ANTOLOGÍA DIGITAL
10º Certámenes de Invierno Organización Cultural “La Hora del Cuento”
Bialet Massé (Córdoba, Argentina) Octubre 2015
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La siguiente es una antología digital conformada por las obras de los escritores que participaron en los 10º Certámenes de Invierno organizados por la Organización Cultural "La Hora del Cuento" (Bialet Massé, Córdoba, Argentina). Cada obra publicada en esta antología se corresponde a la obra enviada por cada escritor según su participación en los 10º Certámenes de Invierno 2015. La antología digital posee un I.S.B.N. como publicación digital cuyo número es:
Así mismo queda totalmente prohíbida la distribución parcial de la obra, no así su libre distribución completa bajo licencia Creative Commons 4.0 Internacional. Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional(CC BY-NC-ND 4.0)
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ACOSTA LARROSA, ELSA Reside en Montevideo, Uruguay.
Vida y muerte del Tigre Nº 5 y de Robustiano Fernández, el barbero
“El año 13 coláronse nada menos que 6 tigres una noche cruzando a nado el río desde la costa del Cerro. Una gran quemazón habida en los pajonales de aquel punto, los puso en huida y dispersión, debiéndose a esa circunstancia la venida inesperada de los tigres, sin que nadie advirtiese su introducción”. Isidoro de María. (La venida de los tigres - Fragmento).
Parecía un día como cualquier otro en el monte de Pajas Blancas. Pero sin embargo iba a ser distinto para ese animal de piel manchada y aire displicente. Los pajonales se prendieron fuego y todo en derredor estalló en humo y calor. El tigre vagó desorientado hasta poder oler el agua. Ya la tardecita se había llenado de estrellas y una luna sosegada clareaba la noche. Nadó y nadó. Ganó otra costa. Desde donde estaba, a pesar de que le ardían mucho los ojos, le pareció ver unas luces amortiguadas. Reptando pasó por debajo de unos palos rotos. Se quedó agazapado en el hueco de una pared oscura. Tenía hambre y miedo. No le gustaba ese lugar. No tenía pájaros ni pasto. Cuando se moviera algo delante de sus ojos iba a saltar para atraparlo. 3
Parecía un día como cualquier otro en el Montevideo aldeano. Pero Robustiano Fernández, el barbero, no había pasado una buena noche. Algo lo mantuvo despierto largo rato, un presagio, una inquietud. Al final, pudo dormir algo. Cuando se levantó le ardían los ojos. Llenó la palangana con agua fresca y se lavó la cara y abajo de los brazos. Ya vestido, se preparó un té de yuyos que bebió con ansiedad. Dos casas lo separaban de la barbería. Quería estar temprano porque necesitaba asentar el filo de las navajas. Ayer tuvo problemas con el Cabo Gutiérrez. La navaja más nueva no se deslizó bien por la cara del hombre y éste pagó refunfuñando. Y Robustiano estaba observando desde hacía unos días un temblor (esporádico, convulso) en su mano derecha. Todo había empezado, o él lo relacionaba, con la noticia de la muerte de su hermana, en Buenos Aires. Llevaba la llave en la mano. Era temprano de la mañana cuando atrapó a su presa y era cerca del mediodía cuando lo mataron. Lo encontraron escondido abajo de la cama. Él no supo nunca que eso era una cama, él pensó que era una hondonada de su monte natal. Oyó gritos raros y sintió dolor en su piel manchada. Como ayer, estallaron fuegos en derredor, pero esta vez partieron su corazón. Distraído le dio la vuelta en la cerradura y cuando la puerta se abrió, algo saltó sobre él destrozando sus sueños, sus preocupaciones, sus penas y los milagros chiquitos, cotidianos, de su vida rutinaria. Tres días después iba a morir en el Hospital del Rey. Ciento cincuenta años después de estas dos muertas montevideanas, en Europa, inteligentemente, se empezaba a hablar de Etología.
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El barco aquel 3º Premio en Microcuento en los “Certámenes de Invierno” de La Hora del Cuento 2015. El Titanic daba vueltas en un mar circular. De pronto se llenó de agua y se hundió. Una mano de niño aburrido frustró a una cáscara de nuez que soñaba grandezas.
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AGUILERA CABRERA, FEDERICO GABRIEL Reside en Concarán, provincia de San Lui.
Pueblo de arena
Escena I Llega al lugar el jinete. Su caballo está cansado. Le cuesta mover el cuerpo en aquel pueblo fantasma. Está solo y abandonado a su suerte. ―Dicen los wicca del norte que éste será otro festejo. ―Pero la carta está lejos. ¿Llegaremos al poblado? Los dos espejismos se alejan cabalgando. Escena II Amanece en la comarca. El pueblo sonríe y muestra su alegría al saludar, pues vienen ocurriendo, uno tras otro, muchos sucesos positivos para ellos, pero entonces, de repente, se acerca la caravana. Llevan un arma en la mano. Elcides intenta defenderse, pero las balas son un golpe demaiado bajo. Toman entonces la carta para ellos, y en el cielo cruzan como dos nubes. Todo se oscurece de repente. Escena III Estoy despierto. Una voz se escucha a lo lejos. Veo la arena. Siento que la arcilla rodea mis brazos y mi cuerpo, y entonces llegan ellos, más cerca de mí que de su propia cara. 6
Escena IV Estoy con la pluma y el lápiz cerca del papel. Mi sueño de anoche no ha terminado de tejerse todavía, pero llega. Los soldados, según dicen, son los de La Muerte. Prefiero no escucharlos. En este sitio he hallado la paz, porque es más verde que un bosque, y de repente llega tu boca. ¿Lo que quiero preguntarte? Por qué se derrama cuando llora la mañana.
Piel y recuerdo Tengo un laurel en los ojos que toma de mis palabras su vida. ¿Aún viven tus latidos, corazón? Se dan en mi rostro tantas palabras caídas que iluminan cada día al despertar. Pasan tus pies infinitos sobre mi sombra y en un latido lunar… soy canción. Miradas, besos, olas del pasado se posan en mi cama anunciando calma. Una mueca en mi cara llama a la lluvia. Solas en el alma, las gaviotas giran con sus alas mirando al Infinito. Hoy no has venido. Fue sólo un eco. Llueve en mi pecho, mas tu desnudo abril mostrando las piernas entre las sábanas fue sólo una postal, hora vivaz y sutil, hada andante que me muestra 7
un destino no ocurrido. ¿Lo encontraré nuevamente? ¿Lo encontraré al desandarlo? Sólo anúncialo y ahí estaré para volverlo a hallar, para volver a sentirlo en mí como tus manos les dan… su piel y su amor a las mías.
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ALBALAT, NORA Reside en Mar del plata, provincia de Buenos Aires.
Amor de hija No sé en qué momento comenzó la transformación. Solo sé que hoy, mientras me lavaba las manos, noté que estaban más pálidas, más ásperas, más arrugadas, más flacas. Supuse que sería la falta de sueño, el cansancio y la preocupación de tantos días junto a la cama de mi madre, que pelea por su vida ayudada por mi aliento. Sin embargo, cuando quise secarme, me costó alcanzar la toalla. Un tirón en la espalda me obligó a bajar el brazo; y un gemido, salido involuntariamente de mi garganta, me sobresaltó. No reconocí mi voz. Intenté ensayar alguna palabra, para escucharme de nuevo; tararear alguna canción, y no pude emitir más que algunos sonidos guturales. La sensación de la lengua dentro de mi boca fue lo más llamativo. La sentía seca y un tanto rígida. Hice el ademán de mirarme la lengua en el espejo. Recién ahí tomé consciencia de que estaba sucediendo algo increíble: el espejo del botiquín estaba casi veinte centímetros más arriba que antes y ya no podía verme en él. Intrigada, decidí ir hasta la habitación de mamá para mirarme en el espejo de la cómoda. Las piernas apenas me respondían. Agarrándome de los muebles, a duras penas, llegué. Antes de mirarme en el espejo, observé a mi madre. Ella estaba dormida a pata suelta en la cama, ¡qué suerte! Se había podido colocar en una posición cómoda sin mi ayuda. Me acerqué a mirarla más de cerca con miedo de que fuera tan solo esa mejoría que les viene a los moribundos momentos antes de expirar y entonces me di cuenta de lo que había pasado: ¡Mamá lucía treinta años más joven! Por alguna razón que no puedo comprender, tal vez por la fuerza del amor, se cumplió mi deseo de cambiarle los años para no verla sufrir. 9
ALVARADO, MÓNICA Reside en Olivos, provincia de Buenos Aires.
El asesino 2º Mención en Cuento Corto en los “Certámenes de Invierno” de La Hora del Cuento 2015.
Supo que tenía que matar otra vez, esa sensación en el cuerpo se lo indicaba. Volvió al ritual, se puso el abrigo negro, los guantes y el gorro. Caminó por la avenida, a esa hora ya había muy poca gente por las calles. Se quedó parado en la esquina más oscura hasta que pasara quién estuviese pidiendo que lo mataran. Sentía la vibración del otro, percibía quién quería morir. Él le cumplía el deseo y saciaba el propio. Sólo tardó media hora en pasar el indicado, no le costó ningún trabajo. Comenzó a seguirlo a unos metros de distancia, el tipo parecía tranquilo, pero no lo estaba, él lo sabía. Apuró su marcha, estuvo caminando una cuadra a unos pasos del sujeto, podía escuchar que le pedía a gritos que lo mate. El muerto quedó tendido en el callejón y él siguió su camino, se sacó el gorro, los guantes y volvió a su casa. Anotó en su cuaderno: 15/12/85 VÍCTIMA N° 12 Oí su voz implorándome que lo mate, era un ruego. Me apiadé y cumplí su deseo. Se tiró en la cama, se durmió enseguida. Despertó transpirado y agitado, quiso acordarse de lo que estaba soñando pero no lo logró. Tuvo temor y resonó en su mente el número trece, como un recuerdo 10
que no supo identificar si era del sueño o de su vida. A la mañana siguiente se levantó cansado y fue a la oficina, parecía un tipo tan común que siempre pasaba desapercibido. Cumplía con su tarea, nunca discutía por nada con nadie, pero ese día un compañero bromeó con él diciéndole que estaba tan pálido que parecía un muerto. Lo miró con tal fiereza que el pobre hombre le pidió disculpas y se fue a su escritorio. Desde la muerte anterior había quedado fuera de eje, sentía que tenía que volver a matar, pero pensar que la próxima sería la número trece lo hacía temer, “maldita superstición”, se dijo. Tuvo que dejar pasar varios días para que se acreciente la necesidad y salir en busca de una víctima. Casi un mes tardó, ya era imperioso, era tal la exigencia de muerte que salió decidido. Subió al auto, más de una hora le tomó llegar a Tucson. Estacionó, se puso el abrigo negro, los guantes y el gorro. Bajó, caminó con la firmeza de poder hacerlo. Eran las once y media de la noche más fría del año. En la siguiente esquina se apoyó en un poste de alumbrado a esperar. Se hizo interminable la espera, pero cuando el tipo pasó, supo que era él. Su mente se debatía entre el miedo y la necesidad. Comenzó a seguirlo, al cabo de una cuadra ya estaba tan cerca que podía percibir el apremio del otro. Vibró. Vibraron. Cuándo lo tuvo cerca, a tiro para matar, su mente confundida se dio cuenta que la vibración de muerte era la propia. El tipo se dio vuelta, le clavó un puñal en el cuello. Cayó al suelo y mientras se desangraba dijo: “Yo sabía”.
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AMARILLA, JOSÉ ÁNGEL Reside en El Calafate, provincia de Santa Cruz.
Recuerdos de Phuket Ricardo y Daniela tenían sobradas razones para festejar. Ella acababa de ser ascendida a un nuevo cargo ejecutivo en la compañía aérea donde trabajaba. Él, después de ganar una dura y extensa batalla contra el alcoholismo, que tantas consecuencias le había ocasionado en el trabajo y en su entorno afectivo, se había quedado solo. Fue cuando tocó fondo y decidió internarse en una clínica especializada en adicciones, donde con paciencia y perseverancia comenzó una lenta y larga recuperación. Tal vez como premio a esa lucha solitaria, tuvo la enorme fortuna de conocer, enamorarse y enamorar a Daniela. La conoció en un vuelo de cabotaje. Ella era una hermosísima azafata que deslumbraba de belleza y simpatía. La noche del 30 de julio, Ricky la llevó a cenar a “Mediterráneo” un restaurant gourmet de platos afrodisiacos, donde el show en vivo y la música no son una ocasión. Apenas entró, habló en voz baja con el maître para pedirle que exactamente a la hora cero, los músicos cantaran el Feliz Cumpleaños, seguido de “Abrázame”, dedicado muy especialmente a ella; y al mismo tiempo llevaran a la mesa, una torta de chocolate con crema de almendras y una botella bien fría del mejor Champagne. Así fue para sorpresa y delicia de Daniela. Pero el festejo no terminó ahí. Antes de volver a casa, Ricardo la llevó al Hotel Boutique “Honeymoon”, recientemente inaugurado, con la sorpresa que al entrar a la suite, en la cama estaba dibujado un corazón rojo, con rosas rojas, y un “Feliz cumpleaños, Amor” dibujado con pétalos de jazmín del cabo, que perfumaban el ambiente con un delicado aroma de exquisito dulzor. Daniela, entre sonrisas y lágrimas, devolvió el gesto con un intenso abrazo y un beso con la misma dulzura y el mismo candor. Aquello fue un atisbo, un gesto menor ante la explosión de erotismo que sobrevino después. Ella, sintiéndose halagada, quiso retribuir con un placentero y reconfortante masaje tailandés (Nuat Thai) aprendido en sus últimas vacaciones en Phuket. Se dejó ayudar con un delicado 12
aceite aromático que desparramó a lo largo y ancho de la espalda de Ricardo. Sus manos se desplazaban desde la base del cuello hasta la planta de los pies con la misma sensualidad y placer. Mientras Ricardo se relajaba descontracturado, una lenta pero creciente sensación erótica se encendía. Mucho más cuando se invirtieron los roles y las manos de él recorrieron el mismo camino con igual resultado de relajación, placer y erotismo. Se sumaban los besos cuando ella dijo: “Tengo sed”. Ricardo, veloz, se acercó a la heladera para tomar un botella de agua saborizada, cuando vio una petaca de licor de chocolate que tanto le gustaba a ella. Tomó la petaca y se la alcanzó con una mirada cómplice. Ella sorbió un trago, degustándolo lentamente, gozando del aroma a chocolate, de la textura de la crema escurrida en los labios y la lengua, y sintiendo desvanecer lentamente el sabor a licor. Esos juegos preliminares no sólo lo habían relajado, sino que lo hicieron entrar en calor y le despertó una intensa sed que trató de saciar casi con desesperación. Tomó el agua saborizada y bebió con fruición hasta la última gota. No transpiraba, pero estaba levemente humedecido y jadeante. El brillo del aceite de coco resaltaba su musculatura atlética. Cuando estaba frente a la heladera, enroscando la tapa de la petaca, recordó la película “Nueve semanas y media” protagonizada por kim Bassinger y se tentó a emularla a su modo. Regresó a la cama con la petaca de licor. Usando la lengua de paleta, pintó con el licor las partes íntimas de Daniela, comenzando por los pezones, donde lamió con delicadeza. Repitió el juego en el ombligo, mientras ella jadeaba y gemía. Deseaba un trago de agua fresca, pero para no enfriar el clima optó por un trago largo de licor. Cargó la lengua de esa sustancia chocolatada y espesa con un dejo de dulzor y frescor y lo llevó con la mayor suavidad a los labios más íntimos de ella. Con besos suaves, y leve pasar de lengua, fue desparramando esa crema que se mezclaba con ese otro licor natural y salino en un clima de intensas sensaciones eróticas, placenteras, ávidas de deseos. Ella estaba absolutamente entregada a ese deleite que la estremecía sin el mínimo pudor, por el contrario, era tanto el placer, que se entregaba de cuerpo y alma a sentir todas y cada una de esas sensaciones, que se iniciaba en ese roce de lenguas y labios, pero que invadía todo el cuerpo y toda el alma. Fue un goce y una felicidad nunca antes experimentada. Era la sensación de explosión de múltiples orgasmos repetidos en cadena. Pero también había una felicidad de un goce interior, de sentirse plena, gustada, amada y ella misma entregada para devolver, compartir, y potenciar el mismo placer. Ricardo lo experimentaba del mismo modo. La amaba, y habían pasado muy buenos 13
momentos, pero este en particular era intensamente maravilloso. No querían terminarlo pronto, por el contrario. Tomando aire, respirando profundo, repitió la escena, comenzando por la boca. La besó con delicadeza, apenas rozando los labios, mordiéndola levemente después. Le dio licor de boca a boca, entrelazando las lenguas una y otra vez. Con un alto mínimo, apenas necesario para que ella se recompusiera levemente, continuaba por los pechos, el ombligo… hasta llegar a su parte más íntima y sensual. Ricardo cada vez que sorbía el licor de chocolate sentía recomponer, hidratar y endulzar la lengua, el paladar y la garganta. El juego se fue haciendo más intenso y efectivo. También ella decidió probar y libar en forma inversa. Cuando retomó Ricardo, la pequeña petaca estaba vacía, por suerte en la heladera del hotel había otra… pero de whisky. Sorbió un trago y compartió con ella de su propia boca. El whisky, al ser más líquido, escurría por el cuerpo de Daniela. Con manos y brazos improvisó un canal para guiar el curso hacia abajo, por el mismo camino hasta desembocar en ese cuenco final, prodigo en otros licores y elixires. Las palabras de amor, entre jadeos, pasaron a ser balbuceos guturales, mientras ella con los ojos cerrados y los labios levemente apretados soñaba el mejor de los sueños de princesa azul. Ricardo, apretándola cada vez con más intensidad, luchaba contra el calor y ese deseo sofocante, que amagaba con el principio del fin. Prolongaba el placer absolutamente concentrado y consciente de no poder apresurarse ni distraerse… aun cuando fuere para beber un trago de agua fresca. No quería romper ese clima perfectamente creado, armoniosamente logrado. Atenuó la sed con un trago ardiente de la petaca cuyo contenido estaba por debajo de la mitad. Daniela había alcanzado un grado extraño de trance, mitad sueño, mitad delirio. Lúcida y perdiendo la razón, recordando los hermosos momentos y olvidando todo para entregarse mejor… sin pensar. Ricardo afanado en prolongar ese juego de placer, volvió a la heladera contento de ver que aún quedaba combustible para alimentar esa máquina de deseo: tres botellas de champagne de trecientos treinta mililitros. Destapó una y sació esa sed que pedía agua en cantidad, bebió y bebió hasta acabar la última gota. La habitación estaba muy bien calefaccionada, pero la intensidad del juego amoroso los deshidrataba a ambos. Destapó la segunda para compartir con ella y volver al juego que se repetía con el mismo placer, sólo habían cambiado los licores: primero chocolate al licor, después whisky y ahora champagne. A ella no le afectó, ni le disminuyó el placer con ese cambio de sustancias, de color y sabores distintos. El sólo lo percibió en sus papilas gustativas, pero nada más. El juego era 14
intensamente erótico y bellamente placentero, pero también a cada minuto que pasaba se sentía más débil para resistir esa explosión de placer. Era consciente que pronto iba a culminar en un brutal orgasmo. Si al menos pudiera repetir un par de vueltas más ese recorrido de norte a sur, de arriba hacia abajo. Y lo intentó aunque su erección era intensa y urgente. Las palabras de ternura habían desaparecido en él y en ella. Sólo eran intensos jadeos y balbuceos guturales más repetidos y más fuertes. Ella tal vez se hubiese percatado que el final estaba próximo, si al menos hubiese abierto los ojos para ver parte de la escena que miraba él en el espejo. Pero no, ella prefería esa entrega semidormida de ensoñación. Hasta disfrutaba de esos brevísimos momentos en que él, por segundos no la tocaba, hasta que luego volvía con un ramillete de besos y caricias intensas. La última pausa le pareció más espaciada y esta vez sí le intrigó la espera, además, ella también deseaba consumar ese fuego que la abrasaba con intensa pasión y deseo. Fue cuando por primera vez abrió los ojos para ver la escena: Ricardo estaba arrodillado al lado de la cama. Con una mano acariciando la luna y con la otra inclinando la botella haciendo fondo blanco al último champagne. Bebió hasta la última gota, se escurrió los labios con la lengua y hasta le pareció ver que masticaba ese último trago. Estaba como poseído y absorto en otro mundo, con la mirada perdida, pero sin dejar de libar el dedo humedecido en el mar de la serenidad. Entonces le vio los ojos, rojos, intensamente rojos como el de un lobo estepario en celo. En ese instante comenzó a desparramarse sobre sí mismo. Ella, absolutamente incrédula, veía esa patética escena escuchando atónita sus últimas palabras dichas en un murmullo pastoso: “¡Viva Perón, carajo!”. Repetía la frase “Viva Per…” cuando cayó profundamente dormido, en un voraz sueño de alcohol.
