Queridos recuerdos de los años 50 y 60

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50 y 60 de los años

Momentos inolvidables de nuestra infancia y adolescencia

¿Cómo era... ?

Años 50

Años 60

Las niñas con las niñas .................. p. 12-13 El carrito de los helados ................. p. 14-15 La escuela ........................................ p. 16-17 La ropa.............................................. p. 18-19 La casa ............................................. p. 20-21 La comida ......................................... p. 22-23 La costumbre de cantar .................. p. 24-25 Los juegos y juguetes ..................... p. 26-27 La primera comunión ...................... p. 28-29 Las vacaciones ................................ p. 30-31 La compra ........................................ p. 32-33 La aventura de llamar por teléfono .. p. 34-35 El transporte .................................... p. 36-37 El sereno .......................................... p. 38-39 A estudiar al seminario ................... p. 40-41 Hora de ir a misa.............................. p. 42-43 El Servicio Social............................. p. 44-45 El matrimonio................................... p. 46-47 Los domingos de fútbol .................. p. 48-49 La radio............................................. p. 50-51 La publicidad ................................... p. 52-53 La lectura.......................................... p. 54-55 Los cantantes .................................. p. 56-57 Conchita Velasco ............................. p. 58-59 El cine ............................................... p. 60-61 Los bailes ......................................... p. 62-63
Plumieres, tinteros... ....................... p. 66-67 La leche en polvo ............................ p. 68-69 Los tebeos........................................ p. 70-71 La Cabalgata de Reyes ................... p. 72-73 Las golosinas................................... p. 74-75 El Seat 600........................................ p. 76-77 La emigración .................................. p. 78-79 Los nombres y apodos ................... p. 80-81 La Semana Santa ............................. p. 82-83 El pueblo .......................................... p. 84-85 El ocio ............................................... p. 86-87 La música ......................................... p. 88-89 «El hombre del tiempo» .................. p. 90-91 Las series ......................................... p. 92-93 Películas inolvidables ..................... p. 94-95 La moda ............................................ p. 96-97 Las rebajas ....................................... p. 98-99 El turismo ......................................... p. 100-101 El Dúo Dinámico .............................. p. 102-103 Los guateques ................................. p. 104-105 ¿Cuánto costaba en los 60... ? ....... p. 110

Recuerdos inolvidables

Cuando a veces miramos hacia atrás y reactivamos nuestra memoria, es fácil volver a encontrarnos con aquellos inolvidables recuerdos que un día, a lo largo de nuestra infancia o adolescencia, formaron parte inseparable de nuestra vida, que nos acompañaron de la mano por los lugares y momentos por los que estuvimos transitando hasta que, por fin, nos hicimos adultos, y todo cambió de repente en nuestras vidas. Sin embargo, todas aquellas historias, anécdotas, pequeñas o grandes aventuras, personas, cosas, ilusiones, sonrisas, decepciones o lágrimas que hasta entonces habíamos vivido siguieron perteneciéndonos, grabados a fuego en nuestras mentes y en nuestros corazones.

Pues de todas esas experiencias personales nos han venido hablando cada día los más de 120.000 seguidores de la página de Facebook revelación del año: «Queridos Recuerdos», que siempre suelen concluir sus comentarios con la misma frase: «¡Qué felices éramos!». Por eso, resultaba obligado hacer este libro, el primero 2.0 hecho por y para una generación no tecnológica, cuyos «socios fundadores» son los verdaderos protagonistas de Queridos Recuerdos de los años 50 y 60.

En él hemos reunido una selección de los momentos más representativos de ambas décadas, con las mejores imágenes para ilustrarlos y, por supuesto, con algunos de los muchos recuerdos y anécdotas que los fieles seguidores de la página de Facebook han ido dejando en ella, y a quienes estamos infinitamente agradecidos. Además, hemos reservado en él un espacio en blanco para que el propio lector lo rellene con sus «queridos recuerdos», y se una así a este «álbum colectivo de la memoria», un diario para recordar, pero también para reír, emocionarse, compartir, reflexionar…

Queridos Recuerdos de los años 50 y 60 quiere ser, ante todo, un cariñoso y sincero homenaje a todos aquellos que vivieron su infancia y adolescencia en las décadas de los cincuenta y sesenta. Además, queremos dedicárselo especialmente a las 120.000 personas que, agradecidas y entusiastas, siguen y escriben día a día en la página de Facebook «Queridos Recuerdos», y sin los cuales no hubiera sido posible hacer este libro.

