Campos verdes, campos grises

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Campos verdes, campos grises


Colección dirigida por Maribel G. Martínez Cubierta: Bettina Wölfel

© 1970 Beltz & Gelberg, Weinheim und Basel Programm Beltz & Gelberg, Weinheim © Para España y el español: Lóguez Ediciones 2014 Ctra. de Madrid, 128. Apdo. 1. Teléf. 923 138 541 37900 Santa Marta de Tormes (Salamanca) www.loguezediciones.es ISBN: 978-84-942305-9-2 Depósito legal: S.479-2014

Todos los derechos reservados. Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito del editor cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida a las sanciones establecidas por la ley. Pueden dirigirse a www.cedro.org) si necesitan fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. (www.conlicencia.com 91 702 19 70 / 91 272 04 47)


Ursula Wรถlfel

Campos verdes, campos grises Traducido del alemรกn por Jacqueline Ruzafa

Lรณguez


Estas historias son ciertas, por eso resultan incómodas: narran las dificultades que surgen de la convivencia entre las personas, y cómo esas dificultades son captadas por los niños en muchos países: Juanita en América del Sur, Sintayehu en África, Manolo, Enrique, Pedro y muchos más en nuestro país y en otros. Por ser verdaderas, estas historias no suelen tener un final feliz. Plantean muchas preguntas. Y cada uno debe buscar la respuesta. Estas historias muestran un mundo que no siempre es bueno, pero que sí puede ser cambiado.


Índice

Los otros niños .................................... Campos verdes, campos grises ............ El pájaro nocturno ............................... El mamarracho .................................... La hora del té ...................................... Falta Juan ............................................ Las sandalias de Manolo ..................... Las brujas gemelas .............................. En un país semejante ........................... ¡Sólo para blancos! .............................. El padre ............................................... Trés calles más allá ............................. La sinvergüenza .................................. Sintayehu ............................................

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Los otros niños

Cuando los niños de la Calle del Lago hablaban de “los otros niños” se referían a los del Camino del Tren. También éstos decían “los otros niños” al referirse a los de la Calle del Lago. El Camino del Tren existía desde hacía tiempo. Era un camino enfangado que serpenteaba a través de praderas descuidadas, a lo largo de los raíles del tren, hasta una vieja cantera llena de chatarra y escombros. En el Camino del Tren sólo había tres casas, chamizos de piedra gris, barracas de chapa ondulada sobre los tejados planos. La Calle del Lago era una calle nueva de altos edificios, bonitas casas de amplios ventanales y balcones soleados. Y entre las viviendas había jardines y un parque de juegos. Al mudarse a este barrio, los padres dijeron a sus hijos: —En el Camino del Tren sólo vive gentuza que no paga alquiler, que no trabaja. No que7


remos saber nada con ellos. No juguéis con los niños del Camino del Tren. Y los padres de los del Camino del Tren decían a sus hijos: —No hagáis caso a esos finolis de las casas nuevas. Se creen superiores a nosotros. Esto despertaba la curiosidad de los niños. Los de la Calle del Lago se paseaban en sus bicicletas por el Camino del Tren. Envidiaban a los niños de allí porque podían hacerse casitas con la chatarra de la vieja cantera. Y cuando ésta se llenaba de agua tras la lluvia, navegaban sobre balsas hechas con tablas de madera. Pero en cuanto veían a los niños de la Calle del Lago gritaban: —Aquí no se os ha perdido nada, ¡gentuza! Largaos, cochinos. Vosotros sólo queréis robar nuestras cosas. ¡Marchaos de una vez! Así se comportaban unos y otros; pero no por mucho tiempo. Y esto se debió a Javier, de la Calle del Lago, y a Tino, a Alfredo y a los árabes del Camino del Tren. Javier tenía cinco años y cuando jugaba en la calle, sus dos hermanas mayores cuidaban de él. Pero se escapaba siempre y cuando le buscaban, no le encontraban por ninguna parte. 8


Al atardecer aparecía jugando en un montón de arena y decía: —Me fui a dar una vuelta con mi patinete. Sus hermanas le creían siempre. Una vez casi se hizo de noche y Javier no aparecía. Sus hermanas y tres de los niños mayores se pusieron a buscarle. Como no le encontraban, se fueron hacia el Camino del Tren. Por el camino iban comentando: —En el Camino del Tren vive un hombre que ha estado en la cárcel. ¿Y si le ha hecho algo a Javier? —Y también viven gitanos en el Camino del Tren. He oído decir que los gitanos roban niños pequeños. —Hay extranjeros, árabes. Nunca se sabe qué clase de gente son. Ni siquiera conocen nuestro idioma. En el Camino del Tren se encontraron con el gitano, sentado a la puerta de su chabola, dando de comer a un niñito. Los de la Calle del Lago le preguntaron por Javier. —Se ha marchado con mi Tino. Javier y Tino son buenos amigos —les dijo. La barraca siguiente tenía un huerto. Una chica estaba arrancando maleza y un viejo se encontraba subido a una escalera, reparando algo en el tejado. 9


Los niños se detuvieron ante la valla. —¿Qué buscáis aquí, mirones? —preguntó la muchacha. Pero el viejo les indicó desde arriba: —Alfredo se ha ido con Javier y Tino, el gitano, a casa de los árabes. Todos los niños están invitados. Daos prisa, que celebran una fiesta árabe. —Pero si éstos son de la Calle del Lago —protestó la chica. —¿Y qué diferencia hay? —preguntó el viejo. Los niños siguieron andando. Uno de ellos cuchicheó: —Ese es el hombre que ha estado en la cárcel. —¿Por qué hablarán los mayores siempre tan mal de la gente del Camino del Tren? —quería saber otro. En la casa de los árabes les abrió la puerta una mujer y exclamó: —¡Adelante! ¡Adelante! —¡Muchos invitados, gran fiesta! —comentó un hombre, indicándoles que se sentaran en un banco largo, cubierto de mantas y cojines de colores. Siete u ocho niños se encontraban ya sentados en él. Javier estaba entre ellos. Los de la Calle del Lago se detuvieron indecisos en el umbral. —¡Vente inmediatamente a casa! —ordenó a Javier una de sus hermanas. 10


—¡Sentar, sentar! —les pidió de nuevo la mujer. Los niños del Camino del Tren les hicieron sitio y se sonrieron maliciosamente. —¿Tener miedo? Aquí la gente tener miedo de los extranjeros. ¿Por qué? —preguntó el hombre. Entonces entraron y tomaron asiento. La mujer llevó vasos y tazas, y los niños de la Calle del Lago tuvieron que tomar pastelillos y té dulce. Los del Camino del Tren los observaban y no dejaban de sonreír. Nadie decía una palabra. —¿Niños mudos? —preguntó el hombre. Ahora también sonreían los de la Calle del Lago, pero no sabían qué decir. Se avergonzaban de haber hablado mal de los árabes. Por fin terminaron de beber el té. Dieron las gracias a la mujer. El hombre los acompañó hasta la puerta: —¡Otro día volver! ¡Alegrar veros de nuevo! Los niños del Camino del Tren habían salido detrás de ellos. —¡Volved, también nosotros nos alegraremos! —gritaron— Entonces os tiraremos a la cantera, ¡hijos de papá! —Y se reían. 11


—¡Gusanos pestilentes! —gritaron los del Camino del Tren. —¡Cazapedos! —gritaron los de la Calle del Lago. Y así empezó su amistad.

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