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HISTORIAS DE GRANDES PERSONAS... Y EL
AGRADECIMIENTO A ALGUIEN MUY ESPECIAL: ¡TÚ!
P. 8 Dijeron...
P. 10 HISTORIAS DE GRANDES PERSONAS
P. 12 BONDAD Nelson Mandela y Christo Brand, dos hombres diferentes en todo, pero iguales en bondad.
P. 15 CONFIANZA Nancy Matthews, la madre de Thomas Alva Edison.
P. 18 ENTEREZA Elena Desserich, la niña de seis años que escribió a su familia «notas desde el cielo».
P. 21 CORAJE Irena Sendler, la enfermera que salvó la vida a más de 2500 niños judíos.
P. 24 COMPANERISMO Rescate en el Gasherbrum II, una historia de compañerismo en el Karakorum.
P. 27 NOBLEZA Charles L. Brown y Franz Stigler, un rasgo de humanidad que convirtió a dos enemigos en amigos.
P. 30 AMISTAD Albert Einstein y Marcel Grossmann, el físico más importante de la historia y su ángel tutelar.
P. 33 TERNURA David Deutchman, el abuelo que abraza a los bebés.
P. 36 ABNEGACION Vincent y Theo van Gogh, un artista genial y un hermano ejemplar.
P. 39 COMPRENSION Anne Sullivan, la profesora que enseñó a hablar, leer y escribir a una niña sordociega.
P. 42 AMOR Toshiyuki Kuroki, el hombre que curó a su esposa con flores.
P. 45 SOLIDARIDAD Cuatro historias de una pandemia
P. 56 TESTIMONIOS DE QUERIDOS RECUERDOS
P. 72 Y EL AGRADECIMIENTO A ALGUIEN MUY ESPECIAL: ¡TÚ!
P. 77 Bibliografía
Rescate en el Gasherbrum II
UNA HISTORIA DE COMPAÑERISMO EN EL KARAKORUM
Esta no es una historia de montaña, esta es una historia de compañerismo y nobleza que sucede en la montaña, veteada por trazas de egoísmo e insolidaridad.
Su protagonista es Valerio Annovazzi, un albañil italiano apasionado por el alpinismo.
Ya había escalado varios ochomiles. En el verano de 2017, con cincuentainueve años, quiso conquistar uno más, el Gasherbrum II (8035 metros), el segundo pico más alto de la cordillera de Karakorum, en la frontera entre Pakistán y China.
Con tal objetivo, se unió a una expedición organizada por una agencia. Estaba formada por ocho alpinistas de diferentes nacionalidades que no se conocían entre sí. Su relación era meramente comercial: se habían unido para compartir gastos, pero cada uno iba por su cuenta.
El 20 de julio, la expedición alcanzó la cima del Gasherbrum II. En el descenso, Annovazzi notó que las fuerzas empezaban a fallarle. Los demás no lo esperaron. Llegó al campamento 3 casi de noche. Por la mañana, cuando despertó, el resto de la expedición ya se había ido. Se encontraba solo, a 7100 metros de altitud. Su situación se complicó al levantarse un fuerte temporal de nieve y viento. Tres veces intentó el descenso, tres veces tuvo que desistir. Se refugió en su tienda.
A partir de 7000 metros, la concentración de oxígeno en el aire es casi la tercera parte que a nivel del mar. A fin de poder transportar ese escaso oxígeno, el ritmo cardiaco se acelera y la sangre multiplica el número de glóbulos rojos haciéndose más espesa, propiciando congelaciones, edemas y trombosis. Cada pequeño movimiento supone un esfuerzo supremo, unos pocos pasos
hacen jadear, dormir resulta difícil, la sed es continua.
Estas condiciones, agravadas por la baja temperatura, tuvo que soportar Annovazzi durante tres días. Sin gas, sin bebida y sin alimento, ya que las provisiones se le acabaron enseguida. Sabía que solamente un milagro le permitiría sobrevivir.
