Sin un adiós

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Sin un adi贸s


Y es que nunca dejaba de ser un día normal, un día común en el que normalmente el sol estaba ardiendo como hoy. Pero como no deja de ser común hoy también despertó y pensó en él, ya hace meses que no recibe un mensaje o al menos una visita, pero no es algo a lo que él la haya acostumbrado, así que trata de llevarlo bien. Los días pasaron y ella recordaba detalles tan mínimos y pequeños pero a la vez tan importantes, detalles que hacían sus ganas de verlo cada vez más fuertes. Nunca perdía las esperanzas de recibir una llamada o un texto que diga “¿Y si bajas y me abrazas? Hace frio”; pero a la vez no dejaba de pensar en que solo eran deseos y nada más. Era lunes, y la niña de las coletas que se había enamorado por primera vez no había dejado de pensar en ese niño, el que la hacía sentir que su corazón iba a explotar cada vez que lo veía. Llegó temprano del colegio, y se quitó sus coletas como siempre, frente al espejo; nunca dejaba de verse al espejo, no por inseguridad, sino porque le gustaba lo que veía, y por eso mismo pensaba en como él pudo haberla abandonado así.



Luego de ducharse y vestirse, escucho gritos por toda la casa, abrió la puerta de su habitación y lo primero que escucho fue: -¿Y A QUE HORA PIENSAS BAJAR A CENAR? – pregunto su madre. -¡NO TENGO HAMBRE! – respondió gritando. -¡YA NI SE PARA QUE COCINO! – grito la madre mientras se escuchaban los platos siendo lanzados al suelo. No supo que más responder, y cerro su puerta; ya no quería seguir gritando, quería entender todo, entender por qué desde hace días el niño que una vez le dijo que la quería, ahora ni siquiera le envía un “hola” por texto, o por qué simplemente no recibía alguna señal de parte de él. No conocía donde vivía, lo que hacía que sus sentimientos de tristeza aún más grandes, no conocía amigos de él, o mucho menos algún familiar, a veces llegaba a pensar que tal vez ella no era tan importante para él como pensaba. Ya no sabía cómo aliviar eso, o al menos como recibir algún mensaje de el sin parecer “desesperada”, entonces fue cuando decidió escribirle, ya estaba cansada de no saber nada de él, de su vida, cansada de no saber nada de nada.


Su habitación parecía un pedazo de selva, un bosque lleno de cosas por todos lados, todo al azar, sin orden, ni en su habitación, ni en su mente y peor aún en su vida. Miraba la mesa en la que estaba su móvil y no dudo ni dos segundos en tomarlo para escribirle, porque ya no le importaba si él no le había escrito, ella quería saber de él y ese era motivo suficiente. Comenzó a escribir, tenía la mente en blanco, la niña ya no era tan niña pero a veces lo olvidaba; y entonces solo escribió lo que tenía en su mente en ese momento, en ese momento en el que no podía dejar de pensar en aquel niño que tal vez y acabo con sus esquemas y su rutina, pero que la enamoró, y escribió sin mirar nada más: “No sé por qué pero empiezas a hacerme falta, empiezo a olvidar tu risa, y a veces la forma en que me miras y dices que me quieres…” Tardo más de lo que piensan es escribir eso y no supo que más decirle, y entonces solo lo envió, pensó en que no era un gran mensaje pero que al menos describía a la perfección lo que ella sentía.



Nunca bajó a cenar, pasó el resto del día en su cama pensando en las cosas buenas que había tenido con él y cuando se dio cuenta ya había amanecido otra vez, que la ducha, el desayuno y el colegio esperaban por ella. De su día en el colegio no hay mucho que decir, no era una niña que no tenía amigas pero tampoco era de las que tenía demasiadas, y por ahora ni siquiera hablaba con ellas. Cuando volvió a casa y fue a su habitación tenía la esperanza de haber recibido una respuesta o algún mensaje cualquiera, pero de él y para su tristeza no fue así, no había mensajes, ni de él ni de nadie. Desató sus coletas que había hecho en la mañana antes de salir y bajó a cenar, pero hoy no había cena; al bajar vio a su madre recostada en el sofá y le preguntó: -¿Ya cenaste? – con gestos de sarcasmo porque sabía que nunca cenaba sin ella. -No, hoy no hay cena – respondió su madre con una voz tranquila. -¿Por qué? – preguntó ella sin entender la ausencia de comida en su mesa. -Porque nunca tienes hambre – le dijo su madre mientras le lanzaba un guiño de ojo. -Está bien, que descanses – dijo ella, un poco enojada pero sin poder reclamarle a su madre luego de haber pasado tantos días sin comer.