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No había dinero, y los juegos eran pobres pero creativos: la calle era nuestra. El  y sus

, el , el , y las  Pasábamos horas buscando chapas de cerveza para ponerlas en rigurosa línea en la vía del tranvía (líneas 37 y 47 que iban desde Plaza Universidad a Horta y pasaban por delante de mi casa), y aplanarlas. Cada una tenía un valor concreto, como si fueran monedas. Había una carísima, que creo recordar era de Damm, Estrella Negra o así, más valiosa porque escaseaba. Verdaderas colecciones de objetos inútiles y sucios que nuestros padres no entendían que lleváramos a casa y guardáramos como tesoros.

El juego de  consistía en acumular y jugarse unos valiosos cartoncitos de las cajas de cerillas, que valían uno, aunque había otros de  de lujo con estampas del Quijote ¡que valían por 100! Dibujábamos con tiza –que habíamos robado de la escuela– un cuadrado en un suelo liso de la acera, el , depositábamos los cartoncitos de cerillas, y desde lejos, barríamos la acera con unos tacones de zapato de hombre usados (), y pasábamos horas ganando o perdiendo nuestros activos. Y éramos expertos en  (peonzas), y en , que era como un béisbol casero, pero en vez de a una pelota le atizábamos a un trozo de madera de unos quince centímetros de largo y unos tres de diámetro. Con puntas como un lápiz grande en los dos lados, y con

una pala vieja de lavar la ropa de nuestra madre, tratábamos de mandarlo bien lejos, fuera del alcance de nuestros enemigos. Y nos corríamos a pedradas, y todos tenemos señales de aquello. Yo en la cabeza.

Ah, y ¡los patinetes! Con unas tablas de madera y tres cojinetes de coches viejos y unas cuerdas, hacíamos un vehículo que podía alcanzar velocidades sustanciales en la carretera que bajaba desde el Parque Güell o desde el Cotolengo del Padre Alegre. Algo menos desde la bajada del Tibidabo. Como frenos utilizábamos suelas de zapato viejas, clavadas en el eje anterior, y que apretábamos hasta el fondo contra el suelo de la carretera cuando teníamos que parar. Éramos unos maestros, lo reconozco.

Y también éramos a la vez pobres, pero felices. Mi madre, Elena, hacía faenas de sol a sol para una familia suiza que vivía en la Bonanova, y esos días era mi padre el que cocinaba. Para Reyes, por más que yo me empeñaba en poner calcetines colgados en el balcón por si los Magos pasaban por allí, solo tenía los juguetes que desechaba el niño de aquella familia suiza: soldaditos de plomo, una placita de toros con toreros y toros también de plomo… Alguna mini bicicleta, y hasta algún muñeco. O muñeca, no sé.

Sin móviles, sin ordenadores, sin Google… Éramos pobres, pero felices.

«Éramos pobres, pero felices»

Ramón Arcusa, miembro del Dúo Dinámico

Mi padre tuvo la buenísima idea de meterme en el Club Natación Barcelona para que hiciera un deporte. Me lo tomé muy en serio, pues lo de nadar me gustaba mucho, y así fue como empecé a nadar. Y al cabo de un par o tres de años me hice un nadador infantil que tenía muy buenas opciones para representar al club en competiciones interclubs y luego incluso internacionales en algunas ocasiones. Para qué te voy a decir que yo estaba feliz, pues viajábamos de vez en cuando a Francia, Holanda y Alemania.

Pero eran tiempos difíciles y había muchas necesidades… Un día, mi padre me dijo: “Bien, Lolo (me llamaban Lolo en casa), lo de nadar está muy bien y lo puedes seguir haciendo cuando puedas y

tengas tiempo, pero… ¡hay que trabajar y traer dinero a casa!”. Y así entré en la fábrica como aprendiz, lo cual después de unos años, cuando ya frecuentaba un club de , me sirvió para tener pasión por la música (que me encantaba), y más tarde en la fábrica para conocer a Ramón, a quien también le gustaba la música y tenía un trío de voces y guitarras estilo Panchos y Calaveras.

Pasamos por momentos difíciles, ya que era una fábrica militarizada (del INI), no hacíamos la mili pero teníamos que rmar por cinco años con la empresa. Te digo que hubo momentos difíciles porque no rmamos esos cinco años y automáticamente fuimos despedidos de la fábrica y enviados a hacer la mili castigados a Zaragoza… pero eso es ya otra historia...

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Manuel de la Calva, miembro del Dúo Dinámico
«¡Hay que trabajar y traer dinero a casa!»

Las niñas con las niñas

... y los niños con los niños

En los años 50, según costumbre no escrita en ninguna parte pero mayoritariamente admitida, lo de ser niña o niño solía marcar para siempre la vida en casi todos los ámbitos: educación, juegos, rol social… Salvo lógicas excepciones, claro, como economía familiar, lugar de residencia, que no era lo mismo vivir en una zona rural que en una ciudad, o convicciones religiosas y sociales.

