Y de nuevo bajó el cuchillo con rabia, pero esta vez no
el baño olería a Dettol mientras yo miraba fijamente el charco de sangre oscura que lentamente se iba extendiendo por las espinacas troceadas. Y mi único pensamiento fue que se lo había merecido. Así terminó para mí el Día Mundial del Sida de 2002: de la misma manera amarga que había comenzado.
Premio Sanlam de literatura juvenil Premio M.E.R. de literatura juvenil Nominado al Premio de la Paz Gustav Heinemann
www.loguezediciones.es
J e nny Robson
la mano con toda la fuerza de su ira. Y poco después
All for Love
sobre las espinacas. Esta vez el cuchillo le cortó en
All for Love Lóguez
All for love
Esta obra ha recibido una ayuda a la edición del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte.
Colección dirigida por Maribel G. Martínez Cubierta: Wolf Erlbruch © Jenny Robson 2011 © para España y el español: Lóguez Ediciones 2015 Ctra. de Madrid, 128. 37900 Santa Marta de Tormes (Salamanca) www.loguezediciones.es ISBN: 978–84–96646–73–5 Depósito legal: S.17-2015 Impreso en España
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Jenny Robson
All for love Traducido del ingl茅s por Laura Serrano
L贸guez
Dedicado a la desaparecida Ms. Gugu Dlamini, en reconocimiento a su valor. Agradezco tambiĂŠn a Shirley Cook, a Nomthandazo Zondo y a Malebogo Moepi (nacido Ramosweu) por su consejo y apoyo.
1 Sábado, 7 de diciembre Nadie sabe quién la ha asesinado. Nadie sabe quién, el viernes por la noche, protegido por la oscuridad, escogió las piedras y le destrozó violenta y furiosamente la cara, la delicada boca. Creo que yo ya sabía, cuando pasé por delante del vertedero, qué cadáver estaba allí tendido, bajo el sol temprano de la mañana, rodeado de unos trabajadores del turno de noche que regresaban a casa. Un vehículo de la policía circulaba por los baches de la plaza. Pasó el tren rápido a Klipdrift. Y sabía quién era la víctima antes de ver el traje color lila suave. Lo sabía. Ese vestido se lo ponía en ocasiones especiales. Y en la tarde–noche del viernes debía de haber un motivo especial. Había terminado el curso escolar. Y debería haberse ido a casa. Tenía reservado un billete en el tren de noche a Ciudad del Cabo. Quería irse a casa, con sus seres queridos. Ahora, su traje lila estaba embadurnado de suciedad y sangre y su falda arrugada y levantada hasta arriba. Ella que, cuando vivía, daba tanta importancia al decoro y a 7
un aspecto cuidado. Y la policía no hacía nada para, por lo menos, limpiarla un poco, tampoco la joven policía, de impoluto uniforme, movía un dedo. Los botones nacarados de la chaqueta del traje estaban esparcidos en la basura. La visión era tan insoportable que apenas si pude mirar. Lo peor de todo era su cara aplastada. Ella había sido tan amable… Miss Thozama Diko: nuestra profesora de inglés, nuestra subdirectora del coro. Siempre daba una impresión amable y tranquila cuando andaba por los pasillos del instituto de Meriting. O cuando, frente a nosotros en el gimnasio durante los ensayos del coro, nos dirigía con sus pequeñas, elegantes manos. Y ahora sus dedos reposaban sobre la suciedad entre trozos resecos de papel de periódico y afilados guijarros con restos de sangre. Yo también me encontraba en medio de los hombres del turno de noche en las primeras horas de aquella mañana de diciembre. La cinta que la policía había extendido a través de los desnudos matorrales, nos mantenía a cierta distancia. —¿Tiene alguien información que pueda ayudarnos? —preguntó un policía detrás de la barrera. Sus compañeros rodeaban el cadáver y sus siluetas arrojaban sombras producidas por el flash de las cámaras—. ¿Sabe alguien quién puede haberlo hecho? Naturalmente, los obreros se encogieron de hombros en silencio mostrando sus pocas ganas de ayudar. Habían pasado por allí en su camino de la estación a sus casas. Se habían subido el pasamontañas por encima de los ojos y sus marmitas sonaban con cada paso al golpear contra sus piernas. —¿Tiene alguien alguna idea? ¿Alguna sospecha? —continuó preguntando el policía. Era su obligación. Los obreros lo miraron fijamente. Solamente cuando él desvió la mirada, 8