Desgracia con suerte La obra estaba ubicada a la vera de un pasaje en bajada que terminaba en la alambrada de una chacra lindera. Luis, de origen peruano, era el capataz. Cierto día recibió instrucciones para enviar tres cajas de un raro y caro porcelanato. Por la urgencia debía ser enviado por jet pack. Al dueño no le importaba el costo de envío, pero sí, que las piezas llegaran lo más pronto posible. Insistió en la urgencia y el cuidado, exigiendo que se embalara y manipulara con mucho cuidado. 15
Tanto insistió, que Luis se encargó personalmente del asunto. Pero surgió un problema con el vuelo, y tuvo que volver con los porcelanatos. Cuando llegó estacionó la camioneta en el pasaje, y bajó para abrir el portón. Pero la camioneta que había quedado en neutro y sin el freno de manos accionado, comenzó a rodar a una velocidad progresiva ante la desesperación de Luis, quien, aunque corrió presuroso no pudo alcanzarla. Así fue la explicación telefónica del suceso: ―Hola patrón, patroncito. ―Hola Luis, ¿qué pasa? ¿Cómo te va? ¿Pudiste despachar los porcelanato? ―Por eso lo llamo mi jefecito. ―Bien, pásame el número de guía. ―Ejem... cojc, cojc... ―Que pasa, estas engripado. ―No patrón, es otro el problemita. ―No me digas que llegaste tarde para el primer vuelo. ―Se canceló ese vuelo jefe. ―¡La puta madre! ¡Envialo en el próximo vuelo que salga! Despachalo con carácter de urgente y repito pongan el máximo cuidado por favor. ―Sí, lo tuvimos... pero tuvimos un percancito. ―¿Qué tipo de “percancito” Luis?... No, entiendo. ―Como se suspendió el vuelo regresé al obrador... y... y... ¿Usted recuerda como es ese pasaje? Vio que es harto traicionero... y tremenda pendiente tiene. Yo estacioné ahicito. Y en un de repente, cuando bajé para abrir el portón... se me escapó la tortuga... como dice el refrán. Se me fue la camioneta. Usted sabe patroncito que aquí sopla harto viento, ahora yo también lo sé,… pero no imaginé que fuera tan cabron que podía mover una camioneta. En Perú no pasa eso jefecito. Y la camioneta se fue derechito derechito... al portón. El portón voló por el aire y siguió derechito, derechito... al galpón. Y adentro estaba don Osorio po... tomando mate estaba. Buen tipo es don Osorio… bah, ¡Era! Ejem… Cojc… Cojc... Como la puerta estaba cerrada, el no vio llegar la camioneta, pero yo sí. Cuando la camioneta se estrelló en el galpón fue como una explosión y voló toíto: Las chapas, los fardos de alfalfa, el tobiano de don Osorio... el mate de don Osorio, la dentadura de don Osorio y... ¡y don Osorio… Ejem! ¡cojc! ¡cojc! ¡Tremendo susto me llevé! Pero más me preocupé cuando se disipó la nube de polvo y paja y vi que la camioneta flotaba en el río. Y por más que buscamos al abuelo no lo encontramos. Ni a él, ni al mate. Solo encontramos la dentadura… clavadita en las ancas del tobiano 16
estaba… allacito del otro lao el río. Pero sabe una cosa patroncito... Su cerámica está intacta, patroncito… ¡Hola!... ¡Hola!... ¿Me escucha jefe?... ¡Jefe! ¡Jefecito!... Se cortó.
El otro El 6 de enero de 2015 murió Néstor Femenía víctima de un cuadro de desnutrición, agravado por la indiferencia de sus gobernantes. El niño Qom tenía siete años, pesaba solo 20 kg… cuatro veces menos que el peso de la fortuna del otro Néstor.
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AMATO, MARÍA ISABEL Reside en Córdoba, provincia de Córdoba.
La pequeñez y la grandeza La pequeñez según desde la perspectiva que se la enfoque puede ser beneficiosa o inconveniente. Una pequeña célula puede formar algo tan sublime como la vida, pero esa vida puede ser tan pequeña y aborrecible que puede trocarse en muerte, este es un acabado ejemplo de la relatividad de las certezas. Con la grandeza ocurre lo mismo quien puede dudar de la belleza del cielo en su inmensidad o de lo grandioso de la naturaleza y quien no sufre inagotablemente ante la infinitud de un incendio que destruya esa hermosa naturaleza dos caras de una misma moneda, la grandeza. La pequeñez dado su escasez de tamaño necesita hacer ruido para hacerse notar por lo tanto grita, chilla también es lábil, engañosa, envidia profundamente a su archienemiga, la grandeza y se vale de las más ruines tretas para hacernos creer en ocasiones que es idéntica a la ella. La grandeza por su parte tiene ciertos defectillos dado su gran inmensidad y profundidad es un poco perezosa, se mueve con lentitud, es silenciosa, mala promotora de sus cualidades, suponiendo que la veremos por todos lados y viviremos de acuerdo a su espíritu, a veces le cuesta comprender que el pérfido roedor, la pequeñez, la pone al borde del jaquemate. Si lo ponemos en términos de una fábula diríamos que la grandeza es la gata persiguiendo a la ratona doña pequeñez, la ratona es sumamente hábil, se come el queso, pero sin quedar atrapada y en ocasiones sin que la gata lo advierta le comienza a morder la cola, es entonces que como buen roedor se apodera de almas y corazones y así la gata comprende que no utilizó las tácticas precisas a pesar de su supuesta y lógica supremacía. Un día la grandeza agotada de perseguir a la pequeñez con escasos resultados tuvo que aguzar su inteligencia, fue cuando se le ocurrió 18
hacerle una propuesta a la vil pequeñez y la llamó. ―Escucha, sal de tu cueva, quiero conversar contigo. ―¡Ah! si, jamás saldré, tú lo que quieres es atraparme. ―No, sal me cansé de perseguirte, quiero proponerte un trato, no voy a lastimarte. ―Eres una mentirosa, no me arriesgaré. ―Bueno las dos sabemos, que la maestra en mentiras eres tú, yo miento muy pocas veces, sólo cuando necesito ser piadosa o si la mentira conduce a un buen fin y no es el caso, persigo un buen fin sí, pero no necesito mentirte, vamos ven. ―No saldré. ―Bien puedes escucharme igual, quiero hacerte una apuesta. La curiosidad pudo más que el miedo y doña pequeñez salió de su escondite. ―¿Una apuesta dijiste? ―Si una apuesta, ya no quiero correrte más, el reinado lo apostaremos, ya ves cumplo con lo que dije estas frente mío y no intento perseguirte. ―¿Y qué quieres apostar? ―Este corazón al borde del cual las dos estamos paradas. ―Está bien acepto― dijo la pequeñez desafiante y con un dejo de autosuficiencia. ―Bien, las reglas son las siguientes, ninguna molestará o entorpecerá la labor de la otra, cada una hará su tarea en paz, pero la perdedora sin más trámite abandonará el terreno disputado y permitirá a la triunfadora tomar posesión del lugar. ―Estoy de acuerdo, es un trato justo. Y cada una se marchó a su tarea. Cierto día en una pyme quedó vacante un puesto sub-gerencial, segundo puesto en importancia dentro del organigrama, ya que el gerente era el dueño de la pequeña empresa. El gerente ya tenía perfilado al nuevo subgerente de la empresa, pero para hacer una elección justa y transparente convocó a los veinte profesionales de la empresa y les pidió curriculum actualizado, luego tomó exámenes para el puesto. De la preselección quedaron dos postulantes para el puesto Cristián Ramírez y Gonzalo Argañaraz, Cristián era el favorito del gerente, su curriculum era superior al de Gonzalo, pero fiel a su estilo el gerente volvió a tomarles un examen final para que los dos tuvieran igual oportunidad. 19
El examen de Cristián era sobresaliente, no tanto así el de Gonzalo, la decisión era indudable, sin embargo, había una razón, el gerente no podía precisar cual, una corazonada quizás, por la cual no le convencía tal elección, fue entonces cuando se le ocurrió una última prueba. Primero lo llamó a Cristián. ―Adelante, Cristián, tu examen es superlativo. ―Gracias, Federico ―Cristián denotaba suma confianza en su rotundo éxito. Sentía que todo esto era un mero trámite, el puesto era suyo. ―Sólo falta un detalle más, necesito tu respuesta ante el siguiente dilema; supongamos que ya en tu puesto de subgerente yo me enfermo y debes reemplazarme, en ese momento llega el presidente de la compañía japonesa con la que como sabes estamos por firmar contrato, no se puede esperar mi regreso, urge negociar los contratos ¿cómo lo resolverías? ―Bueno qué pregunta tan extraña. ―No quiero tu juicio de valor quiero tu resolución del problema. ―Haría uso de mis facultades en ese momento, si estoy en ese puesto es porque puedo hacerlo, lo resolvería estoy seguro, es más respecto a esos contratos yo tengo algunos proyectos que… ―Suficiente Cristian, salí y que entre Gonzalo. ―si… claro ―Cristián quedó desorientado Federico lo interrumpió sin más, no se interesó en sus propuestas… ―Adelante Gonzalo, sentate. Gonzalo se mostraba muy nervioso. ―Bueno Gonzalo, tus exámenes tienen algunos errores, pero nada que no puedas aprender, ahora contéstame esta pregunta― y el gerente le formuló exactamente la misma pregunta que a Cristián. ―Es algo difícil de responder. ―Gonzalo estaba dubitativo, parecía no encontrar las palabras. ―Vamos hombre tranquilízate y pensá yo sé que tenes una buena respuesta. Gonzalo se tomó unos minutos y luego más confiado contestó: ―Primero analizaría la propuesta, si la creo conveniente prepararía un plan de acción, también consultaría a nuestros abogados y trataría de comunicarme con vos para que me guíes y apruebes lo actuado o no, en consecuencia, obraría. ―Mi participación no cuenta, digamos que estoy muy enfermo y no puedo decidir ¿qué harías? ―Bueno esto que voy a responder no sé si es lo que se esperarías 20
de mí, pero yo en realidad siento que no estoy capacitado para tomar una decisión de tal envergadura sólo, así que, si no pudiese contar con tu asesoramiento, reuniría a todos los profesionales y jerárquicos de la empresa les pediría opinión y entre todos decidiríamos los rumbos a seguir hasta tu regreso, tratando de mantener el barco a flote. ―Bien Gonzalo, bien, ahora volvé a tu tarea, pronto sabrán mi decisión. A la semana siguiente el gerente llamo a los dos postulantes. ―Bueno señores los llame para comunicarles mi decisión. Tanto Cristián como Gonzalo estaban preparados para la lógica buena nueva… ―Gonzalo Argañaráz felicitaciones eres el nuevo subgerente de esta empresa a partir del próximo lunes. Cristian y Gonzalo no podían salir de su asombro por distintas circunstancias, pero no comprendían tal decisión. ―Supongo querrán saber los fundamentos de mi decisión. ―Claro… ―dijeron al unísono. ―Mi abuelo fue obrero de esta empresa, cuando sobrevino la crisis de los años treinta la iban a cerrar, entonces él y un grupo de compañeros trabajaron codo a codo y fundaron la cooperativa que hoy después de tres generaciones conforma esta empresa, ese es el espíritu que deseo mantener, la cooperación entre todos y cada uno de los miembros del staff, yo les planteé un dilema a los dos por igual y tu respuesta Gonzalo fue la adecuada para su resolución de acuerdo a mis pretensiones. ―Bueno no sé qué decir. ―Y en cuanto a ti Cristian, tus capacidades son excelentes, no quiero perderte así que te nombro subrogante de Gonzalo, deberás asistirlo en todo, creo que los dos se complementarán perfectamente, cada uno del otro tiene cosas para aprender. Esta vez la grandeza le había ganado por goleada a doña pequeñez, pero el ratoncillo no estaba dispuesto a retirarse sin más. La furia de Cristian destellaba en su mirada, como era posible que el inepto de Gonzalo se hubiera quedado con su puesto y además el tuviera que asistirlo no se lo iba a hacer fácil, tenía que demostrarle al gerente su error. En pocos meses el gerente enfermó gravemente, Gonzalo quedó a cargo de la empresa y próximamente habría que negociar los con21
tratos con los japoneses, Cristián esperaba agazapado la oportunidad para lucirse planificaba minuciosamente dejar en evidencia a Gonzalo. ―Estas incumpliendo el trato pequeñez. ―Hay por favor Cristián sin mí no funciona, no pensaras que voy a retirarme. Fue entonces cuando la grandeza comprendió que debería usar métodos más agresivos para abordar aquel corazón que le pertenecía. Gonzalo y Cristián estaban reunidos analizando los posibles contratos. ―Quiero consultar al resto del equipo. ―Hace lo que quieras, pero esto está redondo así. Tantas opiniones… ―Perdón que interrumpa, Cristian te llaman de tu casa por línea uno. ―De mi casa y por qué no al celu ah claro lo apagué. ―Parece urgente. ―Si hola. Que, no voy para allá ―el rostro de Cristian se transformó en cuestión de segundos. ―¿Qué pasó Cristian? ―Es mi hijito de tres años, se cayó a la pileta de natación se golpeó la cabeza contra el borde ―a Cristian se le cortó a voz en llantos― lo están llevando a la clínica. ―Vamos te llevo. Después de dos horas. Gonzalo nuevamente en la fábrica reunió a lo jerárquicos. ―El hijito de Cristián tiene un hematoma interno en su cabeza, el golpe fue tremendo deben operarlo de urgencia para aliviar la presión intracraneal, necesita dadores de sangre y es 0RH negativo, le faltan dos dadores los demás ya los consiguió, uno seré yo casualmente es mi grupo, por favor les pido desparramen la noticia a todos a ver si conseguimos otro. Quince días después. ―Cristián, ¿Qué haces por acá? ¿Cómo está el chiquitín? ―dijo Gonzalo estrechándole cálidamente la mano. ―Gracias a Dios se recupera día a día, en realidad vine a hablar con vos. ―Si por supuesto, pido café y charlamos, pero desde yate digo que si es por licencia ni tendrías que haber venido, el tiempo que necesites es tuyo, además te cuento que Federico se está recuperando tam22
bién y enterado de esto me dijo lo mismo todo el tiempo que necesites y si necesitas ayuda económica me autorizó también a dártela. Cristián estaba visiblemente emocionado. ―Gracias, pero no vine a eso, vine a darte las gracias, vos ayudaste a salvar la vida de mi hijo y también vine a disculparme yo no era merecedor de tu ayuda siempre quise perjudicarte. ―Por favor no hay nada para agradecer comprendí desde mi designación que querías perjudicarme y era un poco lógica tu bronca, pero bueno Federico decidió así y yo… ―Estoy muy avergonzado y comprendí con dolor mi pequeñez de espíritu, espero poder repararlo vos hiciste todo por mí. ―Está bien, pero en realidad no hice demasiado sólo utilicé el espíritu de esta empresa el cooperativismo, los reuní a todos y lo demás ya lo sabes… ―Vos sabes que hiciste mucho más que un simple cooperativismo, ahora me toca cumplir con los deseos de Federico a mí, primero te pido perdón y luego te digo que ahora si voy a ayudarte en verdad, en diez días vienen los japoneses, dame dos días y estoy acá. ―Ni se te ocurra te necesita tu familia ahora, aquí con todos los jerárquicos más o menos armamos una estrategia y contraté una intérprete de idiomas. ―Mi hijo se recupera y yo quiero hacer esto, además acordarte que conozco un poco el idioma, fue excelente tu idea de contratar una intérprete pero que alguien de nosotros conozca el idioma va a ser muy conveniente, además quiero decirte que no todas tus ideas eran malas yo hice que perecieran así ―¡Ah bueno, me quedo más tranquilo, tan burro no era! Tomemos el café que se enfría. Rieron los dos. ―Una pregunta más ¿quién fue el otro donante? ―Matías. Nuevamente la emoción. ―El portero, no puede ser que maravilla. ―¿Porque no puede ser? Apenas se enteró vino a verme. ―A veces ni si quiera, lo saludaba. ―Bueno esta sería una excelente oportunidad. ―Claro que si me voy a verlo y el jueves estoy por acá. ―Bien te espero, ah toma esto es para el chiquitín, todos hicimos una poya y compramos estos regalos, te lo iba a llevar, me a ahorraste el viaje ves que sos más inteligente que yo. Los dos se echaron a reír. 23
―Matías. ―Señor Ramírez ¿Cómo está su hijo? ―Mejora día a día va a estar muy bien, Matías como agradecerte, no tengo palabras. ―Por favor señor ni lo diga cualquiera hubiera hecho lo mismo. ―Mi nombre de pila es Cristian y no cualquiera hubiera hecho lo mismo, sobre todo con alguien tan arrogante como yo, en muchas ocasiones ni te he saludado. ―Eso no tiene importancia, yo sé lo que es no conseguir ese grupo sanguíneo he vivido situaciones similares. ―Mi eterna gratitud, señor Matías. ―No hay por qué. ―Buenos días Matías. ―Buenos días Cristian, le estaciono el auto. ―Sí, Matías tengo una invitación para hacerte, me enteré que en navidad estas sólo. ―Cosas de la vida. ―Mi familia y yo te invitamos a mi casa. ―Pero señor no es necesario. ―Mi nombre es Cristian y no acepto un no por respuesta esta es mi dirección y te espera. Y fue así que en esta oportunidad la pequeñez huyó como rata por tirante, permítaseme la ironía, y la grandeza hizo un rotundo jaquemate.
Al final de las lágrimas En cierta ocasión alguien me dijo a modo de proclama inexorable ha de llegar el día del final de tus lágrimas, ese día llegó: Pero nadie se atrevió a revelarme que al final de las lágrimas comienza el auténtico dolor ese dolor, lento, profundo, silente que transpola la piel, que recorre lacerante las venas, 24
que viaja con precisión de estilete al fondo de las entrañas para astillarlas, que toma de rehén al corazón y logra que el alma implosione convirtiéndola en miles de partículas cenicientas, grises que esconden la esperanza. Entonces, la mirada muta porque las lágrimas no acaban están dentro secas, sin sal y sin escape, cegando la alegría de la vida, replegando la brillantez de los colores. Los días transcurren bulliciosos y jugamos a anestesiar el dolor, es un juego perverso la banca siempre nos gana nos troca la risa franca, cristalina, por sonrisas complacientes, simuladas. Las certezas de las pérdidas irretornables siembran devastaciones inconmensurables y pánicos para colorar con luz el sendero. Ese es el punto de arribo a la quimera más íntima y solitaria que debamos soportar. Entonces todo ocurre, fluye alrededor y nosotros quedamos detenidos en ese puerto final casi detenidos porque sentimos pavor de volver a perder y empezamos a asirnos con desesperación a las esperanzas de los jóvenes para no naufragar mendigamos un puñado de sus sueños para no asfixiarnos. Al final de las lágrimas rengueamos entre recuerdos. Al final de las lágrimas alguien piadoso me oculto la verdad. Al final de las lágrimas se penan las cicatrices sin final.
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ARTEAGA HERNÁNDEZ, BÁRBARA LINA Reside en La Habana, Cuba.
Atardeceres Cae la tarde y Alba, como es costumbre al salir de la pequeña librería donde labora se acerca a contemplar ese bello atardecer junto al mar, se siente tan feliz, al sentir en su rostro como la brisa trae ese suave olor a salitre que al romper las olas cubren con pequeñas salpicaduras su rostro y mojan suevamente sus pies que se confunden con la fina arena y la espuma del agua en la orilla, se detiene a observar a los jóvenes que disfrutan unidos con el grupo de personas ya un tanto mayores pero que siempre acuden a darse sus baños y los ve sumergirse en las azules y cristalinas aguas, sus risas y voces llegan como bellas melodías hasta sus oídos. También se encuentra con Lucas, ese adolescente que todos admiran pues a pesar de presentar un grave problema que le impide caminar, asiste junto a su madre a su diario baño de mar, y ya es habitual para ella saludar a Ramón quien realiza sus ejercicios junto a sus dos perros. Alba, es una mujer de mediana edad, sencilla, algo delgada, no muy alta, de mirada expresiva y observadora, cuando sonríe expresa alegría y paz. Vive en un pequeño departamento cerca del litoral. Su grupo de amistades, es reducido la consideran una estudiosa de la literatura universal; la lectura de un buen libro junto al teatro, ballet y la música forman parte de sus hobbies y también disfrutar junto a sus amigos en la sala de su hogar un clásico del cine, degustando un delicioso y aromático café. Sus hijos ya adultos viven en otras ciudades, pero todos dicen que forman una pequeña y muy unida familia. En estos días su atención en las tardes se ha centrado en un nuevo visitante, un hombre que, a pesar de su pelo canoso, no debe pasar de unos cincuenta años, pero su rostro refleja algo de tristeza. Lo ha observado con detenimiento y ha notado que se sienta y su mirada se pierde en el horizonte como si deseara que el inmenso mar le brin26
dara alguna respuesta a la angustia que expresa. Hoy descubre que tiene en sus manos un libro, motivo para poder acercarse y tratar de conversar con él. ―Buenas tardes, disculpe que lo interrumpa en su lectura, he observado que está leyendo uno de los libros que más me han impresionado de Isabel Allende; Paula, le puedo decir que hace algunos años lo leí y a cada rato vuelvo a tomarlo en mis manos y repasar alguna de sus páginas, es maravilloso ver con que amor y cariño la autora escribió la obra. El levanta la vista y solo asienta con la cabeza, aprobando las palabras de Alba y vuelve a fijar su vista en la lectura. Ella se siente como si hubiera cometido un error al acercarse, decide retirarse, cuando de pronto. ―Disculpa, es que deseaba finalizar esta página, si coincido con usted. ―Mi nombre es Alba. ―Mucho gusto, me llamo Alberto, como le comentaba coincidimos en que es una obra con grandes valores humanos. La invita a sentarse junto a él y continúan por un rato conversando sobre el libro y otros temas, le comenta que él también ha notado que ella se queda muy atenta al momento en que el sol se pierde en el horizonte, Alba sonríe. ―No tomes a mal, el comentario, pero cuando ríes tú rostro se ilumina. Alba, siente un calor en sus mejillas y le da las gracias, se levanta de la arena y se despide pues ya comienza a oscurecer y ha quedado con una pareja de amigos en pasar a recogerlos y acompañarlos al teatro. Alberto, ve cómo se aleja la figura de aquella mujer, le ha agradado tanto la conversación y lo ha apartado un poco de la preocupación que hace unos meses lo acompaña, nadie como él sabe el dolor de un padre con la enfermedad autoinmune que padece Dalia su hija menor de solo dieciséis años y lo difícil cuando aún los médicos no prescriben un posible tratamiento eficaz a seguir, decide terminar por hoy su lectura, y se dirige a su auto que está a unos cien metros de la playa. Han pasado varios días, Alba, continúa con sus quehaceres diarios en su trabajo lo disfruta mucho pues puede intercambiar con personas de diferentes edades y le agrada ayudar a todo aquel que se acerca a la pequeña librería en busca de libros de tan disímiles temas, le ha llamado la atención que no ha vuelto ver a Alberto por la playa. 27
Esa tarde de viernes cuando casi ya se disponía a retirarse, distingue que se estaciona un auto y cuál no sería su sorpresa es Alberto, observa que se acerca a ella, pero su rostro hoy más que en otras ocasiones denota inquietud y Alba al saludarlo le pregunta. ―Hola ¿cómo estás?, me extrañaba, hacía días no te veía, ¿qué te sucede, tienes una cara, puedo ayudarte en algo? Le comenta la situación por la que están atravesando hace varios meses y lo difícil que ha sido para su esposa y para él, la recaída que ha sufrido su hija con su enfermedad. Le duele mucho no poder disfrutar junto a su hija de estas tardes junto al mar pues es algo que siempre han hecho juntos, por eso viene casi todos los días al finalizar el trabajo antes de ir a visitarla al hospital y así poder conversar con ella sobre los atardeceres. Alba lo convida a sentarse un rato en la orilla. ―Disculpa no sabía, si había notado algo, pues tu rostro refleja preocupación, sabes casi no nos conocemos, pero puedes contar conmigo y de ser posible me gustaría poder visitarla. Te comento que en nuestra pequeña librería contamos con un proyecto de ayuda a personas que deben permanecer largos períodos hospitalizadas, y buscar que les motiva, es decir si les gusta, la lectura u otra manifestación artística contamos con los materiales útiles para hacerlo y de verdad deseo de corazón poder aportar ese granito de arena para ayudarlos, recuerda que nunca debes dejar de tener esperanza, fe y optimismo de que todo puede mejorar. Se, aunque no lo creas que en este instante piensas, que yo no estoy en tu lugar y reconozco que nadie puede estarlo, pero con lamentarse y pensar en lo peor tampoco lograras nada bueno, en estos momentos tu hija necesita que ustedes dos le trasmitan la mayor seguridad y optimismo de que mejorara. Alberto, la mira fijo, y estrecha fuertemente sus manos agradeciéndole sus palabras de apoyo y le comenta. ―Crees si no es molestia que mañana nos puedas acompañar y así la conoces, te puedo decir, que a parte del mar le gusta mucho la música, la pintura y los libros. ―Ves ya sé por dónde iniciar, tengo algo que le encantara mañana mismo lo llevamos, te voy a dejar como localizarme. Bueno nos vemos, cuídate y recuerda que lo que desees siempre para bien será recompensado en buenas acciones. Alberto, llega a su casa y le comenta a Clara, su esposa todo lo que converso con Alba, ella se alegra, acaba de llegar del hospital y venía algo apenada, por tener que dejar a su hija. Al siguiente día Alberto se comunica con Alba y coordinan para 28
junto a su esposa recogerla en la librería y así seguir hasta al hospital. Cuando llegan Dalia, esta semi sentada en la cama, conversando con una de sus amigas, Alba, observa que es una adolescente que a pesar de la enfermedad que la aqueja hace varios años y en estos momentos ha debutado con gran fuerza en ella, su rostro refleja agradecimiento por las visitas y cuando inicia la conversación con ella ve un gran optimismo y confianza en que lograra como en otras oportunidades recuperarse. El diálogo gira en torno a todo lo relacionado con el proyecto que tienen en la librería, Alberto y Clara, ven como su hija está atenta a lo que habla Alba y como acepta y corresponde al apoyo que le desean aportar. ―Sabes, ―le comenta Alba―, lo primero que haremos es que mañana te enviaré unos libros, me han comentado lo mucho que te gusta el mar, pues bien en mi trabajo tengo algunos que abordan el tema, su lectura es amena y puedes contar conmigo porque al igual que tú disfruto mucho de él y también tengo muchas fotos y videos así podrás conocer todas las personas que visitan todos los días la pequeña playa donde me gusta recrear las tardes cuando termino de trabajar, y no te preocupes que estoy segura que muy pronto podremos sentarnos tú y yo a ver el hermoso atardecer en el litoral. En el programa vamos a incluir la visita de jóvenes amigos míos que están vinculados con la pintura, el teatro y el ballet y admiran mucho la música, y verás como el tiempo que debes permanecer aquí se tornará más agradable. Todos observan en los ojos de la chica un destello de alegría y sus labios esbozan una leve sonrisa. Y así ocurrió el proyecto de la pequeña librería se convirtió en una tarea diaria de llevar a Dalia, un poco de ese mundo que tanto le gustaba y que se veía alejado del producto de su enfermedad, los médicos, enfermeras y el resto de los pacientes de la sala llegaron a familiarizarse con el ir y venir de aquellos chicos que traían un poquito de su talento, apoyo y amor a aquella joven de ojos tan expresivos. Ha pasado ya casi un año desde aquella tarde junto al mar en que Alberto le confesó a Alba, su dolor por la enfermedad de su hija. Hoy comienza a caer la tarde y como todos los días Alba está sentada junto a la orilla y en sus labios se dibuja una sonrisa al ver a lo lejos al grupo de chicos con sus risas que se pierden con el ruido melodioso de las olas al romper en la costa. No ha notado la llegada de un auto y que de él se baja un hombre, a quien acompañan una mujer y una chica, escucha que alguien la 29
llama y al virarse ve que hacia ella se acercan Alberto, Clara y una joven, ―que alegría es Dalia―, se levanta y camina hacia ellos, y abraza muy fuerte a la muchacha. Se sientan en la orilla y la joven toma las manos de Alba y le expresa: ―Gracias, tu apoyo y el de todos ha sido muy especial para mí me ha ayudado mucho en mi recuperación siempre lo agradeceré, sabes hoy como me expresaste el día que por primera vez me visitaste en el hospital vengo a compartir la puesta del sol, y que estoy segura será uno de los muchos atardeceres, que podremos disfrutar juntas.