En lo que no había duda es en que ellas debían ser educadas para ser «la niña buena que sigue los consejos de papá y mamá» a la que luego le cantará Rocío Dúrcal en Canción de juventud (1962) y, sobre todo, para comportarse como una señorita y ser una abnegada esposa y madre, aunque la incorporación de la mujer al mercado laboral era cada vez más creciente. Y ellos, a ser hombres de provecho, trabajadores entregados y honestos y que sean el sustento de su familia. En definitiva, cada uno listo para representar su papel en el complejo escenario de una década que aún sufría los coletazos de una dura y larga posguerra, pero que intentaba abrirse camino mirando hacia delante.

En lo que tampoco había discusión alguna era en que unos y otros debían estar convenientemente separados por sexos en la escuela, como determinaba la Ley de Educación Primaria de 1945, aunque era obligatoria y gratuita para todos hasta los 14 años. Así que todos los colegios eran «unisex», en su sentido más literal, o sea, que en ellos había solo niños o solo niñas. Excepción hecha, por ejemplo, de aquellas academias privadas que tanto abundaban, habitualmente situadas en viviendas, y en las que se mezclaban cursos y materias en una misma aula.

En lo que se refiere a las materias a estudiar, aunque todas eran comunes, en Educación Física, por ejemplo, mientras los niños saltaban el plinto o el potro, para convertirse en «hombres fuertes y valientes», las ni-

ñas hacían gimnasia sueca. Además, disponían de «tres unidades didácticas semanales para las Enseñanzas del hogar», con el fin de adquirir «los conocimientos básicos que debe poseer toda mujer». Ya en el futuro, para que lo de la segregación quedara bien clara, a ellos les tocaba hacer la Mili, y a ellas cumplir el Servicio Social.

En cuanto a los juegos, era obvio que los niños preferían el fútbol, las chapas o las canicas, mientras que a las niñas les gustaba más jugar a las muñecas, las cocinitas, el corro, la comba o la rayuela. Por supuesto, también había otros compartidos, como el escondite, el pañuelo o los juegos de mesa, y a veces incluso las cocinitas o los recortables, aunque siempre mejor los niños con los niños y las niñas con las niñas... Lo que ya se compartía menos eran muchos cuentos y tebeos, que por algo se publicaba, por ejemplo, Roberto Alcázar y Pedrín para ellos y Sissi para ellas. Eso sí, en lo que había consenso mayoritario era en la merienda, que en lo de tomarse un trozo de pan con aceite y azúcar o una onza de chocolate antes de hacer los deberes y salir a jugar a la calle, a la plaza o al parque, o en su propia casa o en la de un amigo o amiga, no había distinción alguna.

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Babi y cartera en mano, después del colegio, lo que tocaba era ir a casa, merendar, hacer los deberes y, si «el tiempo y la autoridad lo permitían», ir a jugar,

Así lo vivimos...

 Emma C.

Recuerdo esa época con cariño. Estudiábamos las chicas con las chicas y no tengo ni traumas ni complejos, teníamos mucho tiempo para estar con los chicos y además no me gustaba jugar al fútbol ni ir en bicicleta.

 Sara M.

Creo que no era ningún problema estar niños y niñas separados, puesto que esa era la mentalidad de la época. Con el tiempo hemos ido evolucionando, igual que en todo a lo largo de la vida. Pero eso no implica que fuera tanto problema. Yo soy de un pueblo pequeño y puedo asegurar que no tengo ningún trauma, todo lo contrario, fui inmensamente feliz. Además, recibí una formación y unos valores que me hicieron llegar a ser lo que hoy soy, profesora. Hoy tenemos mejores condiciones y medios, además de igualdad, aunque aún queda mucho por hacer. Pero faltan los valores y la ilusión. No cambiaría mi niñez por la de ahora.

 Ester C.

Pues yo jugaba al fútbol y a la goma, a las casitas, a Tula, a rescate, al escondite y a todo lo que se

También para los niños el juego formaba parte innegociable de su infancia. Y casi todo les valía, desde disparar garbanzos con un tirachichas a participar en una carrera de coches, lo cual podía catalogarse de «excepcionalidad».

 Mis recuerdos:

me por delante En la fami

me pusiera por delante. En la familia había chicos y chicas y jugábamos juntos hasta a las casitas, mis hermanos eran los tenderos.

 María del Carmen V.

El bachillerato tenía unas asignaturas principales iguales, pero luego tenía otras que dependían de si eras chica o chico. Así como casi todo en la vida. Estaba muy marcada la diferencia.

