Güinpin

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En busca de la felicidad

Barbara van den Speulhof Henrike Wilson
Lóguez

Este libro pertenece a:

¡Trátalo con cuidado!

Título del original alemán: Ginpuin. Auf der Suche nach dem grossen Glück

©Texto: Barbara van den Speulhof

© Ilustraciones: Henrike Wilson

© Coppenrath Verlag GmbH & Co. KG

Hafenweg 30, 48155 Münster (Germany)

© para España y el español: Lóguez Ediciones 2023

© Traducción: Belén Santana

Todos los derechos reservados

ISBN: 978-84-126685-4-4

Depósito Legal: S 302-2023

Printed in Spain

www.loguezediciones.es

En busca de la felicidad

Una historia de Barbara van den Speulhof

Con ilustraciones de Henrike Wilson

Lóguez

Muy, pero que muy lejos de aquí está la isla de los pingüinos, tan lejos que ni nos lo podemos imaginar. Está casi en la otra punta del planeta.

En esa isla viven muchísimos pingüinos, tantos que ni nos los podemos imaginar. Allí hace frío en invierno y en verano, tanto que ni nos lo podemos imaginar. Pero a los pingüinos el frío no les afecta.

Nada más despertarse, los pingüinos van juntos al agua y pescan unos cuantos peces. Luego se echan una siestecita o pasan el rato charlando tranquilamente. Después juegan a deslizarse por los glaciares o dan un paseo para tomar el fresco. Y cuando han terminado de hacer todo eso, vuelven a empezar, porque es muy divertido.

Y así debería haber sido siempre, hasta que un día vino al mundo un pingüino que era distinto a los demás.

Al principio nadie se dio cuenta, porque llevaba la misma camisa y los mismos pantalones que los demás.

Y también un frac de color negro, como los demás.

Caminaba balanceándose, como los demás.

Y le encantaba el pescado, como a los demás.

Cuando nadaba y se sumergía, también lo hacía como los demás.

Pero el día que empezó a hablar, los pingüinos se dieron cuenta de que no era como ellos.

—¿Y a ese qué le pasa? —exclamó Pit Peng, que era un poco descarado y no sabía cerrar el pico.

—¡Yo también sé limarme las paletas! —dijo el pequeño pingüino, que era un poco raro, al ver que los demás se limpiaban las aletas.

—¡Y también visto de banco y nego! —añadió mientras los demás presumían del blanco y negro de su plumaje.

—¡Os acompaño al tímpano de hielo! —exclamó cuando los pingüinos decidieron ir nadando hasta el témpano de hielo que había en mitad del océano.

Todos se partieron de risa. Tanta gracia les hacia su forma uno tras otro, fueron perdiendo el equilibrio y resbalaron de espaldas por el glaciar hasta caer al agua.

de hablar que,

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