Mientras tanto, los otros siete montañeros llegaron al campamento base donde estaban Alberto Iñurrategi, Juan Vallejo y Mikel Zabalza, tres guías de montaña españoles que formaban parte de otra expedición. Habían coincidido con ellos días atrás y echaron en falta a Annovazzi, con el que habían intercambiado unas pocas palabras. Al preguntar por el italiano, les contestaron que se había quedado bloqueado en el campamento 3.
Los tres alpinistas españoles no daban crédito a lo que estaban oyendo. Ellos pertenecen a
otra raza de montañeros, para los que un compañero de ascensión es un hermano de cordada: todos suben y todos bajan juntos. Así lo manifestó
Zabalza: «Nosotros entendemos la montaña desde su lado noble y jamás nos acostumbraremos a este tipo de actuaciones».
No había tiempo que perder, no podían esperar a que amaneciera, cada hora era vital. Se pertrecharon con sus útiles y, desafiando el temporal y la oscuridad, fueron en busca de un hombre al que apenas conocían, pero al que consideraban un compañero por el solo hecho de ser montañero como ellos y encontrarse en el mismo lugar.
Tras doce horas de ascensión, llegaron hasta la tienda del italiano. Lo encontraron en estado de inanición y con signos de congelación en las extremidades. Después de alimentarlo, hidratarlo y administrarle los medicamentos precisos, Annovazzi reaccionó, si bien no podía caminar. Tuvie-
ron que bajarlo hasta el campo 2 descolgándolo con sus cuerdas. Allí pasaron la noche. Al día siguiente, lo descolgaron hasta el campo 1. Un glaciar de nueve kilómetros surcados de grietas los separaba del campamento base. El italiano ya se había recuperado lo bastante para poder andar, aunque muy despacio, por lo que debían detenerse de continuo. Paso a paso, metro a metro, llegaron a la base. Annovazzi estaba salvado. Días más tarde declaró en una entrevista: «Cuando me rescataron, les ofrecí algún tipo de recompensa eco-
nómica por haberme salvado la vida. Es lo mínimo, ¿no? Pues no aceptaron. No me dejaron ni acabar la frase. Como alpinistas destacan entre el resto, como personas son aún mejores».
Así es. Iñurrategi, Vallejo y Zabalza lo demostraron con hechos y este último lo corroboró con palabras al afirmar: «Para nosotros esto es el ejemplo máximo del alpinismo en el que creemos. Estamos felices porque esta es la mejor de las cimas. La vida es la cumbre más importante».
Charles L. Brown y Franz Stigler UN RASGO DE HUMANIDAD QUE CONVIRTIÓ
A DOS ENEMIGOS EN AMIGOS
El 20 de diciembre de 1943, durante la Segunda Guerra Mundial, un bombardero B-17 estadounidense llamado Ye Olde Pub intentaba regresar a su base de Inglaterra tras bombardear una fábrica de aviones en Bremen (Alemania). El B-17 lo pilotaba Charles L. Brown y su estado no podía ser más lamentable. Había perdido el contacto con su escuadrilla tras ser alcanzado por las baterías ant iaéreas y atacad o, luego, por cazas alemanes. Tres de sus tripulantes estaban heridos y uno de los artilleros había muerto. El fuselaje se encontraba gravemente dañado, dos de sus cuatro motores, inutilizados, la torre superior había desaparecido y tenía agujeros por todos lados. También tenía el co mpás estropeado, por lo que en vez de volar hacia su base estaba penetrando en territorio enemigo y acabó entrando en la boca del lobo. Al pasar cerca de un aeródromo de la Luftwaffe, detectaron el B-17. El
piloto alemán Franz Stigler fue el encargado de despegar con su Messerschmitt Bf-109 G y derribar el bombardero.
Franz Stigler era un as de la aviación que ya contaba con 26 victorias y que acabaría la guerra con 487 misiones de combate, 28 victorias acreditadas y más de 30 probables.
Cuando Charles L. Brown vio un caza alemán acercarse por la cola, pensó que su destino estaba sellado. No tenía capacidad para huir, ni posibilidad de defenderse.