 María Antonia A.

Yo empecé el colegio en el año 52 o 53, y éramos sólo niñas. Los niños estaban en el edicio de al lado y no nos veíamos ni en el patio. Pero lo pasábamos muy bien, tengo un recuerdo maravilloso. Luego en mi calle ya jugábamos niños y niñas todos juntos.

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La costumbre de cantar

Con la música a todas partes

No se sabe muy bien por qué, pero lo cierto es que había la sana costumbre de tararear canciones casi en cualquier sitio y en cualquier momento, ya fuera paseando, cocinando, cosiendo, acunando a los niños, poniendo las suelas a unos zapatos o arreglando el cigüeñal de un coche. Y es posible que buena culpa de aquel hábito la tuviera la radio, que emitía música casi a todas horas, y que era la mejor compañía de los españoles, por no decir la única. Así, resultaba difícil que todas aquellas canciones no acabaran resonando continuamente y se sintiera la necesidad de entonarlas.

Pero también en la escuela se cantaba. Se aprendían las tablas de multiplicar, las respuestas del catecismo, las provincias, ríos y afluentes, cabos y golfos de España con cancioncillas y cantinelas, y muchos de los juegos tenían su canción: «La torre en guardia», «El patio de mi casa», «Marinerita, niña bonita», etc.

A los más pequeños les gustaba tararear canciones simpáticas, como La vaca lechera o Mambrú se fue a la guerra, y los más jovencitos suspiraban susurrando boleros de Antonio Machín o Lucho Gatica. A la hora de cantar, pocos había que no se supieran una ranchera de Jorge Negrete, un tango de Carlos Gardel, una canción melódica de Jorge Sepúlveda o Paul Anka, o uno de los cuplés de Lilian de Celis, que tanto gustaban por el tono picantón de sus letras.

Las mujeres preferían, desde luego, las coplas, que eran como desgarradoras historias de amor, así que difícil era no escuchar a cualquiera de ellas entonando una canción de Juanita Reina, Marifé de Triana o Antonio Molina. Pero muchas de las canciones de entonces no solo expresaban emociones, sino también problemas sociales, porque, al fin y al cabo, «Todos queremos más», como cantaba Alberto Castillo. Y es que las canciones eran de algún modo la expresión del pueblo, una forma de olvidar penas y miserias, y de ponerle una sonrisa a la vida.

Había tanta afición a eso de cantar, que en las librerías y quioscos vendían hojas con las letras de las canciones del momento para que todo el que quisiera pudiera aprendérselas, e incluso había chicles y caramelos que igualmente tenían letras de canciones dentro de sus envoltorios.

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a o

Pocas canciones había que no gustaran entonces, ya fueran coplas, tangos, boleros o melódicas, y pocas también había que no se entonaran en cualquier momento. Era como un casting diario de «Operación Triunfo».

Así lo vivimos...

 Gloria V. Viajaba con mis padres y siempre los tres íbamos cantando. En casa mi madre y yo también cantábamos. Uno de mis mejores recuerdos de infancia: los domingos me metía en la cama con mis padres y escuchábamos aquellos enormes discos de vinilo que no tenías que dar la vuelta hasta 30 o 45 minutos después. Y tomando quina, ja, ja, ja. Qué maravillosos recuerdos. Gracias, papá y mamá, donde estéis.

 Hortensia B.

¿Os acordáis de cantar las Flores a María en mayo? Todo el mes se cantaba en mi cole.

 Ana María G.

Los domingos en la radio siempre sonaba La primera comunión, de Juanito Valderrama, y Pepe Pinto con Cocidito madrileño.

 Dolores S.

A mi madre le encantaba Pepe Pinto: «Mi niña Lola, mi niña Lola. Se le ha puesto la carita del color de la amapola...».

 Gloria G.

Qué pena que se haya perdido esa buena costumbre de cantar. Eso, a

pesar de los problemas, te daba «subidón». Qué recuerdos tan entrañables... Todavía guardo los discos de Pepe Pinto, Juanito Valderrama, Carmen Morey y Pepe Blanco, mi querida Carmen Amaya, Lola Flores, Concha Piquer, etc. Eran discos de mi padre.

 Mari Carmen B.

Todo lo que aprendíamos en la escuela cantando... ¡¡No se nos va a olvidar nunca!! Los ríos, las provincias, los golfos, los cabos, las tablas de multiplicar, etc.

 Mercedes B.

La primera canción de la radio, que, por cierto, era una Telefunken, era de la Paquera de Jerez, y decía: «En la soledad de mis noches sin luna...».

 Ana E.

