En búsqueda de la verdad Carlos Canelas
José Gramunt Huáscar Cajías
Distribución gratuita junto a la edición de Los Tiempos
Por Ramón Rocha
Por Juan Carlos Salazar Por Harold Olmos
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SERIE Periodistas y Libertad de expresión
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Presentación ACTORES DE LA LIBERTAD
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l 15 de noviembre de 2014, Los Tiempos organizó, como parte de las actividades de la VIII Feria Internacional del Libro, un coloquio sobre la libertad de prensa, expresión y opinión, enfocada desde la actuación de tres ilustres hombres del periodismo, a través del lente de otras tres reconocidas personalidades de este gremio y las letras. Con el coloquio buscamos rendir homenaje a tres íconos del periodismo boliviano como son Carlos Canelas, Huáscar Cajías y José Gramunt de Moragas, que, desde sus respectivos espacios de trabajo, la empresa, la dirección de la agencia de informaciones y la radio, fueron permanentes luchadores en defensa de la libertad. Y se lo hizo a través de tres reconocidos colegas que también han sentado y sientan huellas en esta profesión: Ramón Rocha, Harold Olmos y Juan Carlos Salazar. Es decir, fue un “tres a tres” que nos dejó muchas enseñanzas, pues Ramón Rocha ha investigado la vida y obra de don Carlos Canelas quien supo plantar una empresa periodística como Los Tiempos que se ha convertido en un patrimonio cochabambino y un espacio de libertad y pluralismo. Harold Olmos y Juan Carlos Salazar trabajaron estrechamente con Huáscar Cajías y José Gramunt, respectivamente, y luego soltaron vuelo fuera de nuestras fronteras donde, al igual que dentro Bolivia, han recibido justos reconocimientos laborales y profesionales. Pero, también se buscó un tercer objetivo: recordar, especialmente a los jóvenes y futuros colegas, que ha habido, hay y debe haber hombres y mujeres que conozcan, reconozcan y recojan el legado de, esta vez, tres personajes como Carlos Canelas, Huáscar Cajías y José Gramunt. Hoy difundimos, a través de este opúsculo que esperamos tenga continuación, las ponencias de Rocha, Olmos y Salazar. A ellos expresamos, a nombre de Editorial Canelas–Los Tiempos, nuestro agradecimiento, y ratificamos nuestro compromiso de recoger su legado de servicio y búsqueda incansable de la verdad.
Juan Cristóbal Soruco Director Los Tiempos
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Encomio de don CARLOS CANELAS CANELAS Por Ramón Rocha Monroy
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ay personas que no necesitan imponer su voluntad para ejercer una autoridad serena, casi paterna. Ése fue el caso de don Carlos Canelas Canelas, bajo cuya guía y mando inicié mi columna Ojo de Vidrio en 1984. Esto explica la pluralidad de voces que se encuentra en las columnas de Los Tiempos, en las cuales cada uno defiende su posición política, que no siempre coincide con la de los más, pero todas coexisten en un clima de amistad y tolerancia comunes signada por la frase destacada de don Demetrio Canelas en el lobby del nuevo edificio: La palabra independiente tiene un sentido que sugiere cierta doblez calculada, cierta ausencia de determinación conciencial para estar al alcance de toda conveniencia. Éste es un diario libre, lo que es algo diferente. El credo citado es un ejercicio de pluralidad democrática, de libertad de pensamiento y de expresión, sin censura, felizmente heredado incluso por la tercera generación de la familia Canelas. Hermano de dos grandes periodistas, Demetrio y Julio César, sus inclinaciones por la administración y el emprendimiento particular lo hubieran llevado quizás lejos del periodismo, no obstante haber fundado dos casas editoriales, si la historia agitada del país no lo hubiera encaminado hacia la urgencia de reabrir el diario Los Tiempos. Una vez que fue reabierto con nueva maquinaria y como emprendimiento audaz, pero con serias dificultades financieras, la mano segura de don Carlos pudo guiar el diario hacia su esplendor y culminar su obra dotándole de un edificio diseñado por el arquitecto José Prada, que en su momento recibió de la Municipalidad el premio a la mejor obra edificada. Sin embargo, alguna vez lo entrevisté para un 14 de septiembre sobre su juventud y su vida personal, y me sorprendió revelándome con regocijo que era acaso la primera vez que le hacían una entrevista ¡y en su propio periódico! A tal grado llegaba la modestia y sencillez de don Carlos. Carlos Canelas Canelas nació el 28 de agosto de 1905 y pasó a mejor vida el 30 de diciembre de 1999. Era hijo de José Manuel y de Teodosia, quienes tuvieron nueve hijos: Demetrio, Julio César, Manuel José, Cristóbal, Luis, Mercedes,
RAMÓN ROCHA Candelaria, Isabel y Carlos, el menor de todos. Se casó con Bertha Rosa Tardío y tuvo siete hijos: Carlos, Alfonso, Eduardo, Gonzalo, Fernando y Enrique, más una hija fallecida a poco de nacer. Tuvieron también 22 nietos y cinco bisnietos. Don Carlos hizo la Primaria en Cochabamba y la Secundaria en el Colegio Nacional Bolívar, de Oruro, donde fue condiscípulo del expresidente Víctor Paz Estenssoro. Salió bachiller del Colegio Nacional Sucre, de Cochabamba, hizo su servicio militar en Oruro en 1924, una ciudad importante donde su hermano Demetrio había fundado el diario La Patria en 1919. Tenía planes de estudiar Economía en Alemania, pero al final lo convenció su hermano Manuel José, que residía en Chile, y allá vivió sus años de estudios superiores para volver más tarde a Cochabamba. La agitada vida periodística de sus hermanos Demetrio y Julio César determinaron que don Carlos viviera en Cochabamba, Oruro y La Paz. Fue integrante de la agrupación Los Trece. Cuando estalló la Guerra del Chaco, su hermano Demetrio era Ministro de Guerra y más tarde Canciller del Gobierno del presidente Daniel Salamanca, pero don Carlos no quiso usar esas influencias y se alistó en La Paz. Recibió un curso rápido para oficiales en el Colegio Militar y egresó con el grado de subteniente asignado al Grupo de Artillería Nº 10, que cumplió un papel eficiente sobre todo en Kilómetro Siete. Permaneció tres años en el teatro de la guerra y fue desmovilizado como Teniente de Artillería. En la posguerra retomó sus emprendimientos industriales. Así fundó en 1936 la Editorial Carlos Canelas, que publicó libros importantes, entre ellos la pri-
mera edición de la novela “Repete”, de Jesús Lara. Luego sobre el problema nacional y colonial de Bolivia, de Jorge Ovando Sanz; Simón I. Patiño, un prócer industrial, de Manuel Carrasco (1964); Melodramas auténticos de políticos idénticos, de Jorge Suárez; Imágenes de ayer, de Armando Montenegro (1975); Mensajes y memorias póstumas, de Daniel Salamanca (1976); La verdadera Adela Zamudio, de Gabriela Taborga de Villarroel (1981) y las ediciones de la Editorial Los Amigos del Libro. Fue asimismo fundador de Editorial América y de la revista quincenal Sucesos, donde era jefe de redacción Alberto García Cabruja. Otro de sus emprendimientos estrella fue la Hacienda La Angostura, de la cual fue fundador, que obtuvo el primer puesto como productora de leche del departamento. Gracias a su esfuerzo se mecanizó la agricultura del valle. Gracias a su vigorosa acción empresarial pudo reabrir Los Tiempos a la caída del MNR. Él y su hermano Julio César reanudaron el juicio iniciado 1954 que pedía indemnización al Estado, pero al final ésta no llegó y don Carlos financió junto a su hermano Luis una rotativa y maquinaria off set, que le significaban correr grandes riesgos financieros. La memoria familiar recuerda la Resolución del Senado Nacional Nº 151106, de 10 de septiembre de 1969, que instruía se conforme una comisión pericial para evaluar daños y perjuicios ocasionados por la destrucción de Los Tiempos, publicada en la Gaceta Oficial Nº 474 de 20 de octubre de 1969. La Comisión nunca se conformó debido a que el general Alfredo Ovando dio un golpe de Estado el 26 de septiembre de 1969, meses después del deceso del presidente René Barrientos ocurrido el 26 de abril. Por estas razones, Los Tiempos reanudó labores con créditos bancarios. Se trataba de una inversión de riesgo y don Carlos se propuso asumir la gerencia de Los Tiempos para llevar la nave a buen puerto, pues la década 1943-1953 se caracterizó por la inestabilidad política y la incertidumbre económica, que desembocaron en el vandálico asalto al diario ocurrido en noviembre de 1953. Los emprendimientos agropecuarios y editoriales de don Carlos sirvieron de garantía para contraer créditos de equipamiento; fue difícil amortizar dichos créditos, pero más pudo el firme empeño, la capacidad industrial y la honradez de don Carlos, que fueron