Franz Stigler, sin embargo, cuando vio el avión en un estado tan calamitoso, pensó en lo que años antes le había dicho otro as de la aviación, Gustav Rödel, bajo cuyas órdenes había servido en el norte de África: «Sois pilotos de caza hoy, mañana, siempre. Si alguna vez me entero de
que uno de vosotros ha atacado a un piloto en paracaídas, lo mataré yo mismo».
Para Stigler, dispararles en ese momento habría sido como hacerlo mientras saltaban en paracaídas. Decidió incumplir sus órdenes, se colocó en paralelo al bombardero y le hizo señas para que aterrizase en el aeródromo alemán y se entregase. Los americanos no entendieron sus señas, en vista de lo cual les indicó que fuesen a Suecia, país neutral que estaba a tan solo 30 minutos de vuelo. Como tampoco le hicieron caso, Stigler les indicó que virasen rumbo a Inglaterra y escoltó al Ye Olde Pub volando en paralelo para evitar que le disparasen las baterías antiaéreas. Una vez fuera de territorio alemán, Franz miró a los ojos a Charlie, le hizo un gesto con la mano y se marchó.
Finalmente, el B-17 consiguió aterrizar en Inglaterra. Charlie informó a sus superiores de lo ocurrido, pero le prohibieron dar publicidad a ese
incidente que revelaba la humanidad de un enemigo.
Franz, por su parte, contó que había derribado el bombardero sobre el mar. Si hubiera dicho la verdad, lo habrían fusilado.
Pero Charlie nunca olvidó a ese piloto alemán. En 1987, 44 años después del suceso, comenzó a buscar a aquel hombre. Tras cuatro años de pesquisas, puso un anuncio en una publicación de pilotos de combate.
Unos meses más tarde, recibió la lacónica respuesta de Stigler: «Yo era ese piloto».
Charles Brown vivía en Seattle, y Franz Stigler, en Vancouver. Cuando finalmente se reunieron, descubrieron que habían vivido a menos de 400 km de distancia durante casi 50 años.
Ese día, Charlie le preguntó a Franz por qué no lo había derribado. Stigler le dijo que su mentor,
Gustav Rödel, le inculcó la idea de que había que celebrar victorias, no muertes. Y que para sobrevivir moralmente a una guerra debía combatir con honor y humanidad. En caso contrario, no sería capaz de vivir consigo mismo el resto de sus días.
Desde entonces, los dos pilotos se convirtie-
ron en grandes amigos hasta su muerte, que se produjo por la misma causa, un ataque al corazón, y el mismo año, 2008.
En las esquelas mortuorias de ambos, Stigler y Brown fueron mencionados como «hermano especial» del otro.
Albert Einstein y Marcel Grossmann
EL FÍSICO MÁS IMPORTANTE DE LA HISTORIA Y SU ÁNGEL TUTELAR
A lo largo de su vida, Albert Einstein siempre tuvo la suerte de encontrar colaboradores sin los que, probablemente, su trabajo no habría alcanzado las altas cotas a las que llegó. Uno de ellos, el que más y durante más tiempo lo ayudó, fue su compañero, colega y amigo Marcel Grossmann.
Albert Einstein (Ulm, Alemania, 1879) y Marcel Grossmann (Budapest, Hungría, 1878) se conocieron en 1896 mientras estudiaban en la Escuela Politécnica de Zurich. Sus personalidades no podían ser más dispares; sin embargo, congeniaron desde el primer momento. Tiempo después, en una carta que le escribió a la esposa de Grossmann, Einstein rememoraría su relación con estas palabras: «Recuerdo nuestros días de estudiantes. Él, el estudiante irreprochable, yo mismo, desordenado y soñador. Él, en buenos términos con los profesores y entendiéndolo todo,
yo un paria, descontento y poco amado. Pero éramos buenos amigos y nuestras conversaciones delante de un café helado en el Metropole cada pocas semanas están entre mis recuerdos más felices».
