Larada abril

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re v is ta p a rro q u ia l m e n s u a l d e S a n C ris to v o d a s v iñ a s nº 101 - Ano M aABRIL rz o 2 02017 09 n º2IX- A n o I “Aquel que esté LIBRE de PECADO que arroje la primera piedra”. Jesús de Nazaret.

LA SEMANA SANTA, SEMANA DEL AMOR Estamos a punto de celebrar la Semana Santa. Celebramos los grandes misterios de nuestra fe, como son la Pasión, Muerte y Resurrección nuestro Señor Jesucristo El Jueves Santo celebramos el Mandamiento Nuevo, la Institución de la Eucaristía y del Sacerdocio. El Viernes Santo celebramos la Adoración de la Cruz. Y aquí aparece el grito de Jesús: “DIOS MÍO, DIOS MÍO, ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO?” Sabemos que no es un grito de protesta, ni un grito de desesperación, es un grito de confianza. Es la oración del corazón que en medio del abandono de todos, tampoco siente la presencia viva de Dios. Es la experiencia dolorosa del abandono de los suyos, de los amigos, de los que hasta entonces estaban cerca, pero que ahora, en los momentos difíciles del sufrimiento, se han quedado lejos. Es la experiencia del abandono incluso de quien está llamado a dar la cara por Él: el Padre. ¿Dónde están los amigos? ¿Dónde está Dios? La cruz se rodea del silencio universal. Del silencio de todos. Jesús ha quedado solo. Nadie da la cara por Él. No se ha quejado del dolor de su cruz, pero se queja de la soledad en la que todos le han dejado. No se ha quejado del dolor de los clavos, pero se queja de la soledad y el silencio de todos. Porque, con frecuencia, no es el dolor físico lo que más duele. Es mucho más fino, mucho más profundo, mucho más doloroso, el sufrimiento del alma, el sufrimiento del espíritu. Duelen los clavos de las manos, pero duele más la terrible soledad. Duelen los clavos de los pies, pero duele más esa callada y silenciosa presencia del Padre. Hay momentos en la vida que tenemos que afrontarlos solos, en total soledad. En los que los demás no tienen nada que decir. Son momentos en los que uno se queda a solas consigo mismo. A solas, allá en lo más profundo del alma. La soledad es tan espesa que las palabras no dicen nada y las presencias se hacen invisibles. Comprendemos esta situación, porque muchos sabemos mucho de soledad. Muchos conocemos muy de cerca esa soledad de sentir que nadie nos tiene en cuenta: de sentir que para nadie somos importantes, de sentir que incluso, para muchos, somos un estorbo y un fastidio, de sentir que somos la suciedad de la ciudad, un mal rostro para el turismo. Pero la Semana Santa no termina en la Cruz. Si terminase en la Cruz, todo terminaría en muerte. Y esto no es verdad. La Semana Santa termina en la Pascua. Y esto nos tendría que llevar a revalorizar las celebraciones litúrgicas de la Vigilia Pascual. Porque es en la Vigilia Pascual donde: Las tinieblas se hacen luz. La muerte comienza a tener sabor de vida. Es semana que nos habla de muerte y de sepultura, pero también nos habla de un amanecer pascual con un sepulcro vacío y un Cristo nuevo resucitado y con nosotros, hombres y mujeres nuevos, resucitados con Él. Que todos podamos amanecer el domingo con un corazón nuevo y que juntos, podamos entonar gozosos el ALELUYA, ALELUYA, ALELUYA, EL SEÑOR RESUCITÓ.


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Larada abril by Mª Dolores Mantiñán Loureiro - Issuu