4 puntales en la tarea política e intelectual de sus hermanos. Catorce años pasaron después del asalto al diario cuando don Carlos pudo vindicar la obra de sus hermanos y volver a la circulación el 19 de julio de 1967 con maquinaria y tecnología off set, la segunda en el país pues el diario Presencia, de La Paz, ya las había adoptado. Pronto Los Tiempos fue uno de los tres diarios nacionales más grandes y de mayor circulación; tenía su sede en una casona de la calle Santiváñez, pero todavía don Carlos tuvo energías para construir el actual Edificio de Los Tiempos, diseñado por el arquitecto José Prada y premiado por el municipio como la mejor edificación de aquel año. Sin embargo, quizás la principal heredad de don Carlos fue el apego característico de los hermanos Canelas a los principios, la integridad intelectual y moral, la ética periodística, el pensamiento libre y la libertad de expresión que orientan la labor informativa de Los Tiempos junto a un selecto grupo de trabajadores. Ninguno de los hermanos Canelas tuvo militancia en ningún partido en tres generaciones. Era natural que tuvieran preferencias políticas, pero éstas no comprometieron jamás la línea de libertad de pensamiento de Los Tiempos. DESTRUCCIÓN Y RENACIMIENTO DE LOS TIEMPOS La mayor obra de su vida fue la reconstrucción del diario Los Tiempos para proseguir la actividad informativa iniciada junto a sus hermanos Demetrio y Julio César. Los Tiempos reanudó sus ediciones el 19 de julio de 1967. El primer ejemplar de este diario que cumplió en septiembre sus 71 años tenía ocho páginas tamaño estándar y estaba fechado en Cochabamba, el 16 de septiembre de1943. Su primer director fue Julio César Canelas y la gerencia estuvo a cargo de don Carlos. Recuerdo que cuando el diario cumplió sus 65 años escribí lo siguiente: “Al hacer realidad su profunda vocación por el periodismo libre, quizá no intuyeron la dramática odisea que iniciaban por el proceloso mar de la política boliviana plagada de adversidades, detenciones injustas, sobresaltos económicos y políticos, confinamientos, exilio, destrucción física y saqueo de la inmensa biblioteca y archivo familiar. Pero, como el héroe homérico, los hermanos Canelas enfrentaron la adversidad con coraje y decisión de persistencia porque los sostuvo invariablemente
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la pureza de sus principios e ideales”. La primera década de Los Tiempos se cumplió del 16 de septiembre de 1943 al 9 de noviembre de 1953, en la casa ubicada en la esquina General Achá y Junín, donde más tarde se instaló la oficina de Correos. Estaba atendido por un equipo selecto de periodistas y administrativos que daban precisión, objetividad e idoneidad a informaciones tales como la agitación política, los debates legislativos, la Masacre de Catavi, de octubre de 1942, el primer congreso indigenal, la política social del Presidente Villarroel, los crímenes de Chuspipata, el colgamiento del Presidente Mártir, el Sexenio, las elecciones de 1951, el golpe del 9 de abril convertido en insurrección, la presión
popular por la nacionalización de las minas, el voto universal, la reforma agraria y, por fin, el asalto y clausura que dio fin con esa primera época. El año 1953, se había iniciado con negros nubarrones para Los Tiempos y para la economía cochabambina; se había creado la Comisión Nacional de Reforma Agraria y ésta se pronunció con conclusiones juiciosas, que se proponían no intervenir en empresas agrícolas medianas que sostenían la producción agropecuaria del país. Se vivía ya los primeros síntomas de la inflación, la recesión por la nacionalización de las minas y la reacción adversa del mercado mundial, que merecían análisis juiciosos y serenos de don Demetrio, quien no ahorraba críticas pero las expresaba en tono mesurado y respetuoso. El 9 de noviembre fue precedido por amenazas expresas o veladas, y aquel mismo día estalló un motín dirigido por Falange Socialista Boliviana contra el
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Gobierno, que fue aprovechado por milicias armadas del régimen, las cuales asaltaron y destruyeron los talleres y oficinas de Los Tiempos, el departamento y la biblioteca de don Demetrio, y lo que no pudieron saquear lo incineraron, entre ellos documentos históricos y ensayos políticos y literarios de don Demetrio y su hermano Julio César. Testigos oculares dijeron que funcionarios del gobierno habían llegado de La Paz a dirigir el operativo, y que discutían si preservar prensa y equipos de Los Tiempos para abrir otro periódico o seguir la consigna oficial, que al final primó: acabar con Los Tiempos, detener a los tres hermanos Canelas y conducirlos a La Paz, mientras sus hijos varones sufrían vejámenes parecidos. Don Demetrio fue liberado por gestiones de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) luego de 40 días de cautiverio, mientras sus hermanos Julio César y Carlos permanecieron durante meses en la cárcel de San Pedro. En enero de 1954, don Demetrio pidió indemnización del Estado y autorización para la reapertura del diario, pero tuvo que tomar el camino del exilio. Diez años después ocurrieron hechos históricos. El 4 de noviembre de 1964 hubo un levantamiento militar que dio fin a 12 años de gobiernos movimientistas. Sin embargo, Don Demetrio falleció cuatro días después, sin asistir a la resurrección del diario que él había fundado; pero don Carlos tomó la posta y reanudó labores el 19 de julio de 1967 en una ceremonia a la cual asistió el presidente Barrientos, el vicepresidente Luis Adolfo Siles Salinas, el prefecto Eduardo Soriano Badani y el obispo Armando Gutiérrez Granier. A las 10:00 a.m. se realizó el acto protocolar y las 44 páginas de esa histórica edición circularon a las 4:00 p.m. El acto fue realzado con las palabras de don Carlos Canelas y del Presidente Barrientos. Don Carlos dijo: “Hoy es para la familia Canelas un día de especial significación porque cumplimos un anhelo largamente sentido. Como prolongación de la obra del fundador de este diario, tengo la satisfacción de volver a inaugurar el periódico para continuar sirviendo a los intereses de la comunidad local y nacional. Los Tiempos, en esta nueva etapa, continuará la línea con la que fue fundado en 1943. Señor Presidente: su Gobierno tiene el privilegio de haber devuelto a la prensa su libertad de expresión”. El presidente Barrientos contestó: “Con mi presen-
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cia no sólo he querido expresar a Los Tiempos mi desagravio y el de mi Gobierno, sino destacar nuestro reconocimiento a la obra visionaria de don Demetrio Canelas que comenzó y jalonó su vida siempre de acuerdo a la línea de sus principios. Éste es el sentir de la verdadera libertad. Monseñor Armando bendijo las nuevas instalaciones. Ese primer número de la segunda época en realidad llevaba el Nº 2896, año XI, del 19 de julio de 1967, según cómputo interrumpido con el asalto de 1953. El editorial tituló Nuestro Renacer y se registró la columna de don Julio César Canelas, bajo el seudónimo de Mirador. Desde entonces, las ediciones de Los Tiempos traen una frase en su página editorial: “Fundado por Demetrio Canelas el 16 de septiembre de 1943. Fue asaltado y destruido el 9 de noviembre de 1953. Reanudó sus ediciones el 19 de julio de 1967”. NUEVAS GENERACIONES Esta familia ganada por el periodismo tuvo en los hijos a cinco grandes continuadores: Alfonso, Eduardo, Fernando, Gonzalo y Jorge, hijo de don Julio César; seguidos por la tercera generación: Fernando Canelas Diez de Medina, María Renée Canelas Leytón, Bernardo Canelas Méndez, Luz Marina Canelas Arze y Mauricio Canelas Montaño. Pablo Canelas, hijo de don Jorge, es un conocido diseñador gráfico en La Paz. Carlos Heredia Guzmán, quien a su paso fue director de dos suplementos importantes de Los Tiempos (Facetas y Correo) escribió: “Entusiasta a tiempo íntegro, Carlos Canelas desarrolló sus actividades periodísticas con una serie de actividades extragráficas, como la atención de la primera granja lechera del país en importar ganado Holstein de Holanda, en su hacienda de La Angostura… La arriesgada aventura de don Carlos Canelas hizo que su destino se comprometiese indisociablemente con el desarrollo de la región, del país y del periodismo nacional, a tal punto que en determinados momentos cambió el rumbo de la historia de la información y las letras del país. Carlos Canelas fue un ciudadano ejemplar cuyo mayor mérito fue crear en su terruño, donde invirtió lo mejor de su talento”. Después de su hermano Demetrio, don Carlos fue Vicepresidente de área, para Bolivia, de la Comisión de Libertad de Prensa de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP); y más tarde, durante 18 años, heredó esa misión Alfonso Canelas Tardío, tal como ocurrió con los Gainza Paz en Argentina o con los Edwards, en Chile, familias tradicionales del periodismo en el Continente.