A veces se sentaba en el patio de su casa a pensar en su futuro, pero desde que aquél niño llegó a su vida, ya ni siquiera su futuro era relevante. La reverencia hacia su madre también había desaparecido y pensaba en que tal vez no era bueno seguir así, no era bueno dejar a un lado tantos planes que había hecho desde hace mucho solo porque se enamoró; pero luego pensaba en que tampoco era tan irrelevante haberse enamorado, que tal vez nunca le volvería a pasar y que por ahora quería entender sus sentimientos, sin perder la esperanza de que él volviera y la siga haciendo feliz. Pasaron semanas y aquél mensaje que le había costado tanto escribir seguía sin respuesta alguna, todas sus preguntas seguían sin respuesta y toda su mente seguía revuelta. Su madre le preguntaba todos los días si estaba bien, si necesitaba algo aunque ya hubiera vuelto a comer, o si quería hablar, sobre lo que sea que le estuviera pasando, porque aunque no entendía ni sabía a qué se debía el comportamiento de su hija, lo que si sabía era que algo definitivamente no estaba bien. Llegaba todos los días del colegio y su rutina volvió a ser la misma, ducharse, cambiarse, cenar, dormir, despertarse, ducharse, vestirse, desayunar, ir al colegio, y así sucesivamente; y por si se lo preguntan, sí, almorzaba en el colegio.


Hoy había llegado y su madre la esperaba sentada en el sofá como de costumbre, pero hoy fue diferente, hoy antes de subir a su habitación su madre le pidió que se sentara en el sofá con ella, y aunque la idea no le gustaba mucho, solo aceptó. -¿Ya me vas a contar que sucede? – preguntó su madre con un todo preocupado. -¿Sobre qué? -Sobre ti, sobre por qué estas así. -Ah, descuida, todo está bien. -Aparentemente si, tus notas están bien, tu salud igual y todo lo demás también, pero hay algo que te tiene así y me gustaría saber que es. -¿Lo recuerdas? – le preguntó a su madre mientras le mostraba una foto en su móvil del niño que la había enamorado. -Sí, ¿se trata de él? -Algo así, no hablamos hace mucho, y no tengo un texto de él hace mucho, o una carta o una dirección para buscarlo y pedirle explicaciones. -¿Acaso no conocías a su familia o a alguno de sus amigos? – preguntó su madre preocupada. -No, nada, de hecho creo que en realidad no fui tan importante como pensaba. -Hija, no creo que haya sido eso – respondió su madre con una cara un poco triste -¿Acaso tú sabes algo sobre él? – preguntó ella sin entender la respuesta de su madre. -Sé todo sobre él, si te dejaba salir con él era porque conozco a su familia y sé lo que paso hace unos días con ellos – respondió su madre -¿Con ellos? ¿Qué paso? - No dije nada porque pensé que sabias y era por eso que estabas así, por eso quería que hablaras conmigo y puedas decirme cómo te sientes. -Ya dime, por favor -Tuvieron un accidente hace dos meses y medio, por las colinas, su auto se dio vuelta y… pasó. En ese momento no había abrazo que haga sentir mejor a la niña que habían enamorado por primera vez.



Su madre vio una lágrima caer de su ojo derecho e inmediatamente la sostuvo con un abrazo, porque aunque hubiera querido hacer más, definitivamente no podía. Luego de haber pasado toda la noche llorando y sin palabra alguna que decir, cuando amaneció no pensaba en nada más que en ir a visitarlo, porque tal vez nunca tuvo una dirección, pero ahora ya sabía dónde encontrarlo. Su madre no dudó cuando ella le pidió de favor que la llevara a verlo, no para despedirse, porque si algo había entendido durante toda su noche de llanto era que él nunca se había ido en realidad, que sea cual sea el lugar en el que se encontraba ahora, aquel niño seguía enamorado de ella; y entendió que aquel niño ahora ya no era solo su niño, que tal vez, si quería él era su guardián, que después de tanto tiempo aún seguía guardando sus sueños, recuerdos, sonrisas, momentos y todo lo que él le había dejado.



De su visita no puedo decir mucho, solo que sus lágrimas se convirtieron en sonrisas cuando estaba frente a él y le hablaba, no estaba su cuerpo, pero de algún modo ella lo sentía; y ¡vaya! que abrazo más enorme que le dio. Luego de muchas semanas de haberlo visitado, la niña ya no usaba sus coletas, tal vez porque cuando hablaba con él recordaba de nuevo que ya no era más una niña. No hay que olvidar que en todas las visitas que le hizo a su niño, sonreía, y sus lágrimas ya se habían acabado para convertirse en sonrisas. Ahora ya todas sus preguntas tenían respuesta y la niña seguía enamorada pero ya no sentía tristeza. La niña de las coletas había vuelto a salir a su patio hoy, y por primera vez vuelve a ver el cielo estrellado y a sonreír, su madre la mira desde adentro y no puede tener otra reacción más que imitar una sonrisa como la de su hija. Volvió a pensar en su futuro, en que tal vez él no vuelva pero que nada iba a cambiar los recuerdos y todo lo que se había quedado con ella. Ya no había tristezas, desánimos ni nada que pusiera mal a la niña que habían enamorado por primera vez, porque la niña había vuelto a encontrarle el sentido a todo, a pensar en su presente y en su futuro y por fin, la niña volvía a ser feliz.



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