Una caja de bombones

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LA CAJA DE BOMBONES ANÓNIMO 1º edición 1934 2ª edición 1957 Cuentos. Colección MARUJITA Editorial Molino Versión actualizada por un servidor

Durante las vacaciones de verano, Pedro, todos los días, antes de ir a jugar con sus amigos hacía los recados para su madre. Todas las mañanas con su mochila al hombro y una lista de encargos en el bolsillo salía de su pequeña casa y se dirigía a la plaza del pueblo donde estaba la única tienda. Vivían en un extremo del pueblo y para no aburrirse no siempre recorría el mismo camino. Una mañana, en la que había escogido el camino más largo, al pasar por el sendero viejo, la viuda Guri le llamó desde la ventana. Pedro se acercó. -Perdona Pedrito –a Pedro le sentaba fatal que le llamaran “Pedrito”- Ayer me he torcido un tobillo y no puedo andar, ¿Serías tan amable de hacerme un recado? Pedro, que era un buen chaval, aceptó la propuesta. Así que al regreso tuvo que tomar el camino más largo, hacía calor y entre los encargos de su madre y de la señora Guri la mochila pesaba bastante, el camino se le hizo larguísimo y por supuesto llegó tarde a jugar con sus amigos. A pesar de los inconvenientes Pedro pasaba todos los días por la casa de la señora Guri por si necesitaba algo. Una mañana al entrar en la plaza vio a sus amigos pegados al escaparate de la tienda. -¡Un león! –decía uno. -¡Un elefante! –exclamaba otro. Cuando se acercó vio algo maravilloso: ¡una preciosa caja de bombones con figura de animales! Se quedó pegado al cristal como sus compañeros. -El último es un bicho raro- dijo uno -No se… -comento otro-. Tiene pico de pato y patas de pato, ¡luego es un pato! -Pero tiene cuatro patas, está como aplastado –dijo Pedro -Serán dos patos aplastados por un camión– dijo un tercero haciendo reír a todos Detrás de ellos, una voz muy conocida, excesivamente conocida, les sacó de dudas: -Es un ornitorrinco que, en efecto, tiene patas y pico de pato pero no es un ave, es un mamífero de… -Corte el rollo señor Maestro. Estamos de vacaciones y pensamos lo que queremos- dijo el Nani, que por cierto era el peor alumno y el más descarado. A pedro le pareció muy mal la contestación del Nani, pero tanto él como sus amigos no le dirían nada, pues era el más bruto y agresivo del pueblo.


De regreso, todo el camino fue pensando en la caja de bombones. Unos días después, al pasar por la casa de la señora Guri, esta le estaba esperando en la puerta. -Ya estoy bien - le dijo –, ayer el médico me permitió caminar, así que esta mañana he madrugado, he hecho mis compras y te he comprado un regalo. Te has portado muy bien conmigo. -No necesito que me regale nada… - respondió Pedro tímidamente ya que no esperaba nada. -A pesar de todo quiero regalarte algo –contestó la buena señora- ¿Te gustaría aquella caja de bombones de chocolate con figuras de animales? -¡Oh – exclamó Pedro con los ojos muy abiertos viendo cómo la señora Guri le entregaba la caja al mismo tiempo que le daba un beso. Pedro dio efusivamente las gracias, metió la caja de bombones en la mochila y prosiguió su camino. Aquel día su madre le había encargado bastantes cosas, tocino, salchichas, arroz… y para que todas estas mercancías no aplastaran la maravillosa caja de bombones, la sacó, puso los encargos al fondo de la mochila y la caja arriba. El regreso lo hizo por el camino de la fuente, que era más corto y con árboles a ambos lados que le daban sombra, ¡solo faltaba que los bombones se deshicieran! Estaba tan contento que hizo todo el camino cantando, no dándose cuenta que poco a poco la caja de bombones se fue deslizando y se cayó de la mochila. Más tarde pasó por allí la tía Pía, que se dedicaba a criar y vender canarios, y allí, poco más allá de la fuente, entre los yerbajos de la cuneta, al pie de un grueso roble, vio la caja que había perdido Pedro. Dio un grito de sorpresa y muy satisfecha la recogió. Pero al ver lo que había dentro sus ojos se llenaron de lágrimas. -¡Bombones! –exclamó- ¡Siempre que los como me pongo mala. Para una vez en mi vida que me encuentro algo… Sin embargo mientras seguía su camino pensó que podía hacer con ella. -¡Ya los sé! –exclamó de pronto- Se la regalaré al señor Fermín, al que le debo algunos favores y es un tragón. Es seguro que este regalo le gustará. Se dirigió pues a la casa del señor Fermín, abrió la puerta su criada quien le comunicó que el señor estaba en la cama, enfermo, por lo que entregó la caja a la criada quien, a su vez, la hizo llegar a manos de del señor Fermín. Este la abrió y al ver lo que contenía, gimió: -¡Bombones! ¡Parece mentira! Precisamente ahora que el médico me ha puesto a dieta rigurosísima. El señor Fermín, que como ya hemos dicho era un tragón, hacía dos día había estado invitado a una boda y comió tanto, que por la noche tenía fiebre, vómitos y cagalera. Según el médico si llega a comer un trozo más hubiera muerto de indigestión. El disgusto inicial del señor Fermín duró poco tiempo y pensó que sería buena idea enviar la caja a la señorita Julita, dueña de la sastrería “Dedos de