¡Cómo añoro esos tiempos! Cuando no teníamos dinero, lo justito para sobrevivir. Pero la alegría de cantar y el pasar por la calle y cruzarte con alguien que iba cantando... Eso era de lo más natural, no te extrañaba y era precioso; oír cantar a la gente del campo, al novio, a la novia, a las mujeres cuando pasabas por la calle. Era muy entrañable la sensación de oír cantar a tu madre o a tu padre llegando a casa.

 Mis recuerdos:

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La primera comunión

El día más bonito de su vida

Alos niños y niñas de aquellos años no es que les hicieran falta grandes cosas para ilusionarse, pero poder disfrutar de un día en el que ellos fueran los protagonistas resultaba muy emocionante. Y eso precisamente era lo que ocurría aquel día de mayo o de junio de su primera comunión, «el más bonito de sus vidas».

En aquel milagroso acontecimiento que les deparaba la vida a sus 8 o 9 años, las niñas podían lucir un precioso vestido blanco, como si fuera de princesa, a ser posible de organdí, al que no podía faltarle detalle alguno,

o sea, corona o diadema floreada, guantes de raso o rejilla, bolso o limosnera en el que guardar celosamente el dinero que algunos invitados le iban dando, amén de regalos, bailarinas o manoletinas del mismo tono que el vestido y, por supuesto, misal anacarado con motivos dorados, rosario, medalla o colgante, pulsera o esclava, estampas o recordatorios. Había también algunas niñas que preferían ir de monjas, lo que reducía considerablemente el listado de detalles. ¡Ah!, y bien confesadas, para no tener remordimientos al recibir la comunión.

Especialmente la cuestión del vestido era un auténtico quebradero de cabeza para los padres, ya que casi todo lo demás solía correr a cargo de abuelos, tíos o padrinos. Adquirirlo no era fácil, porque la economía familiar no daba para mucho, salvo que se hubiera tenido la previsión de ir metiendo dinero en una hucha para la «comunión de la niña». Otra opción era conocer a alguien, ya fuera familiar o vecina, que manejara la aguja con destreza y se ofreciera a confeccionarlo —lo de conseguir la tela ya era para nota—. Lo habitual, sin embargo, era heredar el traje de una prima, que a su vez lo había heredado de otra prima, que a su vez… Ahora, fuera como fuese, a la niña vestido no le faltaba.

Lo de los niños resultaba algo menos comprometedor. En cuestión de vestimenta había algo más de variedad, aunque lo más habitual era ir de marinero, pero también podía ir de almirante, «caballero de la Orden de Calatrava», monje o incluso llevar un bonito traje de calle, que tan práctico resultaba para poder usarlo el resto del año. De lo demás, poco cambiaba con respecto a las niñas, salvo diademas y manoletinas, incluyendo «foto oficial», confesión y endeudamiento familiar para sufragar la celebración. Eso sí, el niño siempre muy peinado, con la raya del pelo perfectamente trazada, lo que le daba un aspecto angelical.

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Las niñas se sentían «reinas por un día», como el popular programa de TVE que presentaban José Luis Barcelona y Mario Cabré, a mediados de los 60.

Aunque lo habitual era ir de marinero, también gustaba mucho ir de almirante o de caballero de la Orden de Calatrava.

Así lo vivimos...

Yo hice la primera comunión el 5 de junio del 55. Un día inolvidable, lo he recordado siempre de una manera muy especial. Mi padre tenía una empresa metalúrgica y allí montaron mesas, estaba la familia y todo el barrio. Los invitados me dieron una caja de bombones o un billete de 5 pesetas, y doné todo el dinero a un programa de radio que recolectaba para pobres y necesitados; era el consultorio de Montserrat Fortuny, en casa se escuchaba siempre y recuerdo que por la radio me dieron las gracias por mi donativo y me dedicaron unas palabras muy bonitas... Qué tiempos aquellos.

Yo, el mismo día y el mismo año. El 5 de Junio del 55. Estaba en el colegio San Jacinto, hice la comunión en Santa Ana, en Triana (Sevilla). No se me olvida el desayuno que nos dieron en el colegio, un bollito de leche y el café con leche. En aquellos tiempos me supo a gloria.

Yo hice la comunión el día de la Santísima Trinidad, en mayo, siempre lo recordaré; mi padre llevándome en brazos porque había una bajada mala, y luego los discos que me dedicaron mis padres... Qué bonito.

Lo de la celebración posterior a ser posible por todo lo alto, pero, si no, lo más socorrido era invitar a los asistentes en casa a unos dulces y una copita de anís —a las señoras mejor una palomita—. Y de ese modo se ponía broche de oro, o de plata, a un precioso día, a una «aventura maravillosa», a un pequeño cuento de hadas que difícilmente volvería a repetirse.

