impiden un gran fuego”, se podía leer en grandes titulares en el diario local. Sin embargo, la verdad es muy distinta. Felix, de once años, y sus amigas Corinna y Mia no han apagado el fuego. Todo lo contrario, ellos mismos lo han provocado con la simple intención de vivir una “aventura”. Cuando una persona del pueblo, un conocido alcohólico, es denunciado como el principal sospechoso de haber provocado el incendio, los tres amigos se encuentran en un conflicto moral que determinará también la relación entre ellos.
Una nueva novela de la escritora alemana Jutta Richter, cuyos premios literarios, según el diario alemán Die Welt, llenan tres páginas y que escribe bajo el lema de Gorki “Escribir para niños es lo mismo que escribir para adultos, pero mejor”.
ISBN 978-84-944295-3-8
www.loguezediciones.es
Jutta Richter HÉROES
“Los pequeños héroes del Camino del Río. Unos valientes niños
Jutta Richter LÓGUEZ
HÉROES
Jutta Richter Héroes
Colección dirigida por Maribel G. Martínez © 2013 Carl Hanser Verlag, München © para España y el español: Lóguez Ediciones 2017 37900 Santa Marta de Tormes (Salamanca) www.loguezediciones.es © Cubierta de Marion Blomeyer/Lowlypaper, Munich usando una foto de plainpicture y una ilustración de istockphoto ISBN: 978-84-944295-3-8 Depósito legal: S.95-2017 Impreso en España
Todos los derechos reservados. Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito del editor cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida a las sanciones establecidas por la ley. Pueden dirigirse a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesitan fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com Tfnos. 91 308 63 30 - 93 272 04 45).
JUTTA RICHTER
HÉROES Traducido del alemán por L. Rodríguez López
Lóguez
Para Lili, Joshua, Ayşhe, Said y Emma y todos los niños que esperan un milagro.
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o peor fue que nadie dio con la verdad y nosotros tuvimos que pasar todo el verano con aquella mala sensación en el estómago. Nuestra declaración no fue la causa de todo, sino la señorita Fontana. Porque la señorita Fontana se lo contó a todo el mundo a pesar de que ella solamente había visto parte de lo sucedido. Probablemente se había encontrado bajo la ducha con la ventana del cuarto de baño abierta, como siempre. Por lo menos, eso opinaba Felix Vorhelm. Con jabón en los ojos, no se puede ver bien. Y dos semanas más tarde, apareció la fotografía en el periódico y el titular: “Los pequeños héroes del Camino del Río”. En la foto, Felix Vorhelm está a la derecha; Mia Besler, esa soy yo, en el centro y Corinna Thiemann a la izquierda. Y los tres sonreímos confundidos ante la cámara. Detrás de nosotros, se puede ver el paraje negro y calcinado del talud de la estación. 7
Los pequeños héroes del Camino del Río Unos valientes niños impiden un gran incendio
Hemsbach. Después de que ayer al mediodía se declarara un incendio en el talud de la vía del tren, tres niños se portaron de forma ejemplar. Como una testigo ocular informa, el niño de once años Felix Vorhelm y sus dos amigas Mia Besler (11) y Corinna Thiemann (10) descubrieron el fuego e inicialmente intentaron apagarlo pisando las
llamas. Sin embargo, debido a la larga sequía, las llamas se extendieron de forma que solamente los bomberos alertados pudieron sofocarlas. El jefe de los bomberos Kloppke aprovechó para recordar a la población que no arrojaran botellas de vidrio o cigarrillos encendidos ya que el riesgo de incendio es extremadamente alto en estos momentos.
Los valientes niños somos nosotros, ahora y para todos los tiempos. Mamá ha clavado el recorte de periódico en el panel de la cocina y yo tengo que verme todas las mañanas en esa foto y leer de nuevo el texto.
