vol. I I
bazar Impreso en Buenos Aires, Argentina, Julio de 2017. Se prohibe la reproducciรณn total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio, sin el permiso previo y por escrito del titular de los derechos.
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Prólogo B
Estimado lector está a punto de dar vuelta la hoja y dejar el prólogo atrás. Tenga cuidado, cuando atraviese las páginas no debe hacerlo desprevenido. En este Bazar hay cosas de lo más curiosas. Prepárese para recorrer lugares misteriosos y conocer mundos fantásticos habitados por dragones, alces hambrientos y sirenas que practican origami. Es posible que quiera quedar atrapado y prefiera seguir habitando estas historias escritas por chicos que participan del Taller del Zorro y tienen entre 7 y 12 años o quiera convertirse en alguna mágica ilustración hecha por los alumnos del taller de ilustración Había una vez un libro. Sea valiente, recorra los párrafos, lea en voz baja, en voz alta, en público o a escondidas, juegue a pasearse entre las nubes, a conocer templos, abra puertas, salte a la soga o visite el cielo de los malos... Cuando llegue a la última hoja, no tenga miedo y salga del libro, podrá entrar cuantas veces quiera. Siempre habrá compendios fantásticos para recorrer.
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El templo B
Había una vez un templo abandonado que quedaba detrás de la muralla china. Nunca nadie lo había visto, sólo una emperadora que vivía ahí. La emperadora un día tormentoso se fue a Alaska y nunca más se supo de ella. Un día, una niña de siete años que se llamaba Delfina se animó a cruzar la muralla y encontró ese templo misterioso y fue a investigar. Primero pensó que iba a tocar la puerta, segundo que iba a buscar la heladera porque tenía mucha hambre, tercero, iba a preguntarle a la dueña si se podía quedar una noche a dormir en su templo. Pero si no había nadie iba a quedarse a vivir ahí con su familia. Todos sus pasos se cumplieron, menos el primero. Ese no se cumplió porque antes de que tocara la puerta, ésta se abrió sola. Bueno, dejemos lo de los pasos y volvamos con la historia. Como le preguntó a su familia si quería vivir en el templo y su familia le dijo que no porque no le gustaban los lugares grandes, Delfina se quedó a vivir sola. En ese tiempo hablaba con los cuadros, saltaba de cama en cama en cada cuarto y hacía lío en la cocina. Comía galletitas y empanadas, jugaba con la pelota en el living y nunca se lavaba los dientes. Y pasaron los años. Vivir en el templo era difícil porque era frío y silencioso y ella estaba acostumbrada al ruido de sus hermanos. Delfina se aburrió de vivir sola. Entonces decidió abandonar el templo y el templo volvió a ser solitario de vuelta.
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Máxima González Ocantos ilustración
María Salinas
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Autómata B
Perfección, anti naturalidad miedo a conocer temor a visitar pensamientos abstractos cerrar puertas del corazón muros vacíos, oscuros imaginación inerte ruido permanente del tik-tak ojos penetrantes mirando sin emoción, sin sentimiento encerrarse en el cristal convertirse lentamente mutante vacío.
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Valentina Zamora ilustración
Miranda Rivanedeira
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El pozo negro B
Yo vivía en una ciudad chiquitita con muchas casas anchas y altas con techos de paja. Además había calles muy angostas en una de las cuales se encontraba mi casa. Ahí vivía con mi familia que estaba formada por mi abuela de pelo gris, ojos grandes y piernas largas, mi mamá con orejas puntiagudas, flaca y con una sonrisa de boca a boca todo el tiempo. Mi hermana que tenía el pelo rubio y una nariz larga. Por último yo, que me gustaba tener una pulsera roja que había encontrado en el piso cuando me dirigía a la escuela. Tenía boca grande, ojos marrones y muy brillantes, también era de piernas largas como mi abuela. Mi papá se había muerto cuando yo tenía 3 años en un accidente de avión. Una mañana de 1996 estaba yendo a la escuela y en el piso encontré un hueco negro hondo y escalofriante. Me agaché y miré dentro, un ojo negro me dijo -metete y todo lo que quieras caerá a tus pies- me sorprendí y me dejé caer en el hueco. Vi un montón de cosas raras, había una persona que estaba saltando la soga, más abajo un hombre forzudo que estaba levantando un auto que arriba tenía un elefante que tenía un colectivo lleno de personas. Debajo de eso había un pájaro volando en círculos tratando de entrar en un aro que se encontraba colgando de la rama de un árbol. Por último vi un perro con un chico alto, flaco y con dedos chiquitos. Después de más o menos una hora de caída me pregunté: “¿cuánto más hondo será este pozo? ¿Será infinito?” Me dormí y soñé que estaba con mi mamá, mi abuela y hermana yendo a la casa de mi tía. Cuando llegamos a la dirección donde se suponía que estaba la casa de mi tía había un parque con muchos chicos. -¡Que raro! pensé, ¿será que se fue a vivir a otro lugar? Desperté tirado en el piso de una habitación de paredes altas y oscuras con una lámpara que colgaba del techo e iluminaba sólo el centro del cuarto. Me sentía muy solo. Caminé un poco y vi un punto rojo, me acerqué y lo toqué. En ese instante una puerta se abrió delante mío. Un pasillo me condujo a una sala con objetos chicos, gordos, grandes y de todos los colores. Primero vi una esfera que proyectaba los peores recuerdos del que la miraba, después, una mano paralizada sosteniendo un ojo. Por último vi una piedra de ámbar que tenía fosilizado un basilisco aterrorizado. La agarré y floté en el aire como una paloma. Más tarde me estaba desplazando por el cielo sobrevolando por encima de todo el pueblo. Podía ver mi casa, el parque y hasta la casa de mi tía que seguía ahí. No sentía las piernas, los brazos, ni la cabeza. No podía pensar en nada. texto
Nicolás Goutman ilustración
Anabel Fernández Rey
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Los animales y la princesa B
El rey, la reina y la princesa vivían en la Súper Selva de la Antártida Tropical. La princesa se llamaba Mia, le gustaban mucho los animales, los podía entender y los escuchaba cuando tenían problemas. Un día la iguana la llamó con sus sonidos y le dijo a la princesa que la quería atrapar un malo. La princesa se subió a su caballo y fue lo más rápido que pudo y su perro la seguía detrás. Un día apareció un pingüino que era del calor y ayudaba a todo el mundo. Era muy bueno. El pingüino corrió detrás del perro y la princesa. Cuando finalmente se encontraron con el malo, Mia le dio una piña nada fuerte y lo mató. Para festejar hicieron una gran fiesta con todos los animales de la selva, se divirtieron mucho. El malo se quedó viviendo en una casa dentro de una nube en el cielo, llamado El Cielo de los Malos.
texto
Elisa Muhafara ilustración
Alejandro Buritica
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Una montaña como las otras B Aquí viene una montaña, llamada Amalia. Camina de un lado al otro buscando su negocio de ropa favorito. Con su olfato siente el olor a rosas que viene de la casa de Julián. Este niño, que estaba jugando al fútbol, escuchó los dos bochinches que llevaba la montaña consigo. Uno de ellos tenía sonido a viento y el otro a gente enojada porque está hace media hora en la fila de la heladería. Amalia lleva una cartera con cuestionarios, uno de ellos es una sopa de letras montañosas. A sus costados, la montaña, tiene cuatro troncos bien acomodados. La montaña es muy sociable y conoce mucha gente porque en los ómnibus que lleva con ella hay uno repleto de personas. En su panza tiene seis lentejuelas violetas que la hacen brillar como una estrella.