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14 PRINCIPIOS DEL PERIODISMO LIBRE Hemos extractado estos 14 principios de la lectura de la vasta obra periodística de don Demetrio Canelas, que se conserva en sus Obras Completas. 1. La parte trascendental de la vida no está en lo que uno piensa, sino en los hechos cotidianos que acontecen. 2. Ilustrar y documentar la conciencia pública antes que asumir el papel de conversor y catequista. 3. Llevar a los lectores informaciones seleccionadas con asiduidad y honestidad profesional para habilitarles a formar sobre los hechos ocurrentes su propio criterio sobre la base del conocimiento de la verdad. 4. Un público bien informado es la mejor defensa para la moral y el orden político. 5. La palabra independiente tiene un sentido que sugiere cierta doblez calculada, cierta ausencia de determinación conciencial para estar al alcance de toda conveniencia. Éste es un diario libre, lo que es algo diferente. 6. No importa la tendencia política que tenga un periodista; lo único que tiene que hacer aquí es colgarla en el perchero, antes de empezar a escribir. 7. Escribo, ante todo, porque sí. Escribo sin animadversión para nadie, pero también me es preciso confesarlo, sin amor para nadie. 8. Contribuir, desde una esfera neutral, a la acción progresiva del periodismo. 9. No propiciar en la palestra ningún interés banderizo ni consigna ni fórmula preconcebida.
EL LEGADO DE DON DEMETRIO El primer editorial del diario Los Tiempos, publicado el 16 de septiembre de 1943, fue el parteaguas entre un antes y un después en el ejercicio del periodismo boliviano. Se vivía los embates históricos de la posguerra del Chaco, y la experiencia periodística le permitió a don Demetrio vislumbrar un nuevo escenario en el cual el periodismo había abandonado “la función tribunicia” y la vieja condición de “instrumento de combate”. Usando el símil del cese de fuego en el Chaco, don Demetrio decía que ese viejo periodismo había “silenciado fuegos y arrinconado su vieja fusilería de percusión”, y que el nuevo periodismo ya no sería más tribuna de libelistas, propagandistas y pasquineros, tan comunes desde los albores de la Independencia. “La parte trascendental de la vida no está en lo que uno piensa sino en los hechos cotidianos que acontecen”, y sobre ellos se debe hablar “con alguna mayor imparcialidad…para ilustrar y documentar la conciencia pública, antes que para asumir el papel de conversor y catequista”. Esta regla de oro formulada por Demetrio Canelas es el princi-
10. Alejarse tanto de las exacerbaciones tenaces de la oposición como de las complacencias del periodismo disciplinado. 11. No secundar las contiendas estériles y odiosas ni favorecer las obcecaciones del proselitismo inconsciente, en vez de infundir en las masas ideas de buen sentido y sabiduría práctica. 12. Libres de prejuicios y de vinculaciones que embarazan y tuercen el criterio, seguir y apreciar los hechos de la vida nacional, serena e imparcialmente. 13. Para cumplir con honradez los deberes democráticos, no es necesario acogerse a ninguna tendencia exclusiva y disociadora. El interés de la nación se contempla mejor desde un punto de mira alejado de las contiendas activas, en las que la obstinación apasionada obscurece el sentido práctico que debe informar todos los actos humanos. 14. Nosotros tenemos fe en el porvenir y en el progreso de Bolivia, por obra del trabajo y de la industria. Creemos que este país será libre y fuerte, en su régimen administrativo y en su carácter de entidad internacional, solamente cuando la acción de sus hombres dirigentes y las energías de las masas sean encaminadas con inteligencia y decisión por el sendero de la vida moderna, cuyo evangelio es la riqueza.
pio básico del periodismo moderno, al cual se agregó un corolario: “informar con asiduidad y honestidad profesional” para que el público forme “sobre los hechos ocurrentes su propio criterio” y un principio: “Un público bien informado es la mejor defensa para la moral y el orden político.” Demetrio Canelas fue hombre público y un político de principios; fundó el Partido Republicano Genuino, junto a Daniel Salamanca, Bien pudo haber accedido a la Primera Magistratura del país, pero la estructura íntima de su personalidad lo inclinó por la profesión más emblemática de una democracia: el periodismo. Con esa vara hay que medir la inmensa decepción que debió sentir al ver asaltada y destruida la obra de su creación y al aceptar que la vida no le daría una nueva oportunidad. Tuvieron que pasar 14 años para que su hermano, Don Carlos Canelas Canelas echara nuevamente a navegar esta nave periodística. Por eso la historia de LOS TIEMPOS es una saga de la familia Canelas iniciada por don Demetrio, el fundador; secundada por Julio César y Carlos; y continuada hoy por la tercera y cuarta generación de esta ilustre familia.
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El Dr. Cajías
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Por Harold Olmos
uiero antes que nada, agradecer la invitación de la casa periodística de Los Tiempos, un baluarte de la libertad de expresión que conozco desde los inicios de mi carrera. Y quiero dar un homenaje a los fundadores de este medio informativo, a los de la primera, segunda y tercera generación, entre los que siempre me sentí acogido, al lado de profesionales con los que hablamos el mismo lenguaje. Feliz de estar en Cochabamba, y en esta feria. Voy a comenzar reiterando lo que le dije al director Juan Cristóbal, amigo y colega de tantos años: No me siento capaz de realizar, por breve que vaya a ser, una tertulia completa y satisfactoria, menos aún imparcial. Huáscar Cajías fue una figura egregia, una de las grandes figuras que tuve el privilegio de conocer a lo largo de toda mi vida. De modo que lo que diga no es necesariamente objetivo. Estoy condicionado por la visión que tengo de él, como gran periodista, gran director, gran católico y, sobre todo, un gran amigo para todas las estaciones. La verdad, no pude sustraerme al llamado de este querido colega que pasó por la casa común, bebió de la misma fuente y seguramente sufrió muchas de las angustias y alegrías comunes de la carrera en general y de Presencia, en particular. Por eso, sabiendo el desafío que representaba, decidí dar sólo unas pinceladas, elementales y por tanto totalmente insuficientes para abordar el tema que nos congrega. Honestamente, tampoco podría más. ¿Cómo comenzar a hablar de este hombre? ¿Como catedrático de filosofía? No fui su alumno pero sí sé que sus clases eran de las más concurridas y desafiantes de la Universidad Mayor de San Andrés. ¿De criminología? Tampoco fui su pupilo –y lo lamento profundamente–. ¿Como abogado no practicante y decepcionado de la calidad de la justicia en Bolivia o del ambiente en que iba a desenvolverse profesionalmente? Tampoco. Él no ejerció pero gozaba de un enorme respeto entre estudiantes y profesionales. De su perfil de filósofo conocí aún menos, pero sí puedo asegurar que era un gran “tomista”, irreductible en sus premisas y conclusiones. ¿Cómo historiador? Como todos lo que estuvieron cerca de él, sólo percibía que era dedicado, que estudiaba y trataba de entender la historia con todos los perfiles posibles. Cuando abordaba temas históricos, tenía un gran cuidado por las circunstancias y los personajes. Era un profesional, sobre todo u profesional con profundo sentido humano. Lo conocí, si es que se puede llegar a conocer siquiera por aproximación a una persona de esos quilates, sólo como perio-
HAROLD OLMOS dista, y como director. Y, al hacerlo, mi conocimiento de él partió de mi propia perspectiva de periodista. Quizá, por todo eso, debería solamente procurar un título, buscar un buen encabezamiento y, con esmero, llegar a las 500 palabras, el número ideal que aconsejaban mis editores internacionales para grandes temas del día. En verdad, son las actitudes ante los hechos las que retratan a una persona mejor que nada. Eso lo vivimos diariamente los que hemos practicado y practicamos el periodismo. “Facts”, repetía. “Los hechos ilustran solos”. Era su manera de decir que una fotografía cuenta más de 1.000 palabras. En una época en la que no existían las escuelas de periodismo, o que en América Latina eran una novedad, Huáscar Cajías fue un maestro de muchos, enseñando desde lo más elemental sobre cómo redactar una noticia o escribir un comentario. EL PERIODISTA Huáscar Cajías emergió como periodista en los albores de la década de 1950, cuando un grupo de laicos comprometidos con la doctrina social de la Iglesia Católica, imbuidos de las encíclicas papales Rerum Novarum, Quadragessimo Anno, los mensajes navideños de Pio XII y su propia vivencia en una sociedad urgida de cambios, decidió fundar un medio de expresión masivo que reflejase todo eso. Era una tarea simplemente gigantesca. Y ¿cómo llamar a ese medio? Quienes alguna vez estuvieron ante la búsqueda de un nombre para un medio, saben de qué hablo. En una de las reuniones preliminares, me contaron muchas veces, alguien sugirió: “Tiene que ser una manifestación de la presencia de la Iglesia en la sociedad boliviana”. Bajo ese estandarte, nació Presencia. Ustedes deben imaginarse: era el tiempo de la Guerra Fría, que en países periféri-