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as vacaciones de verano fueron tan largas como la eternidad. El sol abrasaba, nosotros teníamos una sed infernal, nuestras narices se despellejaban, nues-
tras cabezas ardían y el sudor nos goteaba de la frente. Lukas Trietsch se había ido con sus padres a Allgäu. Nos envió una postal con montañas nevadas y nosotros lo envidiamos. Felix Vorhelm, Corinna Thiemann y yo estábamos sentados en el bordillo de la cuneta y contábamos las hormigas que desfilaban en una larga fila por el bordillo. Cuando Felix Vorhelm aplastaba una, las demás se llevaban el cadáver con ellas. Nos preguntábamos si las hormigas también sudaban. Felix Vorhelm indicó que más bien no ya que tenían ácido fórmico en la sangre. Después, aplastó de nuevo una. —Eso es asqueroso —dijo Corinna Thiemann. —Ellas no lo notan —respondió Felix. 9
—Me aburro —dije mirando fijamente hacia la carretera con los ojos medio cerrados. Sobre el asfalto, se reflectaba el aire volviendo borrosos los árboles del otro lado de la carretera. Los tres nos aburríamos. El hombre de los helados pasaba siempre a las cuatro, pero hasta las cuatro faltaban todavía tres horas o tres semanas o tres meses. El tiempo se arrastraba más lentamente que un caracol rojo, los vencejos volaban muy alto y sus crías chillaban si se acercaban a los nidos. Todo lo demás estaba en calma. En alguna parte, a lo lejos, sonó una sirena. —Insolación —dijo Felix Vorhelm. Rebuscó en el bolsillo del pantalón y sacó una caja de cerillas. —Venid, vamos a hacer algo —dijo y se puso en pie. —¿Qué? —preguntó Corinna Thiemann. —Chamusquina —dijo Felix. —Está prohibido —dijimos Corinna y yo. —Cobardes —replicó Felix y escupió a través de un hueco en su dentadura—. Típico, tías. Corinna y yo nos miramos. —¡No nos ve nadie! —dijo Felix. Nos acercamos al talud de la vía del tren. La hierba estaba amarillenta y muy seca. Los grillos cantaban. 10
Felix frotó una cerilla contra el canto de la caja y la cabeza del fósforo se iluminó. Felix la dejó caer. Las llamas prendieron en un manojo de hierba seca. Las pavesas ascendieron en el aire. El fuego se extendió. Ardían seis, siete, ocho manojos de hierba. Las llamas ya se habían acercado a un rosal. Por todas partes, crepitaba y crujía. Los grillos habían dejado de cantar. Un mirlo aleteó enfadado saliendo de un matorral. —¡Pisadlo! —exclamó Felix. Pisamos con nuestras sandalias la hierba ardiendo. —¡Más rápido! —gritó entrecortado Felix. La humareda me quemaba los pulmones. —¡No lo conseguiremos! —gritó nerviosa Corinna—. ¡Dios mío!, ¿qué podemos hacer? Felix arrancó una rama del sauce llorón que estaba enfrente y golpeó con ella en las llamas, pero el fuego únicamente se revolvía extendiéndose todavía más rápido. Mis pies estaban negros del hollín y las sandalias olían a goma quemada. —¡Retirada! —exclamó Felix—. ¡Larguémonos! Todo el talud estaba envuelto en llamas. Nos ocultamos en el garaje de los Thiemann. Escupí sobre mis pies. Debido al calor, tenía ampollas en ellos. Corinna Thiemann estaba sentada en el suelo y lloraba. 11
—¡Deja de lloriquear! —dijo Felix y su voz tembló ligeramente. También yo me sentía mal por el miedo. —Si esto se da a conocer, me meterán de nuevo en el hogar para niños —dijo Felix. Se había vuelto completamente pálido—. Pobres de vosotras si decís algo. —No lo haremos —dijo Corinna. —¿Lo juráis? —Lo juramos —dije yo. —Juradlo como debe ser —ordenó Felix. Corinna y yo alzamos los dedos del juramento. —Lo juro por la vida de mi madre —dijo Felix. —Lo juro por la vida de mi madre —dijimos Corinna y yo. Fuera, ululaban las sirenas. El sonido se aproximaba cada vez más. —Los bomberos —anunció Felix escupiendo a través del hueco de su dentadura. Oímos cómo el coche de bomberos se paraba con un chirriar de neumáticos. Las puertas del coche de bomberos sonaron fuertemente al abrirse. —¡Fuera! —ladró una voz ronca de hombre. 12