texto
Valentina Zamora ilustración
Gabriela Dacosta
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El dragón B
Rodolfo era un dragón que estaba en quinto grado. Tenía unas medias mágicas que le permitían volar porque se le había roto un ala. A Rodolfo le daban miedo los gatos, los perros, los ratones, los conejos y los zorros. Un día mientras Rodolfo dormía tocaron el timbre. Rodolfo se despertó malhumorado. Fue a la puerta y vio unos gatos. -¡AAAAAAH! El grito que dio Rodolfo fue tan fuerte que despertó a todo el vecindario. La mamá de Rodolfo le preguntó ¿qué pasa? -Hay unos gatos -contestó el dragón. -Rodolfo, Rodolfo, los gatos no hacen nada. Acercate. -dijo la mamá -No, no. Me rasguñan. -No te van a hacer nada. Rodolfo se acercó y uno de los gatos le rasguñó el ala que estaba sana. -¡AAAAH! -gritó Rodolfo otra vez. Y Fernando IV, el príncipe de los dragones se hartó. -¡Ya me hartaste! -le dijo a Rodolfo- ¡Ahora te saco tus medias mágicas! - No, no por favor. -¡Sí! Llegaste a mi límite. Nada me hará cambiar de opinión. A partir de ese día Rodolfo ya no podía volar, se sentía muy triste. Su mamá tenía que ayudarlo en todo. Un día volvió al palacio después de un largo viaje el rey Alejandro de los Wesler III. El príncipe Fernando le tenía mucho miedo a su papá, cuando se enteró que estaba cerca, se alarmó y gritó aún más fuerte que Rodolfo. -¡AAAAH! Rodolfo escuchó el grito y fue corriendo a preguntar qué pasaba. Cuando llegó le preguntó al príncipe por qué gritaba. -Viene mi papá -dijo el príncipe. De repente se abrieron las puertas y apareció el rey. Rodolfo sin querer le estornudó en la cara y el rey salió corriendo, escapando para no contagiarse con sus gérmenes. El príncipe lo abrazo fuerte y en agradecimiento le devolvió sus medias. Y todo volvió a la normalidad. texto
Alina Emch ilustración
Pamela Cano
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La Sociedad de Niños Solitarios B
Me llamo Santiago. Soy flaco, alto, tengo pelo negro lacio y corto, un poco solitario y tímido. Desde primer grado, mi mejor y único amigo había sido Camilo, un chico bajo rubio, con la piel blanca y lisa. Hasta que un domingo a las ocho de la mañana fui a la cocina y en la mesa estaban mis papás con cara seria y misteriosa. Me iban a decir algo, es claro que algo malo me iba a pasar. Después de unos minutos mi mamá me empezó a decir “nos…nos…” y mi papá terminó la oración diciendo “nos vamos del país, mejor que te despidas de tu amigo Camilo”. Yo me quedé perplejo. A la mañana siguiente Camilo no vino a la escuela, así que no me pude despedir de él. A la tarde subimos al avión rumbo a Canadá. Cuando el avión despegó cerré los ojos y me dormí. Más tarde mi mamá me despertó y nos bajamos del avión. Bajé cansado y arrastrándome por el piso y así llegamos a nuestra nueva casa.. Subí las escaleras con mi mamá para que me enseñase cuál iba a ser mi cuarto. Era chico y las paredes eran muy estrechas.El camión de mudanzas llegó una hora después y ahí empecé a desempacar. Esa misma tarde, mi mamá y mi papá tenían que ir a dar una charla muy importante a gente de toda la ciudad sobre su trabajo. Yo me quedé solo en el living mirando la tele. Después de un tiempo escuché un ruido en la pared del vecino, me asomé por la ventana y una chica me saltó en la cara y me dijo: “¡Hola!” Yo me asusté y salté para atrás. Me volví a acercar y ahí noté su cara: tenía ojos celestes, pelo pelirrojo y despeinado. Me dijo que pasase a su casa. Yo le obedecí y al salir toqué el timbre. Ella me abrió, me tironeó de la mano y me hizo pasar. El piso estaba desgarrado y el techo tenía maderas salidas. Después, un poco tímida me dijo que era huérfana, que no tenía familia ni amigos. En ese momento mi cara cambió por completo, me sentí triste y con pena. Desde ese día, cuando mis papás se van a trabajar, agarro mis cosas y me voy a la casa de al lado a jugar y divertirme. Nos hicimos muy buenos amigos y juntos inventamos la Sociedad de Niños Solitarios. Aunque nadie nunca se unió a la Sociedad los momentos que pasamos juntos son muy divertidos. Tal vez no fue tan bueno mudarse de país pero conocer una nueva amiga hizo que todo lo malo se desvaneciera.
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Malena Ferreiro ilustración
Ayelén Bacifaba
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Las flores y Neida B
Había una chica cuyo sueño era ser campeona de saltar la soga, pero sus papás le decían que tenía que ser abogada como toda su familia. Un día escapó de su casa y mientras corría se cayó en un pozo. Luego de una larga caída, llegó al otro lado del mundo, a un país llamado Finandia. Mientras exploraba vio una flor roja y la olió. El olor era tan horroroso que se desmayó y soñó con sus papás. Cuando despertó la flor le habló y le dijo con voz susurrante que desde ese momento ella tenía el poder de cambiar de forma. A partir de ese día se transformó en roca, en humanos, en animales, en flores. Para transformarse tenía que mirar fijamente a las personas con sus ojos rojos. Entonces esas personas se iban a una isla al otro lado del mundo y para que pudieran salir Neida tenía que decir su nombre en voz alta. La gente se escondía de ella para no irse a la isla y Neida se sentía cada vez más sola. Un día ella estaba caminando por un bosque y sintió un olor muy rico que la llamaba ( una mezcla de durazno, banana y frutilla). Cuando llegó al lugar vio un campo de flores. Se tiró entre medio de ellas, eran muy suaves, con pétalos rosas. Se quedó dormida y volvió a soñar con sus papás que estaban orgullosos de ella. Entonces se despertó y volvió a buscar el pozo donde se había caído la primera vez, volvió a su casa con sus papás y fue campeona de saltar la soga como siempre quiso.
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Dominique Lavié ilustración
Gina García
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La noche de los sueños B
Todo comenzó una noche de invierno, el viento soplaba sobre la ventana. Juan dormía profundamente en su habitación. En ese momento, el viento sopló tan fuerte que la ventana se abrió abruptamente. El se despertó y vio una sombra que se asomaba. Se escondió bajo las sábanas. De repente Juan sintió que alguien lo agarraba y una voz le decía: -Sal de ahí pequeño. Juan se asomó entre las sábanas. Lo primero que vio fue una mano enorme que lo agarraba de los pies, era una mano verde. Juan giró la cabeza, vio un rostro y un cuerpo verde y peludo. Era un gigante. Se quedó mudo. Juan había pensado en salir corriendo pero de tan valiente que era decidió preguntarle qué deseaba. Entonces el gigante le dijo: -Si me acompañás prometo llevarte a un lugar maravilloso, pero para eso tendrás que superar algunas pruebas. Juan se dejó llevar y acompañó al gigante hacia su destino. Cuando llegaron estaba todo oscuro, pero en ese momento una luz blanca se encendió. La luz iluminaba un laberinto. Esa era la primera prueba que él tendría que superar. Juan era buen lector, hacia un mes había leído un libro de Julio Cortázar que contaba cómo llegar a la salida de un laberinto. Cortázar decía que esta técnica se llamaba “La regla de la mano derecha”. Para encontrar la salida había que mantener la mano derecha estirada tocando la pared del laberinto hasta poder salir. Así salió. La segunda prueba lo esperaba, ésta era una prueba en la que Juan tendría que poner gran esfuerzo ya que no era fácil. Tenía que atravesar un río con una fuerte corriente. Comenzó a nadar pero la corriente lo arrastraba. Juan agarró una rama y comenzó a patalear bien fuerte para que la corriente no lo arrastrara. Y así, con gran esfuerzo, logró pasar.
