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LA CASA DEL TERROR
La llegada del otoño había comenzado a golpear con fuerza los cristales. El aire levantaba remolinos de polvo, arena y hojas secas. Los prados próximos al valle del río Mohawk tiñeron su acogedora estampa de una amarillenta tonalidad donde los árboles levantaban sus siluetas desnudas y fantasmagóricas. Buddy vivía en una granja al sur de Gloversville en el Estado de Nueva York desde mediados de verano. Le quedaban pocos días para cumplir los 9 años. Aquel sin duda iba a ser un mes de octubre diferente a todos los que había vivido en su corta infancia. Introvertido y solitario, Buddy intentaba a duras penas hacerse un lugar en la nueva escuela en la que estaba matriculado después de que sus padres compraran ese rancho de vacas, caballos y aves buscando una nueva oportunidad de trabajo. Muchos días, a la salida del colegio, algunos de los alumnos del tercer curso de primaria se mofaban de él y le gastaban bromas pesadas que al niño granjero le sumían en una impotencia y fragilidad cada vez más preocupantes. Buddy nunca habló de aquellas vejaciones a sus padres, él era capaz de luchar por sí solo contra aquella injusticia; debía hacerlo, no le quedaba otra alternativa. Un día de finales de septiembre tres de aquellos, mal llamados compañeros, encerraron al pobre Buddy en el cuarto de limpieza del sótano del colegio; una habitación húmeda, ruinosa y oscura. Le tuvieron allí cerca de dos horas hasta que
10 al comienzo del recreo uno de aquellos niños abrió la puerta entrando en ese momento un chorro de luz en el mugriento cuchitril del que el pequeño granjero salió emitiendo un aullido de terror que no pasó inadvertido para una las maestras que puso aquel suceso en manos de la directora del centro educativo. Tras desenmascarar esa actitud y escarmentados con un castigo ejemplar los niños que la habían tomado con el pequeño granjero, estos se arrepintieron hasta el punto de empezar a juntarse con él y acogerlo como un amigo más… Todos excepto Lewis, el jefe de la banda que vio aquel acercamiento con no muy buenos ojos por temor a perder el liderazgo del grupo de niños, de la pandilla. -Buddy, Buddy ven aquí, ¿no tienes valor a enfrentarte de nuevo al sótano del colegio? Eres un cagao granjero. -Déjale en paz. Creo que ha llegado el momento de acercarte a él en vez de seguir torturándole. Te estás quedando sólo Lewis. Ya no tiene sentido. Lewis hizo caso omiso de los comentarios de aquellos que en un principio rieron y participaron de las molestias ocasionadas al nuevo alumno, pero Buddy, a quien sólo el hecho de pensar en el cuarto de la limpieza le ponía los pelos de punta, se armó de valor y juró vengarse de Lewis aunque fuera probando una vez más su peor trago… Iba ya el mes de octubre llegando a su fin y poco a poco, las casas del condado fueron adornando sus fachadas con motivos propios de la fiesta de Halloween. Las calabazas, los espíritus, las luces sombrías y los adornos terroríficos fueron ganando la batalla al frío y a las primeras nieves que, aún dubitativas, comenzaron a caer sobre el estado de New York. El niño granjero había oído que pocos kilómetros al norte; cerca de las montañas de Adirondack, aún se mantenían, a duras penas, algunas de las atracciones de un antiguo parque que hacía años fue la delicia de niños y adultos del condado. Nada de eso quedaba ya, sólo un centenar de hierros oxidados y herrumbrosos parecían expandir su eco al cielo gris del otoño rememorando tiempos mejores. Contaba la leyenda que aquel parque guardaba un terrible secreto. Cada año, en la festividad de Halloween todas y cada una de las atracciones cobraban vida emitiendo destellos terroríficos y sonidos sordos y aterradores que eran dirigidos y programados desde el interior de la Casa del Terror, atracción estrella de aquel parque ahora oscuro, sombrío y abandonado ¿o no…? ¿Quién dirigía aquella feria fantasmal, aquel movimiento espectral que según los más viejos del lugar, eran capaces de sentir en las últimas calles de Gloversville, a través de la negrura de los valles y bosques que separaban el parque de la ciudad.