Búscame Búscame porque al hacerlo, podrás revivir nuevamente los momentos de amor y pasión que pasamos juntos. Búscame porque junto a mí no te faltará afecto, cariño y la comprensión que tanto buscas y no encuentras. Búscame porque juntos podemos lograr que los momentos difíciles que vivimos día a día se disipen solo con mirarnos. Búscame porque al volver a amarnos como antes, podremos olvidar por un momento las cosas tristes y feas de la vida. Búscame y al final encontrarás, si te lo propones, ese rayo de luz y felicidad que todos siempre buscamos, pero que muchos como tú perdieron y no han sabido encontrar.
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ASTUDILLO, ADRIANA MARGARITA Reside en Villa de María de Río Seco, provincia de Córdoba.
Mi ángel Pequeño ángel que llegaste a nuestras vidas cual suave brisa que todo lo transforma fácil fue amarte, eres prueba permanente que Dios existe pues quererte es un arte pintas de colores nuestras vidas eres dulce torbellino de amor y ternura tu mirada inocente, tu sonrisa cristalina envuelto en rumores de amor y ternura nueve meses te esperamos tu madre te llevo en su seno tu abuela te acuna con dulces melodías tenues rumores del alma, que mesen tu infancia apacibles momentos, que guardaras por siempre en tu corazón de niña...
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ATENCIO, SILVINA Reside en la ciudad de Caucete, provincia de San Juan.
Poco a poco 2º Mención en Poesía Libre en los “Certámenes de Invierno” de La Hora del Cuento 2015. A pesar de este bullicio del zumbido extraño en mis sienes del color de mi semblante y del dolor que no cede. A pesar de las distancias, del tiempo, de los abismos de esta amarga incertidumbre de saber lo que no fuimos, de casi tocar el cielo y entero haberlo perdido. De soñar amaneceres y, dibujando estíos reencontrarme con tu nombre que a mi sueño se ha adherido. A pesar de este destierro que en vida llevo en andas y entre arenas del invierno sentirme piedra enterrada, a pesar de tu silencio a pesar de mis nostalgias, hacia un mar un tanto impío voy encauzando mis alas.
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BALBUENA, SILVIA ALICIA Reside en Rosario, provincia de Santa Fe.
La leyenda del décimo templario 2º Premio en Cuento Largo en los 10º “Certámenes de Invierno” de La Hora del Cuento 2015. La primera Cruzada llegaba a su fin, aquella guerra santa a la que convocara el Papa Urbano II para arrebatar tierra Santa a los turcos finalizaba por el 1095 cuando al grito de ¡Dieu lo volti! ―¡Dios lo quiere!― los cristianos tomaron Jerusalén. Hugues de Payens junto con otros nueve guerreros se comprometieron mutuamente bajo juramento perpetuo en presencia del soberano de Jerusalén a proteger las rutas a Tierra Santa que los peregrinos comenzaban a recorrer asiduamente. Esos santos héroes eran austeros, vivían de limosnas y fueron llamados Los Pobres Caballeros de Cristo y del Templo de Salomón, luego los Caballeros de la Orden del Temple o simplemente Los Caballeros Templarios. Se transformaron en una orden monástica. Conformaron sus propias reglas y se juraron cumplirlas: obediencia, castidad, pobreza, fraternidad, hospitalidad y servicio a los ejércitos. El espíritu templario reposaba sobre ellas y su respeto irrestricto representaba una apuesta sublime donde el honor y la fe tenían partes iguales. Más que a la gloria del Temple el objetivo era servir a la gloria de Dios. Con el tiempo y el apoyo de la Santa Sede se transformaría en la Orden más importante, rica y numerosa de la Iglesia, sólo un puñado de ellos seguirían protegiendo a los peregrinos contra el ataque del infiel. Armand de Bouillon fue el último en sumarse, al igual que los demás era un guerrero fiero, duro, de físico pétreo, ojos y oídos siempre alertas, músculos tensos templados en mil batallas y espada presta 33
y temida por las cabezas de los enemigos de la cristiandad. Al igual que los demás vivía en la mayor austeridad, su único objetivo y deseo era ser servidor de Cristo, no conocía los placeres y no le importaban, se alimentaba sólo para tener fuerzas, bebía agua sólo para seguir luchando, se arropaba sólo para no sentir frío, se bañaba sólo para no enfermar ni mal oler; nunca se lo vio dormir, era el primero del grupo en tomar su caballo ni bien comenzaba a clarear la madrugada y recorrer los alrededores en busca de peligros. Sus compañeros, o tal vez la leyenda, contaban que dormía sobre su caballo, aquel moro de patas aladas que de tantos peligros lo salvó y a tantas victorias lo llevó. Nunca nadie lo oyó hablar, algunos decían que era mudo, otros que sólo lo hacía con su caballo, o con el viento del desierto, o con las arenas milenarias, pero él hablaba con Dios. Dicen que por las noches solía vérselo caminado por la mezquita de Al ― Aqsa, que en sus tiempos fuera el recinto de templo de Salomón, mirando hacia las estrellas con los ojos llenos de luz, las manos reposadas y despojadas de armas y el rostro sereno e indulgente, como el del mismo Jesús. La luna de diciembre iluminaba su camino casi como el sol que la sucedería, su olfato de perro de presa lo llevó a rodear la colina a través de aquel desfiladero que nunca franqueara, el espíritu de supervivencia lo empujaba a seguir. El moro resoplaba en voz baja como supo enseñarle, nervioso y bañado en transpiración a pesar de que el frío de la noche no se había retirado, él también olía al hereje. Sintió un relincho apagado, el moro se plantó, irguió las orejas y dilató los ollares como queriendo no desperdiciar ningún olor; descendió, desenvainó la espada con gesto seguro y se acercó moviéndose como un reptil del desierto. Pronto vio el campamento, un puñado de hombres fuertemente armados, a su frente distinguió con su vista de predador al General turco Kilij Arslan, que alcanzó a huir en la última batalla antes de la toma de Jerusalén. Desanduvo el camino, tomó por las riendas a su caballo y caminó hasta asegurarse de no ser oído, luego a galope tendido se llegó hasta donde dormía el grupo, los despertó uno a uno; sigilosamente se acercaron y atacaron por sorpresa, la batalla fue despareja, rápida y letal. Justo cuando le arrancaba la cabeza de un tajo al último infiel, vio una sombra escurriéndose dentro de una cueva semioculta, se dirigió a ella con paso seguro y la espada chorreante de sangre, en su mente retumbaba la voz de Dios ordenándole acabar con el mal. En la penumbra sólo vio sus ojos cafés, desmesuradamente abiertos, brillosos de lágrimas, resplandecientes de ruegos, demandantes de misericordia. Levantó en un puño ese bulto de oscuridad sin es34
fuerzo, era una mujer casi niña que sólo lo miraba, sus ojos lo inundaron de ruegos y plegarias que extrañamente les sonaron a letanías, miró sus ojos cafés y vio en ellos los ojos de la virgen. La soltó, la dejó caer, enfundó su espada que clamaba por su sangre y se volvió. Sus compañeros saqueaban las escasas pertenencias que fueran de ese grupo de sobrevivientes, se sumó a ellos y dejó como olvidados algunos tasajos de camello y un puñado de mendrugos. Tal vez por curiosidad o porque se dejó llevar por el moro o quien sabe por qué designio volvió a la madrugada siguiente, entró a la cueva, ni bien vio sus ojos café temerosos se retiró, dejó en la entrada un tasajo de camello, un par de mendrugos y una vejiga de agua, que eran todo su almuerzo. Y volvió al día siguiente, no vio los tasajos y los mendrugos, pero la vejiga estaba llena, se sorprendió y sintió temor, pero sus ojos estaban allí, siempre cafés, pero quizás menos temerosos. Repuso los pobres alimentos y se fue. Al día siguiente encontró el mismo escenario, entendió que esa niña mujer de ojos café bebía agua de alguna fuente, seguro más fresca que la de la vejiga y se la llevó. Siempre volvía, ella lo recibía con sus ojos cafés, cuando podía agregaba algo a su mísera dieta, un puñado de dátiles, algunas frutas secas, un montoncito de couscous o arroz hervido, semillas de sésamo, algo de cordero asado, que algún alma generosa les donara y que él ya no guardada para sí; cada día los ojos cafés eran menos temerosos y quizás curiosos o tal vez ansiosos. Esa oportunidad en la que arribó mucho más tarde que de costumbre no hubo ojos cafés, por primera vez se adentró y recorrió la cueva, sólo encontró una pila de ropa hecha casi andrajos, pero extrañamente limpia y acomodada. Montó, recorrió con la vista los alrededores, sólo vio piedra y arena, debía volver, pero no sentía ganas. Aflojó las riendas, el moro comenzó a caminar, por instinto intentó detenerlo, pero a sabiendas de la sapiencia de su amigo lo dejó hacer, como cuando perdido en el desierto y a punto de desfallecer luego de alguna batalla perdida le soltaba las riendas y se dejaba llevar a algún lugar seguro que el moro siempre, siempre encontraba. Se dirigió a un monte ubicado al oeste que parecía un paredón inaccesible. A Armand le pareció extraño, pero una vez más confió en el instinto de animal, pronto llegaron a una grieta invisible a la distancia por la que apenas podía pasar el cuerpo de un hombre, el moro se detuvo y bajó la cabeza como buscando alguna mata de pasto que nunca encontraría en tamaña aridez. 35
Armand descendió y la atravesó con esfuerzo y curiosidad, se encontró frente a una especie de gran patio cercado de inmensas piedras. En un ángulo observó un arbusto tan verde que parecía salido de otro lugar del mundo. Se acercó cauteloso y la vio, se bañaba en un pequeño pozo de agua que surgía cristalina de las entrañas de la roca, su piel de almendra se volvía oro en los destellos del sol sobre las gotas de agua que la empapaban, su cuerpo desnudo le recordó a su Juana, aquella que abandonó para seguir los caminos de la fe y olvidó cuando votó castidad. Su excitación se corporizó en la entrepierna, se avergonzó y se marchó, regresó caminando como auto castigo y rezó buscando el perdón. Nunca más llegó tarde, aquella mañana de regreso se encontró con tres peregrinos, se acercó para auxiliarlos si fuera menester, cuando se dio cuenta ya era tarde, uno de ellos era el odiado y temido Kilij Arslan que había logrado escapar una vez más. Blandió la espada y se arrojó sobre él empujado por un envión divino y percibió al mismo tiempo el filo de las espadas sobre sus carnes, lo atravesó de lado a lado, se dio vuelta y degolló a otro y sintió el fuego abrasador del acero metiéndosele por el costado. Casi sin fuerza desarmó al tercero de un solo golpe y éste huyó despavorido, quiso perseguirlo, pero cayó derrumbado, quedó mirando al cielo que se volvía negro mientras la arena sedienta se bebía toda su sangre de gladiador, sabía que la muerte lo buscaba y rezó ―Padre nuestro que estás en el cielo… El galope del moro lo inquietó, vio desmontar a su madre, supo que el Señor se la devolvía para que lo cuide. Sintió sus manos blancas acariciándolo, mojando sus sienes afiebradas con agua fresca como cuando era niño y la infección amenazaba con quemarlo. Después vio a su Juana, aquella Juana besando sus heridas, mojando sus labios resecos, acariciándolo como lo hacía en la campiña francesa después de hacer el amor cuando eran sólo dos jóvenes despreocupados y repletos de hormonas y antes de que decidiera dedicar su vida a Dios. Sintió sus labios sobre su boca, al fin despertó y vio los ojos cafés, y reconoció en ese beso a los besos sobre sus heridas buscando borrar la pudrición de la carne y en sus manos aquellas manos que calmaban el ardor de su frente y le daban de beber gota a gota en los labios para que no se vuelva sólo polvo. Se sobresaltó, intentó levantarse y huir, su cuerpo debilitado por tantos días de pelearle a la muerte no lo dejó. Ella lo recostó, se levan36
tó y tomó un puñado de semillas: sésamo, garbanzos, avellanas, almendras, castañas, trigo, las molió en una especie de mortero casero, las mezcló con agua y se las dio a comer bocado a bocado. Comprendió que esas semillas seguramente robadas al grupo de Kilij Arslan luego de la batalla, fueron la fuente que lo mantuvo vivo. Volvió a caer en sopor, lo despertó una sensación de frescura recorriéndolo, abrió los ojos y la vio lavando su cuerpo totalmente desnudo con agua del manantial, sintió pudor e intentó moverse, ella le dijo que no con sus ojos cafés, lo besó suavemente en la boca, volvió a recostarlo y comenzó a lamer todas sus heridas, él se dio por vencido, se echó hacia atrás y cerró los ojos y la aceptó incluso cuando ella extendió su boca hacia su verga y le devolvió aquel placer que se quedara con Juana cuando la dejó. Esa noche, o día, nunca se sabía en esa cueva oscura, habló con Dios. Al fin pudo levantarse, apoyado en su cuerpo de niña pudo llegar hasta el manantial, ella lo desvistió y se desvistió y juntos se metieron en el agua fresca que sabía a paraíso terrenal y se bañaron uno al otro y ella lo recibió en su seno apretado, suave y húmedo y él supo que el placer podía ser bueno y entró en él llenándolo por completo. Y cuando se durmió volvió a hablar con Dios. Lo recibieron asombrados, quisieron hacerle mil preguntas, pero no las hicieron, sabían que sería en vano. Todas las madrugadas desde que recuperó su salud volvía llevando alimentos y hacían el amor y luego regresaba hablando con Dios y ya no cerró sus ojos para dormir. Esa madrugada, a punto de montar al moro, ella se acercó le dio un beso y le susurró al oído Layla… Y en el desandar del camino por primera vez no habló con Él, sólo repetía Layla, Layla… Transpirados y gozosos se quedaron abrazados, agotados de tanto amarse; fueron tomados con violencia y arrojados fuera, tres templarios los habían descubierto, uno de ellos partió en busca de Hugues de Payens. Llegaron todos, a él le permitieron arroparse, ella desnuda permanecía de rodillas mirando al suelo. Hugues habló mirando al horizonte con desprecio ―Hermano, has cometido el peor de los pecados, no sólo violaste el voto de castidad, sino que lo hiciste con el mismo Diablo metido en el cuerpo de una sucia hereje, tu castigo es la muerte, lo único que puede redimirte es que la mates con tu propia mano. Ella levantó la vista y lo miró, él clavó sus ojos en aquellos cafés, se adentró en ellos: 37
―No puedo hacerlo, no debo hacerlo, no quiero hacerlo― su voz, sonó grave, gutural, como saliendo de váyase a saber qué profundidades ―ella me salvó la vida, yo hablé con Dios y me dijo que los hombres deben ser respetados, que todos son sus hijos, que aquellos que han tomado el camino del mal no deben se muertos sino evangelizados y que el sexo es bueno cuando está empujado por el amor, que la humanidad toda nace de ello, que la castidad no fue mandada por él, sólo por los curas. ―¡Mátenla! ―¡Hugues, mátame a mí antes, no me dejes verla morir, por el amor del Dios que nos alumbra! ―¡Mátenla! Desenvainó su espada y se arrojó sobre él sabiendo que no tenía ninguna posibilidad, nueve espadas le llevaron la vida, antes de caer volvió mirarla ―Layla― dijo con su voz que se le moría. Hugues de Payens ordenó olvidarlo y borrar todo vestigio de su paso por la tierra. Y la historia dice que los Templarios originales eran sólo nueve.
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BARREIRO, KARINA LAURA Reside en Villa Adelina, provincia de Buenos Aires.
