecutivo. Por ejemplo, la creación de una tesorería independiente y la formación de tropas, ambos asuntos reservados a Morelos. La derrota militar de Morelos en Valladolid, el 23 y 24 de diciembre de 1813, seguida de la segunda derrota en Puruarán, el 5 de enero de 1814, acción en la que fue hecho prisionero Mariano Matamoros —el lugarteniente más valioso y cercano al generalísimo—, significó un duro revés para los proyectos de la insurgencia. Por esos días el Congreso ya preparaba una serie de disposiciones que terminarían por concentrar el poder político y militar del movimiento en sus manos.21 El 17 de enero de 1814, el Congreso acordó reasumir en sus manos el poder político y militar de la insurgencia, con lo que quedaba sin efecto el nombramiento de Morelos como encargado del Poder Ejecutivo, si bien mantuvo el nombramiento de generalísimo. Al ser depositario de la soberanía de la nación, el Congreso dejó sin efecto y de hecho anuló el Reglamento creado por Morelos. En la misma sesión se nombró a Ignacio Rayón como capitán general para preservar la defensa de las plazas de Oaxaca y Tecpan, que con enorme esfuerzo había conseguido Morelos. Al conocer los acuerdos del Congreso, el generalísimo no los objetó y los acató a plenitud, aunque no dejó de expresar su malestar por el nombramiento de Rayón para una empresa que consideraba inoportuna por su falta de conocimiento de la región y de sus recursos. Otra decisión que tomaría el Congreso un mes después consistió en aumentar el número de vocales, por lo que se procedió a nombrar como nuevos diputados a José María Morelos (Nuevo León), Manuel Aldrete y Soria (Querétaro), Cornelio Ortiz de Zárate (Tlaxcala), José Sotero de Castañeda (Durango), José María Ponce de León (Sonora), José Francisco Argándar (San Luis Potosí), Antonio Sesma (Puebla) y Antonio José Moctezuma (Coahuila). Las medidas adoptadas tenían como finalidad for Ibidem, p. 409. Anna Macías, Génesis del gobierno constitucional en México: 1808-1820, México, sep (SepSetentas, 94), 1973, p. 91.

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talecer y reorientar la lucha insurgente en los frentes militar y político; sin embargo, al quitar a Morelos el mando efectivo del ejército insurgente, se empezó a debilitar la obediencia de los jefes subalternos, quienes prefirieron alejarse del control que ejercía el Congreso.22 El 22 de enero de 1814, ante la proximidad del ejército realista, el Congreso se vio obligado a dejar Chilpancingo y se trasladó 20 leguas al oeste, hasta que dos días después llegó al pueblo de Tlacotepec, donde permaneció por espacio de 28 días. De este modo se inició un fatigoso peregrinaje por varios puntos de la Tierra Caliente michoacana. Pese a que se había nombrado a nuevos vocales del Congreso, en la práctica sólo se encontraba un número reducido de diputados que solía sesionar indistintamente para tomar acuerdos en torno a los asuntos considerados más apremiantes para el movimiento. Se sabe que en Tlacotepec sesionaron el presidente Liceaga y los vocales Berduzco, Herrera, Quintana y Cos, asistidos por los dos secretarios nombrados: José Enríquez del Castillo y el licenciado Cornelio Ortiz de Zárate. En esa población se incorporó Morelos al Congreso y ahí se le ratificó la decisión de separarlo del Ejecutivo y de la jefatura militar de la insurgencia.23 El Congreso salió de ahí el 21 de febrero y siete días después arribó al pueblo de Tlalchapa, donde al parecer los diputados iniciaron las discusiones tendientes a redactar una Constitución. En un documento conocido como “Aviso al público”, difundido por el doctor José María Cos el primero de marzo desde su cuartel militar en la hacienda de La Ciénega, del partido de Cutzamala, se dio cuenta de los nuevos nombramientos y la reasunción por ese órgano de gobierno del Poder Ejecutivo, compuesto por una diputación de cinco vocales a fin de conservar la unidad necesaria. De igual modo se estableció que los jefes militares que formaban parte del Congreso debían dar cuenta de sus operaciones y de las quejas que el pueblo tuviera de ellos al “cuerpo legislativo, en quien residirá siempre la plenitud de poder, como que representa la soberanía del pueblo”.24 Para precisar y reforzar los contenidos del documento de Cos, el 14 del mismo mes el presidente del Congreso, José María Liceaga, publicó una proclama en la que ratificó su convicción de que las derrotas militares de Valladolid y Puruarán no habían afectado con seriedad a la insurgencia, como lo propalaban sus enemigos. Liceaga precisó que el Congreso se había visto obligado a concentrar los poderes como medida temporal ante las dificultades militares y económicas que se vivían, y de paso informó que se redactaría una Constitución donde se plasmaría una división de poderes, garante de la libertad del pueblo.25 En Tlalchapa, el Congreso alcanzó a redactar un reglamento para pasar revista de tropas en todos los puntos del reino, dirigido a los intendentes de provincia, además Ibidem, pp. 93-95. La mayoría de los nuevos diputados nombrados se ostentaban en su perfil académico como abogados de las ramas del derecho civil y canónico, por lo que, en teoría, ayudarían con sus “luces” a la comisión de redacción de la Constitución insurgente. 23 M. Guzmán Pérez, “El itinerario del Supremo Congreso de Chilpancingo a Apatzingán”, en Gerardo Sánchez Díaz y M. Guzmán Pérez (eds.), La Constitución de Apatzingán. Historia y legado, México, Instituto de Investigaciones Históricas-Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo/H. Congreso del Estado de Michoacán de Ocampo/agn, 2014, p. 189. El autor de este ensayo hace una reconstrucción minuciosa del recorrido que realizó el Congreso desde su instalación en Chilpancingo hasta su arribo a Apatzingán, donde se publicó la Constitución insurgente en octubre de 1814. 24 E. de la Torre Villar, op. cit., pp. 324-326. Se aseveraba que los acuerdos tomados por el Congreso estaban avalados por los jefes militares insurgentes, empezando por el generalísimo Morelos, lo cual era una prueba de la unidad imperante en sus filas. 25 A. Macías, op. cit., p. 96. 22

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Cats. 160 a 168. Monedas de plata de distintas denominaciones acuñadas entre 1781 y 1815 por la Casa de Moneda de México y la Junta de Zitácuaro.

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de mantener una correspondencia constante con otros jefes insurgentes.26 El 26 de marzo salió de este pueblo para dirigirse a Huayameo, pero antes debió pasar por Cutzamala, Pungarabato y Coyuca, adonde llegó el primero de abril. Una vez en Huayameo, los diputados tuvieron días de relativa calma. José Manuel Herrera, Andrés Quintana Roo y José Sotero Castañeda, integrantes de la comisión, aprovecharon esos días para adelantar en sus discusiones y en la redacción de la Constitución. Allí permanecieron alrededor de veinte días, al término de los cuales se dirigieron a Huetamo. Antes de alcanzar su destino, en los primeros días de mayo, pasaron unos días en Zirándaro. A Huetamo llegaron nueve diputados de los 16 nombrados: Liceaga, Berduzco, Herrera, Quintana, Sesma, Castañeda, Aldrete, Ponce de León y Ortiz de Zárate; los otros seis —Rayón, Bustamante, Crespo, Cos, Morelos y Argándar— se encontraban dispersos, cumpliendo diversas tareas militares y políticas. La comisión de Hacienda del Congreso, integrada por Liceaga, Berduzco y Sesma, emitió algunos decretos para ordenar la extinción de la moneda de cobre y de otros Cat. 19. Anónimo, virrey José de Iturrigaray, siglo xix, óleo sobre tela, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

V. Guedea (introd. y notas), Prontuario de los insurgentes, México, Centro de Estudios Sobre la Universidadunam/Instituto Mora, 1995, p. 163.

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tipos que circulaban de manera provisional en el reino, además de instruir a los comandantes militares para que, en sus propuestas para otorgar un grado de oficial, remitieran su petición con una hoja de servicios certificada del pretendiente. Al mismo tiempo, la comisión de redacción de la Constitución —a la que se habían integrado los diputados Aldrete, Ponce de León y Ortiz de Zárate— continuó con su encomienda. En un manifiesto publicado el primero de junio, Liceaga dio a conocer la prisa con que se trabajaba en la redacción de una Constitución de carácter interino, en la cual se contendrían los principios de la división de poderes, de la soberanía y de la libertad.27 El Congreso dejó Huetamo en los primeros días de junio para dirigirse a Tiquicheo, Tuzantla y, finalmente, arribar a la hacienda azucarera de Tiripitío —a unas cuantas leguas del pueblo de Tuzantla—. Allí el Congreso recibió las desagradables noticias del pleito entre Rayón y Rosáins por la jefatura de la comandancia de Puebla y procedió a nombrar a los vocales Carlos María de Bustamante y José Sabino Crespo para que mediaran en la disputa. Asimismo, se enteró del regreso del rey Fernando VII a España y del bando que con ese motivo hizo circular el virrey Calleja el 22 de junio, concediendo a los insurgentes y a sus principales jefes el indulto al término de treinta días a partir de su publicación; en caso contrario, se procedería contra ellos cuando se les cogiera con las armas en la mano.28 La respuesta insurgente a este acontecimiento la emitió desde la hacienda de Taretan el doctor José María Cos, mediante un “Aviso al público”, el 19 de julio. En el documento, Cos avizoró conflictos serios entre el rey y las cortes españolas, que supuestamente recibirían apoyo de Inglaterra; consideró que el regreso de Fernando a la corona española significaba un acontecimiento funesto para los españoles y más favorable para la independencia de las Américas.29 Estos últimos sucesos motivaron a los diputados insurgentes para acelerar los trabajos de redacción de la Constitución, no sin algunas diferencias, como las alegadas por Andrés Quintana Roo, quien consideró que las sesiones carecían de la solemnidad necesaria para semejante proyecto. Con todo, el 9 de agosto el diputado Aldrete informó a Bustamante que pronto saldría impreso el texto constitucional, pues se contaba ya con una imprenta.30 El Congreso abandonó Tiripitío el 12 de agosto y transitó por varias estancias y ranchos de la Tierra Caliente michoacana, hasta que doce días después llegó a la hacienda azucarera de Santa Efigenia, en la jurisdicción de Ario. En ese lugar se afinaron algunos puntos de la Constitución insurgente, que prácticamente estaba concluida. El Congreso conoció también el bando del virrey Calleja del 10 de agosto, en el que se daba cuenta de que Fernando VII había retomado las riendas del trono español. Seis días más tarde, la Gaceta de México publicó el decreto del rey que abolía el régimen constitucional. El regreso del absolutismo monárquico alentó y fortaleció la autoridad de los peninsulares novohispanos, y causó desaliento entre amplios sectores del criollismo, los cuales habían cifrado sus esperanzas políticas en la Constitución liberal española M. Guzmán Pérez, “El itinerario…”, pp. 216, 218, 221-222. V. Guedea, En busca…, p. 309. 29 E. de la Torre Villar, op. cit., p. 282. 30 M. Guzmán Pérez, “El itinerario…”, pp. 235-236. El autor sostiene que la imprenta referida por Aldrete no es la de José María Cos, como lo consigna erróneamente Anna Macías, sino la que estaba en poder del cura e intendente insurgente Pablo Delgado, quien la tuvo bajo su resguardo durante varios meses y que antes le había servido a la Suprema Junta en Tlalpujahua. 27 28

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de 1812 y en los decretos de las cortes, con miras a obtener una mayor autonomía mediante la vía pacífica y constitucional. La libertad de imprenta, los procesos electorales para elegir a las autoridades locales y diputados del reino, así como las limitaciones al poder político del virrey, fueron desconocidas de golpe por el monarca. Estos acontecimientos se recibieron con cierto optimismo entre las filas insurgentes ante la posibilidad que se abría para que muchos criollos decepcionados con el retorno del absolutismo monárquico se pasaran abiertamente a las filas insurgentes, donde ya se tenía redactado un proyecto de Constitución; sin embargo, ante la reafirmación del régimen virreinal, las circunstancias de la guerra y los excesos en que realistas e insurgentes habían caído, muy pocos criollos decidieron engrosarlas.31 El Congreso concluyó la redacción de la Constitución en Santa Efigenia y retrasó su publicación debido a las serias dificultades que se tenían con la imprenta. Ante el entorno político que se vivía en España y en la capital del virreinato, los diputados se mostraron decididos a jurar lo más pronto posible su Constitución, por lo que salieron de Santa Efigenia el 27 de septiembre y se trasladaron a la población que mayor seguridad les proveía en esos momentos: Apatzingán. A este pueblo arribaron el 18 de octubre con la Constitución ya impresa y lista para publicarse. En el transcurso de los dos días siguientes llegaron Morelos, Cos, Berduzco y Argándar. El 22 de octubre de 1814, en un acto solemne y con misa de Te Deum de por medio, se publicó y juró el Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mexicana, mejor conocido como la Constitución de Apatzingán. Al acto lo siguieron varias celebraciones y bailes entre la población y los propios congresistas, ante lo cual Morelos llegó a externar que ése era el día más hermoso de su vida.32 Es importante precisar que la Constitución insurgente mexicana se explica en un contexto histórico más amplio, caracterizado por el impulso que, durante la segunda mitad del siglo xviii, se dio en Estados Unidos y Europa a la redacción de códigos políticos que establecieran con claridad los derechos de los hombres y ciudadanos, así como a la adopción del sistema republicano, la división de poderes como forma de gobierno y la soberanía como depositaria en las instituciones representativas del pueblo. La corriente constitucionalista llegó a España a partir de la vacante real y la instalación de las cortes españolas que, en marzo de 1812, sancionaron la Constitución liberal de Cádiz, en la cual se establecía una forma de gobierno monárquica constitucional.33 Ahora bien, los orígenes e influencias teóricas del decreto insurgente los debemos buscar en los proyectos de Constitución que enviaron al Congreso de Chilpancingo, indistintamente, la organización secreta de los Guadalupes, así como Vicente Santa María y Carlos María de Bustamante, los cuales tuvieron a la vista los congresistas, aunque lamentablemente se desconozca su contenido.34 Lo que resulta más contundente en relación con las fuentes que influyeron entre los redactores del decreto fue la lectura de varios números del periódico español El Desper V. Guedea, En busca…, pp. 309-315. C. Herrejón Peredo, Morelos, pp. 50-51. Moisés Guzmán sugiere que el acto de jura y publicación se realizó el 21 y no el 22 de octubre (véase “El itinerario…”, pp. 258-259). 33 María del Refugio González, “Constitución/constitucionalismo”, en Alfredo Ávila, Virginia Guedea y Ana Carolina Ibarra (coords.), Diccionario de la Independencia de México, México, Comisión Universitaria para los Festejos del Bicentenario de la Independencia y del Centenario de la Revolución Mexicana- unam, 2010, pp. 230-236. 34 C. Herrejón Peredo, Morelos, pp. 44-45. 31 32

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Cat. 101. Br. José María Morelos, Certificación del estado en que quedó su curato a su partida de Valladolid, 1806, tinta sobre papel, Archivo Histórico Casa de Morelos, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

tador Sevillano, editado por el escritor liberal Alberto Lista entre 1809-1810, donde se publicaban artículos de teoría política que versaban sobre el gobierno representativo, los peligros políticos de las naciones a causa de los excesos del poder arbitrario, “los métodos de formar la opinión pública, las implicaciones de la paz con Austria y el papel de las Cortes en el futuro político de España”.35 Otras fuentes que tomaron como modelo a seguir fueron la Constitución estatal de Massachusetts, Estados Unidos, de 1780; las Constituciones francesas de 1791, 1793 y 1795, y finalmente la Constitución liberal española de 1812. De todas se tomaron ideas en torno a la soberanía, la división de poderes, la organización territorial, los derechos y obligaciones de los ciudadanos, la elección de los poderes de gobierno, sus funciones y atribuciones.36 Cabe resaltar que el decreto jurado por los insurgentes era de carácter provisional, para que más tarde un Congreso plenamente establecido y sin las limitaciones anteriores redactara una carta magna o código definitivo de la nación. El documento consta de 242 artículos y se divide en dos apartados: El apartado I contiene los principios o elementos constitucionales y se subdivide en seis capítulos y 41 artículos en los que se tratan los siguientes aspectos: A. Macías, op. cit., p. 122. Los Elementos de Rayón y los Sentimientos de la Nación de Morelos también fueron documentos que los congresistas insurgentes tuvieron a la mano y fueron objeto de estudio. 36 Ibidem, pp. 129-130. Esta autora considera que los diputados que tuvieron a su cargo la redacción de la Constitución insurgente fueron Andrés Quintana Roo, José Manuel de Herrera, José Sotero Castañeda, Manuel Aldrete, José María Ponce de León y Cornelio de Zárate (véase ibidem, p. 115). 35

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Cats. 169 a 179. Monedas de cobre de distintas denominaciones acuĂąadas entre 1809 y 1814 por los insurgentes.

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Artículo 1º: la religión católica como la única profesada en el Estado. Artículos 2º-12: la soberanía —es decir, la facultad de dictar leyes y establecer la forma de gobierno que más convenga a los intereses de la sociedad—, con sus tres atribuciones y poderes: la facultad de dictar leyes (Poder Legislativo), la de hacerlas respetar (Poder Ejecutivo) y la de hacerlas respetar en casos particulares (Poder Judicial). Artículos 13-41: sobre los ciudadanos, la ley y los derechos de igualdad, seguridad, propiedad y libertad, además de sus obligaciones. En cuanto al apartado II, contiene la forma de gobierno y se subdivide en 23 capítulos, en los que a su vez se tratan los siguientes aspectos: Artículos 42-43: la demarcación territorial de la América mexicana. Artículos 44-47: las supremas autoridades representadas en el Supremo Congreso Mexicano, en el cual reside la soberanía del pueblo, así como en el Supremo Gobierno y el Supremo Tribunal de Justicia. Artículos 48-122: la composición, elección y atribuciones del Supremo Congreso. Artículos 123-131: la sanción y promulgación de leyes. Artículos 132-174: la composición del Supremo Gobierno, la elección de sus individuos y sus atribuciones. Artículos 175-180: la creación y composición de la intendencia de Hacienda. Artículos 181-211: la composición y facultades del Supremo Tribunal de Justicia, los juzgados inferiores y las leyes a observar en la administración de justicia Artículos 212-231: la composición y facultades del tribunal de residencia. Artículos 232-236: la representación nacional y su elección. Artículos 237-242: la observación, sanción y promulgación del decreto.37 En el decreto sancionado en Apatzingán destacan algunos puntos donde se articulan las ideas y representaciones de un proceso de transición entre el Antiguo Régimen y la modernidad política. La profesión y defensa de la religión católica como única en el Estado —con la exclusión de cualquier otra— y el juicio de residencia son ejemplos de viejas prácticas sociales y políticas heredadas de la colonia y sancionada, esta última, por las Leyes de Indias. Si bien no se menciona el término “republicano” como forma de gobierno, la división de poderes que establece no deja lugar a dudas de que ésa sería la institución política adoptada por los congresistas insurgentes, impulsada por José María Morelos. A la luz de los modelos constitucionales consultados, la influencia del pensamiento liberal entre los redactores de la Constitución de Apatzingán resulta inobjetable. Sin embargo, hay que señalar que el decreto de los insurgentes mexicanos contiene aspectos novedosos que lo hacen diferente de aquellos otros modelos. Por ejemplo, la prohibición de naturalizarse como mexicanos a quienes no fueran católicos y castigar la herejía y apostasía con la pérdida de la nacionalidad; la integración de una legislatura reducida en número, aunque poderosa en sus atribuciones sobre el Ejecutivo y el Judicial; el Supremo Gobierno —elegido por la legislatura— lo formarían tres personas, con sustitución y rotación periódica de sus integrantes; la defensa de los principios de no intervención y el derecho a la autodeterminación nacional; el rechazo al nepotismo familiar en el nombramiento de los funcionarios de gobierno; la no

E. de la Torre Villar, op. cit., pp. 380-402.

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Cat. 39. Anónimo, Virgen de la Luz, siglo xviii, óleo sobre lienzo con aplicaciones en metal, Museo de Arte Religioso Ex Convento de Santa Mónica, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

reelección de los funcionarios de gobierno y el control civil del ejército.38 Quedaba clara así la concentración del poder político en el Congreso, en detrimento de las atribuciones del Ejecutivo y Judicial. Como se sabe, el primer triunvirato nombrado para formar el Supremo Gobierno estuvo integrado por José María Morelos, José María Liceaga y José María Cos. Ante el acoso del ejército realista, el Congreso debió trasladarse al pueblo de Ario, donde, el 7 de marzo de 1815, se procedió a instalar formalmente el Supremo Tribunal de Justicia. Sus primeros integrantes fueron, como presidente, José María Sánchez Arriola, y como ministros, José María Ponce de León, Antonio de Castro y Mariano Tercero, en tanto que como secretario de lo civil se nombró a Pedro José Bermeo.39 Si bien los órganos de poder de la insurgencia funcionaron durante algunos meses —y con muchas dificultades— en una demarcación geográfica no muy amplia, la Constitución de Apatzingán se difundió con amplitud en la Nueva España gracias a una proclama del virrey Calleja publicada el 24 de mayo del mismo año. En este documento el virrey criticaba a los rebeldes por crear un sistema republicano confuso y despótico, además de que consideraba su Constitución como una copia de la estadounidense y, sobre todo, de la española sancionada por las cortes en 1812.40 Durante los siguientes meses y años las cosas no marcharon bien en el campo insurgente, ya que las diferencias entre sus líderes se siguieron propagando, con el consabido debilitamiento del movimiento. El Congreso se vio obligado a emigrar a Tehuacán en busca del cobijo del jefe insurgente Manuel Mier y Terán, por lo que dejó en su lugar a una Junta Provisional de Gobierno a la que se conoció como la Junta de Jaujilla —por el islote donde se instaló, a un paso del pueblo de Zacapu. El 6 de noviembre, en el trayecto hacia Tehuacán, Morelos, quien tenía a su cargo la protección del Congreso, fue sorprendido en Tezmalaca por una partida realista y cayó prisionero. Los pocos miembros del Congreso que alcanzaron Tehuacán empezaron a tener conflictos con Mier y Terán, hasta que éste dio un golpe de Estado y disolvió el Congreso, el 15 de diciembre. Morelos fue sentenciado a la pena capital y ejecutado en San Cristóbal Ecatepec el 22 de diciembre de 1815. Con esto se cerró la etapa más luminosa y fructífera de la insurgencia mexicana en lo político y en lo militar.41 Los últimos reductos insurgentes se atomizaron y la Junta de Jaujilla, al igual que la fugaz y desastrosa campaña de Mina en 1817, poco logró hacer para reactivar la lucha contra el despotismo monárquico. En resumen, se puede decir que tanto el Congreso de Chilpancingo como el decreto o Constitución de Apatzingán fueron los dos logros políticos e institucionales de mayor relevancia aportados por la insurgencia mexicana para la conformación de la nación. En ambos proyectos se advierte el deseo, el patriotismo y la lealtad a los valores de la independencia y soberanía que José María Morelos siempre enarboló a lo largo de su lucha y hasta su muerte. A. Macías, op. cit., pp. 131, 143, 145, 151. Roberto Breña considera que el “Decreto de Apatzingán, como prácticamente todos los documentos constitucionales que vieron la luz durante la explosión constitucional que tuvo lugar en la América española entre 1811 y 1815, era una mezcla de liberalismo y republicanismo, ideologías que en ese momento histórico convivían en el mundo hispánico sin mayores tensiones” (op. cit., p. 198). 39 María Teresa Martínez Peñaloza, Morelos y el Poder Judicial de la insurgencia mexicana, México, Gobierno del Estado de Michoacán, 1985, p. 56. 40 A. Macías, op. cit., p. 155. 41 C. Herrejón Peredo, Morelos, pp. 52-59. 38

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Morelos y las identidades simbólicas de la Independencia Moisés Guzmán Pérez Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo

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a guerra civil que comenzó en Nueva España en septiembre de 1810 y que rápidamente adquirió tintes religiosos e independentistas fue, al mismo tiempo, un factor de ruptura en la sociedad y un movimiento creador de diversos sentimientos de pertenencia e identidad. De ruptura, por la manera radical en que fracturó los lazos de amistad y los vínculos de sangre que mantuvieron unidos a los vasallos del rey durante trescientos años, dividiendo a familias y corporaciones. De pertenencia, por la decisión que muchos hombres y mujeres tomaron de defender una patria americana —luego “mexicana”— de las autoridades peninsulares y virreinales, no consentidas ni votadas por ellos. Por último, de identidad, debido a su autoafirmación de insurgentes, contraria a la de “chaquetas” y “callejistas”, a quienes consideraban traidores y enemigos; asimismo, debido a su subordinación a los gobiernos independientes emanados de la revolución y a los símbolos, colores y emblemas que por disposición de éstos se fabricaron en el transcurso de la lucha armada, los cuales fueron creando entre un sector de la sociedad el imaginario de una “comunidad nacional”. En vista que de los dos primeros aspectos nos hemos ocupado en estudios anteriores,1 lo que nos interesa destacar en este ensayo es el pluralismo simbólico que ocasionó la guerra; las continuidades y rupturas que se observan en sus formas, colores y emblemas, y el papel protagónico que desempeñó José María Morelos y Pavón en la adopción y difusión de lo que él y muchos de su tiempo consideraron como “símbolos nacionales”. ESTANDARTES, BANDERAS Y EMBLEMAS AMERICANOS

Prácticamente desde su incorporación a la lucha armada, Morelos adoptó como propios los primeros símbolos que caracterizaron a la insurgencia novohispana. Entre éstos figuraban imágenes guadalupanas y águilas coronadas, algunas pintadas o bordadas

PP. 154-155: Lám. 19. Mural Retablo de la Independencia de Juan O’Gorman, 1960-1961, fresco, detalle, Castillo de Chapultepec.

Lám. 20. Anónimo, José María Morelos, siglo xix, litografía, Centro Patriótico Nacional Mexicano, colección Museo de Historia Mexicana, Monterrey, N.L.

Véase Moisés Guzmán Pérez (coord.), Entre la tradición y la modernidad. Estudios sobre la Independencia, Morelia, Instituto de Investigaciones Históricas-Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (Bicentenario de la Independencia, 1), 2006, pp. 8-11; “Chaquetas, insurgentes y callejistas. Voces e imaginarios políticos en la independencia de México”, en Véronique Hébrard y Geneviève Verdo (eds.), Las independencias hispanoamericanas: un objeto de historia, Madrid, Casa de Velázquez (Casa de Velázquez, 137), 2013, pp. 135-149.

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Lám. 21. Bandera de Allende.

por sastres y manos femeninas, armas arrojadizas usadas desde tiempo inmemorial por los nativos americanos, así como una mezcla de colores que remitían a valores religiosos y de la realeza española. Esto lo apreció tras su encuentro con el cura Miguel Hidalgo y Costilla, su antiguo maestro y principal caudillo del movimiento, a quien acompañó en el tramo de Charo a Indaparapeo el 20 de octubre de 1810. Guadalupe y el águila coronada eran emblemas que se representaban —juntos o por separado— en banderas y estandartes, como los que portaba el regimiento de San Miguel el Grande, al mando de Ignacio Allende;2 el que tomó Hidalgo a su paso por el pueblo de Atotonilco,3 y los que luego se sacaron de iglesias y conventos de las órdenes religiosas por donde pasaban.4 Además, la gente llevaba pegada en sus sombreros pequeñas estampas de papel con la Virgen del Tepeyac, a cuya protección se encomendaron cuando se fueron a la guerra. Marta Terán, “Banderas de guerra del capitán Ignacio Allende, las primeras banderas mexicanas”, en José Luis Lara Valdés (ed.), Foro de Guanajuato: nuevas interpretaciones de la Independencia de México, Guanajuato, Comisión Estatal para la Organización de la Conmemoración del Bicentenario del Inicio del Movimiento de Independencia Nacional y Centenario del Inicio de la Revolución Mexicana/Gobierno del Estado de Guanajuato (Independencia), 2009, pp. 267-238. 3 “Declaración de Hidalgo, Chihuahua, 6-7 de mayo de 1811”, en Juan E. Hernández y Dávalos, Colección de documentos para la historia de la guerra de Independencia de México de 1808 a 1821 (ed. facsimilar), México, Comisión Nacional para las Celebraciones del 175 Aniversario de la Independencia Nacional y 75 Aniversario de la Revolución Mexicana/inehrm, t. I, núm. 2, 1985 [1877-1882], p. 13. 4 Gabriel Silva Mandujano, “El estandarte de Hidalgo y la jura del patronato de la Virgen de Guadalupe en Michoacán”, en Sofía Irene Velarde Cruz (coord.), La conformación de la identidad novohispana. Imágenes, símbolos y discursos utilizados en la Independencia de México, ed. conmemorativa del Bicentenario de la Independencia de México, Morelia, Museo de Arte Colonial-Secretaría de Cultura de Michoacán, vol. II, 2010, pp. 59-84. 2

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Las armas americanas no eran otras que el arco, la flecha y la honda que miles de indígenas cargaban consigo para hacer frente a los que consideraban enemigos de la religión, del rey y de la patria. Asimismo traían lanzas de madera con puntas de fierro —arma que se fabricó por cientos en los improvisados talleres de herrería—, y aunque también portaban porras y escudos para el combate cuerpo a cuerpo, fueron aquellas a las que Morelos dio mayor popularidad.5 En cuanto a los colores, si bien en un inicio nada se determinó por parte de la dirigencia y eran muchos los tonos que se veían entre la multitud, Morelos distinguió en las banderas al menos los albicelestes del regimiento de San Miguel, la blanca con las aspas de Borgoña, las negras que simbolizaban la guerra a muerte, así como las blancas y encarnadas con la imagen de la Virgen de Guadalupe. Ésas serían las imágenes que pululaban en su cabeza cuando se fue a insurreccionar las tierras calientes del sur.6 Al igual que Morelos, otros grupos y cabecillas rebeldes que actuaron por aquel rumbo tomaron como emblema de lucha el nombre de la Virgen morena. En Llano Grande, cerca del Aguacatillo y el Veladero, con destino a Acapulco, los partidarios de la Independencia enarbolaron una bandera de dos pañuelos blancos puestos en un palo y utilizaron como consigna el nombre de Guadalupe.7 Por su parte, los cabecillas Manuel Vega y Francisco Hernández, “comandantes del ejército americano del generalísimo don Miguel Hidalgo”, quienes tenían el encargo de recorrer la costa sur de la intendencia de México, ondearon una bandera con la imagen de la Virgen.8 El 15 de diciembre de 1810, desde el cuartel subalterno de Iguala, el propio Hernández publicó una proclama donde expresó unas palabras proféticas que anunciaron lo que Iturbide realizaría diez años después: “Aquí, como ya os dijimos en otra vez, se desplegó la bandera de la independencia para no enrollarse jamás. Sed fieles a nuestra patria y estad seguros que una mano providente nos protege y un sabio jefe nos rige”.9 Las imágenes guadalupanas no fueron las únicas que tremolaron por aquellos entornos. Aunque pocas, los rebeldes también utilizaron banderas encarnadas con la cruz de Borgoña, como la que Hipólito Tiempo, lancero del regimiento de infantería de México, quitó a un insurgente en la acción que tuvieron en Tlaxmalac y Tepecuacuilco —actual estado de Guerrero— a finales de diciembre de 1810.10

Martha Terán, “Armas de los indios y de los criollos en el inicio de la Guerra de Independencia de México, 1808-1812”, en Germán Cardoso Galué y Arlene Urdaneta Quintero (comps.), Colectivos sociales y participación popular en la independencia hispanoamericana, Venezuela, Universidad de Zulia/inah/El Colegio de Michoacán, 2005, pp. 227-244. 6 Martha Terán, “Banderas y hondas blancas en la Independencia. La cultura indígena de la guerra santa”, en Jaime Olveda (coord.), Independencia y Revolución. Reflexiones en torno al bicentenario y el centenario II, Guadalajara, El Colegio de Jalisco, 2009, pp. 51-68. 7 “Juan Antonio Fuentes a Antonio Carreño, Acapulco, 6 de diciembre de 1810”, en J.E. Hernández y Dávalos, op. cit., t. VI, núm. 300, pp. 274-276. 8 “Certificación y fe”, “José Ignacio Rosillo, Real de Minas de Tasco, 23 de noviembre de 1810”, Archivo General de la Nación (agn), Operaciones de guerra, vol. 712, f. 186; “Andrade a Venegas, Tepecuacuilco, 6 de diciembre de 1810”, en agn, f. 218; “Bernardo Tadeo de la Guerra a Andrade, Tixtla, 21 de noviembre de 1810”, en Operaciones de guerra, vol. 712, f. 181r. 9 El Despertador Americano, jueves 10 de enero de 1811, pp. 33-36. El subrayado es mío. 10 “Nicolás Cosío al virrey Venegas, sin lugar, 4 de enero de 1811”, Gazeta del Gobierno de México, t. II, núm. 4, martes 8 de enero de 1811, p. 26. 5

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Cat. 212. Bandera (con cruz de Borgoña de las fuerzas expedicionarias que combatieron a Morelos), siglos xvii-xviii, seda bordada, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

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Lám. 22. Bandera de Allende.

MONEDA: PODER ECONÓMICO, PODER SIMBÓLICO

Varios meses después, cuando el caudillo incursionaba por el rumbo de Tixtla, publicó el bando del 13 de julio de 1811 sobre la acuñación de moneda nacional, el cual le dio fama y popularidad por aquel rumbo. En éste ordenó que en la ciudad de Nuestra Señora de Guadalupe, provincia de Tecpan, se sellara moneda de cobre para uso del comercio, haciéndola valer en los territorios dominados por sus fuerzas. Se utilizaba en calidad de libranza, misma que los administradores de las cajas nacionales debían pagar a quien la llevara. Tenía el mismo valor que la plata y el oro; además, se podía usar para contratos de compras, ventas, vales y libranzas, cobros y pagos en todo el reino, “como ha servido y sirve la del cuño mexicano”.11 Lo significativo fue que, para la acuñación, se fijó como símbolo el arco y la flecha, una de las armas que por lo general usaban los antiguos mexicanos. El propio Morelos determinó sus contenidos emblemáticos de la siguiente manera: su tamaño, poco más que las corrientes de plata del cuño mexicano, con gruesor [sic] correspondiente; el sello, por un lado será una flecha con un letrero al pie que señala el viento donde corresponde, que es del Sur; y por el otro lado tendrá una marca que en una pieza forma M. O. y S., que el abreviado quiere decir Morelos, de esta forma M, y encima de ella el valor de la moneda, si fuere peso, tostón, peseta, real o medio.12

“Medidas de Morelos sobre acuñación de moneda, cuartel general de Tixtla, 13 de julio de 1811”, en Ernesto Lemoine Villicaña, Morelos. Su vida revolucionaria a través de sus escritos y de otros testimonios de la época, México, unam, doc. 12, 1965, p. 177. 12 Ibidem, pp. 176-177. 11

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Especialistas en numismática que conocieron y analizaron algunas piezas sacadas aquel año de 1811, como el doctor Lyman Haynes Low, señalan que se hicieron monedas de plata por un valor de ocho reales y de cobre de tan sólo dos reales. La única de plata conocida fue grafilada con hojas y rosas, a manera de una guirnalda rústica; llevaba en el anverso el monograma de Morelos, el valor de la moneda y el año, mientras que en el reverso se observaba “un arco con una saeta colocada verticalmente sobre la cuerda, hacia la parte media del campo y bajo la fecha sud”.13 Respecto a la de dos reales en cobre, fue la que más prevaleció durante los cuatro años de acuñación en el sur. Era semejante en dibujo a la anterior, tanto el anverso como el reverso, pero sin guirnalda, grafilado con puntos y pequeñas rayas.14 Desde antes de la instalación de la Suprema Junta Nacional Americana en Zitácuaro, Morelos le había escrito a Ignacio Rayón que la falta de dinero y los miles de adeudos de la Caja Nacional lo habían obligado a “sellar cobre”, pues de esa manera le prestaban tanto los ricos como la gente pobre. Además, le remitió el bando del 13 de julio para, de considerarlo pertinente, lo hiciera publicar en los lugares que juzgara oportunos. Por último se dio por enterado de la victoria conseguida por los independentistas sobre las fuerzas del comandante realista Miguel Emparan.15 La propuesta de Morelos fue bien recibida por Rayón y los demás jefes insurgentes, quienes para agosto de 1811 ya habían concretado en aquella villa la formación de un gobierno propio y de carácter colegiado. En la respuesta al jefe suriano escribieron: “Hemos también aprovechado el proyecto de vuestra excelencia en orden de moneda; y nosotros, a pesar de la escasez de plata y cobre, muy pronto la pondremos en planta”.16 Y así fue. Un mes y medio más tarde Morelos ya había recibido “el sello y muestra de nuestra moneda, que está pulida”, y en tono jocoso éste les decía en cuanto a los manifiestos del obispo de Puebla: “No me convierte, pero me divierten”.17 Las armas de los indígenas que apoyaban a la insurgencia no sólo se grabaron en piezas de metal de plata y cobre. Morelos ordenó que todos los bienes mostrencos confiscados a sus enemigos por el rumbo del sur se señalaran “con la marca de arco y la flecha”, a modo de distinguirlos de aquellos que él mismo había puesto en venta y cuyos ingresos debían ir a parar a la Caja Nacional.18 Esta disposición se mantuvo vigente cuando menos hasta principios de noviembre de 1814, después de sancionado el Decreto Constitucional en Apatzingán, cuando Morelos, Liceaga y Cos, como integrantes del Supremo Gobierno, ordenaron al intendente José María Pérez “que todo el mueble de caballos, reses y cualesquiera otra especie de animales de la nación que existan y hayan de existir en esa provincia a su cargo, se marquen en ambas qui Lyman Haynes Low y Nicolás León, La moneda del general insurgente don José María Morelos. Ensayo numismático (ed. facsimilar), Morelia, Gobierno del Estado de Michoacán/Casa de San Nicolás, 1981 [1897], p. 8. 14 Idem. 15 “Morelos a Rayón, Tixtla, 12 de agosto de 1811”, en Virginia Guedea (introd. y notas), Prontuario de los insurgentes, México, Centro de Estudios sobre la Universidad-unam/Instituto Mora, 1995, p. 80; L. Haynes Low y N. León, op. cit., p. 4. 16 “La Suprema Junta a Morelos, Palacio Nacional en Zitácuaro, 4 de septiembre de 1811”, en Moisés Guzmán Pérez, En defensa de mi patria y de mi persona… Benedicto López y su lucha por la independencia, Ernesto de la Torre Villar (pról.), Morelia, iih-Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (El hombre y su tiempo, 1), 1995, p. 238. 17 “Morelos a la Suprema Junta, Veladero, 23 de octubre de 1811”, en V. Guedea, op. cit., p. 92. 18 “Noticias del rumbo del Sur en la América Septentrional, Tixtla, 13 de agosto de 1811”, en Carlos Herrejón Peredo, Morelos. Documentos inéditos de vida revolucionaria, México, El Colegio de Michoacán (Biblioteca José María Morelos, III), 1987, p. 114. 13

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Cat. 211. Bandera de José María Morelos, 1810-1815, textil teñido, pintado y cosido a mano, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

jadas con el fierro que se diseña al margen, para evitar los extravíos que semejantes bienes suelen padecer frecuentemente”.19 Tal diseño no era otro que un rústico arco con flecha indígena en posición de disparo. Cuando Morelos se vio obligado a refugiarse en el pueblo de Cuautla Amilpas y a resistir un sitio implacable durante varios meses, entre la gente del lugar no dejaron de estar presentes las banderas y símbolos que daban cohesión e identidad a sus hombres ante la adversidad de la lucha. En su informe militar, el brigadier Félix María Calleja del Rey dijo a su superior que, además de la artillería, municiones, bagajes y cajas de guerra, varias banderas habían caído en sus manos, sin precisar sus características.20 Muchas otras insignias le serían capturadas a las fuerzas de Morelos en sus enfrentamientos con los realistas, como las tres banderas que le arrebató Rosendo Porlier en la acción que sostuvieron de camino al santuario de San José de Chiapa, cercana a la hacienda de Ozumba, Puebla;21 o las cuatro banderas que, a punta de bayoneta, los granaderos y cazadores de Asturias, al lado de los infantes de marina capitaneados por “Orden del Supremo Gobierno al intendente Pérez, Tancítaro, 2 de noviembre de 1814”, en E. Lemoine Villicaña, op. cit. 20 Gaceta Extraordinaria del Gobierno de México, núm. 224, viernes 8 de mayo de 1812, pp. 479. El mismo parte se localiza en J.E. Hernández y Dávalos, op. cit., t. IV, núm. 72, pp. 191-193. 21 “Porlier a Venegas, Perote, 21 de octubre de 1812”, en Gaceta del Gobierno de México, t. III, núm. 308, jueves 29 de octubre de 1812, pp. 1139-1140. 19

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Cat. 159. Estandarte de José María Morelos y Pavón, 1810-1815, seda bordada, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

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Luis del Águila, le tomaron a la guardia de Morelos y “sus negros escogidos” en las cumbres de Aculcingo, en aquella misma intendencia, donde incluso perdieron “dos cañones, uno de a seis, de fierro y otro de palo”.22 EL RETRATO DE MORELOS

El 25 de noviembre de 1812, Morelos atacó Oaxaca y de inmediato apareció la respuesta realista. Un testigo presencial señala que, cuando el capitán general de la Suprema Junta tomó por asalto la ciudad, “no hubo más contestación que la bandera encarnada, enarbolada en el fortín del cerro de la Soledad, y veintisiete cañonazos que se le dispararon desde allí, luego que se avistaron nuestras tropas”.23 Era aquel un color que también identificaba a los partidarios del gobierno virreinal durante la guerra. 24 Luego de tomar el control de la situación, Morelos formó gobierno, expidió nombramientos políticos, burocráticos y eclesiásticos, y administró justicia. Incluso promovió la impresión de papeles y la publicación de varios periódicos, como el Despertador de Michoacán, Sud y Correo Americano del Sur. Fue sin duda la conquista más importante de la insurgencia, por tratarse de una capital de intendencia y de obispado, y además porque fue uno de los territorios que por más tiempo estuvo en poder de los rebeldes. En ese contexto, uno de los testimonios que mejor sintetiza las identidades simbólicas que se elaboraban y difundían entre la gente es el retrato del caudillo atribuido por tradición a un indio mixteco, el cual debió de pintarse a finales de 1812 cuando Morelos aún residía en Oaxaca. Es probable que no haya sido el único trabajo realizado en esos momentos de triunfo y exaltación patriótica. El licenciado Antonio Basilio Zambrano, secretario de la Suprema Junta que estuvo de “visitador” en aquella ciudad, informó a Rayón acerca de las manifestaciones artísticas que por entonces se llevaban a cabo en la capital de la intendencia: “Se retrató la Suprema Junta en Palacio y el mío a un lado, portando los vocales una espada desnuda en la mano y vuestra excelencia además de ésta el estandarte nacional, y en el centro el busto del señor don Fernando 7°. Se juró la Suprema Junta y se ha establecido su autoridad”.25 El retrato de Morelos es de medio cuerpo, en tamaño natural, pintado al óleo: un buen ejemplo de la tradición pictórica más popular que no necesariamente se sujetaba a los lineamientos de la Academia de San Carlos. Fausto Ramírez señala que “el formato de medallón, con inscripción puesta al calce sobre un tablero, es propio del retrato neoclásico, lo mismo que la inclusión de elementos emblemáticos en torno a la efigie. El espacio elíptico, así delimitado, le sirve de nicho a la figura del héroe, quien pretende seducirnos con la fuerza persuasiva de su mirada, imponiendo su recia personalidad”.26 Por su parte, Inmaculada Rodríguez señala que la pintura recoge la “Luis del Águila a Ciriaco de Llano. Orizaba, 5 de noviembre de 1812”, en Gaceta del Gobierno de México, t. III, núm. 318, martes 17 de noviembre de 1812, pp. 1211-1214. 23 Correo Americano del Sur, núm. 5, 25 de marzo de 1813, p. 33, apud Genaro García, Documentos históricos mexicanos, México, Comisión Nacional para las Celebraciones del 175 Aniversario de la Independencia Nacional y 75 Aniversario de la Revolución Mexicana/inehrm, t. IV, 1985. 24 “Causa contra Anastasio González y Juan Copado, Zacoalco, 18 de septiembre de 1811”, en J.E. Hernández y Dávalos, op. cit., t. IV, núm. 76, p. 209. 25 “Zambrano a Rayón, Oaxaca, 15 de enero de 1813”, en V. Guedea, op. cit., p. 154. 26 Fausto Ramírez, “José María Morelos: de guerrero a guardián de la ley”, en El éxodo mexicano. Los héroes en la mirada del arte, México, Museo Nacional de Arte/unam, 2010, p. 28. 22

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Lám. 23. Anónimo, José María Morelos y Pavón, siglo xix, óleo sobre tela, Salón de Cabildos, Municipio de Oaxaca, Oax.