10 Pero había un suceso aún más dantesco y peligroso, la leyenda urbana decía que cinco personas desaparecieron en el interior del parque temático un tiempo atrás, y que en las noches de frío y nieve, algunos vecinos escuchaban sus pasos arrastrándose por la nieve de las calles pidiendo ayuda. Los granjeros, por miedo a que aquellos espíritus les quitaran la vida, ponían platos de comida a la entrada de sus ranchos que estos desaparecían al clarear del nuevo día Buddy nunca hubiera imaginado que sería capaz de idear algo así, que se armaría de un valor que nunca había tenido, pues sólo pensar cómo anunciaría aquella aventura un escalofrío recorría todo su cuerpo impidiéndole respirar. Estaba decidido. En la noche de Halloween visitarían ese tétrico lugar al aire libre para averiguar qué se escondía allí dentro. En un principio Lewis no contestó a la invitación que el niño granjero le soltó a quemarropa mediado el recreo. Los compañeros de ambos, aquellos que en un principio seguían ciegamente las órdenes del líder expresaron que no era buena idea, además el lugar a dónde irían estaba bastante lejos. -Me sé un camino que atraviesa el bosque que poquita gente conoce. No hay peligro; he estado allí varias veces con mi padre mientras pastaban los animales del rancho. En bicicleta no tardaremos más de media hora.- Lewis, que conocía perfectamente la leyenda maldita del parque, descubrió en Buddy una mirada valiente y misteriosa. Antes de que le contestara, el pequeño granjero continuó hablando, esta vez sin dejar de mirar a quien tanto le había hecho desesperar desde que llegara al colegio. -Te propongo un trato. Vendréis conmigo hasta el recinto. Si entro en la casa del terror para descubrir cuál es el secreto, si es que lo hay, ¿dejarás de meterme conmigo? -Lewis buscaba una excusa que decir mas no la encontraba. Sin embargo los demás compañeros intentaban que cambiara de opinión. -Es muy peligroso Buddy. No sabemos qué se esconde en esa ruinosa casa… Y si es verdad lo que dicen de ella… Pero el pequeño granjero encaminaba ya sus pasos hacia el aula. Una semana después, bajo el roble centenario de la rotonda norte de Gloversville; Buddy esperaba apoyado en su antigua bicicleta la llegada de Lewis y junto a él de tres de los niños que tras el incidente del cuarto de limpieza habían comenzado a dar toda su confianza al nuevo alumno. Durante los días que transcurrieron desde que Buddy les propusiera aquella aventura no exenta de
10 riesgo, no había momento en que no intentaran que cegara de llevar a la práctica aquel propósito pero al pequeño granjero cada ruego, cada advertencia le otorgaban si cabe aún más fuerza aunque, realmente, estaba muerto de miedo. Era el precio que debía pagar para ganarse la confianza de aquellos niños pero sobre todo la lealtad del chaval pecoso y desgarbado llamado Lewis y que en el fondo a Buddy le parecía que no era tan mal chico. Poco después de las seis de la tarde las bicicletas comenzaron a rodar por el sendero que daba al bosque del condado de Fulton. Un sol moribundo inundaba el manto de hojarasca dándole aspecto de camino incendiado. Poco después el sol se ocultó definitivamente entre las añosas ramas de las secuoyas hasta el punto de que parecía haber anochecido. Una brisa helada comenzó a golpear sobre los rostros agitados de los niños. Peter, el más pequeño del grupo, sintió un miedo atroz, como antes nunca había experimentado e indicó a los demás que pararan. Buddy le dijo que faltaba ya poco para cruzar el bosque. Lewis, que todo el trayecto lo pasó en silencio, agachó la cabeza y se ofreció al destino sin saber muy bien cómo podría dejar su estima en el lugar que siempre había estado. Aún no eran las siete de la tarde cuando los últimos rayos del sol volvieron a iluminar el camino. Tras de ellos el bosque pareció darles la última despedida. El sendero, más estrecho y pedregoso se hizo cuesta arriba. Tras la cima estaba el lugar que tanto espanto despertaba en los lugareños. Buddy se adelantó al resto del grupo y frenó la bicicleta en seco. Los demás hicieron lo mismo continuando el camino a pie hasta el lugar donde el joven granjero presenciaba atónito aquel lugar que se asemejaba más al mismo infierno que a un parque de atracciones abandonado y olvidado por el tiempo. -Es imposible entrar. Además amenaza tormenta. Será mejor que nos vayamos.- Lo que se dibujó en la mirada de Peter y el resto del grupo fue una imagen difícil de describir. Tras un vallado de herrería antigua, parecida a las que rodeaban grandes mansiones o incluso viejos cementerios, un sinfín de hierros abandonados al paso de los años dibujaba siluetas caprichosas en el atardecer. A la derecha del parque los restos de una noria mostraban los canjilones sucios y descoloridos que años atrás se elevaban hacia el cielo para regocijo de niños y grandes. Un poco más atrás las vías rotas y separadas de una montaña rusa parecían invitar a un camino de ida pero no de vuelta. Los árboles desprovistos de hojas esparcían al viento sus ramas mostrando las más inimaginables y tétricas figuras espectrales. Más allá del parque, en el horizonte, una legión de nubes negras anunciaba en poco tiempo la última tormenta del mes de octubre.