La confesión 4ª Mención en Cuento Largo en los 10º “Certámenes de Invierno” de La Hora del Cuento 2015. Supongo que todos hemos hecho muchas veces, cosas que sabíamos que no debíamos. Probablemente, en mi caso, haya sido por inmadurez, por imprudencia o egoísmo. Tal vez, la docilidad de mi carácter cuando pequeña, la bondad y ternura que en esos tiempos delineaban mi personalidad, no hicieron otra cosa que cimentar un campo fértil que me condujera más tarde a todos y cada uno de mis actos. No intento buscar pretextos para mi accionar, ni justificar tan crueles acciones, simplemente busco explicaciones para comprender tan extraños acontecimientos. Hace ya algunos años, me enamoré. Y no fue ese sino el origen de todos y cada uno de los males que posteriormente sucedieron. Me enamoré perdidamente y mi amor no era correspondido. En mi fantasía, había sido la elegida, la más deseada. Ese ser, había estremecido cada fibra de mi alma. Y sin dudarlo, me comporté, por algún tiempo como una amante fiel y abnegada, mansa y complaciente. Pero, como era de esperar, sobrevino la realidad, y con la realidad, mi precario mundo colapsó. Un día, el muy vil, me rechazó. El dolor mordía y el desprecio y la desilusión, pronto me transformaron en una criatura melancólica, indiferente. Esa relación había generado una violenta interacción entre el amor y el odio. La crueldad, puede ser un tónico revelador. El desprecio un detonante irrefrenable. Y ambos, casi sin percibirlo, fueron calando hondo en mi propia naturaleza, al punto de corromper mi alma, de provocarme hacer el mal. Todos esos meses de negación se convirtieron en rabia sin voz, rabia que había entrado en ebullición. La sangre 39
aullaba en mis venas, imposible era controlarla. Es probable que el lector, ―tal cual me sucedió a mí― no comprenda los motivos sobrenaturales que llevaron a mi metamorfosis. Pero así fue, y es así como debo narrarlo. Ocurrió una mañana en la que amanecí arrollada en mi cama, hecha un ovillo, encogida sobre mi misma en un charco de luz negra. Mi anatomía, cubierta por un pelaje suave, negro azabache. Mis ojos de hielo, intensos y amarillos, contemplaban cada rincón de mi pequeña estructura. Durante la noche, mi cuerpo había experimentado todos los cambios posibles, y en medio de un sueño perturbador y angustiante, mi espíritu había sido atormentado por un vehemente deseo de torturar a mi amante. Después de todo, mi naturaleza depredadora y carnívora había saltado a la luz y por fin, sucumbió en mí lo poco que me quedaba de bueno. Es cierto que las gatas negras gozan de poca popularidad entre la gente, debo admitirlo. Pero en ese momento no me resultó nada más apropiado. Sagaz, ligera, de naturaleza compleja y mágica, el cuerpo perfecto para la venganza. Comencé entonces, todas las noches, a recorrer las calles y barrios aledaños. Vagué por innumerables callejones y descampados buscándolo. Al principio recorrí lugares habituales, donde suponía que iba a encontrarlo, pero ante mi infructuosa búsqueda, decidí extender la requisa a zonas que yo desconocía. Para saber de su paradero, fue necesario averiguar, corromper a más de un informante, valerme de mi astucia y creatividad. Estaba claro, que él sabía que lo buscaba, y temeroso, cambiaba de ubicación, se camuflaba, huía. Pero una noche, de luna bien clara y profunda, lo hallé. Caminaba a paso lento, elegante, con esa leve cadencia que tanto me gustaba. Iba acompañado ―como siempre― por una nueva conquista, él probablemente la llamaría su nuevo amor. El encuentro me inquietó bastante, a pesar de que lo había buscado durante tanto tiempo. El hecho de encontrarlo disfrutando, repuesto y sin ninguna muestra visible de haberme extrañado, me hirió aún más y mi instinto de mamífero de presa sobrevino abruptamente. Comprendí, que mi alma, otrora cálida y complaciente se había hecho de piedra. La memoria de su cuerpo sobre el mío era sucia, estaba corrompida por el desamor, también mi corazón se había hecho de piedra. Fría, de hielo, me acerqué sigilosa, lo rodeé con mi cuerpo rosando suavemente mi cola sobre su lomo. El permanecía inmóvil, confundido. Me detuve unos segundos. Lo miré profundamente, le inoculé 40
mi odio y de un zarpazo le arranqué los ojos. Y lo dejé tendido, agonizante. Inmediatamente, corrí en búsqueda de ella. Corrí hasta alcanzarla, pero esta vez, fui más piadosa. Mis poderosos dientes, se aferraron a su garganta, hasta dejarla sin vida. Todos, absolutamente todos, alguna vez, hemos hecho algo de que arrepentirnos. Este atroz suceso, que les he confesado, no me tiene arrepentida, sino más bien atormentada. Sigo gozando de la libertad y del abrigo de mi hogar. Aún sigo siendo una fiel compañía, que prodiga abnegado y generoso cariño. Pero, es en la soledad de los días, cuando me invade la duda y la ansiedad. En la intimidad, no puedo acallar esas voces que me preguntan, insistentes ¿cuándo será? Cuándo será que nuevamente, quién sabe porque designio, vuelva a mí ese delirio que compromete a mi alma y que vuelva a hacerse carne, ese deseo cruel y voluntario de herir a quién seguramente no me haya dado nunca un motivo.
Indispensable Puede que el café matutino sepa distinto, a quemado. Que los tomates, todos, acartonados insípidos, amarillentos. Que las horas transcurran lentas y que pierda la sensación de que la gravedad me sujeta. Puede que la gente y su parloteo monocorde, invariable, me alejen de la órbita. Y que la lluvia y su repiqueteo sensual en los tejados, se me antoje aburrida y triste. Intento, pero no me sale. Para explicar cómo es que me faltes, es preciso, indispensable, primero, tenerte. Haberte conocido. Que fueras mío. 41
BARRERA ANDRADA, SANDRA R. Reside en Villa Cabrera, provincia de Córdoba.
Aires de ciudad 3º Mención en Poesía Libre en los 10º “Certámenes de Invierno” de La Hora del Cuento 2015. A Buenos Aires… La ciudad está retando a muerte demanda disputas lastimadas y arrodilla a belicosos. Mientras cae la noche le pega en el trasero a un inmigrante aceptado a duras penas y roza, además, en la locura del suicida arrepentido. Va mutando los dedos de las manos a falanges de medusas griegas a líquido gelatinoso a su rutina a la muerte segura de un balcón solitario. La ciudad, tranquilamente, va enamorando al hombre y lo tira a la desgracia sin asco ni temor al bochorno.
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BAZÁN, E. N. Departamento de Maipú, provincia de Mendoza.
Ciudad de gigantes Una tarde fría, comenzó a llover y todos buscaban refugio. Ahí adentro estaba calentito. Se ha dicho mucho sobre los gigantes. Que existieron hace muchos, muchos años. Hasta se han escrito cuentos, pero nadie como yo y mis hermanos para decirles la verdad: ¡los gigantes existen! Estaba esa tarde muy tranquilo, comiendo un sanguchito de pan con pepino cuando uno de ellos asomó la cabeza. ―Mamaaá ―dije, con una voz muy fina, porque el bocado que tenía en la boca, del susto se acurrucó en mi garganta y no me permitió soltar el grito de pánico. Su cabeza era tan grande como una rueda, ¡imaginen el resto! Ha, pero yo no me achique. Tiré todo lo que pude y al instante también escuché un grito agudo, cuando me fui corriendo de allí. ¡Y yo que creí que los gigantes dormían su siesta a esa hora! Otra tarde, convencí a mis amigos de que me acompañaran a comer algo porque yo sabía que estaban guardando comida en la habitación del fondo. Decidimos ir de noche por un lugar que solo conocía yo. Nos ocultamos debajo de un puente y como había mucha bulla rodeamos el lugar. A las chicas no les gusto caminar por el barro podrido o pasar por al lado de los guardianes gigantes, porque su corazón casi explota del miedo. ¡Pero para nosotros, fue una aventura! Nos escabullimos hasta que encontramos el pasaje secreto. El viento lo habría y lo cerraba. Lo habría y lo cerraba. Debimos estudiar el momento preciso en que debíamos pasar y así lo hicimos. Todos los demás nos siguieron a Rolo y a mí hasta que llegamos a la habitación, aunque tuvimos que dar una frenada imprevista. ¡El cuarto estaba lleno de gigantes! Y no estaban durmiendo, sino que caminaban y se estaban comiendo toda la comida que podían. Pero cometieron un error. Mis amigos y yo no estábamos dispuestos 43
a compartir nada con esos grandulones entrometidos. Después de todo yo había descubierto la comida primero que ellos y antes que dijera algo, los demás arremetieron en la habitación y sin importarles los zancos enormes que cruzaban de un lado para el otro. Se las ingeniaron para trepar a la parte más alta y comenzaron a probar todo lo que encontraban a su paso. Y... Si ellos lo hicieron, nosotros no íbamos a dejar que se lo comieran todo, ese par de locos patoteros de Ruperto y el Negro. Aunque sean tres veces más grandotes que uno de nosotros. Los demás comenzaron a gritar mi nombre. Luigi para acá. Luigi para allá. Intenté decirles lo peligroso que era, pero no entendieron. Se lanzaron a la carrera y encontraron cada uno lo que más le gustó para comer y sin tener precaución alguna. Todo fue bien hasta que pasaron; cinco minutos. ¡Cuando, se oyó el grito más pavoroso que he escuchado! ¡Y todo se arruinó! Alguien descubrió al Negro grandote justo cuando se iba por la ventana. El desastre fue monumental y todos estábamos en peligro así es que decidimos huir de inmediato, aunque el miedo era muy grande, nuestros pies eran más veloces y logramos escapar de los gigantes. Por las dudas no salimos de nuestro escondite hasta que se fueron a dormir nuevamente. Cuando estuvimos a salvo contamos a los presentes y estábamos; los veinte ratones de Ratilandia. ¡Con nuestra pancita bien llena! Colorín colorado, a los gigantes, les hemos ganado.
Para la vida A Santiago y Mateo. Ser niño es genial. No apures el tiempo. Olvida lo banal respeta el momento. Estudia lo que te agrade
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más de lo que puedes. Te hará mejor persona de lo que eres. Toma con cautela con sabiduría Vivir es más que una picardía. Observa y aprende. Es preferible quien hable menos al que enjuicie. Cultiva amigos en el matrimonio. La soledad no es buena en el manicomio. Mantén la sonrisa cuando la adversidad la calumnia, la pobreza golpeen la médula de tu corteza. Se feliz con lo que has obtenido. La familia es el tesoro que debes resguardar de cualquier modo. Combate la pereza. Seis días de trabajo de constancia y uno solo de perseverancia. 45
No des oídos a los chismes o secretos. Son las intenciones del que con afán trae las versiones. Se humilde eso es sabiduría implica madurez, con los soberbios sucede al revés.
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BECERRA, LUIS ALBERTO Reside en Junín, provincia de Buenos Aires.
Silencio: Los héroes descansan Jueves 5 de febrero de 2014. Tan solo treinta y seis días del nacimiento del año, todavía quedan esparcidos en la memoria de todos nosotros, saludos, abrazos, deseos de felicidad con familiares, amigos y compañeros. Después, para algunos unas merecidas vacaciones, para otros, la espera en los próximos días de tan deseado descanso. En medio de la noche surgió de pronto la tormenta con su manto de nubes silenciosas. Un amanecer tranquilo, el pronóstico del tiempo avisa probabilidad de lluvia. Algunos mates o un buen café, antes de partir hacia el cuartel. Con alegría sin saber que les depara el destino, lo que si saben es que están preparados para salvar vidas con sus vidas. Besos a los niños y a su señora susurrando al oído, nos vemos dentro de unas horas. Es un día más. Pero me siento inquieto. Se traba la llave de la puerta de salida, con fuerza la destrabo, ¿Qué pasa? no quieren que me vaya. El transito tranquilo, miro el reloj, pienso que llegare bien al trabajo. El movimiento es intenso, salte del auto y con solo una mirada a mis compañeros fui a cambiarme. No sabía lo que había pasado, pero alguien nos necesitaba. Todo fue rápido, gritos de dolor, para los que veían a sus compañeros quedar bajo los escombros. Para, Anahí, Leonardo, Eduardo, Damián, Maximiliano, Juan Matías, José Luis, Sebastián, Facundo, Pedro, el silencio. Ha pasado más de un año, hoy la noticia nos llena de tristeza e indignación. Las pericias indican que el incendio había sido intencional. 47
Los otros convivirรกn con la furia y los fantasmas en su conciencia. Puede que no se haga justicia humana, pero la justicia divina tiene un lugar reservado para las almas con culpa.
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BENEDETTI, LUCIA CRISTINA Reside en Mar de Ajó, provincia de Buenos Aires.
No es para tanto Tal vez no quieras escucharme, pero, aunque te parezca que no lo merezco, creo que te convendría, siempre es bueno tener otra versión de cómo sucedieron las cosas… vos decidís. La noche del hecho yo llegué como a las tres de la mañana había ido como tu padre sabía a la despedida de soltera de Miriam, que para alegría de todas encontró al segundo amor de su vida, ya que al primero estaba enterrado hacía tres años. Vos estabas en el sur de vacaciones con tu nueva novia. La pasamos re bien incluso, no te lo voy a negar, tenía unas copitas de más, pero sabía lo que hacía eso sí. Me costó un poco acertar la llave en la cerradura, pero lo logré. Al entrar vi el resplandor de la luz de nuestro dormitorio, me asusté, pensé con pesimismo que tu padre estaría descompuesto y me acerqué despacio tratando de no hacer ruido por si estaba dormido. No estaba ni descompuesto ni dormido y te la abrevio hijo como leí alguna vez, ni la muerte avanza ni la vida se diluye porque lo que encontré fue a tu viejo en nuestra cama con la vecina, a la que dice no soportar y que parecía en ese momento la “soportaba” de maravillas haciéndose el pendejo. Solo fue un impulso Pablito un botellazo en la cabeza para él y con ella, reconozco que me excedí un poco, la corrí semidesnuda como estaba, y blandiendo la cuchilla en alto a modo de machete la llevé hasta su casa gritándole una serie de amenazas que ni me acuerdo, no le pensaba hacer nada era para que se asustara nada más¬ y de paso que el marido también se enterara, las cosas claras, sabes que no me banco la hipocresía. Así que no exageres, tu padre no murió perdió un poco de sangre le dieron diez puntos en la cabeza y le quedó un chichón no es para tanto. A ella, me comentaba la vecina de al lado en la peluquería, el ma49
rido tambiĂŠn la mandĂł al hospital, no a visitar a tu padre, sino como paciente. Le dio una paliza que parece la tienen que hacer de nuevo. No es para tanto querido, vos sabes que me gustan las cosas claras.
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BOBASSO, OSVALDO ALBERTO Reside en Quilmes, provincia de Buenos Aires.
La soñada No es habitual que ventile las historias de mis pacientes, salvo en algún congreso y bajo el secreto del anonimato. Pero el caso que voy a relatar hizo que me cuestionase profundamente toda la teoría de los simbolismos de los sueños cuando se los interpreta desde los manuales de psicología. Por eso lo hago público, para compartir esta duda que ahora es solo de mi propiedad. Hace unos días volvió a verme un paciente al que había atendido hace dos años. En esa época, la terapia consistía en desmalezar su mente de los estragos que le habían producido la permanencia, y luego la ausencia, de una mujer que había entrado en su vida por el ventiluz del baño. Quiero significar con esto, que la relación fue gestada en forma por demás forzada durante varias idas y vueltas que duraron unos dos años. Finalmente funcionó por algún tiempo, pero llena de parches que pretendían contener las pinchaduras producidas por la inestabilidad de ambos. Al contrario de lo que pensábamos en esa época, junto a la terapeuta de la otra parte, aún no estaban cerradas un montón de situaciones. La separación fue mucho menos traumática de lo pensado, quizá por la erosión de tres años de convivencia inestable. Así fue que mi paciente decidió abandonar la terapia, diciendo que el alejamiento de esa mujer le había resultado un alivio. En la primera sesión de esta nueva etapa, lo noté distendido, hablamos de duelos y de olvidos; y también de abrir nuevas puertas. Sin embargo, promediando la sesión se puso sombrío. Lo invité a relajarse y a que tratase de expresar esa repentina zozobra. ―En estos dos años, desde que Graciela se fue de casa, he recuperado mucho de mi estilo, de mi manera de encarar la vida. Estuve poco tiempo solo, recobrando espacios, horarios, relaciones abandonadas. Graciela desapareció en el pasado. Al principio hubo algunas llamadas de reproches mutuos, intercambiamos algunos pases de 51
facturas. ―¿Pero logró olvidarla en forma completa, sin nostalgias? ―Le pregunté, pensando que estaba adoptando una pose revanchista. ―La olvidé por completo. Al poco tiempo apareció de nuevo Mabel, una mujer a la que quise mucho, mucho, pero no fui correspondido. Creo que aún la sigo queriendo, como se quiere a un imposible. El nuevo intento duró ocho o nueve meses, pero no funcionó. Yo me sentía muy presionado. Pero no es Mabel, la causa de mi vuelta a su consultorio. El tema pasa por Graciela. Cada tanto sueño con ella, por la noche me ataca porque me sabe indefenso. ―¿Cómo es eso, cómo se siente atacado? ―Traté de que fuese un poco más explícito― ¿Con Mabel le pasa lo mismo? ―No, solo con Graciela. Ni con Mabel ni con ninguna otra mujer del pasado. ―¿Entonces Graciela lo agrede? ―No me agrede, se muestra pasiva, me habla, se sonríe. En el sueño yo siempre sé que estamos separados. Esto me ocurrió 4 o 5 veces desde que se fue de casa. La sueño en varias situaciones comunes. En la última, que fue hace dos noches, la soñé enferma, luego en un amarradero ubicado en Tierra del Fuego, y por último en la esquina de Corrientes y Montevideo, de la mano con un muchacho joven. Como en todas las veces que la sueño, me despierta un agudo dolor en la boca del estómago y una sensación profunda de tristeza. Me arruina la noche, no puedo volver a dormirme. Traté de ser lógico: ―Usted me dijo que ya la olvidó, que inclusive ha estado unos meses con otra mujer. ¿Entonces, por qué no toma esos sueños como una mera trampa del subconsciente y cuando se despierta vuelve a su realidad diurna? Se sirve un vaso de jugo y sigue durmiendo. ―¿Sabe por qué no hago eso, Doctor? Porque no sé si cuando estoy despierto, en realidad estoy soñando que la he olvidado.
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BOCCARDO, STELLA MARIS Reside en Luján, provincia de Buenos Aires.
Búsqueda … Y te sigo buscando, amor en el aroma a ozono de las tormentas, en los espejos de agua de los lagos, en cada gota de la neblina matinal, en las partículas en suspenso… Inquietas y temerosas arrancadas de un soplo de viento otoñal. … Y te sigo buscando, amor en la plateada luz de luna llena en las tinieblas de la madrugada en los pasillos del alma desterrada en los sordos gritos de la mujer alada. … Y te encuentro, amor. Allí, justo allí, en el inmenso valor de la palabra.
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BÖSCH, ELIANE Reside en Longchamps, provincia de Buenos Aires.
El bicho Estaba sentada en la silla de ruedas, delante de la pared donde colgaba el retrato de la cabeza de caballo que ella había pintado hace… ¿cuánto? ¡Muchos años! Mirando se quedó dormida… pero cuando despertó, bajó la mirada del cuadro, hacia la pared en la parte baja y vio un agujero negro. Quedo extasiada mirando ese hueco de la pared cuando de repente vio que algo se movía ahí adentro… ¿qué era? Apareció un hocico y luego unas garras largas y de ese agujero iba saliendo, cada vez más grande, eso… ¿eso qué era? Comenzó a tener miedo y con voz fuerte y temblorosa, gritaba: ¡El bicho…! ¡El bicho! Enseguida vino su hijo y acariciándole la cabeza, le decía: ¿Qué pasa mamá? Y ella, señalando la pared seguía gritando: El bicho… El bicho… El hijo preocupado le decía: ―¡No, mamá, es un caballo! Pero ella seguía diciendo: No… no… ¡El bicho…! ¡El bicho! Cuando la camilla la llevaba hasta la ambulancia, ella continuaba, incansablemente, gritando con toda su voz: ¡El bicho…! ¡El bicho!
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BRAVO DE RIGALLI, ISABEL Reside en Gálvez, provincia de Santa Fe.
Desde ese ayer “...ocurre que el pasado es siempre una morada pero no existe olvido capaz de demolerla...” Mario Benedetti Puedo ofrecer lo que aún en mí perdura, mi afecto, por ejemplo y explicarte que todo mi trajín fue ofrenda que la ansiedad un vuelo que la sencillez mi canto que la vorágine del tiempo, un increíble manto, que la fugacidad de caricias, un relámpago en el torbellino de días y de años. Y desde ese ayer que hoy evoco y extraño puedo ofrecer mis palabras mis brazos, para acompañarte en algunas de tus horas o solamente estar y compartir hasta encontrarnos.
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BRENNA, SUSANA Reside en Buenos Aires.