Plata”, de la que siempre, desde que eran jóvenes, secretamente, él había estado enamorado. Ordenó a su criada que fuese a entregar el regalo y al recibir la caja la señorita Julita dio un pequeño grito de alegría. Pero al ver el contenido de la caja profirió un suspiro. -¡Mira! – dijo a su dependienta enseñándole la caja -. Como el señor Fermín es un tragón se cree que no hay más placer en este mundo que el comer. Julita se miró al espejo admirando su figura, figura que desde joven había tratado de mantener sin darse cuenta que los años no perdonan y que las bellas formas de juventud se habían convertido en una delgadez extrema cercana a la enfermedad, que ella como buena modista disimulaba con una ropa bien adaptada, y que la piel de su cara ya no era tersa y brillante; precisamente esa delgadez le había dado un color paliducho y a pesar de que no era muy mayor la cara se le estaba cubriendo de incipientes arrugas. -Bueno, si no la quiere, no la estropee- contestó la dependienta- Se la llevaré a la tía Remedios para su chico. Le gustarán mucho esos bombones con figuras de animales. -¡Pero si es un niño muy malo! –exclamó la señorita Julia que no tenía ninguna simpatía por aquel muchacho. -No importa, malo o bueno le gustan los bombones. Y, en efecto, la dependienta salió y fue a entregar la caja a la tía Remedios para que se la diera a su hijo. Pero cuando este volvió a casa, de la mano del alguacil, por haber roto una farola y algunos desmanes más, su madre no pudo hacerle el regalo. En cambio le mandó a la cama sin cenar y le castigó sin paga hasta que amortizase los daños causados. -¿Que haré con los bombones – se preguntó la tía Remedios- Yo no puedo comérmelos, soy diabética y si los dejo en el armario tarde o temprano los encontrará mi hijo. ¡Ya sé! Se los regalaré a Pedrito, que últimamente se ha portado muy bien con la viuda Guri. Además, sé que le gustan los bombones. Se encaminó a la casa de Pedrito y al ver que no había nadie y estar la ventana de la cocina abierta, dejó la caja sobre la mesa al lado del fregadero, regresando muy complacida pensando que el niño tendría una sorpresa muy agradable. Cuando Pedro llegó aquella mañana a su casa, en la entrada, al quitarse la mochila, inmediatamente se dio cuenta que faltaba la caja de bombones. -¡Qué mala suerte! –pensó- No tengo más remedio que seguir a la inversa el camino para ver si encuentro la caja. Salió en busca de la caja pero fue en vano: no la encontró. El niño estaba muy triste. Derramó algunas lágrimas y volvió a su casa. Cerca estaba ya de ella cuando se encontró al Nani, que siempre se las daba de listo. -¿Qué te pasa “Pedrito” – lo de Pedrito lo dijo para molestar. Y Pedro le refirió lo ocurrido.


-Es la primera recompensa que he tenido por portarme bien. Y sin embargo, la he perdido. -Así es el mundo –contestó el Nani- El ser bueno no es negocio por que casi nunca se recibe recompensa. Mira, te aconsejo que no hagas ningún favor a nadie. Mira por ti y por nadie más. A pedro le parecieron muy bien aquellos consejos y, despidiéndose del Nani, siguió su camino. Pocos pasos había dado cuando encontró al anciano señor Roque, que iba cargado con un gran haz de leña que le hacía ir doblado. La primera idea de Pedro fue ayudar al buen hombre; pero pensándolo mejor, recordando los consejos del Nani, pasó de largo. Más apenas lo había hecho se sonrojo y, avergonzado, fue al encuentro del señor Roque ofreciéndose a llevarle el haz de leña. -Malamente podrás con él –dijo el señor Roque. -Bueno, si cada uno cogemos el haz de leña por un extremo, repartiremos la carga. Y así charlando llegó hasta la casa del anciano señor y este al despedirse le dijo: -Eres muy buen muchacho. Ojalá consigas o que deseas… Pedro sonrió tristemente, diciéndose que lo que más deseaba en ese momento era la caja de bombones. Más ya había desaparecido para siempre. Pero al entrar en su casa y luego en la cocina se quedó atónito al ver que sobre la mesa al lado del fregadero, estaba la caja de bombones que perdiera aquella mañana y le extrañó notar que no había ninguna misiva del que la enviaba. Empezó a bailar de alegría y cayó un bombón de la caja, precisamente el ornitorrinco, Pedro lo recogió. Verdaderamente aquellas golosinas eran deliciosas. Ya podéis imaginaros qué buenos ratos pasó gracias a la caja de bombones de chocolate.


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