comenzaron los murmullos y pronto cada obrero tenía una sospecha. Uno la expresó, otro citó nombres. ¡Había tanta basura por todas partes! Normalmente, mi tía y su CDFC* mantenían sus campañas de limpieza. Ella pintaba pancartas que ponían: MERITING TIENE QUE MANTENERSE LIBRE DE BASURA. Armada de bolsas de basura, ella y los niños marchaban por las calles y por delante del basurero. Sin embargo, las marchas contra la suciedad habían dejado de realizarse durante la última semana. El CDFC estaba muy ocupado con la preparación del Día Mundial del Sida. A mi alrededor, se murmuraron nombres en voz tan baja que la policía no llegó a oírlos. Cada uno tenía su sospechoso favorito. Cada uno tenía una propuesta que hacer. —Eso lo ha hecho su novio. Siempre es el novio, ¡el novio! ¿Cómo se llama? ¿Daniel Lefafa? Sí, exactamente, da clases de Biología en el Instituto de Ciencias de Meriting. Quizá se pelearon. U otro hombre. El crimen siempre lo comete aquel que está más cerca de ti. —No, no. No ha sido Daniel Lefafa. Él es incapaz de matar una mosca. Pero de su madre yo no estoy tan seguro. Sabéis quien es, ¿no? Es la mujer que dirige el Coro Juvenil, la que consigue todos los premios en el Festival de Klipdrift. Sí, quizá fue esa Mrs. Lefafa. Posiblemente sería ella. —¡Tonterias! Han sido gánsteres. Ladrones y gánsteres. ¿Por qué buscan problemas? —Era el hombre que estaba junto a mí quien hablaba ahora. No era un trabajador del turno de noche. Iba vestido con traje y corbata aun siendo sábado y tan temprano. En la solapa llevaba una insignia del CDFC. *
CDFC: Consejo para el Desarrollo y el Fomento de la Comunidad.
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El murmullo de los trabajadores fue silenciado por el horrible ruido de la cremallera al cerrar la bolsa con el cadáver. La bolsa era negra, pesada, y despedía un brillo oscuro. Sonó como un alarido cuando la cremallera se cerró sobre el rostro de Miss Diko, que hasta hacía poco había sido tan encantador, tan dulce. —No. Pero he oído un ruido en el camino hacia aquí —dijo Peter, el licenciado universitario. Tampoco él era un obrero del turno de noche. Él no tenía trabajo, a pesar de sus estudios. —De fuentes seguras, sé que Thozie Diko estuvo ayer por la noche en el shebeen de Mama Katse. Esperaba la llegada de su tren y bebía cerveza con un desconocido de cabeza rapada. Quizá alguien le dijo algo al desconocido porque poco después los dos estaban fuera, delante de la taberna. Y él le gritó. La llamó guarra podrida. ¿Habrá sido quizá ese desconocido?—. Los hombres y Peter asintieron. En ese momento, quise gritar. Quería gritarles a todos en la cara que Miss Diko jamás iría a un shebeen. Jamás caería tan bajo. Pero guardé lo que sabía para mí y el dolor en mi pecho creció y creció. —Todo tonterías, digo yo. Fueron simples ladrones y gánsteres, nada más —volvió a insistir el hombre con el broche del CDFC. También mi tía lleva el broche con mucho orgullo: un triángulo de fieltro azul. Mi tía es la primera mujer que fue elegida presidenta del CDFC. —¿Por qué poner las cosas más complicadas de lo que ya son? —indicó el hombre del CDFC—. Un atraco. Fue una de esas bandas de jóvenes que llegan a nuestra comunidad como la peste y ante las cuales la policía cierra los ojos. Un robo. Está claro; no hay duda alguna. Pero se equivocaba. La cosa ni estaba clara ni era indudable. Su voz delataba que ni siquiera él mismo estaba
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convencido de lo que decía. El bolso de Miss Diko yacía en el suelo, todavía cerrado y sin tocar. Pero su maleta había sido reventada y sus ropas extendidas en medio de la suciedad. La ropa que me resultaba tan familiar. La suave blusa con estampado de rosas que había llevado puesta el pasado viernes, en nuestro último ensayo del coro para el Día Mundial del Sida. Miss Diko había estado delante de nosotros con sus manos enmarcadas por los delicados puños rosas y había hablado de la canción que cantaríamos especialmente para ese día. Se llamaba Paradise Road. En mi mente, continuaba oyendo su voz. “Gente, tengo que deciros algo sobre la mujer que cantó por primera vez Paradise Road. Quiero que sepáis por qué es la canción más adecuada para el Día Mundial del Sida”. Siempre nos llamaba “gente”. Muy distinto a nuestra directora del coro, Mrs. Lefafa, que nos llama “niños”, a pesar de que todos seamos ya adolescentes e incluso de que alguno de nuestros bajos tenga casi veinte años. —Sí, gente, debéis saber por qué he escogido esta canción, que se convirtió en un éxito a pesar de que en 1980 nuestro país, Sudáfrica, no conocía prácticamente nada sobre el sida. Entonces pensábamos que el sida era una enfermedad ridícula, propia de los EE.UU. que no tenía nada que ver con nosotros. Miss Diko había sonreído. Siempre sonreía cuando hablaba con nosotros. Y nos trataba con mucho respeto. Muy distinta a Mrs. Lefafa, que en ocasiones se ponía furiosa, volviéndose faltona e hiriente si nosotros no afinábamos correctamente o no manteníamos controlado nuestro crescendo. Y ahora la blusa rosa estaba tirada en la basura, entre huesos de pollo y latas vacías de cerveza. 11