10 -No hace falta que entréis. Supongo que… en fin… tal vez me pasé de la raya. Si a la caída de la noche no estoy en este lugar id en busca de ayuda. Al comentario de Buddy siguió un espeso silencio que Lewis rompió con otra aclaración que parecía haber memorizado durante el trayecto. –Te seguiremos amigo. Y le palmeó en la espalda. El niño granjero observó cómo hasta entonces su mayor enemigo le dedicaba una tierna mirada descubriendo en ella el valor que Buddy había despertado en Lewis. Poco después el grupo escalaba por entre los barrotes de la entrada hasta perderse en el interior de aquel escalofriante recinto. Lo que encontraron allí dentro era difícil de describir. Los adjetivos que requería aquella jungla de hierros, bombillas y cristales rotos, papeles y folletos antiquísimos y el estado de abandono general, podrían inspirar la más terrorífica historia de terror. Por eso el grupo nunca se separó, incluso a veces tropezaban entre ellos al chocar los pies unos con otros. No habían caminado un centenar de metros cuando vieron como el camino se habría en otras dos sendas a la derecha e izquierda del parque. Donde moría la senda que atravesaban, un tiovivo apareció ante ellos con los paneles destrozados y los caballitos heridos por el paso de los años. Algunos de ellos habían perdido la cabeza, otros las patas, algunos incluso el lomo y la cola. Parecían monstruos sin forma mostrando en su quietud la herida del recuerdo. Entonces ocurrió. Las primeras nubes que anunciaban la tormenta comenzaron a azotar con fuerza el parque hasta el punto de mover el engranaje de aquel carrusel emitiendo un sonido herrumbroso y oxidado. -Ahhhhhh, Ahhhhh, vámonos de aquí, vámonos, este sitio está encantado. Huyaaaamos!!!!!!. Buddy contuvo la respiración e intentó serenarse lo mejor que pudo. -No seáis memos, no veis que ha sido esa ráfaga de viento la que ha hecho mover los caballitos. Será mejor que os acostumbréis. La tormenta se acerca y la corriente se hará cada vez más fuerte inventando sonidos y ecos que sólo nosotros seremos capaces de poner nombre desde el miedo. Además ya queda poco para llegar a la casa del terror. -¿Qué vas a hacer Buddy?- dijo Lewis en voz baja sin siquiera mirarle a la cara.
10 -Entraré allí y cogeré algo de aquella atracción. No sé, alguna antorcha, una careta o manto, quién sabe... La prueba sólo será válida si salgo por la otra puerta, la de la salida… Me he traído una linterna. Quiero averiguar de dónde proceden esos gritos y gemidos que dicen los más viejos y que seguro no existen. Ya sabéis los fantasmas no existen… -Ni el mismo se creía lo que acababa de decir. El grupo tomó el camino de la derecha sin saber bien a dónde se dirigían sus pasos. Tras varios setos de geranios y rosas secas y podridas se levantaban nuevamente las pesadas columnas de hierro oxidadas mostrando el fin del parque. Buddy, que días antes se había hecho en internet del plano del recinto, sabía que faltaban pocos metros para encontrarse con ese caserón, a menos que hubieran cogido el camino equivocado. La casa del terror se encontraba al final del parque, en el lugar más remoto y alejado de las demás atracciones. El grupo pasó por una sucesión de antiguos puestos de feria y establecimientos de comida. Sólo la forma de aquellos tenderetes hacía pensar lo que habían sido en el pasado. Sin embargo aquel anochecer de Haloween sólo encontraron un ejército de ratas campando a sus anchas por entre los mostradores, mesas y un sinfín de muñecas de porcelana cuyo cabello se movía al socaire de una cada vez más acentuada ráfaga de viento que anunciaba la última tempestad. Había comenzado a chispear cuando Buddy detuvo sus pasos. La respiración era palpable en cada uno de los niños. El niño granjero levantó su dedo índice señalando un antiguo caserón recubierto de musgo y ramas desnudas que iban a morir en una chimenea desconchada y escabrosa. -Allí es. Esa es la casa del terror- Anunció emitiendo un sonido gutural que sólo el escuchó en el interior de sus entrañas. -Iré contigo Buddy. No sabemos que hay allí dentro pero en caso de que haya algo malo será mejor que necesites ayuda. -No Lewis, esto necesito hacerlo sólo. -¿Qué quieres probar?, déjalo por favor. Ya nos has dejado claro lo valiente que eres. Jamás volveremos a meternos contigo. Serás uno más. ¿A qué sí Lewis? El jefe de la pandilla afirmó con la cabeza aunque algo le decía que Buddy tenía tomada la decisión y nada ni nadie sería capaz de hacerle cambiar a esas alturas. La casa del terror era lo más parecido a una mansión de principios de ciclo. La fachada construida con dudosas láminas de oscuro granito se mostraba putrefacta y podrida. Sobre la puerta principal, a la que se accedía a través de un
