un proyecto de
LUCIA MARTINEZ VAZQUEZ
With Strange Red Dots por Lucía Martínez Vázquez
2 fotos, 3 chicos, 2 chicas, todos bailarines. Sus miradas se dirigen a un mismo punto; prestan atención a algo, quizás a las recomendaciones de un coreógrafo. El ambiente es distendido pero todos mantienen el cuerpo enlongado y rígido. No es una pose, es una forma de vida. La sangre, el sudor, la agonía de los músculos, las ampollas y las lágrimas que tantas veces retrató Degas en las pequeñas bailarinas me hace pensar que la danza tiene algo de antinatural. Se deforma el cuerpo para que después sea estéticamente bonito. Se busca la perfección en el movimiento de cada músculo. La rigidez en la ejecución incluye la colocación, la transferencia del peso, la alienación, la postura, el aplomo… Sufrida búsqueda de la exactitud que cuando se consigue es tan bello que a la vez es indecente. En toda perfección existe siempre algo inquietante, la pintura de Michaël Borremans también tiene ese hiperrealismo de detalles y la ejecución perfecta pero en todas sus obras convive la ambigüedad y la melancolía. Sus figuras son impasibles, desprovistas de cualquier indicio de vida pero en ellas se asoma un desconcierto, un resto, como si fuesen las lacerantes huellas que las zapatillas dejan en los pies de las bailarinas.
Michaël Borremans, The Hood, 2007
Existe en todos los sentimientos humanos una flor primitiva, engendrada por un noble entusiasmo, que va marchitándose poco a poco hasta que la felicidad no es ya sino un recuerdo, y la gloria una mentira. Entre estas frágiles emociones, nada se parece más al amor que la joven pasión de un artista que inicia el delicioso suplicio de su destino de gloria y de infortunio; pasión llena de audacia y de timidez, de creencias vagas y de desalientos concretos. Honoré de Balzac, La obra maestra desconocida