Los policías levantaron fatigosamente la pesada bolsa de plástico empujándola en el furgón y provocando un horroroso ruido al deslizarla por la ondulada chapa. El coche arrancó, pasando por delante de un carro de mano volcado y, algo más allá, de las mujeres más terribles de Meriting: las gemelas Bo Mma. Se habían apartado, muy juntas, al borde del depósito de basura. Enfundadas en sus batas azul pálido de limpiadoras, parecían dos buitres mirando alejarse al coche fúnebre. Llevaban el pelo tan fuertemente trenzado que podía apreciarse el cuero cabelludo entre las trenzas y sus pesados párpados lanzaban sus viejos ojos de un lado a otro. Aunque eran las mujeres de la limpieza del instituto de Meriting, nadie conocía sus verdaderos nombres. Ni siquiera nuestro director, creo. Todos las conocían como las gemelas Bo Mma y todos tenían miedo de ellas, también nuestro director. —¿Y qué pasa con esas dos? —murmuró uno de los obreros del turno de noche señalando con su barbilla en dirección a las dos hermanas. La gente a su alrededor cuchicheaba asintiendo, algunos se pusieron nerviosos. El policía volvió a su puesto detrás de la cinta. —¿Y por qué? —preguntó en voz alta a los reunidos—. ¿Puede pensar alguien por qué? La respuesta fue el silencio. Los trabajadores ladearon la cabeza evitando la mirada del otro. La pregunta del policía se mantuvo en el aire y terminó cayendo como una pluma en la sucia arena. El policía no era de Meriting. Porque, de lo contrario, no habría peguntado por qué. No habría esperado respuesta. Continué un rato allí, sola, junto a las piedras ensangrentadas y los esparcidos botones de nácar. El viento im12
pulsó los restos de un arrugado cartel contra mis pies. Un cartel del CDFC con importantes actos para diciembre. Mi tía se encargaba de colocarlos todos los meses, aunque el viento siempre terminaba arrastrándolos por la calles de Meriting y acababan pronto en la basura. Todas las fechas en un montón. Si pienso en aquella semana, me parece como si la muerte de Miss Diko hubiera plegado el tiempo, fecha a fecha. Al menos por lo que a mí respecta. Mirando hacia atrás, algunas cosas sucedidas en esa horrible noche del viernes al sábado se entremezclan con otras que sucedieron más tarde y me resulta difícil ordenarlas cronológicamente. A veces, ya no sé cuándo sucedió qué, ni qué sucedió antes de qué. Eso no solamente tiene que ver con que su muerte me impresionara tanto. En esa semana, sucedieron tantas cosas que todavía ahora las recuerdo con dolor. Algunos recuerdos continúan cortándome la respiración. El viento levantó el cartel azul arrastrándolo hacia los vacíos raíles del tren: las fechas de los actos se mezclaban entre sí tan violentamente que producían mareo. Me di la vuelta y me fui a casa, con mi tía, justamente al otro lado de la calle, desde el depósito de basura. Una policía de impoluto uniforme se había acercado hasta la puerta de nuestra casa, armada con preguntas y un cuaderno para tomar notas. —¿Tú vives directamente aquí, en la plaza del vertedero? —me preguntó—. ¿Te llamó algo la atención la última noche? ¿No oíste nada? La miré fijamente y, al principio, no fui capaz de pronunciar una palabra. Sentía un grueso nudo en la garganta, una sensación como si tuviera una grave enfermedad 13
y no pudiera respirar correctamente. Parecía como si mi pecho estuviera lleno hasta arriba de áspera, seca arena del río. —El médico forense dice que murió hacia la medianoche. Mi voz sonó extraña y lejana cuando, finalmente, contesté a la policía. —Pasa un tren de carbón. Siempre a medianoche. Con cincuenta vagones vacíos. Debido al ruido, nadie puede oír nada cuando pasa. Tarda bastante en pasar. Además, yo dormía. Era mentira. Había estado despierta. Estaba preocupada por mi hermana Precious y no había podido pegar ojo. Esa semana, casi siempre estaba despierta por la noche debido al miedo que tenía por Precious. —¿Nombres, por lo menos? ¿Me puedes decir nombres de gente que quisiera causarle daño a Miss Diko? Tú has cantado con ella en el Coro Juvenil, por lo que tienes que saber algo