10 pasillo al aire libre cuyo suelo estaba formado por lápidas y sepulturas, dos balcones de columnas de mármol mostraban las siluetas de sendas personas con las caras desencajadas por el terror y con las ropas llenas de sangre. Buddy bajó la mirada y se enfrentó a su ventura mientras el grupo quedaba inmóvil a la entrada del jardín tras otros barrotes de hierros afilados similares a los que delimitaban la extensión del parque. Buddy caminó a través de las losas y tumbas que daban a la puerta principal. Tras varias intentonas dio un puntapié al portón principal cediendo las bisagras y cayendo las cancelas sobre el entarimado del interior de la mansión emitiendo un sonido seco y ensordecedor. El resto del grupo se quedó inmóvil mientras el niño granjero cogía de su chaqueta una linterna adentrándose en la casa. Las nubes habían adelantado el anochecer pero aún se vislumbraba un resplandor de luz que llenaba de tétricas sombras el pasillo principal de la casa. El pequeño apuntaba la linterna hacia todos los lados como quien encara su escopeta de caza al animal que está a punto de abatirte. Las estancias estaban vacías pero llenas de telas de araña que rozaban su cabeza haciéndole estremecer. Al fondo del pasillo encontró la primera habitación; quedaba a la derecha y ésta no tenía ventana alguna que permitiera entrar, aunque de forma dificultosa, un poco de luz. Las paredes de aquel aposento estaban llenas de vitrinas con vasos de ensayos y cubetas propias de un laboratorio. En medio de aquella habitación, una camilla cuya colchoneta estaba raída por las ratas y alguna que otra mofeta. Buddy pensó que se podría tratar del lugar donde dieron vida al famoso frankenstein. Cruzó una nueva puerta y se adentró en lo más parecido a un dormitorio con un armario sin puertas y una cama cuyo colchón había desaparecido. Cuando alumbró al lado del sucio camastro una figura se quedó sin respiración. Sobre un sillón, una persona disfrazada de monje leía una biblia. Buddy tiró hacia atrás del capuchón y la cabeza de un maniquí le sonrió de forma maléfica. El niño granjero huyó a toda prisa de aquel lugar sacado de la película del exorcista. Volvió a atravesar otro largo pasillo lleno de cristales y hojas secas. A cada paso un eco misterioso y quebradizo se le metía en los oídos. Parecía que la cabeza le iba a estallar. Otra puerta y otra habitación, esta vez desnuda sin más decorado que grafitis tenebrosos cuyas letras y dibujos dejó de iluminar con la linterna el pequeño Buddy que estaba a punto de desfallecer de miedo. Otra puerta, otra habitación, otro pasillo, otra puerta. De pronto un destello iluminó el aposento en el que se encontraba. Era el primer relámpago de la tormenta al que le siguió un estruendo. Aquel primer trueno le heló las venas pero ya no había marcha atrás. Estaba en el interior de un castillo y sus pisadas levantaban un eco que se perdía en cada rincón, en cada pared. Entonces fue cuando oyó algo que por primera vez no parecía provenir de sus
10 movimientos de por sí bastante descoordinados. Eran como pequeños gemidos, débiles suspiros y lamentos que parecían originarse más allá de la puerta que tenía justo en frente. Buddy quiso correr lo más rápido posible pero sus piernas no reaccionaron. Entonces fue cuando los vio… acurrucados contra la pared del pasillo que daba a la verja de salida de la tenebrosa atracción, arrastrándose por el suelo hacia donde Buddy se encontraba como una estatua inmóvil y pálida. Lewis encendió la linterna y el resto del grupo se acurrucó junto a él debajo de un árbol próximo a la mansión. Hacía 15 minutos que Buddy había entrado en la casa del terror y aún no tenían noticias de él. La preocupación fue en aumento, en consonancia con la tormenta que arreciaba por momentos haciendo chirriar todas las puertas y ventanales de la casa del terror. El vendaval levantaba susurros y sonidos que se elevaban por todo el parque emitiendo una sinfonía lúgubre y tenebrosa. -¡Ayuda, ayuda; aquí, en la salida! Al desgarrador grito de Buddy le siguió