cos con frecuencia adquiría formas violentas y el enfrentamiento entre sectores políticos ideológicamente opuestos era intenso. Un campo ideológico esencial era la universidad donde la voz que emergía de Presencia era diferente. Ese era el campo en el que germinó el semanario. Cinco años más tarde, la idea de hacer un diario del Semanario Presencia se hizo realidad con la misma decisión original pero con metas más amplias. El trabajo que antes podía realizarse durante una semana ahora debía ser cubierto en un solo día y con una cobertura mayor. No es lo mismo, ustedes saben, hacer un semanario que un diario. Tanto en el plano periodístico como en el administrativo y logístico los desafíos eran enormes. Aquel medio que el grupo había lanzado era como un barquito pequeño en un mar bravío. La magnitud de los obstáculos para consolidarse y mantenerse a flote era enorme. Esta es una historia gigante que aún no ha tenido un cronista para contarla integralmente. Como muchas historias de Bolivia, ésta es una historia conocida sólo a retazos. No es un estudio a ser emprendido por una persona, sino por un equipo interdisciplinario capaz de recoger y ordenar la información en su debido contexto. Probablemente serian desentrañadas muchas particularidades de la vida del país. “Durante seis años, Presencia fue un semanario que llegó hasta los últimos confines de la Patria. Ahora iniciamos una etapa de nuestra vida, etapa que corresponde a un anhelo que numerosas instituciones católicas han expresado desde hacía mucho tiempo”. Así empezaba la nota editorial del miércoles 29 de octubre de 1959, hace 55 años. Casi siempre, las obras suelen ser el reflejo de las personas. Y Huáscar Cajías proyectó su presencia sobre el periódico de una manera determinante. Bajo una mirada retrospectiva, es imposible no ver que Presencia fue forjada a imagen y semejanza del hombre que la dirigía. En un poco en que Bolivia no contaba con escuelas de periodismo ni de comunicación, como acostumbra decirse ahora, cada expresión, sobre todo la opinión editorial del periódico, era reflejo de lo que él predicaba, como periodista y como cristiano militante. Serenos y de gran solvencia, sus comentarios sobre temas acuciantes dictaban líneas, reflejo de su compromiso por un mundo menos egoísta y más solidario. Algunas veces obispos de la Iglesia Católica, a quienes Presencia pertenecía, le dijeron, sin que eso implicara reproche de ninguna naturaleza, que había timoneado una institución con tal dedicación responsable que se había encarnado en ella.
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El periódico sufrió por la ausencia de una estructura piramidal de sucesión, mejor desarrollada en empresas de diferente sintonía y diferentes metas. Cuando redactaba una noticia o algún comentario, sus notas solían venir con el rigor profesional que las acreditaba. El qué, quién, cuándo, dónde y por qué estuvieron permanentemente en las observaciones que hacía cuando leía –y leía casi todas– las noticias que le llevaban los periodistas/redactores hasta su mesa de director. Ese ha sido uno de sus grandes legados: objetividad y claridad. Recuerdo un trabajo que escribió al volver de Santiago, tras el golpe militar que se había dado en Chile, donde él asistía a una conferencia académica. Fue un golpe sentido fuertemente en Bolivia que tenía, entonces, una comunidad numerosa de exiliados en Santiago. Me llamó la atención la seguridad con la que describía algunos de los ataques de la aviación sobre el Palacio de La Moneda. En ese trabajo, Huáscar Cajías hablaba del tipo y calibre de los cohetes lanzados sobre el Palacio de Gobierno, donde estaba atrincherado Allende. Gran parte de los acontecimientos de esa y posteriores jornadas habían sido ya divulgados por las agencias de noticias, pero poco se sabía, al menos en Bolivia, del calibre de las armas de la aviación ni de su precisión. Huáscar Cajías narró esas jornadas con ojos bolivianos. Tras ese artículo vino otro que informó también sobre las gestiones del cardenal arzobispo de Santiago, Silva Henríquez, para proteger a algunos bolivianos en situación desesperada, y del comité que entonces se formó, con el entonces también exiliado Hernán Siles Zuazo. Creo que fue uno de los momentos en los que se sintió más reportero y editor que nunca. PRESENCIA Huáscar Cajías fue la cabeza de una empresa sin paralelo en la historia de la Iglesia Católica. Ha habido y hay otras experiencias, pero ninguna conducida por laicos. Por lo menos, de esas experiencias ninguna, en el medio en el que circulaba, alcanzó la influencia que tuvo en Bolivia el periódico que conducía el doctor Cajías. Dirigía un periódico católico y, sin asomo de pechoñería, era fiel a su religión y a su conciencia. Pero también era periodista militante. Como tal, defendía coherentemente la bandera que le había tocado enarbolar. Sin caer en excentricidades ni en excesos. De lo que escribía fluía todo el equilibrio profesional del que humanamente era capaz. Jamás habría pasado por su cabeza la idea exótica de un diario católico sudamericano que –fue
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dicho en un seminario– saludó la llegada de Pablo VI a Colombia para asistir a la Conferencia Episcopal Latinoamericana (Celam) en Medellín con un magnífico editorial, que L’Osservatore Romano, el órgano oficial del Vaticano, o L’Avvenire de Italia, de Bologna, medio también católico pero dirigido confesionalmente, con certeza habría envidiado. Por las crónicas de las que después escuché, era toda una pieza doctrinal pero… escrita en Latín. No es posible disociar a las personas de su entorno ni del entorno que ellas gestan. El doctor Cajías tuvo a su lado a profesionales que se entregaron sin retaceos a la labor que encarnaba Presencia. Alberto Bailey Gutiérrez, aun hoy periodista activo; Alfonso Prudencio Claure, universalmente conocido como Paulovich, Carlos Andra-
de, Mons. Juan Quirós, Jaime Humérez Seleme, otro gran periodista cochabambino de estirpe; Armando Mariaca, Pedro Shimose, Horacio Alcázar, los hermanos Carvajal Vargas, Juan León, Luis Ballivián, Donald Zavala Wilson. Sólo cito a los de la primera y segunda generación que en este momento logro recordar, pues fueron varias las camadas de profesionales que pasaron por la escuela que comandó Huáscar y crecieron con él. Con todos estableció una fuerte empatía. Quizá con pocos colegas fue tan grande esa empatía como con Alberto Bailey quien, además de ser codirector era gerente. La formación doctrinal de ambos, Bailey de formación jesuita, Cajías un tomista esencial, los llevaba a largas conversaciones sobre temas del día, sobre los comentarios que escribirían, algunas veces sobre doctrina, otras sobre política. Ambos conversadores incansables, no pocas veces discrepaban, como debe ocurrir en todo grupo civilizado. Pero las controversias eran resueltas con argumentos, cuando uno de los dos hacia ver que la razón estaba del lado de
7 su punto de vista. La integración entre ambos era tan fuerte que los lectores atentos del periódico se confundían al identificar al autor. Para algunos, ciertas notas editoriales eran de Bailey cuando, en verdad, eran de Cajías, y viceversa. Probablemente una de las grandes sorpresas que tuvo Huáscar fue cuando en la noche del 25 de septiembre de 1969 le informó que dejaba el periódico para unirse al Gobierno que iba a formarse alrededor del general Alfredo Ovando Candia. Era un golpe de Estado con el nombre de revolucionario. Por informes separados en conversaciones con los dos, supe que tuvieron una conversación telefónica con posturas irreconciliables, con seguridad muy tensa. Huáscar trataba de mostrarle el lado institucional arriesgado del paso; Alberto, trataba de mostrarle que el paso era una consecuencia de lo que postulaba desde sus columnas en Presencia y que no podía evadir el camino que el destino le señalaba. Bailey ocupó el Ministerio de Información, el más político que hubo en esa época, al lado de la que fue considerada como la generación política más brillante de la Bolivia contemporánea. Al poco tiempo, ese ramillete político se disgregó y acabó en una sucesión asombrosa de golpes hasta la llegada del coronel Hugo Banzer Suarez. En las tertulias en las que solíamos envolvernos lo escuché subrayar una verdad irrefutable: que el Gobierno de Luis Adolfo Siles Salinas, depuesto por el golpe que encabezó el general Ovando bajo un Mandato Revolucionario de las Fuerzas Armadas en septiembre de 1969, había sido, en sus menos de cinco meses en el Gobierno, el más tranquilo políticamente que había tenido Bolivia. “Nunca se persiguió ni se exilió a nadie”, me dijo. En esos años, que eran turbulentos en Bolivia, el Gobierno de Siles Salinas fue una excepción. Y otra vez le escuché un comentario acertado: Podrían haber ocurrido manifestaciones públicas contra el golpe si ese día no hubiese también ocurrido la tragedia aérea que se llevó a todo el club de The Strongest. Corroboraba la sospecha, la necesidad visible que la sociedad boliviana ya sentía por democracia – sin adjetivos– y que sólo muchos años después empezaría resurgir. Fue en los albores de uno de esos intentos que presencié un pasaje que ya es parte de la historia de las jornadas heroicas del periodismo boliviano. Hacia 1977, el Gobierno militar del general Banzer se agotaba rápidamente. Bajo esa circunstancia, hubo muchos que pensaron que era el momento de dar un jaque y empezaron a pulular las huelgas de hambre exigiendo elecciones generales, previa dictación de una amnistía general e irrestricta que permitiese el retorno de todos los exiliados políticos. Tres focos de ayuno llamaron particularmente la atención e