de ella. ¿Se te ocurre alguien que quisiera que ella muriera? Mi hermana Precious se acercó al dintel de la puerta y se colocó a mi lado. A pesar de sus ojos enrojecidos por el llanto, estaba guapa. Es muy guapa, mi hermana pequeña. Pasé mi brazo sobre sus hombros consolándola como si nunca hubiéramos discutido. En realidad, así era. Esa es la verdad más determinante. Le tengo mucho cariño y siempre la querré independientemente de lo que suceda. Da lo mismo lo grande que sean nuestras diferencias de opinión. —¿Y tú? —la policía se dirigió a Precious—. ¿Puedes tú darme nombres? Precious negó con la cabeza y sus nuevas trenzas bailaron alrededor de sus mejillas. Unos días antes, se había dejado hacer un nuevo peinado y se sentía feliz, incluso 14
ahora pese a sus lágrimas por Miss Diko. Nuestra tía no estaba en absoluto entusiasmada con las nuevas trenzas. —¿Por qué quiere parecer superficial Precious? ¿Por qué tiene que parecer una niña de ciudad, a quien le da lo mismo su procedencia, como una chica que quiere ocultar su verdadera forma de ser? Precious jamás tiene problemas con nuestra tía. Por lo menos no como yo. Ella consigue ablandarla sin esfuerzo. —¡Ah, mamá, son tan guapas! ¿No te parece? El cambio es divertido—. Y se agarra de su brazo. Nuestra tía, naturalmente, se enternece y la deja en paz. La agente parecía frustrada. Suspiró mientras golpeaba con el lápiz sobre su libreta. —Por lo menos quizá podréis decirme una cosa: ¿Por qué? ¿Por qué alguien podría querer hacerle daño a vuestra subdirectora del coro? ¿Por qué iba alguien a asesinarla? La agente de policía tampoco era de Meriting. Porque lo hubiera sabido. Nadie contestaría a esa pregunta. Tampoco nadie hablaría de ello, ni entre sus cuatro paredes ni con sus familiares más cercanos. —Bien, si se os ocurre algo que pueda ayudarnos en nuestras diligencias… —Y se dio la vuelta alejándose. Precious comenzó de nuevo a gimotear. La abracé. Yo no podía llorar. Toda mi tristeza pesaba sobre mí como si fuera plomo, me cerraba el aire, presionaba sobre mi pecho. Seguía teniendo en mi puño el botón nacarado que había recogido entre las abolladas, vacías latas de cerveza. Ese botón era todo lo que me quedaba de Miss Diko. Él y el recuerdo. El recuerdo de cómo nos había preparado con sus suaves formas la actuación para el Día Mundial del Sida.
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2 Viernes, 29 de noviembre Ese viernes por la noche teníamos nuestro último ensayo del coro para el domingo, el Día Mundial del Sida. Y sonó tan bien… Creo que todos éramos conscientes de ello. Miss Diko llevaba puesta la delicada blusa rosa y su aspecto era radiante. —Otra vez, a partir de la segunda línea, gente. Y ahora cantamos de nuevo todo seguido —dijo amablemente—. Aunque sólo sea por mis nervios. ¡No sabéis lo nerviosa que estoy por lo del domingo! El coro completo se encontraba sobre el escenario del gimnasio, perfectamente alineado: los más altos en el medio, los bajos en la parte exterior, a izquierda y derecha. Estábamos distribuidos cuidadosamente según las voces: soprano, contralto, tenor, bajo. Mrs. Lefafa, nuestra directora del coro, controlaba rigurosamente la correcta formación y nos dirigía con mano de hierro. Incluso creo que los bajos, en la última fila, le tenían mucho respeto. También Ebenezer. Pero esta noche nos dirigía Miss Diko, con sus pequeñas manos y elegantes movimientos. Y ninguno de los 17
que estábamos allí habría pensado jamás que, tan sólo una semana más tarde, nuestra subdirectora del coro estaría muerta y cubierta de sangre al lado de las vías del tren. —A vosotras, las contraltos, creo que se os debería escuchar más. Por el momento, os contenéis demasiado. ¿Nos entendemos? Por cierto, una vez que hayamos cantado todo, os diré un par de palabras sobre la canción, por qué cantaremos el domingo Paradise Road. Miss Diko levantó la mano y Ebenezer cantó desde la última fila con una profunda, poderosa voz: Come with me down Paradise Road … Era nuestro mejor bajo, sin discusión alguna. Ni siquiera la rigurosa Lefafa tenía algo que objetarle. Todos los demás nos dejamos llevar por su perfecta afinación. This will ease and carry your load This you must believe… Una bonita canción que miss Diko había escogido para el Día del Sida. Una onda suave, armoniosa, se extendió por el vacío pabellón de deportes. There are better days before us And a burning bridge behind us Fire smoking The sky is blazing … Cuando la canción llegó al conmovedor final, Miss Diko juntó las manos. —Y ahora, gente, mi explicación. Mrs. Lefafa cree que habría que deciros por qué Paradise Road es la canción adecuada para el Día del Sida. Yo ya pensaba que vendría algo así. En realidad, había contado con ello. 18