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-Aquí estás Juan, en la última prueba. Esta vez te tendré que atar los pies y sin ayuda de tus manos deberás desatarlo –dijo el gigante. Juan comenzó a moverse, parecía una serpiente. Pero en ese momento se enredó y sin darse cuenta cayó al piso. Cuando cayó se dio un fuerte golpe en la cabeza y se desmayó. Después de media hora despertó, estaba mareado pero logró pararse. Trató de mover un pie junto al otro y así logró desatarse. -¿Terminé? –preguntó Juan. -¡Terminaste! –dijo el gigante. En ese momento una puerta se abrió. -Ven –dijo el gigante. Juan se acercó, era todo tan bello que se quedó boquiabierto. Al atravesar la puerta vio unos bichitos de luz que se movían de un lado a otro. Éstos son sueños. –dijo el gigante. Juan se acercó a uno de ellos, eran hermosos. -Tú no sabes porqué te he traído, eres un niño muy especial Juan. Tú tienes poderes, puedes manejar tus sueños. Juan no lo podía creer. El sol ya se había ido y las estrellas se acercaban. Juan y el gigante se acostaron sobre el pasto para admirar esos bichitos de luz llamados sueños.
texto
Catalina Szwarcberg ilustración
Catalina de Sanctis
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Juan Octavio B
Juan Octavio Salchichaenlamano, alias, Mate con Piernas, era un hombre de 73 años, flaco, con cabeza en forma de mate y piernas largas. Se vestía siempre con una camisa blanca sucia y le gustaban las telenovelas mexicanas. Todos los días comía lechuga asada y el viaje más lejano que había hecho en su vida había sido darle la vuelta a la esquina. Un día apareció un hombre en su casa, y le dijo: ¡Felicitaciones! , ¡Ha ganado el premio de juntar tickets del supermercado! El premio es un recorrido por las góndolas del supermercado. Mate con Piernas armó una valija con provisiones de lechuga asada y una mini radio y se fue al supermercado. En la puerta lo iluminó una luz muy fuerte y escuchó una voz que decía: “Toda la ropa interior a mitad de precio , 2x1 en carne picada; “con seis tapitas de gaseosa más 20 pesos te llevas un vaso gratis ¡ Sí! ¡ gratis!”. Dicen que sólo se necesitó mover una lata de tomates perita para salir volando a la luna. Tardó 8 minutos y 3 segundos en aterrizar. Estaba muy asustado porque él nunca había salido de su casa y menos de la Tierra. En la luna se encontró con un supermercado y entró. Estaba oscuro, con góndolas semi vacías. En las góndolas había estracto de zapato, jugo de huevo en sachet y almohadones de piedra. El repositor era extremadamente peludo y albino, usaba anteojos rojos. Se puso a recorrer el supermercado y le pareció infinito. Había un vendedor de autos usados, un baño musical, un coro de tigres cantores. Se dirigió a la caja pero se dio cuenta que estaba perdido. Estaba en el pasillo 8.501. Empezó a caminar hasta que llegó al pasillo 15.492. Cuando llegó se encontró una puerta muy parecida a las que había en la Tierra, la atravesó y llegó a otro pasillo donde había una puerta, que conducía a otro pasillo, que tenía una puerta, que conducía a otro pasillo que tenía una puerta. Así estuvo caminando durante 40 años hasta que conoció a un pájaro multicolor. Viajó subido a su cabeza durante 8 años, hasta que un día llegó a la ciudad de Mandarina, que estaba encima del lomo de un elefante. En la plaza de la ciudad de Mandarina había una fuente. Mate con Piernas se metió dentro de ella y apareció en el supermercado de la Tierra. Se alegró mucho porque nuevamente podría comer lechuga asada.
texto
Valentín Acuto ilustración
Néstor Ocampo
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El mundo bajo la baldosa B
Una vez pisé una baldosa y se movió. Debajo había una ciudad con personas del tamaño de mi dedo meñique. Al principio me asusté pero después me dieron ganas de hacerles un millón de preguntas. Como ¿qué era ese lugar? O ¿por qué eran tan pequeños sus habitantes? Me dijeron que eran personas a las que les había pasado lo mismo que a mi. Habían pisado la baldosa y se achicaron. Había grandes, chicos, perros, gatos y todo tipo de seres vivos que pasaban por ahí. Estuve como cuatro horas escuchando la historia porque aunque parece corta me la contaron mucho más larga. Cuando me di cuenta era de su tamaño. Y desde ese entonces yo pienso que debajo de cada baldosa hay una ciudad diferente.
texto
Celina Bogdanowicz ilustración
Belén Richter
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Qué puedo hacer en diez minutos B
Escucho el timbre (empieza el recreo) Respiro Guardo las cosas de hebreo Me levanto Me agacho Miro a MK Escucho y miro a mis compañeros Cambio de lápiz a lapicera Miro lo que dibujé Pienso Pienso más No me voy afuera Me morfo una Club Social Veo a algunos amigos jugar verdad o reto con cartas Escucho la música del reproductor de Alan Miro por la ventana I write in english Echo a María y a Nicol Les explico que esto es para el taller Miro a Shir Miro el pizarrón Pienso en pizza Me como una galletita de chocolate y un cereal Miro mi cartuchera Me gasto la tinta Me quedo sin ideas Pienso si va a haber un simulacro de prueba en la hora de tecno Escucho el timbre (termina el recreo) Dejo esto.