 Mis recuerdos:

Ooooh, ¡cómo recuerdo mi primera comunión! La misa, las ores, el coro, tomar la comunión con las demás niñas, el chocolate de después y el «no te manches», ja, ja, ja, ja. Lo que más ilusión me hizo aparte del vestido, los zapatos blancos con mis calcetines de encaje... ¡¡¡¡fue la limosnera!!!! Donde se ponía el dinerito que te regalaban, y poder dárselo a mi madre para compensarle por todo el esfuerzo que había hecho comprándome todo ¡¡y a plazos!! Ganas de llorar me dan después de tantos años. ¡Pero los buenos recuerdos que guardo no tienen precio!

 Joana S.

Hice la comunión el 31 de mayo, fue un día muy feliz... Llevaba un vestido precioso. Lo que sí pasé fue muchos nervios el día anterior por miedo a hacer algún pecado.

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 Gloria G.  Carmen G.  Paquita G. Ana E.

Material escolar al completo Plumieres,

tinteros...

Hay cosas que siguen recordando al colegio, como el olor a pino de los plumieres de dos pisos que tanto gustaban a los más pequeños, o el de esos indispensables lápices de grafito, con capuchón o sin él, a los que se les sacaba punta con unos preciosos sacapuntas con figuritas o con el «afilalápices», que no era sino una cuchilla insertada en un aro metálico que la sujetaba. ¡Ah!, y las gomas de borrar Milan de nata, que olían que daba gusto y a veces daban ganas de comérselas.

También los pupitres eran de madera, y en ellos no faltaba un orificio para colocar el tintero. Porque, sí, aún en los 60 se hacían ejercicios de caligrafía con pluma, o sea, un «palillero» de madera en el que se encajaba una plumilla de metal, lo que requería una extrema precisión. Y es que era fácil que alguna gota de tinta se cayera al cuaderno, lo que obligaba a utilizar el papel secante, que se supone que absorbía la tinta recién escrita, aunque lo más habitual es que hubiera que repetir «la plana»… Inolvidables también la pizarra, las tizas blancas o de colores para escribir en ella y su correspondiente borrador, y los bolis Bic de naranja o de cristal, el compás, la escuadra, el cartabón o el transportador de ángulos, los lápices de colores Alpino, la goma arábiga Pelikan, las plantillas del mapa de España, las cartillas y los cuadernos de dibujo, y tantas cosas más.

Y, por supuesto, a falta aún de mochilas, aquellas carteras de piel (los que podían permitírselas) o, más tarde, de escay, en las que, a modo de ejecutivos en ciernes, los peques llevaban al colegio todo ese material escolar, los libros y cuadernos, y el pan con chocolate o el Bucanero para el recreo.

Así lo vivimos...

Pluma y tintero, hacíamos la tinta en el recreo. Había una tarde a la semana que nos tocaba costura y hacíamos canastillas para bebés pobres... Fui a una escuela nacional a los 7 años; entré en 1.º y en 3.º ya no tenía faltas de ortografía. Estudiaba respeto hacia los demás y a no apropiarme de lo que no era mío o me lo hubiera ganado. No cambio mi niñez ni mi adolescencia por nada, tuve la mejor.

En mi primer recuerdo del colegio debía tener yo 5 años. Mi padre murió el 3 de septiembre y me llevaban con un abrigo negro, un vestido negro y unos lazos negros, y cuando llegué al colegio, mi profesora, que era un encanto (doña Carmen Sanz), me quitó los lazos negros, me puso dos lazos blancos y me dijo: «Ángel mío, que te han puesto como si tú fueras la viuda». Y aquella profesora fue mi ídolo.

Susana P.

Qué ilusión me hacía volver en enero al cole, después de Reyes, con mi plumier de dos pisos nuevo, con esas pinturas todas de la misma longitud, ese olor a goma de borrar de nata..., pero, sobre todo, el olor a lápices nuevos. Además, yo usaba plumón y el olor a tinta aún lo recuerdo.

¿Mochila? ¿Pero eso qué es? Entonces lo que se llevaba eran las carteras, de escay o de piel, aunque ya las había con correas para poder llevarlas colgadas.

 Mari Carmen C.

Qué recuerdos tan entrañables: las pizarras tan grandes, los pupitres con los tinteros que eran

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 Lola C.  Dolores S.

como macetitas pequeñas...; había tres, dos de tinta azul, uno a cada lado, y en el centro uno de tinta roja. En otra clase ya teníamos mesas de dos, y los tinteros eran redondos y los poníamos boca abajo y no se vertía la tinta. Yo fui al colegio del patronato de la Fábrica de Armas de Toledo, que aún existe.