8 incomodaron a las autoridades: en el Arzobispado de La Paz, en la Universidad Mayor de San Andrés y en Presencia. El ingreso del piquete de una docena de personas que teóricamente venia a inmolarse a Presencia no fue del agrado de su director. Tampoco lo impidió, aunque se pidió a los huelguistas que procurasen permanecer en el área que se les había signado: una sala que era de espera y para reuniones fuera de la redacción. Para el doctor Cajías, y para muchos otros, era particularmente incomprensible que entre los huelguistas hubiese dos sacerdotes: Luis Espinal y Javier Albó. La razón era muy clara: para la Iglesia, la huelga de hambre, al atentar contra la salud y pretender llevarla a cabo “hasta las últimas consecuencias”, es una tentativa de suicidio. Que hubiera sacerdotes involucrados con esa actitud no era agradable. Pero el doctor Cajías no asomó ningún disgusto que hubiera sido percibido por la redacción. Lo más grave estaba por venir. Enero de 1978 corría temprano cuando la redacción supo que el Gobierno había dado la orden de apagar todos los focos de huelga de hambre. Desde las ventanas de la dirección, se podía ver a unos 100 policías que, apoyados contra los muros de un terreno contiguo sobre la avenida donde estaba el periódico, avanzaban en fila india. El director cruzó el pasillo de la sala de ingreso y se dirigió a donde estaba el piquete para avisar que la Policía Militar estaba por ingresar al edificio. Cuando la tropa intentó forzar su ingreso a la sala, se interpuso el jefe de redacción Mario Maldonado reclamando a gritos al capitán que mostrase una orden de allanamiento, un detalle menor característico de regímenes autoritarios. ¿Una orden de allanamiento? ¡Qué atrevimiento! Persuadido por otros colegas de que toda resistencia a la fuerza de la tropa era inútil, Maldonado se apartó y la tropa ingresó rauda al local. En ese momento, el doctor Cajías dijo a los huelguistas con desaliento: “No podemos hacer nada. ¿Hay algo que quieran que yo haga?” Javier Albó, tendido y recostado contra una pared de la sala, le dijo: ¿“Podría leernos el Evangelio, las Bienaventuranzas, de San Lucas?” El director volvió a su oficina y trajo una Biblia. En el trayecto de 10 o 20 metros hasta su oficina, por lo menos uno de los responsables de la tropa, lo saludó chasqueando los tacos de sus botas. “Buenas noches, doctor”. El director ingresó a la sala de los huelguistas y tras ubicar el pasaje evangélico lo leyó bajo un silencio de piedra, con la mirada asombrada de la tropa que ya estaba en el local. Acabó la lectura y huelguistas y redactores empezamos a cantar ¡Viva mi Patria Bolivia! Los policías parecían avergonzados de lo que estaban haciendo. Los huelguistas agarraron sus mochilas y sin resistencia descendieron las gradas del segundo piso, hasta la calle, donde los aguardaba una media docena de jeeps para llevárselos. En su último gesto de esa larga noche, el director le dijo al oficial
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que lo había saludado: “Usted comprenderá que las personas que se están llevando eran nuestros huéspedes. Necesitamos estar seguros sobre dónde serán llevados”. - Irán a clínicas de la ciudad, dijo el oficial. - Permítanos que podamos acompañarlos, le dijo el director. Hubo un redactor en cada una de las movilidades policiales, de manera que quedó registrado cada lugar donde los huelguistas fueron llevados. Seguramente ustedes conocen esta historia. Al recordarla, sólo he querido subrayar las cualidades de líder que tenía Huáscar Cajías. Aún sin proponérselo, era un líder. Salpicaba sus puntos de vista con un humor fino, a veces sarcástico, sin ser inoportuno. Cierta vez, en tiempos de escasez, poco después de una maxi devaluación en 1972, asistía a una reunión de directores de periódicos y emisoras con el presidente Banzer. Una de las secretarias gentilmente sirvió café, bienvenido por todos pues la ornada estaba fría y oscura. Con obvia picardía, levantó la taza e interrumpió: “Disculpe, señor Presidente, ¿dónde lo consiguió?” Así era el Huáscar Cajías que yo conocí. Jovial, oportuno, punzante. Querendón de Bolivia, pudo fácilmente asentarse en otras tierras, pero optó por la nación que amaba. Su buen humor contagiaba a la redacción cuando llegaba tarareando alguna música del folclore nacional. De algunos de los editoriales que escribió recuerdo sus “heridas luminosas” tras un ataque violento sobre la redacción de Presencia, y el que siguió al “abrazo de Charaña”, que predijo que la negociación de 1975 fracasaría. Con la proximidad del sesquicentenario de la independencia, en 1975, Última Hora, entonces dirigida por Mariano Baptista Gumucio, envió un cuestionario a personalidades de esa época pidiendo que listaran los que creían que habían sido los 10 personajes más importantes del Siglo XX. El director de Presencia escribió la suya y colocó en el décimo lugar un nombre que hizo curvar las cejas y erizar la piel de cuantos leyeron: Claudio San Román, el temido jefe de Control Político, la encarnación boliviana de Lvrenti Beria, el jefe de la Policía de Stalin. Le preguntaron por qué. El director escribió un extenso artículo en el que trajo de vuelta, de manera simple y directa, las memorias de los campos de confinamiento, de las torturas, físicas y psicológicas, de la persecución política, de la destrucción del concepto de adversario para derivarlo en enemigo, de la violencia impune, del desdén por las familias y los valores, y la conculcación de la libertad de prensa. “El Sanromanismo” describió una forma pervertida y salvaje de hacer política. Ustedes podrían preguntarse si esa forma ha sido erradicada del todo. De hecho, sólo pocos años después, a las oficinas de Presencia ingresarían agentes armados de la dictadura que presidió el general García Meza para golpear indiscri-
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minadamente a los profesionales que allí se encontraban, inclusive miembros del directorio del periódico y al propio doctor Cajías y a su presidente, el obispo Gennaro Prata. Fue uno de los momentos más oscuros de la historia boliviana. Las agresiones a la prensa han sido frecuentes a lo largo de las últimas décadas, como una prueba de que “el sanromanismo” está instalado en la cultura de muchas autoridades. EL SERVIDOR PÚBLICO Querendón de Bolivia, pudo fácilmente asentarse en otras tierras, pero optó por la nación que quería integralmente, con su gente, con sus comidas, con su música, con sus regiones y con todas sus manifestaciones de cultura. Como pocos, era capaz de compartir sus decisiones y de dejar que fueran discutidas. A veces, personalmente presidía las reuniones semanales de redacción, que son la catarsis que suelen tener todos los medios para determinar cómo están desarrollando su trabajo. Desde la perspectiva en que me encontraba, viviendo fuera de Bolivia, no pareció sorpresiva la noticia de que había aceptado presidir el Tribunal Supremo Electoral cuando el país buscaba hombres en los cuales confiar su destino democrático. Fue una medida acertada designar para ese cargo a una personalidad tan destacada como Huáscar Cajías. La solidez moral, el rigor del comportamiento ético que tuvieron sus miembros y la confianza que rodeó a aquel tribunal, fueron fundamentales para que la gente creyera efectivamente que su voto valía, que al votar cumplía no solamente un deber cívico sino hacía efectiva la expresión suprema de su libertad que nadie debía interferir. Fue un paso glorioso para el Tribunal Electoral. Bolivia perdió un gran director pero ganó un formidable rector del Tribunal Electoral. La nostalgia que ahora se percibe por la necesidad de autoridades electorales probas, generadoras de confianza, equilibrio y credibilidad, son la mejor prueba del éxito de su gestión. Todo lo que he escuchado de esa época ha sido elogioso. Y allí también, en el Tribunal Electoral, su ausencia ha sido un vacío gigantesco que se puede percibir en el escepticismo ciudadano sobre la imparcialidad e independencia de las autoridades encargadas de garantizar el voto boliviano. No conozco los detalles de las tareas que cumplió a cargo del CNE, pero puedo estar seguro que trasladó a ese organismo la pulcritud y seriedad que rodearon su trabajo como periodista. Las personas con las que llegué a hablar de su labor no ofrecieron ninguna duda. Allí también, en la Corte Nacional Electoral, fue una garantía de seriedad y pulcritud. Sospechar de fraude bajo su conducción, ¡jamás! Hombres así no aparecen todos los días ni duran para siempre. Lo que dura y efectivamente permanece es su ausencia y la necesidad que sienten de ellos las sociedades que dejaron.