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Iván Serebrinsky ilustración
Catalina de Sanctis
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Misteriópolis B
Cuando yo tenía 6 años mi abuela me contó una historia sobre dos hermanos que se peleaban mucho, mucho. La historia era así: En una pequeña casa en Grecia vivían dos hermanos, Juliette y Simón. Juliette era 1 minuto más grande que su hermano y ella siempre alardeaba sobre ello. Pero Simón era el más alto de todo el colegio, y aunque Juliette no era mucho más baja, siempre se quejaba. Una mañana Juliette despertó antes que Simón y fue a hacer su desayuno. Unos minutos más tarde despertó su hermano, quien quería saber qué había para desayunar. Cuando la vio comenzó a gritar : -¡Si pruebo ese desayuno voy a vomitar por una semana entera! Simón gritaba y gritaba, Juliette no sabía qué hacer, así que siguió cocinando como si nada y tratando de evitar a su hermano. Entre los gritos de Simón y el ruido de Juliette cocinando los huevos fritos, la cocina era un desastre y cuando Juliette ya estaba cansada de los gritos de su hermano, se escuchó un ruido. Súbitamente apareció un remolino que se llevó a Simón y a su hermana. “Fm dbnjnp dpssfdup ft fm ruf uv dsfbs” decía el cartel que encontraron al llegar. –No sé cómo vamos a hacer para descifrar esto, dijo Simón. Había muchos caminos y a un costado un par de bloques, Juliette se puso a jugar con ellos. – Eres una genio!. Exclamó Simón. -Si! Yo soy una… ¿Por qué soy una genio? – -Con esos bloques podemos construir nuestro propio camino. Y así Simón y su hermana lo construyeron.Cuando llegaron a la mitad del camino todo el resto se construyó solo y Juliette y Simón comenzaron a caminar. Al final había un cartel que decía: Bienvenidos a Misteriópolis. Simón sugirió que intentaran encontrar una forma de volver a casa pero Juliette le dijo que tenían que aprovechar esa oportunidad. Y así empezó la discusión: que hay que volver, que hay que quedarse. Hasta que tomaron la decisión de quedarse un poco y luego encontrar el camino de regreso. Empezaron a caminar y a caminar hasta llegar a un lugar que parecía un karaoke y casualmente Juliette era muy buena cantando, así que empezó a suplicar para entrar y su hermano aceptó, quería
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verla cantar en público. Cuando entraron estaba lleno de gente muy distinta a la que Juliette se había imaginado. Por un lado estaban los Disco, con sus ropas llamativas y sus afros. Por el otro estaban los motociclistas, con sus chaquetas negras y sus bandanas, todos separados. Pero a Juliette no le importaba, ella quería cantar. Subió al escenario pero aparecieron dos guardias que la bajaron. -Pero yo quiero cantar!, ¡sólo quiero cantar!, repetía Juliette. Los guardias no la escucharon, la sentaron en una mesa y no la dejaron moverse de allí. Su hermano corrió hacia ella y ella le dijo que solo quería cantar y que no entendía por qué no la habían dejado. De repente subió al escenario una Disco que miró a Juliette a los ojos y gritó: Tú, ahora tú vas a cantar, creyendo que iba a morirse de vergüenza, pero no! cantar era lo que había querido desde que entró a ese maravilloso lugar, así que se levantó de su silla y fue corriendo hacia el escenario, agarró el micrófono y empezó a cantar como nunca había cantado en su vida. Le empezaron a salir notas que ella desconocía, pero que le gustaban mucho. Al terminar de cantar todo el mundo aplaudió, desde los Disco hasta los motociclistas y les dieron ganas a todos de darse un fuerte abrazo. Luego Juliette y Simón salieron del karaoke y empezaron a caminar y a caminar otra vez hasta llegar a un lugar que era como una escuela, pero Simón se la imaginaba totalmente distinta y tenía mucha razón. Cuando entraron Simón vio un montón de letras con pequeños piecitos que corrían por ahí. Juliette logró ver a una maestra enseñándoles a los niños sumas y restas mientras patinaban. Su hermano estaba impresionado, no podía creer lo que estaba viendo y decidió que quería dar una clase. Subieron por unas escaleras de caracol que parecían un piano y cada vez que tocabas un escalón sonaba una nota. Llegaron a un aula sin maestros pero llena de niños, esa era el aula correcta. Simón entró muy entusiasmado y empezó a hablarles a los niños sobre la Revolución Francesa mientras saltaba la soga con sus “alumnos”, hasta que apareció un profesor que le dijo que esta no era su clase. Simón, desilusionado fue con Juliette, quien estaba jugando con las letras, pero ella le dijo que no debía rendirse y así Simón fue a dar su clase… El fin.
texto
Lara Boggiano ilustración
Tamara Conforti
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El cartero B
El señor que reparte el correo vive en Catamarca. Su casa está enfrente de una torre encima de la montaña más alta de la provincia. Un día el cartero se compró una sandía enorme en la verdulería que queda cerca del correo. Era verde claro con rayas oscuras, ovalada como una pelota de rugby. Cuando Bob, el cartero, llegó a su casa guardó la sandía en la heladera para que estuviera fresca. Pasaron los días y la sandía creció, creció más y más hasta que un día la sandía era tan enorme que el cartero no pudo entrar a su casa. La sandía ocupaba todo el espacio. El cartero miró por la ventana de la cocina y vió que la sandía se movía, temblaba tanto que en un momento, puf, explotó. Los pedazos de sandía volaron por toda la casa, se pegaron en la pared, en el techo y entre todos los pedazos vio un huevo de dragón. La cáscara del huevo estaba empezando a romperse. El dragón sacó las patas, las alas y los brazos. Bob entró por la chimenea y corrió hasta el living para ver si el dragón había terminado de salir del huevo. El dragoncito miraba alrededor asustado, temblando. El cartero, lo sentó en el sillón y lo tranquilizó diciéndole que no tuviera miedo, que él no le iba a hacer nada malo. Le dio leche, galletitas y un juguete para que jugara en la bañadera. Le abrió la canilla, lo metió dentro, lo enjuagó con shampoo especial y le puso burbujas. Lo secó con una toalla suave. Salieron al jardín. El dragón empezó a mover las alas. Levantó vuelo. A veces se caía pero se levantaba y después de tanto practicar volaba cada vez mejor. El cartero lo amaestró y se subió arriba de él. Era la primera vez que montaba un dragón. Estaba nervioso. Desde el cielo veía todo chiquito, casas, edificios, iglesias y kioscos. Volar era muy lindo, el viento le soplaba en la cara, los pelos se le iban para atrás y se sentía feliz. Era como estar libre. Desde ese día Bob siempre reparte las cartas montado en su dragón llamado Googie y se divierten mucho.
texto
Milagros González Lambrecht ilustración
Juan Arriegui
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¿Estás seguro de lo que piensas? B En el colectivo un fuerte olor tengo hambre salmón con papas hervidas de postre un helado de color azul un jazmín margaritas rosas la naturaleza frío mi sweater de lana la casa de mi abuela los mosquitos el perfume para la fiesta de música tengo que estudiar francés inglés la perrita de mi abuela el polvo del balcón de mi casa las palomas galletitas el caballo de la película mis anteojos la taza de café medialunas el restaurante de enfrente color verde el pizarrón del aula la vía del tren paraguas lluvia agua el gancho pelo rojo la peluquería el reloj de mi tía una laguna patos y un castor el mate madera campo binoculares el pasto verde que crece y se mete por la tierra tratando de salir primavera verano el cloro de la pileta el iglú cómo será las ballenas pelos nudos el vapor del baño abro la ventana entra la chinche el olor. —¿No baja acá señora?- grita el chofer. — Sí, sí, gracias. ¿Ésta es la milanesa, digo la parada 50? —Sí, baje ya. Bajé como una tonta y pensé —todos me miran —y otra vez pensé, —tal vez mi cabeza tenga que dejar de pensar—.
texto
Margarita Rigamonti ilustración
Lupe Sendra
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A
La sirena que hacía origamis B Había una vez una sirena que vivía en París en un río que estaba muy contaminado. Un día, la sirena, se cansó de ver las botellas de plástico, las manchas de petróleo, los pedazos de vidrio, las bolsas de plástico y los papeles de caramelos, flotando por ahí, y decidió quedarse en su casa que tenía una protección anticontaminación, mientras practicaba origami. Tres días después se cansó de quedarse en su casa y decidió hacer origamis con las basura. A las botellas las convirtió en hadas con cola de pez, a la tinta, en coral con vida; a los envoltorios de plástico, en farolitos chinos. Con los pelos que se cortaban los marineros en los barcos, hacia perros con tentáculos de pulpo. Como agradecimiento, la reina del río, le dio a la sirena poderes del agua, como poder cambiar el curso de la corriente o provocar maremotos. Y todos vivieron felices y comieron perdices.
texto
Vera Bogdanowicz ilustración
Anabella González
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El alce hambriento B Un alce llamado Alberto se fue de viaje a la sabana donde se encontró con un león. El león enojado le dijo: -Sal de mi territorio. -Nunca me iré hasta conseguir comida -contestó con cara de hambre, el alce. El león le mostró los dientes, lo miró fijo y furioso y le dijo: -Aquí no tenemos comida pero si das un paso más la tendremos. Alce asado, ja ja. El alce muy asustado se fue corriendo, después se acostó bajo un árbol y empezó a pensar que quería volver a su casa porque todos lo trataban mal. Tomó el vuelo de las 5 de la mañana especial para animales. En el avión, que era enorme, se sentó con un oso que se sacaba los mocos. El alce tuvo que aguantarse esa asquerosidad todo el vuelo. Cuando llegó al bosque se fue corriendo a su casa y abrió la heladera desesperado, agarró un sándwich de jamón y queso y se acostó a dormir. A la mañana siguiente salió a andar en bici y dijo: -¡Que bueno volver a mi hábitat!