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tradición española del retrato oficial y representa “una de las primeras imágenes del poder con rasgos indígenas en el México decimonónico”.27 En la parte superior, dentro de una especie de concha o moldura, el óleo presenta una esfera con el fondo azul, en cuyo centro se localiza un águila con corona imperial, esta última resaltada en oro; el ave mira a su derecha, con las alas extendidas, parada sobre un nopal, pero sin el puente de tres arcos del “sello nacional” que acostumbraba usar la Suprema Junta.28 Un amplio listón de dos listas en blanco y azul celeste, con hilos de oro en sus puntas, atraviesa en forma horizontal la parte posterior de la concha; representa la banda azul turquesa de la orden española de Carlos III, instituida por este monarca el 19 de septiembre de 1771 en San Lorenzo de El Escorial, a fin de distinguir a las personas por los servicios prestados a la corona. De ahí el lema Virtute et Merito con que fue fundada. Además, hacía visible el patronazgo de la Inmaculada Concepción, a cuya advocación la nación española —insurgentes incluidos— guardaba una devoción especial.29 No debe sorprender la presencia de estos símbolos de la realeza española como elementos distintivos del retrato. Recuérdese que todavía en diciembre de 1812, en Oaxaca, por presión de la jerarquía eclesiástica, de las élites citaditas y por convicción personal de muchos insurgentes, se hizo la jura de obediencia a la Suprema Junta, en la cual hubo una procesión presidida por el mismo Morelos, se puso la efigie de Fernando VII en medio de un tablado levantado en la plaza principal y se realizó el paseo del “pendón real” por las principales calles de la población.30 Más atrás de la concha, flanqueándola por ambos lados, se observan cuatro banderas pendientes de un aspa con colores claramente definidos: a la izquierda una blanca y otra albiceleste con franjas horizontales, las cuales simbolizan la paz, el honor y la virtud,

Cat. 48. Anónimo, José María Morelos y Pavón (El Mixtequito), 1812, óleo sobre tela, detalle, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Inmaculada Rodríguez Moya, “La evolución de un género: el retrato en el barroco novohispano y el primer México independiente”, en De novohispanos a mexicanos. Retratos e identidad colectiva en una sociedad en transición, México, inah, 2009, p. 40. 28 Mientras no se cite otra cosa, nuestra interpretación se basa en el análisis del óleo y de la casaca original localizados en el Museo Nacional de Historia, Castillo de Chapultepec. 29 Manuel Fuentes de Gilbert Rojo (Barón de Gavín), La nobleza corporativa en España: Nueve siglos de entidades nobiliarias, España, Hidalguía uned, 2007, pp. 261-263. 30 “Acta del cabildo eclesiástico y demás corporaciones del juramento de obediencia a la Suprema Junta y relación del paseo del pendón”, Oaxaca, 2 de enero de 1813, en J.E. Hernández y Dávalos, op. cit., t. IV, núm. 209, pp. 789-791. 27

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Cat. 48. Anónimo, José María Morelos y Pavón (El Mixtequito), 1812, óleo sobre tela, detalle, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

respectivamente, mientras que a la derecha se observa una encarnada y otra negra, en alusión a la sangre derramada, al luto y la guerra a muerte, todas estas insignias se popularizaron entonces y acompañaron a los ejércitos del caudillo insurgente. Bajo la concha, colgada del listón albiceleste, se ve una honda con su centro o cestillo tejido, toda en oro, objeto que contrasta con el negro cortinaje que le sirve de fondo. El uniforme de gala de Morelos también conserva características peculiares. Se trata de una casaca negra con collarín, vuelta y solapa encarnada con un bordado muy fino de oro. El mismo color se observa en la bocamanga derecha, sólo que conformado por tres franjas, acordes con su título de capitán general. A la altura del codo destaca la bolsa derecha de la casaca con iguales motivos. También se alcanza a apreciar el pantalón negro con una franja en oro en el flanco derecho, la cual parece formar parte de la banda de capitán general. Dice Alamán que aquella fue la única ocasión en que Morelos lo utilizó y que, junto con otros objetos de su propiedad, se perdió en la acción sorpresiva que Gabriel de Armijo emprendió contra los insurgentes en el rancho de Las Ánimas. De acuerdo con la descripción que ofrece el escritor guanajuatense, Morelos llevaba al cuello un pectoral que le habían remitido desde Veracruz al obispo de Puebla

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Manuel Ignacio González del Campillo, y que el portador, un sujeto de apellido Olazábal, perdió en Nopalucan en abril de 1812. La alhaja cayó en manos del cura insurgente Sánchez, quien la obsequió a Morelos, y éste agregó a la extremidad de la cruz una medalla de oro de la Virgen de Guadalupe, la cual se aprecia mejor en la copia publicada por don Lucas del original que poseía Juan Nepomuceno Almonte.31 Herrejón escribe al respecto: “Parecería que intentando no usurpar el uso de la cruz en el pecho reservado a los obispos, Morelos se la colocó sobre el corazón”.32 En cambio, de acuerdo con Ramírez, el alarde que hacía Morelos de la cruz obispal entrañaba un desafío a las autoridades virreinales: “Un desafío complementado por la adición, a la cruz, de la medalla de la Guadalupana, ya a la sazón densa de connotaciones independentistas. Y, todavía más, por la asociación de estos emblemas sagrados con la ostentosa parafernalia del uniforme militar”.33 El bastón entorchado que sostiene con la mano derecha, así como el arma blanca que pende de un cordón de oro y cuyo guardamano de la empuñadura lleva grabado un rostro de apariencia solar, representan, en opinión de este último autor, “las dos facetas por las que el prócer alcanzaría renombre en la historia de la insurgencia: como guerrero y como ‘gobernante’”.34 En el inventario de alhajas que el virrey Calleja envió a la regencia en abril de 1814, se explicaba que Morelos poseía dos bastones: uno “de plata, compuesto de cuatro piezas, con puño de oro”, y otro “en forma de látigo forrado de chaquira”. Por lo tanto, es posible que el que aparece en la pintura sea el de plata, cubierto con una funda, y ésta a su vez con una cuerda retorcida a su alrededor. En cuanto al arma blanca, el propio virrey informó que se trataba de “un espadín con puño de oro del uso del mismo cura”.35 Asimismo, confundida bajo la bocamanga y las solapas del traje negro, se aprecia una banda o faja de color carmesí, bordada con los mismos detalles en oro y que correspondían a su rango de capitán general. Aún no porta la banda celeste que le fue conferida por el Supremo Congreso en Chilpancingo, cuando se le confirió el título de generalísimo.36 También, bajo el brazo izquierdo, Morelos sostiene un sombrero bicornio montado, el cual presenta en el borde dorado la “escarapela nacional” de color azul y blanco que desde finales de enero de 1812, en Tlalchapa, había instituido la Suprema Junta por bando.37 Como ya señalamos en otro estudio: ya no se trataba de una insignia otorgada a un regimiento para singularizar al grupo, como la escarapela con “el retrato del soberano, en papel”, que portaron las tropas de la ciudad de México en 1808 durante la jura de obediencia a Fernando VII; o como el de San Miguel el Lucas Alamán, Historia de Méjico. Desde los primeros movimientos que prepararon su independencia en el año de 1808 hasta la época presente (ed. facsimilar precedida de Moisés González Navarro, “Alamán historiador”), México, Fondo de Cultura Económica/Instituto Cultural Helénico (Clásicos de la Historia de México), t. III, 1985 [1849-1952], pp. 326, 582. 32 Carlos Herrejón Peredo, Morelos, México, Clío (La Antorcha Encendida), 1995, p. 36. 33 F. Ramírez, op. cit., p. 290. 34 Ibidem, p. 288. 35 “Nota de las alhajas y muebles que el virrey de Nueva España remite al excelentísimo señor ministro de la Guerra para que se sirva tenerlo a disposición de su alteza la Regencia del reino, México, 30 de abril de 1814”, agn, Correspondencia de virreyes, t. 268-A, núm. 32, f. 107. 36 En el informe citado Calleja alude a ambas. 37 “Bando del Supremo Congreso Gubernativo, Tlalchapa, 24 de enero de 1812”, agn, Operaciones de guerra, t. 933, p. 117. Calleja comunicó a la Regencia que el sombrero de uso de Morelos llevaba un “galón de oro de seis dedos de ancho, con presilla bordada de oro y algunas piedras”. 31

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Cat. 48. Anónimo, José María Morelos y Pavón (El Mixtequito), 1812, óleo sobre tela, detalle, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Grande que mostraba el arcángel San Miguel; o como los que llegaron a usar los regimientos provinciales de Guanajuato, Pátzcuaro y Valladolid; o la “escarapela encarnada” que identificaba a los partidarios del gobierno virreinal durante la guerra. Era, por el contrario, un emblema que identificaba a todos los defensores de los intereses de la nación, de ahí su apelativo de “nacional”.38

El propio Morelos dispuso por bando que “todos los vecinos y habitantes de Oaxaca usarán de la Cucarda Nacional, azul y blanca, símbolos de la unión y la virtud, so pena de prisión y de que se les seguirá rigorosa causa para averiguar su conducta”.39 De manera sutil, reemplazó la palabra “honor”, que era el significado que se le había dado en el bando original de Tlalchapa, por el de “unión”, que fue en lo que el caudillo insistiría durante su residencia en Oaxaca, al grado de dejarlo inscrito en algunas banderas. Respecto al numerario que se aprecia en la parte baja, fuera del marco ovalado, hay que decir que cuando Morelos ordenó realizar el juramento de fidelidad a la Suprema Junta, en diciembre de 1812, mandó fabricar con antelación “un crecido número de monedas de plata del cuño de la Nación”.40 Se trataba de piezas de plata y cobre del tipo del sud, cuyo nombre llevaba grabado en el anverso, mientras que en el reverso volvían a figurar el arco y la flecha, sustituyendo así la conocida con el nombre “del cuño mexicano”. Más tarde se sacarían otras que decían: “provincial de oaxaca”.41 Haynes y León señalan en su trabajo que, mientras que en 1812 se acuñó moneda de uno, dos y ocho reales en plata y cobre, al año siguiente sólo se sacaron piezas de Moisés Guzmán Pérez, La Suprema Junta Nacional Americana y la Independencia. Ejercer la soberanía, representar la nación, México, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo/Gobierno del Estado de Michoacán/Conaculta, 2011, pp. 207-208. 39 “Bando de Morelos, Oaxaca, 25 de noviembre de 1812”, en Morelos. Documentos inéditos y poco conocidos, México, sep, 1927, p. 146; “Bando de Morelos, Oaxaca, 25 de noviembre de 1812”, en V. Guedea, op. cit., p. 449. 40 “Descripción de la función de Oaxaca, Oaxaca, 13 de diciembre de 1812”, en J.E. Hernández y Dávalos, op. cit., núm. 117, pp. 688-689. 41 José Manuel Sobrino, La moneda mexicana. Su historia, México, Banco de México, 1972, pp. 66-67. 38

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medio, uno, dos y ocho reales del mismo material. Todas varían en tamaño, cuño y motivos simbólicos, pero las tres que se colocaron enjutas en el retrato fueron de cobre: la primera de un real del tipo del Sud, que muestra en su reverso un arco con flecha en posición de disparo; la segunda, más grande que las otras dos, dice en el anverso “M. 8. R. 1812”, que corresponde a la de ocho reales, y la tercera lleva en el anverso las iniciales “M. 1. R. 1812”, equivalente a un real.42 En el otro extremo, el artista representó un arco con flecha en posición de disparo, armas americanas de las que ya hablamos al inicio de este ensayo. Por último, la parte baja del retrato lleva una cartela, común a las que se hacían en aquella época, con una leyenda que exaltaba su nombre y los cargos políticos y militares que había alcanzado hasta entonces: “Retrato del excelentísimo señor don José María Morelos, capitán general de los ejércitos de América, vocal de su Suprema Junta y conquistador del rumbo del Sud”. Luego de que Morelos dejó Oaxaca para encaminar sus pasos hacia el puerto de Acapulco, sus fuerzas continuaron utilizando varias de estas banderas y emblemas de lucha. Por ejemplo, Pedro Antonio Vélez le decía al virrey Venegas que, desde principios de abril, los insurrectos invadieron barrancas y quebradas hasta posicionarse en un terreno intermedio entre la población y la fortaleza de San Diego. El día 2 ocuparon la loma del Herrador, a media legua del Castillo, y ahí fijaron “una bandera mixta de encarnado y negro”,43 con lo cual anunciaban la sangre que derramarían y la guerra a muerte que estaban dispuestos a dar. EL ÁGUILA: UN ESCUDO PARA LA NACIÓN

De la producción simbólica que se realizó después de la reconquista de Oaxaca, lo que más destaca es, por un lado, la inserción del emblema del águila coronada, empleado en los documentos oficiales y finalmente impuesto en las banderas de los ejércitos y de los gobiernos insurgentes; por el otro, el uso de los colores blanco y azul celeste en estas últimas, como si se tratara de transitar desde algo que he dado en llamar “pluralismo simbólico”, por su carácter diverso, hacia un “unanimismo simbólico” que tendía a uniformar tamaños, colores y escudo. Como se sabe, el águila es un símbolo mexicano de muy larga data reproducido durante la colonia de manera muy diversa y al cual se le dieron distintos significados.44 Desde el inicio de la insurrección lo utilizaron los hombres al servicio del regimiento de la reina, capitaneados por Ignacio Allende. Calleja señaló en un informe remitido a la regencia de España que, entre los trofeos de guerra tomados a los insurgentes en la batalla de Puente de Calderón, el 17 de enero de 1811, estaban “dos banderas sobre tafetán celeste con la imagen de nuestra señora de Guadalupe, y al reverso el arcángel San Miguel con el águila imperial, y varios trofeos y jeroglíficos”.45 L. Haynes Low y N. León, op. cit., p. 10. “Vélez a Venegas, Acapulco, 15 de abril de 1813”, en J.E. Hernández y Dávalos, op. cit., t. VI, núm. 153, pp. 130-133. 44 Véase Martha Terán, “La Virgen de Guadalupe contra Napoleón Bonaparte. La defensa de la religión en el obispado de Michoacán entre 1793 y 1814”, Estudios de Historia Novohispana, México, núm. 19, 1999, pp. 91-129; Enrique Florescano, La bandera mexicana. Breve historia de su formación y simbolismo, México, fce (Popular, 155), 1998. 45 “Nota de las alhajas y muebles…”, agn, Correspondencia de virreyes, tomo 268-A, núm. 32, f. 107. 42 43

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Después, la Junta de Zitácuaro oficializó este símbolo para convertirlo, desde finales de 1811, en el “sello nacional” del gobierno, con el cual autorizaba sus disposiciones en lo político, militar y económico. En consecuencia, los propios vocales que actuaban en distintas demarcaciones llegaron a hacer uso de este emblema en su papelería oficial. En un principio, a falta de sello propio, Morelos tuvo que recurrir al papel membretado que le remitía el presidente Rayón, con el cual llegó a expedir decenas de nombramientos militares.46 Más tarde, cuando ya era generalísimo, contó con uno de muy defectuosa manufactura. Se trataba de un sello circular cuyas características simbólicas son poco visibles, pero similares a las que en su momento llegaron a utilizar el presidente Rayón y el vocal Berdusco. En él se observa el antiguo escudo de armas del órgano gubernativo creado en Zitácuaro, con el águila coronada parada en un nopal y éste sobre el puente de tres arcos; las cuatro banderas, dos de cada lado, así como algunas armas insurgentes —carcaj con flechas, balas de cañón, honda—. Por último, en la parte superior, fuera del círculo, dos ramas entrelazadas de laurel y olivo simbolizan la victoria y el honor.47 Según el doctor teólogo José María Cos, la oliva representaba la protección que daba el gobierno insurgente a todos los habitantes del reino, de sus vidas, familias y propiedades.48 Por su parte, Andrés Quintana Roo, en el discurso que escribió para el licenciado Rayón, leído por éste en el segundo aniversario del inicio de la lucha por la Independencia, decía que el ramo de oliva era un símbolo con que se llamaba al europeo “a la amistad y con ella a su conservación”.49 La inclusión del águila en todas las banderas americanas se debió a la iniciativa del licenciado Ignacio López Rayón, quien a principios de julio de 1812, desde Tlalpujahua, elaboró un reglamento en diez artículos relativo a los colores y emblemas que el “gobierno nacional” debía usar dentro y fuera de la América Septentrional. En uno de ellos declaró como “bandera nacional […] el azul claro y blanco, formado en un cuadrilongo con tres listas, siendo la del centro la blanca, y en ella un águila con su nopal, y las otras dos azules a su orilla”.50 Las banderas que portaban los ejércitos de Morelos en su ataque a Valladolid, en diciembre de 1813, son otras piezas representativas de las que hemos documentado algunos aspectos de su simbología. Veamos primero sus características generales: las dos que conocemos fueron confeccionadas con similares elementos iconográficos. Las personas encargadas de su manufactura utilizaron seda blanca, con aplicaciones de cuadros del mismo material, con el color azul en las orillas. Como escudo llevaban en el centro un águila en semiperfil, con una corona imperial, parada en un nopal, la cual descansaba sobre un puente de tres arcos. Las tres estaban bordadas con hilos de seda negra, blanca, verde, dorada y café, y llevaban alrededor la leyenda en latín: “oculis et unguibus aeque victrix”, que significa: “Con los ojos y las garras igualmente victoriosa”.51 “Nombramiento militar expedido por Morelos, sin lugar, 3 de octubre de 1812”, agn, Infidencias, t. 61. Julio Zárate, “La Guerra de Independencia”, en Vicente Riva Palacio (dir.), México a través de los siglos, México, Cumbre, t. III, 1979, p. 409. 48 El Ilustrador Americano, 1 de junio de 1812, apud G. García, op. cit., t. III. 49 “La Junta Suprema de la Nación a los americanos en el aniversario del 16 de septiembre, sin lugar, 16 de septiembre de 1812”, en J.E. Hernández y Dávalos, op. cit., t. IV, núm. 114, p. 422. 50 “Reglamento de inteligencias o contraseñas de nuestro telégrafo, sin lugar ni fecha”, en V. Guedea, op. cit., pp. 30-31. El subrayado es mío. 51 Catálogo de la colección de banderas. Museo Nacional de Historia inah. Banderas, México, Secretaría de Gobernación, 1990, pp. 39 (inv. 10-151077), 40 (inv. 10-151078). 46 47

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Cat. 147. Estandarte del cuerpo de Caballería de Zacatecas, 1812, seda bordada, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

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Cat. 42. Joaquín Perezbusta, José María Morelos y Pavón, 1925, óleo sobre tela, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

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No obstante compartir el mismo escudo y la leyenda principal, mostraban sus diferencias: una llevaba a los pies del águila las letras “unum”, que en latín significan “uno, uno sólo, de orden en singular”, en alusión a la unidad que debían mantener y con que debían actuar las fuerzas insurgentes;52 la segunda presentaba la leyenda “regt. de infa…ía. des. fern.”, en referencia al regimiento de infantería de San Fernando; en cuanto a la tercera, registrada por la crónica periodística y que en octubre de 1891 se conservaba en el Museo Michoacano de Morelia, debió ser de iguales o parecidas características que la primera.53 Cualquier imagen o símbolo relacionado con el rey Fernando VII o el gobierno español quedó borrado. El águila sobre el nopal y los colores albicelestes continuaron vivos en el imaginario de los rebeldes. Además de ser indicativos del honor y la virtud, representaban la religión y, más específicamente, a María Inmaculada, cuya fiesta se comenzó a celebrar en la Nueva España el 8 de diciembre de 1656. En cuanto al águila, ¿qué significaba para los hombres de aquel momento su inserción en las banderas rebeldes? En su discurso del 14 de septiembre de 1813, dirigiéndose al Ser Supremo, Morelos dijo: Vuestra Majestad es esta águila tan majestuosa como terrible, que abre en este día sus alas para colocarnos bajo de ellas y desafiar desde este sagrado asilo a la rapacidad de ese león orgulloso, que hoy vemos entre el cazador y el venablo. Las plumas que nos cobijan serán las leyes protectoras de nuestra seguridad, sus garras terribles los ejércitos ordenados, sus ojos perspicaces la sabiduría profunda de vuestra majestad que todo lo penetre y anticipe.54

A esto obedecía la leyenda en latín que rodeaba el escudo y comentada líneas arriba. El 23 de diciembre, en Valladolid, repitió palabras semejantes cuando intimó a la rendición de la plaza: “persuadido que el águila del Anáhuac, así como despedaza a los viboreznos que altaneros se oponen a su vuelo, toma bajo sus alas a los que unidos por la religión, se uniforman en las ideas”.55 El destino posterior de estas banderas es incierto. Sólo se tiene el registro de que una de ellas, capturada por las tropas realistas el 5 de enero de 1814 en Puruarán al cura Mariano Matamoros, tras la derrota de Morelos en Valladolid, fue a parar en 1895 al Museo Nacional de Artillería.56 En vista de que los insurgentes se habían quedado sin estandartes, Morelos escribió al coronel Juan Nepomuceno Moctezuma, el 22 de enero, desde Coyuca —hoy Coyuca de Catalán, Guerrero—, para ordenarle que se hicieran en Oaxaca “seis banderas lucidas que necesito con las armas nacio Julio Pimentel Álvarez, Diccionario latín-español, español-latín, México, Porrúa, 1996, p. 818. Gaceta Oficial del Gobierno del Estado de Michoacán de Ocampo, Morelia, año VII, núm. 596, 1 de octubre de 1891, p. 2. 54 “Discurso pronunciado por Morelos en la apertura del Congreso, Chilpancingo, 14 de septiembre de 1813”, en E. Lemoine Villicaña, op. cit., doc. 109, p. 369. Por el contrario, para algunos escritores de la ciudad de México, partidarios del realismo, el águila mexicana era la misma que usaba Napoleón para tratar de despedazar al león de España. Cfr. “Diálogos entre Filopatro y Aceraio”, en J.E. Hernández y Dávalos, op. cit., t. II, núm. 257, diálogo séptimo, p. 713. 55 “Morelos intima la rendición de Valladolid, Campo sobre Valladolid, 23 de diciembre de 1813”, en J.E. Hernández y Dávalos, op. cit., t. V, núm. 100, p. 249. 56 Véanse los detalles de cómo llegó al museo en Memoria sobre la administración pública del estado de Michoacán de Ocampo. Gobierno del C. Aristeo Mercado, segundo bienio, septiembre de 1894-septiembre de 1896, Morelia, Talleres de la Escuela Industrial Militar Porfirio Díaz, 1898, pp. 386-387. 52 53

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nales y demás adornos que dejo a su arbitrio, las que me remitirá con oportunidad, librando su importe contra esa tesorería”.57 El testimonio resulta interesante porque deja entrever que todas las banderas llevaban un escudo oficial, que eran “las armas nacionales”, y que los adornos exteriores que las acompañaban se hacían al gusto de la gente, lo cual explica la gran variedad de motivos alegóricos que aparecen en las distintas banderas conocidas de esos años.58 Por último, las banderas tenían un costo y debían pagarse a las personas encargadas de su manufactura. Era pues en esos estandartes —los cuales tendían cada vez más a uniformarse— como buscaban representar una parte de su realidad, aquella que querían significar, donde los responsables de su manufactura dejaban expresados sus sentimientos y valores compartidos por mucha gente. LA DIVISA: UN SIGNO DE VALOR

Cuando Morelos dejó Chilpancingo y marchó con su ejército a reconquistar Valladolid, varios de sus oficiales subalternos se le unieron en el camino. Mariano Matamoros se encontró con él en la hacienda del Cubo, localizada al oriente del pueblo de Ajuchitlán, donde el caudillo le expuso sus planes; luego siguieron juntos hasta Tlalchapa, donde se les unieron Galeana, Bravo, Arroyo y otros cabecillas. Cuando llegaron a Campo de Chupio, cerca de la finca del mismo nombre, rumbo al sur de Tacámbaro, Morelos entregó un derrotero a Matamoros, Galeana y Muñiz, a fin de colocarse estratégicamente en las lomas de Santa María, a vista de Valladolid.59 De acuerdo con la declaración de Matamoros, hasta antes de su llegada a Tlalchapa Morelos había ocultado sus planes a sus subalternos, e incluso el propio Congreso estaba en el entendido de que sus maniobras sólo consistían en cubrir el río Mezcala.60 En los días subsiguientes, conforme transitaban por pueblos, ranchos y localidades de Tierra Caliente en los actuales Guerrero y Michoacán, Morelos no sólo comenzó a notar el agotamiento de sus hombres en cada jornada, causada por los malos caminos, la falta de rancho y una lluvia pertinaz, sino cierta confusión, relajamiento y la moral decaída entre sus tropas. Por eso, en su carácter de generalísimo, consideró pertinente emitir desde Campo de Chupio el decreto del 16 de diciembre de 1813 sobre divisas, con el objetivo de incentivar el espíritu guerrero en todos aquellos que lo acompañaban en la empresa. El antecedente realista que acaso Morelos conocía, ya que leía las Gacetas, era el de la divisa concedida por Calleja a sus hombres por las batallas de Aculco, Guanajuato y Puente de Calderón. Así es que probablemente quiso hacer lo propio para motivar a los suyos. Hasta donde sabemos, el documento al que nos referimos no ha sido publicado ni citado por los estudiosos de la vida del prócer, y como nada en él tiene desperdicio, decidimos darlo a conocer de manera íntegra. Dice así: “Morelos a Moctezuma, Coyuca, 22 de enero de 1814”, en C. Herrejón Peredo, op. cit., doc. 158, p. 335. La División de Zacatlán, conformada el 25 de febrero de 1814 con soldados voluntarios provenientes de las rancherías de Las Trompetas, portaba su “estandarte de la nación americana”, el cual fue bendecido por el cura del lugar, quien celebró misa cantada, como era costumbre (C. Herrejón Peredo, op. cit., doc. 127, p. 291). 59 “Proceso seguido a Mariano Matamoros, México, 1814”, en Gabriel Agraz García de Alba, Mariano Matamoros Guridi. Héroe nacional, México, ed. de autor, 2002, p. 446. 60 Idem. 57 58

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Cat. 49. Anónimo, Virgen de Guadalupe, siglo xix, óleo sobre lámina, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

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[Al centro, un sello usado por Morelos] Don José María Morelos generalísimo de las armas y depositario del Supremo Poder Ejecutivo en esta América Septentrional por voto de la mayor parte de las provincias, etcétera. Ha sido siempre estimado para las grandes hazañas y gloria del militar llevar consigo un signo de su valor que acarreándole el aprecio de sus compatriotas lo distinga también de sus compañeros que no se han acreditado en acciones memorables, y habiéndose advertido que en esta parte hay alguna confusión, deseoso de evitarla, en lo sucesivo declaro lo siguiente: Que los que sufrieron el sitio de Cuautla se pongan las cintas, galones o bordados, según su graduación del codo a arriba del brazo izquierdo; y una los que hayan estado un mes en otra cualquiera parte sitiados. Que los de la batalla de Tonalá se pongan una T en el mismo lugar. Y últimamente que los sitiadores del Castillo de Acapulco se figuren éste de obra sencilla, en el propio paraje del brazo derecho. Encargo a cuantos corresponden no dejen de ponerse la divisa y prohíbo el que se la pongan los que no se hubieren hallado en los combates referidos, confiriéndole facultad a los primeros para que aprehendan a aquellos que sin legítimo título se la pusieren y llevándolos ante el jefe más inmediato, y sufra quince días de calabozo, circulándose esta orden por todos los cuerpos del ejército para que tenga su más puntual y debido cumplimiento. Campo en Chupio y diciembre 16 de 1813. José María Morelos [Rúbrica] Por mandato de su alteza serenísima Licenciado Juan Nepomuceno Rosains, secretario61

Resultaba evidente que, ante la campaña que se avecinaba, era indispensable incentivar el espíritu patriótico y armar de valor a la gente que marchaba a su lado. Qué mejor que recordar la heroica resistencia mostrada en el sitio de Cuautla por las fuerzas de Calleja; la derrota que impuso Matamoros al teniente coronel Manuel Dambrini el 19 de abril de 1813 en Tonalá, “quitándole las armas, municiones y todos los efectos mercantiles que conducía a Oaxaca”, razón por la cual el antiguo cura de Jantetelco fue ascendido de mariscal de campo a teniente general,62 o el sitio de Acapulco, de varios meses de duración, que concluyó con la capitulación de los defensores del fuerte, el 19 de agosto de 1813.63 PURUARÁN: LA REDEFINICIÓN SIMBÓLICA DE LA INSURGENCIA

Escudo, bandera y nombre para la nueva nación: así podríamos sintetizar la obra simbólica realizada por el Supremo Congreso, cuyos decretos quedaron refrendados por el triunvirato Ejecutivo, del cual Morelos formaba parte. En efecto, un año y medio después de la debacle de Valladolid, desde el Palacio Nacional, en Puruarán, el Congreso expidió el decreto del 3 de julio de 1815, con el que se creaba el escudo nacional. Como gobierno soberano, la asamblea acordó en aquella sesión reformar el antiguo escudo de armas de la Suprema Junta por otro que se insertara en el pabellón “Decreto del generalísimo Morelos, Campo de Chupio, 16 de diciembre de 1813”, en Centro de Estudios de Historia de México-Carso, fondo CMLXI-40, exp. 17-21, 1813. 62 L. Alamán, Historia, op. cit., t. III, p. 344. 63 Enrique Cárdenas de la Peña, Historia marítima de México. Guerra de Independencia, México, Olimpia, vol. II, 1973, p. 14. 61

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nacional y que le permitiera a la vez autorizar sus providencias, diplomas y toda clase de asuntos relacionados con el gobierno. El gran sello y las armas con que sería reconocida a partir de entonces la llamada República Mexicana tendrían las siguientes características: En un escudo de campo de plata se colocará una águila con una culebra en el pico y descansando sobre un nopal cargado de fruto, cuyo tronco está fijado en el centro de una laguna. Adornarán el escudo trofeos de guerra, y se colocará en la parte superior del mismo una corona cívica de laurel por cuyo centro atravesará una cinta con esta inscripción: Independencia Mexicana, Año de mil ochocientos diez.64

Esta glosa merece algunos comentarios y explicaciones. En primer lugar, se desconoce el nombre del artista encargado del diseño del escudo. Sabemos que los motivos simbólicos que ordenó usar la Suprema Junta se le encomendaron a José Francisco Velázquez y José Manuel Navarrete, dos jóvenes que vivían de la platería en la propia villa de Zitácuaro, quienes abandonaron la plaza ante la amenaza de Calleja. 65 Esto deja abierta la posibilidad de que hayan sido artesanos del mismo oficio los responsables de dibujar y fabricar el escudo con que se sellaron los pliegos diplomáticos del ministro José Manuel Herrera en su misión a Estados Unidos, y que luego se reprodujeron en tela en las banderas nacionales de guerra, parlamentaria y de comercio, creadas por decreto del Supremo Congreso. Por primera vez en la simbólica insurgente, dentro del escudo, quizá bordado en oro y en campo de plata para resaltar su efecto visual, el águila aparece de frente con las alas extendidas, y lleva en el pico una “culebra”; el nopal “está cargado de fruto”, es decir, de tunas, y su tronco está fijado en el centro de la laguna donde, según la tradición, se fundó México-Tenochtitlan, tal como aparece en algunos códices prehispánicos y que dio a conocer el antropólogo José Corona Núñez en un breve artículo relativo al origen del escudo que se insertó posteriormente en la bandera nacional.66 Como ornamentos exteriores, en el decreto sólo se lee que adornarían el escudo “trofeos de guerra”, si bien la representación que conocemos contempla cuatro elementos emblemáticos en los que quedó de manifiesto la iniciativa personal del artista: corona, divisa, banderas y armas de guerra, los mismos que enseguida trataremos de identificar y explicar.67 La corona de laurel que aparece en la parte superior del escudo sustituye a la corona real, la cual estuvo representada en algunos escudos de armas de la época, como “Decreto expedido por el Supremo Gobierno sobre armas y gran sello de la República Mexicana, Puruarán, 14 de julio de 1814”, en E. Lemoine Villicaña, op. cit., doc. 204, pp. 560-561. La bandera nacional, reconstruida a partir de la información que ofreció fray Servando Teresa de Mier en su proceso, la publicó este mismo autor en la página legal de su obra. 65 “Padrón general de Zitácuaro que demuestra las familias de ambos secsos [sic] que se allaron [sic] después del ataque que se dio, echo [sic] de orden del señor coronel conde de Casa Rul, comisionado por el señor general don Félix María Calleja del Rey, en el día de la fecha, Zitácuaro, enero 6 de 1812”, documento en poder del autor. 66 José Corona Núñez, Origen del escudo de nuestra Bandera Nacional, Morelia, Gobierno de Michoacán, 1992. 67 Para nuestro análisis nos apoyamos en los sellos que pertenecieron al conde de Casa Flores, en Madrid, y a uno de los descendientes del embajador español Luis de Onís. Cfr. J. Zárate, op. cit., t. III, p. 210; Estela Guadalupe Jiménez Codinach y María Teresa Franco González Salas (introd., notas y apéndices), Pliegos de la diplomacia insurgente, Antonio Riva Palacio López (presentación), México, Senado de la República-LIII Legislatura, 1987, p. 409. 64

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Cat. 152. Flechas con carcaj, siglo xx, carrizo, madera, plumas y pergamino, detalle, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

la del virrey Francisco Xavier Venegas.68 Cuando se habla de “corona cívica”, quiere decir corona ciudadana, de hombres libres —no vasallos—, quienes han decidido romper las cadenas de la esclavitud; además alude a las virtudes republicanas de todo buen ciudadano y a los honores de que pueden ser objeto por parte del gobierno. Y es de laurel porque desde la Antigüedad clásica se simbolizaba con ella la victoria. La divisa o leyenda “independencia mexicana, año de 1810” es un elemento para­ he­ráldico que alude al principio político por el que la nación se levantó en armas, así como al año en que se inició la lucha, y no propiamente al “primer sello usado por los insurgentes”, que fue la interpretación de Julio Zárate a finales del siglo xix, reto­ mada por Manuel Carrera Stampa en su libro sobre el escudo nacional, publicado en 1960.69 El hecho de datar el acontecimiento, influencia clara de la Revolución Francesa, era una manera de significar el comienzo de una nueva era, mas no su concreción. J. Zárate, op. cit., t. III, p. 624. Ibidem, p. 210; Manuel Carrera Stampa, El Escudo Nacional, México, Talleres de Impresión de Estampillas y Valores de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, 1960, p. 111.

