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Padres y concurso P. 51 Suscríbete

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EL NIÑO PERCIBE LA REALIDAD A TRAVÉS DE NOSOTROS

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La psicóloga y psicoanalista Sophie Marinopoulos es una aguda observadora del vínculo entre padres e hijos. Lleva más de 35 años explorando la complejidad de las relaciones familiares. Durante el confinamiento, la asociación para padres que fundó en 1999 habilitó una línea telefónica que rápidamente se vio desbordada. Este mes, Sophie Marinopoulos comparte su experiencia con nosotros.

¿Cómo ha afectado la pandemia a las relaciones entre padres e hijos?

El confinamiento marcó una ruptura en la vida de todos. Para los niños, supuso un cambio en su ritmo, su socialización y sus actividades. Nuestros hijos pertenecen a una generación muy ocupada; les «hacemos hacer» muchas cosas -deporte, música, etc.- y está muy bien. Con el confinamiento primero y las restricciones después, todo eso se acabó. Los niños descu brieron el aburrimiento. Y el aburrimiento propicia el juego libre, la imaginación, que es la base de la autonomía. Cuando se aburre, un niño se enfada, protesta… y, en un momento dado, empieza a mirar de otro modo lo que le rodea. Entonces decide «hacer cosas», enredar, manipular… Comienza el juego imaginario. Los niños realmente necesitan aburrirse para activar su imaginación. ¡Eso es la autonomía! Y es muy necesaria para su desarrollo cogni tivo, afectivo e intelectual. Muchos padres se han dado cuenta ahora de que no fomentaban lo bastante ese tiempo libre. Por ejemplo, un niño puede ver sus libros solo: elegir uno, mirarlo, ponerlo del revés… sin que nadie le diga que así no se lee. La toma de conciencia de que puede hacer las cosas solo es muy positiva. Por otra parte, es verdad que el confinamiento impuso una proximidad que se sobrellevó más o menos bien. Y rompió el ritmo de separaciones y reencuentros que marca la vida afectiva de los niños y también de los adultos: nos separamos y nos reencontramos. Este movi miento alterno ¡es la sal de la vida!

¿Es el ritmo de una jornada normal?

Efectivamente. En la separación, hay una promesa de reencuentro. Y el encanto de este reside en lo que nos contamos, en el relato de nuestra jornada. Durante un tiempo, las fa milias se vieron privadas de ese placer. Pero, gracias a ello, nuestra manera de estar juntos y hablarnos ha cambiado. En nuestra sociedad queremos que todo vaya rápido. Los padres mantienen con sus hijos una relación de tipo informativo. El diálogo a menudo se limita a cuestiones prácticas: «¿Has comido bien?», «¿Te has cepillado los dientes?», «Date prisa, que mañana madrugamos». Es una forma es cueta de comunicarse, con poco intercambio. Al pasar más tiempo juntos, esa relación se ha transformado y ha propiciado preguntas más abiertas: «¿Ya has mirado Caracola? ¿Y de qué va el cuento?». Se ha recuperado «el relato» en las relaciones familiares.

¿Por qué es tan importante el relato?

Somos seres de lenguaje. Cuando un padre o una madre se dirige a su hijo o su hija, lo ins cribe en el mundo de las palabras. Siempre insisto en lo importante que es hablar al niño, incluso (y sobre todo) al niño pequeño, que es totalmente consciente de lo que ocurre a su alrededor. Cuanto más pequeño es, mejor cap ta la dimensión sensorial, emocional. Lo que interesa a los niños, especialmente a la edad de sus pequeños lectores, no es la realidad del coronavirus, sino cómo la vivimos nosotros, los adultos. Puede que no lo entiendan todo, pero intentan comprender cómo incide en los adultos, y, sobre todo, en sus padres. Por eso hay que hablar al niño de lo que sentimos, compartirlo con él. De este modo, nota la presencia de sus padres y se siente acompañado en lo que experimenta en su interior. Esas confidencias compartidas construyen la familia. Los niños captan al cien por cien nuestra in quietud o nuestra serenidad, y un progenitor que está siempre intranquilo, debilitado por su desasosiego o su estrés, es un progenitor al que le cuesta «mantenerse en pie». Para crecer, el niño necesita apoyarse en los adultos, especialmente en sus padres. Cuando nota que uno de ellos no está bien, intenta indagar de forma tan insistente que puede llegar al acoso. Muchos padres confiesan: «Le digo que estoy cansado, que me deje, pero él insiste, insiste y es peor que antes. ¡Lo hace a pro pósito!». Los psiquiatras vigilamos esa ten dencia a «hacerlo a propósito», porque es una actitud que puede convertir al niño en agresor. Y, cuando nos sentimos agredidos, agredimos. Es el origen de la violencia familiar. Por eso es primordial verbalizarlo. Hay que recordar a los padres que el niño siempre va a tratar de desvelar el estado emocional de su progenitor. Todos conocemos ese cansan cio de ser padre o madre. Es legítimo. Cuando explicamos a un niño que estamos cansados, hay que decirle que no debe preocuparse, que todo va bien y que puede jugar tran quilamente un rato mientras recuperamos fuerzas. A los niños les alteran más las reac ciones de los adultos que la realidad. ■

© Bayard Presse-Pomme d’Api parents 655. Entrevista realizada por Anne Ricou-septembre 2020.

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