En efecto, Einstein era un estudiante muy irregular que solo acudía a las clases de las asignaturas que le interesaban. Por fortuna para él, Grossmann era un maestro tomando apuntes y muy generoso prestándolos. Gracias a los apuntes de su compañero, Einstein consiguió ir aprobando.
En 1900 se graduó en Física y obtuvo el diploma de profesor de Matemáticas y de Física. Su objetivo era encontrar un trabajo como docente para poder casarse con Mileva Maric. Pero su expediente académico era tan pobre que solo le ofrecieron trabajos temporales. Grossman acudió
de nuevo al rescate y le buscó un trabajo. Habló con su padre, que conocía al director de la Oficina de Registro de Patentes de Berna, y este contrató a Einstein como oficial de tercera. Aunque no era gran cosa, al menos era un trabajo estable.
Trabajando como oficinista, sin contacto con la universidad y alejado de los círculos científicos, todo parecía indicar que el destino de Einstein era convertirse en uno más de los universitarios que no trabajan en lo que han estudiado.
Nada más lejos de la realidad. Paradójicamente, los seis años que trabajó en esa oficina, desde 1902 a 1908, fueron los más productivos de su carrera científica. Durante su tiempo libre, e incluso en su horario de trabajo, Einstein se dedicó a pensar sobre las leyes del universo y a plasmar sus conclusiones en veinticinco artículos que publicó en revistas científicas.
Estos artículos marcaron un antes y un después en la física moderna. En uno de ellos, expli-
caba el efecto fotoeléctrico, trabajo por el que unos años más tarde le concedieron el Premio Nobel de Física. En otro artículo, demostró de forma directa la existencia de los átomos. En un tercer artículo, describió la teoría de la relatividad especial.
Y aún le dio tiempo para casarse, tener un hijo y finalizar su tesis doctoral que, como no podía ser de otra manera, dedicó a Marcel Grossmann.
Gracias a la reputación que obtuvo con esos artículos, le ofrecieron un puesto de profesor en la Universidad de Zurich. Einstein dejó su trabajo como oficinista e inició su vida como profesor.
Unos años después, Marcel Grossmann, a la sazón decano de Física en la Universidad Politécnica Helvética, medió para que ese centro creara una plaza de profesor de Física Teórica expresamente para Einstein. Los dos amigos volvían a convertirse en compañeros, esta vez de trabajo.
Einstein era un gran físico teórico, el mejor. Y, aunque era un avezado matemático, sus conocimientos no eran suficientes para convertir en fórmulas matemáticas sus complicadas teorías. Necesitaba la ayuda de alguien con un dominio de las matemáticas superior al suyo. ¿Y quién acudió a echarle una mano con las ecuaciones? Marcel Grossmann, por supuesto. Juntos escribieron un artículo que constituyó un avance más en la dirección de lo que sería la teoría general de la relatividad y en el que Grossmann aportó detalles matemáticos en apoyo de las tesis de Einstein.
Los avatares de la vida y la convulsa historia de Europa separaron a los dos amigos, pero la distancia espacial no se tradujo en distanciamiento espiritual ni intelectual. Sostuvieron una copiosa correspondencia en la que Einstein mantuvo a Grossmann al corriente de sus investigaciones. Grossmann respondía analizando
sus ideas, criticándolas cuando no las compartía y ofreciéndole sugerencias de las que Einstein supo sacar provecho.
Grossmann murió a la temprana edad de cincuentaiocho años a causa de la esclerosis múltiple. La enfermedad privó a Einstein de su ángel tutelar, el que estaba ahí cuando más lo necesitaba, el que acudía en su ayuda sin que tuviera que pedírselo.
Einstein siempre recordó con gran cariño a Grossmann. En 1955, poco antes de morir, le pidieron que escribiera una nota autobiográfica. Aceptó pese a lo mucho que le desagradaba escribir sobre sí mismo. En la introducción, explicó por qué había aceptado el encargo:
«La necesidad de expresar al menos una vez en mi vida mi gratitud a Marcel Grossmann me dio el valor para escribir esto».
