El Marqués de Carabás

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El Marqués de Carabás Adaptación por: Lorena Batres


El Marqués de Carabás Título Original: El Gato con botas Primera edición: Noviembre 2017 A. L. B. S 1998. Lorena Batres, Guatemala Guatemala

Edición Original en UMG Guatemala: Expresión Gráfica IV Dirección General: Ada Amézquita Ilustración: Ana Lorena Batres Soto Cuento Original: Charles Perrault (Francia) 1800

Impreso en- Visión Digital


A mi madre, quiĂŠn con mucho amor me brindaba lecciones de vida a travĂŠs de historias.


Aarón, más conocido como El marqués de Carabás no siempre perteneció a la realeza, de hecho, era todo lo contrario. Vivía con sus padres, dueños de un molino y 2 hermanos mayores.


Los 3 hermanos eran muy bien parecidos, pero quien robaba las miradas de todas las señoritas del pueblo era Aarón, él parecía no tomar interés mucho interés en cortejar a las chicas, era joven, pero tenía otras paciones.


Se

dedicaba a escribir historias fantĂĄsticas en el cuaderno de su madre. Pues su sueĂąo era ser escritor o llevar a cabo una de sus fabulosas historias. Pero lo hacĂ­a durante sus tiempos libres, pues su padre era muy estricto y no era partidario de cuentos de hadas


Su padre comenzรณ a enfermar y sintiรณ que era

momento de hablar con sus 3 hijos. Pues era momento de repartir la herencia. No dejรณ mรกs bienes que un molino, un asno y un gato. El hijo mayor se quedรณ con el molino, el segundo con el asno y el tercero tuvo que conformarse con el gato de su madre.



Finalmente su padre murio y Aarón pensaba: -Mis hermanos podrán ganarse honradamente la vida trabajando juntos; pero yo, ¿Qué voy a hacer con este animalito? ¡Ay, pobre de mí, que me moriré de hambre! Al oír esto Napoleón y ver tan triste a su dueño, le dijo con aire muy serio: -No os aflijáis mi amo; dadme un saco y unas botas y pronto veréis que vuestra suerte no ha sido tan mala como juzgáis. El muchacho apenas si hizo caso de las palabras del animalito; pero como éste insistió y últimamente le había visto demostrar tanto ingenio en la caza de ratones, suspendiéndose por los pies o escondiéndose entre la harina para hacerse el muerto, decidió dale lo que le había pedido, no desesperando de recibir de él algún socorro en su miseria.


El gato se puso las botas resueltamente, y con el saco al hombro se dirigió a un vivar lleno de conejos. Cuando llegó allí tendió el saco en el suelo poniéndole dentro un poco de salvado; después, agarró con las patas delanteras los cordeles que tenía para cerrarlo y se tendió sobre la hierba como si estuviera muerto, esperando que algún conejo, poco instruido en las picardías de este mundo, se metiera en el saco para comerse lo que había adentro.


Efectivamente, al poco rato acudiรณ un incauto conejillo y entonces el gato dio un fuerte tirรณn de los cordeles y lo apresรณ sin misericordia.


Muy contento con su presa, el gato, se encaminó al palacio del rey, y en cuanto llegó allí dijo que quería hablar con el soberano. Le hicieron subir a la estancia de Su Majestad, y, una vez dentro, se inclinó ante el Rey haciendo una profunda reverencia y le dijo: -Señor, he aquí un conejo de caza que mi amo el Marqués de Carabás (éste era el nombre que se le antojó darle a su dueño) me ha encargado que os ofreciese. -Di a tu amo – respondió el rey—que le quedo muy agradecido por su presente.


Otro día, Napoleón fue a ocultarse en un campo de trigo, siempre con el saco abierto, y apenas se metieron en él dos perdices, tiró de los cordeles y las capturó.


Fue enseguida a presentárselas al rey, lo mismo que había hecho con el conejillo del vivar. El rey recibió con mucho gusto las perdices y ordenó que le dieran al gato una recompensa.


Y así durante dos o tres meses, Napoleón continuó llevando piezas de caza al rey, siempre en nombre de su amo el Marqués de Carabás.


Un día se enteró de que el rey iría a pasear por la orilla del río, acompañado de su hija, que era la princesa más hermosa de todo su reino. Entonces le dijo a su amo: -Si seguís mis consejos, vuestra fortuna es cosa hecha. Id a bañaros al río donde yo os diga y dejadme a mí todo lo demás. Aarón hizo lo que el gato le aconsejaba, sin imaginarse cómo acabaría aquello. Mientras me bañaba el gato le escondió la ropa debajo de unas piedras y, en el momento en que el rey pasaba por la orilla del río, empezó a gritar con todas sus fuerzas:

-¡Socorro! ¡Socorro! ¡Se ahoga el señor Marqués de Carabás!


Al oír los gritos del animalito, el rey asomó la cabeza por la portezuela de la carroza, y reconociendo al gato que tantas veces le había llevado presentes, ordenó a sus guardias que socorrieran inmediatamente al señor Marqués de Carabás.


