re v is ta p a rro q u ia l m e n s u a l d e S a n C ris to v o d a s v iñ a s nº 103 - Anon IX M XUÑO a rz o 22017 009 º2 - A n o I “Yo soy el CAMINO, la VERDAD y la VIDA” .Jesús de Nazaret.
RENOVARNOS EN COMUNIÓN DESDE CRISTO Con esta frase nuestro arzobispo quiso animar a la Iglesia de nuestra archidiócesis hace 5 años, cuando comenzaba el Sínodo. Se inició un proceso, en el que toda la Iglesia fue protagonista, y un instrumento para adecuar las estructuras y actividades a un nuevo estilo pastoral misionero. Se constituyeron cientos de grupos sinodales (como los que hubo en S. Cristovo das Viñas o en S. Luis Gonzaga) donde se trabajaron varios cuadernos de reflexión, y se efectuaron propuestas concretas de renovación pastoral. En los primeros meses de este curso tuvieron lugar ya 5 asambleas sinodales, a las que fueron llamadas casi 170 personas, entre ellas sobre 50 seglares. Y recientemente el Sr. Arzobispo, D. Julián, tras finalizar los trabajos del Sínodo, aprobó el Documento Final. No es fácil resumir 60 páginas, pero nos centraremos en algunas de sus disposiciones y orientaciones pastorales, que son un sentir del Pueblo de Dios y de nuestros pastores, D. Julián y su obispo auxiliar D. Jesús. Para responder a deficiencias como el excesivo parroquialismo y la falta de comunión eclesial, el fuerte protagonismo clerical en la acción pastoral, y la disminución y envejecimiento de la población rural y de los sacerdotes, surge la Upa, Unidad Pastoral. La Upa, realidad intermedia entre el arciprestazgo y la parroquia, es una comunidad de fieles, antes que una realidad territorial, una agrupación de parroquias que conservan sus derechos y deberes y se unen con vistas a la ayuda mutua y a la acción común. Precisamente las Upas pueden ayudar a promover formas de colaboración orgánica entre parroquias limítrofes, siendo una buena oportunidad para crear equipos apostólicos formados por sacerdotes, religiosos y laicos. Y es una forma de poner en ejercicio la corresponsabilidad a través de estructuras participativas. Un segundo aspecto es que resulta urgente y prioritaria la renovación pastoral en nuestra diócesis, y para que esta renovación sea efectiva, es necesaria la formación integral del evangelizador. En orden a este objetivo, se diseñará y se pondrá en marcha un plan de formación a partir del curso 2017-2018, al que todos estamos llamados a participar de modo activo. Se va a poner en marcha un curso de 2 años de duración, con reuniones mensuales, para dinamizar y renovar la pastoral diocesana. En cuanto a las familias, se incide en que es necesario potenciar una pastoral de acompañamiento de los esposos y padres cristianos, que no se han de sentir solos a la hora de cumplir con la tarea de educar en la fe a los hijos, para lo cual se insiste en facilitar momentos de formación para los padres y aquellos que desempeñen sus funciones. Por lo que respecta a la vocación de servir a los más empobrecidos, se urge a todos los cristianos y a las instituciones diocesanas a multiplicar, tanto individual como colectivamente, gestos concretos que expresen de forma clara y decidida su compromiso con los más débiles, vulnerables y afligidos de este mundo. Por hablar de un ejemplo práctico, se tratará de poner en valor aquellas propiedades diocesanas no utilizadas ni útiles, poniéndolas al servicio de los más necesitados. Por último, se anima a que las parroquias y unidades pastorales fortalezcan su compromiso en favor de la difusión, conocimiento y profundización de la Doctrina Social de la Iglesia, organizando acciones formativas en este terreno, al menos a nivel de arciprestazgo o zona pastoral. En definitiva: una Iglesia alegre, en salida, abierta a todos y en la que todos debemos sentirnos corresponsables. De nosotros depende no cerrarnos en lo nuestro, sino caminar hacia una Iglesia en la que la persona, con todos sus defectos pero con sus virtudes, es el centro, y Jesús quien nos acompaña siempre.