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“Navigare necesse est, vivere non est necesse”
“
Por Juan Carlos Salazar
¡Ya podemos empezar!”. Agitado, el padre Gramunt bajó a trancos por la estrecha escalera del viejo edificio de Radio Fides con una carta en la mano derecha y el sobre recién abierto en la izquierda. “¡Hoy mismo…!”, agregó, sin mayores explicaciones, levantando la voz para sobreponerse a la algarabía infantil del vecino patio de la primaria del colegio San Calixto. “¿Empezar qué?”, interrogó con la mirada a sus colegas de la redacción el poeta Óscar Rivera Rodas, mientras se quitaba los auriculares con los que captaba las noticias internacionales en un gigantesco aparato de radio Telefunken para el noticiero del mediodía. Abogado de profesión, sacerdote por vocación y periodista de oficio y afición tardía, José Gramunt de Moragas esgrimía la misiva como respuesta: “Ya tenemos dinero para hacer la agencia”, explicó, por fin, en aquella mañana fría y soleada del invierno paceño de 1964. Organizar una agencia nacional de noticias era lo que se había propuesto. La había fundado diez meses antes, el 5 de agosto de 1963, tres años después de haber asumido la dirección de Radio Fides, pero sólo existía en el papel porque no había conseguido financiamiento para ponerla en marcha. La carta que exhibía triunfante procedía de una organización católica internacional que le ofrecía una pequeña donación para el inicio del proyecto. “Perdón, ¿y cómo se hace una agencia?”, me atreví a preguntar con la timidez del principiante desde el fondo de mi escritorio, oculto como me encontraba detrás de mi Underwood, la vetusta máquina de escribir en la que redactaba la información nacional para el informativo del mediodía. “Haciendo lo que hacemos todos los días”, respondió el sacerdote-periodista con la seguridad del profesional. “… Escribimos las noticias como siempre, pero ahora con varias copias… Las ponemos en sobres y las enviamos por correo a los periódicos del interior del país”, agregó con el mismo aplomo. Así supe lo que era una “agencia de noticias”. No era la primera lección de periodismo que recibía en Fides. Yo me había iniciado como redactor tres meses antes mientras aguardaba el inicio del curso universitario para ingresar a la carrera de Geología. Un amigo jesuita, Lorenzo Catalá, primer corresponsal de Fides en Sucre, me dijo que la radio necesitaba un “gacetillero” para la elaboración de uno de sus noticieros. “¿Sabes escribir?”, me preguntó Gramunt cuando me postulé para el puesto. “Depende”, le respondí, sin atreverme a confesar la verdad. A continuación me dio un curso exprés sobre la estructura de la noticia, me dictó un par de datos sobre un hecho cualquiera y me pidió que redactara una nota informativa. Así lo hice. Cuando terminé, leyó mi texto, hizo varias correcciones con su bolígrafo y me de-
JUAN CARLOS SALAZAR volvió el papel lleno de círculos y tachones. Me pareció que no le había gustado demasiado. “Aprobado”, dijo, sin embargo, y me empujó a la piscina para que nadara solo. Años después, cuando ingresé a la Universidad Católica Boliviana (UCB) para seguir la carrera de Periodismo, supe que la explicación que había recibido ese día correspondía a la “pirámide invertida”, el “modelo redaccional” que inventaron los periodistas gringos durante la Guerra de Secesión de hace 150 años para garantizar la transmisión de los datos básicos de una noticia ante los frecuentes cortes que sufría el telégrafo de la época. Para entonces Gramunt ya era todo un profesional de la comunicación. Había llegado de su Cataluña natal en diciembre de 1952, ocho meses después del triunfo de la Revolución Nacional del 9 de abril, sin saber que le tocaría ejercer su ministerio en el campo de la radiodifusión. La Compañía de Jesús le entregó la dirección de Radio Loyola de la ciudad de Sucre, una emisora con escasa audiencia, dedicada a la difusión de programas religiosos y música clásica. “Yo no sabía más que cualquier otra persona de mi época sobre lo que era una radio”, recordaría años después en una entrevista con la periodista Julieta Tovar. Es decir, poco o nada. Pero, aquilatando el momento histórico que vivía Bolivia y la importancia de la información, introdujo en la programación de la emisora un noticiero diario y un comentario editorial, semilla de “Es o no es verdad”, una experiencia que lo impulsaría ocho años después a la dirección de Radio Fides de La Paz. Tras una estancia de cuatro años en Sucre, retornó a España en 1956 para continuar su formación sacerdotal. Sabiendo que tenía a Fides en su futuro inmediato, aprovechó “algunas vacaciones de verano”, como recordaría años después, para estudiar periodismo en la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo y en la Universidad de Syracusa de Nueva York y realizar prácticas en la BBC de Londres. “Me hice periodista antes de volver a Bolivia”, en 1960, recordó.
EL PERIODISMO ARTESANAL DE LOS 60 Por aquella época, cuando la carrera de Comunicación Social de la Católica no existía ni siquiera en proyecto, lo más cercano a la “formación académica” periodística a la que podía aspirar un joven boliviano eran los “cursos por correspondencia” que ofrecían algunas “academias” de Argentina. Los periodistas se formaban en las redacciones, como la de Fides o del diario “Presencia”, donde maestros como el padre Gramunt, Huáscar Cajías o Alberto “Kit” Bailey, impartían su cátedra con un lápiz rojo en la mano y el amplio bagaje de normas estilísticas que habían acumulado en la memoria a fuerza de corregir originales. La Bolivia de entonces no era la de hoy. Tampoco América Latina. El mundo vivía los días de gloria de Elvis Presley y los Beatles; Juan Rulfo y Gabriel García Márquez habían convertido a dos aldeas, Comala y Macondo, en referentes míticos de un “boom” literario de largo aliento; la Luna había recibido la visita de los primeros astronautas y el “aggionarmiento” del Concilio Vaticano II sacudía las estructuras de la Iglesia Católica. “¡La vida está en otra parte!”, proclamaban los estudiantes franceses en el legendario Mayo del 68. Eran los “años maravillosos” de los 60, una “década feliz” que al mismo tiempo encubría los “años calientes” de la Guerra Fría. América Latina alentaba la esperanza de tiempos mejores con la vista puesta en los paradigmas de la época, John F. Kennedy, por un lado, y Fidel Castro y el Che Guevara, por otro. Cuba acababa de derrotar al Ejército invasor de la CIA en Playa Girón y el mundo se salvaba de una hecatombe nuclear a causa de la Crisis de los Misiles, mientras Estados Unidos y la Unión Soviética se disputaban la hegemonía mundial en los arrozales de Vietnam. Bolivia vivía la agonía del “doble sexenio” de la Revolución Nacional (1952-1964) entre motines cuarteleros, rebeliones mineras y luchas estudiantiles, y las vísperas del “triple sexenio” militar (1964-1982), que llevaría al poder a una seguidilla de dictadores fascistas y generales “socialistas”. Los bolivianos celebraban el primer título continental que había ganado la selección de fútbol de Víctor Agustín Ugarte en 1963, las salas de cine exhibían “Lolita” y la juventud bailaba con la música que “pinchaba” José “Chingo” Baldivia, uno de los primeros DJ’s de la radio boliviana, en “Tengo un disco en mis manos” y “Póquer de Ases”, los programas estrella de Radio Fides. La prensa se encontraba en pañales, la televisión no había llegado a Bolivia y faltaba un lustro largo para la apertura de la primera escuela de periodismo. Los primeros periodistas profesionales, formados en España e Italia, se incorporaron a los medios nacionales a principios de los 70. Hasta entonces, la elaboración periodística estaba en manos
10 de reporteros y redactores autodidactas, formados en “las salas de redacción, en los talleres de imprenta, en los cafetines y en las parrandas de los viernes”, las verdaderas “fábricas” de periodistas, como diría el autodidacta mayor, Gabriel García Márquez. Fides era una de las factorías de ese periodismo artesanal, junto con “Presencia”, y José Gramunt, uno de los maestros del oficio. “No había escuela de periodismo, la única universidad era la vida misma, con la fortuna de tener como máximo maestro al padre Gramunt”, recordó años después Hernán Maldonado, uno de los primeros redactores de ANF, quien desarrolló posteriormente una larga carrera profesional en la United Press International (UPI), la CNN y el Miami Herald. “Enérgico, disciplinado cual buen soldado del ejército de San Ignacio de Loyola, inquieto en la búsqueda de nuevos horizontes por su sangre catalana, apasionado y entretenido tertuliano por su vasta cultura, infatigable abogado de las causas justas, orgulloso caballero portador de su blasón familiar, amigo y maestro”, lo describió a su vez Francisco Roque Bacarreza, otro periodista de la primera hora que hizo carrera como corresponsal de la agencia española EFE en Estados Unidos y varios países de América Latina. “Presencia”, un diario católico fundado como “semanario cultural e informativo” días antes del triunfo de la revolución del 9 de abril de 1952, competía con “El Diario”, el “decano” de la prensa nacional, ambos de tendencia conservadora. Dirigido desde su fundación por el abogado y periodista Huáscar Cajías Kauffmann, “Presencia” se constituyó en un defensor de las libertades y los derechos cívicos y políticos, pero al mismo tiempo en un duro crítico de los gobiernos “movimientistas” y en un militante activo del anticomunismo, no solamente por la doctrina cristiana que lo inspiraba, sino también por la polarización política e ideológica que había impuesto la Guerra Fría. “¿ESTA ES LA REDACCIÓN DE ANF?” En ese contexto histórico e ideológico nació ANF. Se proponía contribuir a la “construcción de una sociedad presidida por los principios de la verdad, la justicia y la solidaridad”, a “la educación ética, social y política de la opinión pública dentro de una inspiración humanista y democrática”, y a “la modernización del periodismo en Bolivia”. Aunque siempre se reivindicó como un medio de la Iglesia Católica, su desarrollo fue eminentemente laico. “Somos una agencia católica, no de sacristía”, solía decir Gramunt. ANF fue una de las primeras agencias noticiosas latinoamericanas. La más antigua, la argentina “Télam”, fue fundada en abril de 1945 a instancias del entonces ministro de Trabajo y futuro presidente, Juan Domingo Perón, para hacer frente a la “hegemonía in-