David Deutchman
EL ABUELO QUE ABRAZA A LOS BEBÉS
Dice la tradición que cada vez que abrazamos de verdad a alguien, ganamos un día de vida. Si esto fuera cierto, David Deutchman llegará a centenario, ya que en los últimos doce años ha abrazado a más de 1200 bebés.
David tiene ochentaitrés años, vive en Atlanta (Estados Unidos), es padre de dos hijas y abuelo de dos nietos. Tras jubilarse de su trabajo como ejecutivo de marketing internacional, quería seguir sintiéndose útil realizando actividades que aportaran algo a la sociedad y comenzó a dar conferencias por las universidades de la zona. Pero esto no le parecía suficiente. A raíz de una visita al hospital por una lesión en la pierna, pasó por la unidad de bebés prematuros y se enterneció al ver a unos niños tan pequeños en las incuba doras. Sin dudarlo, entró y preguntó si podía ayudar como voluntario. Las responsables le dijeron que tenían una ocupa-
ción ideal para él: abrazar bebés.
Todos los bebés necesitan sentirse tocados, mimados, abrazados, y más los que han nacido antes de tiempo. Además de sus efectos emocionales, el contacto humano favorece el desarrollo cerebral de estos bebés, les ayuda a crecer más rápido y a ganar peso.
Lo ideal es que sean el padre y la madre quienes los abracen mientras están en el hospital, pero muchos no pueden hacerlo todo el tiempo que quisieran, sea porque su trabajo no se lo permite o porque tienen en casa otros hijos a los que cuidar. Por ello algunos hospitales buscan personas que den calor humano a los bebés prematuros que están en cuidados intensivos durante el tiempo que permanecen solos.
A esta labor se dedica David Deutchman desde hace doce años. Todos los martes y jueves
acude al hospital Children’s Healthcare de Atlanta. Los martes visita la Unidad de Cuidados Intensivos Pediátricos y los jueves la Unidad de Cuidados Intensivos Neonatales. Las enfermeras le entregan alguno de los bebés cuyos padres no pueden estar con ellos en ese momento y David los abraza durante largo rato con la satisfacción de saber que entre sus brazos la recuperación de los pequeños es más rápida.
A lo largo de estos años, ha desarrollado una forma especial de abrazarlos. Coloca la cabeza del bebé sobre su pecho para que oigan los latidos de su corazón y les canta una y otra vez You’re my sunshine («Tú eres mi sol»), a la vez que los acuna y les acaricia suavemente la cabeza. Gestos y abrazos que relajan a los niños y también a él.
David ayuda asimismo a los padres de esos pequeños cuando están en el hospital. Consciente del momento delicado por el que atraviesan, conversa con ellos intentando animarlos y hacer
que se sientan mejor con su serenidad, sabiduría y la experiencia adquirida con los años. Sabe lo importante que es para los padres disponer de un tiempo de relax tras pasar horas y horas en el hospital: «Estos padres tienen mucho estrés. Tener a alguien que les diga que pueden ir a desayunar y asegurarles que alguien va a estar con su recién nacido significa mucho para ellos».
Fran López Castillo escribió: «El mejor abrazo no es el más fuerte ni el más largo. Es el de la persona correcta». Las enfermeras del hospital Children’s Healthcare lo saben y valoran mucho la labor de David, se han encariñado con él e incluso le han puesto un apodo: ICU Granpa, que se podría traducir como «Abuelo UCI».
Algunos de sus amigos, sin embargo, no comprenden cómo puede dedicar su tiempo a cuidar bebés que no son de su familia, aguantando sus lloriqueos y soportando que le vomiten encima, lo que ocurre en no pocas ocasiones. No entienden lo
que para él supone tenerlos entre sus brazos.
David les responde que es mayor el beneficio que él obtiene mimándolos que el que obtienen ellos al ser mimados. Lo bueno de los abrazos es que cuando das uno, recibes uno también.
Si alguien le pregunta qué hace en el hospital, contesta simplemente: «Abrazo bebés. A veces me vomitan, a veces me orinan, y es genial».
Y es que David ama realmente lo que hace y se siente afortunado por poder hacerlo.