El consejo inolvidable Yo estaba muy ocupada tratando de dejar todo el trabajo al día en manos de mis dos secretarias, para el período en que tomara mis vacaciones. Era mayo y el tiempo aún estaba precioso en Buenos Aires como esperaba que estuviera en Europa, hacia donde iría. La tarde del encuentro con Patricia Arrabanti frente a una taza de té, hablando de nuestros próximos viajes que esta vez coincidirían, surgió el tema de mi itinerario. Después de mis días en Londres, haría una visita especial a Italia, de norte a sur. Empezaría por Florencia con el David, el Ufficci, la Plaza de la Signoría, el Palacio Pitti y cada expresión artística. Luego pasaría por Venecia y sus canales, diferente a todo el mundo, para bajar a Roma ciudad eterna y seguir a Nápoles y Capri, excursión que me tenía muy excitada. Pero en una expresión de Patricia sobre Venecia, quedé intrigada por su manera misteriosa, no precisamente de sus palacios flotantes, apoyados sobre abeto y roble. Mi amiga, una atrayente rubia, alta e interesante, en sus tempranos treinta años, dueña de sí misma, segura de sus decisiones, viajada y culta, se dedicaba al negocio del turismo, razón por la cual nos conocimos. Hubo una corriente de simpatía inicial, al saber que yo también viajaba sola, apoyada en mi dominio del inglés y algo de francés e italiano que me daban la seguridad de comprender y ser entendida en cualquier ciudad que visitara y quedamos conectadas por el tema del viaje. Fue así que me invitó a un encuentro en Milán, después que yo pasara por Lóndres como había previsto, mientras ella iba directamente desde Buenos Aires a encontrar a su hermano Armando, ingeniero radicado allá, y a cobrar una herencia dejada por su abuela. También vendrían a Milán, su amiga Luisa quien trabajaba en el Consulado Argentino en Génova. 56
Las tres iríamos por una semana a recorrer la costa, invitadas por ella quien recibiría doscientos cincuenta mil pesos ―y muchos objetos de arte valiosos, como un juego antiguo de cubiertos de plata novecientos, porcelanas y cuadros. En Milán, nos encontramos con el hermano, un joven amable y simpático, quien nos invitó a cenar al día siguiente pues eran pasadas las veintidós horas, y tuvimos que conformarnos con un snack en una confitería del centro. Luisa había llegado más temprano y desde luego la conversación versó sobre Buenos Aires, ciudad a la que extrañaban mucho los emigrados, a pesar de estar viviendo muy confortablemente, con buenos trabajos uno en Milán y la otra en Génova y a unas pocas horas de tren de cualquier ciudad europea. A partir de que nos despedimos del hermano, fuimos al hotel que ella había reservado. Estábamos muy cansadas y solo deseábamos dormir bien para iniciar al día siguiente el recorrido por Portofino, L'Espezia, Rapallo y el resto de la costa. En la mañana siguiente alquilamos un coche para realizar nuestro paseo, no sin antes conocer el centro de Milán y sus distinguidos negocios y la iglesia con la famosa Madonnina. Luego fuimos a Portofino donde almorzamos frente al mar. Aunque el tiempo estuvo nublado, caminamos por los alrededores para ver los esplendidos yachtes anclados ahí y sus cercanías. Luego por la tarde volvimos al hotel a prepararnos para la cena con Armando que estuvo muy divertida. Ya de regreso en la habitación, me comento que había tenido una terrible experiencia en Venecia difícil de superar que me quería relatar. Un día, en su primera visita a esa ciudad con solo veintidós años, salió a recorrer el lugar donde comenzó por la Plaza San Marcos, la iglesia espectacular por fuera y por dentro con su pulpito y sus cinco naves. Luego visitó el Palacio Ducal e hizo la excursión a la Isla de Murano, capital del cristal de su nombre. Al día siguiente continuó su paseo recorriendo calles y callecitas que tenían el extraño aspecto de corredores rodeados por casas. Algunos terminaban en una simple pared. Por su rara organización urbana era difícil orientarse. En caso de perderse había que regresar por donde uno había ido. Hasta allí todo bien. Ya del regreso al hotel advirtió que era seguida a cierta distancia por un joven alto y apuesto, sin acercarse a ella. 57
Se bañó. Se vistió, y salió a cenar en la Plaza San Marcos que estaba llena de gente. Cenó y volvió a dormir al hotel. Al día siguiente, lo primero que hizo al salir fue observar si estaba el joven. Cosa que ocurrió y la puso en guardia. Él no la abordó durante toda la mañana, pero al mediodía ella con fuerte resolución, le habló directamente en italiano (idioma que dominaba y le daba seguridad). El, muy educadamente le dijo que sólo quería conocerla y la invitó a comer algo juntos y guiarla porque era de allí. Patricia aceptó la compañía pues hablaba con buen nivel y así pasaron la tarde de recorrida incluyendo un viaje en góndola para ver el Puente de los Suspiros y algunos puentes menores guiada por el lugareño. Ya en el anochecer, cuando regresaban por una calle desierta (dado que la gente que trabaja allí vuelve a sus casas en el vaporetto cuando cierran los negocios) él se insinuó con un acercamiento que ella rechazo. Siguieron unos pasos más y ella le pidió regresar al hotel y el pareció aceptarlo. Pero en vez de hacerlo, la condujo a un pequeño callejón sin salida, donde forcejeó con ella para desvestirla, mostrándole una navaja. Ella entró en pánico y le suplicó que la dejara, pero como el no desistía, Patricia dando una muestra de verdadera sangre fría, aparentó complacerlo y le propuso que fueran a su hotel y gozaran de sus comodidades, hasta convencerlo que guardara su arma. Fueron directo allí, y cuando llegaron a la recepción ella empezó a gritar que la tenía amenazada y que la ayudaran a apresarlo. Él, evidentemente acostumbrado a huir, salió corriendo evitando que lo detuvieran y ella quedó llorando quebrada por el temor. En el hotel hicieron la denuncia a la policía con su descripción y al día siguiente la acompañaron al Consulado Argentino, que eventualmente estaba cerrado, pues sólo trabajaba dos días por semana. Ella, todavía desolada por lo ocurrido, partió inmediatamente y siguió su viaje aterrada por su experiencia. Cuando terminó su relato, advertí su emoción aún después de tantos años y comenté que había quedado muy impresionada y agregué que durante mi visita me limitaría a salir en grupo, asistida por un guía. Patricia termino diciendo: "Lo siento, pero este relato te lo debía como amiga. Cuídate y mucha suerte". Nuestros días en el Ligure fueron de los más placenteros pues íbamos invitadas a las casas de sus familiares donde nos esperaban con manjares, y eché el episodio al olvido. Quedamos instaladas por tres 58
días en Rapallo y volvimos a Milán. Al despedirme para ir a Venecia agradecí su invitación, y su consejo, pero de allí en adelante no pude evitar sospechar sobre cualquier desconocido que me abordara. En realidad, ahí comenzaba mi inquietud, me dirigí a una oficina de turismo para unirme a un grupo y hacer un tour de la ciudad con guía. Pregunté las mejores opciones para ver lo más posible en dos días y medio y decidí tomar el vaporetto de regreso al mediodía del tercer día después de hacer las compras... y quizás caminar un poco sola... Era de día, con el sol maravilloso y salí a buscar souvenires y luego resolví recorrer algunas callecitas antes de irme venciendo mi prejuicio. Lleno de gente ¿Qué podía pasar? Y lo hice y volví, afortunadamente ilesa, sin ningún recuerdo desagradable. En cada nueva ciudad contrataba grupo con guía, por si acaso. ¿No? Debo admitir que Venecia es inolvidable por su belleza y su misterio por las noches en sus canales, pero admito que igualmente inolvidable fue el consejo de Patricia.
Hallazgo Solo sonaban las campanas repartiendo las horas, nada más que las horas, aún, no había bajado al fondo de tus ojos, ni había escuchado tu voz, tu voz, que guarda el alba de todos tus pájaros. No sabía de la pena de un barco que se aleja, ni atendido la música del agua cantando en el agua. Aún no había bajado al fondo de tus ojos, y mi ángel de la guarda doblaba la cabeza en señal de ausencia... Eran días tristes, de puertas cerradas, en el empeño vano de buscar el alma de las cosas en las cosas sin alma, cerrando los ojos para esperar que pasara. Pero, de pronto, llegaste, llegaste con toda la ternura de un árbol cargado de nidos. 59
Brillaban más las estrellas en la noche, se detenía la luz en los caminos. Me enseñaste en tus manos el mundo y comencé a mirarlo con asombro de niña. Se encendieron sonrisas en tus labios para que yo sonriera en la tibia quietud de tu abrazo se durmieron mis penas y olvidé su existencia. Ya no habría más horas solitarias en mi destino esquivo, pues tu presencia alumbraría mi larga espera de tantas ansiedades imaginando tu llegada. Y así, descubriendo un mundo nuevo, aquieté los rumores trastornantes llenos de inquietudes ahora apagados. Acorté las distancias mundanas y todas las calles se dieron la mano y aprendieron como llegar a tu lado
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BUSANICHE, JULIO ALBERTO Reside en Santa Fe, provincia de Santa Fe.
Inefable pareja Y resulta que un día, el creador, el hacedor de las cosas, la vida, le consulta al Diablo, que era lo que al hombre le hacía sentir bien. Este lo miró, con desconfianza ancestral, rascó su barba con tonos muy oscuros, entre el rojizo y el negro, ensayando un ―Lo deberías saber. Pinchó uno de sus dedos con el cuerno izquierdo y contestó: ―Te voy a responder sólo si me gratificas con doscientas cinco almas buenas, puras y devotas a ti. El Señor de la existencia asintió con la mirada, un pequeño gesto con su cabeza que no contentó al príncipe de las tinieblas. ―Solo contestaré. Se animó a decir, con voz cansada. Si lo dices verbalmente, pero si insistes con gesticular, tendré que pedirte una garantía como se estila en estos tiempos que vivimos y morimos. La última vez que confié en recibir almas fue en un accidente horrible, sólo obtuve una pobre cantidad de malos entre tanta gente, fui a pérdida. Seamos honestos, se te están pasando muchos que no deberían, ¿o llegó la transacción también al cielo?, caramba no se salva nadie. ―Está bien ya es suficiente. Contestó el rey de la luz. ―Doy mi palabra de Dios que lo que pediste, esas doscientas cinco almas hoy mismo pasarán a tu rebaño. Elegiré entre otros a... llorones en velatorios y entierros, acusadores de almas perdidas, fervientes concurrentes a misa y templos, opinadores preocupados de la virtud de viudas jóvenes y separadas sin culpa. Suplicadores públicos frente a imágenes de vírgenes y santos o frente a las iglesias, santiguándose pidiendo con cara de dolor el perdón de imperdonables culpas ajenas, no propias, o favores en salud y también alguna ayuda deportiva. Entonces el patrón de la oscuridad se explayó diciendo. ―Pago por ver, se te va a vaciar el club, Señor, todo lo que al hom61
bre le hace sentir bien, es lo que tú le prohíbes, lo que le profesas como pecado, recurrentemente le muestras como placentero y agradable, pero a la vez le provoca remordimientos terribles y lo sabes muy bien. ―Ese es el propósito. ―Dijo el creador―, me gusta observar cómo le oscila el alma, fluctuando entre la luz y la oscuridad. Belcebú entonces dijo ―Eso tiene perversidad e ironía, te confundes conmigo, somos lo mismo. ―No te permito blasfemar en mi contra, protestó Dios, o no recuerdas que existes gracias a mí. Si quiero cambio el sentido de las palabras, lo que es el bien pasa a ser el mal, de esa forma te conviertes en un ser bondadoso, y de luz, con un sólo movimiento del lenguaje. Satanás contesta: ―Pero eres tú el que quiere siempre las cosas bien, que se haga lo correcto. ―A veces, no creas eso, me divierto, no siempre quiero las cosas derechas, pero imagina si cambiara por un momento lo blanco por negro, la luz por las sombras, que lo bueno sea malo y viceversa, sólo un cambio de palabras para hacerlo más interesante. Hacer la guerra estaría bien, robar una virtud, traicionar una proeza, la violencia un don. ―Te he contestado Dios, y si me permites quiero hacer una pregunta. ―Hazla. ―¿Por qué "me condenaste a la maldición eterna", siendo que pretendes del mundo todo lo bueno? Que función denigrante has hecho a mi existencia, sin tener en cuenta que quizás no quiera ser así. Pero ganó tu empeño en usarme para comparar la virtud con el pecado. Justo en el momento crucial de la conversación, llega Jesús, reclamando a su padre por este dialogo. ―Me siento traicionado y usado como cuando Judas por un puñado de monedas me entregó a la cruz. ―No compares hijo mío, eso fue hecho y ejecutado por una noble causa, es innegable, gracias a tu muerte existe la gran duda universal, la que no todos ven, solo los elegidos, por ti crece la piedad, la compasión, el perdón, la transparencia, el esfuerzo para llegar a donde uno quiere, el gran dolor antes de la luz. ―Pero el sufrimiento y la vejación la sufrí yo, y ahora con mucha 62
libertad, hablas de igual a igual con el tentador del mundo y haciendo tratos. Además ya sabias la respuesta a tu pregunta. ―Claro, y él lo sabe a eso, sólo que me gusta de moverle un poco la misión para que realice su tarea como corresponde. En ese momento Luzbel, a modo de reclamo, le dice. ―Ya que estamos de sinceramientos, agrego cinco almas más, pero que sean de curas pedófilos sin arrepentimiento, porque de esos hay y muchos, los quiero llevando leña en el infierno, sudando, ya que en la tierra los condenan a vivir en lugares pintorescos y de buen clima para lavar sus faltas. ―Bueno, pero solamente hasta ahí te voy a dar, sin más extorsiones. El Señor vuelve a dirigirse a su hijo. ―Hijo mío, tu reconocimiento está intacto, con sólo observar las fechas de tu nacimiento tendrás todas las respuestas, observa también como asisten a templos y se arrodillan ante ti. Cristo lo mira con tristeza ―Eso es sólo una vez al año, se sienten buenos en esos tiempos, se saludan, se reúnen, y después a joder lo más que pueden a los demás, y piden arrodillados cuando necesitan o están mal, después se olvidan. Y en general, no me digas, gana el pecado, la corrupción, la traición, la violencia, nada es como debería, o para lo que tenías pensado cuando me ejecutaron para este mundo mejor… A veces uno cae en la vanidad de creerse importante, necesario, toca el cielo con las manos, se siente útil, esto no dura mucho tiempo, y vuelve a caer en el más profundo abismo de la realidad y experimenta la sensación del barro. El barro es un estamento donde estamos inmersos todos y por más que tratemos de evitarlo es donde este irremediable tiempo que nos toca como todos los anteriores y los que vendrán caerán sin esperanzas. Esto no lo dijo ni Dios, ni Jesús, ni Leviatán, en ese momento escucho un sonido punzante a lo lejos, como el campanario de una iglesia llamando a misa, no sé si era el reloj que me despertaba o el cura que terminaba el sermón. No era nada de eso, no estaba en la cama durmiendo, hace años que no asisto a misa pero eso sí, seguía caminando sin sentido cerca del río con la brisa sobre mi cara y el sol nublándome la vista.
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Sueño A veces pienso que voy a contramano del mundo, de todo, se complican las situaciones, aún las más simples, me atrevo a decir que obro bien y ni siquiera así. Quizás deba ceder ya, pero algo me dice que siga cuestionando, nada ha salido bien de entrada, ni de salida, así que, sigamos. O seré yo el equivocado, eso es algo que muchas veces me pregunto, y la respuesta no aparece desde hace tanto tiempo que perdí la noción. Temo que la verdad esté de la vereda de enfrente, me animaría a decir que no, de ser así, la suerte está echada, se torna todo oscuro, inalcanzable. Y se me apareció mi viejo en un sueño. ―¿Qué hiciste? ―Me decía, y lo veía más joven que la última vez que lo vi, como de sesenta años, treinta y un poco más que yo, como siempre. ―Me equivoqué otra vez, así te gusta decirme, la pifias. Cometí la impertinencia de sentir. ―Eso no es malo, sentir lo prohibido es lo que no es bueno. Te gusta el límite, el peligro, el vértigo, todo el tiempo, no me hagas eso de nuevo, ¿para qué? no hay necesidad. ―Qué voy a hacer, todo me sale de esa forma. ―Me animé a decir. ―Ya está. ―Aseveró, con esa mirada clara y penetrante que me atravesaba el alma, como cuando era chico. ―Si ya está. ―Te tocará sufrir, a mí ya no. ―Se sonrió. ―Por más que sea un sueño, la marca está en mí y lastima. ―Lo importante es que aprendas, y como va te cuesta. ―Me equivoqué, sí, siempre lo dijiste, y me cuesta. ―Es así. ―¿Aprenderé? ―Si. ―¿Cuándo? ―Cuando no haya más tiempo.
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Encuentro ―¿Porque me miras como si fuera superior, no lo soy? ―Tienes educación, casa, familia, yo vivo en la calle. ―No nacimos del mismo vientre, no tenemos facciones parecidas, no pensamos igual, ¿Crees en Dios? ―No. ―¿Qué quieres? ―Acompañarte en silencio cuando lo necesites. ―¿Cómo? ―Siendo tú amigo. ―Acepto.
Propuesta El ignorar sutil de mi desvelo, cual puñalada atroz a la esperanza, robándole descanso al sueño e inundando con soledad entre las mantas. Por más que el vano imploro incite al llanto y se llene el tiempo de palabras huecas, no encontré un mejor mirar que el que ofreciste aquella vez que convertiste mi dicha en pena. Y la propuesta que atormentó mi vida, dejándola indolente casi muerta, hoy lejana flota en el recuerdo, escapando de mis manos tan vacías, escurriendo entre mis dedos sin remedio.
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CAFFER, LUISA Reside en Cintra, provincia de Córdoba.
Anhelos La tarde agoniza los fugaces colores del crepúsculo mientras las máscaras de las sombras enlutan el entorno. Aromando la noche con recuerdos, siento la pasión en mi alma, desearía remontar los cielos, y así, suspendida en el aire del recuerdo, refrescar mis ardientes sienes para contestar mil preguntas visitantes de mis noches desveladas. ¿Me recordaras? cuando las luces de otro amanecer iluminen tu corazón con esperanzas y otro roció de estrellas fulguren en tu alma? ¿Guardara tu mente, lo que tu cuerpo calla?
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CAIXACH LAHITTE, MARÍA EUGENIA Reside en Ituzaingo, provincia de Buenos Aires.
El secreto de la sierra Bella mañana de un día de invierno. Michael, va a trabajar como siempre, a su local… una ferretería lo suficientemente grande, como para ser, del tamaño de media cuadra. Belu, queda limpiando en la casa, los residuos de una noche descontrolada, con muchos amigos. Anthony, recuerda la excitante noche y el escote del vestido de Belu, que con su pelo largo no lo deja dormir. Traen un pedido enorme de reposición de herramientas e ingresan tres medidas de sierras, para talar los árboles en las afueras de la Venecia, Italia. Belu, piensa todo el tiempo, en los ojos verdes de ese muchacho con cara de bueno. Bien parecido, veinticinco años y de su vida, no se sabe nada. Esta chica se empieza a preocupar por su corazón, ya no está Michael solamente… ¡todo un problema! Llega el marido del trabajo y la invita a salir, a pasear en la góndola, bajo la luna veneciana. ―¡Mi amor, te quiero decir un deseo! ―dice Michael a Belu, emocionado. ―Si marido mío dime ―dice Belu. ―Deseo tener un hijo con vos, ya es un año que estamos casados y me hace mucha falta el hijo― dice Michael enamorado. Se hace el silencio, Belu no sabe que responder. Bajan de la góndola y se siente más aún el frío… frío que se repite cuando al darse vuelta, se encuentran con Anthony. Ni que decir, cuanto dijeron las miradas, faltaba concretar la hora exacta. Se saludan Michael y Anthony, como si nada… ―¿Cuándo venís a casa? ―dice Michael. ―¡Tengo mucho trabajo con el talar de los árboles, más adelante! ―dice Anthony. ―Traje al local, varias medidas de sierras, ¡venís a verlas! ―dice Michael. ―Tal vez voy, los dientes de la sierra ya no cortan… ¡Si, voy maña67
na! esperame a la tarde ―dice Anthony. Jueves quince de diciembre, el muchacho de los ojos verdes, se decide visitar a su amigo. Compra varias herramientas para su labor, y al salir se encuentra con Belu. Rápidamente, concretan día y hora… viernes dieciséis de diciembre... trece horas… ¡era el encuentro esperado! Se aproxima Michael, saluda a su amigo y se va a cenar con su esposa. ¡Sorpresa! Michael hizo una cena a la luz de las velas, le pidió de nuevo tener un hijo a Belu. Ella acepta. Se aman apasionadamente, parece que… esa noche, se ha dado la luz de un niño. Viernes dieciséis de diciembre, a la hora señalada se encuentran Anthony y Belu… las paredes no hablan, pero el placer, pasó los limites. Belu le dice que no quiere verlo más a Anthony, está esperando un hijo de Michael. Empiezan a discutir, crece la violencia, ya no hay amor. Ella grita… y grita… y grita, a él, no se lo siente. De pronto, los vecinos escuchan una sierra, anda intermitentemente y bueno… los árboles están muy grandes, hay que podarlos… Llega a la noche de trabajar, Michael a su casa. Todo en orden, pero Belu no está. Llama a la familia, no saben nada, llama a varios vecinos, dicen no haber escuchado nada. Recurre con desesperación a sus amigos y todos ayudan a la búsqueda de Belu. La policía no encuentra rastros… salvo una cadenita con un camafeo de corazón, con las fotos de Michael y Belu en cada lado, cerca del lago veneciano. Pasan las horas, Belu no aparece, Anthony, su mejor amigo, no puede ayudar mucho en la búsqueda, ¡Sorpresa! Tarde del día sábado diecisiete, aparece un bolsón negro, encallado en un lateral del lago. La encontraron unos niños que salieron a pasear en la góndola al mediodía. ―¡Si… es mi Belu! ―dice Michael a la policía cuando reconoce lo que ve. Deja todas las pericias y a que salte la verdad. Varios días después, se vela los restos de la chica en una urna, cortada en partes, no se sabe cómo. Los médicos forenses, dudan de Michael, creen que la mató él, con una sierra. Solo queda por probar, las pericias íntimas de la mujer. Sale a la luz, el amor de la pareja con un fruto formándose y ya… frustrado. Condenan a Michael a diez años de cárcel, por la muerte de su esposa. Nadie cree en su palabra que estaba trabajando en la ferretería. Anthony va a visitar a su amigo, cada dos días. Al año de la conde68
na, Michael, llora al hablar con su amigo, le dice que la extraña mucho y no sabe lo que pasó. ¡Sorpresa! Anthony lo mira, se sienta del otro lado del visor en la cárcel veneciana... recuerdan juntos las noches descontroladas, el paseo en la góndola, el pedido del hijo con mucho amor y Anthony... También cuenta… la tarde apasionada y su mejor venganza… la mujer de su amigo que la mató él, con la sierra. Michael, llora gritando a la policía, nadie lo escucha… ¡El asesino es él, agárrenlo! Anthony, calmo… prende el cigarrillo y se va a pasear... a la luz de la luna, en la góndola recordando sus gritos, las suplicas de esa mujer y… ríe feliz.
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CALABRIA, ELSA MARÍA Reside en La Lucila, provincia de Buenos Aires.