un relámpago que iluminó todo el parque y acto seguido un trueno que retumbó en cada rincón escondido del perímetro ferial durante varios e interminables segundos. El grupo no reaccionó a la señal de auxilio. Tras los gritos de Buddy y el gigantesco trueno… silencio; un silencio roto por el monocorde golpeteo de una voraz cortina de agua sobre el suelo herido del parque. -¡Por favor,… venid a ayudarme! El grito del niño granjero esta vez fue mucho más pausado, no inspirado en el miedo sino en la preocupación, en la lástima, en la pena. Lewis observó el resplandor de la linterna de Buddy penetrando por entre los arbustos de la mansión hasta detenerse en los hierros oxidados de la salida. No se lo pensó dos veces y como un resorte, se precipitó a trompicones dentro de la casa pero por la otra puerta; en la que se encontraba Buddy. Lo que encontró Lewis al llegar al pasillo de salida de la atracción le dejó sin palabras. El miedo desapareció mientras surgían con más fuerza e impotencia los lamentos y quejas que emitían alrededor de cuatro mendigos echados sobre la pared y dando todo su calor a una mujer a punto de dar a luz. Buddy sacó de su mochila el último sándwich de queso que le quedaba y se lo dio a la joven que volvió a comer aunque con dificultad, pues los dientes le rechinaban por el frío del anochecer.
10 -Lewis, tu padre es médico. Tenemos que volver a la ciudad y traer ayuda. Esta mujer está embarazada. Al filo de la media noche una ambulancia entraba en el parque llevándose a la joven mendiga a un hospital en donde, esa misma noche, dio a luz a una niña preciosa y sana. A los demás indigentes les realizaron chequeos rutinarios y certificaron que, aparte de cansancio y hambre, no tenían ningún otro problema de salud. A los pocos días y conforme la noticia fue corriendo de boca en boca, la leyenda dio paso a la explicación y al análisis más real dejando el misterio y el miedo en un segundo plano. Así se supo al fin que la llegada de aquellos que se creían fantasmas a las primeras calles de Gloversville en busca de alimento que los vecinos dejaban en las puertas de sus casas y estas desaparecían sin dejar rastro no eran sino los mendigos en busca de comida que dar a la joven embarazada; y que estos habían hecho de la mansión del terror un lugar del que escapar del frío, de las bromas pesadas de los vecinos y de las amenazas de la policía y el sheriff. Había pasado ya un año desde aquella fatídica fecha de Halloween. En la actualidad el parque de atracciones había comenzado a derruirse por su parte trasera, justo donde se encontraba la mansión del terror, en cuyo solar se está construyendo un dispensario médico que atendería a las muchas familias que vivían en las granjas del bosque y alrededores. Los mendigos fueron alojados en centros del Estado donde aprendieron un oficio que les diera una nueva oportunidad en la vida. Junto con ellos una preciosa niña de un añito comenzaba a balbucear sus primeras palabras. Antes de marcharse se despidieron emocionados del grupo de niños que aquella tormentosa noche de octubre les salvaron, permitiendo que una nueva vida surgiera desde el fondo de la pobreza y mendicidad más absolutas. Buddy, completamente integrado ya en su pandilla cuyo líder, Lewis, seguía ejerciendo como tal pero de otra forma, se prometió a sí mismo que no volvería a vivir una aventura igual en el resto de su vida, aunque en el anochecer del nuevo Halloween, un año después, y guiados por un estímulo desconocido, el grupo volvió a lo que quedaba del parque, esta vez rodeado de grúas y camiones. Una vez en el interior del recinto, esta vez libre de nubes el firmamento, sus pasos se encaminaron hacia donde moría el sendero principal del parque. A poco menos de diez metros, el tiovivo les cubrió con su sombra al tiempo que los caballitos mostrando sus siluetas fantasmagóricas comenzaron a moverse a una rapidez vertiginosa mientras el sol se ponía en el horizonte anunciando una nueva, quizás la última noche de Halloween.
10 Antonio León García 25–octubre-2011
27 de octubre Fiesta de la castaña. Primero infantil, 1 ciclo salen un poco antes del recreo. Día de la biblioteca. Con vídeo promocional, que cada ciclo coja a un niño o una niña que hiciera publicidad de la biblioteca. Se colgaría la semana que viene. Se coge uno por nivel. Alfarero. Día de la familia. El alfarero sería para esa fecha