Gerda Muller
El aprendiz de brujo
El aprendiz de brujo
Florián es un chico impaciente y quiere todo enseguida. Le gustaría convertirse en brujo y ocupar el lugar de su maestro, pero sólo es un aprendiz. Un día en el que el brujo tiene que ausentarse, encuentra la ocasión para probar las fórmulas mágicas que éste le enseñó… Menos mal que el brujo es un brujo curandero, capaz de arreglar cualquier desastre e incluso de curar a Florián de sus defectos.
Gerda Muller
ISBN 978-84-123116-6-2
www.loguezediciones.es
Lóguez
¿De dónde proviene este cuento? Este es el señor Goethe, un poeta alemán muy famoso. Y esta es su sirvienta, que le trae un café: —¡Señor! Tengo que contarle lo que ha pasado en el pueblo de la tátara-tátara-tatarabuela de mi abuelo. Vivía allí un aprendiz de brujo muy imprudente... pido! ¡Rá ame én t ¡Cu istoria! h esa
Esa misma tarde, Goethe escribió un poema que tituló “El aprendiz de brujo”. Un famoso compositor, Paul Dukas, creó una preciosa obra musical sobre esta historia.
Gerda Muller
El aprendiz de brujo Basado en un poema de Goethe Traducción de Ana Romeral Moreno
Lóguez
Hace mucho tiempo, vivía un niño llamado Florián. Sus padres habían muerto y no tenía ni hermanos ni hermanas. Cuidaba de las cabras de un malvado granjero que, en ocasiones, le pegaba. Todas las mañanas, el 8
granjero le daba un trozo de pan duro y, por las noches, un cuenco de sopa. Pasaba todo el día solo, sin poder hablar nunca con nadie.
Un buen día, decidió marcharse. Metió sus escasas pertenencias en un bolso y tomó el camino que descendía hacia el valle. Caminaba rápido a través de bosques,
prados y pueblos, deteniéndose sólo para preguntar si alguien tenía trabajo para él. Pero, por desgracia, nadie necesitaba un ayudante de granjero o un aprendiz.
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El sol ya se estaba poniendo por el horizonte y Florián seguía caminando. Estaba muy cansado y a punto de echarse a llorar cuando, al llegar a la cima de una colina, vio unas murallas y, detrás de ellas, unas casas 10
de aspecto acogedor. «Quizá en esta pequeña ciudad alguien quiera compartir su cena conmigo», se dijo lleno de esperanza.
Todo en el pueblo era calma. «¡¡Miaaauuu!!». Florián se sobresaltó. Dos gatos acababan de pasar corriendo por delante de él.
«Seguramente están volviendo a casa —pensó—. Voy a seguirlos». Vio cómo se colaban por la gatera de una gran puerta. Florián se armó de valor y llamó a la puerta, que se abrió al instante. —¿Qué quieres? —le preguntó un anciano. —Señor, ¿tendría algo para comer, por favor? ¡Tengo tanta hambre! — suplicó Florián. —¿Estás lejos de casa? —preguntó el anciano. —Por desgracia, ya no tengo casa. —Entonces, adelante, muchacho.
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Y así fue como Florián entró en una curiosa casa, llena de objetos que jamás había visto. Mientras disfrutaba de un buen plato de patatas, le contó a su anfitrión la triste vida que había llevado. Después le tocó el turno de hablar al anciano. 12
—Me llamo Sigiswald —dijo—. Soy un brujo curandero. Conozco los secretos de las plantas, y preparo pócimas y aceites que curan a los enfermos. Aunque domino ciertos conjuros, no viajo en escoba.
Y resulta que necesito un aprendiz que me ayude en mi laboratorio. Si no te da miedo vivir en casa de un brujo, tendrás alojamiento y comida a cambio de ese trabajo. También te podré enseñar a preparar mis pócimas. ¿Qué te parece?
—¡Oh, sí! Gracias, señor —dijo Florián—. No tendré miedo—añadió bostezando, ya que su día de caminata le había dejado agotado. —Entonces, ¡a la cama, aprendiz! —dijo Sigiswald—. Dormirás en el granero. 13