texto
Máxima González Ocampo ilustración
Gabriela Moragues
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Una aventura extraordinaria B
Había una vez un pueblo lejano en el que vivía un niño con su abuelo. El niño se llamaba Jack y el abuelo Víctor. Víctor había vivido muchas aventuras y siempre se las contaba a su nieto, que amaba escucharlas. Era miércoles y Jack volvía de la escuela. Él acostumbraba a gritar apenas llegaba para saludar. Pero esta vez nadie le respondió. Sobre la mesa del estar había una nota: “Jack: sé cuánto te gustan mis aventuras, Así que aquí tienes una. Tu querido abuelo, Victor” Y debajo de ella, un papel que decía: Primera pista: “Donde las manzanas crecen, el tiempo vuela” Jack pensó y pensó y recordó una historia que solía contarle su abuelo, en la que él comía una manzana y viajaba a través del tiempo. Entonces se acordó que en el patio trasero había un manzano. Fue corriendo hasta allá y tomó una fruta entre sus manos. En cuanto empezó a comerla se vio transportado hacia una pequeña habitación con cinco puertas. Cada una tenía un cartel, y cada cartel decía el nombre de un país diferente. Del techo cayó su segunda pista: “La puerta correcta es la que tiene el nombre del país preferido de tu abuelo” Jack sabía ese país era China, así que entró por esa puerta. Apareció en la entrada de la Muralla China, donde estaba escrito: “Para tu siguiente pista, la muralla deberás cruzar, pero eso no tan fácil será” Y debajo, una adivinanza: “No es un ser vivo pero su forma tiene, oscuro como la noche se refleja donde quiere” Le resultó muy difícil adivinarla, pero finalmente lo logró. -¡una sombra!- exclamó Jack -¡eso es!, ¡una sombra!- y ante sus ojos, en el piso de la gigantesca muralla, apareció una sombra con un cartel: “Para cruzar, a mi en todo me deberás imitar” De repente la sombra comenzó a moverse y Jack a moverse con ella. Logró copiarla en todo y así atravesó la muralla. Cuando llegó al otro lado, en el bolsillo de su buzo encontró la cuarta pista: “Víctor está en las alturas. Deberás encontrarlo, pero dispones sólo de media hora para hacerlo” Mientras pensaba dónde podía estar, observaba el paisaje. Entonces vio a su abuelo subiéndose a un globo que viajaría por todo Pekín. Salió corriendo pero no lo alcanzó. Por suerte, el viaje era gratis, así que pidió un globo y fue tras él. A los 100 metros de altura, Jack estaba cada vez más cerca, pero sólo le quedaban diez minutos. Entonces ató las cuerdas de su globo al de su abuelo y comenzó a trepar hasta alcanzarlo. Llegó justo a tiempo, lo tomó de la mano y automáticamente fueron transportados a su casa. texto
ilustración
Vera Roux
Meritxell Alterio - xli -
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Carta para Marie B
París, 15 de junio de 1776
Querida Marie, ¿Cómo está todo en Londres? Aquí aconteció algo que no te imaginas. Estaba con las pequeñas Dominique y Anne comiendo en Le petit Lumiére y Anne empezó a dibujar en el individual que le dieron al llegar. Se lo había entregado un señor con cara de mimo despistado, pero, al decirle hola, él respondió; así que mimo no era. Al entrar al restaurant nos sentamos junto a una pared de vidrio y entonces fue cuando empezó todo. Dominique le preguntó a Anne qué es lo que dibujaba y Anne muy ansiosa le enseñó su dibujo. Era una línea, una simple línea negra. Dominique se decepcionó al verlo. Siempre consideró a su hermana una gran dibujante y le dijo: -Tus dibujos son maravillosos. ¿Por qué esa simple línea ocupa el espacio que pueden ocupar maravillosos tipos de arte? Pero Anne simplemente contestó:- Todos mis dibujos los pienso en grande-. Y fue a lavarse las manos para comer. Dominique me dijo: - Mamá, estoy empezando a preocuparme por su definición de las cosas.Entonces, el papel comenzó a moverse. La línea salió del mismo y quedó quieta, tiesa sobre la mesa. Dominique y yo entramos en un estado de estupor. Justo en ese momento, un niño que veíamos por la ventana había perdido su globo, que se podía admirar desde ella, a miles de kilómetros de distancia, la línea salió del bar y en el aire dibujó el globo que el niño había perdido. Lo mismo pasó con un mimo que había perdido su “caja invisible” y un chef que había quemado su sombrero accidentalmente. Así la línea volvió al papel y una vez más, quedó tiesa. Anne llegó con sus manos húmedas y se sentó a la mesa. La miró a Dominique que miraba fijamente al papel. Espero verte la próxima primavera. Cariñosamente te saluda
Isabelle texto
Daniela Vasiliadis ilustración
Melisa Castro
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Mi amigo imaginario B
Mi amigo se llama Rok. Él tiene un paraguas que vuela. Tiene una mascota que es un gato y un perro. El gato se llama Michu y el perro Tek. A Rok le encantan las manualidades. Yo me imagino que volamos por el mundo con su paraguas y vemos las nubes y vamos saltando de nube en nube probando si están ricas. Y vemos palomas con plumas doradas, con cuerpo de miel. Y pensamos ¿de dónde salen? Y de repente aparece el dueño de las palomas. El dueño de las palomas es un señor de miel y oro, y un poquito de nube. Es muy intrigado por las cosas que suceden. Como ¿de dónde sale el sueño? ¿por qué caen las estrellas? ¿por qué la luna es blanca? Rok le hace una paloma de nube y el señor le agradece.
texto
Catalina Ganapolsky ilustración
Celeste Milani
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Sueño de Oro B
Una niña llamada Abella, a la que le decían Abellita despierta en un bosque lleno de árboles altísimos, pinos con olor a viejo, olivos llenos de aceitunas jugosas y sauces de muchos tipos de verde. Hay un rico olor a pan recién salido del horno. Es una niña de seis años recién cumplidos, aunque es chiquita y bajita, es muy inteligente. Su pelo es de color castaño casi rubio y muy cortito, de ojos marrones y con una sonrisa todos los días. Lleva su pijama a rayas rojo y blanco. Está muy sorprendida de aquello que está viendo, siente que el mundo gira alrededor suyo. Todo es hermoso y piensa que no está mal pasear un rato por ese bellísimo bosque. Después de un rato largo Abellita no está cansada para nada y quiere seguir caminando y caminando, entonces lo hace. Camina un rato más hasta llegar a una parte del bosque donde todos los árboles tienen un hoyo en el centro del tronco y la niña siente mucha curiosidad por saber qué se podrá encontrar dentro de él. Asoma la cabeza por el hoyo y se encuentra con una familia de ardillas muy graciosas. Lo que más le llama la atención es que en el fondo de la “casa de ardillas” hay una palabra tallada, la palabra es: CUIDADO. Abellita mira para todos lados y se da cuenta de que no hay ningún peligro. Recuerda que en su bolsillo derecho tiene una libretita y un lápiz para anotar si ve algo interesante y no olvidarlo. Entonces agarra su lápiz y con letra grande escribe “cuidado”. Sigue caminando tranquila parando en algunos lugares para dibujar en su libreta lo que está viendo, así parando en muchos lugares llega hasta una encrucijada. Tiene que elegir entre dos caminos, por suerte donde se unen los dos caminos hay un letrero dado vuelta con forma de flecha. Lo da vuelta y lee que dice: MONSTRUO. Abellita empieza a tener un poco de miedo, aunque ella es muy valiente. También anota esa palabra en su libreta a continuación de la anterior, y se va por el camino opuesto al que marcaba la flecha. Para distraerse un poco corre alegre para que el viento le vuele los pelos y corriendo tan rápido llega a un lugar que está lleno de lianas colgando de las ramas de los árboles y ve que en la punta de la rama más alta hay monos juguetones y felices. Abellita ama los monos y sabe hacer el mismo sonido que hacen ellos, entonces los llama y todos los monos se acercan para jugar con ella. Todos juntos se balancean en las lianas. Ese es el momento en - xlvii -
que Abellita recuerda que todavía no ha visto todo lo que queda por ver. Se despide de los monos y salta de la liana para irse. Apenas salta, ve delante de sus pies una palabra escrita en el barro: SUELTO. Anota esa palabra en su libreta y ahí lee una palabra debajo de la otra que dice: CUIDADO MONSTRUO SUELTO. Abella corre hacia delante pero el problema es que los monstruos están allí. Sigue corriendo, gritando como loca, agitando los brazos de un lado a otro. Corre hasta cansarse y chocar con algo, ahí frena. Mira hacia arriba y ve algo peludo, grandote, altísimo, con el pelo muy largo color verde y ropa, parece un gigante. Pero no, no es un gigante, es un monstruo. Abellita está a punto de gritar cuando el monstruo le dice que se calme, que no va a pasar nada, que los monstruos son buenos y la invita a un lugar. Abella acepta y como siempre sonrié otra vez. El monstruo la lleva hasta una puerta, le pasa la mano por el hombro como muestra de cariño y amistad y se miran de reojo. El abre la puerta y todo se vuelve mágico. Pasando la puerta hay árboles de todo tipo, plantas de todo tipo, criaturas que parecen avispas pero no pican, Abellita está asombrada y el monstruo la mira sonriéndole cariñosamente. En ese momento ella escucha unos pasos parecidos a los de la mamá en ojotas, después una voz que le dice: ¡Abellita, Abella despertate que hay que ir al colegio, es muy tarde! Abella no entiende nada, cierra los ojos y los vuelve a abrir, su amigo el monstruo ya no está, y ella está en su cama. Se queda pensando un rato y dice: ¡ESTE SI FUE UN SUEÑO DE ORO!