Recuerdos de la Infancia Por fin llego a casa, hoy mi día fue muy trajinado, todo el tiempo en la calle, me agoté, trámites y compras no se pueden realizar al unísono. Los tiempos de los empleados públicos decididamente no es nuestro tiempo; lo toman todo con mucha calma, el “espere un momentito, ya vuelvo” quiere decir: “ahora me voy y aparezco en media hora”. Pero ya estoy en casa y realmente me siento feliz; se pueden tener momentos lindos en la vida, siempre que se aprenda a ver “las cosas de la vida”. Me prepararé un tecito y relataré el día de hoy; ya al pensarlo me sonrío, lo escribiré así no corro el riesgo de olvidarlo y mis hijos pueden, con el tiempo, reírse con la experiencia de años pasados y vividos por su mamá. Caminando apresurada por el centro de la ciudad, me paré en la vidriera de un negocio de libros y antigüedades, (mi debilidad) realmente lo tomé como un recreo, me relaja ver ese tipo de cosas, me gustan mucho. Mis ojos tropezaron con un bol de plata, su particularidad era que estaba lleno de castañas. ¡Paf!... qué recuerdos me asaltaron, ¡toda la infancia y la adolescencia presentes!... ―Con mi madre y hermana sentadas en la gran antecocina haciéndoles una cruz a las castañas con un cuchillito, para saltearlas, en una gran lata redonda de dulce de membrillo claveteada toda por debajo, sobre la cocina a leña y las castañas saltando y asándose, llenando la casa de un aroma intenso, imborrable de hogar. Seguía con mis ojos en la vidriera recorriendo los escaparates, ¡oh sorpresa! un libro pequeño de tapas duras avejentado, con hojas amarillentas, claro pensé… ese libro “Amalia” de José Mármol, para mí estaba vedado, era una niña, pero mi hermana toda una señorita 70
con sus diez y ocho años, contra doce de los míos, ella podía leerlo. … Aunque después lo leí, siempre me quedó como un recuerdo emocionante, no tener acceso al libro y ese recuerdo es una parte mía, única, irrepetible y entrañable a la vez. ―¿Y qué podía sorprenderme ya?, sí, señor, todavía faltaba lo mejor, en una esquina de la vidriera una jeringa de metal me estaba diciendo… ―¿ya te hiciste amiga? ¿O todavía me tenés miedo?... ―No pude dejar de sonreírme al recordar mi relación con la primera jeringa de su especie, eran de metal y ¡enormes!... Contando esto me veo… como dirían mis hijas, una antigüedad; pero yo recordándola, vuelvo a tener ocho años. ―Y como tal, le dije a mi mamá que me dolía la muela. ―Ella me contestó: “pediré un turno con el dentista”. ―Abrí bien los ojos y los oídos y le respondí: … No, no, no me duele tanto, ya pasará. Como no me pasaba, por las noches y durante el día me tomaba varias aspirinas a escondidas. Nada dura mucho tiempo y se dieron cuenta de que faltaban los remedios y me retaron, no podía tomar nada sin permiso. Iríamos al dentista. Pidió el turno y al día siguiente, por la mañana, estuvimos en la Clínica Odontológica Lamarque. En la sala de espera había bastante gente; esperamos un tiempo y cuando nos llamaron entramos en el consultorio. Diré que era la primera vez que iba al odontólogo y con un poco de aprensión; la enfermera me hizo sentar en un enorme sillón, que no alcanzaba a subir de grande que era, parecía un trono, y allí nomás le tomé desconfianza. El doctor mientras tanto hablaba con mi mamá; tenía que abrir la boca, el dentista se acercó, miró y dijo: ―“Muy bien”, “muy bien”… y fue a buscar algo. ―Yo, aferrada al sillón, la miraba a mi mamá como diciendo… ¿y ahora? El dentista se acercó y me repitió: ―“¡Abrí la boca nena!... yo estaba petrificada, en la mano tenía una jeringa de metal, grande, más que grande, parecía un aparato para hacer churros y con una aguja gorda y larga. Acercarse el doctor y yo escabullirme del sillón y parapetarme detrás, fue todo uno… Todos los presentes se quedaron inmóviles, sorprendidos, a mí el corazón me latía a lo loco. 71
―Mi mamá con su dulce voz me decía que me volviera a sentar, que no pasaría nada… yo con la cabeza decía que ¡no! ―El dentista, un tanto alterado insistía: ¡Señora, a ver si sienta a la nena! La enfermera se me acercó, el médico dio un paso y mi mamá me dijo: “nena sentate”. Yo me corría de un lado a otro, en un momento dado vi el camino libre y me abalancé sobre la puerta y bajé las escaleras corriendo, mientras escuchaba, al dentista que decía: ―¡Así no se puede trabajar!... las carcajadas de las personas en la sala de espera, y a mi madre detrás mío, diciéndome ¡qué vergüenza!... Vivíamos a dos cuadras de la Clínica y sabía el camino a casa. Mi madre, con gran sabiduría, me advirtió: ―“Cuando te siga doliendo, solita vas a querer volver…” Esta jeringa que hoy vi es más pequeña, estilizada, de vidrio y metal; la que yo recuerdo, era enorme, toda de metal, asustaba. Esto que parecía olvidado, con un pequeño detonador, lo pude revivir, cosa que me agradó sobremanera. Ya que estamos les cuento el final de mi muelita. Pasaron tres días y yo no podía ni comer, ni dormir, por el dolor; así que le pedí a mi mamá que me llevara al dentista, no me iba a escapar, pero que fuéramos a otro. Así que pidió un turno por la tarde. Bueno, llegamos; misma rutina, espera y luego nos llamaron. En cuanto entramos el doctor me preguntó cómo me llamaba, cuantos años tenía y que me pasaba; le dije que me dolía la muela, me indicó el sillón y el mismo me ayudó a sentarme. Me atreví a preguntarle si él tenía esa jeringa de metal y contestó que él no usaba eso y a las nenas que le sacaba las muelitas, les daban una muñequita. Me hizo abrir la boca y que mirase para arriba y así nomás la muelita voló. El doctor me felicitó por lo bien que me había portado… cuando nos estábamos por ir, le dije: ―Doctor, ¿y la muñequita? ― “Mira se terminaron, pero quedaron unos caramelitos…” y así sucumbí, creo yo, a los inicios de lo que se llamaba psicología.
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Llamas de amor Un vasto rumor llena los ámbitos, mágicas ondas de vida van renaciendo de pronto. En mi jardín hermoso hay una estatua de mármol, con las luces del crepúsculo toma dimensiones humanas. ¡Oh qué bella eres, señora! En la mente mía, en llamas de amor profundo, te materializo mía y sufro por la intuición de un amor, no correspondido y tan sensible, señora. Dichoso el árbol que es apenas sensitivo y más la dura piedra, porque esa ya no siente el corazón oprimido. El dueño soy, de mi jardín hermoso, espero a la mágica esperanza anunciar un día, el dulce tiempo de la primavera y encontrarte en mi jardín, bella señora no como mármol frío, sino de carne viva.
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CAROZZA, INÉS CATALINA Reside en Santa Teresita, provincia de Buenos Aires.
Ausencia 2º Premio en Poesía Libre en los 10º “Certámenes de Invierno” de La Hora del Cuento 2015. Soy un impar entre pares, así es ahora, cabo suelto, línea viuda que perdió la mitad de su palabra. entero dividido, presencia y ausencia, soledad perpetua… Desde que te fuiste, desde que me dejaste, ignoraste mi amor y mi abandono, huiste de la vida ¿hay acaso otra? Solo conozco ésta en la que sos ausencia y presencia, en la que sos tristeza y dolor, angustia emocionada que rueda por mi cuerpo y ahoga mi alma. ¡Qué te suelte! me dicen. ¡Qué te deje ir! ¡Qué me resigne! No puedo. Aquí me quedé con los brazos vacíos, con el alma abierta, con los ojos como fuentes, con una vida sin vida… Estoy sola, sola, sola. Nada llena tu espacio hueco entre mis brazos, la almohada vacía, la mesa sin plato, mi vida sin vida. 74
Por qué te fuiste, por qué me dejaste pregunto y pregunto día por día. No hay respuestas, no existen, solo certezas todavía. Te busqué en tu puente y en el banco y en el río de tu París amado. No te encontré, ni en la tierra mojada en la que cavé tu tumba con mis propias manos, en la que enterré mi carta y vertí mis lágrimas, en la que lloré te quieros y… Aplasté la tierra, la amasé con tus cenizas para que abones esa otra vida con la que soñaste o que, tal vez, ya existía. Te quiero y aún te quiero. y mi amor es lo único que queda llenando la ausencia. y te pregunto ¿por qué no te lo llevaste? ¿Por qué lo dejaste entre mis brazos vacíos? en una boca que se seca, y en una mano abandonada y no contenida…
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CASAÑAS, GABRIELA INÉS Reside en la Cuidad Autónoma de Buenos Aires.
Paco de amor Aquella mañana, Román se afeitaba cuidadosamente. Estaba todavía cansado de un sueño nada reparador. En el vaho de esa somnolencia, la rutina le era intolerable. Sin embargo, se superaba alentado por mantener la prestancia que resultaba su característica cautivadora. Sabía que sus detalles, siempre presentes, no pasaban desapercibidos. Acostumbraba realizar ciertas gesticulaciones; sentado en el prominente escritorio del piso quince, una oficina deseada por muchos. Hablar atrayente, pausas impostadas, ademanes que sólo se correspondían con la ostentación del poder. He aquí su maletín de encantos, como el más hábil de los guerreros los detentó en los últimos veinticinco años. A fuerza de trepar escalones, enterró para siempre al muchachito desgarbado de voz apagada y miedo al ridículo. Inflado de machismo, se daba el gusto de rematar con algunos bocadillos que lograban llamar la atención de las mujeres. El rango le interesaba hasta los cuarenta. Fue ese día, he ahí la procedencia de su mal dormir, que divagó sobre la posibilidad de terminar con Josefina. Cinco años llevaba ese romance; estaba agotado. Todo había comenzado en un evento: Estancia Las Rosas. En el salón de conferencias acondicionado para la presentación de la nueva línea de cosméticos que se lanzaba por un sistema de venta On Line. Dos mujeres: Alicia y Josefina. Adriana, su esposa, mientras tanto desplegaba sus condiciones marketineras, taconeando de un lado a otro. El entusiasmo desmedido le provenía de las tres horas que demandaron, la semana anterior, la colocación de prótesis mamarias. Era el estreno en sociedad de la nueva incorporación. Para un mejor lucimiento llevaba un vestido Chanel negro, sencillo pero con un escote destacado. Un collar de perlas acompañaba el atuendo dando el toque formal. Su elegancia dejó deslumbrado al auditorio. La envidia de “las otras” fue su trofeo. El acercamiento de los hombres se notaba en miradas y murmullos. Además, representaba una bofetada a su marido; en la 76
intimidad brillaba por su ausencia. Román era consiente de aquella actitud. Estaba satisfecho de Adriana con independencia del poderío que adquirió por tratarse, además, de la hija del director de la compañía. Se mostraba como un hombre casado y feliz con esa determinación (que con los años ascendió a la categoría de inamovible), reforzado con la valía adicional de que la mujer (no tan abnegada) era madre de sus tres hijos varones. Aquel juego tácito alimentaba una cama tibia y confortable con las comodidades del conocimiento mutuo. Todo en orden, se dijo. Aun así, de ninguna manera pensaba desperdiciar los incentivos que encontraba en lo furtivo, lo prohibido sostenía su codicia. La misma consistía en captar la diversidad. Josefina se transformó en una relación que se estaba complicando; sus incesantes reclamos dispararon la alarma y la premura en terminar. Una lástima, pensó. En ese preciso instante apareció la primera gota de sangre en la espuma de la crema de afeitar. La cortada matutina era común cuando su estado de ánimo se encontraba alterado. ¿Cómo hubiese sido la cosa de haber optado por Alicia? La mujer de mirada voluble y temerosa, carente de actitud pero de algún modo interesante. Tan diferente, analizó al recordar el tiempo en que los tres trabajaron cinco meses en la campaña del nuevo delineador. No puede negarse que realizó el trámite con la pulcritud de un caballero. En una elegante confitería de avenida Libertador depositó en el baúl de los amores perdidos a la dulce Josefina. La relación había sido espléndida; lamentablemente tenía por techo los derechos de Adriana y sus hijos. Le llevaría, de todas formas, bastante tiempo acomodar el duelo, proceso inexorable. “Nadie puede huir de la ausencia”, pensó. No obstante, estuvo tres veces a punto de retroceder. Las imágenes se movían con rapidez. Además los ojos de Josefina… tan tristes. Todo estaba bien para mí, pensó, excepto la convivencia con su insatisfacción. Otra experiencia, se dijo. Hola Alicia: Seguramente te llamará la atención este mail. Estoy necesitando la complicidad de la amiga y el silencio de la escritura. Una combinación que no debería faltar en ningún colapso amoroso. Sí, de eso se trata ¿Te acordás de Román? ¿De la convención Las Rosas? ¿De la campaña?… ¡Por Dios! ¿Qué dice Josefina? ¿Su amiga? Hace como dos años que ni nos hablamos, pensó Alicia. La nuestra era una relación extraña ¿O no? Vaya uno a saber. Quizás simplemente no la entiendo y más que nada necesito una inter77
pretación, por eso te escribo. ¡Qué considerado de tu parte… perra!… En cierto sentido fui una ingenua, él me encantaba, y yo a él ¿Qué más? ¿Ingenuidad? ¡Si era casado, estúpida! Ahora se viene la víctima y… qué insoportable. Quedamos conectados. Mi deseo era gustarle más y más; me empeñé en apostarle a esta relación. ¡Error… error, otra vez!… Así empezó a pasar el tiempo… mucho tiempo. No tengo en mi memoria algo que no nos gustara hacer juntos. Armonía. Esa es la definición más acertada. Un hallazgo. Debí plantarme ahí ¿no? Su deseo estaba en mí, ¿Qué otra cosa? Otra cosa. Sí, otra cosa no, había otra, otra mujer… una obviedad, nena. ¡Está loca! Me lo aclaró hasta el cansancio. Cuando estaba conmigo estaba conmigo y cuando no, no… parece tonto, pero, te aseguro que él estaba bien así y yo no entendía cómo podía ser. Así empezaba la máquina de mi interminable imaginación. Una duda permanente que me llevaba a realizar cuestionarios de mil preguntas. La mayoría empezaban con ¿Por qué? ¡Josefina, pareces una pendeja de quince de los años cincuenta! En la jerga inmobiliaria es algo así como “tiempo compartido”, nunca serás la propietaria, te asignan un tiempo limitado de use y goce. Si no, te ponen en tu lugar rapidito. Como resultado obtuve una baja de la autoestima, sensación de impotencia, aumento del deseo de posesión, abatimiento, paranoia, en fin, para cuando una se aviva (gracias a la ayuda del psicólogo) ya es tarde, la obsesión hizo lo suyo. Una se va deteriorando y se consume en pensamientos absurdos. Estar con un “casado” es consumir el “paco de amor”. Lo probas y te perdes en el infierno. 78
¿Qué bicho “picaseso” tiene esta mujer en la cabeza? ¿Cómo pudo pensar que iba a dejar algo por ella? Paco igual caos. Lo bueno, te cuento, es que ayer, sin muchas explicaciones, me dejó. Esto ya de por sí es un alivio. Digamos, para seguir con la metáfora, que me encuentro en el período de recuperación. Tengo que sufrir el síndrome de abstinencia. No debo probar un “casado” por el resto de mis días. Era tan lindo estar con él. Ves, estoy enferma, pero creo que “me voy a curar”. Es difícil, me cuesta pensar que voy a encontrar otro así… ya se me va a pasar. El psicólogo me dice que va a pasar. “Sólo salga de ahí”, me dijo. Puedo contarte mil y una anécdotas felices pero… ¿Por qué me habrá elegido a mí como confidente? No es mi amiga. Hace tanto que no hablamos. Ni siquiera me caía bien. Sonó el timbre del portero eléctrico. Alicia se apresuró a tomar la cartera y las llaves. La interrupción fue salvadora, no podía con ese mail… Mejor ignorarla. Al salir, vio el Audi blanco frente a la florería. Cruzó la calle feliz, plena. Román le abrió la puerta con una sonrisa. Estaba espléndido.
Desde el balcón Un bello atardecer de primavera. Brisa y olores de otros tiempos; de los míos, únicos. Solo yo puedo recordarlos con antojo y añoranza. Desde el sillón, mi mirada atraviesa el ventanal y descansa en un paisaje estático, sublime. Un recreo de viernes. Desde la vereda llega hasta este séptimo piso un canto con voces de niñas. Interrumpen los pensamientos creativos que comenzaban a desplegarse en el papel. Son épocas en las que el entorno se configura en una desconcentración arrolladora. Timbres, alarmas, bocinas, tecnología de alta gama invadiendo mi intimidad. Sin embargo, estas voces completan el espacio. Sensación de plenitud. Mi casa es blanca, translúcida. Sillones, cortinas, paredes; la lapicera también. Otros colores llegan desde los objetos. Un bolso verde apoyado sobre la mesa de vidrio, una esfera de adorno en su centro, el jarrón y las siluetas de dos bailarines: uno negro, otro blanco. Un bongó rojo reposa en la esquina 79
de la puerta doble hoja, que comunica con el balcón y rompe la armonía sin desentonar. Los matices llegan a los ambientes como las voces de esas niñas. La vida interior de la casa es paleta de acuarelas cuyo pincel es manejado por el que trae un vaso ámbar en su mano, por el individual negro colocado ritualmente sobre la mesa, la ensalada multicolor de lechugas, endivias y tomates y los cubiertos con mango amarillo. Hábitat donde cada escena se manifiesta como un cuadro. Tonos diversos, efecto del contraste con la supremacía del blanco o las transparencias. En cambio, el balcón alberga su música propia. Ah… el balcón es determinante, insustituible. Una atracción irresistible y temerosa a tempo. Tiene matices variados: verde, sepia, amarillo, geranios rojos y blancos; todo cambia ahí según los caprichos de la naturaleza. Ésta se extingue en él. Al fondo, la ciudad simulando la escenografía de un teatro. Luces, estrellas, luna, cemento. Magia. Otra, de la linda. Quizás. Mi mente calma queda extasiada con los colores de la vida. Amo mi interior cuando está blanco o translúcido y se deja invadir por un afuera que llena de primavera mis sentidos adormilados. Se me antoja rojo. Rojo sangre ¿Por qué no? Mi esencia ha comenzado a llorar. El juego terminó. Me atrapa la sombra de la noche. La incomprensión es negra. Igual el hastío, lo superfluo, la apatía y el engaño. Negro el olvido. Camino lentamente hacia el balcón, giro mi cabeza, miro el interior de la habitación y me sobrecoge la ausencia. Con decisión me encamino al rojo.
“¿De dónde proceden instantes como éstos? Son hipnagógicos, no cabe duda, pero… ¿qué explica eso? Si él dejándose llevar, ¿qué dios es el que lo lleva?” Desgracia, de J. M. Coeteze
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CASTAÑARES, ABRIL MICAELA Reside en Barrio General Bustos.
I’m Las estrellas junto con la luna brillan en su mayor resplandor, el cielo oscuro parece un eterno mar apunto de devorárselo, listo para atacar en el momento perfecto. Lo sabe, lo presintió desde el segundo que se puso su chaqueta negra para abandonar su casa y enterrarse en la soledad de las calles ¿Pero porque debería temer? Jamás lo hizo antes, además es el típico chico que lo veras apoyado en un auto junto con un grupo de amigos conversando, riéndose a carcajadas o incluso lo veras caminando con esa mirada penetrante que te congelara en un menos de un segundo, esa sonrisa traviesa de lado que hará que un escalofrió te recorra por todo el cuerpo pero cuando este a unos centímetros de ti y puedas ver perfectamente como los tatuajes adornan su cuello, realmente en ese preciso instante caerás bajo su hechizo, ese perfume tan varonil te anestesiara para hacerte tocar el paraíso con ambas manos. Es intimidante, directo, si quiere algo lo va a conseguir cueste lo que cueste, por eso mismo es preferible no estar al alcance de su radar pero como no estarlo si cada centímetro de esa piel pálida, desprende una atracción tan ilógica que es imposible no pararte a admirarlo aunque sea un minuto. Es el tipo de joven que tus padres no quieren ver a tu lado, es la manzana prohibida de este Jardín de Edén, todas se mueren por probarlo, sentir ese caliento cálido en el cuello, susurrándote cosas que nunca imaginaste que alguien te podría decir, su labia es muy particular, no se rebajara en decirte palabras desagradables sino que hará que te derritas lentamente para luego rogar por un roce de esos labios carnosos pero debes tener cuidado, dicen que una vez que lo probaste terminaras contaminada, tu corazón se romperá en mil pedazos, la esencia de ángel que poseías se transformará en la de un demonio, tu alma se verá manchada hasta que te quedes vacía, incapaz de poder conocer alguna vez el amor verdadero. No tiene la mejor imagen ante la sociedad tampoco no le interesa 81
arreglarlo, le encanta toda la atención que recibe por más que sean por diversos asuntos. No le va a temer al cielo, podrá sentir esa presión en su pecho que va extendiéndose con el paso de los minutos pero no se pondrá a pensar ni mucho menos a medir las consecuencias que le deben estar esperando por el ritmo de su vida, algo debe quedar muy en claro, el no sigue las reglas, las hace. Siente como la música se va apoderando de su cuerpo, le sonríe a sus amigos, con una seña de su mano entran a la discoteca, los cinco con sus aspectos diferentes dejan a varios sorprendidos, la sonrisa arrogante no abandona en ningún momento su rostro, comienza a mirar entre los que bailan alguna presa para esta noche, cuando menos se da cuenta, se encuentra bebiendo tranquilamente, apoyado en la barra pero sin despegar su vista de la pista, su cabeza se mueve al ritmo de la música. Decide que ya es la hora de demostrar quién es el que manda, termina de un solo trago su bebida para dirigirse a la zona movida, se mezcla entre la gente ágilmente como una digna serpiente, comienza a bailar en el medio de la pista, moviendo sus brazos de un lado a otro, canta la canción como si el mismo hubiera sido quien la compuso, ese estilo de música de rap con pop es su favorita, siente como cada centímetro de su cuerpo se descontrola, sus sentidos se pierden junto con su mente, las luces de colores se mezclan, está empezando hacer efecto lo que ha consumido logrando que se ría levemente, cierra sus ojos para poder experimentar esa gloriosa sensación en su máximo resplandor. Es libre, está volando como un ave sin perder el equilibro. Abre sus ojos cuando unas manos pequeñas le tocan el pecho, la mira de arriba a abajo a la chica para luego besarla, no es un beso suave o de película, es brusco buscando llenar ese vacío, el cual antes solía estar ocupado pero que se le fue arrebatado, ese que lo condeno a estar vagando, está sentenciado en una pena de muerte eterna pero lamentablemente nadie tiene la valentía de matarlo de una buena vez pero como lo podrían llegar a matar, si ya se encuentra muerto. Finaliza el beso mordiéndole el labio inferior a la intrusa, cuando está a punto de decir su hechizo, sus ojos oscuros se encuentran con unos celestes impidiendo que prosiga con su tarea. No puede dar crédito a lo que sus ojos están viendo. Siente como si el tiempo se hubiera detenido, se dirige hacia la pelinegra, olvidándose de la chica que antes estaba besando, cada paso que da para acercarse más, la otra se aleja mezclándose entre la gente, una desesperación se apodera de él, no la puede perder, no otra vez. Sin importarle nada, empuja a cualquiera que se le cruza en el camino, su corazón se acelera de una manera que pareciera que en algún momento saldrá de 82
su pecho, se le hace eterno esta persecución pero cuando al fin puede alcanzarla, la toma de la mano haciéndola girar. No lo puede creer, esto tiene que ser una mala jugada de su mente. Esos ojos celestes miran atentamente a los castaños de él, observa como esa mano tan delicada que más de una vez la tomo para salir a caminar, lo acaricia en la mejilla, transmitiéndole una paz que hace mucho que no sentía. Quiere decirle algo, preguntarle porque lo abandono en ese infierno de vida que tiene porque se atrevió a rescatarlo para luego dejarlo en peores condiciones que antes, necesita muchas explicaciones, tiene tantas preguntas que se ha hecho en toda esta ausencia pero ahora que la tiene en frente, ninguna palabra sale de su boca pero de lo que está muy seguro es que no quiere que este momento jamás finalice. La agarra de la cintura, necesita sentirla para poder calmar este profundo dolor que lo lastima con el paso de los segundos, con esta culpa que le va carcomiendo su mente, necesita otra vez que el oxígeno llene sus pulmones para poder respirar, necesita vivir, amar. La besa desesperadamente, queriendo borrar los malos recuerdos de ambos para que solo queden los buenos, su ser pide a gritos un poco de tranquilidad y esperanza. Quiere saber que tiene el perdón de ella, que todo quedo atrás para comenzar desde cero, lo anhela con tanta magnitud que está al borde de perder su cordura. El beso finaliza lentamente, como si fuera la despedida final pero no puede aceptarlo, se niega a creer que esta es la última vez pero al ver como esos ojos tan hermosos están cristalizados, el dolor de su pecho se intensifica más, le mantiene la mirada pero no es dura o fría sino de arrepentimiento, con cuidado como si se tratara de una muñeca de cristal, le acaricia el cabello para sonreírle de lado. ―No te imaginas cuanto te he necesitado. ―Le susurra. Le da un beso en la frente con ternura, le seca las lágrimas con su pulgar. Odia verla así, detesta que derrame lágrimas por algo que no vale la pena, por algo tan miserable como lo es el pero es egoísta, nunca lo dirá en voz alta, no va a confesar todo sus pecados porque eso significaría darle la libertad de irse, no puede darse ese lujo, no está preparado para lo que vendrá después de este amor. Todos los días que le toco vivirlo en la absoluta soledad, es el precio de cada error que cometió, no le alcanzara todas las vidas que le pueda tocar para terminar de pagar todo. Su alma nunca conocerá lo que es descansar en paz pero al lado de la pelinegra sabe que no todo está perdido, que puede remediar algo por más pequeño que sea. La burbuja imaginaria es rota por un grito, de repente alguien la aleja de él pero de mala forma. Rápidamente reacciona tomándolo 83
del hombro al chico pero al descubrir de quien se trata, una furia hace presencia en su cuerpo, le pega un golpe en el rostro tambaleándolo, varios gritos de chicas alertan la situación, cuando esta por avanzar por la pelinegra, el chico le devuelve el golpe, desatándose una enorme pelea, ignora los llamados de sus amigos, sigue enceguecido dando golpes, con un movimiento ágil lo tira al suelo pero no conforme con eso, le pega unas patadas. No puede creer que ese tipo tuviera la caradurez de seguir con ella después de todo el tiempo que paso, la última vez que se vieron, le advirtió que si lo volvía a encontrar cerca de su chica, lo mataría a golpes y como es un hombre de palabra lo va a cumplir. Varias manos le presionan los brazos, tirándolo hacia atrás, retrocede por la fuerza que infligieron sus amigos, replica molesto a gritos que lo suelten para terminar con ese bastardo pero una voz entrecortada detiene la lista de insultos que había comenzado a decir. ―¡Basta! Basta, por favor. ―Finaliza la pelinegra agachándose al lado del chico herido. ―Me destrozaste, rompiste mi corazón pero él fue el único que me ayudo de salir de esta pesadilla, reparo mi corazón. ―Dice para ayudarlo a levantar, da varios pasos alejándose pero se detiene, gira y agrega. ―Te amé con todas mis fuerzas pero es hora de decir adiós. Adiós cariño. ―Dice en voz baja, agacha la mirada, varias lagrimas le recorren la mejilla, se da media vuelta para desaparecer entre la multitud. Todo sucedió tan rápido que no pudo decir absolutamente nada. Se deja arrastrar, no pone resistencia porque ya no tiene fuerzas para nada, respira profundamente intentando que el aire entre a su sistema pero es una misión imposible, es como si lo estuvieran ahogando o mejor dicho está siendo devorado. Debe escaparse de esta noche, de la realidad, huir para olvidarse por completo de que la volvió a ver, que esos ojos celestes lo condenaron de esta forma, tiene que cerrar esta herida que lo está volviendo loco. Comienza a forcejear para soltarse, una vez que lo logra sale rápido de la discoteca, sin mirar atrás para evitar explicar lo que acaba de suceder, choca contra alguien en la salida pero le resta importancia, no le apetece pelear por más que solamente tenga un golpe en el rostro, posee otro pero ese está en su corazón. El aire frio cocha en su cara, pasa una mano por el cabello despeinándolo, camina en el medio de la calle sin ningún rumbo fijo, patea algunas piedras para distraerse un momento o por lo menos intentar dejar de lado todo lo que siente. Dirige su mirada al cielo, niega levemente con la cabeza mientras una sonrisa de lado se 84
le escapa, parece que al final de cuentas, debía temer o preocuparse aunque sea un poco con ese sentimiento que lo invadió apenas inicio la noche, pensó que iba a salir bien parado como siempre pero esta vez le jugaron una mala pasada, literalmente se acaba de caer de la cima que había hecho, se rompió la máscara de frialdad que mantenía ante todos, la sonrisa en sus labios no era más que una mentira del montón. ¿Acaso su karma se había disfrazado de ella? ¿O siempre fue su karma? Esa dulce chica que lo enamoro como ninguna otra lo hizo, le dio vuelta por completo su mundo, en donde todo era negro apareció una luz brillante, una que estaba alrededor de ella, se convirtió en su propia luz. Las lágrimas recorren sus mejillas, cae de rodillas al suelo con fuerza golpea el suelo con su mano, desquitándose pero lo que consigue es llorar aún más, agacha la cabeza, rindiéndose ante esta lucha. No es más que un perdedor, un tipo que podrá tener lo que quiera pero no lo que realmente ama. Los chicos malos no tienen finales felices, no se quedan con las princesas. El invierno no sabe lo que es sentirse cálido. Un corazón negro no late con la misma intensidad que los demás. Las ovejas negras no pueden cambiar su esencia. El tiempo no se puede volver atrás. Cuando menos te des cuenta, has sido devorado.