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En cuanto a las banderas que también figuran como ornamento exterior, resulta imposible distinguir a partir del sello los colores y motivos simbólicos que incluyeron. Lo más probable es que sólo sirvieran como adorno, como parte de todo el conjunto; aparecen dos en cada lado, envueltas a modo de pabellón, con el asta y la corbata en la punta. Por último están los “trofeos de guerra”, de los cuales hemos identificado, de izquierda a derecha, los siguientes: punta de flecha, parte trasera de la flecha, punta de flecha, cadena o bastón, dos banderas, lanza, fusil con bayoneta, lanza, estopín, boca de cañón, obús, tambor, cartuchos de pólvora, balas de cañón, muñón de cañón, estopín, culebrina, parte trasera de flecha, bayoneta, lanza, otras dos banderas, cadena o bastón y carcaj con flechas. En la base, por separado, se observa un espadín, una honda, un arco con dos flechas encima y un sable. Éstas serían las armas que conformaron el “Gran Sello de la Nación” con que el cuerpo legislativo insurgente autorizaría todos los decretos, leyes, poderes de los ministros plenipotenciarios, los despachos de todos los empleados, los del Supremo Tribunal de Justicia y los pasaportes para naciones extranjeras. Sin embargo, sólo muy contados documentos de aquel tiempo llevaron estampado tal sello, quizá debido a los avatares de la guerra. Aquel mismo día se dio a conocer otro decreto, refrendado por el diputado Francisco Argandar como presidente del Supremo Congreso, con el que se instituyeron las banderas nacionales de guerra, parlamentaria y de comercio. Con esta política los insurgentes buscaban ponerse a la altura de las demás naciones soberanas; para ellos era indispensable aparecer ante los ojos del mundo con todos los caracteres y señales que, de acuerdo con el derecho de gentes, “indican un gobierno supremo y libre de toda dominación extranjera”.70 Tal era la costumbre adoptada entre las naciones de Europa. La bandera nacional de guerra sería confeccionada con un paño de extensión y al­ tura igual al de las demás naciones, presentando un tablero de cuadros blancos y azul celeste. En el centro, dentro de un óvalo blanco en campo de plata, se colocarían las armas establecidas y delineadas para el gran sello de la nación sin alteración alguna; toda la extremidad del paño que formaba la bandera estaría guarnecida con una orla encarnada de seis pulgadas de ancho. La bandera parlamentaria, de las mismas medidas que la anterior, llevaría en su ex­tremidad una orla azul celeste de seis pulgadas de ancho “y un ramo de oliva al tra­vés de una espada colocada en el centro, unidos ambos por el punto de contacto con una corona de laurel”.71 En estos colores y símbolos se resumían los valores de la victoria, el honor y la virtud. Como señalamos líneas arriba, desde la Antigüedad clásica el laurel fue el símbolo máximo de la victoria, mientras que el olivo aludía al amparo y protección del gobierno americano.72 Un significado semejante le daban los partidarios del realismo. El obispo González del Campillo decía que el virrey Venegas empuñaba en una mano la espada y en la otra la oliva. “Ni su severidad

“Decreto expedido por el Supremo Congreso sobre las banderas nacionales de Guerra, Parlamentaria y de Comercio, Puruarán, 14 de julio de 1814”, en E. Lemoine Villicaña, op. cit., doc. 203, pp. 558-559. 71 Idem. 72 Véanse las notas 47 y 48 en este mismo estudio. 70

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obstina, ni su indulgencia insolenta; reprime a los rebeldes sin obstinarlos y les abre las puertas del perdón sin que se entienda debilidad”.73 La bandera de comercio sería igual que las anteriores, si bien su orlado iría de blanco, de seis pulgadas de latitud, y en el centro se colocaría una cruz blanca. Los gallardetes se diseñaron con los mismos colores que las banderas.74 De acuerdo con las investigaciones realizadas por el licenciado Antonio Martínez Báez, en el ramo Papeles de Cuba del Archivo General de Indias de Sevilla existe información que le permitió “obtener los dibujos de las banderas ordenadas por el decreto del Supremo Congreso Americano expedido el 14 de junio de 1815 en Puruarán, que llevaba consigo el ministro Herrera en su misión diplomática ante el gobierno de los Estados Unidos y que no pasó de la ciudad de Nueva Orleans”.75 Además del escudo y de las banderas nacionales creadas por decreto del Supremo Congreso en Puruarán, de lo cual Morelos fue partícipe en su calidad de miembro del Poder Ejecutivo, el cuerpo legislativo terminó por adoptar un nombre para la nueva nación en proceso de formación: “República Mexicana”, símbolo fundamental que serviría para denominar a una nueva entidad política y territorial forjada al calor de la guerra. Aunque desde abril de 1813 el periódico The Genius of Liberty de Leesburg, Virginia, al anunciar la toma de San Antonio de Béjar por Kemper y Gutiérrez de Lara, se refería a Texas como parte de la “República de México”, los insurgentes no adoptaron ese nombre hasta dos años después, por sugerencia de José Álvarez de Toledo, a pesar de que, como señala Alfredo Ávila, antes de la Independencia no se tenía una conciencia territorial novohispana ni coincidente con el territorio del México independiente ni de otro tipo.76 En efecto, tras la promulgación del Decreto Constitucional de Apatzingán, no quedaba duda de que el nuevo Estado creado por los insurgentes era de carácter republicano, y de esto dieron cuenta tanto las autoridades realistas como los partidarios de la Independencia. La vía republicana se manifestaba a través de sus escritos, pero sobre todo en sus proyectos y textos políticos. Cuando Calleja conoció ese decreto y otros papeles impresos por los rebeldes, publicó un bando en el que se expresó así de aquella carta: los rebeldes, destruyendo enteramente nuestro justo y racional gobierno, y estableciendo solemnemente la independencia de estos dominios y su separación de la madre patria, se han forjado una especie de sistema republicano, bárbaramente confuso y despótico en sustancia, respecto de los hombres que se han arrogado el derecho de mandar en estos países, haciendo una ridícula algarabía, y un compuesto de retazos de la Constitución angloamericana, y de la que formaron las llamadas Cortes Extraordinarias de España.77 “González del Campillo al virrey Venegas, Puebla, 26 de junio de 1812”, en J.E. Hernández y Dávalos, op. cit., t. III, núm. 121, p. 464. 74 Idem. 75 Antonio Martínez Báez, “Comentario”, en Cardinales de dos Independencias (Noreste de México-Sureste de los Estados Unidos), México, Fomento Cultural Banamex, 1978, p. 35. 76 Al respecto, véase el estudio de Alfredo Ávila, “México: un viejo nombre para una nueva nación”, en José Carlos Chiaramonte, Carlos Marichal y Aimer Granados (comps.), Crear la nación. Los nombres de los países de América Latina, Buenos Aires, Sudamericana, p. 274. 77 “Bando del virrey Calleja condenando la Constitución de Apatzingán, México, 24 de mayo de 1815”, en E. Lemoine Villicaña, “Zitácuaro, Chilpancingo y Apatzingán: tres grandes momentos de la insurgencia mexicana”, Boletín del Archivo General de la Nación, México, 2a serie, t. IV, 1963, núm. 95, México, p. 625. 73

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Moisés Guzmán Pérez


Cat. 89. Jorge Cázares Campos, Pistola del General José María Morelos y Pavón. Estudio 1982, grafito sobre papel, colección particular.

Calleja no se equivocó en su apreciación. En el Decreto Constitucional, sancionado en Apatzingán en octubre de 1814, se adoptó el nombre de “América mexicana” quizá debido a la centralidad que a lo largo del virreinato tuvo la ciudad de México,78 y el Supremo Gobierno Mexicano se llamaba a sí mismo “gobierno republicano” que velaba por “la buena causa de los ciudadanos”.79 Si bien el ideal de este gobierno republicano perduró casi hasta el final de la lucha, desde principios de febrero de 1815 se acuñó por primera vez en el gobierno revolucionario el nombre de “República Mexicana”, y al representante del Ejecutivo, el de “presidente de los Estados Unidos de México”.80 Esto fue obra de José Álvarez de Toledo, un exiliado cubano que vivía en Nueva Orleans y había ofrecido sus servicios al gobierno insurgente como agente diplomático ante el Congreso de Washington.81 Todas estas manifestaciones simbólicas construidas en el transcurso de la guerra no desaparecieron con la muerte de Morelos, fusilado en Ecatepec el 22 de diciembre de 1815. Por el contrario, se mantuvieron vivas en el accionar revolucionario de un movimiento insurgente, disminuido y disperso, aunque no derrotado por completo, el cual adquiriría nuevos bríos con la expedición de Xavier Mina. Pero la historia sería otra… Alfredo Ávila señala que adoptaron este término, empleado desde el siglo xvi, “porque el país que proyectaban incluía la ciudad de México, todavía bajo dominio español, pero a la que se debía libertar. De esa manera, la ciudad de mayor importancia daría su nombre a la nueva nación, así como ya lo había dado a las diferentes regiones que dependían del virrey” (op. cit., pp. 278-279). 79 “Circular del Supremo Gobierno, Uruapan, 31 de agosto de 1815”, en E. Lemoine Villicaña, “Zitácuaro…”, núm. 99, pp. 640-641. 80 “Diversas cartas de José Álvarez de Toledo al gobierno insurgente, Nueva Orleans, 10-15 de febrero de 1815”, en E. Lemoine Villicaña, Morelos…, docs. 184-186, pp. 519-527. 81 E.G. Jiménez Codinach y M.T. Franco González Salas, op. cit., p. 364 (nota 119). 78

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Un capitán general de los ejércitos con gorro de clérigo Martha Terán Dirección de Estudios Históricos, inah

Deberá todo hombre de diez años arriba traer en el sombrero la cucarda de los colores nacionales, esto es, de blanco y azul, y una divisa de listón, cinta […] en la que declarará ser devoto de la Santa Imagen de Guadalupe. Morelos

E

l retrato más conocido de Morelos —como lo llamamos porque lo encontramos con frecuencia—, para el que posó en la ciudad de Oaxaca después de ser nombrado “capitán general de los Exercitos de América”, lo pintó un indígena, sin firmarlo, entre el 13 de diciembre de 1812 y las siguientes semanas. El 25 de noviembre de 1812, los insurgentes habían tomado Oaxaca en honor a Fernando VII. Desde Tixtla, hacía más de un año que Morelos le había ofrecido a Ignacio López Rayón erigir un gobierno en nombre de la Suprema Junta Nacional Americana. El retrato celebra, por un lado, el poder de fuego de las tropas que abrieron el paso hasta Oaxaca y, por el otro, el ofrecimiento de lealtad al rey Fernando VII mientras los franceses permanecieran en el trono español, así como la subordinación del gobierno y de la sociedad a la Suprema Junta.1 Ese 13 de diciembre las autoridades religiosas y civiles juraron obediencia a la junta, y con vítores les respondió la gente y las tropas, que también juraron. Se instalaron en la ciudad dos arcos triunfales adornados con águilas para enmarcar la procesión del real pendón del siglo xvi que ésta poseía —un regalo del conquistador Hernán Cortés a esta capital de su marquesado—, así como un desfile con las banderas de la reconquista de Morelos, quien iba en la caminata vestido como luce en el retrato. La pintura permaneció con su dueño cerca de un año y se fue a España durante más de cien.2 En el siglo xix no se perdió la memoria del rostro de Morelos gracias a que

Cat. 48. Anónimo, José María Morelos y Pavón (El Mixtequito), 1812, óleo sobre tela, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

“Reseña de las fiestas presididas por Morelos en la ciudad de Oaxaca con motivo del desfile de las banderas y de la jura a la Junta Gubernativa todavía a nombre de Fernando VII, 13 de diciembre de 1812”, agn, Operaciones de guerra, t. 914, ff. 106-187; Jorge Fernando Iturribarría, Morelos en Oaxaca, monografía histórica sobre los más destacados episodios de la lucha independentista en el estado de Oaxaca, Oaxaca, Talleres Gráficos del Gobierno del Estado, 1942; Manuel Esparza (comp.), Morelos en Oaxaca, Archivo General del Estado de Oaxaca (Documentos del Archivo, 6), 1986. 2 Autor no identificado, “José María Morelos y Pavón”, Oaxaca, ca. 1812-1813, documento en el Museo Nacional de Historia, Castillo de Chapultepec, inah. 1

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este cuadro comenzó a copiarse desde que se hizo, aparte de que Morelos posó en momentos posteriores. Lucas Alamán publicó en su Historia de Méjico un dibujo al carbón tomado de la copia fiel del retrato que poseía el general Almonte, cuya versión presenta muy leves diferencias en relación con la figura de Morelos, si bien no incorpora el óvalo que lo enmarca ni los símbolos militares y patrios que asimismo lo caracterizan.3 LEJOS Y CERCA

Durante la guerra por la Independencia, los más altos mandos militares retuvieron ciertos trofeos ganados en acciones de combate. Al seguir algunos documentos cuya noticia dieron a conocer los historiadores Luis Castillo Ledón (1922) y Ernesto Lemoine (1978), pude asomarme al contenido del cajón de “trofeos tomados al enemigo” que reunió Félix María Calleja con sus ejércitos; es decir, el conjunto de objetos que pertenecieron a los batallones insurgentes o a sus jefes: aquellos que le interesaron a Calleja para enviar a España, entre las piezas recogidas durante o después de las batallas, de las “dispersiones” del enemigo o de su retirada.4 Desde el encuentro de Aculco, éste empezó a reunir artefactos de elevado valor simbólico, como el famoso lienzo guadalupano que sacaron de su marco los seguidores de Miguel Hidalgo en el santuario de Atotonilco y avanzó como bandera en las entradas a las ciudades de Guanajuato y Valladolid. En 1810, por lo general, los realistas entregaron a las iglesias los elementos religiosos que encontraron en los campos de guerra —por un lado— y devolvieron a sus cuarteles las insignias reglamentarias arrebatadas a los batallones reales que tomaron la causa de la Independencia —por el otro—, en particular a los regimientos de Guanajuato, Michoacán y la Nueva Galicia, pues eran, como los suyos, guiones militares y banderas con aspas de Borgoña reglamentarios del ejército borbónico. Calleja decidió acumular trofeos a partir de la batalla de Puente de Calderón, ocurrida el 17 de enero de 1811. Aunque allí se capturaron varios lienzos insurgentes, sólo eligió las dos banderas de guerra que acompañaron durante unos cuatro meses a Ignacio Allende, pues se confeccionaron para anunciar la independencia de una patria bendecida por la aparición guadalupana que necesitaba separar su destino de cualquier desenlace europeo, ya que España se hallaba invadida por los franceses. En efecto, cuando los Dragones de la Reina de San Miguel el Grande entraron en combate, además de llevar sus insignias portaban unas banderas de tafetán celeste de tamaño reglamentario que mostraban en el anverso a la Virgen de Guadalupe y en el reverso el águila imperial de México, entre aspas de Borgoña, guiones militares y armas españolas a cada lado. El conjunto estaba timbrado por el arcángel San Miguel, el primer general del combate contra Satanás y patrono de esa villa. Lucas Alamán, Historia de Méjico. Desde los primeros movimientos que prepararon su independencia en el año de 1808 hasta la época presente, México, Lara, vols. 1-5, 1849-1852. En su obra, Alamán incluyó una copia de un dibujo de perfil muy fiel de Morelos, realizado unos días antes de su muerte. 4 En 1922, Luis Castillo Ledón paleografió, sin citar su fuente, la “Nota de las alhajas y muebles que el virrey de Nueva España remite al Excelentísimo Ministro de la Guerra para que se sirva tenerlo a disposición de S.A. la Regencia del Reino” (Boletín del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía, 4a época, México, Talleres Gráficos del Museo, t. I, 1922, p. 63). Cinco décadas después, sin mencionar a Castillo Ledón, Ernesto Lemoine informó la referencia de la “Nota de las alhajas…” en Morelos y la revolución de 1810, Morelia, Gobierno del Estado de Michoacán, 1978, p. 234, que se encuentra en el Archivo General de la Nación, Correspondencia de virreyes (Calleja), t. 268-A, núm. 32, f. 105. 3

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Cat. 23. Anónimo, virrey Francisco Javier Venegas, 1810, óleo sobre tela, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

En el campo de Calderón también cayeron otros trofeos de sumo valor, como los varios atuendos estrenados por Miguel Hidalgo al elevar sus grados militares, pero éstos se remitieron a la ciudad de México para conocimiento del virrey Venegas.5 Un año después, en Michoacán, banderas tan elaboradas como El Doliente de Hidalgo no le interesaron a Calleja, quien no conservó ninguna otra de manufactura insurgente.6 Antes de destruir Zitácuaro —la villa que amparaba a los rebeldes a principios de 1812—, Calleja dispersó el movimiento reunificador de Ignacio López Rayón y, al observar sus objetos, tomó una curiosidad de la sala donde sesionaba la Suprema Junta Nacional Americana: un “cotón” o traje en forma de dalmática, porque llevaba las armas de Castilla y León y servía para representar al rey, así como un par de cuños de hierro con sellos muy cargados de símbolos, diseñados por la también llamada Junta de Zitácuaro a fin de marcar su papelería oficial o hacer moneda. En estos sellos se volvieron a relacionar el águila del antiguo glifo fundacional de México y la Virgen de Guadalupe, enmarcados con otros elementos simbólicos distintos de los usados “Oficio de remisión, de Calleja al virrey, de los uniformes que usaba Hidalgo y que fueron recogidos en la batalla de Puente de Calderón”, en agn, Operaciones de guerra, Realistas, t. 15, f. 362. 6 Moisés Guzmán Pérez, Insignias de la casa natal de Morelos, Morelia, Frente de Afirmación Hispanista/Foro Cultural Morelos, 2006. Véase del mismo autor La Junta de Zitácuaro, 1811-1813. Hacia la institucionalización de la insurgencia, Morelia, Universidad Michoacana, 1994. 5

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Cat. 213. Bandera El Doliente de Hidalgo, 1812, paño de lana con aplicaciones, bordado, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

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por el capitán Allende —las calzadas heráldicas de México o las siglas asociadas con Guadalupe: nfton—, entre los que destaca el elemento natural de los indios: la honda. Las “alhajas y muebles” capturados por Calleja continuaron llegando, de modo que antes de abril de 1814 ya poseía trofeos que habían pertenecido a los curas José María Morelos y Mariano Matamoros. De estos jefes de armas conservó casi todos sus uniformes militares y objetos personales.7 “Entre los miserables despojos cogidos a los Insurgentes de este Reino en las diferentes acciones ganadas por las tropas”, Calleja hizo separar los que evocaban sus campañas victoriosas por la Nueva España. “Habiéndolo todo reducido a un cajón rotulado”, éste lo remitió a Veracruz “con la expresión más sincera de la lealtad y entusiasmo con que las tropas estaban dispuestas a sacrificarse por el rey”. El cargamento de reliquias cruzó el mar ese mismo año, remitido al excelentísimo ministro de la Guerra, “para que se sirva tenerlo a disposición de Su Alteza”, la regencia del reino. Lo vio “Su Majestad” Fernando VII, porque ese año se restauró su reinado. La trayectoria del general y virrey Félix María Calleja lo hizo merecedor del título de conde de Calderón. Juan Ortiz Escamilla publicó la relación de méritos que le escribió al monarca para justificarlo.8 ALMA Y TRONCO

En el inventario del cajón, Calleja presentó, en primer lugar, el cuadro que nos ocupa: “Un retrato en lienzo, del apóstata Cura Morelos, jefe actual de la Insurrección de este Reino”.9 La inscripción del retrato en la parte inferior lo confirma así con estas letras doradas: “Rto. del Exmo. Sor. Dn. José María Morelos Capitan General de los Exercitos de America Vocal de su Suprema Junta y Conquistador del Rumbo del Sud”. Su liderazgo fue reconocido por sus oficiales subalternos ya acuartelados en Oaxaca, al igual que sus enemigos. En su detallado plan para destruir a Morelos, fechado en septiembre de 1813, Manuel Abad y Queipo, obispo de Michoacán, sostenía que éste era, sin disputa, “el alma y el tronco de toda la insurrección”. Lamentaba el entusiasmo que había despertado su pericia guerrera y la toma de Oaxaca, casi a punto de confirmarse el asalto exitoso de la fortaleza de San Diego, en Acapulco, cuyas tropas americanas lo habían asediado “con la mayor obstinación”. Los americanos estaban “deslumbrados” ante la “ilusión” de la Independencia. Abad y Queipo escribió: “Se han hecho insurgentes los que estaban indecisos, e indecisos muchos que seguían la Justa Causa. Esto se ha verificado principalísimamente en esa capital, en “El Virrey de la N. España D. Félix María Calleja. Participa el recobro de la Provincia de Oaxaca por las tropas de S. Majestad, anuncia el de la fortaleza de Acapulco y hace relación de los demás sucesos militares de esa provincia, desde el mes de marzo último”, en agn, Correspondencia virreyes, t. 268-A, doc. 33, f. 109. 8 Juan Ortiz Escamilla publicó el documento donde Calleja solicita el título de conde de Calderón en “La versión vencida”, Historias, México, núm. 75: “Cartones y cosas vistas”, enero-abril de 2010, pp. 175 y ss. Véase Martha Terán, “Símbolos e imágenes de la guerra por la independencia”, en J. Ortiz Escamilla y María Eugenia Terrones (coords.), Derechos del hombre en México durante la guerra civil de 1810, México, Comisión Nacional de Derechos Humanos/Instituto Mora, 2009, pp. 213 y ss., y de la misma autora, “El intercambio del Bicentenario entre México y España en 2010. Estado del conocimiento sobre las banderas de la Independencia”, Historias, México, núm. 75: “Cartones y cosas vistas”, enero-abril de 2010, pp. 81 y ss. 9 “Nota de las alhajas y muebles…”, f. 105. 7

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Puebla y en Querétaro, en donde, si bien oyen hablar de la insurrección, no tienen experiencia ni juicio práctico de sus estragos; pero también cunde y pulula en otras partes”.10 En el retrato, Morelos aparece de medio cuerpo con su gorro de cura y su casaca de capitán general. Porta en el pecho un collar de topacios montados en oro del que cae una cruz asimismo de topacios, y lleva con él su sombrero, su espadín y su bastón —el collar de topacios lo fue montando por partes, y el bastón se lo regalaron antes de la entrada a Oaxaca—. Morelos posó detrás o dentro de un marco ovalado al que se le antepuso una estola en la parte superior terminada en fleco, cuya sombra cae en el óvalo para indicar la dirección de la luz. La estola se interpretó en blanco y azul, semejante a las que usaba el rey en las estampas que circulaban por la Nueva España desde la crisis de la monarquía. El blanco y el azul eran los colores nacionales de Morelos, y así lo dejó escrito en una proclama pocos meses después. La estola, además, carga en el centro una alegoría del águila mexicana —coronada—, que significa el triunfo de la Junta Nacional Americana, la gran difusora, asimismo, de los escudos con el antiguo glifo fundacional de México, que entre los insurgentes Ignacio Allende mandó interpretar por primera vez en el reverso de las banderas que confeccionó para sus Dragones de la Reina. En la parte superior del retrato de Morelos, al águila coronada y posada en un nopal la flanquean cuatro banderitas: por un lado, una blanca y otra blanca y azul, y por el otro una carmesí y otra negra. Parecen suspendidas por detrás de la estola y podrían identificarse con los batallones que tenía Morelos en pie de guerra, las cuales no sólo evocan su honor militar, sino también el recuerdo del desfile de banderas de aquel 13 de diciembre de 1812. Más de un año antes Morelos había organizado a sus ejércitos. Desde Tixtla se lo había transmitido a López Rayón, cuando le brindó su apoyo para instalar con alguna definitividad la Junta Gubernativa: Tengo cuatro batallones sobre las armas, uno guardando los puertos de la costa, otro en el Veladero, alias El fuerte de Morelos, sosteniendo el sitio de Acapulco, y dos acantonados en los pueblos de Chilpancingo y Tixtla, aguardando provisiones para seguir la marcha. Con estos cuento seguros por escogidos a mi satisfacción, pues aunque hay otras divisiones criadas por mis condicionados, éstos se bambolean a la anarquía de tanto general como de día en día se van descubriendo.11

Cuando Morelos emprendió esta campaña, dos mariscales de campo se destacaron en las acciones militares entre Tehuacán y Oaxaca: Hermenegildo Galeana y Mariano Matamoros. Así, se hicieron merecedores de recibir, en el paseo de las banderas de la ciudad “reconquistada”, el honor de ser los padrinos del alférez real encargado de sostener el pendón de Hernán Cortés en la jura que se efectuó en la plaza central. En la alegoría del retrato, la bandera de Galeana parece ser la pequeña blanca y azul del primer conjunto mencionado, la cual llevaba en el centro a una Virgen de Guadalupe. Francisco Javier Mencos Guajardo-Fajardo, “Cartas del obispo Abad y Queipo sobre la independencia mejicana”, Anuario de Estudios Americanos, Sevilla, t. III, 1946, p. 1 124. 11 “1811, 13 de agosto. Morelos escribe a don Ignacio López Rayón, brindándole su apoyo entusiasta para la instalación de la Suprema Junta Gubernativa”, en Ernesto Lemoine Villicaña, Morelos, su vida revolucionaria a través de sus escritos y otros testimonios de la época, México, unam, 1991 [1965], doc. 13, p. 178. 10

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Es probable que la bandera blanca aluda a las que portaban los indios: desde 1810 se hizo regla pegarle una estampa de esta Virgen a las banderas de las cuadrillas de indios, rancheros y mulatos que conformaron las filas insurgentes, y así lo continuó Morelos. La bandera negra pudo ser una de las últimas que se capturaron a los insurgentes, por la sugerencia del color: “del manto de algún Clérigo por su tela de la clase que los usan aquí generalmente”. En mayo de 1817, al igual que su antecesor Calleja, el virrey Juan Ruiz de Apodaca solicitó que se le enviaran desde las provincias los trofeos que se hubieren colectado para remitirlos por barco a España:

Cat. 212. Bandera (con cruz de Borgoña de las fuerzas expedicionarias que combatieron a Morelos), siglos xvii-xviii, seda bordada, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

He reunido dos banderas cogidas en la rendición del Fuerte de Cóporo, dos en el de Xaliaca y una en Silacayuapa que dirijo en esta ocasión al Gobernador de Veracruz, para que en el primer Buque de guerra que salga con destino a esa Península lo envíe a Vuestra Excelencia, suplicándole se sirva presentarlas a Su Majestad como un trofeo quitado a sus enemigos. En una de las banderas de Xaliaca se ve por una parte la Cruz de Borgoña y en sus cuatro ángulos las Armas de México, y por otra la Tiara pontificia con el lema de Jurada en defensa de la inmunidad eclesiástica, cuya observación, y la de estar construidas del manto de algún Clérigo por su tela de la clase que los usan aquí generalmente, hago a Vuestra Exce-

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lencia, en prueba de la hipocresía y mala fe de estos traidores, que después de haber robado e incendiado muchos templos y asesinado varios sacerdotes respetables por sus virtudes, y sin otra causa que el no ser de su partido, afectan defender el estado eclesiástico y las cosas sagradas que han profanado del modo más insolente y escandaloso.12

En cuanto a la pequeña bandera carmesí, habría que perseguir su rastro desde la toma de Tixtla, si bien al conjunto patrio lo cierra por abajo una honda de buen tamaño, la cual desciende desde la estola, aprovechando sus cordones. Durante las batallas, los indios honderos descargaban “un nublado de pedrea” muy temido, ocultándose después. Esta pedrea era letal en las ciudades. La notoria honda incorpora en esta alegoría a las bases de los ejércitos americanos de Morelos, compuestos en abundancia por indios, de quienes escribió cuando se encontraba en Tixtla: Pero cuento también con los naturales de cincuenta pueblos que hacen algunos miles, y aunque no están disciplinados, sirven de mucho en un ejército estando subordinados. Éstos les he retirado a la agricultura para sustento de todos; y aquellos [los batallones] sobre las armas, con las correspondientes a su número, y más de cincuenta cañones de varios calibres. Tengo hecha mi acendrada en las Amilpas, Puebla y Oaxaca, y los pueblos prontos al grito que se les dé concluidas sus escardas, por lo que no dudo los progresos que me prometo en las provincias siguientes.13

Cat. 10. Anónimo, Virgen de Guadalupe, finales del siglo xviii-principios del xix, óleo sobre papel, técnica mixta y bordados en seda, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Ahora bien, el uniforme y algunos de los elementos con que Morelos posó en el retrato fueron asimismo descritos en el inventario de trofeos de Calleja, ya que todas sus pertenencias estaban junto al cuadro cuando cayeron en poder de los realistas en la batalla de Tlacotepec, en 1814. La alhaja más preciada para Morelos era el pectoral de topacios montados en oro que llevaba en el pecho. Calleja lo describió así: “Un pectoral compuesto de seis topacios; y pendientes de él una medalla de oro con la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe en forma de relicario, con un círculo de perlas finas chicas y su orla con dieciocho topacios, todo pendiente de un collar compuesto de sesenta y uno dichos [topacios] que usaba el citado cura”. No se aprecia en el retrato la medalla de oro de la Virgen, ya que Morelos la tapó con la mano. Las otras pertenencias que le capturaron fueron su espadín con puño de oro; su bastón de plata de cuatro piezas con puño de oro y otro en forma de látigo forrado de chaquira; su sombrero con galón de oro de seis dedos de ancho, con presilla bordada de oro y algunas piedras; su casaca de uniforme de capitán general y otra de teniente general, con 22 botones de oro macizo. Otras prendas del conjunto eran dos bandas, una carmesí de capitán general y la segunda, celeste, de generalísimo: el grado militar al que tiempo después lo ascendió el movimiento. El uniforme de capitán general de Morelos del retrato fue un regalo que le hizo su gran amigo Mariano Matamoros en los días previos a los festejos en Oaxaca. Como ya se dijo, se lo puso por primera vez el 13 de diciembre de 1812, cuando se juró la obediencia a la Junta de Zitácuaro en nombre del rey Fernando por parte del cabildo catedralicio, los notables de la ciudad y la gente común. Con la toma de Oaxaca, “El Virrey de N. España D. Juan Ruiz de Apodaca. Remite a Su Majestad cinco banderas y una bandolera quitadas a los rebeldes de aquel Reino”, Archivo Histórico Militar de Madrid, sig. 5362, núm. 18. Agradezco a Juan Ortiz Escamilla por compartirme este documento. 13 “1811, 13 de agosto. Morelos escribe…”, doc. 13, p. 178. 12

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Mariano Matamoros se había cuadrado ante Morelos con el petí de mariscal de campo, el cual Calleja también metió en su cajón por la vía de un distinto hecho de armas, junto con otra casaquilla de casimir negro bordado en oro y piedras, y una chaqueta con igual bordado pero con collarín y vuelta morada de sus primeros tiempos. De esta forma, durante muchas décadas los uniformes de los dos amigos quedaron juntos en España: una amistad que sólo puso en duda Carlos María de Bustamante en su Cuadro histórico. Al evocar el episodio cuando se presentó en Izúcar por primera vez, a comienzos de 1812, Bustamante escribió: “Iban en el ejército americano los Sres. Bravo y Matamoros, que ya se había presentado en Izúcar, y á quien Morelos tuvo gran cariño, que acaso no igualó el de este”.14 Las piezas se conservaron primero en la oficina del portero mayor de la Secretaría del Despacho de la Guerra. Luego la custodia se transfirió al Ministerio de Defensa de Madrid, y en 1841 existía un conjunto de piezas mexicanas sin registro, depositadas ya en el Museo de Artillería, antecesor del actual Museo del Ejército español.15 A su paso por la oficina del portero, el retrato de Morelos llamó mucho la atención debido a su doble investidura: ¡un capitán general de los ejércitos con gorro de clérigo! Su pectoral se había valuado en 610 pesos y hasta mediados del siglo xix no se había perdido de vista. En cambio, el bastón de plata de cuatro piezas ya se reportaba sin su empuñadura de oro. Por su parte, el petí de Matamoros les pareció de mucha singularidad, al igual que sus otros dos atuendos: “También algo grotesco”. Estas prendas de los curas insurgentes hoy se encuentran en el Museo Nacional de Historia, Castillo de Chapultepec. En 1928 volvieron a cruzar el mar por voluntad del rey Alfonso XIII, en un gesto amistoso, a petición de la colonia española de México. LA FELIZ RECONQUISTA

En ella tengo por cierto que fundamos la conquista de todo el reino, ya por ser la primera capital que se toma con macicez, ya por estar defendida con poca gente, y ya en fin por los recursos que encierra en hombres útiles, minas, tabacos, puertos y granas que convertiremos en fusiles. Morelos

Con la toma de Oaxaca, Morelos culminó su más brillante campaña —la segunda—, entre noviembre y diciembre de 1812: era su batalla número 49.16 Hacer posible un “religioso, sabio y feliz gobierno” fue la causa en que concentró su pensamiento y acción. A la hora del asedio en Oaxaca —donde meses antes se había hecho visible un núcleo insurgente que resultó sofocado—, el deán y el cabildo de la catedral habían ofrecido 1 250 pesos tanto a la tropa como al paisanaje que resguardaban los fosos de la ciudad, así como mil pesos más para los que se distinguieran en la defensa de dichos puestos, “siempre y cuando salgamos con felicidad como lo esperamos”, lo cual consistía en resistir a los rebeldes. Cuando entró a la plaza, el propio Morelos reclamó Carlos María de Bustamante, Cuadro histórico de la revolución mexicana, 2a ed. [muy corregida y aumentada por el mismo autor], México, Talleres Linotipográficos Soria, t. 2, 1926, p. 22. 15 “15 de junio de 1841. Ordenando se entreguen en el Museo de Artillería varias prendas y efectos pertenecientes al cura Morelo [Morelos]”, Archivo Histórico Militar de Simancas, sec. 2ª Div. 8ª, leg. 456-7. Gracias a Luis Sorando Muzás conocí este importante documento. 16 Carlos Herrejón Peredo, Morelos. Documentos inéditos de vida revolucionaria, Zamora, El Colegio de Michoacán (Biblioteca José María Morelos, III), 1987, p. 244, doc. 112.

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una recompensa mayor para su tropa. En el reverso de este importante documento iba el pagaré de las “cajas nacionales”, donde se leía: “Y si la paga se resiste úsese de la fuerza”. El documento, firmado por Morelos, lo recibió Benito Rocha y Pardiñas. A los 2 500 pesos iniciales se les sumaron 4 500 pesos más solicitados por Morelos para sus vencedores.17 El primer avistamiento resultó cruel, ya que se encontraron mártires insurgentes que debieron ser honrados. Morelos pidió a la catedral una ceremonia funeral “con misa y vigilia y todo lo demás que solemnice este religioso acto”, así como el sepulcro en lugar santo para dos americanos con grado militar. Antes del asedio, muchos prominentes españoles habían abandonado la ciudad, y al irse habían dejado expuestas algunas cabezas de los insurgentes: las “primeras víctimas en la provincia de esta barbarie y crueldad del intruso gobierno español”, afirmó Morelos, que el 5 de diciembre de 1812 escribió: Los tiernos sentimientos que ocuparon los ánimos de este valeroso ejército al ver cuando se acercó a esta capital expuestas en el camino las cabezas de los beneméritos americanos el señor coronel don José Armenta y el teniente coronel don Miguel López, primeras víctimas en la provincia de esta barbarie y crueldad del intruso gobierno español; e igualmente el justo reconocimiento a sus distinguidos servicios a la patria por la que sacrificaron sus vidas nos obliga para honrar su memoria con todas las pompas debidas a sus otros empleos y tributar a sus almas los últimos sufragios.18

Pasado el saqueo, transformado el orden y con las decisiones de Morelos colocadas por encima de las autoridades civiles y religiosas, se planeó celebrar en grande la victoria insurgente. La jura solemne de lealtad a Fernando VII y de obediencia a la junta del 13 de diciembre se hizo anunciar por bando en los tres días anteriores, con las siguientes y conocidas palabras de Morelos: “Y que todos se esmeren en las manifestaciones de su júbilo, como el día felicísimo en que fue sacudido el yugo ominoso y tirano que por casi tres siglos había agobiado sus cervices, la diestra del Altísimo les concede el gozar las primicias de una religiosa y contenida libertad, bajo los auspicios de nuestro feliz nuevo gobierno”.19 Los honores de reconocimiento al rey se organizaron en jerarquía con los debidos a la Junta Nacional Americana, que durante casi dos años había sido depositaria de la soberanía en el sur: La feliz reconquista de esta hermosa y opulenta capital, empeña nuestro celo en beneficio de sus habitantes para establecer el religioso, sabio y feliz gobierno que Su Majestad, la Suprema Junta Nacional Gubernativa de estos dominios, ha declarado con tantas satisfacciones, y ventajas de los innumerables pueblos que reconocen su soberanía, como legítima depositaria de los derechos de nuestro Cautivo Monarca, el Señor don Fernando 7º.20

En Oaxaca, Morelos multiplicó su reconquista como en ninguna otra parte: se apropió de mucha riqueza y encontró facilidades para consolidar el movimiento, además “Premios en metálico para la tropa por la toma de Oaxaca”, agn, Tribunales, Infidencias, vol. 108, f. 290. agn, Tribunales, Infidencias, vol. 108, f. 291. 19 “1812, 5 de diciembre. Morelos insta al Cabildo Eclesiástico de Oaxaca a solemnizar el juramento a la Junta Gubernativa”, agn, Infidencias, t. 108, f. 292, en E. Lemoine, op. cit., doc. 48. 20 “Premios en metálico…”, agn, Tribunales, Infidencias, vol. 108, f. 291. 17 18

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Cat. 127. Dije de cruz, siglo xviii, filigrana de oro con esmeraldas engastadas, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

de dotarlo de recursos y equipo bélico. Por eso, en el retrato, fuera del óvalo y hasta abajo, se encuentran pintados, en un extremo, unas monedas de cuño insurgente que indican la existencia de una caja nacional, y en el otro, un arco y una flecha para celebrar una gran maestranza instalada en el que fue el convento de La Concepción, a cargo de Manuel Mier y Terán. Morelos solicitó armamento, nuevas insignias y entrenó contingentes. También logró poner en marcha una imprenta —allí se editaron 24 números del Correo Americano del Sur— y salió y regresó de campaña mientras se sostuvo el gobierno insurgente. Aunque Oaxaca no estuvo a salvo de la captura de algunos importantes españoles y del saqueo, el gobierno insurgente prosperó por la buena relación, no sin dificultades, que estableció tanto con el cabildo de la catedral como con los hijos de españoles que salieron de la ciudad, ya que permanecieron en los puestos de los padres. Hombres muy sobresalientes lo ayudaron, como los hermanos Bustamante y el canónigo José de San Martín. Esta experiencia ha sido particularmente investigada por Ana Carolina Ibarra.21 Ana Carolina Ibarra, “Reconocer la soberanía de la nación americana, conservar la independencia de América y restablecer en el trono a Fernando VII: la ciudad de Oaxaca durante la ocupación insurgente (18121814)”, en A.C. Ibarra (coord.), La independencia en el sur de México, México, ffl-iih-dgapa-unam, 2004, pp. 233 y ss. Véase A.C. Ibarra, Clero político en Oaxaca. Biografía del doctor José de San Martín, México, unam/ Instituto Oaxaqueño de las Culturas, 1996, y de la misma autora, El cabildo catedral de Antequera y el movimiento insurgente, Zamora, Michoacán, 2000.