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Ana Romero ilustración
Mariela Califano
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Tu tiraste un balde de agua B
Cuando eras chico te gustaba observar las casas. Pensabas que había guaridas secretas. Una vez en Mar del Plata, en la casa de Sandra, una amiga de tu mamá, querías ir al baño y abriste la puerta un poquito, después un montonazo. Había una persona vistiéndose, era Verónica, la hija de Sandra. Pero por suerte no la viste porque la tapó la puerta. Tenías 5 años. También una vez en lo de Gustavo abriste la puerta de la cocina y asustaste al cocinero. Estaba cocinando ají de gallina. Se quemó tanto que lloró. Vos gritaste del susto y te golpeaste con la manija de la puerta. Te desmayaste. Tu mamá llamó a la ambulancia. Le dijeron que había que operarte. Tu mamá casi se muere de un infarto. Pero era mentira. No había que operarte nada. Otra vez abriste la puerta y estaba una persona durmiendo. Te asustaste. Gritaste y despertaste a la persona. Te gustaba explorar y mirar los libros que tenía la gente. Te gustaba ver los patios, los aparatos electrónicos, los relojes que pensabas que eran de oro. Pensabas que ahí adentro había bombas escondidas y que en una hora iban a explotar. Cuando estabas aburrido te querías ir de la casa a jugar con tus amigos a Palermo, a tirarle baldes de agua a las personas, como aquella vez que tu tío le tiró un balde de agua a la amiga de tu abuela en Santa Fe.
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Ian Gutraich ilustración
Tamara Conforti
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Juan y el dinosaurio B
Había una vez un nene que tenía un dinosaurio como mascota. El dinosaurio se llamaba Dino y el nene se llamaba Juan. Juan había encontrado a Dino en una jaula para pájaros que su mamá le tenía prohibido tocar porque estaba en el Museo Histórico Nacional. Cuando se dio cuenta que había un dinosaurio lo agarró y lo escondió en su mochila hasta llegar a su casa. Decidió ponerlo en el manzano que estaba enfrente de su casa donde vivía el hada Lucy, la mascota de su novia Magalí. Vivir en el árbol era maravilloso, era como estar en un avión cada hora, minuto y hasta segundo del día. Desde ahí arriba se veía todo, hormigas, personas y hasta pulpos. Una tarde, Dino y Lucy estaban en su casa muy tranquilos, cuando entró un burro policía y se los llevó al Museo Histórico Nacional. Aunque ellos pataleaban, el burro se resistía a dejarlos escapar. A la mañana siguiente antes de ir a la escuela, Magalí y Juan fueron a visitar a Dino y Lucy y no los encontraron. Los buscaron en todas partes, literalmente, hasta que llegaron al Museo Histórico Nacional y los vieron de vuelta en la jaula. Idearon un plan: Magalí distraería a los guardias con su hermoso canto y Juan liberaría a Dino y a Lucy. El plan funcionó a la perfección y Magalí y Juan prometieron no perderlos nunca más de vista. Y fueron felices y comieron lombrices.
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Malén Ortíz Ferreiro ilustración
Patricia Bilinsky
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En una noche oscura B
En un pequeño pueblo había una familia formada por un padre, dos hijos y una madre. Una noche cuando el papá estaba trabajando y la mamá cocinando, a los hermanos se le ocurrió ir a explorar al bosque. Habían escuchado rumores que decían que en el fondo del bosque había un monstruo. Entonces se les ocurrió ir con la mamá y preguntarle si necesitaba zanahorias para la comida. La mamá les dijo que sí y aprovecharon para salir. Cuando se fueron adentrando en el bosque una sombra pasó frente a sus ojos. Caminaron cada vez más rápido. Escuchaban pisadas que los seguían y ramas que crujían. Empezaron a sentir que se le ponían los pelos de punta. Piel de gallina. Les latía rápido el corazón. Después de un rato vieron una casita a lo lejos. Pensaron que tal vez había personas adentro que los podían ayudar. Cuando llegaron golpearon la puerta y una vieja les abrió. Los hermanos la miraron de arriba para abajo, era bajita, de pelo canoso y corto. Usaba una cofia con puntillas. La vieja los invitó a pasar. Todo se sentía acogedor. Había una chimenea con leña. En la mesa había borscht, niños envueltos y de postre una torta de chocolate. Se sentaron a comer y después de unas horas se quedaron dormidos. Cuando despertaron estaban en un plato y a sus lados un cuchillo y un tenedor. Todo era desorden, platos, cadáveres y restos de carne. Escucharon pasos que hacían retumbar el piso. Apareció un monstruo con la cofia en la mano y dijo, con una voz dulce pero aterradora: ¡Al fin una comida fresca! Fin.
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Malena Ferreiro ilustración
Néstor Ocampo
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Tomás Escarlata B
Ésta es la historia de Tomás Escarlata o en realidad la historia de cómo quedó huérfano. Marcos Escarlata y Carmen Tadi eran dueños de una juguetería. La juguetería Escarlata, la más grande y cara de la ciudad. Tomás la heredó de ellos, pero ahora la famosa fábrica de juguetes es sombría y triste. Ya nadie compra nada. Es más, ya nadie se atreve a entrar. Resulta que Marcos era muy amigo de un fabricante de juguetes llamado Armando. Armando fabricaba los juguetes de la juguetería Escarlata. Todos los sábados Marcos y su familia (incluido Tomás) iban a tomar el té con Armando. Todos los lunes, Marcos y Armando corrían por las calles de España. Todo iba bien hasta que los juguetes comenzaron a llegar fallados, no andaban. Escarlata perdía clientes, se llenaba el libro de quejas y querían cerrar la juguetería, la juguetería Escarlata, la más grande y cara de la ciudad. El problema era Armando, así que de a poco lo fueron excluyendo del trabajo. Pero él tomó venganza. Como todos los sábados la familia Escarlata fue a tomar el té a lo de Armando, pero esta vez, fue sólo Marcos con su esposa Carmen. El té estaba envenenado lo que causó la muerte de Marcos Escarlata y Carmen Tadi, o al menos es lo que Tomás cree.