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CEBALLOS, LUIS EDUARDO Reside en Río Yuspe, provincia de Córdoba.
Caminos Si espero sentado bajo el árbol que me conoce desde niño y no encuentro razones para olvidar aquellos momentos en los que jugábamos a la escondida o al trencito, es sin duda la necesidad de recordarte y hacerte presente en mi memoria. Estoy mirando fotos y una de ellas te muestra feliz, con tu mirada llena de paz diciéndome que estas bien y que me esperas. Es lindo saber que estás pensando en mí y que la sonrisa que tengo es por recordarte. Camino a casa espero que te cruces en alguna esquina y me preguntes a donde voy, me tomes de la mano y me lleves a donde siempre te gusta estar, cerca de los árboles y los insectos a los que te gusta hablar y proteger evitando que otros los dañe. Cuando una mañana viniste y me dijiste que no sabías porque estábamos juntos y cómo fuimos a necesitar tanto el uno del otro, fue desesperante, pensé que estabas enojada y que ya no querías hablarme, pero no fue necesario que me lo digas, tus ojos hablaron mucho más que tus labios y la expresión de tu cara fue convincente. Ya no puedo seguir pensándote necesito ocuparme de mis tareas diarias, donde lo único que me interesa es plasmar en mis telas los bellos recuerdos y las cosas maravillosas que observo en el campo de árboles que hay alrededor. Todos hablan y yo respondo pero lo que digo no es más de lo que pienso, lo que siento realmente está reflejado en los colores y trazos de mis pinturas. Ya está oscureciendo, la luna y las estrellas de a poco iluminan el patio, claro que los faroles están apagados, la noche con su luz natural es lo más preciado para un solitario como yo que todavía se resiste a tener una compañía que no sea la suya. Un poco de carne, previamente rehogado con romero, perejil, ajo, laurel, pimienta y sal, un toque de orégano y un poco de aceite de oliva, lo guardo en la heladera por un rato. Por otro lado pelo papas, una 86
batata y una parte de calabacín, luego los pongo a hervir. Muchas veces me gusta cocinar todo con cascara para conservar las proteínas, además comerlo así es riquísimo. Después que la carne se ha macerado la coloco en una olla y enseguida le agrego cebollas y un pimiento cortado en tiras, la cebolla verde es muy buena para estos platos y finalmente un poco de vino blanco. Y aquí estoy, cenando en el patio, el clima esta tan agradable que me quedaría durmiendo aquí afuera. Los sabores de mi paladar se mezclan con el aroma de las flores que tengo a mi lado, rosas, jazmines y un pequeño arbusto de romero que aroma mis mañanas. Cuando decaigo y siento que ya no tiene sentido lo que estoy haciendo, recuerdo cuando me decías, “lo que nos rodea es mío y tuyo, es de todos”, nada tiene dueño, todos somos dueños de lo que está creado. Si tú supieras cuanto me fortalece recordar tus palabras y sentirlas tan mías, tan nuestras. Un poco de azul y un toque de rojo dan vida a este rostro que con pestañas entreabiertas permite entender la sensación de placer que causa su mundo. Amarillos tenues y celestes desprolijos hacen de su día un preciado tesoro que quiere conservar y acariciar. Los morados y verdes secos que le muestran los vegetales de su entorno, refuerzan su pensamiento sereno. Manos suaves y delgadas con toques rosas y amarillos opacos, resuelven la situación de una imagen que está en mi mente y que comienzo a delinear en un papel gigante que fui preparando con engrudo y papeles texturados para lograr una sola pieza de grandes dimensiones. Que otras cosas podre hacer es siempre lo que ronda en mi mente, si riego el patio y aprovecho el agua de la manguera para empaparme y refrescar mi mente, es una posibilidad muy buena, ya que el calor de a ratos es sofocante y me deja sin opciones. Doy fe de las emociones que brotan de tus gestos y puedo afirmar que en momentos de ansiedad tomabas varias piedras y las arrojabas al cielo, como enojada con el aire por seguir llenando tus pulmones. Es evidente que la forma de manifestar tu enojo con el mundo era tratando de liberar tu energía contra la naturaleza, pero sin dañar algo que luego te dañe. Todos los días subíamos por las montañitas de tierra que estaban en el descampado de la esquina y con suerte nos raspábamos sólo las rodillas, ¿cómo hacer que aquellos días se materialicen en este momento?, las cosas más simples fueron las mejores y las complicadas fueron motivo de discusiones y reconciliaciones. Es cierto toco y me voy, el timbre suena y ya no estoy, comparando cada situación con otra del día anterior y sellando pactos que nunca 87
llegaron a cumplirse pero que mantenían viva la sensación de pertenencia que teníamos uno del otro. Claro que a veces no compartíamos ideas y mucho menos las mismas historias, pero era divertido, sin decirnos nada, la manera de conectarnos más allá de los sentidos. Me quedan dos horas para llegar a tiempo con las correcciones de mis alumnos y ya no sé si seguir poniendo ceros o tomar una nueva evaluación. Esto no quiere decir que sea mal profesor, es que hay temas que debo enseñarles y que ni siquiera a mí me interesan. Deberé buscar la manera de que ellos entiendan que debemos reconocer que lo que quiero y me gusta no siempre está a nuestro alcance y mucho menos aparecerá por arte de magia, debo conformarme a veces con lo que me ofrecen, pues así podre seguir en carrera y no desistir. Ya decidí voy a olvidar las correcciones y ninguno de mis alumnos tendrá una nota por algo que no le agrada, después de todo yo no quisiera que me obliguen a saber algo que no me interesa. ¿Y?, ¡te estoy esperando!, ¿hasta cuándo me vas a dejar con ganas de escucharte? Sin saber a qué se refería yo escuchaba decir eso todos los días, cuando comenzaban los interrogatorios interminables, que yo no podía contestar sin lágrimas y llantos. “Estas haciendo que pierda las ganas de comprarte un nuevo conjunto y no podrás ir a la fiesta de cumpleaños de Pascual”, eso era un verdadero castigo para mí y no sé de donde salían mis respuestas que de alguna manera calmaban la situación y lentamente el ambiente se enfriaba. Claro está que la verdad era lo que me dejaba seguir adelante. Hoy desperté con ganas de salir corriendo, con mis sencillos y cortos pantalones saltar al río para que la corriente me lleve a donde quiera, después de todo no hay lugar mejor que el fondo del rio, un mundo divertido lleno de nadadores babosos y oscuros colores, total no debo nada y todo lo prestado ya devolví. Pero nunca hago caso a mis pensamientos irracionales, decido mejor encender la hornalla y calentar el agua para desayunar, primero unos mates dulces y después un té, algunos panes con dulce de leche o mermelada y algo de queso. María era capaz de entretenerme horas con sus cuentos de bichos y animales que hablan entre ellos, poseía una infinita capacidad para crear historias que nunca tenían un final feliz, debe ser porque nunca terminaban realmente. Si yo hubiese escrito en ese momento todo lo que ella contaba, hoy tendría una fiel historia de los pensamientos más ocurrentes. Todo lo que debo hacer es buscar más en el mar de mi memoria y recuperar los fragmentos de ese enorme coral que ella armó mientras duraba nuestra amistad, tan fiel y tan íntima. 88
Hoy veo que tu imagen es más fresca y sutil, y que puedo dibujarla con más ganas que otras veces. Qué bueno es poder recordarte así, sin fisuras, y trabajar con mis manos en una escultura o pintura dejando atrás los malos momentos, para verte nuevamente, aunque sea un objeto con tu rostro es mejor que nada. Otra vez me toca cocinar, pero hoy solo voy a hervir arroz y algunos vegetales, tengo carne asada y algunos pimientos en vinagre. Todo lo que puedo hacer es tomar un vino y poner algo de música, nada de trabajar, hoy es día de descanso, llamare a algunos amigos y jugaremos al truco. Tengo muchas ganas de reírme y contar historias, creo que es la necesidad de desestresarme ya que tuve muchas responsabilidades últimamente. Salimos corriendo, te juro que es la última vez que voy a buscar a alguien. Desde que te vi en la esquina del kiosco, sólo quise saber dónde vivías, pero no fue tan fácil. Cuando finalmente encuentro tu dirección me sorprendió que tuvieras una jauría que ni siquiera me dejo llegar a tu puerta, salí corriendo, pero cuando regresé fue de día y sin haber tomado nada. Secretos compartidos que nunca nadie va a saber y que solo tú y yo entendimos, que no pudimos evitar y que morirán en nuestros corazones.
Nuestra noche Miré la calle de una manera diferente, encontré el silencio de esta noche blanca. Supe lograr que toques mis ideas encaminado en un bosque de pensamientos. Conocí ese lugar que solo tú habitas, decidí participar en más lunas consentidas. Animaste mis gestos al llegar fulgurante, subiste de tono al gritar la primera palabra. Encendiste mi mente para apagarla en madrugada, y tomaste todos los recaudos para que las mínimas caricias subieran el influjo sanguíneo, y terminara a mares. 89
CIA, JUAN CARLOS Reside en Villa Allende, provincia de Córdoba.
El loco de los relojes “¡Oh, dolor! ¡Oh, dolor! ¡El Tiempo devora la vida! Y el oscuro Enemigo que nos roe el corazón con la sangre que perdemos crece y se fortifica!” Charles Baudelaire ―Le aseguro que la culpa fue de él. Del enemigo. Yo solo me defendí de la gran mentira. Encontró una forma de ablandarme. Usted sabe que cuando uno se enamora, se ablanda y se pone tonto. No me dejó salida, no tuve alternativa. Debí darme cuenta antes. Fui un estúpido y bajé la guardia, pero descubrí el engaño. Descubrí el arma secreta y eliminé a la infiltrada. A la traidora. El guardia no sabía qué hacer. Miraba aterrado al “Loco de los relojes” que trataba de justificar porque había ahorcado a su psiquiatra. La mujer estaba tendida a un par de metros, desnuda y boca abajo. La cara azul, los ojos salidos de las órbitas y la lengua afuera cortada por una última mordida desesperada. El homicida, sentado en el piso, sacudía la cabeza y parpadeaba solo con el ojo izquierdo. Movía la comisura de los labios espasmódicamente hacia atrás y no paraba de hablar. Le temblaban las manos y apuntaba con el índice de la derecha al cadáver. ―Ella fue la responsable de su destino ―decía entre chillidos histéricos de triunfo y sollozos amargos de derrota. El “Loco de los relojes” se hizo famoso una noche de invierno. De esas en las que el frío hace que todo el mundo se recluya en sus casas. Vestido con un traje de neopreno negro, capucha y una capa con la imagen de un reloj de arena tachado dentro de un círculo, apareció colgado en el cuadrante del reloj de la Torre de los Ingleses. Con una 90
maza trataba de romper las agujas. Lo descolgó el grupo de elite de la policía después de dispararle un dardo tranquilizante. Una vez que el dardo hizo efecto cuatro enormes oficiales terminaron de reducirlo y lo llevaron esposado entre los aplausos de los pocos curiosos que presenciaron la escena. Identificarlo llevó bastante tiempo. Se había borrado las huellas digitales con ácido y la cara estaba desfigurada por un sinfín de cirugías. Tenía la cabeza afeitada y la piel tan tirante que le costaba sonreír. Después de algunos días, el trabajo de los peritos tuvo éxito y su identidad salió a la luz: Marcelo Elías Rodríguez Fork, un modelo famoso que hacía años había tragado la tierra, era el “Loco de los Relojes”. El tipo después de un breve paso por tribunales fue de cabeza al manicomio. Del interrogatorio salió la solución de varios casos irresueltos. El robo del pajarito del reloj cucú de Carlos Paz y la rotura de varios campanarios entre otros. Algunos habían pasado como desgaste natural, pero análisis posteriores demostraron lo contrario: Se comprobó el uso de limas y de ácido sulfúrico en los mecanismos. Otros dos hechos esclarecidos, y que se habían atribuido al accionar de terroristas musulmanes, fueron los atentados que sufrieron el Trust Joyero Relojero y la tradicional joyería Escassany. En ambos casos rompieron las vidrieras y quemaron todo. Los relojes aparecieron aplastados en un contenedor de basura a la semana siguiente. Los primeros días de internación lo tuvieron con chaleco de fuerza, pañales y totalmente dopado. Pasaba todo el día agitando los brazos, señalando con los dedos al vacío y con la espalda apoyada en la pared. Paredes que alguna vez fueron acolchadas y blancas y ya eran cenizas y marrones, salpicadas con manchas sanguinolentas. En el ambiente, flotaba denso un insoportable tufo a orina y saliva podrida. De noche se agitaba e intentaba soltarse. Sus alaridos no dejaban descansar a nadie. ―Cómplices, ustedes son cómplices del enemigo. Me encierran para que no lo destruya. Soy el salvador de la humanidad. El único que puede devolverle la vida eterna. En lugar de encerrarme síganme, síganme y luchen conmigo. Nosotros somos dioses, nosotros somos dioses, nosotros somos dioses ―Mezclaba gritos y susurros sin parar, mientras un hilo de baba espesa le caía de los labios. La letanía constante resonaba por los pasillos hasta que algún enfermero se dignaba darle una inyección, el pobre infeliz se dormía en posición fetal y volvía el silencio a ser el dueño del hospital. Después de la primera semana comenzaron a hacer efecto los antipsicóticos, se tranquilizó y pasó a la psiquiatra forense. Una mujer 91
que, a pesar de su juventud, ya era toda una burócrata de la medicina. Para ella, las sesiones no pasaban de su rutina: Entredormida y pensando en otra cosa. Prefería repasar la técnica de crochet que usaría en su próximo tejido a escuchar lo que decían esos deshechos humanos. Poco le importaban las historias de los criminales dementes. La mayoría habían sido golpeados o abusados de chicos y para ella esas cosas no tenían solución. Mejor que vegetaran en el oscuro pozo de los hospicios públicos. Era una cuestión de seguridad, así no lastimarían a nadie. Pero este caso era distinto. Aunque en un principio le pareció delirante, a la tercera o cuarta entrevista comenzó a interesarse. Este loco era diferente. El tipo tenía carisma, le gustaba. Sentía una atracción especial, casi animal. ―Me di cuenta de a poco, cuando dejaron de llamarme de las agencias de publicidad. Me presentaba en los castings y no me elegían. Preguntaba por qué y la respuesta de los creativos era siempre la misma. Esquivando la mirada, como si me tuvieran lástima, decían que no daba el perfil. ¿A mí? ¿A mí me decían eso? ¿A mí que era una estrella? Cada vez tenía menos trabajo. Solo para papeles de padre, de jefe, en fin, de hombre maduro. Algo malo pasaba. Era una conspiración. Alguien estaba en mi contra y quería arruinarme ―hablaba rápido, agitado y mirando al techo. Ella escuchaba con los ojos cerrados. No tomaba apuntes y mantenía las manos con los dedos cruzados sobre la falda. Se limitaba a tratar de entender lo que no tenía explicación. ―Cada vez que enfrentaba un espejo me veía más arrugado, más pelado y más canoso. Pero yo me sentía muy bien. Eso no podía ser normal. Probé con cremas y tratamientos cosméticos, después con cirugía estética. La solución duraba poco. Hasta consulté a una bruja. El deterioro de mi aspecto era cada vez mayor. El complot en mi contra seguía. Mi enemigo era implacable y no se detendría hasta verme destruido. Me hice todo los controles y estaba sano. Más sano que el médico. En la última consulta, me dijo que era todo normal, que el tiempo pasaba para todos. ―El tiempo pasa para todos, el tiempo ―dijo haciendo tronar los dedos. ―Entonces me di cuenta. Esa noche no pude dormir, entré en algo parecido a un éxtasis, pase siete días con sus noches en profunda meditación y en la séptima se hizo la luz. Una luz cegadora que despertó mis sentidos y tuve sabiduría. ―Cada uno de nosotros es una singularidad cósmica donde se concentra la sustancia de todo el universo. En nosotros coexisten 92
a la vez, el ayer, el presente y el futuro, deberíamos poder pasar de uno a otro a voluntad. Tenemos la misma esencia de Dios, somos su encarnadura, en definitiva, somos dioses. Estaba claro. Dios envió al tiempo para someternos. Ése era el enemigo, y no solo mío, de todo el universo. El verdadero ángel exterminador. El devorador de mundos. Bloqueó nuestra percepción y solo distinguimos el presente. Por medio de los relojes nos esclaviza. Todo en la tierra está atado a un reloj. Nada existe sin un reloj, desde lo más trivial a lo más complicado. Por eso debemos destruirlos, para liberar nuestro cerebro y percibir la integridad universal. Para dejar de ser esclavos y poder nadar en las once dimensiones de la realidad. Lo envió para que no fuéramos inmortales como él. Un ejemplo de su infinita soberbia y vanidad. Nosotros somos dioses, todos somos dioses, pero Él no admite competencia ―La médica levantó sus cejas agrandando aún más sus ojos verdes ya muy abiertos y se movió incómoda en su silla. ¿Y si no fuera loco, si lo que dice fuera cierto? Pensó y desechó ese pensamiento en décimas de segundo, pero la duda quedó flotando en lo más profundo de su mente. ―Si no existiera el enemigo, todo lo bueno sería eterno. Vos serías eterna ―dijo entre suspiros, con los ojos clavados en los de ella, mientras extendía una mano y le acariciaba la mejilla. Un escalofrío le corrió por la columna. La voz del hombre retumbaba dentro de su cabeza. De a ratos se le ponía la piel de gallina, se le secaba la boca y respiraba agitada. Si no fuera una locura ―y ella se consideraba muy cuerda― diría que se excitaba. ―Por eso comencé a luchar contra él. Es duro, pero tengo la eternidad para vencerlo. Desde que comencé la pelea estoy, día a día, más fuerte. Ya rompí la maldición y me convertí en inmortal. Soy el único que puede matar al enemigo y a su mentor, soy el único que puede asesinar a Dios ―exclamó con los puños cerrados, levantando los antebrazos, como si llevara hacia su pecho una barra con pesas. Con el paso de las sesiones, la relación se hizo cada vez más estrecha. Él, poco a poco, aceptaba la realidad. La inevitable realidad. Ella lo admiraba y lo quería sano, por lo menos lo suficiente como para sacarlo de ahí. Así podrían enloquecer juntos, tendrían muchas noches para disfrutar su locura. Era como un héroe de historieta. El Superman y ella su Luisa Lane. Héroes de historieta, pero héroes al fin. Lo que parecía imposible fue tomando cuerpo. “El loco de los relojes” estaba curado. Era una persona normal. Reemplazó a un enemigo irreal por el real amor a su terapeuta. Ella saltó por él todas las normas. Sin poder evitarlo, cometió el pecado que nunca había pen93
sado cometer: Se enamoró perdidamente de su paciente. Al comenzar la última sesión, atrancó la puerta del consultorio y se desvistió lentamente. Mirándolo a los ojos se acercó y lo besó. El la dejó hacer. Hicieron el amor por horas. Se rieron, fueron felices, por lo menos por ese rato. ―Esto no será ético pero te quiero― le susurró al oído. ―Te amo, te adoro, me sacaste del infierno ―respondió el loco. Ella se levantó del diván. Se hizo una cola en el pelo, con los labios fruncidos le lanzó un beso y fue al baño. La miró irse y se le ensombrecieron los ojos. Un relámpago de furia estalló en ellos. El murmullo volvió a su boca. Nosotros somos dioses, nosotros somos dioses, nosotros somos dioses… ―¿Sabe doctor? ―Declaraba ante el juez― En ese momento lo comprendí. Descubrí el arma secreta. Casi caigo derrotado por el soborno del amor. La soledad de mi lucha a veces pesa. Mordí el anzuelo pero me di cuenta de la farsa. Cuando fue hacia el baño vi como la cola que se había hecho en el pelo se movía. Se movía de un lado al otro. Como si fuera el péndulo de un reloj. Un reloj de carne y hueso. El arma secreta. Un reloj. Usted comprenderá, tuve que actuar, el destino de la humanidad estaba en juego. El acosador La miró desde la terraza de la casa de atrás, como lo hacía todas las noches. La veía recortada sobre la pared blanca. El aire era denso. El calor trepaba por las paredes como una enredadera infinita. Chorreaba desde el techo sobre la mujer que intentaba concentrarse en el libraco de derecho romano que tenía enfrente. El sudor serpenteaba desde su cabeza, bajaba por el cuello y desaparecía en el borde del corpiño, seguía por el vientre y caía al suelo desde las piernas. Faltaba poco para la madrugada. Decidió que era suficiente por ese día. Se paró sobre las puntas de los pies, respiró hondo, juntó las manos y levantó los brazos hacia el cielo, estiró su cuerpo tan largo como era y curvó la espalda hacia atrás en medio de quejidos de placer. Un baño fresco y a dormir. No sabía que la observaban. Nunca lo supo. La vio levantarse. La siguió con la mirada cuando paso de la ventana del comedor a la del dormitorio. Miró como volaban por el aire las pocas prendas que llevaba puestas. Llegó a ver como su cuerpo se perdía en la penumbra rumbo al baño. Abrió las canillas, primero la caliente y luego un poco de la fría. Se apoyó en la pared con los brazos arriba de la cabeza. Dejó que el 94
agua casi hirviendo le diera de lleno en la nuca y cayera por la espalda. La piel se enrojeció y los músculos se relajaron. De a poco cambió la ecuación y el chorro fue cada vez más frío. La piel se contrajo con rapidez. Cerró la ducha, y fue al dormitorio. Sacudió la cabeza y se sacó el exceso de agua del pelo. Se asomó a la ventana sin importarle que la vieran sin ropa. Y la estaban viendo. Luego entró y se desplomó sobre la cama, desnuda, mojada. Caminó por la terraza, se sintió bien cuando ella apareció. No sería difícil llegar al departamento y entrar. Solo bastaba la decisión de hacerlo. Y estaba decidido. Subió a la baranda de la terraza y de un salto llegó al balcón del departamento de al lado. Desde allí entró al comedor. En absoluto silencio se paró bajo el marco de la puerta del dormitorio la observó con detalle. Casi con adoración. Se acercó a la cama. Ella dormía boca abajo. Miró los pies, luego las piernas que se transformaban en los glúteos y descendían suaves hacia la espalda. Con la paciencia del cazador, esperaba el momento oportuno. Deseaba estar sobre ella. Los ojos se movían tras los párpados delatando que soñaba. Se movió sobre su costado descubriendo sus pechos perfectos. El pelo era un torrente castaño. Respiraba lento, los labios entreabiertos, como con ansiedad. Como si esperara un beso. Amanecía. Decidió que era el momento. Se deslizó sobre las sábanas. Con su cara casi tocándola, sintió el olor de la piel. Estaba tan cerca que su respiración le daba cosquillas. Lamió los dedos de los pies con deleite, los mordió con delicadeza. Gimió dormida. Recogió las piernas y siguió su sueño de placer sin despertar Dio piedra libre a su instinto. Con su cuerpo caliente se lanzó sobre ella. Ella no quería despertarse aunque se daba cuenta que las sensaciones eran demasiado reales. El peso que cayó sobre su cuerpo le puso fin a ese espejismo de pasión. Todo terminó violentamente. Se despertó asustada, el corazón se le salía por la boca. Le costaba respirar. La adrenalina la hizo volver pronto a la realidad, con un brazo intentó sacarlo y le gritó: ―Salí de acá gato cargoso que hace mucho calor.