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En el retrato, el reconquistador atrapa con esa satisfacción, y debió de ser feliz, aunque ese no fuera el día más feliz de su existencia. El retrato se pintó para nunca olvidar el 13 de diciembre: ni su desfile de banderas ni sus efemérides, ni por qué se estaba en guerra con los españoles, ni cómo esa generosa ciudad y su bien dotado gobierno fortalecieron el movimiento por la independencia. Sin embargo, también fue hecho para transmitir sus grandes compromisos con la preservación de la patria para el monarca en cautiverio, con la religión amenazada por los franceses que reinaban en España y, al mismo tiempo —no sin contradicción—, con sus tropas disciplinadas y leales que peleaban a conciencia por la libertad e independencia de la América Septentrional, a fin de crear una sociedad lejos de las viejas distinciones entre la gente, donde todos fueran llamados americanos de manera indistinta. No cabe explicar aquí que desde entonces Morelos no se inclinaba por la lealtad al rey, sino por la Independencia y la creación de un gobierno compuesto por americanos, lo cual, junto con otros miembros de la junta, tenía una trama de dificultades. El historiador Carlos Herrejón Peredo explica que el movimiento por la Independencia necesitaba fortalecer un centro geopolítico, pero Morelos no lo dispuso así: más bien, Oaxaca lo apoyó para cambiar de rumbo.22 Lemoine sugiere que, al rendir a Oaxaca, Morelos habría tenido en mente lo que podía realizar en Valladolid de Michoacán. Por su parte, W.H. Timmons escribió en 1963 que los historiadores mexicanos se habían entusiasmado cantando las glorias de Morelos como genio militar: “Probablemente él sería el primero en negar esta afirmación. Se ha dicho que ganó 25 batallas de las 36 en las que participó, pero debe señalarse que perdió muchas importantes, que su estrategia a menudo fue torpe y miope, y que cometió varios errores costosos, como prácticamente lo admitirá cualquier historiador mexicano”.23 Morelos, que había avanzado desde Orizaba y Tehuacán hasta Oaxaca, pudo tomar Acapulco en agosto de 1813 —como se lo pidió Miguel Hidalgo durante su entrevista en Charo, en 1810—. Por mucho tiempo esta acción se consideró la cumbre de su carrera militar, aunque su costo fue muy alto. Las tremendas derrotas sufridas por Morelos en Michoacán a manos de los realistas son suficientemente conocidas, y su última campaña terminó con su detención. Sin embargo, desde Oaxaca Morelos pudo sostener la guerra y reorientar sus aspiraciones políticas. Entró, por así decirlo, a su fase de estadista y defensor del movimiento cuando se propuso la construcción de poderes y contar con una carta constitucional. En Oaxaca, encontró la posibilidad de dejar atrás la etapa de la junta, al hacer suya la idea del Memorial de Carlos María de Bustamante, en el sentido de que era posible fundar un gobierno americano con la creación de un Congreso que le diera perfil y redactara una Constitución. Entonces Morelos desvió su atención hacia la villa de Chilpancingo: envió a las personas y los recursos necesarios para formarlo y allá se emitió la declaración formal de la Independencia, además de que se redactaron los conocidos Sentimientos de la Nación. Morelos se llevó su cuadro, ya que en el Museo de Historia de Monterrey existe un grabado firmado por él, el 5 de octubre de 1813, cuando ya había pasado el Con C. Herrejón Peredo, “El gobierno de José María Morelos, 1810-1813”, en Ana Carolina Ibarra (coord.), La insurgencia mexicana y la Constitución de Apatzingán, México, iih-Oficina del Abogado General-unam, 2014, pp. 29-47. 23 Wilbert. H. Timmons, Morelos. Sacerdote, soldado, estadista, México, fce, 1983 [1963], p. 89. 22

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greso, el cual presenta una variante del original. Allí no usa gorro, sino un pañuelo, para indicar que estaba en campaña; por lo mismo, no lleva colgado el relicario de oro con la Virgen en el collar de topacios —éste era desprendible—, y en una cintilla adicional se le presenta como el “Héroe de la Yndependencia Mexicana”.24 Chilpancingo tampoco le regaló el día más feliz. En rigor, el día más feliz de su vida fue el 24 de octubre de 1814, cuando en Apatzingán, dos días después de promulgarse el Decreto Constitucional, se eligió al Supremo Gobierno. Hasta allí Morelos ya contaba con dos poderes conformados: el Ejecutivo y el Legislativo.25 ¡Festín que se sirvió! CORTÉS, CORTESÍA, RECONQUISTA

Calleja debió de observar que, en el retrato, la medalla de la Virgen de Guadalupe del pectoral de topacios estaba cubierta por la mano de Morelos, pues también encajonó y describió esta alhaja. La Virgen de la Soledad era la representación favorita de la madre de Dios entre los creyentes de Antequera de Oaxaca; entonces, ese gesto pudo haber sido una cortesía de Morelos para con La Soledad, si acaso se encontraba su imagen presente en el recinto donde se esbozó la pintura, o bien sólo formó parte de una actitud de respeto que guardó en público a esa advocación mientras permaneció en la ciudad. Carlos María de Bustamante dejó un testimonio de la expedición y toma de Oaxaca, del saqueo de su riqueza, así como de los errores y aciertos de Morelos. En éste explicó el respeto que el cura tuvo tanto hacia la Virgen de la Soledad como a las alhajas de las imágenes y de los templos con las siguientes palabras: “Ni aun osó quitarle á la de La Soledad el bastón y mando de generala que los españoles le habían puesto de una manera ridícula, para que les diese la victoria sobre los insurgentes”.26 Debe tomarse en cuenta que a la Virgen de los Remedios los europeos le habían puesto el bastón y la cinta de generala, y se le atribuía el hecho de que Miguel Hidalgo no hubiera entrado en la ciudad de México en 1810. Cuando Morelos llegó a Oaxaca, el 25 de noviembre de 1812, sólo anunció la victoria del “Señor Dios de los Ejércitos”. Sin embargo, no le escribió a López Rayón lo mismo ni que había ocurrido un temblor esa tarde. Nada más dio esta noticia: “El 25 del inmediato noviembre pensé entrar en Oaxaca y entré con pérdida de doce hombres. La acción no se me debe a mí sino a la Emperadora Guadalupana, como todas las demás”.27 Agradeció directamente a Dios, para soslayar que una parte de su tropa entró por el cerro y fortín de La Soledad. El guadalupanismo de Morelos fue muy sobresaliente y trató de sembrarlo y fortalecerlo por donde pasó. El decreto que extendió tres meses después en Ometepec, el 11 de marzo de 1813, lo hizo oficial en el rumbo del sur:

María del Refugio González Domínguez publicó este grabado en “La Constitución de Apatzingán, impronta novohispana y la administración de justicia”, Biblioteca Jurídica Virtual del iij-unam, en línea <www. juridicas.unam.mx y http://biblio.juridicas.unam.mx/libros/8/3727/13.pdf>. 25 C. Herrejón Peredo, Morelos, México, Clío, 1996. 26 C.M. de Bustamante, op. cit., t. 2, p. 160. Sobre la expedición de Morelos sobre Oaxaca, véase a partir de la p. 151. 27 “1812, 1º de diciembre. Morelos comunica a Rayón la toma de Oaxaca”, en E. Lemoine, op. cit., doc. 47, pp. 234-235. 24

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Láms. 24-27. Escritos de la época de José María Morelos y Pavón.

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Mando que en todos los pueblos se continúe la devoción de celebrar una misa el día 12 de cada mes y en el mismo día deberán los vecinos exponer la Santísima Imagen de Guadalupe en las puertas o balcones. Deberá todo hombre de diez años arriba traer en el sombrero la cucarda de los colores nacionales, esto es, de blanco y azul, y una divisa de listón, cinta […] en la que declarará ser devoto de la Santa Imagen de Guadalupe.28

En Oaxaca, la Virgen de Guadalupe estuvo presente en actos notables y concurridos, si bien el primero, de carácter religioso, todavía parece haberse solemnizado entre muchas presiones. El día anterior a la jura, el 12 de diciembre, el sermón dedicado a Guadalupe de José de San Martín no fue del gusto del propio Morelos. Después predicó otro sobre las banderas y el valor de las tropas que las seguían, que complació un poco más, pues en ambos no dejó de pedir clemencia para los españoles detenidos y respeto para sus bienes. El día de la jura, por la tarde, durante el desfile procesional del real pendón que Hernán Cortés regaló en sus tiempos a esa capital del marquesado del Valle —Antequera—, se alternaron imágenes de la Virgen de Guadalupe en las banderas que llevaron los pueblos de indios y los gremios que acompañaron propiamente a los nobles e individuos ilustres de la ciudad, a los capitulares de la catedral, a los prelados de los conventos y a muchos eclesiásticos. Partieron en procesión desde la casa del alférez real José Mariano Magro, en cuyo balcón principal estaba colocado el pendón. El conjunto marchó hasta un tablado en el centro de la plaza y se instaló en un lugar de honor frente a una efigie de Fernando VII. Entonces llegaron los mariscales de campo Mariano Matamoros y Hermenegildo Galeana, para colocarse a los lados del alférez, quien sostenía el pendón —como se indicó al principio—, a fin de hacer las veces de padrinos, tomando sus cordones y sus borlas. El alférez de la ciudad rindió y pidió el juramento al público, el mismo que repitieron los “reyes de armas” por los cuatro costados en voz muy alta, lo cual desató un griterío de aprobación. Después, las autoridades, los notables y los militares en conjunto regresaron el pendón, también acompañados de las banderas. Al acercarse el desfile al balcón del palacio donde se alojaba, Morelos lo abandonó para juntarse con el pueblo, al que le lanzó una buena cantidad de monedas de plata insurgentes mientras se unía con sus allegados para caminar por las doce cuadras principales, concurridas también por la tropa. En la crónica se asienta: “El pendón real se pasea y se compone una procesión de gremios y gobiernos de repúblicas de pueblos, llevando estandartes con la portentosa imagen de la Virgen Patrona de la América Septentrional”. Aunque la Virgen de Guadalupe se mantuvo encubierta en el complejo mensaje del retrato de Morelos, compartió el aire libre en el paseo del pendón. Cuando los realistas expulsaron a los insurgentes de Oaxaca, éstos ya no dejaron el real pendón, sino que se lo apropiaron como trofeo. Melchor Álvarez, quien comandaba el regimiento de Saboya y retomó Oaxaca, lo capturó meses después y asimismo lo mandó a España, al Ministerio Universal de Indias, en una urna cerrada. Como ésta tardó algunos años en abrirse, se generó un malentendido que esperó más de un siglo para ser explicado. No se trataba del pendón original del conquistador que hoy aún se encuentra en la ciudad de W.H. Timmons, op. cit., p. 111; Jesús García Gutiérrez, “El culto a la Virgen Santísima de Guadalupe durante la guerra de independencia”, Memorias de la Academia Mexicana de la Historia, t. IV, enero de 1945.

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Lám. 28. Medalla con la imagen de la Virgen de Guadalupe, siglo xix.

México, como lo sugirió Melchor Álvarez. Los realistas lo recuperaron en malas condiciones durante la acción militar de Ayotlán, y en España aumentó su deterioro, ya que permaneció expuesto algunas décadas en el Museo del Ejército, en Madrid, que todavía se ubicaba en el palacio del Buen Retiro. Ahora, ya restaurado, permanece como una de las piezas más antiguas en el nuevo museo instalado en Toledo.29 La relación patriótica entre la Virgen de Guadalupe y el águila mexicana, implícita en el retrato y que proviene del guadalupanismo de mediados del siglo xvii, se introdujo en la representación emblemática de los insurgente desde septiembre de 1810 y se popularizó en el mensaje simbólico de la Junta de Zitácuaro y en las banderas de la Independencia de Morelos. El águila coronada de la parte alta de aquella pintura se plasmó como la representación de la junta, pero también remite a las que interpretaron manos oaxaqueñas, pues los arcos triunfales tomaron como motivo las águilas en la fiesta de la libertad. En su Cuadro histórico, Bustamante escribió para los curiosos que el 13 de diciembre de 1812 los arcos se adornaron con todos los atributos clásicos del águila, según la ornitología emblemática, y transcribió los poemas. Las inscripciones coinciden con las siguientes estampas: un águila volando entre rayos y tempestades, un cazador tirando a un águila amarrada con unos cordeles en un nopal, un águila enseñando a volar a sus polluelos, un águila con una culebra en sus pies apretándole el cuello, un Luis Sorando Muzás, Banderas, estandartes y trofeos del Museo del Ejército, 1700-1843. Catálogo razonado, Madrid, Ministerio de Defensa, 2000.

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Lรกms. 29 y 30. Aspecto que presentaba el interior del antiguo Museo de Historia en la Casa de Moneda. Pueden apreciarse retratos y objetos relacionados con la lucha de Independencia. Fototeca Constantino Reyes Valerio de la Coordinaciรณn Nacional de Monumentos Histรณricos conaculta-inah-mex.

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águila defendiéndose de un dragón, un águila picándose el pecho y dando a sus hijos de su sangre para alimentarlos, y un dragón en ademán de querer devorarlos. De los versos, explicaba: “No tienen mérito sobresaliente; pero expresan la voluntad de un pueblo regocijado con su libertad”.30 La inscripción de la primera de las seis estampas consistía en una octava: Esa ave que festiva y magestuosa A quien ni el mismo fuego atemoriza Corta el aire ligera y ambiciosa. Sin poder renacer de su ceniza: Soberana se juzga y no reposa Hasta tanto su intento no le avisa Que está cerca del sol y allí resuelve Que al sol verá el semblante ó que no vuelve.

Existe una enorme diferencia entre los significados de la representación emblemática insurgente del comienzo de la guerra y de estos tiempos abundantes de Morelos. En la alegoría del retrato, ya no estaba presente San Miguel para timbrar el águila y la serpiente, como en las banderas del capitán Allende, pues ya no sólo se trataba de indicar que ésta era una patria bendecida por la aparición guadalupana, sino también de representar, con el águila, a los patriotas de una nación que luchaban por su independencia. En esa multiplicación de las águilas insurgentes en la papelería, las monedas y banderas, en especial en las confeccionadas por Morelos en Oaxaca, se nota una transformación importante del mensaje transmitido por los insurgentes cuando declararon la guerra a los españoles: un cambio del contenido simbólico, parecido al fenómeno español durante la ocupación napoleónica de la península, cuando la propia resistencia hizo que, de un poderoso emblema monárquico, el león del imperio se convirtiera en la representación del pueblo y la nación españoles.31 Ese San Miguel del capitán Allende remitía a una patria bendecida por la evangelización, donde podía equivaler a Hernán Cortés o a la estrella mariana que guió a los españoles para ganar la América Septentrional. Al verla amenazada, los patriotas debían volverla independiente para evitar que cayera en manos de los franceses o de cualquier otra potencia europea. Las águilas coronadas sugieren la libertad americana. Morelos puso en claro esa diferencia en sus discursos, donde se valió de la imagen del águila luchando contra el león para explicar la Independencia. Era, además, una nación antigua la que se restablecería, el sometido imperio mexicano que anulaba el tiempo de la Nueva España. Así lo dio a entender Morelos, a partir de Oaxaca, en el águila coronada en el retrato, en las banderas unum y, sobre todo, en sus discursos posteriores, durante los grandes momentos del constitucionalismo insurgente, donde plasmó su idea de la República del Anáhuac. C.M. de Bustamante, op. cit., t. 2, pp. 161-163. Víctor Mínguez, “Leo Fortis, Rex Fortis. El león y la monarquía hispánica”, en El imperio sublevado. Monarquía y naciones en España e Hispanoamérica, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2004, pp. 57-94. Del mismo autor en coautoría con Inmaculada Rodríguez, “Los imperios del águila”, en Ivana Frasquet (coord.), Bastillas, cetros y blasones. La independencia en Iberoamérica, Madrid, Fundación Mapfre, 2006, pp. 245-283.

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Cádiz, Morelos y el celo monárquico del intendente Merino (1812-1814) Iván Franco Centro inah Yucatán

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a lucha independentista no cejó a la muerte de Hidalgo, en 1811. Una nueva oleada de dirigentes criollos y mestizos, algunos forjados bajo el liderazgo del cura de Dolores, tomaron las banderas del movimiento tanto en lo militar como en lo político.1 Así, poco antes de que la Constitución de Cádiz se escuchara entre la opinión pública de la zona, las fuerzas insurgentes proclamaron, en agosto de ese año y con Ignacio López Rayón a la cabeza, el Primer Congreso Nacional Gubernativo o Suprema Junta Nacional Americana.2 Con estos actos los insurgentes dieron algunos pasos para definir la forma de representación demandada por los grupos novohispanos inconformes con el régimen absolutista encarnado en los intendentes.3 Asimismo, ante la presencia del ejército de Morelos en la jurisdicción, a finales de 1813, el entonces intendente de Valladolid de Michoacán, Manuel Merino (18101821), confrontado con los militares que comandaban las tareas de contrainsurgencia, explicó en varias ocasiones al nuevo virrey Félix Calleja las dificultades para difundir en las ciudades y los pueblos de la jurisdicción la constitución gaditana.4 Las secuelas de la lucha ideológica ya tenían arraigo social en la zona. Al igual que sus homólogos novohispanos, el intendente vivió la confusión de gobernar con documentos que al mismo tiempo excluían —la ordenanza— y mandaban incluir —Constitución de Cádiz— a los súbditos en decisiones políticas relevantes. Así, vivió la agonía inicial del reformismo borbónico y sus reclamos al virrey para controlar parte de los escasos recursos de guerra alcanzaron tonos sórdidos. La desconfianza entre ambos poderes llegó a un nivel mayúsculo.5

Cat. 215. Abanico, siglo xix, pintura sobre madera y aplicación de listón, detalle, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Luis Villoro, “La Revolución de Independencia”, en Historia general de México, México, El Colegio de México, 2006. 2 Carlos Herrejón Peredo, La Independencia según Ignacio Rayón, México, sep (Cien de México), 1985. 3 Iván Franco, La Intendencia de Valladolid de Michoacán, 1786-1809. Reforma administrativa y exacción fiscal en una región de la Nueva España, México, fce, 2001; Carlos Juárez Nieto, Guerra, política y administración en Valladolid de Michoacán. La formación profesional y la gestión del intendente Manuel Merino, 1776-1821, Morelia, Secretaría de Cultura-Gobierno del Estado de Michoacán, 2012. 4 Calleja tomó posesión como virrey el 4 de marzo de 1813. 5 Tras un breve lapso, cuando cayó el régimen en 1815, Merino concluyó su etapa como intendente. 1

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ASOMO DE CÁDIZ La pérdida de rumbo borbónico y la Real Audiencia

La picante correspondencia sobre requerimientos y estrategias de guerra y administrativas entre Merino y el virrey Félix Calleja revela cómo la lucha armada insurgente ganó espacios a favor del sentimiento de un nuevo régimen. Casi un año después de que se aprobó en España, en Valladolid se supo que existía una ley constitucional formalmente incluyente de todos los grupos sociales. Como “contraparte” a las propuestas insurgentes, el 10 de julio de 1813 se llevó a cabo en la capital de la intendencia la jura de la Constitución de Cádiz, cuatro meses antes del inicio de la quinta campaña militar de Morelos.6 Ante la falta previsible de recursos para celebrar la ocasión, el ayuntamiento mandó esculpir una lápida para la Plaza Mayor.7 ¿Qué otro papel jugaría una lápida que no fuera dar a conocer que era posible adoptar un nuevo método de gobierno en esos territorios? ¿Apagaría el ánimo revolucionario aquel escueto contenido, grabado en cantera rosa?8 Aún estaba lejana la derrota de la arbitrariedad con que se conducían los intendentes en la Nueva España, así como los cuerpos capitulares donde los intereses de españoles y criollos ricos no dejaban de levantar sospechas o desconfianza entre la plebe revolucionaria. Sin embargo, la incertidumbre ya reinaba en el poder político. El 2 de septiembre de 1813, pese a la nula difusión de la Constitución gaditana en su jurisdicción, Manuel Merino inquirió a la Real Audiencia que se le informara cuáles eran sus atribuciones como jefe político. Como a otros intendentes, su lectura lo había sumido en la confusión política y en una crisis de identidad que afectaba de manera concomitante su gobierno y administración; la “guerra personal” que experimentó ante la fortaleza de los jefes militares Torcuato Trujillo y Ciriaco del Llano cubrió asimismo una cuota importante.9 ¿Qué razón de ser tendría ahora la Ordenanza de Intendentes? A la crisis de autoridad que, como intendente nombrado, sólo experimentaba ante tres causas desde su arribo y frente a la insurgencia, el constitucionalismo llegó para agudizar su sentimiento de impotencia ante el protagonismo del que gozaban los jefes militares por sus atribuciones monopólicas de la causa de guerra.10 La Constitución gaditana se agregó para profundizar la crisis de identidad política, gubernativa e incluso administrativa. Los miembros de la audiencia informaron al virrey Calleja que, como en el caso del intendente de Valladolid, “ya había otros jefes políticos pidiendo detalle de sus atribuciones”.11 La confusión reinaba entre los ministros nombrados en el ocaso del siglo xviii. En la petición de Merino se daba por hecho que habían cesado las funciones de los intendentes, corregidores y demás, “pues Jaime del Arenal Fenochio, Cronología de la Independencia (1808-1821), México, inehrm, 2011, pp. 74-76. Según la propuesta del veterano regidor Isidro Huarte padre. 8 accvm, 7 de agosto, 4 y 23 de septiembre, 2 y 3 de octubre de 1813. El cabildo europeo también aprobó y encomendó la formación de las ordenanzas con que ahora se gobernaría en las jurisdicciones que se recibían; esta tarea quedó bajo la responsabilidad de los síndicos procuradores Benigno Antonio de Ugarte y José Domínguez, quienes para agosto de ese año ya habían entregado los primeros resultados de su propuesta al cuerpo capitular. 9 C. Juárez Nieto, op. cit. 10 Idem. Merino denunció de manera constante a Calleja que los jefes militares actuaban con arbitrariedad, engañaban e incluso invadían algunas funciones administrativas de los intendentes. 11 Archivo General de la Nación (agn), Ayuntamientos, t. 63, exp. s. núm., 2 de septiembre de 1813, ff. 163-165. 6 7

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no están contempladas en los códigos de la Constitución”.12 Conscientes de la gravedad de la situación, los ministros de la audiencia Álvarez, Galilea, Salinas y Pedroza comunicaron que, a raíz de una consulta similar del intendente de México, se ocuparon en proponer a las cortes, y en particular a la comisión redactora de la Constitución, el proyecto de Reglamento de Atribuciones y Facultades de los jefes políticos (intendentes) y demás ministros (asesores, jueces y subdelegados) en la coyuntura constitucional.13 Ellos ya lo habían expresado en un documento conciso, según lo indicaron “desde el mes de mayo de ese mismo año de 1813”.14 Los ministros informaron que transmitieron con oportunidad al virrey Calleja que no se podía señalar “específica y determinadamente en contestación a [la] consulta del jefe político de Valladolid” sobre cuál era su función, sino que sólo “podrá decirse por ahora que todas sus facultades son relativas a lo gubernativo, económico y de policía de los pueblos según la Constitución”.15 Es decir, un distanciamiento al mismo tiempo que un reciclamiento de la propia ordenanza. ¿Podía ser peor? Intendentes como Merino tenían claro que la causa militar estaba fuera de su alcance como para girar una indicación ejecutiva y legal a los cuerpos militares, pese a que grupos y gavillas de insurgentes pululaban por doquier y sus jefaturas mandaban a lo largo y ancho del territorio con y sin apego legal. En la audiencia concluyeron que, bajo la

Cat. 216. Autos por hechicería contra María Guadalupe, mulata, de libre, natural, vecina de la Villa de San Felipe, Comisaría Inquisitorial de Valladolid de Michoacán, 1767, tinta sobre papel, tela de algodón y pelo, 32 x 44.8 cm, Archivo Histórico Casa de Morelos, Instituto Nacional de Antropología e Historia, Fondo Diocesano, Sección Justicia, Serie Inquisición.

agn, Ayuntamientos, t. 63, exp. s. núm., 2 de septiembre de 1813, f. 163. agn, Ayuntamientos, t. 63, exp. s. núm., 2 de septiembre de 1813, f. 163. 14 agn, Ayuntamientos, t. 63, exp. s. núm., 2 de septiembre de 1813, f. 163. 15 agn, Ayuntamientos, t. 63, exp. s. núm., 2 de septiembre de 1813, f. 163. Una vez más quedó excluido de la causa de guerra. 12 13

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Lám. 31. Corrido insurgente (enfrentamiento entre una mujer realista y una mujer insurgente), detalle. Archivo General de la Nación.

inspección del intendente, los demás ministros —por ejemplo, los subdelegados— “deberán ejercer sus responsabilidades como empleados encargados en lo inmediato de esos cargos, debiendo al menos presidir, si era el caso, los ayuntamientos de sus ciudades”.16 El ir y venir de consultas se prolongó esos dos años. Fue un episodio que aportó su grano de arena en las divergentes y no pocas veces ríspidas miradas políticas de ese momento crítico. Ante la adopción inminente de la Constitución de Cádiz se incrementaron las consultas de los intendentes novohispanos al virrey y a la audiencia, ya que el cruce del movimiento independentista con las libertades pregonadas por esta carta magna creaba una situación social y política más allá de la paradoja. El 7 de septiembre de 1813 Calleja comunicó a Merino —en respuesta a los oficios del intendente fechados el 5 y 6 de diciembre de 1812— que estaba “en espera de la resolución de la Regencia para saber si se permitía o no la libertad de imprenta en el reino”.17 Merino se hallaba muy ocupado en destruir cuanta propaganda política escrita insurgente proliferaba en la jurisdicción. ¿Libertad de imprenta? Sí, pero acaso para los grupos constitucionalistas, no para la plebe alzada. DESACUERDOS CON EL VIRREY Presencia insurgente y diálogo de sordos

El intercambio epistolar entre estos niveles de autoridad, si bien intenso, por momentos parecía más un diálogo de sordos. Desde el 28 de abril de 1813 Calleja había solicitado al intendente Merino que, para evitar “atrasos y malas interpretaciones del agn, Ayuntamientos, t. 63, exp. s. núm., 2 de septiembre de 1813, f. 163. Archivo (acm), legajo 6, 7 de septiembre de 1813; C. Juárez Nieto, op. cit.

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estado de la provincia”, remitiera correspondencia por Guanajuato y Querétaro “lo más constantemente que pueda”.18 Al virrey le parecían exageradas las descripciones del intendente acerca de una realidad vallisoletana bajo el asedio constante de “gavillas insurgentes”. Es probable que el tono que empezó a usar Merino, cuando una y otra vez se sintió limitado por las decisiones de los jefes militares, influyera en el ánimo de la máxima autoridad colonial. Más cuando desde la audiencia también parecía que detectaban un personalismo excedido del jefe civil contra los jefes militares.19 Un hilo más de la tensión cotidiana durante la crisis de gobierno de los años 1813 y 1814 se expresó con la demora de la elección y la presencia en la capital virreinal del diputado a las cortes por Valladolid de Michoacán. La insurgencia se hallaba implicada. José María Morelos atacó esa ciudad en diciembre de 1813, once meses después de que líderes como el doctor José Sixto Verduzco, entre otros, la embistieran sin tener un plan ni consultar a la Junta Suprema Nacional. Como se sabe, unos y otros sufrieron derrotas amargas contra el ejército realista, las cuales marcaron sus futuras estrategias.20 Como sea, desde la perspectiva militar, los días previos al embate de Morelos contra Valladolid fueron de mucha alteración y exigencias para los cuerpos realistas de gobierno y contrainsurgentes. Sin embargo, la derrota de Morelos dio un mayor brío al cuerpo militar frente a la desdibujada imagen del principal ministro de gobierno ante el virrey, el intendente, debido a su proceder dilatado para divulgar la Constitución gaditana. En varias ocasiones Manuel Merino ya había informado al virrey —desde finales de 1813 y en los primeros tres meses de 1814— que no se había elegido a los representantes michoacanos para ocupar la diputación provincial y para las Cortes a causa de “la ocupación insurgente de territorios, caminos y ciudades de la intendencia”.21 Pese a las derrotas insurgentes de diciembre de 1813 en Valladolid y enero de 1814 en Puruarán, entre finales de noviembre de 1813 y febrero de 1814 —y casi todo el mes de octubre— fuerzas comandadas por Morelos aún controlaban varios pueblos, haciendas y ciudades de la intendencia.22 El virrey parecía no entender ni reconocer las razones que exponía Merino sobre la presencia focalizada —pero presencia al fin— de los insurgentes en el área. Como también ocurría en esos momentos, no faltaban rebeldes que solicitaban los indultos concedidos por la máxima autoridad virreinal.23 acm, legajo 6, 28 de abril de 1813. Esto sin contar que el protagonismo alcanzado por los jefes militares y las confusiones prácticas desprendidas de la aplicación de una Constitución que trastocaba de raíz la filosofía política contenida en la ordenanza generaron un caldo de cultivo donde la imagen e instancia visiblemente más afectadas eran la de los intendentes y la intendencia en sí, respectivamente. 20 Carlos Herrejón Peredo, Morelos. Documentos inéditos de vida revolucionaria, Zamora, El Colegio de Michoacán (Biblioteca José María Morelos, III), 1987, pp. 49-51. 21 acm, legajo 6, 31 de marzo de 1814. 22 Carlos Herrejón Peredo, Los procesos de Morelos, Zamora, El Colegio de Michoacán (Biblioteca José María Morelos, II), 1985, p. 108. El avance fue el que de hecho permitió que el 22 de octubre de 1814 se decretara en Apatzingán la primera Constitución o Decreto Constitucional para la libertad de la América mexicana, mejor conocido como Constitución de Apatzingán, sede donde Morelos también dio lectura a los Sentimientos de la Nación. La estrategia de contener la expresión pública insurgente no era del todo eficiente. 23 acm, legajo 5, 30 de octubre de 1813. Fue el caso del indulto concedido por esas fechas a José Antonio Ortiz, quien había fungido como guarda de la Factoría del Tabaco en Valladolid, pero que se había involucrado con el movimiento insurgente meses atrás. 18 19

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Cat. 6. Anónimo, Antonio Ferry Palao, Capitán Reino de Nueva España, 1812, óleo sobre tela, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Acciones militares contundentes, como la victoria de Ciriaco del Llano e Iturbide contra Morelos en Valladolid y en Puruarán, permitían pensar al virrey que el gobierno local debía relajarse y centrarse en diseñar una estrategia mas agresiva de difusión de la Constitución gaditana.24 La batalla militar debía acompañarse de la lucha ideológica. Por eso Calleja, quien obtenía reportes constantes de los jefes militares inmediatos, insistió al intendente el 31 de marzo de 1814, con tono enfático, que “se presentase ya en México el nombre del titular para la Diputación Provincial, así como el que saliera para las Cortes”.25 Molesto, el virrey indicaba en su carta que en dos ocasiones había insistido “y no recibo respuesta [de Merino]”, sobre todo en el caso del representante de la diputación, pues su presencia urgía en la capital, “donde hace notable falta para el arreglo y conocimiento de los objetos de su atribución”.26 Literalmente, Calleja acusó al intendente de entorpecer la instalación de la diputación provincial, pues “en otras provincias ya están en el ejercicio de sus funciones”. María Ofelia Mendoza Briones, “Fuentes documentales sobre la Independencia en archivos de Morelia (1808-1821)”, en Repaso de la Independencia, Carlos Herrejón Peredo (comp. y presentación), Zamora, El Colegio de Michoacán/Gobierno del Estado de Michoacán, 1985, p. 205. 25 acm, legajo 6, 31 de marzo de 1814. 26 acm, legajo 6, 31 de marzo de 1814. 24

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Cat. 12. Anónimo, Sarao en un jardín. Biombo, siglo xviii, óleo sobre tela, detalle, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

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Con similar intensidad Merino desmentía no haber dado respuesta con prontitud e inculpó a las gavillas de asaltantes y rebeldes, las cuales emergían por doquier en la jurisdicción. Incluso, ante la sugerencia del virrey de que optara por instalar la diputación en una ciudad no ocupada por los insurgentes, respondió que sólo Zamora y Valladolid “están libres pero carecen de conexión segura”.27 Celo contra la Constitución de Cádiz

Pese a todo, la inseguridad en los caminos era muy alta. Las autoridades centrales perdieron de vista ese hecho, acaso porque el reporte que recibían de sus estrategas militares ofrecía una visión muy distinta a la defendida por el jefe civil. En consecuencia, a finales de marzo de 1814 Merino reiteró que “no ha sido posible publicar la Constitución ni los bandos y providencias [del virrey] y para no exponerlas a que los insurgentes las destruyan sólo se han publicado en Valladolid”.28 Estaba claro que no existía fluidez ni acuerdo entre las instancias del gobierno, y que una vez más la guerra y el documento gaditano desdibujaban tal posibilidad. El intendente aprovechó esta respuesta para pintar por enésima ocasión, de manera gráfica, el colapso casi total de la jurisdicción. Contradiciéndose, aunque sin alejarse de su línea, expuso que sólo cuatro de las veinte delegaciones de la jurisdicción estaban libres, bajo control europeo y sin amenaza insurgente: Zamora, Charo, Zinapécuaro y Valladolid. Con el término “control europeo” se refería, en cierta forma, a la capacidad económica para armar y sostener tropas, por lo que el argumento sonaba coherente. La inseguridad y precariedad económica rondaban por la jurisdicción entera, e incluso sin militancia insurgente pululaban los grupos de asaltantes. Merino recordó cómo, a principios de septiembre de 1813, se había situado en Pátzcuaro una

Cat. 190. Caja alhajero en forma de cofre, siglo xix, pasta de carey bruñida con aplicaciones metálicas, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

acm, legajo 6, 31 de marzo de 1814. Una carta tras otra Merino argumentó que esas gavillas “generaban precariedad de los caminos”, lo que en parte también hace suponer que el correo de ida y vuelta no operaba debido a las condiciones de inseguridad del momento. 28 acm, legajo 6, 31 de marzo de 1814.

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división contrainsurgente que permaneció hasta noviembre, “porque ni el cura ni nadie reunió a los vecinos principales que estaban [por seguridad] en Valladolid y en otras partes [y] por eso [en ella] no se publicaba nada”,29 esto último considerando que Pátzcuaro era el asiento de europeos y criollos pudientes, afines al bando realista. Merino argumentó una vez más que semejante situación imposibilitaba la obtención de informes sobre el estado y la cantidad de habitantes en los vecindarios de Zamora, Charo y Zinapécuaro. En cuanto a Valladolid, señaló que la población “está reducida a menos de un tercio que tenía antes de la insurrección”; es decir, tal vez menos de cinco mil habitantes. Merino agregó que, por tratarse de 15 mil almas “la base con que se ha considerado a esta provincia para el nombramiento de tres diputados de Cortes y un suplente”, parecía que los habitantes “de Valladolid y de las otras tres cabeceras de subdelegaciones”30 no podrían ser representados legítimamente. Al iniciarse febrero de 1814, Merino también debió reportar con precisión el monto de los capitales de capellanías impuesta por la consolidación de 1806, así como la cantidad recaudada y los gastos implementados para la fortificación y defensa de la ciudad durante el agitado periodo de tres años comprendido entre febrero de 1811 y febrero de 1814. De esta etapa debió expresar el origen de todos los recursos invertidos.31 Se trató de un balance que solicitó al intendente el virrey Félix Calleja, quien pretendía entender cuál era la fuente de recursos y los grupos comprometidos con el restablecimiento del orden monárquico en la jurisdicción.32 Sin desglosar a detalle, el informe de Merino ilustra que en ese periodo los particulares de la intendencia financiaron hasta con 46.7 por ciento los gastos de fortificación para la defensa de la ciudad.33 Es decir, casi al parejo de los subsidios oficiales. Si bien como porcentaje el monto parcial hablaba sobre el compromiso de los sectores de particulares de la jurisdicción contra el movimiento armado, también dejó en claro que más de la mitad de los recursos los aportó la Real Hacienda, complementados con los apoyos enviados desde otras intendencias. En otras palabras, el peso financiero de la guerra contrainsurgente se hallaba controlado por el aparato real, en manos del virrey. Calleja y Merino tenían claro su objetivo contrainsurgente, y aunque ambos pusieron el acento en orientar sus acciones bélicas en el contrapeso de una fuente de financiamiento versus la otra, la realidad es que el origen mismo de los recursos marcó no pocas posturas políticas y el rumbo del gobierno. Partes de guerra como el enviado por Ciriaco del Llano al virrey, el 20 de enero de 1814, resultaron clave. En éste Del Llano relató cómo la acción militar de su batallón logró que el “cobarde Morelos” saliera un día antes de Puruarán “con una compañía acm, legajo 6, 31 de marzo de 1814. acm, legajo 6, 31 de marzo de 1814. Merino insistió en que diversas órdenes enviadas por Calleja a Valladolid no llegaban a sus manos, en tanto que las que recibía ya las había remitido, si bien aún no llegaban a sus destinos. Por eso asimismo espetó que no se había procedido a sacar a los representantes señalados, lo cual se haría sólo “si variasen las circunstancias, y […] reduciéndose a la obediencia las pobls. insurgentadas o dominadas por los enemigos y abriéndose las comunicaciones […] podrían hacerse las elecciones de los diputados a Cortes y de Provincia para el año venidero de 1815”. 31 acm, legajo 6, 5 de febrero de 1814. 32 Es probable que su inquietud respondiera a una reacción concertada con sus comandantes militares, quienes eran una y otra vez objeto de la crítica táctica por el intendente, en particular Ciriaco del Llano. Merino nunca aceptó la conducta poco solidaria e “imprudente” del brigadier durante la amenaza insurgente contra la ciudad de Valladolid, a principios de 1814. 33 acm, legajo 6, 5 de febrero de 1814. 29 30

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Cat. 22. José María Vallejo, virrey Francisco Javier Lizana y Beaumont, 1809, óleo sobre tela, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

de su guardia [aunque] no pudieron alcanzarlo las tropas de mi mando”;34 asimismo desglosó que la cantidad de armas, cañones, municiones, cartuchos, pólvora, granadas, cartuchos de bala rasa, metralla, balas de fusil, lanzafuegos, piedras de chispa y otros pertrechos bélicos decomisados a los insurgentes mostraban que la militar era “la línea correcta para enfrentar el movimiento armado”.35 El desglose y resalte de la valentía, disciplina y constancia de todos los mandos que Ciriaco del Llano y otros jefes militares incluían en sus reportes oficiales —aun cuando se enfrentaban a una realidad insurgente virulenta y terca—, les permitía sostener su protagonismo dentro del llamado Plan Calleja.36 Tres meses después del informe trienal requerido, Manuel Merino insistió al virrey sobre la imposibilidad de realizar elecciones para diputados a cortes y para la diputación provincial.37 Otra petición virreinal y su respectiva respuesta, ambas en tonos de reclamo y negativa, se repitieron en julio de 1814.38 ¿Las actitudes de Merino eran reales o se hallaban marcadas por el nerviosismo al carecer de mayor control y atri J.E. Hernández y Dávalos, “Parte de don Ciriaco del Llano con los documentos respectivos, de la acción en Puruarán, dada a las fuerzas de Morelos”, en Historia de la guerra de Independencia de México, México, unam, 2007. Batalla y derrota insurgente importante en Puruarán, ya que en ésta cayeron presos Mariano Matamoros —uno de los líderes fundamentales— y sacerdotes cercanos a Morelos, los cuales fallecieron. 35 Idem. 36 Idem. 37 acm, legajo 2, 20 de junio de 1814. 38 acm, legajo 2, 3 y 27 de julio de 1814. 34

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buciones? Es probable. Una prueba de que el intendente tenía razón —al menos en parte— sobre la peligrosidad de los caminos y la ocupación insurgente de una gran porción del territorio fue el hecho de que Calleja debió recurrir a la opinión e informes de clérigos para confirmar las descripciones que aquel reportaba desde Valladolid.39 ¿Qué podía esperarse entonces de zonas más aisladas o controladas por los insurgentes? Calleja parecía preguntarse por qué en Zamora no se había hecho la distribución del documento, mientras que sí se había procedido con otras tareas encomendadas, además de que era el paso obligado de los recursos enviados a Valladolid desde Guadalajara. Asimismo, en parte tenía razón. El virrey asentó en la carta que sus encargados habían constatado “con mucho desconsuelo de aquellos que desean entrar en el goce de los beneficios que dispensa el expresado código”, y subrayó: “espero que aprovechando vs las primeras oportunidades de comunicación que se presenten para dichos pueblos expida las órdenes correspondientes para que sin más demora la publicación de la Constitución se dé con arreglo a las instrucciones comunicadas”.40 Calleja reprochó a Merino que si él había informado que Zamora estaba libre, ¿por qué en esa jurisdicción no se había publicado la Constitución? Y aunque el intendente ya había explicado la situación de incomunicación y peligro en la mayoría de los caminos que comunicaban a Valladolid, no dudó en responder la incómoda revelación de Estrada y otros clérigos, indicando con ironía: “Así lo haré cuando se presente la oportunidad”.41 Fue justo esta última respuesta la que dio pie a uno más de los reclamos del virrey en cuanto a la urgencia —y sus insistentes solicitudes— de cuando menos nombrar al representante y al vocal para la diputación provincial, pues aunque la elección del diputado a cortes también era imperioso, debía salir entre alguien capaz de costearse el viaje a España. Para Calleja era muy importante contar con el primero, ya que “los representantes de otras provincias estaban en funciones”.42 En la carta de Calleja, fechada el 3 de julio de 1814, el tono hacia el intendente de Valladolid era de reclamo y enfado explícito. Sin embargo, pasaron 24 días para que de la intendencia saliera la contestación de Merino. Así, el 27 de julio éste respondió que la incomunicación era el factor de la tardanza y, en tono de cansancio, repitió que aún no se procedía al nombramiento y elección tal como lo había señalado ya en varios oficios previos.43 Acaso fue esa situación la que llevó al poder virreinal a tomar una decisión ejecutiva y fulminante, que en los hechos terminó pasando por encima del espíritu republicano que se alentaba en la Constitución de Cádiz. El 19 de julio, antes de que Calleja leyera con rabia la última respuesta de Merino, el virrey remitió un oficio en el que informaba sobre la instalación de la diputación provincial de Valladolid de Michoacán. El contenido del texto no podía ser más contundente, pues expresaba que ésta se instaló el 13 de julio, después de que la junta preparatoria superó los obstáculos que lo habían impedido, destacando que “lo par acm, legajo 5, 31 de mayo de 1814. El 31 de mayo el virrey escribió a Merino que, ciertamente, desde el 15 de enero de 1814, el rp Manuel Estrada, como presidente de la misión extraordinaria de esas provincias —al parecer como encargado especial para difundir la Constitución de Cádiz y verificar su publicación en la zona—, así como el cura titular y demás eclesiásticos de la provincia de Zamora, habían confirmado que en “ésta y en pueblos de Yurécuaro y La Piedad no se había publicado aún la constitución de la Monarquía Española”. 40 acm, legajo 5, 31 de mayo de 1814. 41 acm, legajo 5, 1 de julio de 1814. 42 acm, legajo 5, 1 de julio de 1814. 43 acm, legajo 2, 3 de julio de 1814. 39