Cochabamba | Año 2014 | Miércoles | 31 formativa” de UPI y AP, el mismo propósito con el que nació en junio de 1959, a iniciativa de Fidel Castro y Ernesto “Che” Guevara, la cubana “Prensa Latina” (PL), con un plantel de lujo: el colombiano Gabriel García Márquez, el uruguayo Carlos María Gutiérrez y el argentino Rodolfo Walsh, además de su fundador, el también argentino Ricardo Masetti. La agencia mexicana “Notimex”, estatal como las anteriores, vio la luz en agosto de 1968, cinco años después que ANF, en vísperas de los Juegos Olímpicos y la masacre estudiantil de Tlatelolco. Unas y otras tenían como referentes a las cuatro grandes agencias internacionales de la época, las estadounidenses United Press International (UPI) y Associated Press (AP) -por entonces hegemónicas en el continente-, la francesa France Presse y la inglesa Reuters. La Deutsche Presse-Agentur (DPA), la española EFE y la
agencia internacional IPS preparaban su desembarco en América Latina. ANF tuvo un inicio más bien modesto, como agencia “alternativa”, con un boletín diario. Contenía media docena de notas y se editaba cinco días a la semana, de lunes a viernes. La idea era proporcionar información de fondo y noticias sobre desarrollo económico y social para equilibrar la información política, así como noticias del interior del país. “Buscábamos información exclusiva para no competir con los corresponsales de los diarios clientes”, recordó Gramunt. Es cierto que la redacción de una agencia de noticias es diferente a la de cualquier otro medio, sea diario, radio o televisión. Ana María Romero la describe en su novela “Cables cruzados” como una olla de presión a punto de reventar, con su “ritmo alocado”, su ir y venir de periodistas y sus decenas de teletipos vomitando noticias las 24 horas del día, bajo la tensión y el suspenso de la cobertura diaria. Así era la central de la UPI en Washington, donde Ana María trabajó a principios de los 80 y en la que ambientó su historia, pero, obviamente, la redacción del gigante de la información mundial nada tenía que ver con la
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que había conocido en Fides cuando inició su carrera como periodista, a fines de la década de los 60. ANF estaba instalada en el segundo piso del viejo edificio de Radio Fides, de la que era apenas un apéndice, en una modesta oficina de veinte metros cuadrados sin ventilación y poca luz, con dos escritorios de madera y sendas máquinas de escribir Underwood y Olivetti. Un par de armarios, varios archivadores repletos de documentos y recortes de periódicos, un teléfono y ceniceros por doquier, completaban el mobiliario. “¿Esta es la redacción de ANF?”, me preguntó asombrado el enviado de un diario mexicano, cuyo salario mensual equivalía probablemente al presupuesto de un año de la agencia. Era la época en que corresponsales de todo el mundo visitaban Bolivia atraídos por el proceso político que había desencadenado la guerrilla del “Che” Guevara, y ANF era el referente obligado. PERIODISTAS “TRES EN UNO” La agencia comenzó su andadura con un equipo mínimo: tres reporteros-redactores-editores -“periodistas tres en uno”, nos llamábamos- en la “redacción central” de La Paz: Óscar Rivera Rodas, José Luis Alcázar y el que les habla. El equipo incluía sendos corresponsales en Sucre, Cochabamba, Santa Cruz y Oruro. Poco después se incorporaron, sucesivamente, Hernán Maldonado, Francisco Roque Bacarreza, Carlos Ossio, Ana María Campero y Enrique Eduardo Zalles, quienes, al igual que los primeros, realizaron una larga carrera profesional en el exterior con diversas agencias internacionales. “Cuando comenzamos, nos reuníamos todos los días en la dirección con Gramunt y el Gato Salazar para discutir la agenda. Los tres fuimos fundadores de ANF. ‘Ustedes se parecen a los tres mosqueteros’, nos dijo un día de esos, de los primeros de la agencia, el padre José María Lop, que fungía como técnico de la radio, al comentar el entusiasmo de Gramunt, de Salazar y mío por la nueva aventura”, recordaría años más tarde Alcázar, quien cubría la información del Palacio de Gobierno. Los primeros boletines informativos, escritos a máquina en “papel seda” y copias carbónicas Pelikan, salieron con destino a “La Patria” de Oruro y “Prensa Libre” de Cochabamba a mediados de 1964. Hasta entonces Radio Fides era el único consumidor de los despachos que enviaban los corresponsales del interior desde 10 meses antes. El diario “La Patria” publicó el 5 de julio, once meses después de la fundación de la agencia, siete noticias fechadas en La Paz y Sucre. Fueron las primeras que difundió un diario boliviano bajo la sigla de ANF. “Congreso de Cooperativas censura la inoperancia del Banco Agrícola”, titulaba una de las notas. “Seminario sobre temas sexuales prosigue sus estudios en La Paz”, informaba otra. Tres años después, en 1967, al salir nuevamente a las calles luego de haber permanecido clausurado durante 15 años, “Los Tiempos” de Cochabamba se convirtió en el tercer cliente de la agencia en el interior de
Cochabamba | Año 2014 | Miércoles | 31 la República. “El Nacional”, diario estatal fundado y dirigido por el periodista Ted Córdoba-Claure durante el Gobierno cívico-militar izquierdista del general Alfredo Ovando Candia (1969-70), abrió el camino a la presencia de ANF en La Paz. ”El comienzo no fue nada fácil”, recordó Hernán Maldonado en su blog “Tierra lejana”, desde Miami, en plena era digital. “Al coincidir en la pequeña oficina, nuestro saludo con Juan Carlos Salazar era singular: ¿Qué tienes hoy? ¿Y tú? El ritual se repetía todos los días, al mediodía. Entonces cotejábamos apuntes de los reportajes hechos en la mañana, nos dividíamos las tareas y empezábamos a teclear en un papel original y seis copias. No podíamos equivocarnos. Y no podía haber errores y borrones. Tenía que ser un producto terminado”, rememoró. De allí salíamos rumbo a la flota de autobuses “Urus” y al Lloyd Aéreo Boliviano (LAB) con los sobres “repletos de noticias” para los clientes de Oruro y Cochabamba, en una rutina diaria que incluía las tres funciones del “agenciero” de la época: reportero por la mañana, redactor-editor al mediodía y mensajero por la tarde. “SÓLO EXCLUSIVAS” Ni el presupuesto ni las condiciones técnicas permitían producir un servicio como el que ofrecen las agencias en la actualidad. Pero a Gramunt tampoco le interesaba competir con la noticia del momento. “Para eso están los corresponsales de los diarios”, decía a sus reporteros-redactores. “Nosotros debemos ofrecer noticias exclusivas”, remachaba después de revisar los despachos diarios. Exigía, sobre todo, información vinculada al desarrollo, consciente de que ningún medio se ocuparía de ese tema. “Que los corresponsales de los diarios escriban sobre política”, sostenía. “Hacíamos lo que se llama periodismo alternativo, no como medio alternativo, sino que veíamos lo que cubrían los periódicos y tratábamos de darles otra cosa”, rememoró Ana María Romero en una entrevista con la periodista Julieta Tovar. “Para nosotros era básico y parte de nuestro orgullo tener ‘pepas’ (primicias)”, agregó. El servicio estaba montado en dos pilares: las noticias sobre desarrollo económico y social y la información del interior del país. Temas políticos, los justos. “En la atmósfera informativa dominada por el quehacer oficial, para ANF resultaba una tarea harto difícil ofrecer a sus clientes noticias que se zafasen de ese apretado corsé. A veces resultaba angustiosa la tarea cotidiana para los redactores de la novel agencia”, recordaría años más tarde Roque Bacarreza. Así surgió una broma que resumía el “diario desafío” al que se enfrentaban los periodistas y su director: “Dame un titular y te llenaré dos páginas”. En una carta suscrita el 16 de septiembre de 1964, el jefe de Redacción del diario “Prensa Libre” de Cochabamba, José Medrano Carrillo, agradecía el “servicio de tanta magnitud” que le ofrecía ANF, que le permitía a su periódico -según decía-, recibir noticias “fuera del alcance” de su corresponsal en La Paz y publicar una “amplia y vasta página con primicias del interior de la República”.