Había escuchado los altisonantes comentarios de Mrs. Lefafa antes del ensayo fuera, en el vestíbulo, delante del pabellón de deportes: —Bueno, Thozama Diko, ya que malgasta mi tiempo del coro, ¿no le parece que los niños por lo menos deberían saber por qué cantan esa canción? Después de todo lo que he oído hasta ahora, no es otra cosa que una canción de despedida. De todas formas, no entiendo a qué viene esa actuación en el Día del Sida cuando solamente faltan dos semanas para el Festival y tengo todavía tanto trabajo que hacer. Me encontraba en la oficina, anotando el ensayo del coro en la agenda. Era mi función en el coro. Desde el despacho, a través de una ventana, se podía mirar hacia el vestíbulo. Por eso pude ver lo rigurosamente que Mrs. Lefafa hablaba con Miss Diko. Escuché lo alterada que estaba. No era extraño. También sabía que ella no solamente hablaba así porque estuviera en contra de aquel ensayo. En realidad, Mrs. Lefafa estaba furiosa porque se trataba también de su hijo, de Daniel. Su amado hijo único Daniel. Mr. Daniel Lefafa y Miss Diko salían juntos desde hacía meses. A nosotros, los alumnos, nos parecía que eran la pareja perfecta, hechos el uno para el otro: nuestro bien parecido profesor de ciencias y nuestra pequeña profesora de inglés de Ciudad del Cabo. Pero en la última semana, Miss Diko había roto con él. Lo sabía por mi amiga Neo. Ella había escuchado la discusión entre los dos. Sucede que Neo siempre se encuentra en el momento preciso en el lugar adecuado y se entera de las cosas más interesantes. —No te lo vas a creer, Gaone —me dijo con sus grandes ojos muy abiertos en su redonda cara—. Pasaba casualmente por delante del laboratorio y me he enterado de 19
todo. Mr. Lefafa le ha implorado una segunda oportunidad a Miss Diko. Solamente la amaba a ella, dijo. Pero Miss Diko contestó repetidamente: —Es mejor así, Daniel. No puede ser de otra manera. Un día lo comprenderás. Me estarás agradecido. Te estoy haciendo un favor—. Daniel Lefafa no parecía dar la impresión de que le estuviera haciendo un favor. Creo que él la ama de verdad. Quizá ella se haya enamorado de otro. Cuando me contó la historia, como siempre, mi amiga Neo me la contó divertida. No daba la impresión de estar nada triste. Pero precisamente es eso lo que me gusta de Neo: su buen humor. Cuando necesito estar de buen humor, entonces voy a verla. Y, por cierto, lo hago con mucha frecuencia. Ahora, sobre el escenario, quería escuchar lo que Miss Diko iba a decir sobre Paradise Road y por qué había escogido esa canción. —Gente, Anneline Malebo amaba esa canción, la mujer que la hizo famosa en 1980. Naturalmente, entonces casi nadie sabía nada sobre el VIH y sobre el sida. Entonces, la enfermedad no tenía nombre. Escuchábamos en silencio a Miss Diko, también los bajos. Siempre hablaba con voz suave, distinguidamente. Sin embargo, algunos alumnos opinaban que era una completa engreída porque venía de Ciudad del Cabo, una gran ciudad, y las gemelas Bo Mma imitaban sus inusuales formas a sus espaldas, riéndose de ella. —Sí, gente, entonces aquí en África pensábamos que esa extraña enfermedad, el sida, únicamente se contraía si eras hombre, homosexual y vivías en San Francisco, en América. Ni siquiera en nuestra peor pesadilla habríamos 20
imaginado que el sida se convertiría un día en la peor tragedia de África. Asentí desde mi sitio en la primera fila de las contraltos. Aquel era mi sitio para Paradise Road. Normalmente, Miss Diko me colocaba en la segunda fila, al lado de mi amiga Neo. No me movía muy bien, a lo que Mrs. Lefafa le daba especial importancia. Gracias a esos movimientos, creía ella, su coro había ganado la copa en el Festival un año tras otro. Sin embargo, Miss Diko no necesitaba ningún movimiento para su canción sobre el Día del Sida. —El texto dice todo lo que hay que decir —nos explicó—. Y Gaone, una voz tan llena como la tuya quiero tenerla directamente aquí delante. Así que me encontraba en la primera fila de las contraltos, directamente delante de Neo, y asentí cuando Miss Diko nos explicó su canción. Yo sé bastante sobre el sida. He leído todos los libros, todos los artículos, cada folleto que ha