Vincent y Theo Van Gogh
UN ARTISTA GENIAL Y UN HERMANO EJEMPLAR
A lo largo de los tiempos, pocos pintores han sido tan geniales y originales como Vincent van Gogh, y pocos hermanos tan abnegados como Theo.
Theo fue más que un hermano para Vincent, fue su amigo, confidente, consejero, mecenas y constante sostén.
A causa de su tempestuoso temperamento, Vincent era una de esas personas condenadas a no ser felices, pero Theo hizo que su vida fuera menos infeliz y, gracias a su apoyo, pudo desarrollar su talento pictórico.
Theodorus «Theo» van Gogh nació en Zundert (Países Bajos) en 1857, cuatro años después que Vincent. La familia estaba compuesta por tres hermanas y un hermano más; sin embargo, entre Vincent y Theo se creó un lazo único que no haría
sino estrecharse a lo largo de sus vidas. Cierto es que poseían caracteres muy diferentes, pero no lo es menos que era difícil separarlos.
Vincent empezó a trabajar a la edad de dieciséis años en Goupil & Cie, una compañía de comercio de arte. Cuatro años más tarde, Theo siguió sus pasos y entró a trabajar en la misma compañía y a la misma edad. A Theo le encantaba este trabajo y no tardó en prosperar en el negocio. Con solo veintitrés años, fue trasladado a la sede central de la firma en París, que en aquellos momentos era el epicentro del arte.
Vincent, en cambio, debido a su difícil y tormentosa personalidad, no supo adaptarse a las exigencias del empleo y en 1878 fue despedido por anteponer sus gustos personales sobre las ventas que debía hacer. A partir de entonces, desempeñó diferentes ocupaciones, tales como
auxiliar de maestro, empleado de una librería y predicador. En todas ellas fracasó, casi siempre por la misma razón: su incapacidad de someterse a la autoridad.
Desde su más temprana adolescencia, Vincent había sentido una gran afición por la pintura. Theo creía que su hermano tenía un talento artístico innato y que la profesión de pintor era la más adecuada para una persona tan independiente y apasionada como él. Le propuso que diera un giro a su vida y probase suerte con la pintura. Vicent siguió sus consejos y se inscribió en la Academia de Bellas Artes de Bruselas, donde estudió dibujo y perspectiva. Ahí comenzó su breve e intensa carrera artística que apenas duró una década, en la que pintó 900 cuadros de los que solo vendió uno en vida, pero que lo convirtieron en un referente esencial para los pintores que vendrían después.
Theo fue su gran protector durante estos años suministrándole el dinero que necesitaba
para sobrevivir, la confianza que precisaba para seguir pintando y ayudándolo a superar todos los problemas que se le presentaban, desde desengaños amorosos a crisis mentales. Los dos hermanos se escribieron cientos de cartas que dan fe de la estrecha relación que los unió. Vincent dijo de Theo que era el único ser humano que lo entendía.
Esta comunicación epistolar fue especialmente importante en 1889, cuando la salud mental de Vincent empeoró e ingresó por voluntad propia en un hospital del sur de Francia. Theo, que vivía en París, trató de reconfortarlo a través de sus cartas apoyando su decisión y dándole ánimos.
Theo no solo proporcionó a su hermano ayuda económica y emocional, también usó sus contactos para promocionarlo. No trató de vender sus cuadros a través de la empresa en la que trabajaba, ya que no le parecía ético involucrarla en
TTodos conocemos a alguna buena persona que nos ayudó o cuidó de nosotros en un momento crítico: un familiar, un amigo o incluso un desconocido. Demuéstrale tu agradecimiento con este libro tan personal: relatos reales de grandes personas que, en situaciones difíciles, fueron faros en la tormenta. Algunos, de célebres personajes cuyas historias quizá desconocías. Otros, emotivos testimonios de la comunidad de Queridos Recuerdos, página de Facebook con más de 120.000 seguidores. El libro incluye, además, un espacio en blanco para que puedas añadir tu propia historia y decirle “gracias por existir” a esa persona tan especial.