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“Prensa Libre” pagaba por el servicio una suscripción mensual de 100 bolivianos, menos de 10 dólares al cambio de la época. “Nos movía el orgullo de ver que nuestros reportajes fueran publicados. ¡Ni siquiera los firmábamos con nuestros nombres! Eran épocas en que los periodistas bolivianos tuvieron que competir con monstruos del periodismo mundial y es grato recordar que se les ganó la partida cuando de obtener primicias se trataba”, recordaba Hernán Maldonado en alusión a la cobertura de la guerrilla del “Che” Guevara y el agitado proceso militar revolucionario que vivió posteriormente Bolivia bajo el liderazgo de los generales Alfredo Ovando Candia y Juan José Torres. Aunque Radio Fides tuvo una gran cobertura de la guerrilla del “Che” Guevara, con información que encontraba cabida en su programación a cualquier hora del día, ANF sufrió las limitaciones de las comunicaciones de la época. Las noticias salían de Camiri, epicentro de la zona de guerra, vía telégrafo Morse y demoraban varias horas en llegar a la redacción de La Paz, no siempre a tiempo para su inclusión en el único boletín diario de la agencia, que se elaboraba al mediodía y sólo de lunes a viernes. Sin embargo, desde los primeros días del estallido insurgente, sus periodistas enviaron crónicas completas sobre la evolución del conflicto. “La artillería del Ejército bombardea los focos principales de los guerrilleros comunistas”, “Son individuos jóvenes de barba y melena”, tituló el diario “La Patria” los reportajes transmitidos por los enviados de ANF tras el primer choque armado del 23 de marzo de 1967. Gracias a José Luis Alcázar, quien cubría la guerrilla para el diario “Presencia” pero seguía colaborando con la agencia como “reportero telefónico”, Fides, junto con “Presencia”, dio la primicia de la captura del Che Guevara el 8 de octubre desde Vallegrande, un día antes de la confirmación oficial de la noticia. A tono con su estilo, la agencia ofreció grandes exclusivas sobre las guerrillas, tanto de Ñancahuazú como de Teoponte, resultado de las coberturas que realizaban sus periodistas, en muchos casos con los servicios de seguridad pisándoles los talones. “Conseguimos el diario del ‘Chato’ Peredo. Hicimos el contacto en la plaza Uyuni. Era clandestina la gente que nos había contactado”, recordó Ana María Romero en la citada entrevista. Como resultado de otra investigación periodística, ANF reveló las declaraciones secretas de los altos mandos ante el Tribunal de Justicia Militar sobre la participación de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) en el “affaire” del diario del Che Guevara, testimonios que años más tarde publicaría el periodista y escritor argentino Gregorio Selser en su libro “La CIA en Bolivia”. Pasaron varios años, más de una década, antes de que la agencia sustituyera la máquina de escribir y el papel carbónico por el teletipo y las cintas perforadas del télex. “En medio siglo de vida, ANF pasó del papel carbón a la computadora”, recordó Gramunt. ANF es la única agencia de noticias que ha marcado una verdadera huella en el quehacer periodístico nacional. No sólo en el plano nacional. “Bajo el alero de Fides se cobijaron
11 tres de las grandes agencias internacionales de prensa, como la alemana DPA, la francesa AFP y la española Efe”, recordó Roque Bacarreza. “Gramunt, que era el timonel del grupo, a su tiempo delegó a sus inmediatos colaboradores periodistas la responsabilidad de trabajar para las agencias internacionales a las que estaba vinculado y que años más tarde los transformó en prestigiosos corresponsales de la prensa internacional fuera de las fronteras de Bolivia”, agregó. Maldonado afirmó a su vez que Gramunt formó “legiones de periodistas que le dieron brillo a la profesión, no sólo en el país sino en el extranjero, muchos de ellos en agencias noticiosas mundiales como AP, UPI, AFP, DPA, IPS y EFE”. Mirando hacia atrás, Gramunt recordó en uno de sus últimos editoriales los “tiempos de abundantes turbulencias y escasos respiros” que vivió la agencia en medio siglo de vida, pensando, tal vez, en los años de fuego de las dictaduras, cuando los periodistas debían trabajar con “el testamento bajo el brazo”. Fides y su director sufrieron en ese lapso todo tipo de sanciones y amenazas. Defender la libertad de prensa en democracia es fácil, pero no bajo una dictadura. El Gobierno autoritario del general René Barrientos Ortuño criticó y presionó a Fides por su cobertura “procomunista” de la guerrilla del Che Guevara, en 1967; el general Hugo Banzer Suárez le impuso una multa de 20.000 pesos por difundir unas “declaraciones subversivas” de un exministro del general Juan José Torres, en 1972; Luis García Mesa, el capo de la dictadura de los narcodólares, destruyó las instalaciones de la radio y la clausuró por 17 meses por el único delito de ser Fides en la larga noche de 1980/81, y, para rematar, Evo Morales demandó a ANF por haber sustituido el sustantivo “flojos” por el adjetivo “flojera” en un discurso presidencial. ¡Todo un récord para un medio independiente! Pero no sólo eso. Varios de sus periodistas sufrieron la prisión o el exilio. En su primer editorial tras la reapertura de Fides en marzo de 1982, Gramunt escribió: “Diecisiete meses mudos. Luego de este largo silencio, Radio Fides renace como de las cenizas, rediviva y esperanzada. Este renacimiento es más gozoso que la amargura del rencor o el gusto ácido del resentimiento”. Así es Gramunt. Al conmemorar el cincuentenario de la agencia en 2013, Gramunt recordó el trabajo “a sol y sombra, en las buenas y en las malas, pero siempre con la misma vocación de servicio al país, vocación cristiana y democrática”. “En tan largo tiempo -resumió-, las hemos visto pasar de todo color”, con medio siglo de experiencia a cuestas, el sacerdote-periodista afirmó que el 50 aniversario de ANF era “un hito en la historia del periodismo boliviano”. Y es cierto. Media centuria de vida, con tres generaciones de periodistas de por medio, no es cualquier cosa. En uno de sus últimos editoriales, Gramunt apeló a la célebre arenga atribuida al general romano Pompeyo para resumir la trayectoria de la agencia de su creación: “Navigare necesse est, vivere non est necesse” (navegar es necesario, vivir no es necesario). La frase también podría sintetizar la vida y obra de este maestro de periodistas.
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Cochabamba | Año 2014 | Miércoles | 31
Vista panorámica de la VIII Feria Internacional del Libro de Cochabamba.
Enrique Canelas, Eduardo Canelas, p. Antonio Menacho y dos sacerdotes de la Compañía de Jesús.
www.lostiempos.com
p. José Gramunt, Juan Carlos Salazar, Juan Cristóbal Soruco, Harold Olmos y Ramón Rocha.
p. José Gramunt
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