 Mis recuerdos:

¿A quién no le han hecho una foto como esta? Con el libro bien abierto, que se note lo aplicados que éramos.

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Aventuras, sonrisas y lágrimas Los tebeos

En los 60, la lectura preferida de los más pequeños continuaba siendo los tebeos. Los más populares, desde luego, eran los de Bruguera, sobre todo Pulgarcito y Tío Vivo, donde se publicaban, por ejemplo, las simpáticas peripecias de los vecinos de la 13 Rue del Percebe, de Mortadelo y Filemón o de Pepe Gotera y Otilio.

A los niños también les seguían gustando los tebeos de aventuras con héroes, como Roberto Alcázar y Pedrín

El Llanero Solitario o El Guerrero del Antifaz, aunque en aquellos años los que más triunfaban eran El Capitán Trueno, un valiente «cruzado» que, junto a su fiel escudero Crispín, su novia Sigfrid, una princesa nórdica, y el gigante Goliath, defiende a los más débiles, y El Jabato, otro «superhéroe» que, acompañado de su amigo Tauro, un gigante barbudo y comilón, y su amada Claudia, una joven patricia romana, lucha al lado de los pueblos oprimidos.

Aunque siempre había excepciones, las niñas preferían aventuras menos intrépidas e historias más

En los tebeos y revistas de la época podían encontrarse historias para todos los gustos, románticas, de aventuras y cómicas, para que nadie se quedara con las ganas de leer.

románticas y sentimentales, como las que podían leerse en revistas como Claro de Luna y, sobre todo, Florita, que además tenía secciones de moda, cocina, consejos..., o en muchas de las publicaciones de la Editorial Toray, como Graciela, Cuentos de la abuelita... o colecciones como Guendalina o Lindaflor. Pero, sin duda, si había historias que causaban furor entre las niñas eran aquellas con ilustraciones protagonizadas por Marisol, como Las Navidades de Marisol, Marisol azafata, Un viaje de Marisol o Marisol aprende ballet, que se publicaban con formato de libro en la colección «Franja amarilla», como era popularmente conocida.

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r as m le e Fl ci d a
fiel rdi, p remás
q u es e ias delo s de drín, nque api-
Mortadelo y Filemón, los «intrépidos» agentes de información de la T.I.A.

Los personajes de 13, Rue del Percebe no tienen desperdicio, desde su cotilla portera hasta Manolo el moroso, que vive en la buhardilla.

Roberto Alcázar y Pedrín es el tebeo más longevo de la historia del cómic español. Se publicó de 1941 a 1976.

,Así lo vivimos...

 Lucía N.

A mí me gustaban casi todos menos los de niñas: El Jabato, Superman, Pulgarcito... Me encantaban todos los personajes y me desternillaba con la 13, Rue del Percebe. Cuando te los habías leído, nada de comprar más. Eso solo de vez en cuando; mientras, a cambiarlos. En mi barrio había una tienda que te cambiaba los tebeos, los tenía en carpetas por temas y según los que llevabas te iban sacando la carpeta correspondiente, eran muy apañaos. Lo recuerdo con cariño y nostalgia.

 Teresa P.

En mi pueblo había un quiosco en el que eran más baratos los números atrasados. Mis hermanos y yo hacíamos acopio para las vacaciones. También los cambiábamos con los amigos. El Jabato, El Capitán Trueno, Hazañas bélicas, TBO, Pumby, Mortadelo, Azucena, Claro de luna, Mary Noticias...

me gustaba era Rompetechos; no veía nada, era encantador.

 Rafael G.

Toda la semana esperando la llegada de El Capitán Trueno para continuar con la aventura. Luego la merienda y a jugar a la calle...

 Pedro M.

Muy buenos tebeos, yo aún leo alguno de El Jabato, El Capitán Trueno, El Sheriff King, El Corsario de Hierro, Joyas literarias... Me encantan.

 Luisa P.

Era lectora de todo tipo de tebeos. Mi favorito, El Capitán Trueno por sus excelentes guiones e ilustraciones y estar exento de color. Nuestra infancia estaba llena de lectura, no había nada más; la tele llegaría más tarde, pero con insulsos programas.

 Ana S.

El Capitán Trueno fue el héroe de tebeo más popular de la época. Ni El Jabato pudo hacerle competencia.

hér eo má po ato e com

 Inmaculada S.

Yo leía los TBO, Mari Pepa, y la colección Historias. Muy bonitos recuerdos. El personaje que más

 Mis recuerdos:

mas. aban hecho o nservo o

Me encantaban todos los tebeos, de hecho todavía conservo algunos.