llegado a mis manos. Leo cada cartel que la hermana Thebe pega en el Centro de Pruebas del VIH y del Sida. Mi hermana Precious me considera una obsesionada. Opina que lo mío es ya enfermizo. —¿Por qué tienes que leer esas cosas tan deprimentes? —me pregunta con frecuencia—. Solamente se es joven una vez en la vida. ¿Por qué pierdes tu tiempo con cosas que te entristecen? ¿Por qué quieres darle vueltas a la vida y a la muerte? ¡Algo no está bien en ti, hermanita! ¡Tu cabeza no funciona bien! Pero yo tenía todos los motivos para estar tan obsesionada. Miss Diko aún tenía algo más que decir: —Durante un tiempo, Anneline Malebo y su grupo Joy fueron famosas con esa canción en toda Sudáfrica. Incluso en el extranjero. Pero, poco a poco, ellas y la maravillosa canción que 21
nos habían regalado, cayeron en el olvido. Veinte largos años estuvieron silenciadas. Hasta hoy. De pronto, este año pusieron de nuevo a Anneline Malebo en las emisoras de radio, se la vio y escuchó nuevamente en revistas y en la televisión. Por otros motivos. Y a partir de ese momento, comencé a preocuparme seriamente por mi hermana, desde que después del último ensayo del coro antes del Día Mundial del Sida, Miss Diko nos contó más sobre la cantante de Paradise Road. Miré a lo largo de la primera fila hacia donde se encontraba mi hermana con las sopranos. Precious estaba siempre en la primera fila. Sus movimientos son tan bellos como su cara y su voz. En ese momento, tuve claro lo que ella hacía, aunque lo hiciera en secreto e intentara ocultarlo con todas sus fuerzas. Aun así, lo vi. Siempre había estado preocupada por mi hermana, durante todos aquellos años desde que nuestra madre falleció. Principalmente, porque Precious es muy despreocupada. Parece no entender lo peligroso, lo cruel que puede ser el mundo. Ella disfruta su vida, se divierte y piensa que todo consiste en diversión, belleza y buena gente. Y se enfurece si intento advertirle. —Precious —le digo siempre—, comprende de una vez: ¡Lo que haces tiene consecuencias! ¡No puedes hacer sencillamente lo que te apetece y después pensar que no necesitas pagar ningún precio! ¡Por favor, enciende tu cerebro antes de hacer algo! No quiero que alguien te haga daño o que tengas problemas. Naturalmente, si le hablo así, Precious mueve la cabeza y entorna ofendida sus bellos ojos. —Gaone, ¿por qué tienes que pensar siempre en lo peor? ¿Por qué ves por todas partes dificultades y problemas? ¡No es extraño que 22
siempre tengas tan mal humor! Relájate, chica. Disfruta de la vida. Sí, yo siempre he estado preocupada por mi hermana. Pero esa tarde me dio un nuevo motivo de preocupación y era tan horrible que casi se me para el corazón. Mientras hablaba Miss Diko, Precious miraba disimuladamente hacia atrás. Pude ver cómo sus ojos brillaban de admiración. Y yo sabía a quién iban dirigidas sus miradas. Miraba a Ebenezer. ¡Ebenezer! Se me encogió el alma. Inmediatamente, como si hubiera sido provocado en mi cabeza apretando un interruptor. Aquello era peor, mucho peor, que la noche en la discoteca. Quería gritarle por encima de la primera fila para que dejara de hacerlo. ¿Qué es lo que quería de Ebenezer? ¿No se había enterado de lo que se decía sobre él? Todos conocían las historias que sobre él se extendían por el colegio como un reguero de pólvora, aunque Ebenezer no viniera frecuentemente a la escuela. Y si lo hacía, pasaba la mayor parte del tiempo fuera de clase, en el campo de fútbol debajo de los árboles. ¡Seguro, completamente seguro que mi hermana no sería tan ingenua, aunque él fuera tan alto y tuviera un aspecto malditamente atractivo, con su aro dorado en la oreja y la cadena al cuello! ¡No se dejaría engañar tan fácilmente! Miss Diko continuaba hablando de la cantante. En medio de mi pánico, sus palabras me llegaban confusas, apagadas, como a través de una cortina. —Sí, gente, Anneline Malebo tuvo el valor de decir en televisión a toda Sudáfrica que era VIH positiva. Que había sido violada y contagiada. Miss Diko tenía lágrimas en los ojos. Se las limpió con la rosada manga de su blusa. Y a través de mi pánico, 23