Mientras éstos iban de pesca del pobre Marqués, el gato se acercó a la carroza y le dijo al rey que unos ladrones le habían quitado la ropa a su señor cuando se estaba bañando, a pesar que él había gritado con todas sus fuerzas:

¡Al ladrón, al ladrón! El rey ordenó a los guardias que trajesen uno de sus hermosos trajes para el señor Marqués de Carabás. Después, invitó a éste a que montase en su carroza al lado de la princesa, llenándole de atenciones.


Y como el magnífico traje que acababa de vestir realzaba su aspecto. La hija del rey lo encontró muy de su gusto; tanto, que el Marqués de Carabás no había hecho mas que mirarla un par de veces, cuando ya ella se enamoró rendidamente de él.


El gato, muy contento al ver que sus designios empezaban a realizarse, tomó la delantera y encontrando a unos labriegos que guadañaban un prado les dijo: -Buena gente, si no decís al rey que este prado es del Marqués de Carabás, os matarán. Al pasar el rey y contemplar los hermosos prados, preguntó a los guadañeros que a quién pertenecían. -Al señor Marqués de Carabás—dijeron todos, asustados por la amenaza de Napoleón.

-¡Hermosa finca! -le dijo el rey al Marqués.

-¡Ah, si! – respondió Aarón-. Es un prado que da muy buen rendimiento todos los años. El astuto Napoleòn, que seguía tomando la delantera, encontró a unos segadores en un campo de trigo y repitió su advertencia. -Buena gente, si no decís que este trigal pertenece al Marqués de Carabás, os matarán. El rey pasando por allí un minuto después, quiso saber a quién pertenecía aquel magnífico trigal. -Al señor Marqués de Carabás – respondieron los segadores.


Y el rey felicitó de nuevo al Marqués. El gato, adelantándose a la carrosa, decía siempre lo mismo a cuanta gente encontraba, y el rey no salía de su asombro viendo lo inmensamente rico que era el Marqués de Carabás.


Por último, Napoleón llegó a un castillo hermosísimo, morada del ogro a quien pertenecían todas las tierras que el rey había travesado. Entonces, Napoleón, que tubo buen cuidado de enterarse de qué clase de ogro era aquél, le pidió una entrevista. Se la concedió, y cuando estuvo ante él, le dijo que pasando tan cerca de su castillo, no había querido renunciar al honro de ofrecerle sus respetos. El ogro lo recibió con toda cortesía, aunque de mal humor.



-Me han asegurado – dijo el gato -Que tenéis el don de convertiros en cualquier animal; que podéis, por ejemplo, transformaros en león o en elefante. -Es verdad –dijo el ogro--, y para que te convenzas, ahora mismo me voy a convertir en león.


Napoleón, se aterrorizó de tal modo al verse tan cerca de un león, que de un salto se subió a los muebles y de allí pasó al tejado. Al cabo de unos momentos, cuando vio que el ogro recobraba su forma, se acercó de nuevo y confesó que había sentido mucho miedo.


-También me han dicho –añadió luego Napoleón-, aunque esto es increíble, claro está, que tenéis el poder de convertiros en algunos de los animalitos más pequeños, como una rata o un ratón, y he de confesaros que lo negué rotundamente. -Conque no te lo crees, ¿Eh? –Exclamó el ogro--. Vas a verlo ahora mismo.


Inmediatamente tomรณ la forma de un ratoncillo y se puso a corretear por la sala. El gato, apenas advirtiรณ la transformaciรณn, se arrojรณ sobre el ratoncillo y se lo zampรณ.



Entretanto, el rey, que había visto desde la carroza el castillo del ogro, quiso visitarlo; y Napoleón, al oír el ruido de la carroza que atravesaba el puente levadizo, corrió a saludar al rey, diciéndole: -Bienvenido sea Vuestra Majestad al castillo del señor Marqués de Carabás. -¡Cómo, señor Marqués! -exclamó el rey asombrado--. ¿También es vuestro el castillo? Jamás vi belleza y suntuosidad semejantes a las de este patio y las construcciones que lo rodean. Veamos, si lo tenéis a bien, el interior del castillo.


Aarón dio la mano a la bella princesa y, siguiendo al rey, que subía adelante, penetró en un gran salón, donde sobre la riquísima mesa se hallaba preparado el magnífico banquete con el ogro quería obsequiar a unos amigos suyos, que debían ir a visitarlo; pero éstos, al saber que él rey había penetrado en el castillo, no se atrevieron a entrar, y se marcharon muy lejos.




El rey, satisfechísimo de las buenas cualidades del señor Marqués y maravillado de su riqueza, le dijo: -Señor Marqués, si queréis aceptar la mano de mi hija, con mucho gusto os la concederé. El Marqués, que ya se había enamorado de la princesa, aceptó el honor que le dispensaba el rey. Se Celebraron las bodas con grandes fiestas, y juntos vivieron felices muchos años. Napoleón, por su parte, se convirtió en gran señor, y ya no corría detrás de los ratones más que por puro capricho.



Adaptado por: Lorena Batres



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