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ticipo a Ud. para que en su inteligencia se entienda por mi conducto con el expresado Exmo. cuerpo en los asuntos que correspondan”, e instándolo a que “lo comunique a los Ayuntamientos, jueces, subdelegados, Corporaciones y demás a quienes toque en conocimiento”.44 El 6 de agosto Manuel Merino contestó de manera escueta que se daba por enterado de la instalación en la capital de la diputación provincial en su atribulada jurisdicción.45 La autoridad virreinal parecía dispuesta a hacer avanzar en Valladolid el liberalismo representativo con o sin condiciones, evidenciando en este caso que los acuerdos los tomaría al pasar por encima de la autoridad local legítima. Por eso, el 24 de julio, cinco días después de informar al intendente sobre la instalación de la diputación, Calleja dirigió otra orden asimismo vertical. Como en su momento se le había indicado a los intendentes fundadores respecto a cumplir la elaboración de censos para el gobierno, el virrey comunicó a Merino que aun cuando ya estaba prevenido “anticipadamente de la formación y remisión del censo y estadística de los partidos de esa Provincia [para] saber el vecindario de cada pueblo para la erección de Ayuntamientos”46 el intendente se había mantenido en la postura de argumentar la imposibilidad de ejecutar tal orden debido a la “actividad de los revolucionarios”.47 Calleja fue muy puntual en su solicitud, al señalar que tomó la decisión en “acuerdo de la Diputación Provincial”, y que deseaba que Merino remitiera a la “brevedad posible una noticia puntual de los Ayuntamientos que hay [y] que los nuevos se han establecido con conocimientos de haber en sus respectivos pueblos el vecindario de mil almas”.48 En su breve respuesta del 6 de agosto, Merino eligió de nuevo un tono escueto. Indicó que antes de la insurrección existían ayuntamientos en Pátzcuaro, Zamora, Zitácuaro y Valladolid, y ahora, con la “presente revolución”, se habían extinguido los cuatro y en ningún otro pueblo de la provincia se había podido establecer ayuntamiento alguno conforme a la Constitución Política de la Monarquía. Una vez más el intendente atribuyó esta dificultad a la continua incomunicación con Valladolid, la capital, y a la “dominación en que han estado por los rebeldes”.49 Éstas eran las mismas razones por las que había argumentado que no podía formar el censo ni las estadísticas de los partidos solicitados por el virrey. La falta de operación e instalación de los ayuntamientos en la intendencia, narrada carta tras carta por Merino, no implicó que desde el mando virreinal no se enviaran observaciones relevantes para mantener operativo el gobierno y el vínculo entre autoridad local y los representantes de los cabildos.50 El 7 de julio de 1814, el virrey comunicó a todos los intendentes su observación de que muchos ayuntamientos se estaban dirigiendo en forma directa a él, “separándose de lo prevenido en el art. 33 cap. 3º del Reglamento de 23 de julio de 1813”, dictado por las cortes, respecto al gobierno económico y político de las provincias. Calleja señaló que esto lo hacían sin reconocer el conducto de sus respectivos jefes políticos, los intendentes. En el caso de Michoacán, pidió a Merino hacer extensiva la circular “a todos los ayuntamientos de acm, 19 de julio de 1814. acm, 19 de julio de 1814. 46 acm, 24 de julio de 1814. 47 acm, 6 de agosto de 1814. 48 acm, 24 de julio de 1814. 49 acm, 6 de agosto de 1814. 50 acm, 7 y 8 de julio de 1814. 44 45

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Cat. 188. Reloj de bolsillo Breguet, finales del siglo xviii, caja de oro y esmalte con motivos florales, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

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Cat. 97. Br. José María Morelos, Foja de un libro de registro de entierros de San Antonio Urecho, mayo de 1799, tinta sobre papel, Archivo Histórico Casa de Morelos, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

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su jurisdicción”, a lo que el intendente respondió haberla entregado ya a los capitulares de Valladolid, pero que lo haría “a los demás cuando se abran las comunicaciones”.51 El 4 de octubre de 1814, cuando el virrey hizo pública en la Nueva España la orden real de mayo de ese mismo año, en la que se prevenía la suspensión del decreto del 23 de mayo de 1812 que autorizaba la instalación de ayuntamientos constitucionales, quedó claro que los desfases regionales en cuanto a la ejecución de las nuevas instituciones representativas no sólo eran temporales o de voluntad política. En la Nueva España, en jurisdicciones como Valladolid de Michoacán, la institucionalidad gaditana no parece haberse concretado más que en el papel, en una que otra orden que si bien llegó a los archivos oficiales, su ejecución quedó rebasada tanto por las contradicciones sociales como por los cálculos políticos resueltos entre el intendente y los grupos económicos y políticos que lo arropaban. Merino contestó el comunicado virreinal de principios de octubre aclarando que “ningún ayuntamiento se logró establecer en esta provincia en virtud de las disposiciones de las Cortes extinguidas [y] no se comunicaron a la población por la incomunicación padecida como mencioné en anteriores ocasiones”.52 A principios de julio de 1814, el intendente había informado a Calleja estar enterado de la libertad recuperada por el rey Fernando VII y de cómo éste logró ingresar por Cataluña para ocupar el trono real. En ese mismo tono escribió sobre la alegría y el gozo sentidos en Valladolid ante semejante hecho y de su inmediata disposición para convocar a celebrar, con la debida solemnidad y fiestas, tan importante suceso para la monarquía. Así, dispuso tres días de iluminación nocturna con manifestaciones de júbilo por el avance del monarca.53 Poco después describió que, a pesar de la circunstancia de guerra y las nuevas amenazas de los rebeldes insurgentes, los ciudadanos de Valladolid celebraban el regreso de Fernando VII “al trono de sus mayores”.54 COMENTARIO FINAL

La crisis política causada por el movimiento insurgente entre la sociedad novohispana evidenció cómo las autoridades coloniales terminaron enfrascadas en disputas de mando y gobierno. Momentos como los vividos en los primeros cuatro años de la lucha armada no sólo dieron paso a la expresión de fisuras importantes en el aparato legal que sustentaba la tarea del gobierno civil y militar, confrontándolos, sino también a profundos desacuerdos entre el virrey, la Real Audiencia y sus ministros inmediatos, los intendentes. Similar confusión y conflicto acarreó la publicación de la Constitución de Cádiz, la cual sólo se calmó de manera temporal. Aunque la derrota de insurgentes como Morelos no tardó en llegar, en el plano de las ideas o de la lucha por una nueva patria los sentimientos para construir una forma de representación más amplia corroyeron el autoritarismo borbónico en forma progresiva. No obstante, transcurrirían siete años más para que el gobierno colonial y el sistema de intendencias cedieran ante la lucha independentista, y para que el Antiguo Régimen llegara a su fin.

PP. 220-221: Lám. 32. Mural Retablo de la Independencia de Juan O’Gorman, 1960-1961, fresco, detalle, Castillo de Chapultepec.

acm, 7 y 8 de julio de 1814. acm, legajo 3, 4 y 11 de octubre de 1814. 53 acm, legajo 2, 25 de junio de 1814. 54 acm, legajo 3, 6 de julio de 1814. 51 52

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La figura cívica de José María Morelos Ramón Alonso Pérez Escutia Facultad de Historia, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo

LA INSTITUCIONALIZACIÓN DE LOS HÉROES

E

n el panteón cívico nacional, el generalísimo José María Morelos y Pavón figura entre los cinco personajes históricos más conocidos y que ostentan por méritos indiscutidos el rango de héroes. La ahora omnipresente figura del Siervo de la Nación se ha labrado en el transcurso de los dos últimos siglos, y las acciones en ese sentido han ido desde el sistemático y temprano panegirismo de Carlos María de Bustamante hasta las recientes conmemoraciones por el bicentenario del inicio de la Guerra de Independencia, a los que en este 2015 se suman, para su caso específico, las celebraciones por el cuarto de milenio de su llegada al mundo y las dos centurias de su muy sentido deceso. El complejo proceso de “heroización” que se configuró en el marco de la transición entre el Antiguo Régimen y la modernidad, para el caso del mundo hispánico, al parecer tiene en parte sus orígenes en la tradición desarrollada por la Iglesia Católica a lo largo de los siglos cuando promovió el culto a las reliquias de los santos, el cual se convirtió en un medio de intercesión con lo divino.1 Desde una perspectiva historiográfica, la visión creada y difundida por el británico Thomas Carlyle hacia finales del siglo xix ha perdurado en el tiempo, en particular la tesis de que el héroe era una necesidad. Sin el individuo brillante, sin el genio militar y político, sin el líder intrépido, noble y visionario, ninguna causa cundiría.2 En el proceso de construcción institucional de la nación, la imagen del héroe que se sacrifica en aras del pueblo responde a una necesidad fundamental, que es la de dar cohesión a un grupo social determinado, ya sea una aldea, una etnia o un país.3

Cat. 52. Juan O´Gorman, Dibujo de José María Morelos, siglo xx, carbón sobre papel, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

María del Carmen Vázquez Mantecón, “Las reliquias y sus héroes”, Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, México, vol. 30, julio-diciembre de 2005, pp. 47-48. 2 Apud Will Fowler, “Antonio López de Santa Anna: ‘El hombre visible por excelencia’, (México, 1821-1855)”, en Manuel Chust y Víctor Mínguez (eds.), La construcción del héroe en España y México (1789-1847), Valencia, Universitat de Valencia/El Colegio de Michoacán/Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa/ Universidad Veracruzana, 2003, pp. 19-22. 3 Enrique Plasencia de la Parra, “Conmemoración de la hazaña épica de los Niños Héroes: su origen, desarrollo y simbolismo”, Historia Mexicana, vol. XLV, núm. 178, México, octubre-diciembre de 1995, pp. 241-242. 1

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Con base en la tesis sobre el conflicto identitario como uno de los componentes de los conflictos políticos de la modernidad, Pérez Vejo sugiere que las dos tendencias fundamentales en la creación del panteón cívico mexicano se sustentaron en las visiones encontradas de los liberales y conservadores en torno a la construcción de la nación. En el caso de los primeros, respecto a “qué somos” sostenían que México nada debía a España, por lo que era preciso edificar e incluso construirse a sí mismos como una nueva sociedad, creada por completo ex novo, con instituciones, usos y costumbres que renegaban de manera explícita del pasado hispano. En cuanto a los conservadores, éstos percibían que el país independiente, hijo de España, debía preservar los usos, instituciones y costumbres de ésta, que eran los que definían su ser nacional, la parte más íntima del mismo.4 Por su parte, Garrido Asperó ubica la configuración de las corrientes promotoras de la heroización en México en la disputa protagonizada en los inicios de la vida independiente entre las coaliciones políticas, una de las cuales sustentaba el proyecto político-ideológico de monarquía liberal y la otra, el de república federal.5 Así las cosas, las primeras acciones en torno a la conformación del panteón cívico nacional para honrar la memoria de los héroes que tomaron parte en la gesta insurgente fueron asumidas por las autoridades que se sucedieron una vez consumada la Independencia. Las ideas en este sentido se maduraron en el transcurso del imperio de Iturbide, pero sólo se dieron pasos en firme en el contexto de la caída del vallisoletano. El primero de marzo de 1822, una comisión especial del Primer Congreso General Constituyente propuso la exhumación de los restos de Hidalgo, Allende, Morelos, Matamoros, los miembros de la familia Bravo, Aldama, Mina y O’Donojú para colocarlos en pequeñas arcas, las cuales se depositarían en el catafalco de la Catedral de la ciudad de México.6 Las labores en este sentido prosiguieron una vez superada la parte medular de la crisis política suscitada por el derrumbe del régimen iturbidista. El punto de referencia fue el decreto del 19 de julio de 1823, mediante el cual se llevaría a cabo la reivindicación de los precursores de la Independencia. Así, personajes como Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, Juan Aldama, Mariano Abasolo, José María Morelos, Mariano Matamoros, Leonardo y Miguel Bravo, Hermenegildo Galeana, José Mariano Jiménez, Francisco Javier Mina, Pedro Moreno y Víctor Rosales —en ese orden— recibirían el “desagravio de sus cenizas” en una solemne ceremonia programada para el 16 de septiembre de ese año, en ocasión del decimotercer aniversario del inicio del movimiento insurgente. Con ese propósito se procedería de inmediato a la localización y exhumación de sus restos para trasladarlos a la ciudad de México, donde, tras las exequias en cuestión, al día siguiente serían reinhumados en la Catedral metropolitana, tal como se proyectaba desde tiempo atrás. En el mismo decreto se dispuso la construcción de monumentos en los sitios precisos donde ocurrieron los fusilamientos de estos héroes.7 Tomás Pérez Vejo, “Hidalgo contra Iturbide: la polémica sobre el significado de la Guerra de Independencia en el México anterior a la República Restaurada”, en Moisés Guzmán Pérez (coord.), Guerra e imaginarios políticos en la época de las independencias, Morelia, Instituto de Investigaciones Históricas-Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 2007, pp. 194-219. 5 María José Garrido Asperó, “Cada quien su héroes”, Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, México, vol. 22, 2001, pp. 6-7. 6 Álvaro Vázquez Mantecón, “Las reliquias y sus héroes”, Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, México, vol. 30, pp. 49-51. 7 Ibidem, pp. 50-65. 4

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LA HISTORIOGRAFÍA Y EL DISCURSO CÍVICO

Las obras de historia escritas y difundidas desde los albores del México independiente se constituyeron en la principal instancia para difundir las biografías o cuando menos lo relevante de las trayectorias de los personajes que las élites políticas del país decidieron elevar al rango de héroes. En eso radica la importancia de estas herramientas intelectuales como instancias socializadoras de las decisiones de heroización, las cuales suscitaron, en sus respectivos momentos, diversas reacciones entre la opinión pública y que a final de cuentas mucho contribuyeron para el moldeado del panteón cívico nacional. Desde el tiempo previo a que se formalizara esta construcción cultural, la figura del generalísimo José María Morelos y Pavón ya había sido colocada en un lugar privilegiado en los altares patrios por quien sin duda alguna, a lo largo de casi dos siglos, se ha mantenido como su principal panegirista: Carlos María de Bustamante. La percepción generada por este personaje —virtud y vicio simultáneos— ha ganado ascendiente por el hecho de que conoció y convivió con el Siervo de la Nación en los momentos más relevantes de su trayectoria como insurgente y constructor de instituciones. Apenas consumada la Independencia, el abogado oaxaqueño escribió y publicó, en 1822, un texto con el muy ilustrativo título Elogio histórico del general don José María Morelos y Pavón, en el que justifica y exalta la actuación del vallisoletano, al que colocó como la figura central del movimiento emancipador, enfatizando los momentos de mayor trascendencia de su quehacer como jefe militar y promotor de las primeras instituciones políticas nacionales, entre éstas el Congreso de Chilpancingo, que

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Cat. 191. Cadena para reloj con remate, siglo xviii, metal dorado con dije de metal troquelado y piedra azul, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

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Cat. 41. Pascual Alamán, Lucas Alamán y Escalada, 1861, óleo sobre tela, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

a su vez promulgó el Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mexicana.8 La labor en este sentido la continuaría Bustamante en el célebre Cuadro histórico y otras obras menos conocidas.9 La imagen generada por Bustamante se retomó en el tiempo subsecuente por parte de otros autores de libros alusivos a la historia de México, en los que se incluyó ya el para entonces reciente episodio de la Guerra de Independencia. Entre 1831 y 1832 Lorenzo de Zavala publicó su Ensayo histórico de las revoluciones de México, en el cual se refiere en términos sumamente elogiosos a la figura de Morelos. El yucateco no dejó de evidenciar su desconocimiento de la trayectoria previa del héroe, pues lo consideraba como “indígena”, si bien en una nota a pie aclaró que tampoco fue español, sino de “raza mezclada”. Aseguraba que “se distinguió por su valor, su serenidad en los combates, su constancia en las empresas y, más que todo, por su patriotismo puro y desinteresado que lo hacían tan respetable como temible”. Otra percepción Carlos María de Bustamante, Elogio histórico del general don José María Morelos y Pavón, México, José María Ramos Palomera, 1822. 9 Carlos María de Bustamante, Cuadro histórico de la revolución mexicana (ed. facsimilar), México, Instituto Cultural Helénico/Fondo de Cultura Económica, 1985 [1843-1844]. 8

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errónea de Zavala fue la aseveración de que Morelos, “sin ninguna instrucción, debió a la nobleza natural de sus sentimientos, a la energía de su espíritu, a una alma verdaderamente grande las virtudes cívicas y brillantes cualidades que lo distinguían.10 En la síntesis que realizó en esa obra sobre el protagonismo de Morelos en la lucha emancipadora, Zavala enfatizó en el episodio del sitio de Cuautla, tras cuyo rompimiento “la fama el héroe se llevó entonces hasta las estrellas; un entusiasmo general ocupaba a los espíritus de los criollos. En México mismo se cantaban los elogios del campeón nacional y su nombre era señal de triunfo”. Lo elevó así al rango de factótum del movimiento, por lo que, “con la pérdida del general Morelos, el desaliento fue general entre los patriotas. Se introdujo la discordia y ninguno obedecía a otro. Todos querían mandar; no había plan de operaciones, ni unidad, ni orden”.11 El controvertido Lucas Alamán, en su Historia de Méjico editada entre 1849 y 1850, cuando aún se mantenía fresco el trauma suscitado por la guerra contra Estados Unidos y arreciaba el debate discursivo entre liberales y conservadores, se refirió a Morelos en términos demasiado comedidos. Antes de abordar la parte más relevante de su protagonismo en la Guerra de Independencia, el guanajuatense advirtió que sus principales fuentes de información fueron los documentos de los procesos que le siguieron las autoridades virreinales, la Iglesia y la Inquisición antes de ser asesinado. Alamán lo calificó como “el hombre más notable que hubo entre los insurgentes”, y ratificó esta apreciación al hablar de su fusilamiento, pues “el hombre más extraordinario que había producido la revolución de Nueva España cayó atravesado por la espalda de cuatro balas”.12 La percepción generada de manera sucesiva por Bustamante y Alamán fue retomada sin mayores modificaciones por autores posteriores, al margen de su posicionamiento político e ideológico. Fue el caso del conservador Arrangoiz, quien refirió que “el temor que Morelos inspiraba aun después de sus derrotas y la nombradía que había ganado, lo prueba la impresión que su prisión causó, el ansia curiosa de verlo y conocerlo, y la importancia que el Gobierno dio a todos los incidentes de su proceso”.13 La imagen positiva de Morelos quedó socializada con mucha mayor amplitud por los historiadores liberales encabezados por Vicente Riva Palacio en la monumental obra México a través de los siglos, donde al relatar su incorporación a la lucha insurgente se le calificó como “nuevo campeón de la independencia”. En la valoración de conjunto sobre su actuación, se consignaba que como caudillo Morelos ocupa un lugar prominente entre los mexicanos que lucharon y murieron por la independencia de su patria. Sin elementos de ningún género cuando comenzó sus campañas supo poseerlos tomándolos del enemigo; ninguno como él entre los hombres de la Independencia de México, desplegó tanta actividad y tantos recursos que sólo al ingenio es dable improvisar y nadie como él también paseó sus armas triunfantes en la mayor extensión del territorio nacional.14 Lorenzo de Zavala, Ensayo histórico de las revoluciones de México, desde 1808 hasta 1830, 3a ed., Alfonso Toro (estudio biográfico y notas), México, Oficina Impresora de Hacienda, t. I, 1918, pp. 38-39. 11 Idem. 12 Lucas Alamán, Historia de Méjico, México, Jus (Grandes Autores Mexicanos), t. II, 1942, pp. 293-294. 13 Francisco de Paula y Arrangoiz, México desde 1808 hasta 1867, Martín Quirate (pról.), México, Porrúa, 1999, p. 152. 14 Julio Zárate, “La Guerra de Independencia”, en Resumen integral de México a través de los siglos, Vicente Riva Pala­ cio (dir.), Florentino M. Torner (resumen), México, Compañía General de Ediciones, t. III, 1953, pp. 115, 315. 10

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Lám. 33. Portada del tomo tercero de México a través de los siglos, la obra monumental sobre historia mexicana que coordinó Vicente Riva Palacio, descendiente de Vicente Guerrero, en la cual se dieron a conocer una gran cantidad de datos y documentos sobre la guerra de Independencia.

Desde su postura positivista, en los albores del siglo xx, el maestro Justo Sierra Méndez sintetizó la percepción de Morelos como el héroe carismático, omnipresente, visionario, audaz, solidario, imprescindible y dispuesto al sacrificio personal por el bienestar de su patria. Así las cosas, Morelos se propuso escoltar y defender a los diputados, sus compañeros. Atacados por los realistas, los diputados lograron ponerse a salvo, gracias al sacrificio de su heroico defensor, que fue capturado, conducido a México, degradado por la Iglesia y sacrificado por Calleja; esto era fatal. En Morelos era preciso ejecutar a la insurgencia en su encarnación más enérgica, más implacable, más bravía, más dueña de sí misma, más grande. Con Morelos concluyó el año de 1815 y comenzó la disgregación de la nación insurgente.15

En nuestro tiempo, historiadores profesionales, sobre todo los especialistas en el tema de Morelos, han configurado percepciones y discursos más académicos y ecuánimes, fruto de largos y profundos esfuerzos de investigación e interpretación documental en torno a la figura del héroe, como son los casos de Ernesto Lemoine y Carlos Herrejón Peredo. Para el primero, Morelos fue el gran articulador de la insurgencia

Justo Sierra, Evolución política del pueblo mexicano, 2a ed., México, La Casa de España en México, 1940, p. 174.

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Lám. 34. El libro rojo de Vicente Riva Palacio y Manuel Payno contiene algunas de las mejores ilustraciones sobre personajes y pasajes de la lucha independentista que se han producido.

mexicana; con sus aciertos y errores, el firme constructor de las primeras instituciones nacionales. Lemoine sintetiza su idea del ser y hacer del Siervo de la Nación con la siguiente tesis: la revolución tumultuaria y disparada en todas direcciones de 1810, es encauzada y más o menos controlada (dirigida) por Morelos; el sucesor idóneo de Hidalgo. Y en Chilpancingo y Apatzingán la dota de sus esencias doctrinarias y sociopolíticas —las más avanzadas que se podían en la época— para alzar, sobre esas firmes bases, la estructura de la nueva nación por la que luchaba la insurgencia. Pero el andamiaje se derrumbó con estrépito y el constructor pereció entre los escombros.16

Por su parte, Herrejón Peredo, además de una profunda y ácida crítica hacia las corrientes historiográficas, que él presume que han distorsionado y magnificado la figura del héroe, propone una apreciación de conjunto en el caso específico de Morelos, con el uso de las evidencias de todo género y exhortando a diluir el mito que en torno de él ha creado el imaginario popular, soslayando su trayectoria real. Por lo tanto:

Ernesto Lemoine, Morelos y la revolución de 1810, 2a ed., México, Gobierno del Estado de Michoacán, 1984, p. 11.

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Lám. 35. Álbum de José María Morelos y Pavón que editó el Gobierno del estado de Michoacán en el siglo xix, para conmemorar el nacimiento de Morelos (1765).

es un héroe al que rindo veneración, sin tener que recurrir a los otros medios de glorificación mitificante. Conviene asumir la categoría heroica en los casos concretos con madurez y la suficiente racionalidad que nos permita distinguir entre lo histórico y sus deformaciones o silencios, bien que reconozcamos la tendencia popular, fomentada o creada oficialmente, a tener héroes precisamente más allá de la realidad y de las comprobaciones científicas.17

En otra dinámica de hechos, durante las primeras décadas posteriores a la consumación de la Independencia, y a raíz de la institucionalización de las conmemoraciones cívicas anuales del 15 al 17 de septiembre, el espacio discursivo fue acaparado por las figuras de Hidalgo, Allende y, en ciertas ocasiones, de Iturbide. Fueron contados los momentos en que se trajo a colación a Morelos como figura de primer rango.18 La situación comenzó a cambiar de manera gradual en la víspera del desarrollo de la guerra contra Estados Unidos. Por ejemplo, en 1842, en ocasión de la clausura de los cursos del Seminario Tridentino de Morelia, Mariano Rivas, rector y orador del evento, expresó la expectativa de que la institución continuara con su desarrollo sostenido, ya que “cuenta entre sus hijos a Iturbide, Morelos y otros muchos varones insignes en las letras y en las armas y en un rico plantel que producirá copiosos frutos a la Iglesia y al Estado”.19 En el contexto de la polémica de cobertura nacional sobre la posible instauración de la monarquía auspiciada por el gobierno de Mariano Paredes y Arrillaga, los publicistas de El Tiempo aseguraron que “los padres de la patria, Hidalgo, Morelos e Iturbide, habían peleado en la búsqueda de la Independencia y de una monarquía para el país”.20 Morelos comenzó a ser traído a colación en los discursos cívicos, con una mayor precisión, por las facciones político-ideológicas actuantes en los primeros años de la segunda mitad del siglo xix. Epitacio Huerta, gobernador michoacano de filiación liberal, en uso de sus facultades extraordinarias en el marco de la Guerra de Reforma, Carlos Herrejón Peredo, “La imagen heroica de Morelos”, en M. Chust y V. Mínguez, op. cit., p. 252. Enrique Plasencia de la Parra, Independencia y nacionalismo a la luz del discurso conmemorativo (1825-1867), México, Conaculta, 1992, pp.17-47. 19 La Voz de Michoacán, Morelia, t. I, núm. 45, 31 de julio de 1842, p. 3. 20 Apud Miguel Soto, La conspiración monárquica en México, 1845-1846, México, Offset, 1988, p. 114. 17 18

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Láms. 36 y 37. Páginas interiores de El álbum de José María Morelos y Pavón.

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Cat. 89. Jorge Cázares Campos, Pistola del General José María Morelos y Pavón, estudio, 1982, grafito sobre papel, colección particular.

otorgó en febrero de 1859 al pueblo de Apatzingán el rango de “Villa de la Constitución”, por haberse promulgado allí el Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mexicana, lo cual se asoció de inmediato con la figura de Morelos. 21 Mientras tanto, en la ciudad de México, durante las celebraciones patrias de septiembre de ese año, el publicista Joaquín Arróniz no tuvo empacho en asegurar, con el propósito de defender al clero y al ejército, que la Independencia la habían hecho sacerdotes como Hidalgo, Morelos, Matamoros y Balleza, además de militares entre los que destacó los casos de Allende, Aldama, Abasolo, Bravo, Santa Anna e Iturbide.22 No fue hasta el porfiriato cuando la figura de Morelos, al menos en su natal Michoacán, ascendió a un primer plano. En 1883, motivado por el médico y prefecto José María de la Fuente —autor años después del Hidalgo íntimo—, el vecindario de Apatzingán gestionó con éxito ante la administración del gobernador Pudenciano Dorantes la ratificación del rango de “Villa de la Constitución” para esa población y la conmemoración oficial anual del 22 de octubre como el día del aniversario del Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mexicana. Los actos, que se desarrollan a lo largo de una semana, aún se llevan a cabo en ese lugar en su parte medular, e invariablemente los oradores en turno aluden a Morelos como el principal promotor y autor de esa carta magna, soslayando sin el mínimo rubor la labor de conjunto del Congreso de Chilpancingo.23 La capital michoacana no se quedó atrás: en 1884 el propio gobernador Dorantes emitió el decreto con el que se instituyó la conmemoración oficial del 30 de septiembre con motivo del natalicio del generalísimo Morelos. Durante mucho tiempo las celebraciones se concretaron a Morelia, con la colocación de la bandera nacional a toda asta en los principales edificios públicos y particulares. Antes de concluir el Ramón Alonso Pérez Escutia, “Los imaginarios sociales alrededor de la Constitución de Apatzingán en los siglos xix y xx”, en Moisés Guzmán Pérez y Gerardo Sánchez Díaz (eds.), La Constitución de Apatzingán. Historia y legado, Morelia, Instituto de Investigaciones Históricas-Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo/H. Congreso del Estado de Michoacán de Ocampo-LXXII Legislatura/Archivo General de la Nación, 2014, pp. 472-473. 22 E. Plasencia de la Parra, Independencia …, p. 104. 23 R.A. Pérez Escutia, op. cit., pp. 474-478. 21

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siglo xix se hicieron extensivas a otras poblaciones donde se registró la presencia física de Morelos antes de su etapa insurgente, como Uruapan, Churumuco, Carácuaro y Nocupétaro. Desde entonces las piezas oratorias en su honor se efectuaban en sitios emblemáticos, como el que ahora se conoce como Casa Natal de Morelos y Casa Sitio de Morelos, elevadas al rango de monumentos nacionales en 1933 y 1965, respectivamente. A partir de 1913 se incorporó a este ritual el espacio en torno a la monumental estatua ecuestre erigida en los tiempos del régimen mercadista. El magno desfile que se desarrolla ahora sobre la avenida Madero se instituyó en 1939 a instancias del general y ex gobernador Francisco José Múgica. Los ejes medulares del discurso morelista siguen siendo su procedencia de la “cultura del esfuerzo”, su desempeño como párroco rural, haber sido el mejor discípulo de Hidalgo, sus proezas militares como las de Cuautla, Acapulco y Oaxaca, así como su presunta autoría de la Constitución de Apatzingán.24 LA TOPONIMIA, LA ONOMÁSTICA Y OTROS

Contra la idea de que la toponimia morelista se inauguró con la acuñación del concepto de “Morelia” y de que éste se aplicó primero en la antigua Valladolid de Michoacán, en el verano de 1828, para honrar y perpetuar la memoria del Siervo de la Nación, evidencias documentales localizadas en fechas recientes establecen que desde la perspectiva cronológica no sucedió así. En efecto, en noviembre de 1823 el Supremo Poder Legislativo decretó que el antiguo poblado de Antón Lizardo, Veracruz, en proceso de reconstrucción tras los estragos de la Guerra de Independencia, llevaría en lo sucesivo la denominación de “Morelia”. Al parecer el autor de la iniciativa fue el célebre polígrafo Pablo de la Llave, quien a la sazón se desempeñaba como ministro de Relaciones Exteriores. Por razones que no vienen al caso aquí, esa disposición gubernamental no prosperó y la localidad conserva hasta hoy su denominación original.25 No obstante su papel relevante en el movimiento de emancipación, en los años posteriores Morelos hizo bueno el adagio de “no ser profeta en su tierra”. En efecto, cuando las élites políticas y sociales de Michoacán emprendieron las tareas para crear el panteón cívico local como elemento identitario en el concierto de los incipientes Estados Unidos Mexicanos, en absoluto tomaron en cuenta al héroe de Cuautla y promotor del Congreso de Chilpancingo por el que tanto se desvivía Bustamante. Los primeros prospectos fueron —en este orden— el antiguo conspirador José María García de Obeso y el audaz guerrillero Manuel Villalongín, mientras que al cura Mariano Matamoros se le escamoteó el monumento que el Supremo Poder Ejecutivo había dispuesto erigirle en el sitio preciso de su fusilamiento.26 Idem. Archivo Histórico del Congreso del Estado de Michoacán de Ocampo (ahcemo), c. 23, exp. 12, decretos del periodo 1937-1940. 25 R.A. Pérez Escutia, “La primera Morelia no fue la de Michoacán”, Letra Franca. Cultura, Filosofía, Política, Sociedad, Morelia, año I, vol. I, núm. 2, mayo de 2012, pp. 35-36. La palabra “Morelia” no era del todo nueva, pues con anterioridad Pablo de la Llave y Juan José Martínez de Lejarza habían acuñado el vocablo “Morelosia” en honor a Morelos para redenominar a una planta conocida como “huanita” y cuyo nombre científico es el de Phentandria monogynia. Cfr. Xavier Tavera Alfaro, Juan José Martínez de Lejarza. Un estudio de luz y sombra, México, inah (Científica, Historia, 77), 1979, p. 55. 26 R.A. Pérez Escutia, “Los orígenes del panteón cívico michoacano, 1823-1824”, Tzintzun. Revista de Estudios Históricos, núm. 55, enero-junio de 2013, pp. 88-95. 24

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La trayectoria histórica del Siervo de la Nación no se invocó en firme hasta septiembre de 1826, cuando, en el marco de las novedosas celebraciones patrias, el diputado José Joaquín Domínguez presentó la segunda propuesta de cambiar el nombre de Valladolid —dispuesto por los españoles— por el de “Ciudad Morelos” meses antes de que se configurara el ambiente antihispánico auspiciado por el federalismo radical. Sin embargo, el proyecto no prosperó.27 La figura de Morelos fue traída de nueva cuenta a colación en la coyuntura de las conmemoraciones cívicas patrias de septiembre de 1828, cuya junta patriótica fue presidida por el general José María Lobato, quien llegó a Michoacán para desempeñarse como comandante militar del estado. Durante la sesión del 23 de agosto de la II Legislatura local constitucional, los legisladores Villavicencio, Velasco, Madero y Chávez, haciendo eco del ambiente hispanófobo vigente —del que el general Lobato era uno de sus máximo exponentes—, argumentaron la necesidad de diluir buena parte de la toponimia que desde la época de la conquista se había impuesto en el ahora territorio nacional para implementar una nueva que reivindicara nuestra libertad. Así, en la sesión del 12 de septiembre se aprobó por unanimidad la denominación de Morelia “en honor de su digno hijo benemérito de la patria, C. José María Morelos”.28 El territorio nacional entró así en un proceso sostenido de poblamiento de topónimos morelistas, como una expresión más de la cultura cívica en el tiempo posterior a la guerra de Intervención Francesa, considerada con frecuencia en el discurso del liberalismo triunfante como la “Segunda Independencia”. Al finalizar ese conflicto, un grupo de militares liberales encabezado por Francisco Leyva y Rosario Aragón se movilizó para requerir a los poderes de la Unión la creación de una nueva entidad federativa en el territorio que durante esa confrontación fue el distrito militar con sede en Cuernavaca.29 Por lo tanto, con fecha del 17 de abril de 1869, el Congreso de la Unión erigió formalmente el estado de Morelos, denominación impuesta para perpetuar la memoria del Siervo de la Nación con base en la emblemática ciudad de Cuautla, don­de éste libró el que se considera el episodio más brillante de su trayectoria castrense.30 Desde entonces y hasta nuestros días la toponimia de la geografía nacional se ha poblado con el primer apellido y en raras ocasiones con el nombre completo del Siervo de la Nación. Existen 16 municipalidades en trece estados de la República que de una u otra forma ostentan esa denominación oficial. En Coahuila hay una demarcación denominada Morelos. Chihuahua cuenta con dos: Gran Morelos y Morelos. En el Distrito Federal se ubica la delegación Cuajimalpa de Morelos. Jalisco incluye en su territorio la municipalidad de Tepatitlán de Morelos. En el Estado de México se encuentran las jurisdicciones de Morelos y Ecatepec de Morelos. Michoacán, la tierra Al parecer, en algún momento entre enero de 1823 y marzo de 1824, Juan José Martínez de Lejarza hizo una primera propuesta a la diputación provincial para efectuar el cambio del nombre de Valladolid por otro más acorde con los tiempos independentistas que corrían. Cfr. ahcemo, II Legislatura, 1827-1829, actas de sesiones públicas, c. 3, exp. 1, varias actas de los meses de agosto y septiembre de 1828. 28 Xavier Tavera Alfaro (nota introd.), El nombre de Morelia. Documentos, Morelia, H. Congreso del Estado de Michoacán, 1978. 29 “Morelos, estado de”, en José Rogelio Álvarez (dir.), Enciclopedia de México, México, Enciclopedia de México/sep, t. X, 1983, pp. 5598-5599. 30 Al respecto, cabe destacar el hecho de que apenas el 15 de enero de ese año se había constituido otra entidad con la denominación de Hidalgo, por lo que con la creación de la de Morelos se rendía culto en la geografía nacional a las dos principales figuras del movimiento independentista. Cfr. Felipe Tena Ramírez, Leyes fundamentales de México, 1808-2005, 24a ed., México, Porrúa, 2005, p. 697. 27

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Cat. 47. Anónimo, Agustín de Iturbide en traje militar, 1865, óleo sobre tela, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

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Cat. 38. Anónimo, Junta Patriótica de 1858. A la memoria del Exmo. Sr. Gral. D. José María Morelos y Pavón, 1858, óleo sobre tela, Museo Casa de Morelos, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

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Cat. 106, Don Miguel Hidalgo y Costilla, Decreto, 1810, impreso sobre papel, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

del prócer, incluye en su demarcación político-administrativa la municipalidad de Morelos, así como las cabeceras de Carácuaro de Morelos, Churumuco de Morelos, Nocupétaro de Morelos, Sahuayo de Morelos y Villa Morelos.31 La nómina se complementa con Montemorelos, Nuevo León. A su vez, Ocotitlán de Morelos y Totontepec Villa de Morelos forman parte de Oaxaca, mientras que en Puebla existe Cañada de Morelos. En la joven entidad federativa de Quintana Roo se ubica la municipalidad de José María Morelos. En Tamaulipas nos encontramos con las de Antiguo Morelos y Nuevo Morelos. En la minúscula Tlaxcala se registra Mazatecochco de José María Morelos. La lista se cierra con el municipio de Morelos, Zacatecas.32 Además, en el municipio de Benito Juárez, Quintana Roo, se localiza Puerto Morelos, la única terminal marítima que inmortaliza al Siervo de la Nación. No se omite mencionar aquí que son incontables los ejidos, comunidades, colonias, calles, alamedas, plazas y paseos públicos que ostentan ese nombre a lo largo y ancho del país. LA ESTATUARIA, LA ICONOGRAFÍA Y LAS CASAS DE MORELOS

Debido a las circunstancias políticas y sociales que se sucedieron con el tiempo, no se cumplimentó el punto del decreto del 19 de julio de 1823 del Supremo Poder Ejecutivo, alusivo a la construcción de monumentos en honor a los primeros héroes en los sitios precisos donde ocurrieron sus decesos. Morelos no fue la excepción, pues En línea <www.municipios.com.mx>. Idem.