me pregunté si esa Miss Malebo estaba de alguna forma emparentada con Miss Diko porque ella también venía de Ciudad del Cabo. Por esas fechas, la enfermedad se había desarrollado completamente en ella. Y mostró al país qué aspecto tiene el sida cuando se ha desarrollado. Le costaba hablar porque su boca estaba llena de llagas. Y cuando hablaba, sonaba a veces confusa porque la enfermedad también había afectado a su cerebro. Aun así, dejó que lo viera la gente, no ocultó nada. Ella mostraba su estado ante los ojos de todo el país. ¡Cuánto valor debió tener! Y quién sabe, gente, quizá hoy hombres y mujeres no se hayan contagiado porque ella los advirtió. Sencillamente porque esa mujer fue muy valiente y generosa, pese a que ella había sufrido terriblemente. Asentí de nuevo. Sé lo terriblemente que sufre la gente que tiene sida. Lo sé demasiado bien. Pero el terrible pasado no era la causa por la que mi corazón latía tan dolorosamente; era el miedo ante el presente. Mi hermana continuaba mirando de soslayo hacia Ebenezer apasionada y excitada. La voz de Miss Diko me llegó nuevamente: —Ha fallecido este año en agosto, gente. Pero nos ha dejado esta bella canción. Es extraño que parezca que las palabras nos hablan de la enfermedad a pesar de que se escribió mucho antes de que el sida infectara África. Cantémosla de nuevo, para que, de verdad, cada palabra llegue con claridad a la consciencia. ¿Estás preparado, Ebenezer? Y una vez más, Ebenezer nos guió por la canción con su bella voz: Come with me down Paradise Road…
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Lo admito, su voz era maravillosa, oscura y escalofriante como una gruta. Cuando cantaba, se podía pensar que todas las historias sobre él eran una invención. Simplemente imposible. El resto del coro lo acompañó y el aire a mi alrededor se llenó con un cántico pleno de fuerza y armonía. Me gusta pertenecer al coro, me gusta ser parte de ese grandioso sonido. Cuando cantamos, mis miedos y preocupaciones se disipan como sueños sin importancia que no pueden hacerme nada malo. —Todo irá bien —me digo a mí misma—. Yo me encargaré de ello. Sencillamente, no me separaré de Precious para que después podamos regresar juntas a casa. Así estará segura. No necesito preocuparme. ¡No debo reaccionar tan fuertemente! Ahora me sentía mejor. Ahora podía concentrarme en la canción. Miss Diko tenía razón: parecía tratar directamente del sida, del dolor y el sufrimiento que la enfermedad ocasiona a tantas personas en nuestro país. There’s a woman waiting, weeping And a young man nearly beaten All for love Paradise was almost closing down... Mrs. Lefafa volvió a aparecer, de pie junto a Miss Diko, al finalizar la canción. Es una mujer muy grande, Mrs. Lefafa, con un rostro serio y severo. Precious dice que si no dejo de preocuparme y no empiezo a disfrutar de la vida, terminaré pareciéndome a Mrs. Lefafa. Mrs. Lefafa, con su aburrido vestido verde oscuro, tenía los largos brazos doblados sobre su gran pecho. Su boca estaba ligeramente apretada de impaciencia, como si la bella melodía de Paradise Road no llegase a ella o la conmoviese en absoluto. 25
Por otra parte, Paradise Road era muy diferente a las canciones que ella estaba enseñándonos para el Festival: Gloria y Mangwane y Where e’er you walk. Miré a las dos directoras del coro juntas ante nosotros mientras cantábamos el estribillo final, guiados por los ligeros dedos de Miss Diko. Y entonces me asaltó la idea: ¿podría ser que Mrs. Lefafa estuviera celosa? ¿Celosa de la manera en que Miss Diko podía dirigirnos con tan poco esfuerzo y estrés? ¿Celosa de las maravillosas armonías que conseguía de nosotros sin levantarnos la voz ni humillar a ningún alumno? Y sin embargo, Miss Diko había hecho mucho para ayudar a Mrs. Lefafa con sus canciones para el Festival. Se había pasado horas con nosotras, las contraltos, hasta conseguir que la parte central del Gloria saliese perfecta. “Estáis modulando, gente”, nos había explicado Miss Diko. “Pensad en ello como si os pasearais fuera del camino, pero fuerais a volver pronto. Disfrutad de ese pequeño paseo”. Y la siguiente vez que cantamos el Gloria, Mrs. Lefafa no pudo resistirlo. Sonrió. Estaba radiante. Porque las notas de las contraltos estaban perfectamente afinadas. Ahora mismo, sin embargo, Mrs. Lefafa estaba muy lejos de estar radiante. —Es suficiente, Thozama. Estos niños deben irse a tomar las galletas y Oros. Sus padres les esperan en casa antes de las diez. Charlando y riendo ahora, el coro al completo se trasladó hacia la mesa donde estaban dispuestos los refrescos. Me quedé cerca de mi hermana Precious y de sus amigas sopranos, aunque me miró con un fastidio visible en su adorable cara. Me quedé cerca de ella incluso cuando Neo me llamó para que fuera al otro lado con ella y Monty.