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Los guateques

Fiestas para principiantes

Alos 16 años, parecía ya el momento oportuno de jugar a ser mayores. Para ello, lo más apropiado era empezar a ir a fiestas, a esas que popularmente se conocían como «guateques» y que se habían convertido en la mejor forma de relacionarse y ligar con chicas, o al menos intentarlo, y viceversa. Sin duda, un fenómeno social de la época que cambió las relaciones de los jóvenes.

Por suerte, siempre había algún amigo que tenía una casa grande y al que, extrañamente, sus padres dejaban invitar a amigos para pasar la tarde. Por supuesto, enseguida había voluntarios dispuestos a ir a casa del «benefactor», así que allí que se juntaban todos los chicos y chicas que hubieran podido reclutarse en la «operación guateque».

Desde luego, para lo que no había permiso oficial era para beber alcohol y, sin regla que lo estableciera, para

ligar. ¡Hay que ver lo difícil que resultaba intimar con una chica, y al revés, según el punto de vista de cada cual, y no se diga ya lo de «darse el lote»! Eso sí que era una auténtica «misión imposible», como el título de la serie de TV que empezó a emitirse en 1966.

Ligoteos aparte, lo que procedía era comprar unas Pepsis, Mirindas, Fantas o Schuss, algo para picar y, por supuesto, requisar algún «picú» para escuchar música.

Luego, según los discos incautados, pues a bailar sueltos o agarrados, moviendo brazos y torso de un lado a otro o sin despegar los pies del suelo. ¡Ah!, y como la leyenda urbana dictaminaba, que el gordito de turno se encargara de pinchar los discos, que convenía que fueran de los pequeños, de los de 33 rpm, que daban más vidilla, y, claro, que fueran de «música moderna», como los de Los Brincos, Los Bravos, Karina o Adamo.

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Los guateques eran para muchos la primera vez que salían de esta y se relacionaban con chicos o chicas.

Así lo vivimos...

 Puri P.

Qué recuerdos, a mí me encantaba la canción de Venus. Éramos una pandilla muy grande y siempre hacíamos los guateques en casa de un amigo porque sus padres tenían un piso vacío. Ellos de vez en cuando pasaban a ver qué tal íbamos. Nos divertíamos sanamente. Quién pudiera volver a esos tiempos.

 José Ramón S.

Los guateques fueron una forma de participar de la juventud de la época en la relación hombre-mujer. No estaban nuestros bolsillos para ir a «boites» o salas de estas, así que se inventó el guateque, participativo 100%, y por una módica cantidad bailabas, oías música (si no eras muy agraciado/a), tomabas «Cup» y patatas fritas, aceitunas y panchitos. En algunos se tenía que sortear la presencia de la «carabina» si querías arrimarte un poco en las canciones lentas. Lo real es que al nal nos íbamos a casa tan contentos.

de casa. Vaciábamos una habitación y allí bailábamos, merendábamos y al terminar pasábamos cuentas y cada uno pagaba lo que le tocaba. Pero nunca nos salían las cuentas y siempre nosotros pagábamos más que los demás. Además venían las madres a vigilar a sus hijas.

Nosotros hacíamos los guateques en mi casa, cuando hacía calor en el terrado y en invierno dentro

 Enrique M. Barrio del Carmen, Valencia. Mi padre tenía un taller en una planta baja, y en una habitación que estaba en el corral organizábamos guateques todos los domingos por la tarde. Le pusimos de nombre «The Cavern», como el mítico local donde tocaban The Beatles. Estaba decorado con fotos de los grupos del momento, y la única bombilla que había tenía varias pasadas de pintura para hacer el local mas íntimo. Comprábamos merienda y algo de bebida. Cada semana comprábamos un disco «single» y los asistentes aportaban los suyos también (mayoritariamente lentos).

 Mis recuerdos:

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 Montserrat T.

50 y 60 de los años

Como dice Ramón Arcusa, del Dúo Dinámico, en el prólogo del libro: «Éramos pobres, pero felices». Esa frase resume perfectamente lo que fueron para muchos los años 50 y 60, una época difícil de olvidar, en la que jugamos, aprendimos, sentimos... y, sobre todo y a pesar de todo, sonreímos. Porque quizá nuestra infancia y adolescencia no fueron del todo fáciles, pero las recordamos con nostalgia y mucho cariño. Nosotros, y los más de 120.000 seguidores de Facebook que con sus fotos, anécdotas y comentarios han hecho posible este libro. Bienvenido a este nostálgico y emotivo viaje por nuestros Queridos Recuerdos.

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