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las autoridades mexiquenses, el ayuntamiento y el vecindario de San Cristóbal Ecatepec sólo procedieron a esto en 1864, cuando se instituyó el imperio de Maximiliano. Mientras tanto, en junio de 1842, en el marco de las actividades de remozamiento de algunos espacios públicos del centro de su natal Valladolid-Morelia —impulsadas por el gobernador militar Pánfilo Galindo—, se consideró en términos muy ambiguos la posibilidad de erigir un monumento a Morelos, proyecto que se encomendaría al arquitecto José María Llerena. Este propósito suscitó expresiones públicas encontradas, pues hubo quienes consideraron que la obra debía erigirse, de manera preferente, en memoria de Iturbide como consumador de la Independencia —entre ellos los redactores de La Voz de Michoacán.33 De manera paradójica, los monumentos conmemorativos en honor a don José María Morelos y Pavón se comenzaron a levantar durante el gobierno de Maximiliano de Habsburgo, quien al conocer la trayectoria histórica del personaje generó una predilección especial por él. Así, en 1865, en ocasión del primer centenario del natalicio del prócer, se edificó en la antigua plaza de Guardiola en la ciudad de México un pedestal rematado con una estatua con la figura del héroe, encargada al prestigioso escultor Antonio Piatti. Además se colocó una lápida con la siguiente leyenda: “al ínclito morelos quien dejó el altar para combatir, vencer y morir por la libertad de su patria. maximiliano emperador, 1865”. Por diversos azares y circunstancias, ese primer monumento fue a parar al populoso barrio de Tepito.34 Es probable que el primer monumento a Morelos en su natal Morelia date de la época de la República Restaurada.35 Lo cierto es que, en 1887, por iniciativa del general de origen oaxaqueño Mariano Jiménez Figueroa, gobernador de Michoacán, se construyó un segundo monumento en la propia Plaza de los Mártires, consistente en un pedestal y una escultura en bronce dedicada al “Morelos legislador”, quien porta en las manos un libro y un pliego que representan la Constitución de Apatzingán.36 En tiempos del gobernador Aristeo Mercado, alrededor de 1903, se gestó un proyecto sumamente ambicioso que consistía en un conjunto escultórico digno de la imagen y grandeza cívica alcanzada para entonces por el Siervo de la Nación. A través de una perseverante suscripción popular, en la que incluso cooperó el arzobispo Atenógenes Silva, se reunieron los cuantiosos recursos económicos que se necesitaban. Por diversas circunstancias la propuesta seleccionada fue la del artista italiano José Inghilleri, cuya realización se prolongó durante poco más de una década, de modo que no estuvo listo para las magnas conmemoraciones en Morelia por el centenario de la Independencia. El 2 de mayo de 1913 se inauguró en la ahora explanada More La Voz de Michoacán, Morelia, t. I, núm. 31, 12 de junio de 1842, p. 2. Carlos Martínez Assad, La patria en el paseo de la Reforma, México, unam/fce, 2005, pp. 29-31. 35 Existe una litografía reproducida en la obra de Xavier Tavera sobre Lejarza donde se observa ese primer monumento, ubicado en el centro de la Plaza de los Mártires de Morelia. Éste consiste en una columna de estilo jónico de aproximadamente cuatro metros, rematada con una imagen de bulto de Morelos (cfr. X. Tavera Alfaro, Juan José Martínez de Lejarza…, p. 34). El homenaje epigráfico para el “héroe de Cuautla” fue más tardío que en el caso de Matamoros. Apenas en la coyuntura de las festividades patrias de 1881, en la casa-habitación que fue de su propiedad se colocó una placa de mármol con la leyenda: “morelos, ilustre héroe inmortal en esta mansión que honró tu presencia, te saluda agradecido el pueblo de morelia. 16 de septiembre de 1881”, mientras que una segunda se situó en el inmueble donde se presume que vino al mundo, la cual reza así: “el inmortal josé ma. morelos nació en esta casa el 30 de septiembre de 1765. 16 de septiembre de 1881”. 36 Juana Martínez Villa, Fiesta cívica y poder político en Morelia, 1890-1910, Morelia, H. Ayuntamiento de Morelia, 2010, pp. 93-94. 33 34

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los, por el entonces gobernador interino Miguel Silva González. Además, las celebraciones por el acontecimiento quedaron inhibidas por la brutal irrupción y proceder de la usurpación del Poder Ejecutivo federal perpetrada por Victoriano Huerta.37 En cuanto a la iconografía morelista, así como el rescate y la preservación de los sitios emblemáticos vinculados con el héroe, para el caso de Michoacán el antecedente más remoto data de diciembre de 1824, cuando los legisladores del primer Constituyente local tomaron nota del envío, por parte de Carlos María de Bustamante, del primer ejemplar del retrato del excelentísimo señor capitán don José María Morelos y Pavón, “rogando con este motivo al Honorable Congreso extienda su compasión sobre la desgraciada familia de este héroe, y se constituya Padre de ella aliviándola en sus necesidades, y haciendo se repare, la humilde casa que hizo destruir el tirano que fue de esta capital”.38 En el transcurso de las décadas centrales del siglo xix se realizaron, por parte de autores anónimos, litografías alusivas Morelos, algunas de ellas difundidas en las obras de Carlos María de Bustamante, como se ilustra en los párrafos precedentes. Sin duda alguna, uno de los materiales más conocidos es el Morelos clérigo arengando a la lucha insurgente, elaborado alrededor de 1829 por el italiano Claudio Linati, introductor de aquel arte en México y simpatizante abierto de los primeros héroes nacionales. El creador de figuras de cera Francisco Rodríguez elaboró varias del Siervo de la Nación, una de las cuales fue reproducida en la Historia de Méjico de Lucas Alamán. Por su parte, el pintor Petronilo Monroy, por encargo del flamante emperador Maximiliano de Habsburgo, realizó un lienzo en el que se representa a Morelos con vestimenta clerical. Durante el porfiriato algunos artistas de la Escuela Mexicana de Pintura efectuaron diversos cuadros sobre el héroe de Cuautla, algunos de los cuales enfatizaron su perfil como cura rural.39 No obstante, sin duda alguna la imagen del generalísimo de mayor renombre es el célebre cuadro identificado como El Mixtequito, elaborado en Oaxaca alrededor de 1812, en el que porta el uniforme militar de gala, acorde con su elevada investidura. Tras ser confiscado por las tropas realistas y remitido a España por Félix María Calleja junto con otras propiedades de Morelos, el cuadro permaneció en el virtual anonimato para la sociedad mexicana hasta que, en el marco de las celebraciones por el primer centenario del inicio de la Guerra de Independencia, en 1910, fue devuelto por decisión del rey Alfonso XIII, por conducto de su entonces embajador en México, el marqués de Polavieja, y entregado al gobierno del general Porfirio Díaz.40 R.A. Pérez Escutia, “Centenario de un monumento ecuestre: primer siglo del culto cívico a Morelos”, Letra Franca. Cultura, Filosofía, Política, Sociedad, núm. 14, mayo de 2013, pp. 31-34. 38 Debe advertirse que el retrato del caudillo vallisoletano no ocuparía el lugar de honor, el cual habría estado en el salón de sesiones, sino que se le relegó a un espacio secundario, en la sala de comisiones. La observación es importante porque en la comunicación de Bustamante del otoño de 1827, cuando envió un segundo retrato, se rechazó la petición de colocarlo en el sitio de mayor relevancia. 39 Sofía Irene Velarde, “El rostro de los constituyentes de Apatzingán en el arte mexicano”, en M. Guzmán Pérez y G. Sánchez Díaz, op. cit., pp. 559-568. 40 Ibidem, pp. 561-562. 37

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Cat. 77. Claudio Linati, Morelos, ca. 1828, litografía coloreada, Biblioteca de Arte Mexicano “Ricardo Pérez Escamilla” / Museo Nacional de Arte, Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura.

PP. 240-241: Cat. 81. Julio Michaud y Thomas Editores, Decapitación y muerte heroica del general Morelos en San Cristóbal Ecatepec, viernes 22 de diciembre de 1815, 1815, litografía, Museo Casa de Morelos, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

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Las prendas de José María Morelos, el Siervo de la Nación María Hernández Ramírez Museo Nacional de Historia, inah

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l Museo Nacional de Historia, ubicado en el Castillo de Chapultepec, ha conservado durante siete décadas un acervo que se distingue por su calidad histórica, artística y material constitutivo, así como por la variedad y el número de ejemplares que lo integran. A continuación me referiré a las prendas de vestir relacionadas con José María Morelos y Pavón, las cuales proceden del antiguo Museo Nacional situado en la calle de Moneda número 13 —a un costado del Palacio Nacional—, establecimiento del cual son herederos los cinco museos nacionales del inah: Museo Nacional de Historia, inaugurado en 1944, Museo Nacional de Antropología (1964), Museo Nacional del Virreinato (1964), Museo Nacional de las Culturas (1965) y Museo Nacional de las Intervenciones (1981). El objetivo de este trabajo es conocer y reconocer a detalle estas piezas, así como su trayectoria desde su uso original hasta el actual, toda vez que el tiempo ha dejado caer una especie de velo que impide apreciar con claridad la historia que las identifica. JOSÉ MARÍA MORELOS Y PAVÓN Y LAS PRENDAS DISTINTIVAS

A José María Morelos y Pavón se le reconoce por sus dotes militares durante su participación en la lucha por la Independencia de México. Nació el 30 de septiembre de 1765 en Valladolid, hoy llamada Morelia en su honor, en el seno de la familia formada por Juana Pavón y Manuel Morelos. Atendiendo a sus biógrafos, hay quien afirma que el niño José María quedó huérfano de padre y que su tío Felipe, por la línea paterna, lo guió hacia el oficio de vaquero y después al de arriero. Esta última actividad le habría permitido recorrer y conocer los caminos de su tierra natal y los alrededores. Sin embargo, también se cree que madre e hijo fueron abandonados por el padre y quedaron al amparo del abuelo, con quien trabajó desde los catorce hasta los 25 años.1 Cerca de los treinta años de edad había reunido el capital suficiente para estu-

Cat. 139. Casaca del Capitán General José María Morelos, siglo xix, lana bordada con hilos y lentejuelas metálicos, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Ernesto Lemoine Villicaña, Morelos. Su vida revolucionaria a través de sus escritos y de otros testimonios de la época, 2ª ed., México, unam, 1991, pp. 13-18.

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Lám. 38. Anteojos que posiblemente pertenecieron a Morelos.

diar en el Colegio de San Nicolás, donde permaneció durante cinco años, lo cual le permitió conocer al rector en turno, Miguel Hidalgo y Costilla. Al concluir su preparación fue nombrado cura interino de Churumuco y La Huacana. Tiempo después obtuvo el curato de Nocupétaro y su agregado Carácuaro. El cura Morelos llevaba tres lustros en sus tareas religiosas cuando Hidalgo y sus aliados iniciaron la lucha armada, y sólo habían transcurrido unos cuantos meses cuando buscó al cura de Dolores para unírsele. Se cree que Morelos compartía la idea de independizar el virreinato de la Nueva España, que desde antes de la madrugada del Grito sostenía correspondencia escrita con Hidalgo y que por eso tuvo conocimiento de la revolución antes de que se iniciara.2 Tan pronto como vio la oportunidad, el cura de Nocupétaro partió rumbo a Valladolid a fin de interceptar a Hidalgo, al que dio alcance en Charo. Se dice que desde allí cabalgaron juntos dos leguas hasta llegar a Indaparapeo, donde Morelos le habría planteado su idea de luchar por la emancipación de la Nueva España, aprovechando la oportunidad ante el hecho de que el rey se hallaba cautivo en Francia. También se cree que Morelos le solicitó la plaza de capellán del ejército insurgente, a lo cual Hidalgo respondió nombrándolo su lugarteniente en el sur. 3 La designación fue en estos términos: “Por la presente comisiono en toda forma a mi lugarteniente el Br. [bachiller] D. [don] José María Morelos, Cura de Carácuaro, para que en la costa del sur levante tropas, procediendo con arreglo a las instrucciones verbales que le he comunicado”.4 El sentido de esta indicación era que destituyera a los gobernantes europeos en los lugares por donde pasara y pusiera sus cargos en manos de individuos que no hubieran nacido en aquel continente; que requisara las armas localizadas; que embargara los bienes de los españoles para sustentar a las tropas; que el objetivo principal sería la toma del puerto de Acapulco; que aprehendiera a los europeos, permitiera a los casados unirse a sus familias y los hiciera embarcarse hacia España o hacia alguna isla Alejandro Villaseñor, Héroes y caudillos de la Independencia, México, Jorge Porrúa, 1983, p. 116. Luis Castillo Ledón, Hidalgo, la vida del héroe, México, Talleres Gráficos de la Nación, vol. II, p. 81; Julio Zárate, José María Morelos. Ensayo biográfico, México, Miguel Ángel Porrúa, 1987, pp. 16-17. 4 J. Zárate, op. cit., pp. 16-17. 2 3

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destinada para ese fin.5 Después de esta entrevista, aquel par de curas nunca más volvería a encontrarse. Unos meses después de que Morelos se uniera a la lucha, se llevó a cabo el juramento de obediencia a la junta instalada en Zitácuaro, la cual representaba al rey Fernando VII y que para entonces, según se afirma, andaba dispersa y fugitiva. Para ese momento Morelos ya ostentaba el grado de capitán general, al que había sido ascendido en agosto de 1812, en cuya ceremonia vistió el uniforme que Mariano Matamoros le había mandado hacer6 con el mismo diseño que el usado por los soldados realistas: casaca de paño de color azul con bordados de hilo metálico en los puños para representar tres líneas como distintivo del grado militar.7

Cat. 139. Casaca del Capitán General José María Morelos, siglo XIX, lana bordada con hilos y lentejuelas metálicos, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Idem. Lucas Alamán, Historia de México, 2ª ed., México, Jus, 1968, p. 208. 7 Hay quien sostiene que el bordado de la prenda se debe a una “india que había intentado envenenarlo”; Carlos Herrejón Peredo, Morelos, México, Clío (La antorcha encendida), 1996, p. 37. 5 6

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Lám. 39. Caja con algunas de las prendas que fueron devueltas por el rey Alfonso XIII de España a México con motivo de la celebración del primer centenario de la Independencia, tal como se exhibían en el antiguo Museo de Historia de la Casa de Moneda. Fototeca Constantino Reyes Valerio de la Coordinación Nacional de Monumentos Históricos conacultainah-mex.

DE PRENDAS DISTINTIVAS A TROFEO DE GUERRA

Durante su desempeño, Morelos tomó decisiones propias de su cargo, aunque no siempre fueron recibidas con agrado, como ocurrió con el nombramiento del licenciado Juan Nepomuceno Rosáins (?-1830) como teniente general. Esto causó disgusto entre los integrantes del Congreso, quienes objetaron que la profesión de éste no era la de las armas. El propio Rosáins se consideraba “diplomático”, de modo que por algunos días se resistió a aceptar esa designación. A raíz de esto las relaciones entre Morelos y el Congreso empeoraron. Por ejemplo, después de la ejecución de Matamoros se acordó dar muerte a los españoles que se tenían prisioneros. Morelos se rehusó a ordenar los fusilamientos, por lo que el Congreso determinó que el cura de Carácuaro debía dejar el Poder Ejecutivo, si bien ninguno de sus integrantes se atrevió a decírselo hasta que el diputado Herrera y el teniente Rosáins se lo insinuaron. Morelos respondió que si no se le consideraba útil como general, de buena voluntad serviría como soldado. Así, declinó el mando mili-

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Cat. 140. Chaqueta [posiblemente perteneció a Mariano Matamoros], principios del siglo xix, lana bordada con hilos y lentejuelas metálicos, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

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Lám. 40. La casaca y el sable de José María Morelos en la caja en que fueron devueltos a México por España en 1910. Fototeca Constantino Reyes Valerio de la Coordinación Nacional de Monumentos Históricos conaculta-inah-mex.

tar y sólo quedó bajo sus órdenes una escolta integrada por 150 hombres. Más tarde el cura insurgente expresó que con este hecho empezaron sus desavenencias con el Congreso. Mientras tanto, José Gabriel del Armijo8 se proponía dar alcance a Morelos y al Congreso, los cuales permanecían en Tlacotepec. No obstante, cuando llegó a ese punto, en la mañana del 24 de febrero de 1814, supo que sus perseguidos se habían retirado al rancho de Las Ánimas, ubicado a dos leguas, en el actual estado de Guerrero. De inmediato ordenó a dos partidas de caballería que fueran tras ellos, una bajo las órdenes del subteniente Pablo Martínez y otra bajo las del ayudante Cristóbal José Gabriel del Armijo (?-1830) nació en la Nueva España, fue comandante de lanceros bajo las órdenes de Félix María Calleja y se distinguió durante la toma de Guanajuato por parte de los realistas en noviembre de 1810.

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Lám. 41. Casaca de Morelos traída a México por el marqués de Polavieja, representante del rey de España durante los festejos del primer Centenario de la Independencia. Fototeca de la Coordinación Nacional de Monumentos Históricos del inah.

Huber. Gracias a la posición del rancho, los insurgentes descubrieron a sus enemigos, por lo que aceleraron la fuga, “abandonando el archivo y sello del congreso, correspondencia de Morelos, equipajes y municiones”. Se dice que la persecución estuvo tan cercana que, gracias al coronel Ramírez, Morelos mudó caballo, se quitó la ropa con que podía ser identificado y ganó ventaja para llegar a Acapulco a principios del mes siguiente. Lucas Alamán da cuenta de los objetos que los realistas tomaron tras la huida de los insurgentes: “el retrato de Morelos, pintado al óleo […] el pectoral del obispo de Puebla; el uniforme de capitán general con dos bandas, la una encarnada correspondiente a aquel grado, y la otra azul de generalísimo; otro de teniente general con botones de oro macizo; la espada, bastón y sombrero armado con galones y plumas”.9 Lucas Alamán, Historia de México, t. 4, México, Jus, 1990, p. 29.

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Este mismo historiador informa que tales prendas y objetos fueron remitidos al virrey Félix María Calleja, quien a su vez envió a España el uniforme de capitán general y sus distintivos. Alamán sabía que estaban exhibidos en el Museo de Artillería de Madrid; sin embargo, a decir del historiador, hubo otros objetos con un destino diferente. Aquellos que se consideraron inútiles para su uso en la guerra fueron repartidos entre la oficialidad y tropa —como se tenía previsto—, cuyo valor ascendió a 12 481 pesos y dos reales.10 Por ejemplo, dos juegos de vasos sagrados, uno de oro y otro de plata, que el cura utilizaba en su capilla de campaña y que Armijo informó que enviaría a la catedral de Puebla, pues tenía conocimiento que procedían de aquella diócesis. En cuanto al archivo y otros papeles, fueron remitidos a la Secretaría del Virreinato. Alamán agrega que en esa época se rumoraba que el botín había sido mayor y que Armijo sacó provecho de éste, lo cual habría sido el origen de su riqueza, pues con el tiempo pudo comprar las haciendas que la esposa de Calleja le vendió antes de partir a España. Por otro lado, conviene tener en cuenta que esas pertenencias de Morelos no fueron las únicas tomadas por los realistas. Alamán refiere que al momento de su aprehensión, en noviembre de 1815, su equipaje cayó en manos de sus adversarios. Éstos lo consideraron como un premio por sus fatigas y se dedicaron al pillaje, con la excepción de cinco barras de plata que desde el principio quedaron reservadas para el gobierno, aunque a la postre su equivalente quedó repartido entre la tropa que participó en la captura del héroe de Cuautla.11 Como se deduce, el número y valor de los bienes arrebatados a Morelos sumó mucho más de lo entregado al virrey. Alamán aseveraba que las prendas y otros objetos fueron llevados a España y exhibidos en el Museo de Artillería de Madrid, si bien antes de finalizar el siglo xix nuestro país gestionó la recuperación del retrato al óleo de Morelos.12 En una nota periodística de Jesús Galindo y Villa, escrita en 1896, se informaba que Francisco del Paso y Troncoso, director del Museo Nacional, quien cumplía con una misión especial en Europa, se empeñó en conseguir tales objetos.13 Por su parte, mientras se desempeñaba como segundo secretario de la legación en Madrid y Lisboa, Amado Nervo también promovió la devolución del traje militar de Morelos,14 sólo que desistió tras la llamada de atención que recibió desde México por parte del entonces secretario de Relaciones Exteriores, Ignacio Mariscal, a causa de la publicación —sin su autorización ni la del jefe de la legación, como indicaba el reglamento— de una carta en un diario madrileño en la que Nervo apoyaba la posibilidad de que el rey Alfonso XIII visitara México durante los festejos de 1910.15

Según el reglamento formado por el conde de Castro Terreño el 24 de abril y aprobado por el virrey el 29 de diciembre del año anterior (idem). 11 Lucas Alamán, Historia de México, t. 6, México, Jus, 1969, pp. 207-208. 12 Esther Acevedo de Iturriaga, Catálogo del retrato del siglo xix en el Museo Nacional de Historia, México, inah, 1982, p. 16. 13 El Monitor Republicano, 7 de octubre de 1896. 14 Gustavo Jiménez Aguirre, “Amado Nervo. Una crónica de tres tiempos”, en Escritores en la diplomacia mexicana, México, Secretaría de Relaciones Exteriores, 1998, p. 49. 15 Archivo Histórico Genaro Estrada, Acervo Histórico Diplomático, Secretaría de Relaciones Exteriores, exp. personal de Amado Nervo, L-E-308, T.1; Visita de Alfonso XIII a México, ff. 44-52. 10

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Lám. 42. Dedicatoria a Morelos por el presidente Porfirio Díaz, 1891, Archivo Histórico Casa de Morelos, Álbum de firmas del gobernador Aristeo Mercado.

LA DEVOLUCIÓN DE LAS PRENDAS DEL HÉROE DE CUAUTLA

Al poco tiempo de que Porfirio Díaz iniciara su último periodo de gobierno, se empezaron a proyectar las actividades conmemorativas del primer centenario del inicio de la lucha por la Independencia de México. El presidente de la República nombró a diversas comisiones para que emitieran sus propuestas. Así, en la capital mexicana se formó la Comisión de las Fiestas del Centenario. Para referir un ejemplo, en el antiguo Museo Nacional se planearon tres concursos: uno para el diseño de una medalla conmemorativa, otro para la composición de un himno y el tercero para que se escribiera acerca de los personajes que participaron en la lucha. Como es de imaginarse, estas actividades repercutieron en otras entidades del país, donde también se dedicaron a planear actos en memoria de la lucha de un siglo atrás. Las organizaciones civiles se sumaron por igual, como el Casino Español,16 cuya comunidad, antes de que finalizara el año de 1909, formó la Comisión Central Española del Centenario, presidida por el señor José Sánchez Ramos, quien poco después nombró como representantes del Casino ante esa comisión a dos miembros de su

El Casino Español de México es una asociación cultural que entonces tenía cerca de medio siglo de existencia; Adriana Gutiérrez Hernández, Casino Español de México. 140 años de historia, México, Porrúa, 2004.

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junta directiva: los señores José Sainz y José Vizoso.17 Sin duda ellos y acaso muchos miembros más de la comunidad española radicada en México conocían que en el Museo de Artillería de Madrid permanecían las prendas referidas, de ahí que unos meses más tarde expresaran su interés por gestionar su devolución mediante esta junta, de modo que escribieron a Madrid en nombre de la colonia española radicada en México.18 A mediados 1910, tanto los diarios de la capital como de diversos estados informaron, paso a paso, sobre lo acontecido luego de que el monarca español accedió a la petición formulada. Así, a principios de junio se informó que Alfonso XIII había accedido a la solicitud de los miembros del Casino Español en cuanto a devolver a México “el uniforme militar que portaba al ser aprehendido el generalísimo de las Américas”.19 Dos meses más tarde los lectores se enteraron de que la delegación española encargada de traer “las reliquias de Morelos”, encabezada por el capitán general Camilo Polavieja, había salido de España a bordo del barco Alfonso XIII.20 Los periódicos publicaron con antelación las actividades previstas para la entrega y después reseñaron a detalle lo ocurrido. El acto se realizó el día 17 del mes festivo, con el despliegue de un gran desfile. Las prendas y demás objetos de Morelos fueron conducidos desde la Secretaría de Relaciones Exteriores, en medio de una amplia valla colocada a las puertas del edificio, hasta la entrada a Palacio Nacional. El traslado se hizo en una caja abierta para que se observara su contenido, colocada sobre una cureña “adornada sencillamente pero de buen gusto” y escoltada por el general Camilo Polavieja, quien completó el trayecto a pie “llevando a su derecha al señor don Federico Gamboa, subsecretario de Relaciones Exteriores, y a su izquierda al señor general Salamanca”, seguidos por el señor Bernardo Cólogan y Cólogan, ministro de España, los militares y marinos españoles del estado mayor del general Polavieja, la Escuela Militar de Aspirantes del Colegio Militar y una brigada mixta.21 Al recorrido se le sumaron diversas insignias insurgentes, como el estandarte de la Virgen de Guadalupe, el de Morelos, la bandera del batallón de Tepic y el guión conocido como el “Doliente Hidalgo”, escoltados por representantes militares tanto mexicanos como españoles. Se dice que cuando el desfile llegó al Palacio Nacional, las bandas militares interpretaron el Himno Nacional mexicano y las campanas de la Catedral repicaron.22 La entrega se llevó a cabo en el Palacio Nacional, enmarcada por un discurso pronunciado por el enviado del rey y uno respondido por el presidente Díaz. Si la sola difusión para la preparación de los festejos resultó extensa, los actos mismos resultaron ampliamente difundidos. Prueba de esto es que los discursos se publicaron en el Diario Oficial, después se reprodujeron en los periódicos e incluso la Secretaría de Gobernación auspició la Crónica de las fiestas, a cargo del historiador Genaro García, entonces director del Museo Nacional de Arqueología, Historia y

Cat. 151. Sable con vaina [perteneció a José María Morelos], siglos xviii-xix, sable metálico con vaina de piel y empuñadura de piel de reptil, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Ibidem, pp. 152-153. A mediados del siglo xix, los viajeros que llegaban a la península Ibérica conocieron que las prendas de Morelos se exhibían en el Museo de Artillería de Madrid; por ejemplo, Lucas Alamán dijo tener referencia de que estaban allí porque se lo comunicó el padre Valdovinos; Historia de México, t. 3, 2ª ed., México, Jus, 1968, p. 208. 19 El Heraldo, 5 de junio de 1910. 20 La Gaceta de Guadalajara, 21 de agosto de 1910. 21 La Iberia, 18 de septiembre de 1910. 22 Genaro García, Crónica oficial de las fiestas del primer Centenario de la Independencia de México, México, Secretaría de Gobernación/Imprenta del Museo Nacional, 1911. 17 18

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Etnografía.23 Tomamos como ejemplo parte de lo publicado por La Constitución de Sonora el 27 de septiembre de ese año. En su discurso, el general Polavieja aludió al concepto de “gran ciudadano y gran soldado” en que su país tenía a Morelos. Por ese motivo el retrato, las prendas de los uniformes y otros objetos habían sido guardados por España y honrados en su Museo de Artillería. De igual modo, el enviado del rey transmitió el sentir del soberano, en el sentido de que España se unía a los festejos reconociendo las aptitudes del presidente Díaz para conseguir la paz: “En ella [la República Mexicana] lucieron con gloria en tiempos pasados todas las artes de la guerra y en ella lucen en los presentes todas las artes de la paz con singular adelantamiento y magnificencia.”24 Por su parte, el presidente Díaz agradeció el “obsequio” y aclaró que lo llamaba así porque tales [prendas] fueron perdidas en legítima y esforzada lid, por aquel varón, leal enemigo vuestro y padre indisputable y principal de una patria que hoy agradece profundamente a España esta muestra inequívoca de su cordial afecto hacia quien fue quizás la predilecta de sus hijas en el Nuevo Mundo; por más que mal aconsejadas pasiones políticas de años después, obligaran a temer que se podía distanciarlas.25

Acaso el momento más emotivo fue cuando el mandatario expresó su estremecimiento al recibir las prendas que tuvieron contacto con el héroe de Cuautla: Yo no pensé que mi buena fortuna me reservara este día memorable en que mis manos de viejo soldado son ungidas con el contacto del uniforme que cubrió el pecho de un valiente, que oyó palpitar el corazón de un héroe y prestó íntimo abrigo a un altísimo espíritu que peleó, no contra españoles porque fuesen españoles, sino porque eran los opositores a sus ideas; que persiguió, no a España precisamente, sino la realización de una quimera entonces y dulce realidad después para nosotros: crear una nacionalidad soberana y libre.26

Y concluyó así, aludiendo a las muestras de júbilo que acompañaron el desfile y la ceremonia final: El regocijo que advertís, los repiques a vuelo, las graves notas del cañón, las marciales de nuestro himno, el lento ascender de nuestra sacra enseña, en el mástil de honor de nuestro palacio, no es nada más para festejar cual se merece la espontánea devolución de estas reliquias; es también para publicar que sólo saben hacer cosas tales los pueblos que como España son hidalgos y son grandes.27

De acuerdo con el historiador Genaro García, la devolución de las prendas de Morelos por parte de España fue el acto “que más conmovió el corazón del pueblo mexicano”. En su crónica, García reconoce en Morelos a la figura legendaria por excelencia, mestizo que simboliza la fusión de las dos razas y, por lo tanto, “representante genuino de la nacionalidad mexicana”.28 Idem. La Constitución (poe) Sonora, 27 de septiembre de 1910. 25 Idem. 26 G. García, op. cit., p. 76. 27 Idem. 28 Ibidem, p. 70. 23 24

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LAS PRENDAS DEL HÉROE EN LOS MUSEOS MEXICANOS

Una vez transcurrido el entusiasmo por las fiestas septembrinas, en octubre se informaba a los lectores de La Gaceta de Guadalajara que las prendas “donadas” por conducto del general Polavieja pasarían al Museo Nacional de Artillería, por corresponderle la conservación de esa clase de reliquias.29 El seguimiento resultó puntual. Más tarde el mismo periódico dejó en claro que, por acuerdo del presidente de la República, el uniforme de Morelos había sido entregado al teniente coronel Manuel Salamanca, director de aquel museo, y que se había dispuesto la fabricación de una “elegante vitrina” para exhibirlo.30 Este museo se situaba en el edificio de La Ciudadela, donde las prendas y otros objetos fueron cuidadosamente registrados, según consta en su inventario, y exhibidos

Lám. 43. Casaca de seda y algodón bordada con seda, siglo xviii, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

La Gaceta de Guadalajara, 2 de octubre de 1910. La Gaceta de Guadalajara, 20 de noviembre de 1910.

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Cat. 141. Casaca [perteneció a Vicente Guerrero], siglo xix, lana bordada con hilos y lentejuelas metálicas, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

durante pocos años, ya que en 1916 Venustiano Carranza dispuso su clausura y ordenó que las colecciones pasaran al Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía, en la calle de Moneda.31 Allí las prendas se exhibieron junto con otras piezas de insurgentes que participaron en la lucha que se prolongó por más de un decenio, específicamente entre los objetos de Miguel Hidalgo y de Vicente Guerrero. Llama la atención que, en su nueva sede, estas prendas se exhibieron en la caja donde fueron entregadas durante las Fiestas del Centenario, de modo que al parecer la “elegante vitrina” prevista en el Museo de Artillería nunca se realizó. Aquella misma institución integró a su inventario la caja “de cedro barnizada dividida en tres compartimientos cubiertos con cristales biselados”.32 Guadalupe Torre Villalpando, et al., “Origen y formación de los museos nacionales del inah”, en Historia de los museos de la sep, México, inah, 1980, pp. 31-32. 32 Archivo Histórico del Museo Nacional de Historia (ahmnh), 10-476103.91-94/107. 31

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Cat. 141. Casaca [perteneció a Vicente Guerrero], siglo xix, lana bordada con hilos y lentejuelas metálicas, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Así, luego de que las prendas de Morelos fueron admiradas durante cinco años por el público del museo de La Ciudadela, en el de Moneda se conservaron por alrededor de cinco lustros, para después integrarse a la colección que conformaría el nuevo Museo Nacional de Historia en el Castillo de Chapultepec. Allí han permanecido desde 1944, con la excepción de la casaca que formó parte del uniforme de teniente general, hoy en día exhibida en el Museo Regional Michoacano, en la ciudad de Morelia, también dependiente del inah. Si bien las noticias difundidas en los periódicos no precisaron cada objeto recibido en 1910, la crónica de Genaro García incluye fotografías tanto del desfile como de la caja que las contenía. Gracias a esa obra conocemos con precisión todas las piezas devueltas. Se señaló que fuera de la caja estaban el retrato, la espada y el bastón. El primero, el Museo de Artillería lo registró como “Retrato del Generalísimo Morelos medio cuerpo al óleo con marco dorado”. En éste, el héroe de Cuautla aparece representado de medio cuerpo, vistiendo una casaca militar cuyas insignias —dos barras—

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Cat. 138. Casaca, siglo xviii, terciopelo de seda negro, brocado en verde y morado, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

corresponden a las de capitán general; lleva la cabeza cubierta con un paño negro a modo de gorro y un pectoral del que pende una cruz, del cual se dice que fue un regalo de los insurgentes después de tomarlo en Nopalucan, en abril de 1812, y que el propio Morelos le agregó la medalla de la Virgen de Guadalupe. A propósito de este retrato pintado en Oaxaca, Nicolás León señaló aspectos particulares del uso y destino de las prendas y otras piezas: El retrato más conocido de Morelos lo representa en su uniforme de capitán general. Según la descripción de Alamán, aparece tal como asistió a la ceremonia de la Junta de Fernando VII y en su nombre de la Junta de Zitácuaro, en diciembre de 1812, en Oaxaca. El uniforme, igual al de los capitanes generales españoles, no se lo puso Morelos más que esta sola vez, y fue cogido por Armijo en Tlacotepec con todos los papeles y demás efectos de More-

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los, en marzo de 1814. Fue remitido a España y conservado en el Museo de Artillería hasta 1910 en que fue devuelto a México con motivo de la celebración del centenario de la independencia. Lleva Morelos un gorro negro en la cabeza, que nunca traía descubierta, por padecer dolores en ella cuando no la tenía abrigada con gorro o pañuelo, y al cuello el pectoral que se le remitía al obispo de Puebla, Campillo, en el convoy de Veracruz que [fue] tomado por los insurgentes en Nopalucan en abril de 1812. El cura Sánchez que cogió esta alhaja, la regaló a Morelos, quien agregó a la extremidad de la cruz una medalla de oro de la Virgen de Guadalupe. Tiene además un cordón de oro del cual está suspendido el sable y en el sombrero montado que lleva bajo el brazo, se ve la cucarda33 azul celeste y blanca adoptada por los insurgentes.34

El historiador Alfonso Teja Zabre relata el parecer de Nicolás León, quien dijo que, aunque Alamán destacó la fidelidad de este retrato —que él mismo publicó en su Historia de México—, además de la falta de los jeroglíficos que orlan el cuadro, hay alteraciones en la indumentaria y otros detalles, como la forma de la empuñadura del sable y la manera en que se presenta la medalla de la Virgen de Guadalupe que cuelga de la cruz del pectoral.35 El propio León llevó a cabo un estudio iconográfico detallado con base en la casaca de capitán general y concluyó que la estatura de Morelos debió de ser de 1.61 metros,36 mientras que sus enemigos la calcularon en poco menos de cinco pies; es decir, menos de 1.45 metros.37 CONCLUSIÓN

Estas prendas de vestir se caracterizan por haber estado en contacto con el héroe durante un periodo muy corto pero trascendente, y son distintivas de la actividad bélica en que José María Morelos y Pavón participó y destacó. Si se compara ese lapso con los dos siglos transcurridos desde entonces, en que los visitantes de cuatro museos las han tenido frente a sí, se comprende la doble vida o utilidad de los objetos, lo cual obliga a conservarlos para que las futuras generaciones se acerquen a ellos, para imaginar y reflexionar en torno a hechos ocurridos en tiempos remotos. Por último, y a fin de identificar con precisión cada prenda u objeto motivo de este trabajo, a continuación se reproduce una tabla con los inventarios de hace uno y dos siglos, el primero formulado por el Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía, y el segundo, por las autoridades virreinales. Cat. 188. Llave del Reloj de bolsillo Breguet, finales del siglo xviii, detalle, Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

“Cucarda” es sinónimo de “distintivo”, “escarapela”, “divisa”, “símbolo”. Alfonso Teja Zabre, Vida de Morelos, México, inehrm, 1985, p. 309. 35 Idem. 36 Idem. 37 El pie de Castilla que se tomó como patrón medía unos 28 centímetros. 33 34

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Inventario de prendas y objetos recogidos a José María Morelos y Pavón

1915

1814

“Inventario de las prendas y demás objetos de Morelos ingresados en noviembre de 1915 al Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía.”1

“Nota de las alhajas y muebles que el Virrey de Nueva España remite al Excelentísimo Señor Ministro de la Guerra para que se sirva tenerla a disposición de Su Alteza la Regencia del Reyno”, abril de 1814.2

Una caja de cedro barnizada dividida en tres compartimientos cubiertos con cristales biselados, conteniendo las siguientes prendas de uniforme que pertenecieron al generalísimo don José María Morelos y Pavón, las que le fueron recogidas en su equipaje días antes de su prisión. En el compartimiento central: Una chamarra de paño negro, con el cuello, vueltas de las mangas y botones forrados de terciopelo morado en el cuello y en las vueltas de las mangas tiene bordados de hilo plateado.

Una chaqueta con igual bordado y collarín y vuelta morada, que se infiere ser del propio Matamoros.

Una chamarra de paño negra, con bordados de hilo de oro en toda ella y fleco de oro en las bocamangas y parte del inferior.

Un cotón de casimir negro bordado de oro y piedras del uso del rebelde Cura Matamoros, Teniente General y segundo de Morelos que fue hecho prisionero en la acción de Puruarán de 5 de Enero del presente año. Una casaca bordada de Mariscal de campo perteneciente al mismo.

Una dalmática de seda carmesí con galón de oro en los contornos y escudo español en el centro.

Un cotón en forma de Dalmática con las armas de Castilla y de León, y es una de las vestiduras que usaban los cuatro reyes de Armas en la primera Junta insurreccional que formaron en Zitácuaro, y una corbata o golilla forrada en lienzo para los mismos.

Una mantilla de terciopelo carmesí con bordados de hilo de plata y fleco del mismo hilo.

Un aderezo de caballo con mantillas y […]

Dos tapafundas de terciopelo carmesí, bordados de hilo plateado con fleco de lo mismo.

[…] tapafundas de terciopelo carmesí bordado de plata con fleco de lo mismo.

En el compartimiento de la derecha:3 Una casaca de paño azul obscuro con el cuello, vueltas de las mangas y peto, de paño rojo, con bordado de hilo de oro y sin botones; las carteras de las bolsas laterales están igualmente bordadas.4

Una casaca de uniforme de Capitán General.

Una banda azul de seda con bordados en el frente, dos pasadores bordados y fleco en una de sus extremidades, faltándole la otra.5

Dos bandas, una carmesí de Capitán General, y otra celeste de generalísimo.

En el compartimiento izquierdo:6 Una casaca de paño azul obscuro con el cuello y vueltas de las mangas bordadas de hilo plateado. Tiene botones de hilo de oro en el frente, dos pa­ sadores bordados igualmente y fleco en una de sus extremidades.7 Todos estos objetos presentan varias picaduras, estando asegurados en caja por medio de tachuelas de metal blanco, representando una flor de lis.

Otra idem [casaca] de Teniente General con 22 botones de oro macizo.

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Inventario de prendas y objetos recogidos a José María Morelos y Pavón (continuación)

1915

1814

En el compartimiento del centro se encuentra: Un bastón de plata partido por la mitad, sin puño y con una argolla. (No se asigna valor por no haber recibido de la Comisión de Auténticas).

Un bastón de plata, compuesto de cuatro piezas, con puño de oro.

Uno dicho en forma de látigo, forrado de chaquira. Devolución hecha por el gobierno español. Retrato del Generalísimo Morelos de medio cuerpo al óleo, con marco dorado. Presenta algunas perforaciones en la tela.

Un retrato en lienzo del apóstata cura Mo­relos, jefe actual de la insurrección de este Reino.