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—¿Por qué no te vas a hablar con la gorda de tu amiga y el pirado de tu novio en lugar de quedarte por aquí? —me preguntó mi hermana. Y a mí me habría encantado irme con Monty, incluso después de lo que había pasado en la disco del colegio. Monty es un chico muy especial, al menos para mí. Está casi siempre bromeando y riendo, siempre sonriente. Cuando estoy con él, de alguna manera, el mundo parece un lugar más sencillo. Bueno, la mayor parte del tiempo. Mi amiga Neo pensaba que éramos la pareja perfecta. “Vosotros dos estáis hechos el uno para el otro, Gaone”, me decía a menudo. “Él te levanta el ánimo y tú le calmas. Porque, admítelo, ¡a veces necesita calmarse!”. Monty me sonrió desde el otro lado de la mesa de refrescos. Me miró directamente a los ojos y sonrió. Aquello fue un gran alivio para mí. Me hizo sentir tan esperanzada... Toda la semana pasada, desde la noche de la disco del colegio, Monty había estado evitándome. Desviaba la mirada, fingiendo no darse cuenta cuando me cruzaba con él en los pasillos o en el patio. Yo no le culpaba. Tenía todo el derecho a sentirse dolido y rechazado, a creer que él no me importaba en absoluto. Por supuesto, no era cierto. Él me importaba a pesar de lo mal que habían ido las cosas entre nosotros aquella noche. ¿Pero cómo podría explicarlo? Yo apenas podía comprender lo que me había ocurrido. Aun así, era agradable que estuviera sonriéndome desde allí, como si todo estuviera perdonado y olvidado. —¿Qué pasa, Gaone? —me llamó—. ¿Eres demasiado importante para estar con nosotros, ahora que eres una cantante de la primera fila? ¿Eres demasiado buena para nosotros, los que estamos metidos en las filas del fondo? 27
Me reí con su broma. Monty siempre conseguía hacerme reír. Pero, aun así, me quedé cerca de mi hermana, en guardia. En la esquina más alejada, Ebenezer estaba apoyado contra la pared con su amigo de los bajos, TP. Ebenezer me pone la piel de gallina. Siempre lo ha hecho. Y precisamente ahora estaba mirando con esos ojos entornados suyos hacia donde estaban mi hermana y sus amigas, con su pendiente de oro brillando bajo la luz fluorescente. Había una leve sonrisa burlona en sus gruesos labios. Pero me di cuenta de que no era a Precious a quien miraban sus ojos. En su lugar, miraban a Sannah, nuestra mejor soprano. Pude ver la excitación oculta en su tímida mirada cuando le miraba a él. ¿Estaba loca? ¿Qué demonios le pasaba? Pero debo admitirlo: una cálida sensación de alivio me recorrió. Mis preocupaciones sobre mi hermana eran infundadas, después de todo. Definitivamente, Ebenezer había puestos sus ojos sobre Sannah. Precious no parecía existir para él. ¡Y así es como yo quería que fuera! ¡Era libre! Existe un precioso momento cuando el pánico termina y te das cuenta de que todo era un error, innecesario y sin sentido. Sí, mi hermana estaba a salvo, ¡así que yo era libre! Caminé hasta el otro lado con Neo y Monty. Me quedé allí, muy cerca de él, tan cerca que mi brazo estaba tocando el suyo. Y él no me rechazó. No se apartó de mí. En vez de eso, se inclinó un poco más para que todo su brazo rozase mi piel, haciéndome estremecer. Justo allí, bajo las brillantes luces fluorescentes. Neo se dio cuenta. Estoy segura de que se dio cuenta. Pero siguió charlando como si todo fuera normal y habitual. 28
—Os diré algo: ¡No estoy deseando que llegue el ensayo del lunes! Mrs. Lefafa estará gritándonos otra vez, volviéndonos locos con ese Gloria suyo. Y es culpa tuya, Monty. Tuya y del resto de tenores. Aún seguís fallando en las notas. ¡Y todos tenemos que sufrir por vuestra culpa! Monty sonrió, con su brazo aún apretado contra mí. —Olvida a Mrs. Lefafa y su Festival. Vamos a concentrarnos sólo en el Día Mundial del Sida. Al menos para eso, lo hacemos perfectamente. Al menos podremos disfrutar de ese día sin ningún estrés. Pero Monty se equivocaba. El Día Mundial del Sida no fue agradable. El Día Mundial del Sida resultó ser el día más desgarrador y doloroso. Incluso ahora, me resulta difícil concentrar mis pensamientos en todo lo que ocurrió ese día. En mi mente, el shock y el horror aún avivan los días de esas semanas y los hacen caer unos sobre otros, como las fechas del póster de mi tía, haciéndolas girar en confusos círculos a través del descampado hacia el oxidado metal de las vías del tren. Así que es mejor que recuerde otro ensayo del coro en ese mismo escenario, en ese mismo gimnasio. Pero la diferencia es esta: es Mrs. Lefafa quien nos dirige. Y su estilo no es tan dulce.
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