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Julia Martínez Alonso ilustración
Inés Verdini
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La gata Pica B
Pica tenía ojos amarillos y la espalda gris la panza blanca y las patas grises sueña con otros gatos y vive en un libro y el libro tiene muchas palabras y le encanta leer las palabras del libro come pasto come comida de gatos come heno, hasta come nubes y empieza a volar como un globo pero nada más cuando come nubes vuela y ve muchos pájaros y ve aviones y cohetes yendo al espacio y nubes y halcones, pájaros grandes, palomas y pajaritos. Y Pica bajaba del cielo, llegaba al desierto y caminó hacia su casa estaba muy cansada fue a dormir y al día siguiente fue a la fiesta pero se aburrió entonces fue a otra fiesta y se divirtió.
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Nina Muhafara ilustración
Soledad García
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Infinito camino B
Tren en estación luces mutantes puente estación escondida pared escalera túnel oculto punto rojo luz de escena luz del día las chirriantes vías el tambaleo del tren luz de repente mundo oculto sensación tenebrosa luz violeta celeste tren en movimiento luces azules oscuridad plena pompones verdes luces pequeñas la irritante bocina del tren. Infinito camino.
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Sofía Pérez ilustración
Diego Genatiempo
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El gran árbol B
Hace mucho tiempo una familia vivía dentro del tronco de un cerezo en un prado muy lejano. El cerezo no era como cualquier árbol, éste era un cerezo mágico. La familia tenía que mantenerlo vivo porque el árbol tenía la habilidad de desplazarse, cumplir deseos con sus frutos y curar cualquier herida o enfermedad. Así que toda la gente que necesitaba su ayuda iba a verlo.En la familia eran 7 hermanos, 3 niños y 4 niñas, un padre, una madre y una abuela y querían mucho a este cerezo porque él siempre los ayudaba. El cerezo los quería mucho también. Una mañana, estaban desayunando cuando apareció Sally, un maligno clavel del aire que envidiaba al cerezo. Sally era muy pequeño pero enormemente siniestro y llegó volando por el aire quejándose de las grandes habilidades del cerezo. Sally estaba muy enojado. Toda la familia se puso a proteger al cerezo y a pensar un plan para que Sally ya no los moleste más. A Emily, la hermana mayor, se le ocurrió escapar a un lugar para resguardarse. Rápidamente, el cerezo empezó a desplazarse hacia un bosque lejano. Pensaron que ese bosque sería un lugar seguro, pero después de una semana Sally llegó volando e intentó un millón de cosas para destruir al árbol. Ninguna funcionaba así que se le ocurrió aferrarse al tronco para provocar una sequía en su corteza. Lo hizo. El cerezo comenzó a secarse. La familia estaba muy preocupada. Descubrieron que el agua de un lago mágico podía curarlo pero había un problema, el lago quedaba en Finlandia. El cerezo tuvo que usar todas sus fuerzas para desplazarse hasta allí. En Finlandia la familia emprendió el camino hacia el lago sin el árbol porque éste ya había agotado sus fuerzas. Pasaron por pastos, tormentas, mares, lodos, hierbas altas hasta llegar al lago mágico. Juntaron el agua y volvieron pasando por hierbas altas, lodos, mares, tormentas y pastos hasta llegar al cerezo. En cuanto regaron al árbol, Sally murió y se despegó del tronco del cerezo. Un brillo resplandeciente se vio en él. Ya no estaba más seco y todos fueron muy felices.. Bueno, Sally no, pero igual todos estuvieron felices.
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Julia Sbaraglia ilustración
Mariela Califano
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A
La familia misteriosa B
A principios del año 1931 vivía en Manhattan un niño llamado Michael con sus padres. Michael se encontraba sentado en su sillón, como siempre, mirando por la ventana la casa de al lado. Se podía ver un sillón sucio y desgarrado. Nunca había visto una persona acercarse. Decían que eran extraños. Se vestían de gris, negro y otros colores oscuros. Se veían muy sospechosos. Todo el vecindario inventaba mitos sobre ellos, que eran fantasmas, que cuando morían volvían a renacer y que iban a vivir para siempre dedicándose a asustar. La familia estaba constituida por un hijo de 3 años, una hija de 10, otro hijo de 5 y los padres. No se sabía lo que pasaba dentro de esa casa. Estaba en ruinas. Michael miraba cada vez más atento cada detalle que tuviera el sillón. Poco a poco se le iban cerrando los ojos hasta un punto en el que quedaba completamente dormido. Al despertarse habían pasado ya 3 horas de su descanso. Con los ojos entrecerrados logró ver una mancha sentada en el sillón. Los fue abriendo de a poco hasta que logró ver una persona. Era una niña. Tenía el pelo negro, largo y miraba hacia su ventana. Le corrió un escalofrío que lo dejó mudo. La niña lo miraba atento, lo perseguía con la mirada. Michael tenía la cabeza repleta de preguntas: ¿de dónde había salido? ¿ sería la hija de la familia sospechosa? Ya era de noche y la niña no se había movido de su sillón. Los padres de Michael lo llamaron para cenar. La cena de esa noche fue silenciosa. Michael quería descubrir quién era esa chica y por qué lo miraba. Cuando ya habían terminado de cenar dijo que dormiría en el sillón. Sus padres no entendieron por qué, pero no pensaron en preguntar, Michael siempre había sido muy misterioso para ellos. Cuando ya estaba acostado, no podía parar de pensar. Poco a poco se le iban cerrando los ojos, hasta que se le ocurrió una idea tenebrosa y arriesgada que lo despertó completamente. Decidió que cuando se hiciera de día entraría a la casa de sus vecinos. Con sólo pensar en eso le corrieron escalofríos. Cuando amaneció, Michael estaba cansado. No había dormido de tanto pensar en su plan. Se vistió y abrió la puerta dispuesto a cumplir su propósito. Cuando llegó a la puerta de la casa de sus vecinos
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la golpeó. La puerta se abrió sola. Una luz incandescente iluminó su cara. Poco a poco sin hacer ruido comenzó a avanzar. A lo lejos, logró ver una silueta sentada en un sillón, a medida que se iba acercando se dio cuenta que era la niña y alguna que otra silueta a lo lejos. La niña lo estaba mirando fijamente. Michael comenzó a correr hacía la puerta, pero en eso se tropezó con una baldosa. La niña corrió hacia él hasta que logró alcanzarlo. Michael la miró desesperado dispuesto a seguir corriendo. La niña lo detuvo agarrándolo del hombro y lo saludó llamándolo por su nombre. Michael se quedó boquiabierto. Entonces le contó su historia y la de su familia: mi bisabuelo venía de una familia rubia, él fue el primero en nacer así como nosotros, de piel blanca, muy blanca, casi transparente, ojos muy claros y el pelo marrón oscuro. A partir de él, mi abuelo, mi padre, mis hermanos y yo heredamos sus rasgos. La gente siempre nos tuvo desconfianza. Desde que que falleció mi bisabuelo, empezamos a salir mucho menos. Un día descubrí una ventana que daba a tu casa y comencé a observarte. Temía que me vieras. Era entretenido ver lo que pasaba por tu casa. Es cierto que cada tanto hacía otra cosa. Hace poco me senté en un sillón y vi que desde ahí también podía ver tu casa. Cuando me viste me di cuenta que estabas estabas pensando en algo y no sabía cuándo, pero sabía que ibas a entrar en esta casa. La niña le sonrió y llamó al resto de su familia para presentársela. La familia no le tenía mucha confianza pero aun así lo invitaron a pasar al patio a jugar con los chicos y su mascota, un perro sin raza, viejo y tranquilo. Michael comprendió enseguida que no había ningún misterio en esa familia. Simplemente eran cerrados y un poco aislados, y como consecuencia de eso, el barrio había inventado historias raras sobre ellos, lo que hizo que la familia se recluyera todavía más. Estuvieron jugando hasta que se hizo la hora de almorzar. Michael tenía que volver a su casa. Cuando lo acompañaron a la puerta, Michael prometió que volvería. Silencioso, abrió la puerta sin dejar rastros de su visita.
