va casa grande y visita a su abuela con regularidad. También Ayasha y su hijo visitan a la abuela. Tuvieron que huir de su país y el nuevo hogar que se les ha asignado no es más que un pequeño espacio en un gimnasio escolar. Todo cambiará cuando, al regresar de una fiesta, Jakob y su padre se encuentran con la casa vacía. Los ladrones se lo llevaron todo. Esa noche, padre e hijo sólo tienen un balón de fútbol que los ladrones no se llevaron y una vieja tienda de campaña donde pasar la noche.
El niño más rico del mundo
para su hijo. Jakob se siente muy solo en la nue-
Markus Orths · Kerstin Meyer
El padre de Jakob es rico pero no tiene tiempo
Markus Orths Kerstin Meyer
El niño más rico del mundo
ISBN 978-84-949257-1-9
Lóguez 7/10
www.loguezediciones.es
Lóguez
El niĂąo mĂĄs rico del mundo
Markus Orths (1969) vive como autor en Karlsruhe. Desde 2001 ha publicado novelas y relatos para adultos. Kerstin Meyer (1966) comenzó a dibujar para películas de animación ya en los inicios de su estudio de ilustración en Hamburgo. Desde entonces, ha ilustrado numerosos libros para importantes editoriales. Markus Orths y Kerstin Meyer han publicado en Lóguez La cebra bajo la cama.
Para mi madre, Marlene Orths Título del original alemán: Der reichste Junge der Welt Texto: Markus Orths Ilustraciones: Kerstin Meyer © 2018 Moritz Verlag GmbH, Frankfurt am Main © para España y el español: Lóguez Ediciones 2019 Avda. de Madrid, 128. Apdo. 1. Teléf. 923 138 541 37900 Santa Marta de Tormes (Salamanca) www.loguezediciones.es ISBN: 978-84-949257-1-9 Depósito legal: S 381-2019 Impreso en España
Todos los derechos reservados. Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito del editor cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida a las sanciones establecidas por la ley. Pueden dirigirse a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesitan fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com Tfnos. 91 308 63 30 – 93 272 04 47).
Markus Orths
El niño más rico del mundo
Con ilustraciones de Kerstin Meyer
Lóguez
1 Resulta raro si se tiene que comenzar con una mentira. Pues bien: yo no soy el niño más rico del mundo. Mis amigos me llaman así. En la escuela. Pero apuesto a que hay muchos chicos más ricos que yo. En América. O en Arabia. Estoy seguro. Pero, eso sí, soy el niño más rico de Wattenheim. Aquí vivo con mi papá. Desde hace un año, tenemos una nueva casa en el bosque al final de la aldea, completamente aislada. En realidad, es demasiado grande para papá y para mí. Tiene nueve habitaciones y tres baños. A mí me pertenecen dos de las habitaciones, un dormi9
torio con mesa de escritorio y una de juegos. Y en el desván, se encuentra montada mi gigantesca maqueta del tren con túneles y montañas, con lagos y una ciudad, con personas y animales, un castillo, una estación de ferrocarril, un pequeño campo de fútbol con diminutos futbolistas. Está claro: yo juego al fútbol. En el Club de Fútbol Wattenheim. En el cadetes E. Por lo general, juego de portero. Mi ídolo no es Manuel Neuer sino René Higuita, que dejó de
jugar hace ya mucho tiempo, pero papá me ha enseñado vídeos en YouTube en los que se ve a Higuita, con su melena negra de león, regateando en la mitad del campo y tirando faltas. En una ocasión, Higuita hizo un escorpión. Fue así: estaba en la portería y el balón le llegaba en un arco alto. Higuita no lo detuvo con las manos. Salió de la portería, se tiró en plancha hacia el balón y lo rechazó con ambos talones. Me pareció de una clase mundial. Hace ya dos años que papá me enseñó el vídeo. Y hace dos años que papá, de pronto, se hizo famoso. Había ganado un premio, el Gran Premio de Arquitectura. De la alegría, mi padre dio un salto mortal. 11
Dijo: —Es algo así como si Fortuna Düsseldorf ganara la Champions League. Sin embargo, desde que papá es famoso, ya no dispone, lamentablemente, de mucho tiempo para mí. En realidad, no tiene ninguno. —Los padres —dice siempre— raramente disponen de tiempo. Tienen que ganar dinero y están muy ocupados. Sobre todo, los padres que educan solos a los hijos. Mi papá ha construido él mismo nuestra gigantesca casa. No, la han construido los albañiles, pero papá la ha diseñado, así se dice cuando alguien dibuja los planos para una casa. Desde que ganó la Champions League de arquitectos, se pasa todo el tiempo en su despacho de la gran ciu12
dad, cerca de donde vivimos, esto es, en Düsseldorf. O está viajando y se reúne con leones de la construcción. Antes, yo creía que eran leones de verdad, de África, con melena y rugidos. Y mi papá trabajaría con ellos como un domador en el circo. Es que hace cuatro años yo todavía era pequeño. Ahora sé que se llama leones de
la construcción a la gente que tiene todavía más dinero que mi padre y que hacen construir casas aún más grandes. Pero para hacerlas necesitan eso, arquitectos. Como papá trabaja todo el tiempo, me voy a casa de mi abuela después del colegio. Mi bicicleta es superguay, negra
como la pez y con una barra en el medio. Papá me la regaló hace cuatro semanas. Por mi cumpleaños. Cumplí ocho años. ¿Y mi abuela? Vive en el centro del pueblo, en la planta baja de una vivienda viejísima. Papá le ha preguntado muchas veces por qué no se viene a vivir con nosotros. Pero a mi abuela le gusta su casa. Dice: —Toda mi vida la he pasado aquí, éste es mi hogar y no pienso mudarme a mi edad. Tendría que pasar algo muy loco. En casa de mi abuela, todos los días hay mi comida preferida. Porque todas las cosas que cocina mi abuela son mis comidas preferidas. Incluso las alubias gordas porque mi abuela les echa mucha 15
pimienta y saben a erupción de volcán. Mi abuela hace panqueques, espinacas, arenques en vinagre y Hefeknödel*. Colegas, me entra verdadera hambre mientras escribo todo esto.
* Hefeknödel: plato típico alemán (N. del T.) 16
2 La historia que quiero contar empieza el día en el que me robaron la bici. Estaba sentado al mediodía con la abuela comiendo tortitas rellenas de chocolate, que son únicas: el chocolate se mantiene líquido dentro y se derrama cuando pinchas la tortita. Después, jugamos a las damas, al parchís y al ajedrez. Otros adultos juegan, a veces, intencionadamente mal. ¡No mi abuela! Por eso me alegro si alguna vez gano. No es frecuente. A las seis me despedí de mi abuela, le di un beso y salí a la calle. ¡Mi bicicleta 17