Un pectoral compuesto de seis topacios, y pendientes de él una medalla de oro con la imagen de nuestra señora de Guadalupe en forma de Relicario con un círculo de perlas finas chicas, y su orla con 18 topacios, todo pendiente de un collar, compuesto de 61 […] que usaba el citado cura. Un espadín con puño de oro del uso del mismo cura. Un sombrero del uso del mismo Morelos con galón de oro de 6 dedos de ancho con presilla bordada de oro y algunas piedras. Dos banderas sobre tafetán celeste con la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, y al reverso el arcángel San Miguel con el Águila Imperial, y varios trofeos y jeroglíficos. Las primeras con que los rebeldes levantaron el grito de la insurrección en la villa de San Miguel el Grande y que se tomaron en la acción de Calderón del 17 de enero de 1811. Una medalla grande de plata representando la alianza de los rebeldes con los anglo-americanos que traían al pecho los principales cabecillas y oficiales en la jornada del 18 de agosto de 1813 en la Provincia de Texas contra el ejército acaudillado por Toledo y Gutiérrez. Tres monedas de plata de diferentes cuños y parajes, fabricadas por los insurgentes. Dos cuños de hierro para sellar moneda, cogidos en 2 de enero de 1812, en el Salón en que celebraba sus sesiones la misma junta. ahmnh , 10-476103.91-94/107. Archivo General de la Nación (agn), Correspondencia de Virreyes, vol. 268-A (1813-1816, Historia), f. 107 [ff. 97-107]. 3 Si se observa la caja de frente, corresponde a la izquierda. 4 Se trata de la casaca de capitán general. 5 Se trata de la insignia que lo distinguió como generalísimo. 6 Si se observa la caja de frente, corresponde a la derecha. 7 Se trata de la casaca de teniente general. 1 2

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Algunas notas sobre “El Supremo Congreso Mexicano a todas las Naciones”, Puruarán, 1815 Amparo Gómez Tepexicuapan Curaduría de Documentos Históricos y Banderas, Museo Nacional de Historia, Castillo de Chapultepec, inah

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l Museo Nacional de Historia, Castillo de Chapultepec, resguarda entre sus colecciones numerosos objetos relacionados con el cura y militar José María Morelos y Pavón (1875-1815). Por ejemplo, pinturas al óleo, retratos a lápiz, litografías, espadas, miniaturas, uniformes, banderas, casullas, crucifijos, litografías, así como varias cartas autografiadas por el caudillo, con el título combinado que habitualmente usó a partir de su elección en sus comunicados oficiales: Siervo de la Nación y generalísimo. Entre estos documentos destaca “El Supremo Congreso Mexicano. A todas las Naciones”, fechado en Puruarán, Michoacán, el 28 de junio de 1815, un lugar situado al suroeste de Tacámbaro, que a doscientos años de su emisión hoy damos a conocer por primera vez con un texto paleografiado y con la historia de cómo y dónde fue hallado, realizada por el profesor Antonio Pérez Elías, entonces jefe del Departamento de Divulgación y Promoción Cultural del inah, antes de formar parte de los acervos del Museo Nacional de Historia, donde se resguarda desde 1976.1 El año 1815 no fue nada favorable para las huestes de Morelos, pues los realistas encabezados por Agustín de Iturbide los obligaron a abandonar Ario —hoy de Rosales— y tuvieron que desplazarse hasta la hacienda de Puruarán, en plena Tierra Caliente, donde fijaron su estancia durante casi dos meses. Allí el gobierno presidido por Morelos y sus cercanos colegas y consejeros vieron la conveniencia de proyectar la causa de libertad al exterior para recibir ayuda y obtener el reconocimiento de las potencias extranjeras, entre ellas la de Estados Unidos de América. Sin tener claro aún este propósito, a finales de octubre del año anterior Morelos envió desde Apatzingán a Juan Pablo Anaya con dirección a Nueva Orleans y Washington, llevando consigo un buen número de ejemplares del Decreto Constitucional, con el propósito de difundir los principios revolucionarios en el vecino país. La misión pronto rindió frutos, pues Anaya conoció en Nueva Orleans al cubano José Álvarez de Toledo,2 quien se ofreció como agente diplomático del gobierno insurgente cerca

Cat. 54. Adolfo Mexiac, Morelos e Hidalgo en Charo, Michoacán, 1951, grabado, colección particular.

Archivo Histórico del Museo Nacional de Historia, Castillo de Chapultepec. Apud Ernesto Lemoine Villicaña, Morelos y la revolución de 1810, México, Gobierno del Estado de Michoacán, 1979, p. 300; Carlos M. Trelles, Un precursor de la independencia de Cuba: don José Álvarez de Toledo, La Habana, Imprenta El Siglo xx, 1926.

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de Estados Unidos, a cambio de información de primera mano sobre el movimiento insurgente y una buena remuneración. Para demostrar que era un conocedor de las instituciones políticas estadounidenses, remitió numerosas cartas sobre la “América Mexicana” entre febrero y marzo de 1815. En estas misivas, Toledo aconsejaba a Morelos que, para lograr ser reconocidos en el ámbito internacional, se requería que fueran prácticos, diplomáticos y categóricos en el lenguaje; es decir, proclamándose como la autoridad legal de un Estado bien constituido y no como una facción beligerante.3 También le sugirió que la Nueva España pasara a ser República Mexicana. Cuando se dirigía al Congreso, lo hacía en los siguientes términos: “Sr. Presidente y demás representantes de los Estados Unidos de México reunidos en Asamblea General”, en tanto que al Ejecutivo lo nombraba “Presidente de los Estados Unidos de México”. Para una mejor comprensión, el 15 de febrero de 1815 Álvarez de Toledo giró un instructivo al gobierno insurgente, donde le especificaba los requisitos que debería cubrir el enviado diplomático destinado a Estados Unidos y la conducta a seguir en el desempeño de su comisión. Para tratar de potencia a potencia, sugería que se dieran amplias facultades al plenipotenciario, que se aprobara una bandera nacional, que se otorgaran patentes de corso, que se enviara mucho dinero —un millón de pesos— para la compra de armas, enganche de voluntarios, tráfico mercantil y una decorosa, casi pródiga, representación de la embajada mexicana, entre varios aspectos más. Asimismo incluyó “un Manifiesto dirigido a todas las demás naciones, en el cual se expongan clara y distintamente y de un modo enérgico las causas que han dado lugar a la revolución y al cambio de gobierno”.4 Sus instrucciones fueron estudiadas por Morelos y sus colegas durante junio y julio, mientra se hallaban en Puruarán, y tras numerosas sesiones determinaron aceptar cada uno los puntos señalados. El maestro e historiador Ernesto Lemoine Villicaña, uno de los más grandes conocedores de Morelos, explica lo siguiente sobre el documento en cuestión: A mediados de julio, partió [José Manuel de] Herrera de Puruarán, aviado con cerca de veinticinco mil pesos, rumbo a la costa del Golfo. Llevaba consigo, con las esperanzas puestas en él por los dirigentes revolucionarios, abundantes instrucciones secretas —y tratar con tino y vigilar a Álvarez de Toledo no era una de las menos importantes—, copiosa literatura política, y una carta de Morelos al presidente de los Estados Unidos, que nunca llegó a su destinatario, en la que el caudillo solicitaba de [James] Madison el reconocimiento a la independencia mexicana […] También conducía Herrera, como una de sus cartas más fuertes, otro documento notable, ya sugerido por Álvarez de Toledo, que nosotros hemos bautizado con el nombre de Manifiesto de Puruarán, aunque su título original es: El Supremo Congreso Mexicano a todas las Naciones. Fechado el 28 de junio y autorizado por el Congreso, es probable que haya sido redactado por el mismo Herrera (opinión aventurada del licenciado Martínez Báez, a la que nosotros nos adherimos), si no en su totalidad, sí en los puntos esenciales. Se trata de una breve reseña de la insurgencia, dirigida al mundo entero, en la que se justifica, con razones históricas, naturales, filosóficas, políticas, jurídicas y religiosas, la legitimidad del movimiento de independencia. El Manifiesto es una auténtica gema, que a siglo y medio de su emisión sigue conservando el brillo original, pues salvo

Lám. 44. Alfredo Zalce, Morelos, 1991, óleo sobre tela, Museo Casa de Morelos, Instituto Nacional de Antropología e Historia.

E. Lemoine Villicaña, op. cit., p. 305. Ibidem, p. 306.

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Cat. 53. Antonio González Orozco, Morelos, 1995, carboncillo sobre papel, colección particular.

ciertos giros grandilocuentes y líricos, propios de la época, la sustancia de sus preceptos no ha dejado de tener validez. Destinado al exterior, sus autores buscaban comprensión y reconocimiento al Estado Mexicano independiente, y un sitio en el concierto de las naciones libres. Por ello exclamaban, casi con angustia: “¡Naciones ilustres que pobláis el globo dignamente, porque con vuestras virtudes filantrópicas habéis acertado a llenar los fines de la sociedad y de la institución de los gobiernos: llevad a bien que la América Mexicana se atreva a ocupar el último lugar de vuestro sublime rango y que, guiada por vuestra sabiduría y vuestros ejemplos, llegue a merecer los timbres de la libertad!” Herrera, después de un viaje muy accidentado y saturado de peligros, llegó con su comitiva a Nueva Orleans el primero de noviembre (1815), y en informe a su gobierno, fechado el 26 del mismo mes, detalló el resultado de sus gestiones diplomáticas iniciales. Por él nos enteramos de la divulgación que se hizo en los Estados Unidos de los principales documentos revolucionarios, en especial del Decreto de Apatzingán y del Manifiesto de Puruarán. Puntualiza Herrera: “He omitido dirigir a los gabinetes extranjeros las cartas de V.A. acompañadas de nuestra Constitución y Manifiesto, porque se me ha asegurado ser ésta una práctica enteramente desconocida… Bien que esto no servirá de rémora para que estos dos importantes impresos dejen de correr por la Europa, estando, como están ya, traducidos a los dos idiomas generales francés e inglés, e insertándose dentro de breve en los periódicos el Manifiesto a las Naciones, lo mismo que se ha hecho con la Constitución. Uno u otro de los impresos nuestros que ha llegado a estos países, ha causado la sensación más satisfactoria, especialmente nuestro código constitucional, que ha sido visto con el mayor aprecio por los

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sujetos que son capaces de dar voto en la materia; de lo cual es un testimonio la inserción que de él se ha hecho en los periódicos, en los cuales ninguna noticia se había comunicado circunstancialmente hasta que el mariscal [Juan Pablo] Anaya remitió esa venerable Carta de nuestra libertad”. Del Decreto Constitucional no sólo salieron inserciones en periódicos de Nueva Orleans, sino que Herrera costeó una edición especial, a fines de 1815, en la que, con encomiable espíritu nacionalista, se omitió el lugar extranjero de la tirada, registrándose en el pie sólo las palabras “Imprenta Nacional”, dejando entender que se trataba de una impresión mexicana. Y, por lo que toca al Manifiesto, no sabemos si se hizo nuevo tiraje de él, pero sí que, como afirma Herrera, se reprodujo por lo menos en un diario de aquella ciudad, L’Ami des Lois. Por el eficaz servicio de informantes que el ministro de España en los Estados Unidos, Luis de Onís, tenía en Nueva Orleans, llegaron a sus manos ejemplares de ambos textos, que se apresuró a remitir al virrey Calleja, aunque éste ya los conocía. Pero su alarma, que fue mucha, se explica por la difusión que en el extranjero se les estaba dando a los papeles revolucionarios. Puede valorarse la importancia política del Manifiesto de Puruarán, por la nerviosa y frenética atención que le prestó el gobierno de México, reflejada en la larga y cuidadosa impugnación de que fue objeto. En efecto, Calleja y sus asesores, entre los que se hallaban el interesante poeta andaluz Ramón Roca, el bilioso y ya muy enfermo deán Beristáin y el “politólogo” Juanmartiñena, redactaron, fechándolo el 15 de enero de 1816 —cuando Morelos ya había muerto—, y con miras a hacerlo circular en el exterior, el escrito cuyo encabezado deja ya traslucir lo explosivo de su contenido: Manifiesto que el Gobierno Superior de Nueva España, constituido por su legítimo Soberano el Señor Don Fernando VII y representado por el Virrey D. Félix María Calleja, hace a todas las Naciones contra las falsedades, calumnias y errores que han padecido los rebeldes de México en un papel intitulado: “El Supremo Congreso Mexicano a todas las Naciones”, escrito en Puruarán a 28 de junio de 1815. En 197 parágrafos, los teóricos del virreinato exprimieron sus cerebros para rebatir la tesis autonomista del Manifiesto. El tono y la música eran del jaez que se advierte en el inciso 6: “Tal es la audacia de estos caníbales, que dándose arbitrariamente la representación del pueblo a que algún día pertenecieron, y colocándose por su voluntad en el rango de las naciones independientes, bien que no sean otra cosa que una turba de bandidos errantes, han formado un papel excecrable en que compiten a porfía la mentira, la ignorancia, la ingratitud y el encarnizamiento, y por el cual intentan persuadir la justicia de su empresa, la brillantez de su situación y la solidez de sus esperanzas”. “La justicia de su empresa”, “la solidez de sus esperanzas”: la tiranía, a despecho de su rabia, señalaba dos de los rasgos grandiosos que sostenían la fe de los hombres de Apatzingán, en medio de horribles adversidades y cuando ya la insurgencia toda, en el aspecto militar, se deslizaba indetenible cuesta abajo. Pero Calleja, que percibía las cosas a distancia, reparó en que, a poco de meditarse, su impugnación podía ser contraproducente; porque en ella se citaba, glosándolo por partes, todo el texto del Manifiesto. Y cualquier lector con un poco de sentido común, fácilmente podía sentenciar de qué lado estaban la razón y la justicia. En consecuencia, el virrey detuvo su publicación y el manuscrito fue archivado. Cinco años después, uno de los autores del engendro, Juanmartiñena, que seguramente se había reservado una copia, lo dio a luz en un momento por demás anticlimático: el movimiento de Iguala se abría paso con rapidez exitosa, la evocación de Calleja provocaba grima y los mexicanos no querían oír hablar de otro tema que no fuera el de la independencia. El libro de Juanmartiñena —lo hemos dicho al ocuparnos de Iturrigaray— por lo tanto recibió una rechifla general, y el propio virrey Apodaca, próximo a caer, ordenó la requisa de la edición. Pero un gran servicio hizo, de

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cualquier modo, a la sociedad de entonces y a los estudiosos de ahora: insertar el texto del Manifiesto de Puruarán, que sólo así fue conocido —y de inmediato admirado— por un público más amplio y politizado; pues la mayoría, por la hermética censura del gobierno, había vivido la guerra en el error o la ignorancia de la doctrina revolucionaria y del valimiento de sus ilustres autores. De otra suerte, es lamentable que no conozcamos un solo ejemplar de la edición príncipe del Manifiesto, trabajada en la misma heroica prensa donde se tiró el Decreto Constitucional. En otro sentido, el Manifiesto de Puruarán hizo las veces de testamento, político y humanista, de los hombres de Apatzingán. Con él, de hecho, se cerraba un ciclo revolucionario: el final del Congreso se hallaba próximo, y el del caudillo que lo hiciera posible, también.5

Tratamos de imaginarnos la euforia del doctor Lemoine al saber que en el Museo Nacional de Historia se resguarda el manuscrito original de “El Supremo Congreso Mexicano a todas las Naciones”, que él simplemente tituló como “Manifiesto de Puruarán”, y que por un hallazgo verdaderamente fortuito llegó hasta nosotros para testimoniar su contribución al movimiento insurgente, encabezado por José María Morelos y Pavón, “Siervo de la Nación”.

Cat. 37. Salvador Hermosillo, Morelos en Michoacán, 1944, óleo sobre tela, colección Salvador López.

Lám. 45. Arturo García Bustos, Oaxaca en la historia y el mito, 19791980, encáustica. Escalera del Palacio de Gobierno, Oaxaca, Oaxaca.

Ibidem, pp. 306-310.

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“El Supremo Congreso Mexicano a todas las Naciones” Historia de su hallazgo Antonio Pérez Elías

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acia el mediodía del 11 de junio de 1976, desde el patio de una casona colonial situada en Belisario Domínguez 77, esquina con la plaza de Santo Domingo de la ciudad de México, el arquitecto Yamil Pérez Solano observaba la maniobra de desescombrar el entrepiso del edificio. Así pudo ver que, de una palada de tierra arrojada al patio por uno de los trabajadores, se desprendía en el aire un pequeño montón de papeles. El arquitecto los recogió, los examinó por un momento y de inmediato ordenó suspender los trabajos. En la primera página había leído el siguiente título: “El Supremo Congreso Mexicano a todas las Naciones”. El arquitecto Pérez Solano había sido comisionado por el Departamento de Registro, Licencias e Inspección de la Dirección de Monumentos Históricos del inah para que se encargara de las obras de restauración del mencionado edificio, el cual fue construido en la segunda mitad del siglo xvi. Su actual propietario, el señor Benigno Vicente Fernández —español exiliado en México desde 1939—, había denunciado el derrumbe de una parte de la azotea, debido a que las cuatro veces centenarias, apolilladas y debilitadas vigas habían cedido al peso que soportaban. De la inspección y el estudio realizados por el inah se dictaminó la necesidad de una restauración general no sólo para sustituir las vigas que no ofrecieran seguridad, tanto en la azotea como en el entrepiso, sino también en lo posible para eliminar las modificaciones, los pegotes y agregados que desvirtuaban la arquitectura original. Estas modificaciones habían sido hechas en diversas épocas a partir de la segunda década del siglo, cuando el edificio fue convertido en el Hotel Santo Domingo, muy recomendado en sus tiempos, pero nada recomendable en sus últimos, que se extendieron hasta mediados de 1975. El señor Fernández, propietario del inmueble, accedió a costear los gastos de la restauración realizada por el inah. EL DOCUMENTO

Fue así como, al quitar el terrado para remover y revisar una viga del entrepiso, salió el histórico documento en una palada de tierra también histórica. El arquitecto Pérez Solano descubrió que los papeles habían estado doblados a lo largo, por la mitad,

Lám. 46. Mural Retablo de la Independencia de Juan O’Gorman, 19601961, fresco, detalle, Castillo de Chapultepec.

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presionados por la viga contra el fondo del mechinal. La viga se introducía unos 25 centímetros en el muro, que en esa parte tiene 83 cm de espesor. Quien haya escondido el documento en ese sitio tuvo que escarbar en el muro, a lo largo del cabezal de la viga, hasta encontrar el extremo de ésta; el boquete debió de ser bastante amplio para que permitiera colocar con cuidado los papeles en el angosto espacio entre la superficie transversal del extremo de la viga y el fondo del mechinal; después rellenó el boquete y devolvió el terrado a su apariencia original. El escondite, así, no podía ser más eficaz. De este modo resulta explicable que el manuscrito, fechado en 28 de junio de 1815, permaneciera allí durante 161 años y que fuera hallado en muy buen estado de conservación, aislado de la humedad y afectado tan sólo en sus tres últimas páginas por el contacto con las transformaciones químicas y bacteriológicas de la madera de la viga. Se trata de un manuscrito original en ocho hojas útiles de 30 por 21 cm, dobladas por la mitad en un cuadernillo de 16 páginas, de 15 por 21 cm, con una hoja en blanco de la misma clase que le sirve de forro. El cuadernillo fue cosido por el lomo con hilo de algodón. Al parecer, el papel es de fabricación de la época, a base de trapo; tiene como marca de agua un jinete en su caballo; bajo las patas traseras de éste se observa una B y, bajo las delanteras, una R. El documento fue escrito con muy clara y legible caligrafía, y sólo las manchas longitudinales de las tres últimas páginas dificultan un tanto la lectura. Sin embargo, basta un primer examen para observar que se trata de un borrador escrito al dictado y con alguna precipitación. Tiene evidentes y frecuentes faltas a la ortografía de la época, palabras tachadas, otras que no están y errores debidos a confusiones fonéticas —por ejemplo, “prosperidad” por “posteridad” y “lasaga” por “Liceaga”—. La premura se advierte en las frases atropelladas de los párrafos de la hoja final del texto y, sobre todo, en el desorden y las equivocaciones de nombres y representaciones de los diputados que debían firmar el documento definitivo. Parece claro que tales nombres y representaciones fueron anotados deprisa y de memoria, con un etcétera al final, indicador de una lista incompleta. Desde luego, es notable la ausencia, en esa lista, del nombre de don José María Morelos y Pavón, quien todavía en 1815 era diputado del Supremo Congreso por el Nuevo Reino de León (Nuevo León). En su lugar aparece don Manuel Muñiz, jefe militar insurgente, a quien ninguna fuente cita como miembro del Congreso. LAS INCÓGNITAS

Este manifiesto “a todas las Naciones” fue un documento frustrado. No existe consignado, ni siquiera citado, en fuente alguna de la época ni posterior; tampoco en las colecciones de documentos que se refieren a ese periodo de la historia mexicana. Fue desconocido por don Carlos María de Bustamante, historiador y miembro él mismo del Supremo Congreso, quien vivió como nadie las vicisitudes de éste. También lo fue de don Lucas Alamán, tan prolijo en sus relatos sobre el movimiento de la Independencia. Todo parece indicar que el borrador nunca llegó a convertirse en documento definitivo. Pero surge una pregunta al respecto: ¿es que nadie sabía que ese manifiesto era un proyecto del Supremo Congreso? O de otro modo, ¿acaso era iniciativa de alguno o algunos de los diputados que sería sometida al conocimiento y a la aprobación del Congreso?

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Antonio Pérez Elías


Cat. 61. Adolfo Mexiac, Morelos, 1962, grabado, colecciรณn particular.

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Ahondar en este supuesto tal vez aclararía el hecho, también intrigante, de que el manuscrito estuviera fechado en Puruarán, Michoacán, no obstante que en junio de 1815 el Congreso se hallaba en Uruapan. En verdad eran aquellos los turbulentos y difíciles días en que la representación de la insurgencia nacional se veía obligada a vivir a salto de mata, a trasladarse de un lugar a otro para burlar la persecución de las tropas realistas, sobre todo después del fracaso insurgente en el intento de tomar la ciudad de Valladolid —hoy Morelia. Hacia finales de abril de 1815, el astuto y muy ambicioso don Agustín de Iturbide había ideado un plan para apresar al Supremo Congreso reunido en Ario (hoy de Rosales), Michoacán. Calculaba prenderlo por sorpresa. Dividió sus tropas en partidas y las movilizó a toda marcha desde Puruándiro, por diferentes rutas, sobre Ario. Un aviso a tiempo llegó a los diputados, quienes de inmediato se trasladaron a Puruarán. Iturbide entró en Ario unas cuantas horas después, el 4 de mayo. Lleno de ira por su fracaso, ordenó fusilar a quienes se hallaron en el pueblo, entre ellos cuatro soldados insurgentes rezagados. Permaneció allí dos días y partió hacia Pátzcuaro, camino de Guanajuato. El supremo Congreso volvió a Ario el 14 de mayo —había estado en Puruarán tan sólo diez días—, pero sabedor de que Iturbide había regresado a Guanajuato, quiso poner más tierra de por medio y dispuso que sus miembros se dispersaran para reunirse de nueva cuenta en Uruapan, lugar que fue su sede hasta el 29 de septiembre de 1815, cuando se inició su última y trágica peregrinación hacia Tehuacán, Puebla.

Cat. 58. Adolfo Mexiac, Proyecto para el muro lateral del mural “Las Constituciones de México”, referente a los Sentimientos de la Nación, de Morelos, ubicado en la Cámara de Diputados de la Ciudad de México, 1981, impresión digital y tinta china sobre papel, colección particular.

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Antonio Pérez Elías


El borrador del manifiesto “a todas las Naciones” fue escrito en Puruarán 45 días después de que el Supremo Congreso abandonara ese sitio. Esto haría dudar, desde luego, de la autenticidad del documento si se ignorara que ya entonces, aparte de los fracasos militares y quizá por éstos, habían cundido las disensiones internas en el Supremo Congreso y ocurrido graves discrepancias entre éste y el generalísimo Morelos; que se producían enconadas pugnas entre los jefes militares por el mando de tropas y la dirección de la guerra, al grado de dirimirlas, en ocasiones, mediante rudos combates; que las diputaciones mismas eran designadas por consideraciones más personales que políticas, y que —muy importante— también entonces se intentaba lograr auxilio exterior —de Estados Unidos sobre todo— para la causa insurgente, lo cual explicaría en parte el destino político de un manifiesto “a todas las Naciones”, cuyo borrador constituye un vehemente alegato justificador de la revolución de Independencia. Serán necesarias, pues, minuciosas investigaciones para dilucidar todas las incógnitas —que son muchas— en torno al documento, la persona que lo dictó y la que lo escribió y, además, la persona que lo ocultó de manera tan eficaz como inteligente para evitar que cayera en manos de los realistas durante la terrible persecución desatada contra los insurgentes luego de que el Supremo Congreso Mexicano fue disuelto en Tehuacán, en febrero de 1816. Por lo pronto, el documento se halla bajo custodia del Museo Nacional de Historia, Castillo de Chapultepec, en la ciudad de México.

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“El Supremo Congreso Mexicano a todas las Naciones”

L

a independencia de las Américas, que hasta el año de 1810 estuvieron sojuzgadas por el Monarca Español, se indicó bastantemente en los inopinados acontecimientos que causaron la ruina de los Borbones o, por decirlo claro, era un consiguiente necesario de las jornadas de El Escorial y de Aranjuez, de las renuncias y decisiones de Bayona y de la disolución de la Monarquía sustituida en la península por los diversos gobiernos que, levantados tumultuariamente bajo el nombre de un rey destronado y cautivo, se presentaron uno después de otro con el título de soberanos. El pueblo mexicano observó las ventajas políticas que le ofrecía el orden de los sucesos; llegó a entender que en uso y desagravio de sus derechos naturales podía, en aquellos momentos de trastorno, alcanzar la voz de su libertad y cortar para siempre con España las funestas relaciones que lo ligaban; pero, suave y generoso por carácter, en vez de recordar la perfidia, las violencias, los horrores que forman el doloroso cuadro de la conquista de México, en lugar de tener presente las injusticias, los ultrajes, la opresión y la miseria a que por el dilatado espacio de 3 siglos nos tuvo sujetos la ferocidad de nuestros conquistadores, se olvidó de sí mismo y, penetrado solamente de los ajenos infortunios, quiso hacer suya propia la causa de los peninsulares presentándose [sic por “prestándose”] sinceramente a protegerlos con todos los auxilios que cabían en la opulencia y magnanimidad de los Americanos. En efecto, cuando recibimos las primeras noticias relativas a la prisión del Rey, irrupción de los franceses en España, revolución de sus provincias, gobierno de Murat y demás ruidosas ocurrencias de aquellos memorables días, se reprodujo en nosotros el entusiasmo nada común que poco antes habíamos manifestado en las demostraciones de adhesión, obediencia y fidelidad con que proclamamos a Fernando VII y habiendo reiterado nuestros votos y juramentos, nos propusimos sostener a toda costa la guerra declarada contra los usurpadores de su corona. No, no pensábamos en manera alguna separarnos del trono de sus padres, si bien nos persuadíamos a que, en cambio de nuestra sumisión y de nuestros inmensos sacrificios, se reformarían los planes de nuestra administración, estableciéndose sobre nuevas bases las conexiones de ambos hemisferios; se arruinaría el imperio de la más desenfrenada arbitrariedad, sucediendo el de la razón y de la ley; se pondría, en fin, término a nuestra degradan-

Lám. 47. Mascarilla mortuoria que se creía era de José María Morelos y Pavón. Fototeca Constantino Reyes Valerio de la Coordinación Nacional de Monumentos Históricos conacultainah-mex.

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te humillación, borrándose de nuestros semblantes la marca afrentosa de colonos esclavizados que nos distinguía al lado de los hombres libres. He aquí nuestros sentimientos, he aquí nuestras esperanzas, tan satisfechos de la justificación y equidad de nuestra conducta y tan asegurados de que la nación española no faltaría a los de su gratitud, por no decir de la justicia más rigurosa, que ya nos figurábamos columbrar la aurora de nuestra feliz regeneración. Mas cuando, lejos de todo recelo, creíamos que por instantes veríamos sanjada [sic por “zanjada”] la nueva forma de nuestro gobierno, se aparecen en la capital comisionados de las juntas insurreccionales de Sevilla y de Valencia, con las escandalosas pretensiones de que, durante el cautiverio de Fernando, se admitiese cada una como depositaria exclusiva de los derechos del trono. Dos corporaciones instaladas en el desorden y en la agitación de los pueblos, apenas reconocidas en el pequeño recinto de las provincias de su nombre, compitieron, no obstante, por gozar investiduras de soberanos en el vasto continente de Colón. ¡Monstruoso aborto de la ambición más desmesurada! Rasgo mezquino de almas bajas y prostituidas. Confesamos a la faz del mundo que el virrey Iturrigaray se condujo en este negocio, el más arduo de cuantos pudieron ocurrirle en su gobierno, con la circunspección, integridad y desinterés que nos harán siempre dulce memoria y, transmitiendo su nombre a la más remota prosperidad [¿sic por “posteridad”?], le conciliarán los aplausos y las bendiciones de nuestros hijos. Convocó una junta de las principales autoridades que pudieron reunirse exceutivamente [¿sic por “exclusivamente”?], habiendo asistido por sí y otros medios de sus diputadores [sic por “diputados”] y presentándose [Iturrigaray] en esta ilustre asamblea menos para pedir que para ser el primero en respetar la potestad que refluyó al pueblo desde la caída de Fernando, pretendió ante todas cosas desnudarse de la dignidad de jefe general del reino, protestando modestamente sus servicios en la clase que se le destinase para auxiliar a la nación en circunstancias tan peligrosas. Desechada la solicitud del virrey, o más bien, confirmado su empleo por el voto del congreso, se abrió y empeñó la discusión para resolver si se prestaba o se denegaba el reconocimiento que pedía la junta de Sevilla, pues los a de Valencia habían sucumbido ya a la intriga y al valimiento; la razón, las leyes y el ejemplo mismo de las provincias españolas combatían las miras de aquella corporación, calificaban la exorbitancia de sus intenciones y demostraban la que debíamos seguir, toda la vez que nuestro ánimo era el de mantener íntegra la Monarquía. ¿Por qué no había de adoptarse en la América Mexicana el sistema que regía por entonces en los pueblos de España con aclamaciones y celebridades? ¿Por qué no habíamos de organizar nosotros también nuestras juntas, o fuese una especie de administración representando los derechos de Fernando para atender a la seguridad y conservación de estos dominios? Así es que se asentó por acuerdo y se retificó [sic por “ratificó”], con la religiosa formalidad del juramento, que en la Nueva España no se reconociese más soberano que Fernando VII, que en su ausencia y cautividad se arreglara nuestro gobierno en los términos que más se acomodasen a nuestra delicada situación, quedando vigente el enlace de fraternidad entre españoles americanos y europeos y nosotros obligados a sacrificar nuestros caudales, nuestras vidas, para la salvación del Rey y de la Patria. ¿Qué más podía esperarse de la generosidad y moderación de los mexicanos? ¿Qué más podía exigirse de su acendrada lealtad?

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José María Morelos y Pavón. Generalísimo de los Ejércitos de la América Mexicana


Lรกm. 48. Original del Supremo Congreso Mexicano a todas las Naciones.

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Láms. 49 y 50. Original del Supremo Congreso Mexicano a todas las Naciones.

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Pero nuestros antiguos opresores habían decretado irrevocablemente continuar el plan de nuestra envejecida esclavitud, y las instrucciones de los agentes de Sevilla no se limitaban de contado a propuestas justas y razonables, sino que, autorizando los arbitrios más depravados, lo daban por bien todo con tal que se asegurase la empresa interesante de las Indias. De aquí la facción despechada que se [espacio en blanco] en México y con arrojo inaudito sorprendió al virrey, lo despojó ignominiosamente del mando y trató como a un pérfido tan sólo porque se inclinaba a favor de nuestros derechos; de aquí nació el fuego de la persecución contra los más virtuosos ciudadanos a quienes condenaba su instrucción, su celo y su patriotismo y de aquí el colmo de nuestra opresión. En aquella época desplegó todo su furor la tiranía, se descaró el odio y encarnizamiento de los españoles y no se respiraba más que la proscripción y exterminio de los criollos. ¡Asombra nuestra tolerancia cuando, a vista de unos procedimientos tan bastardos e injuriosos, consentimos en someternos a la soberanía de Sevilla! No quedaba más esperanza sino que las mismas visitudes [sic por vicisitudes] de la revolución trastornaron un gobierno altanero y mal cimentado, cuya ruina produjera tal vez las deseadas mejoras de nuestra suerte, sin que llegase el caso de romper inevitablemente los vínculos de la unidad. A pocos días, efectivamente, reuniéndose en un cuerpo las representaciones de las provincias [españolas], se instaló una junta general que procuró, desde luego, excitarnos con la liberalidad de sus principios, declarando a nuestra América para integrante de la Monarquía, elevándonos del abatimiento de colonos a la esfera de ciudadanos, llamándonos al supremo gobierno de la nación y halagándonos con las promesas más lisonjeras. No dábamos [a] prestar [sic] nuestra obediencia y aún estuviéramos por creer que iba a verificarse nuestra precisión [sic por “previsión”]; mas observamos, en tanto, que no se variaban nuestras instituciones interiores, que la crueldad y despotismo no templaban su rigor, que el número de nuestros representantes estaba designado conocidamente por la mala fe y que, en sus elecciones, despreciados los derechos del pueblo, se dejaban en realidad al influjo de los que mandaban. Sobre todo, nos llenó de consternación y desconfianza la conducta impolítica y criminal de los centrales [los de la Junta General española] que remuneraron con premios y distinciones a los famosos delincuentes complicados en la prisión de Iturrigaray y demás excesos que reclarán [sic por “reclamarán”] eternamente la venganza de los buenos. La duración emífera [sic por “efímera”] del nuevo Soberano, su fin trágico y las maldiciones de que lo cargó la [opinión] pública de los españoles, disiparon, nuestros resentimientos o no dieron lugar a nuestras quejas, mayormente habiéndose convertido nuestra atención a las patéticas insinuaciones del Consejo de Regencia que, ocupado, según decía, de nuestra felicidad y nuestra gloria, su primer empeño en el momento de su instalación se contrajo a dirigirnos la palabra ofreciéndonos y asegurándonos el remedio en nuestros males. Cansados de prometimientos siempre ilusorios, siempre desmentidos con los hechos, fiamos poco en las protestas de este gobierno aguardando con impaciencia los resultados de su administración. Estos fueron parecidos a los anteriores y lo único que pudo esperanzarnos en el extremo de nuestros sufrimientos fue la próxima convocación de las Cortes, donde la presencia de nuestros diputados y sus vigorosas reclamaciones juzgábamos que podrían obtener la justicia que hasta aquí se nos había negado; mas deseando a este último recurso toda la eficacia de que lo contemplamos susceptible, pero que no se abusase

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impunemente de nuestra docilidad y moderación, levantamos en Dolores el grito de la independencia a tiempo que nuestros representantes se disponían para trasladarse a la Isla de León. Los rápidos progresos de nuestras armas, apoyados en la conmoción universal de los pueblos, fortificaron en breves días nuestro partido y lo constituyeron en tal grado de consistencia que, a no ser tan indomable el orgullo de los españoles y su ceguedad tan obstinada, habríamos transigido fácilmente nuestras diferencias, excusando las calamidades de una guerra intestina en que tarde o de presto habían de sucumbir nuestros enemigos, por más que en los delirios de su frenesí blasonasen de su imaginaria superioridad. Nuestros designios ya se ven que no se exterminaban [sic por “no se extendían”] a una independencia absoluta; proclamábamos, voz en cuello, nuestra sujeción a Fernando VII y testificamos de mil modos la sinceridad de nuestro reconocimiento. Tampoco pretendíamos disolver la unión íntima que nos ligaba con los españoles, siendo así que profesábamos la misma religión, nos hallábamos a vivir bajo las mismas leyes y no rehusábamos cultivar las antiguas relaciones de sangre, de amistad y de comercio. Aspirábamos exclusivamente a que la igualdad entre las dos Españas se realizara en efecto y no quedase en varios ofrecimientos, igualdad conocida por el arbitrio supremo del universo, recomendada por nuestros adversarios, sancionada en decretos terminantes, pero eludida con odiosos artificios y defraudada constantemente a expensas [sic] de criminalidades con que se nos detenía en la más obscura, penosa e insoportable servidumbre. Ceñidas a estos límites nuestras justas solicitudes, las expusimos repetidamente a los agentes del gobierno español, al paso que se promovieron delante de las Cortes con la dignidad sólida y [la] energía que granjearon tanta estimación a nuestros beneméritos apoderados e inmortalizaron el nombre y las virtudes de la Diputación Americana. Mas, ¡quién lo oyera! Obcecados y endurecidos, nuestros tiranos menospreciaron altamente nuestras reiteradas instancias y cerraron para siempre los oídos a nuestros clamores. No consiguieron más nuestros diputados que befas, desaires, insultos… ¡Ah! No basta este mérito para que nuestra nación honrada y pundonorosa rompa con los españoles todo género de liga y requiera de ellos la satisfacción que demandan nuestros derechos vulnerados en la representación nacional. ¿Y qué será cuando las Cortes desatendieron [sic por “desatendiendo”?] las medidas juiciosas de transacción y de paz que proponíamos, se empeñaron cruelmente en callarnos por la fuerza enviando tropas de asesinos que, mal de nuestro grado, nos apretase las infames ligaduras que intentábamos desatar? No hablamos de la Constitución de la Monarquía para no recordar el solemne despojo que padecimos de nuestros más preciosos derechos, ni especificar los artículos sancionados expresamente para echar al suelo a nuestra inferioridad. No ha sido menos detestable el manejo de los [espacio en blanco] que han oprimido inmediatamente a nuestro país. Al principio de la insurrección, luego que entendieron nuestras miras sanas y justificadas para obscurecerlas, seducir a los incautos y sembrar el espíritu de división, inventaron con [sic por “contra”] nuestra política las calumnias más atroces. El virrey, la Inquisición, los obispos, cada comandante, cada escritor asalariado, fraguando a su placer nuestro sistema para presentarlo con los más horrorosos coloridos y concitarnos el odio [y la] excitación. ¡Con cuanto dolor hemos [visto] a las autoridades eclesiásticas prostituir su jurisdicción y su decoro! Se han hallado escandaliamente [sic por

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Lรกms. 51 y 52. Pรกginas interiores del manuscrito del Supremo Congreso Mexicano a todas las Naciones.

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Láms. 53 y 54. Páginas interiores del manuscrito del Supremo Congreso Mexicano a todas las Naciones.

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Lám. 55. Páginas interiores del manuscrito del Supremo Congreso Mexicano a todas las Naciones.

“violado escandalosamente”] los derechos de la guerra y los fueros más sagrados de la humanidad; se nos ha tratado como a rebeldes y sacrílegos llamándonos, con intolerable desvergüenza, ladrones, bandidos, insurgentes. Se han talado nuestros campos, incendiado nuestros pueblos y pasado a cuchillo a sus pacíficos habitantes; se han inmolado a la barbarie, al furor y al desenfreno de la soldadesca española víctimas tiernas e inocentes; se han profanado nuestros templos y, por fin, se ha derramado con manos sacrílegas la sangre de nuestros sacerdotes. No pueden dudar los españoles del valor y constancia de nuestros guerreros de su táctica y disciplina adquiridos en los campos de batalla, del estado brillante de nuestros ejércitos armados con las bayonetas mismas destinadas para destruirnos. La cuenta [de] que sus numerosas tropas han acabado al filo de nuestras espadas conocen [sic] que se han desvanecido los errores con que procuraron informar a la gente sencilla que se propaga irresistiblemente al desengaño y generaliza la opinión en favor de nuestra causa; y sin embargo, no cede su orgullo [el de los españoles] ni declina su terca obstinación; ya pretenden intimidarnos con los auxilios fantásticos que afectan esperar de la península, como si se nos ocultara su notoria decadencia o como si temiéramos unas gavillas que tenemos costumbre de arrollar; ya para fascinarnos celebran con fiestas extraordinarias la restitución de Fernando VII, como si pudiéramos prometernos grandes cosas de este joven inbuil [sic], de este rey peregrino y desgraciado, en quien han podido poco las lecciones del infortunio, puesto que no han [sic por “ha”] podido deponer los días despóticos heredados de sus progenitores, o como si no hubieran de influir en su decentado [¿sic por “decantado”?] paternal gobierno los Venegas, los Callejas, los Crues, los

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Lám. 56. Páginas interiores del manuscrito del Supremo Congreso Mexicano a todas las Naciones.

Trujillos, los españoles europeos, nuestros enemigos implacables. ¿Qué más diremos? Nada más es menester para justificar a los ojos del mundo imparcial la conducta con que estimulados de los deseos de nuestra felicidad, hemos procedido a organizar e instalar nuestro gobierno libre jurado por el Sacrosanto Nombre [de] Dios, testigo de nuestras intenciones [de] que hemos de sostener, a costa de nuestras vidas, la soberanía y la independencia de la América Mexicana substraída de la Monarquía española y de cualquiera otra dominación. Naciones ilustres que poblais el globo dignamente, porque con vuestras virtudes filantrópicas habéis acertado a llenar los fines de la sociedad y de la constitución de los gobiernos, llevad a bien que la América Mexicana se atreva a ocupar el último lugar en nuestro sublime rango y que, fiada por vuestra sabiduría y vuestros ejemplos, llegue a merecer los timbres de la libertad. Palacio del Supremo Congreso Mexicano en Puruarán, a 28 de junio de 1815. Año VI de la Independencia Mexicana.— Lic. Pagola, diputado por Guadalajara, Presidente.— Antonio de Sesma, diputado por Veracruz.— Lic. José Sotero de Castañeda, diputado por Durango.— Lic. Cornelio Ortiz de Zárate, diputado por Tlaxcala.— Manuel Muñiz, diputado por Nuevo León.— Lic. José María de Iasaga [sic por “Liceaga”], diputado por Querétaro.— José Mariano Zansorena [¿sic por “Santorena” o “Anzorena”?] y Fonserrada, diputado por Michoacán.— José Ignacio González, diputado por Guanajuato.— Lic. Ignacio Alas y Arnaiz, diputado por Puebla.— Pedro Villegas, diputado [por] Oaxaca.— Lic. Ignacio Ayala, diputado por Zacatecas.— Lic. José Manuel de Herrera, diputado por Tecpan. Secretario.— Don Francisco Argándar, diputado por el Potosí [San Luis Potosí]. Secretario.— &&

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José María Morelos y Pavón. Generalísimo de los Ejércitos de la América Mexicana


Lám. 57. Firma de José María Morelos y Pavón, Generalísimo de los Ejércitos de la América Mexicana.