texto
Matilda Emiliozzi ilustración
Lorena Land
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A
El niño, el gigante y los deseos B
Había una vez un niño, Timi, en un paisaje despejado de árboles con muchas montañas. Un día caminando se encontró con una casa abandonada muy grande y muy alta, tan alta que Timi no llegaba al picaporte. Timi, lleno de curiosidad, quería saber lo que había ahí adentro y de pronto vio que la puerta se abría lentamente por el viento y entró. La casa estaba diseñada para gigantes. Vio burbujas en el aire y en una de ellas vio una maceta con una flor muy grande: era una planta carnívora. Timi intentó tocarla, la planta estiró toda la burbuja con la boca pero no la reventó. Timi le preguntó a la planta “¿te gustaría ser mi mascota?” y la planta le contestó “¡Sí! ¡Pero tenés que sacarme de acá adentro!” De repente se escucharon pisadas muy fuertes ¡Pum! ¡Pam! ¡Pim!, Timi corrió a esconderse mientras veía como un gigante entraba en la habitación y reventaba las burbujas y sacaba muchas cosas de adentro: un barco pesquero, una casita con la chimenea prendida y ¡hasta un gatito! Timi salió tímidamente de su escondite y saludó al gigante. -Hola- dijo en voz baja. El gigante lo miró con asombro y le dijo “no recuerdo haberte tenido en una burbuja”. Timi le contestó “yo no soy de una burbuja, vengo caminando desde muy lejos y quiero pedirte un favor: quisiera llevarme esa planta carnívora”. El gigante lo miró y le dijo “sí, pero antes me gustaría llevarte a dar una vuelta por mi casa para que veas todos mis deseos”, “¿Tus deseos?” le preguntó Timi, “sí, todos mis deseos se hacen realidad y se crean adentro de una burbuja. Cuando tengo ganas las pincho y me los quedo” dijo el gigante. Timi se subió a la cabeza del gigante y pasearon por el jardín vieron una playa con sol y sin gente, una bici con tres asientos, un mar lleno de delfines y jirafas. Timi preguntó muy despacito “¿puedo pedir un deseo?”, “sí, ¿cuál?” dijo el gigante, “quiero vivir con vos” y de repente se empezó a formar una burbuja y Timi se vio adentro junto al gigante, perros, gatos y plantas carnívoras.
texto
Galo Uncal ilustración
Miranda Rivanadeira
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A
Un cuento adentro de otro B
Había una vez una cueva a lo lejos del bosque. Tenía una chimenea de donde salía mucho humo. Todos los que pasaban por ahí, se fijaban por la ventana pero nadie se animaba a entrar. Había una leyenda de esa mismísima cueva pero no era…tan alegre. Se las voy a contar. Todo comienza con Caperucita que iba caminando por el bosque, cuando se encontró con el lobo que estaba a punto de comerse a los tres chanchitos. Por suerte justo en ese momento apareció Blanca Nieves con los siete enanitos y les pidió ayuda para luchar con el lobo. Juntos lo echaron y le advirtieron que si lo volvía a hacer, tendría que enfrentarse con los personajes de todas las historias juntos. Con el tiempo el lobo volvió a atacar, pero esta vez, a todas las princesas. Las había encerrado en su cueva porque no le entraban en la boca, dentro de un horno. Estaba agregándole los ingredientes cuando se dio cuenta que no tenía tomates. Entonces de una escapada salió corriendo al tomatero de al lado. Volvió a la cueva lo más rápido que pudo pero cuando abrió la puerta del horno para poner los tomates sólo encontró cenizas. Ni un rastro de las princesas –que raro- dijo el lobo rascándose la cabeza.- No pueden haber escapado por el pasadizo secreto debajo de mi cama, porque la puerta del horno está cerrada con llave. Sólo yo la puedo abrir. Y además el pasadizo es secreto, nadie lo conoce, ¿por dónde escaparon?. Antes de que siga contando la historia. ¿Se acuerdan de la cueva con una chimenea por donde salía el humo? Bueno, es ésta. El lobo se acordó de otro pasadizo que estaba adentro del horno. Tuvo que tirarse de cabeza por un tobogán larguísimo que tenía muchas curvas. Cuando cayó salió rodando. Por suerte el piso era de pasto porque si no se hubiera pegado un flor de golpe. Había llegado a un parque lleno de flores y árboles, pero no sabía dónde estaba, sólo sabía que tenía que encontrar a las princesas. -¡Ay! ojalá tuviera sirvientes. De pronto se escuchó el sonido de una varita mágica cumpliendo un deseo y aparecieron cinco sirvientes. El lobo, emocionado, ordenó que buscaran a las princesas. Marchando como vinieron, se fueron. Mientras tanto las princesas también habían pedido un deseo y estaban bailando cada una con un príncipe, Ariel, en el agua. Los sirvientes, que estaban merodeando el lugar, las fueron encontran-
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do, las agarraron, ataron y les pusieron cinta en la boca para que no gritaran. Así se las llevaron en un camión, porque eran muchas, salvo a Ariel que la pusieron en una pileta muy grande y profunda. Las llevaron con el lobo y las pusieron en una red. Las ataron a un árbol para que no se puedan escapar. Los príncipes ya estaban en camino para salvar a sus princesas, pero el deseo de tener príncipes con quien bailar o sirvientes para que hagan todo lo que se les pidiera no duraba mucho y de a poco todos se empezaron a desvanecer. Eric y Felipe, los príncipes de Aurora y Ariel fueron los únicos que llegaron a desatar la soga del árbol. Las princesas cayeron como una bolsa de papas. Cuando el lobo se dio cuenta que ya no estaban sus sirvientes gritó enfurecido ¡¿ qué voy a hacer sin ellos?! ¡ya estoy harto de hacer todo yo! No sé para qué habré creado este pasadizo ¿y ahora cómo vuelvo?- Mientras tanto, las princesas también pensaban cómo salir de ahí. Entonces apareció de la nada una cola larga y verde. -¿Qué es eso?- preguntaron a coro los personajes que estaban ahí. – Soy yo, el dinosaurio del parque-. ¡¡¡ No nos comas!!! Exclamaron el lobo y las princesas. Salieron corriendo y encontraron un tobogán. Empezaron a subir por él pero les costaba mucho porque se resbalaban, aunque finalmente lo lograron. Así llegaron de vuelta al horno de la cueva. Como precaución, cerraron la puerta con llave y un candado muy grande. Los encargados de arreglar pasadizos, llevaron al dinosaurio al Zoológico de Animales Extinguidos e hicieron que el parque hermoso se transformara en un balcón. Y bueno, la leyenda se termina acá. Sigue saliendo humo de la chimenea pero ahora se hacen fiestas con todos los personajes de los que les hablé. A veces incluso se escuchan los pisotones del dinosaurio. Y colorín colorado esta historia de la cueva se ha terminado.
texto
Anita Romero ilustración
Male Vigon Ruffa
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Esta primera edición de Bazar se terminó de imprimir en Julio de 2017 en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina.
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