Felix estaba tumbado sobre el vientre y escudriñaba a través de la rendija entre el suelo y la puerta del garaje. Me tumbé a su lado. —¿Podéis ver algo? —preguntó Corinna. —Están desenrollando la manguera —dijo Felix. Mi corazón latía con fuerza hasta en la punta de mis pies. Vi las negras botas de los bomberos y la larga manguera gris sobre la calle como si fuera una serpiente muerta. —¡Agua va! —rugieron voces de hombres. La gigantesca serpiente cobró vida. Se hinchó y comenzó a convulsionarse. Y después solamente escuchamos el ruidoso siseo del chorro de agua dirigido a las llamas. Una eternidad más tarde, todo había pasado. Los bomberos volvieron a enrollar la manguera. —¡Subimos! —ladraron las voces de los hombres—. ¡Retirada! Las puertas del vehículo sonaron ruidosamente al ser cerradas, el motor arrancó y el coche de bomberos se puso en marcha. Sin sonidos de sirena, sin luz azul de emergencia. Únicamente quedaba en el aire un olor ácido de llamas apagadas. Con cuidado, Felix abrió la puerta del garaje. Miramos directamente a la clara luz del sol. Enfrente, esta13
ba el talud de la vía del tren, negro y calcinado como un desierto negro. —¡Dios mío! —susurró Corinna—. ¡Es por nuestra culpa, lo hemos hecho nosotros! —Si no mantienes la boca cerrada, te mataré —siseó Felix—. Y no lo olvides: lo has jurado. Corinna Thiemann se tapó la cara con las manos. —Por tu madre —dijo Felix. —¿Y las ampollas por el fuego de nuestros pies? —pregunté—. ¿Y las sandalias chamuscadas? ¿Cómo quieres explicarlo? Felix se encogió de hombros. —Mi madre ni lo nota. —Pero la mía sí. Y, sobre todo, la señora Thiemann. Ella siempre se da cuenta de todo. Corinna comenzó a sollozar. Pasé mi brazo por sus hombros. —Bueno, pues entonces decimos que hemos ayudado. Queríamos apagar el fuego pisando las llamas. Es lo que intentamos. Ni siquiera mentimos —Felix me miró con una expresión de triunfo—. ¡Admitidlo, es una idea genial! —¿Y si ella pregunta quién prendió el fuego? —sollozó Corinna—. Mi madre seguro que lo pregunta. 14
—Trozos de vidrio —dijo Felix—. Sucede todos los días. Con el calor, actúa como si fuera una lupa. Le da el sol y enciende todo. —Nos ofreció su mano abierta—. ¿De acuerdo? —De acuerdo —dijimos y chocamos las manos.
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íos! —exclama Lukas Trietsch. Con las piernas abiertas, está moreno del sol. Sus cabellos rubios blanquecinos brillan como la montaña con nieve de la postal que nos envió desde Allgäu. —Pues sí que me he perdido algo. Abanica nuestras caras con el recorte del periódico. —Bueno, contadme. —No hay nada que contar —gruñe Felix Vorhelm. —Pues yo no lo veo así. Dicen que el señor Brüning habría tirado, borracho, una colilla encendida en la maleza. —No lo hizo —dice Corinna. Lo dice un tanto demasiado rápido y alto. Lukas arquea las cejas. —¿Me ocultáis algo? Hablad de una vez. Vosotros estabais delante. —No, no estábamos. 16
—¿Cómo que no? Aquí pone que vosotros sois los héroes del Camino del Río. Felix Vorhelm pone los ojos en blanco. Corinna mira fijamente la punta de sus pies y aprieta con fuerza los labios y yo tengo de nuevo esa desagradable sensación en el estómago. Es como si tuviera hambre, a pesar de que terminamos de comer al mediodía. —¿Bueno, entonces? —pregunta Lukas. —¡Cuando llegamos nosotros, ya estaba ardiendo! —dice Felix—. Nosotros solamente intentamos apagar el fuego pisándolo. —¿Y Brüning? —No se le veía por ninguna parte —dije. —¿Y por qué no fuisteis a buscar ayuda? —No teníamos por qué —dije—. La sirena de los bomberos se escuchaba ya muy cerca. —¡Qué raro! —dijo Lukas—. La Fontana le contó a mi madre que vosotros, de pronto, desaparecisteis como tragados por la tierra. ¿Por qué os largasteis cuando llegaron los bomberos? Corinna Thiemann señaló sin decir palabra las tiritas plateadas de su pierna. —¿Quemaduras? —preguntó Lukas. Corinna asintió. 17
—Aun así, raro —dijo Lukas y movió la cabeza—. Yo me habría quedado allí y habría mirado cómo lo apagaban. De verdad, tíos.