Lista de obra

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Pedro Patiño Ixtolinque América ca. 1825 Talla en piedra de villería 200 x 96 x 60 cm Museo Nacional de Arte, Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura 2

Pedro Patiño Ixtolinque La Libertad ca. 1825 Talla en piedra de villería 198 x 85 x 66.5 cm Museo Nacional de Arte, Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura 3

A. Barre Napoleón Bonaparte 1838 Vaciado en bronce 28.50 x 11 x 11.07 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-106572 4

Anónimo Santa Rosalía [Virgen del Tránsito] Siglo xviii Madera, metal, textil, vidrio, pigmento y pelo 85 x 94.50 x 45.5 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-138433 5

Jorge Cázares Campos El Estado Mayor del General José María Morelos y Pavón

2014 Óleo sobre tela 35 x 70 cm Colección particular 6

Anónimo Antonio Ferry Palao, Capitán del Reino de la Nueva España 1812 Óleo sobre tela 109 x 81.5 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-92171 7

Ramón Alva de la Canal Morelos niño 1954 Óleo sobre tela 94 x 60 cm Academia de Artes conaculta 8

Lorenzo Zendejas Pecador acude a la iglesia Siglo xix Óleo sobre tela 124 x 80.5 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-230782 9

Anónimo Escena popular Siglo xviii Óleo sobre lámina de cobre 25.5 x 37.5 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-230422

10

Anónimo Virgen de Guadalupe Finales del siglo xviii, principios del xix Óleo sobre papel, técnica mixta y bordados en seda 37.5 x 27 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-602017 11

Anónimo Virgen María con reliquias de santos Siglo xviii Óleo sobre madera, acuarela, tejido pegado, escavado, ensamblado 33 x 26.2 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-237560 12

Anónimo Sarao en un jardín. Biombo Siglo xviii Óleo sobre tela 200 x 545 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-130731 0/10 13

Anónimo Vicente Texada al Sr. de Villaseca. Ex voto 4 de agosto de 1822 Óleo sobre tela 28.5 x 20.5 cm Museo Regional de Guanajuato, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-124679

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14

Anónimo Sra. Doña María Parra al Sr. Villaseca. Ex voto 1780 Óleo sobre tela 11 x 19 cm Museo Regional de Guanajuato, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-124692 15

Anónimo Doña Josefa Pérez al Sr. Villaseca. Ex voto 1828 Óleo sobre tela 21 x 24 cm Museo Regional de Guanajuato, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-124691 16

Anónimo s/t [se especula que podría ser Miguel Hidalgo] Siglo xviii Óleo sobre tela 24.6 x 19.4 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-230647 17

Anónimo Virgen de Guadalupe Siglo xviii Óleo sobre cartón, con medallón de metal y vidrio 5 x 4.3 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-113669 18

Anónimo Fernando VII [copia del original de Goya] Óleo sobre tela Siglo xx 212.5 x 146 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-230142

Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-130273

68.5 x 55.2 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-130822

20

Anónimo El virrey de Iturrigaray y su familia 1805 Óleo sobre tela 74 x 58.5 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-230518

26

Anónimo Doña Josefa Ortiz de Domínguez Siglo xix Óleo sobre tela 68.2 x 54.4 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-230620

21

Patricio Suárez de Peredo Alegoría de las autoridades indígenas y españolas 1809 Óleo sobre tela 163 x 122 cm Museo Nacional del Virreinato, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-15247 PI/0433 22

José María Vallejo Virrey Francisco Javier Lizana y Beaumont 1809 Óleo sobre tela 100 x 74.8 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-130271 23

Anónimo Virrey Francisco Javier Venegas 1810 Óleo sobre tela 100.5 x 75 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-130272 24

Antonio Serrano Miguel Hidalgo y Costilla 1831 Óleo sobre tela 207 x 138.5 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-115095

19

27

Anónimo Miguel Hidalgo y Costilla [en campaña] Siglo xix Óleo sobre tela 46 x 36.4 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-230287 28

Anónimo José María Morelos y Pavón Siglo xix Pintura sobre lámina 27 x 22.3 x 3 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-130883 29

Anónimo Martín Salmerón y Ojeda Siglo xviii Óleo sobre tela 271 x 166.5 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-573664 30

Mateo A. Saldaña Escudo de armas de la ciudad de Concepción de Tehuacán 1921 Óleo sobre tela 130.7 x 108.6 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-106932 31

Anónimo Virrey José de Iturrigaray Siglo xix Óleo sobre tela 101 x 85.40 cm

290

25

José Ynés Tovilla Ignacio Allende 1912 Óleo sobre tela

José Perovani Virrey Félix María Calleja 1815 Óleo sobre tela 103 x 90 cm

José María Morelos y Pavón. Generalísimo de los Ejércitos de la América Mexicana


Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-130274 32

Anónimo Ignacio López Rayón Siglo xx Óleo sobre tela 91.2 x 69.5 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-130827 33

Odilón Ríos Carlos María de Bustamante 1977 Óleo sobre tela 76.5 x 66 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-151874 34

Odilón Ríos José Luis Rodríguez Alconedo 1973 Óleo sobre lámina de cobre 14.9 x 11.8 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-139204 35

Joaquín Perezbusta Retrato de Hermenegildo Galeana Siglo xx Óleo sobre tela 102 x 72 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 36

Mateo A. Saldaña Escudo de armas de Oaxaca 1921 Óleo sobre tela 138.5 x 110 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-106949 37

Salvador Hermosillo [discípulo del Dr. Atl] Morelos en Michoacán 1944 Óleo sobre tela 200 x 165 cm Colección Salvador López

38

Anónimo Junta Patriótica de 1858. A la memoria del Exmo. Sr. Gral. D. José María Morelos y Pavón 1858 Óleo sobre tela 195.5 x 137 cm Museo Casa de Morelos, Instituto Nacional de Antropología e Historia 39

Anónimo Virgen de la Luz Siglo xviii Óleo sobre lienzo con aplicaciones en metal 56.5 x 38.8 cm Museo de Arte Religioso Ex Convento de Santa Mónica, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-208739 40

Ramón Alva de la Canal Morelos 1955 Óleo sobre tela 47 x 37 cm Colección particular 41

Pascual Alamán Lucas Alamán y Escalada 1861 Óleo sobre tela 54.1 x 42.4 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-136978 42

Joaquín Perezbusta José María Morelos y Pavón 1925 Óleo sobre tela 111.7 x 82 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-106765 43

J. Díaz del Castillo El fusilamiento de Morelos 1910 Óleo sobre tela [sin medidas] Museo Histórico de Cuautla, Instituto Nacional de Antropología e Historia

Óleo sobre tela 74 x 59 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-130829 45

Anónimo Vicente Guerrero Siglo xix Óleo sobre tela 60.6 x 50.3 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-114739 46

Mateo A. Saldaña Escudo de armas de la ciudad de Orizaba Siglo xx Óleo sobre tela 138 x 105 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-106933 47

Anónimo Agustín de Iturbide en traje militar 1865 Óleo sobre tela 245.5 x 176 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-230458 48

Anónimo José María Morelos y Pavón [El Mixtequito] 1812 Óleo sobre tela 93.5 x 81.2 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-130830 49

Anónimo Virgen de Guadalupe Siglo xix Óleo sobre lámina 60 x 50 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-106981 50

44

Anónimo Mariano Matamoros Siglo xix

Hermosillo Rembaud Don José María Morelos y Pavón 1972 Mixta sobre madera

L I S TA D E O B R A

291


174 x 122 cm Colección particular 51

Jorge Cázares Campos El General José María Morelos y Pavón frente a la ciudad de Cuautla 2015 Pastel sobre tela 240 x 170 cm Colección particular 52

Juan O’Gorman Dibujo de José María Morelos Siglo xx Carbón sobre papel 61 x 46 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-315266 0/2

1981 Lápiz sobre papel mantequilla 34.5 x 100 cm Colección particular 57

Adolfo Mexiac Proyecto para el muro lateral del mural “Las Constituciones de México”, referente a los Sentimientos de la Nación, de Morelos, ubicado en la Cámara de Diputados de la Ciudad de México 1981 Impresión digital sobre papel bond 37 x 92 cm Colección particular 58

Antonio González Orozco Morelos 1995 Carboncillo sobre papel 105 x 80 cm Colección particular

Adolfo Mexiac Proyecto para el muro lateral del mural “Las Constituciones de México”, referente a los Sentimientos de la Nación, de Morelos, ubicado en la Cámara de Diputados de la Ciudad de México 1981 Impresión digital y tinta china sobre papel 34 x 114 cm Colección particular

54

59

53

Adolfo Mexiac Morelos e Hidalgo en Charo, Michoacán 1951 Grabado Hecho para el concurso de grabado de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Realizado en el Taller de Gráfica Popular. José Sánchez impresor. [sin medidas] Colección particular 55

Adolfo Mexiac Proyecto para el muro lateral del mural “Las Constituciones de México”, referente a los Sentimientos de la Nación, de Morelos, ubicado en la Cámara de Diputados de la Ciudad de México 1981 Impresión digital sobre papel bond 37 x 92 cm Colección particular 56

Adolfo Mexiac Proyecto para el muro lateral del mural “Las Constituciones de México”, referente a los Sentimientos de la Nación, de Morelos, ubicado en la Cámara de Diputados de la Ciudad de México

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Adolfo Mexiac Morelos 1960 Grabado. Placa en linóleo 33.5 x 27.5 cm Colección particular 60

Adolfo Mexiac Morelos 1960 Grabado. Impresión sobre papel 33.5 x 27 cm Colección particular 61

Adolfo Mexiac Morelos 1962 Grabado. Impresión sobre papel 15 x 12 cm Colección particular 62

Anónimo Ramón Alva de la Canal pintando uno de los murales de la estatua monumental de José María Morelos en Janitzio s/f Plata sobre gelatina [sin medidas] Colección particular

63

Ramón Alva de la Canal Estudio con arcos s/f Carboncillo sobre papel [sin medidas] Colección particular 64

Ramón Alva de la Canal Vida de arriero. Estudio 1936 Tinta sobre papel [sin medidas] Colección particular 65

Ramón Alva de la Canal Vida familiar. Estudio 1935 Tinta sobre papel 32 x 24 cm Colección particular 66

Ramón Alva de la Canal Estudio: en hamaca s/f Carboncillo sobre papel [sin medidas] Colección particular 67

Ramón Alva de la Canal Visita a Morelos enfermo 1936 Tinta sobre papel 32.2 x 20.08 cm Colección particular 68

Ramón Alva de la Canal Morelos despidiendo a su madre. Estudio s/f Tinta sobre papel 31 x 18 cm Colección particular 69

Ramón Alva de la Canal Morelos niño. Estudio 1935 Tinta sobre papel 32 x 24 cm Colección particular 70

Ramón Alva de la Canal Vida campesina. Estudio 1935 Tinta sobre papel 32 x 25 cm Colección particular

José María Morelos y Pavón. Generalísimo de los Ejércitos de la América Mexicana


Arte, Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura Publicada en: Claudio Linati, Trajes civiles, militares y religiosos de México, Bruselas, Charles Satanino Editor, 1828

44.5 x 32.4 cm Biblioteca del Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia FOL FI229.9 R58 L

78

83

Ramón Alva de la Canal Morelos en el Congreso de Chilpancingo 1936 Carboncillo sobre papel 30 x 44 cm Colección particular

Carlos Nebel Arrieros 1836 Litografía 31 x 40 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-130670

73

79

Ramón Alva de la Canal Morelos 1946 Carbón sobre papel periódico [sin medidas] Colección particular Ramón Alva de la Canal La madre de Morelos 1935 Carbón sobre papel 60 x 45 cm Colección particular

Santiago Hernández. Hesiquio Iriarte [Impresor] Degradación de Morelos 1874 Litografía a color 21.7 x 14.2 cm Biblioteca de Arte Mexicano “Ricardo Pérez Escamilla” / Museo Nacional de Arte, Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura Publicada en: Eduardo L. Gallo, Hombres ilustres mexicanos, tomo IV, México, Imprenta Litográfica de Hesiquio Iriarte, 1874

Primitivo Miranda y Hesiquio Iriarte [Litógrafo] Captura de Mariano Matamoros Reproducción de la litografía. Publicada originalmente en El libro rojo, de Vicente Riva Palacio y Manuel Payno, Editorial del Valle de México, 1972 44.5 x 32.4 cm Biblioteca del Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia FOL FI229.9 R58 L

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Ramón Alva de la Canal Morelos como maestro. Estudio 1935 Tinta sobre papel 30 x 23 cm Colección particular 72

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Ramón Alva de la Canal Estudio para el cuarto tablero de los murales de la estatua monumental de José María Morelos en Janitzio s/f Carbón y sanguina sobre papel manila 65 x 50 cm Colección particular 76

F. Bastín, Julio Michaud y Thomas Editores Aprehensión de Don Miguel Hidalgo, Coronel Allende y demás caudillos Siglo xix Litografía a color sobre papel 54 x 36 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-155334

Urbano López (Del.) y Julio Michaud, [Editor] Prisión del General Morelos en Tezmalaca, 5 de noviembre de 1815 1850 Litografía 24 x 32 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-231776

Carlos Alvarado Lang Morelos Grabado 31.2 x 24.1 cm Museo Nacional de Arte, Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura MUNAL. 2296 / SIGROA. 51231 85

Joachim Ibarra y Marín Breviario romano [perteneció a José María Morelos] 1770 Impreso sobre papel con encuadernación de madera, piel y metal 17 x 12.40 x 8.3 cm España Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-130886 86

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Julio Michaud y Thomas Editores Decapitación y muerte heroica del general Morelos en San Cristóbal Ecatepec, viernes 22 de diciembre de 1815 1815 Litografía [sin medidas] Museo Casa de Morelos, Instituto Nacional de Antropología e Historia

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Claudio Linati Morelos ca. 1828 Litografía coloreada 22 x 20 cm Biblioteca de Arte Mexicano “Ricardo Pérez Escamilla” / Museo Nacional de

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Primitivo Miranda y Hesiquio Iriarte [Litógrafo] El Licenciado Verdad Reproducción de la litografía publicada originalmente en El libro rojo, de Vicente Riva Palacio y Manuel Payno, Editorial del Valle de México, 1972

Jorge Cázares Campos El General José María Morelos y Pavón 1963 Mixta sobre papel 98 x 65 cm Colección particular 87

Jorge Cázares Campos Mosquete y detalles de mecanismos. Estudio 1982 Grafito sobre papel 24 x 34 cm Colección particular 88

Jorge Cázares Campos Espada del General José María Morelos y Pavón. Estudio

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1982 Grafito sobre papel 24 x 34 cm Colección particular 89

Jorge Cázares Campos Pistola del General José María Morelos y Pavón. Estudio 1982 Grafito sobre papel 28 x 21.5 cm Colección particular 90

Jorge Cázares Campos Albardón del General José María Morelos y Pavón. Estudio 2003 Grafito sobre papel 24 x 32 cm Colección particular 91

Ignacio López Rayón Carta 1812 Tinta sobre papel 21 x 15 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-232278 10-148001 92

Anónimo Real Ordenanza para el Establecimiento e Instrucción de Intendentes de Exército y Provincia en el Reyno de Nueva España de Orden de Su Majestad ca. 1786 Tinta sobre papel con encuadernación de cuero y cartón 28 x 21 cm Colección particular 93

Anónimo Mapa geográfico de la América Septentrional Española 1770 Tinta sobre papel 22.8 x 29 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-233116 94

Anónimo Mapa de la región atendida por el cura Morelos Siglo xviii

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Tinta sobre papel 31.5 x 44 cm Archivo Histórico Casa de Morelos, Instituto Nacional de Antropología e Historia Fondo de Mapas Históricos

30.8 x 21.2 cm Archivo Histórico Casa de Morelos, Instituto Nacional de Antropología e Historia Fondo Reservado, Caja 1, Exp. 30, 18 fojas, Carácuaro, 31 de diciembre de 1803

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Anónimo Plano del Fuerte de San Diego Finales del siglo xviii Tinta sobre papel 37 x 49.2 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-476392

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José María Morelos Texto sobre la abolición de las castas s/f Tinta sobre papel 17.3 x 12.8 cm Colección particular 101

José María Morelos Solicitud de los Santos Óleos 1804 Tinta sobre papel 20.8 x 15.2 cm Archivo Histórico Casa de Morelos, Instituto Nacional de Antropología e Historia Fondo reservado, 1 foja, Carácuaro, 4 de abril de 1804

Bachiller José María Morelos Certificación del estado en que quedó su curato a su partida de Valladolid 1806 Tinta sobre papel 31 x 22.1 cm Archivo Histórico Casa de Morelos, Instituto Nacional de Antropología e Historia Fondo Reservado, 1 foja, Valladolid, 25 de junio de 1806

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Bachiller José María Morelos Foja de un libro de registro de entierros de San Antonio Urecho Mayo de 1799 Tinta sobre papel, autógrafo Archivo Histórico Casa de Morelos, Instituto Nacional de Antropología e Historia

José María Morelos Manifestación del diezmo del añil, a nombre de Don Felipe Morelos 1785 Tinta sobre papel 30.8 x 21.7 cm Archivo Histórico Casa de Morelos, Instituto Nacional de Antropología e Historia Fondo Reservado, Caja 1, Exp. 38, foja 1, Hacienda de San Rafael, 19 de diciembre de 1785

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Capellán José María Morelos Aviso al Sr. Gobernador, Provisor y Vicario General de la Diócesis, Don Juan Antonio de Tapia de la muerte del cura de Purungueo 1804 Tinta sobre papel 30.5 x 20.8 cm Archivo Histórico Casa de Morelos, Instituto Nacional de Antropología e Historia Fondo Reservado, 2 fojas, Nocupétaro, 23 de junio de 1804 99

Bachiller José María Morelos Padrón que para el cumplimiento anual de la iglesia de la parroquia del pueblo de Carácuaro se formó este año del Señor de 1803 Tinta sobre papel 1803

103

Bachiller José María Morelos Certificación al Br. Manuel María Arias Maldonado, cura de Purungueo. Sobre su enfermedad e impedimento para cumplir sus oficios por las continuas y peligrosas enfermedades de la tierra caliente 1809 Tinta sobre papel 31.3 x 21.5 cm Archivo Histórico Casa de Morelos, Instituto Nacional de Antropología e Historia Fondo Reservado, Caja 1, Exp. 31, 1 foja, Nocupétaro, 27 de julio de 1809 104

José María Morelos Pedido de servidumbre

José María Morelos y Pavón. Generalísimo de los Ejércitos de la América Mexicana


Siglo xix Tinta sobre papel 22 x 15.6 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-476355

18 x 12 x 4.5 cm París / México Archivo Histórico Casa de Morelos, Instituto Nacional de Antropología e Historia Fondo Conventual, Caja 115, núm. 1241

105

110

José María Morelos Sentimientos de la Nación (facsimilar) 14 de septiembre de 1813 Tinta sobre papel 42 x 28 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-232271 0/3

Fray Francisco Larraga Adiciones a la Theología Moral y Promptuario, Tomo Segundo 1758 Impreso y encuadernado 20.5 x 15 x 3.5 cm Madrid Archivo Histórico Casa de Morelos, Instituto Nacional de Antropología e Historia Fondo Conventual, Caja 115, núm. 1269

106

Don Miguel Hidalgo y Costilla Decreto 1810 Impreso sobre papel 36.30 x 22.50 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-232257 10-145591 107

Moscoso Independencia s/f Panel forrado en terciopelo rojo con seis retratos al óleo de los personajes de la Independencia: Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, José María Morelos, Vicente Guerrero, Juan Aldama y Guadalupe Victoria 31 x 74 cm Colección particular 108

Fray Francisco Larraga Prontuario de Teología Moral 1718 Empastado en cuero 17 x 20.4 x 4 cm Madrid Archivo Histórico Casa de Morelos, Instituto Nacional de Antropología e Historia Fondo Conventual, Caja 20, núm. 170 109

Fray Francisco Larraga Prontuario de Teología Moral 1854 Impreso

111

Sagradas Escrituras [pertenecieron a José María Morelos y Pavón] Siglo xviii Impreso, empastado en piel Colección Torres 112

Estola Finales del siglo xviii, principios del xix Seda bordada en hilo metálico y lentejuelas doradas 216 x 16.5 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-12921 113

Bonete Finales del siglo xviii, principios del xix Seda. Forro de gro 47 x 35 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-168196 114

Manípulo [perteneció a José María Morelos] Siglos xviii-xix Damasco de seda con galón de hilo metálico 82 x 14.7 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia

10-130892 “Manípulo que usó el generalísimo José María Morelos y Pavón. Dado en el Palacio [del] Gobierno Federal en México, á veinte cuatro de agosto de mil novecientos seis. Porfirio Díaz [firma]”. Biblioteca y Archivos de Porfirio Díaz 115

Manípulo Finales del siglo xviii, principios del xix Seda bordada en hilo metálico y lentejuelas doradas, cordel de hilo entorchado con borla de madera forrada con encaje de lamé e hilos metálicos 58.5 x 14.5 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-129227 116

Manípulo Siglo xix Raso con aplicaciones, bordado con entorchado en las puntas [sin medidas] Museo Casa de Morelos, Instituto Nacional de Antropología e Historia 117

Casulla [posiblemente de Miguel Hidalgo y Costilla] Siglo xviii Brocado de seda con galones y aplicaciones de hilo metálico 111 x 64.5 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-129436 118

Casulla Siglo xix Damasco de seda con galones y aplicaciones dorados de hilo metálico 112 x 66 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-236188 119

Paño de corporales Siglos xviii-xix Seda bordada en hilo metálico y lentejuelas doradas 48 x 46 cm

L I S TA D E O B R A

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Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-129307 0/3 120

Bolsa de corporales [cubrecáliz] Siglo xix Tela bordada 21.5 x 21.5 cm Museo Casa de Morelos, Instituto Nacional de Antropología e Historia 121

Reliquia [pañuelo] Siglo xix Textil 66.5 x 56.5 cm Archivo Histórico Casa de Morelos, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-261032 122

Estuche de crismera [aceite para los santos óleos] s/f Plata 5.5 cm (alto) x 2.2 cm (diámetro) Museo de Arte Religioso Ex Convento de Santa Mónica, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-209094 123

Caja con crismera y estuche [aceite para los santos óleos] s/f Madera, metal y vidrio 11 x 13.2 x 13.2 cm Museo de Arte Religioso Ex Convento de Santa Mónica, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-209642 124

Crucifijo Siglo xviii Madera con escultura de marfil 16.2 x 9.9 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-106690 125

Crucifixión s/f Madera tallada y estofada 71.5 x 58.5 x 40 cm Museo Regional de Guadalajara, Instituto Nacional de Antropología e Historia MRG-3-01882 10-298192

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126

Relicario Siglo xix Caja de madera con abalorios, medallas y cera de agnus dei, medallones con reliquias; confeccionado en hilos de seda y metal dorado, pasta policromada, cartón, textil, madera y vidrio Italia 36.2 x 50.3 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-276650

de Santa Mónica, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-209121 132

Cáliz s/f Metal 17 cm (alto) x 9.5 cm (diámetro) Museo de Arte Religioso Ex Convento de Santa Mónica, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-180804 10-209010

127

Dije de cruz Siglo xviii Filigrana de oro con esmeraldas engastadas 10.9 x 6.2 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-602115 0/2

133

Cáliz Siglo xviii Plata dorada 24.5 cm (alto) x 13.5 cm (diámetro) Museo Regional de Guanajuato, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-124589

128

Crucifijo [perteneció a José María Morelos] Siglo xviii Madera, metal, pigmento e hilo metálico 22.4 x 13.9 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-130885

134

Tapa de cáliz s/f Metal dorado, fundido y vaciado, perforado y soldado 1.5 cm (alto) x 9.5 cm (diámetro) Museo de Arte Religioso Ex Convento de Santa Mónica, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-209661 2/2

129

Caja hostiario [píxide] Siglo xix Caja moldeada en pasta laqueada con aplicación de papel litografiado 2 cm (alto) x 8.8 cm (diámetro) Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-153719 0/2

135

Cubre cáliz s/f Malla, papel, tela de algodón y seda 3 cm (alto) x 9.4 cm (diámetro) Museo de Arte Religioso Ex Convento de Santa Mónica, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-208827 1/2

130

Relicario [píxide u hostiario] s/f Metal 6 cm (alto) x 4.5 cm (diámetro) Museo de Arte Religioso Ex Convento de Santa Mónica, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-209044 10-146580

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Hostiario con tapa s/f Plata 2 cm (alto) x 10.5 cm (diámetro) Museo de Arte Religioso Ex Convento

Estuche del breviario de José María Morelos y Pavón Siglo xix Madera y metal 24.5 x 19 x 11 cm

Cubre cáliz s/f Cartón, lino y seda 9.4 cm (diámetro) Museo de Arte Religioso Ex Convento de Santa Mónica, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-209086

José María Morelos y Pavón. Generalísimo de los Ejércitos de la América Mexicana


Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-130889 0/4

Nacional de Antropología e Historia 10-129183 144

Casaca Siglo xviii Terciopelo de seda negro, brocado en verde y morado 123 x 48 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-114914

Sombrero napoleónico Siglo xix Cuero abatanado, raso de seda, listón con aplicación de pluma de ave, pasamanería con hilos metálicos 42 x 45 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-324962

139

145

Casaca del Capitán General José María Morelos Siglo xix Lana bordada con hilos y lentejuelas metálicos 106 x 61.5 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-102486

Bandera de José María Morelos 1812-1815 Textil bordado a mano 176 x 150 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-235418 10-151078

140

Bandera del Regimiento de Infantería de San Fernando, de José María Morelos 1812-1814 Raso de seda bordado 188 x 148 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-151077

138

Chaqueta [posiblemente perteneció a Mariano Matamoros] Principios del siglo xix Lana bordada con hilos y lentejuelas metálicos 68 x 79 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-617663 141

Casaca [perteneció a Vicente Guerrero] Siglo xix Lana bordada con hilos y lentejuelas metálicos 100 x 60 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-114729 142

Casaca infantil Siglo xviii Seda bordada 61 x 45 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-233417 143

Casaca Siglo xviii Damasco de seda y galón de hilo metálico 56 x 73.5 cm Museo Nacional de Historia, Instituto

146

147

Estandarte del cuerpo de Caballería de Zacatecas 1812 Seda bordada 109 x 76 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-128960 148

Tambor militar Siglo xix Madera, cuero, pigmento al óleo, metal y cáñamo 37.1 cm (alto) x 39.8 cm (diámetro) Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-235437 149

Tambor militar Siglo xix Madera, cuero, pigmento al óleo, metal y cáñamo 39 cm (alto) x 40 cm (diámetro) Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-234039

150

Tambor militar Siglo xix Madera, cuero, piel, pigmento al óleo, metal y cáñamo 39 cm (alto) x 40 cm (diámetro) Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-2346 151

Sable con vaina [perteneció a José María Morelos] Siglos xviii-xix Sable metálico con vaina de piel y empuñadura de piel de reptil 91.5 x 7.3 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-102487 0/2 152

Flechas con carcaj Siglo xx Carrizo, madera, plumas y pergamino Flechas: 64.5 x 2 cm, funda: 55 x 15 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-476824 0/6 153

Pistola trabuco Siglo xviii Acero forjado, madera y latón 15 x 36 x 7.8 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-234002 0/2 154

Pistola trabuco Siglo xviii Acero forjado, madera y latón 12.70 x 30 x 7.30 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10- 234003 0/2 155

Fabricante Ripoll Trabuco, pistola de exportación 1670-1700 Acero, madera y latón 41 x 13 x 8 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-087702 156

Cañón de Santa María [Hidalgo] Siglo xviii

L I S TA D E O B R A

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Vaciado en bronce 96 x 31 x 22.7 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-235399 Inscripción: PARA DEFENDER LA FE, LA PUREZA DE M.A.R.S.M.A. 1811 157

Cañón “El Niño” Principios del siglo xix Vaciado en metal, soporte de madera tallada 47 x 85 x 57 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-130838 10-235422 158

Medalla con la Virgen de Guadalupe [perteneció a Miguel Hidalgo] 1803 Plata acuñada, caja de madera y vidrio, forrada. Sin ceca 21.5 x 14 x 11 cm (con caja); 4 x 5 cm (medalla) Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-130865 Inscripción al frente: “ACUÑADA EN MEXICO 1803”; reverso: “NON FECIT TALITER OMNI NATIONI” La medalla de plata, acuñada en 1803, y la caja que la protege, llegaron al Museo de Arqueología, Historia y Etnología en 1915, luego de ser donadas por María Guadalupe Hidalgo y Costilla, nieta del caudillo insurgente. Durante el proceso de restauración realizado por el personal del Museo Nacional de Historia, a mediados de 2009, se descubrió que el papel que envolvía la caja era en realidad el certificado de autenticidad de la pieza, visible sólo bajo la técnica de luz rasante. El texto que contenía era el siguiente: “Licenciado E. Rojas Martínez, secretario del juzgado segundo de lo civil de esta ciudad de México: Que la medalla contenida en la caja a la cual se adhiere esta certificación es la misma que la señorita María Guadalupe Hidalgo y Costilla ha identificado como la que usó su abuelo el señor cura don Miguel Hidalgo y Costilla según aparece en la diligencia practicada ante este juzgado el día 13 de los corrientes, a petición en términos de jurisdicción voluntaria de la señora Concepción Ochoa viuda de Castro y

298

que en cumplimiento de lo mandado en el auto de fecha 12 de los corrientes adhiero a la caja que contiene dicha medalla en el momento de ser identificada ésta por la señorita Hidalgo y Costilla, en presencia del suscrito, del señor juez ciudadano agente del ministerio público adscrito al juzgado.México, a trece de abril de mil novecientos quince. E. Rojas Martínez (firma con tinta, legible). 159

Estandarte de José María Morelos y Pavón 1810-1815 Seda bordada 194 x 163 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-128953 160

Moneda de medio real. Fernando VII 1815 Plata acuñada 1.6 cm (diámetro) Casa de Moneda de México Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-277271 161

Moneda de medio real. Fernando VII 1812 Plata acuñada 1.6 cm (diámetro) Casa de Moneda de México Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-277251 162

Moneda de un real. Fernando VII 1810 Plata acuñada 2 cm (diámetro) Casa de Moneda de México Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-277372 163

Moneda de un real. Fernando VII 1810 Plata acuñada 2 cm (diámetro) Casa de Moneda de México Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-277386

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Moneda de dos reales. Fernando VII 1813 Plata acuñada 2.7 cm (diámetro) Casa de Moneda de México Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-277356 165

Moneda de dos reales. Fernando VII 1814 Plata acuñada 2 cm (diámetro) Casa de Moneda de México Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-277373 166

Moneda de ocho reales. Fernando VII s/f Plata acuñada 3.9 cm (diámetro) Casa de Moneda de México Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-277342 Con resello del realista Antonio González Saravia y sobre éste un resello del Congreso de Chilpancingo (carcaj, flechas, jabalina, honda y una mano empuñada) 167

Moneda de ocho reales. Fernando VII s/f Plata acuñada 3.9 cm (diámetro) Casa de Moneda de México Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-277343 Con resello del realista Antonio González Saravia y sobre éste un resello del Congreso de Chilpancingo (carcaj, flechas, jabalina, honda y una mano empuñada) 168

Moneda de medio real. Carlos III 1781 Plata acuñada 1.7 cm (diámetro) Casa de Moneda de México Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia Con resello del Congreso de Chilpancingo (carcaj, flechas, jabalina, honda y una mano empuñada)

José María Morelos y Pavón. Generalísimo de los Ejércitos de la América Mexicana


169

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Moneda de ocho reales. José María Morelos 1812 Cobre acuñado, sin ceca 3.5 cm (diámetro) Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-236101

Moneda de un real Junta de Zitácuaro s/f Plata acuñada, sin ceca 2.1 cm (diámetro) Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-278156

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Moneda de un real. Fernando VII 1809 Plata acuñada 2 cm (diámetro) Casa de Moneda de México Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-277383 171

Moneda ocho reales. José María Morelos 1812 Cobre acuñado, sin ceca 3.9 cm (diámetro) Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-278089 172

Moneda ocho reales. José María Morelos 1812 Cobre acuñado, sin ceca 3.5 cm (diámetro) Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-278093 173

Moneda de un real. José María Morelos 1813 Cobre acuñado, sin ceca 2.1 cm (diámetro) Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-278085 174

Moneda de dos reales. José María Morelos 1814 Cobre acuñado, sin ceca 2.5 cm (diámetro) Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-278232 175

Moneda de ocho reales. José María Morelos 1814 Cobre acuñado, sin ceca 3.6 cm (diámetro) Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-278196

177

Moneda de un real Junta de Zitácuaro 1812 Plata acuñada, sin ceca 1.8 cm (diámetro) Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-278160 178

Moneda de ocho reales Junta de Zitácuaro 1811 Plata acuñada, sin ceca 3.8 cm (diámetro) Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-285767 179

Moneda de ocho reales Junta de Zitácuaro s/f Cobre acuñado, sin ceca 3.8 cm (diámetro) Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-278155 180

Moneda de un real Junta de Zitácuaro 1812 Plata acuñada, sin ceca 1.6 cm (diámetro) Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-278159 181

Moneda de ocho reales Junta de Zitácuaro s/f Plata acuñada, sin ceca 3.9 cm (diámetro) Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología

e Historia 10-285759 182

Moneda de ocho reales. Fernando VII 1810 Plata acuñada 3.9 cm (diámetro) Casa de Moneda de México Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-277312 Con resello del Congreso de Chilpancingo (carcaj, flechas, jabalina, honda y una mano empuñada) 183

Moneda de ocho reales Junta de Zitácuaro 1811 Plata acuñada, sin ceca 3.5 cm (diámetro) Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-278150 184

Moneda de un Rreal Junta de Zitácuaro 1812 Plata acuñada, sin ceca 1.7 cm (diámetro) Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-278162 185

Moneda de ocho reales Junta de Zitácuaro s/f Cobre acuñado, sin ceca 3.8 cm (diámetro) Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-278154 186

Moneda de un real Junta de Zitácuaro s/f Plata acuñada, sin ceca 2 cm (diámetro) Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-278157 187

Moneda de un real Junta de Zitácuaro 1812 Plata acuñada, sin ceca 2 cm (diámetro)

L I S TA D E O B R A

299


Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-285776 188

Reloj de bolsillo Breguet Finales del siglo xviii Caja de oro y esmalte con motivos florales 54 x 4 (diámetro) x 0.9 cm (llave: 3.8 x 1.3 cm) Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-174980 189

Caja para rapé Siglo xix Madera laqueada y pintada 8.50 x 5.2 x 2.1 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-113988 190

Caja alhajero en forma de cofre Siglo xix Pasta de carey bruñida con aplicaciones metálicas 11.2 x 13.8 x 9.2 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-235137 191

Cadena para reloj con remate Siglo xviii Metal dorado con dije de metal troquelado y piedra azul 34 cm (cadena), 4.5 x 6 cm (dije con piedra) Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-380107 192

Almohadilla de costurero Siglo xviii Madera pintada al óleo, espejo, terciopelo, latón e hilo metálico 44.5 x 13.8 x 13.5 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-11335 193

Trapiche Principios del siglo xix Madera [sin medidas] Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia

300

194

Mesa Madera tallada 93 x 66.8 x 73.5 cm Museo Regional de Guadalajara, Instituto Nacional de Antropología e Historia MRG/061109.2 195

Base de tintero o porta tinta s/f Madera, marqueteado, ensamblado y pegado 9 x 9 x 20 cm Museo de Arte Religioso Ex Convento de Santa Mónica, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-209694 196

Base de tintero s/f Madera 8 x 8 x 20.5 cm Museo de Arte Religioso Ex Convento de Santa Mónica, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-209695 197

Medida de maíz [un litro] s/f Madera y metal 12.5 x 14.5 cm Museo de Arte Religioso Ex Convento de Santa Mónica, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-209369 0/2 198

Campanita s/f Metal 9.2 cm alto x 5.65 cm (diámetro) Museo de Arte Religioso Ex Convento de Santa Mónica, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-209008 199

Acetre con hisopo Latón y bronce 23.8 cm (alto) x 19.5 cm (diámetro) Museo Regional de Guanajuato, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-124597 200

Tinaja s/f

Cobre 41 cm (alto) x 40 cm (diámetro) Museo de Arte Religioso Ex Convento de Santa Mónica, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-209354 201

Olla s/f Arcilla 34 cm (alto) x 21 cm (diámetro) Museo de Arte Religioso Ex Convento de Santa Mónica, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-209359 202

Quesera s/f Madera, fibra vegetal y metal 13 cm (alto) x 18.3 cm (diámetro) Museo de Arte Religioso Ex Convento de Santa Mónica, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-209361 203

Quesera s/f Madera y fibra vegetal 16 cm (alto) x 26 cm (diámetro) Museo de Arte Religioso Ex Convento de Santa Mónica, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-209362 204

Quesera s/f Madera, fibra vegetal y metal 13.2 cm (alto) x 17 cm (diámetro) Museo de Arte Religioso Ex Convento de Santa Mónica, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-209360 205

Tercerilla o candelero s/f Bronce 9 cm (alto) x 13.5 cm (diámetro) Museo de Arte Religioso Ex Convento de Santa Mónica, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-209728 206

Eslabón rectangular con asidero 1791 Hierro forjado y plata 5.5 x 5.2 cm Museo Nacional de Historia, Instituto

José María Morelos y Pavón. Generalísimo de los Ejércitos de la América Mexicana


Nacional de Antropología e Historia 10-323325 207

Eslabón en forma de serpiente Finales del siglo xvii Hierro forjado a partir de una herradura 3.8 x 8.5 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-272722 208

Aristeo Mercado Certificación de registro de bautizo de Morelos en tiempos del gobernador Aristeo Mercado 1891 Tinta sobre papel 37.5 x 25.5 cm Archivo Histórico Casa de Morelos, Instituto Nacional de Antropología e Historia Fondo Álbum de firmas del gobernador Aristeo Mercado, Reservado, 2 fojas, año 1891 209

Cama de campaña Siglo xix Madera ensamblada, torneada y con incrustaciones 152 x 176 x 87.7 cm Museo Casa de Morelos, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-261040

210

Juan Mauricio Rugendas Trapiche de Tuzampa 1833 Óleo sobre papel 21. 5 x 28.5 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-114747 211

Bandera de José María Morelos 1810-1815 Textil teñido, pintado y cosido a mano 135 x 149 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-235421 10-137601 212

Bandera (con cruz de Borgoña de las fuerzas expedicionarias que combatieron a Morelos) Siglos xvii-xviii Seda bordada 150 x 145 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-115239 213

Bandera El Doliente, de Hidalgo 1812 Paño de lana con aplicaciones, bordado 71 x 65.5 cm Museo Nacional de Historia, Instituto

Nacional de Antropología e Historia 10-235395 214

Bandera del Regimiento de Infantería de San Fernando, de José María Morelos 1812-1814 Raso de seda bordado 188 x 148 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-151077 215

Abanico Siglo xix Pintura sobre madera y aplicación de listón 23 x 39 cm Museo Nacional de Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia 10-237524 216 Autos por hechicería contra María Guadalupe, mulata, de libre, natural, vecina de la Villa de San Felipe Comisaría Inquisitorial de Valladolid de Michoacán 1767 Tinta sobre papel, tela de algodón y pelo 32 x 44.8 cm Archivo Histórico Casa de Morelos, Instituto Nacional de Antropología e Historia, Fondo Diocesano, Sección Justicia, Serie Inquisición, Caja 1238, Expediente 57, 79 fojas

L I S TA D E O B R A

301



José María Morelos y Pavón Generalísimo de los Ejércitos de la América Mexicana

se terminó de imprimir en diciembre de 2015, en los talleres de Offset Rebosán Acueducto 115, colonia Huipulco, México, D.F. 14370.




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