Cosas que Contar

Opinión

Diferentes formas de dar la chapa a lo largo de la historia. De arriba a abajo: Sánscrito, jeroglíficos egipcios y cuneiforme.

Cosas que contar

Bjorgen Hao

Hay gente que nace con la vocación de contar cosas. Balbucean poco después del parto, articulan palabras durante sus primeros meses de vida, y se pasan el resto de su existencia atormentando a los demás con sus anécdotas de mala muerte. No es mi caso. Si algo no soy en esta vida, es dicharachero. No sé si alguna vez me ha pasado algo digno de ser contado. Igual es que tengo el listón muy alto. O un nivel de vida muy bajo. En el fondo, la culpa es de todos aquellos que se han cuidado de contarme cosas a mí. Me han dejado sin voz. Han arruinado cualquier manifestación expresiva medianamente genuina, los muy cabrones. Y menos mal, porque no tengo nada claro que contar cosas merezca la pena. Mucha gente cree que sí. Es una idea disparatada, pero está bastante extendida. Cualquier idiota con cuerdas vocales o procesador de texto puede ponerla en práctica. Si compartimos código con el boceras de turno, no hay nada que podamos hacer, más que comprar orejeras. Estamos completamente indefensos. Así que este nuevo año no esperen que mejore mi nivel de inglés. No, señor. En vez de eso, me he propuesto olvidar dos idiomas: el materno y el paterno. Y que le den por culo a todo: a todas esas cosas que no me apetece contar.