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elix Vorhelm conocía bien los hogares para niños. Yo lo sabía y también sabía que los hogares para niños son los lugares más terribles del mundo. La señora Trietsch lo había dicho cuando mamá y yo nos encontrábamos delante del mostrador de la carne. —¿Puedo poner un poco más, señora Besler? —Después bajó la voz y tuve que esforzarme para entender todo. —El chico está de nuevo con ella. Se dice que para ver cómo se porta. Las mujeres de la oficina de Protección del Menor casi se turnaban delante de la puerta, algo que no sucedía en el hogar para niños, porque él esperó la oportunidad para volver a escaparse. Cuatro veces en medio año. Únicamente porque quería irse con su madre. Puede uno imaginárselo. Habría intentado incluso prender fuego. Bueno, es que la sangre tira mucho. Solamente hay que desearle al chico que esta vez salga bien. A nuestro Lukas ya le he dicho que, 19
por ahora, se mantenga alejado de él. Pero seguro que le invitaremos por el cumpleaños del niño. Confío en que salga bien. —La señora Trietsch levantó nuevamente la voz. —Mire, aquí tengo una pieza muy buena. —Tenía el afilado cuchillo en la mano y cortaba un trozo grande de carne ensangrentada. Si quiere, puedo fileteársela. —Estaría muy bien —dijo mi madre. —Difícil siempre lo fue —continuó la señora Trietsch de nuevo bajando la voz—. Pero la madre le permitía todo. Y ya se sabe que a los niños hay que marcarles límites. Otra cosa es si los del hogar para niños serán capaces de reconducirlo. Una lee y escucha cosas. Y después están esos terribles dormitorios por la noche… No le deseo a ningún niño que termine ahí. Los hogares para niños son los lugares más terribles del mundo. La señora Trietsch le alcanzó a mi madre el pequeño paquete con la carne. —Son ocho con setenta y cinco, señora Besler —Y me sonrió. —Qué, guapa, seguro que quieres probar una rodaja de salchichón. 20
Con sus gruesos dedos enrojecidos levantó una rodaja y me la ofreció. —¿Qué se dice? —preguntó mamá. —Gracias, señora Trietsch —Aunque a mí no me gustaba el salchichón. En realidad, todos hablaban del hogar para niños de Felix Vorhelm. Incluso Corinna Thiemann opinaba que teníamos que ser especialmente amables con él porque lo había tenido muy difícil. Lukas Trietsch no opinaba así. —Está bien —dijo finalmente con aire altanero—. Puede subirse en mi nueva bici para probarla. El mismo Felix jamás hablaba sobre el hogar para niños y era ley no escrita el que nosotros no le preguntaríamos sobre ello. No conseguí descubrir lo sucedido en los dormitorios. Pero me lo imaginé. Por la noche, en la cama, cuando todo estaba a oscuras. Me imaginé que yo me encontraba en un dormitorio tan grande como el pabellón de deportes de nuestra escuela. Las camas colocadas muy juntas y en cada cama se encontraba un niño llorando con nostalgia. Y 21
los sollozos y lamentos eran tan altos que uno no podía dormirse. Pero nadie consolaba a esos niños, ninguna mamá venía y susurraba: “Todo irá bien, mi tesoro. No llores. Te cantaré una nana”. Todo lo contrario. Me imaginé que delante de la gran puerta del dormitorio se encontraba un vigilante de expresión sombría y ojos malignos. Y si el llanto se volvía muy alto, abría la puerta de golpe y vociferaba. “¡Silencio, allí atrás!”, rugía el vigilante. “¡Silencio, allí atrás y pobre de aquel que llore!”. Siempre cuando llegaba a esa situación en mi imaginación, tenía que levantarme. Iba tanteando a oscuras por la vivienda hasta el dormitorio de mis padres y me acurrucaba al lado de mamá y mamá me hacia sitio y, dormida, me abrazaba.
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