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CLAUSEN, MARÍA ISABEL Reside en General Roca, provincia de Córdoba.
Cuando las puertas del cielo se abrieron Se habían amado tanto como lo imposible y más que lo posible. Su amor los transportaba a un universo donde sus corazones les permitían ser colibríes y cóndores a la vez. Volaban hacia cualquier rumbo, por la altura o a ras del suelo, pero siempre cobijando sus sueños protegidos en las alas. A veces se escondían entre la copa del cerezo y sus besos sabían a dulce néctar de blancas flores, otras, ocultaban sus caricias tras la niebla de las noches de otoño, para que ni las estrellas descubrieran su dicha. Así vivían, en un mundo propio, único, hecho de cautivantes y apasionados anhelos de felicidad. Nadie más que ellos existían en ese espacio imaginario, nadie ni nada que les prohibiera amarse con o sin derecho de hacerlo, ¿acaso en los sentimientos importan los derechos? ¿Qué derecho puede anularlos? ¿Cuál matarlos? ¿O juzgarlos? ¿O permitirlos? Ellos rompen cualquier ley e ignoran la justicia cuando de amar se trata. Por eso eran como dos pájaros entrelazando sus alas en la libertad de los espacios, y en complicidad con el viento que los sostenía sobre sus anillados soplos, podían planear libremente sobre el mar escuchando el cantar de las sirenas, tan enamoradas del amor como ellos. Un día, él no acudió al encuentro. Cansada de esperarlo, ella plegó sus alas, y envolvió entre su plumaje las ilusiones fraguadas entre suspiros. Después, se acurrucó bajo la luz del sol. Sentía frío, un frío que la envolvía sin piedad hasta hacerla temblar .Sonó el teléfono: ―¡Perla, soy Ada, vení pronto al hospital, Samu tuvo un accidente, está muy grave! No hizo preguntas. Corrió enloquecida por las calles vestidas de nieve. Su corazón se lo decía, él se iba lejos, muy lejos, al país de los silencios y ella sentía demasiado dolor para llorar. Llegó con un rosario de lágrimas brotando de sus ojos. 96
Los gritos angustiados de Ada la recibieron, y tomando su mano la llevó hasta el adorado cuerpo ya sin vida. Extendió sus brazos como alas y lo envolvió en ellos, puso sus labios sobre los de su amado pero no respondieron al beso, entonces, como los pájaros, lloró sin lágrimas, hacia adentro de la piel. Pasado un tiempo, alguien la vio trastabillar y caer en la vereda. Corrió hacia ella y dándole palmadas en el rostro, le dijo: ―¡Señorita, señorita, responda por favor! ―no hubo respuesta. Curiosos se acercaron y comenzó el revuelo: ―¡Llamen a los bomberos, no, a una ambulancia! ―cuando llegaron los vehículos de emergencia la llevaron a un nosocomio cercano. Perla se sentía flotar liviana y suave como una pluma mecida por la brisa. Miraba gesticular y moverse a médicos y enfermeros a su alrededor, pero no lograba escuchar lo que decían. Se vio alejándose de ellos en una dirección que la llenaba de felicidad, más no entendía el por qué. Cruzó nubes inmensamente celestes y un camino bordeado de estrellas. Se detuvo, vio ante sus ojos un portón blanco que se habría lentamente, hasta hacerlo de par en par, dejando ver un enorme árbol de Navidad, iluminado y rodeado de ángeles que le sonreían. Estaba extasiada cuando sintió la tibieza de unas alas que le recordaron a otras ya lejanas pero de igual ternura. Escuchó su voz diciéndole: ―¡Querida mía, por fin viniste, te extrañaba tanto! Sobresaltada reconoció la voz: ―Samu ¿eres tú? ¡Sí, eres tú! ―y se abrazó a él, pero no reconoció sus brazos, sólo su calor. ―¿Dónde estamos, por qué pareces vestido de luz? ―Mírate, tú también estás vestida de luz. Estamos en el cielo y es Navidad. Ven, Dios nos espera. ―¡No!, ¿cómo le diremos de nuestro amor? Se enojará. ―Dios no castiga al amor, mi bien, ya lo verás. Y abrazando su luz, la condujo por un pasillo de refulgente esplendor. Al llegar al final de un largo pasillo, lo vio: bello, con una dulce sonrisa, tanto como su mirada, y atónita escuchó que le decía; ―¡Bienvenida, feliz navidad! Samu, sufría aquí sin ti, y tú allá sin él. A vuestros ángeles de la guarda les preocupaba eso, y pidieron que mi regalo de navidad para ustedes sea reunirlos, por lo que hoy se reencontraron para no separarse jamás, y ser felices por siempre. ―¿Samu, estamos muertos? ―preguntó cómo si estuviera deli97
rando. ―Sí para la tierra, pero no para el cielo. Allá éramos dos seres humanos que se amaban, aquí somos dos almas unidas por el amor de Dios. ―¿Entonces, nos amaremos siempre? ―Eternamente, mi amor, eternamente. Se abrazaron formando una sola luz, y comenzaron a disfrutar de la eternidad, mientras las puertas del cielo se volvían a cerrar.
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D’ALESSANDRO, MARICEL B. San Miguel del Monte, provincia de Buenos Aires.
Efímero El no, ya, el tiempo corrido de tu mirada de hoy puede estar al principio como al final de mi vida… El ayer se me corrió para mañana que está con aquellos barcos a vapor, quizás en ese camino donde vuelan las naves espaciales, o los trenes, caminos del ayer… esos trenes que mueren como los niños que no nacen, el tuyo, el mío. Él siempre se cruzó en el futuro, él, siempre él… … no lo sé… El mundo paralelo se me escapa y sólo, tan sólo conquisto un ínfimo presente. El tiempo corrido puede estar al principio con los barcos a vapor, quizás ese camino que está como al final de tu vida. Él, no ya, en él siempre… Tú mirada hoy, en el ayer que se corrió para mañana, el tuyo, el mío, donde vuelan las naves espaciales 99
y no nacen niños, o en el futuro… trenes, caminos y más trenes que mueren en el ayer, en el siempre… Se cruzaron en el mundo paralelo, no lo sé se me escapa… y sólo, tan sólo conquisto un ínfimo presente.
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DELFINO, PATRICIA MARCELA Monte Vera, provincia de Santa Fe.
La soledad que me habita La soledad que me habita… en mi alma está instalada, desde antes de nacer me laceró con su espada. La soledad que me habita… duele en el corazón, y se me inundan los ojos si la siento en la razón. La soledad que me habita… jugó con mi dignidad, y en el momento más cumbre surgió la creatividad. La soledad que me habita… pesa mucho si se agranda, pero un abrazo de amigos la reduce y ya no daña. La soledad que me habita… está llena de nostalgias, me muestra caminos buenos y me llena con su Gracia. La soledad que me habita… suena en la Naturaleza, y en ese canto no deja que pierda mi fortaleza 101
La soledad que me habita… me enseñó con sus silencios, que mis Dioses y Demonios juegan un juego de genios. La soledad que me habita… me desordena la vida, yo me peleó con ella para que no deje heridas. La soledad que me habita... me hace un nudo en las entrañas y desatarlo amerita, engañarla con patrañas. La soledad que me habita… habla de tierras lejanas, de juicios y desarraigos, de mundos en amalgama. La soledad que me habita… ¿Hasta dónde va a llegar? ¿Se irá algún día bien lejos? …¿O es mi karma por pagar?
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DIMARTINO de PAOLI, MARGARITA Reside en Mar del Plata, provincia de Buenos Aires.
¿Por qué?... ¿Por qué si estás en mí… no estás conmigo?... ¿Por qué si es que te busco… no te encuentro?... ¿Por qué si te presiento y me castigo te llevo tan profundo y tan adentro?... ¿Por qué me forjo este sueño tan triste, que más que soñar... es una tortura?... Si tú no sabes que mi amor existe ¿A qué sufrir lo que no tiene cura?... ¿Por qué me alegra y me apasiona tanto el saber que yo pueda hallarte un día?... ¿Por qué si brilla en mi pupila el llanto, Tú no descubres la quimera mía?... ¿Por qué si estás en mí… no estás conmigo?... ¿Por qué si es que te busco… no te encuentro?... ¿Por qué si te presiento y me castigo te llevo tan profundo... tan adentro?...
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DOLCEMELO, JUANA NOEMÍ Reside en Baradero, provincia de Buenos Aires.
Rompecabezas Muchas piezas sin colocar... Pensando, voy ensamblando y formando el rompecabezas... Es como la vida. Muchas piezas... Armo, cuando aprendo de los errores y tomo a los fracasos de etapas. Soy un observador de todo lo que pasa... Y sigo armando... Muchas piezas sin colocar... Cuando coloque la última ficha será una obra única. Con aprendizaje y enseñanza.
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DONVITO, HÉCTOR HUGO Reside en Moreno, provincia de Buenos Aires.
El viaje Bajo las escaleras, voy hacia la ventanilla, espero que atiendan al que está adelante mío y compro un cospel, lo coloco en la ranura y mientras paso por el molinete guardo el vuelto. Entro al primer vagón sin apuro, ya que en Federico Lacroze, zona de la Chacarita, a esta hora sube poca gente. Me siento en un sitio que me permita ver hacia adelante. El tren todavía no arrancó. Miro hacia afuera está totalmente oscuro, suenan las campanillas, entra alguien vestido de blanco y el tren sale. Percibo el túnel y oigo en mi entorno el quejido de una mujer y siento una fuerte opresión en la cabeza y lloro desahogándome. Desaparece la oscuridad, empiezo a ver de a poco ahora que hay más luz. Ya más adelante se ve la próxima estación, no entiendo por qué estaría tan oscuro al salir. Al rato de viajar tengo hambre, unas tremendas ganas de tomar la teta. Lloro a pesar de no estar solo y me entretengo mirando los carteles que están a los costados de los andenes, mi vista salta de uno a otro aunque no los entiendo. El tren se detiene en la estación, todavía quedan asientos vacíos, la gente se acomoda tranquila pero me asusta que se llene de personas desconocidas. Arranca. Sigo con la vista el último cartel que lleva el nombre de la estación pero no sé leer. Nuevamente a media luz, recorro con la mirada las personas, ahora me gusta un poco la gente. Algunos son más simpáticos que otros pero no me preocupa, me siento protegido. El tren toma su máxima velocidad entre estación y estación y al rato la disminuye, este tramo es corto y pronto se aproxima al sector más luminoso. Antes de que se detenga deletreo el nombre de la estación MA… LA… BIA, fijo la vista en la publicidad, me gustan los dibujos, uno tiene un chico que va a la escuela… GU… A… GUARDAPO… OLVO… DOCEDE… DEOCTUBRE… y arranca. Tres tipos se quedaron parados por falta de asiento, uno de ellos se 105
cuelga de un pasamanos, otro apoyado contra la puerta lee es diario que trato de vichar de ojito aunque tengo las letras al revés, leo que Boca empató con Racing, es increíble no haber podido ganar ese partido, pasó lo mismo que cuando jugamos contra los troncos de la otra cuadra que los peloteamos todo el tiempo, les dimos un baile de novela y la pelota no entraba ni por joda hasta que el caballo de Roberto la mandó de un zapatazo a la casa de Avelina y la vieja de enfrente no la devuelve nunca, tuvimos que dejarlo empatado, pero el peludo se lo dimos nosotros. ¡Qué rápido llegamos a Ángel Gallardo! Acá entra mucha más gente, es cómico como se empujan, casi se cae un viejo mejor no miro porque me tiento de risa. Se cierran las puertas y una gorda que casi se queda afuera me hizo acordar que no estudié geografía, como me embola geografía, la puedo dejar para marzo pero seguro que me llevo matemáticas y me clavo estudiando en las vacaciones. El vagón toma nuevamente la mayor velocidad y es la parte más linda del trayecto porque hay unas curvas. Me gusta el primer vagón para mirar hacia adelante, me da la sensación de estar en una cápsula espacial, o en el túnel del tiempo y que al atravesar la barrera del sonido ¡zaz! las palancas de la antepuerta fallan y podemos ser despedidos al espacio y… ¡se detiene entre estaciones!... qué raro, no tendrá señal de paso. Ahora está tratando de arrancar, va a los tirones, parece que todos tuviésemos hipo al mismo tiempo, ya se normaliza menos mal… esa pelirroja me hizo recordar a Miriam la que conocí el sábado en el baile, parece que tuviera la cara salpicada… y si le digo: te pareces a una amiga querés venir a bailar… no, que torpeza… se te cayó el boleto, y hago como que lo levanto, a ver si pasa el guarda y te lo pide ¡no, que boludo!, en el subte no pasa el guarda, ¿este cospel el tuyo? te invito a bailar es sába… ¡no!, no me va a dar bola… sos igualita a una… ¡la puta que lo parió se bajó! ¿Por dónde estamos?... Medrano. El trescientos veinticinco, el trecientos veinticinco… siempre miré a los flacos con el birrete en la charretera, hacían como que se peinaban para disimular la pelada, el trescientos veinticinco ¿dónde me tocará? ¡qué vergüenza andar así por la calle! Que todas las minas te miren esa facha de tarado, y pensar que siempre dije que me la salvaba y acá ando, a los saltos de rana, ¡carrera march! ¡salto de rana carrera march!, y de yapa me comí diez días de arresto y me pierdo la primer baja, ¡si mi capitán! ¡ordene mi capitán!, en unos días me dan la baja y ¡a la mierda mi capitán! Está por llegar a Agüero, por lo menos es más fácil conseguir labu106
ro, antes de hacerla no te toman en ningún lado. El quilombo lo voy a tener con la facultad por ese… ¡cuánta gente sube en Agüero! El jefe de ventas me pareció un tipo macanudo, comprador, joven, empilcha bien, ¡qué sé yo!, me las voy a rebuscar, en algo tengo que empezar hasta que me ponga canchero. Este año tampoco me alcanzó el puntaje ¡que se joda la facultad! Nadie se va a morir por no hacerla, no me voy a reventar por querer hacer todo a la vez. Ni ganas de abrir el diario me da, con este calor lo usaría para apantallarme si no me resultaran tan ridículas esas viejas que lo hacen delante de todos. Tengo que acordarme de comprar flores para Susana, ya hace dos años que salimos, le va a gustar, pero no la quiere entender que con lo que gano no podemos casarnos y la tiene con que la plata no es lo más importante, que pensemos en nuestra felicidad, yo quisiera saber que me dirá cuando necesite guita para la comida si le digo que no hay más plata, ayer: no hay más plata comamos caca, hoy: no hay más plata comamos caca, mañana no hay más… y así se la pasa, todos los días limpiándole la caca a los mellizos, menos mal que me salieron machitos, a estos los voy a entrenar para que le peguen bien a la pelota y los saco futbolistas ¡nos llenamos de guita!... son lindos los desgraciaditos. Que pesado está el viaje, recién salimos de Pueyrredón y de yapa me voy a tener que parar ¡siéntese señora!, no por favor no faltaba más, si lo sabré yo, mi señora tiene mellizos. Me conviene el cambio de sección, además de que me aumentan el sueldo es más cómodo, estoy cansado de andar por la calle, necesito un poco de tranquilidad, y si engancho la ganga con el Pelado y Rodríguez que me deja sacar los productos en negro… ¡este Rodríguez es macanudazo, no me va a fallar justo a mí!, lo que tengo que buscar es un depósito, en casa no hay lugar. Pero escuchame un poquito Susana, los chicos precisan más espacio y vos poder tener teléfono en la casa para hablar con tu mamá… bueno ¡pero yo si lo necesito! ¡Qué joder! Ya te conté que Rodríguez está en almacenamiento y controla la salida de los productos… y los melli empiezan a la escuela, necesitamos una entradita extra ¿quién se va a dar cuenta?... por favor Susana no grites que me duele la cabeza. ¿Ves! Hasta es más luminosa, tanto escándalo que hiciste… ¿crees que en esta casa no vas a tener vecinos?, y bueno… ya te relacionarás, en la otra tampoco conocías a nadie. Con el alquiler que tengo que pagar por esta casa si el boludo de 107
Rodríguez se va al mazo lo estrangulo, y si jode lo presiono con el asunto de que el mes que viene me promocionan a subjefe de personal y lo puedo hacer echar, si no este guacho me caga, en este país aunque quieras ser honrado te hacen jodido a la fuerza. Pasteur, estoy reventado y sigue subiendo gente… mirá, mirá esa mina… la pelirroja… se parece a alguien y no me puedo acordar a quien… El turno es el martes a las siete y media de la tarde ¡qué carajo será este dolor en el pecho?, espero que este la emboque, dicen que es una eminencia porque el año pasado ninguno de los cuatro que me recomendaron dieron pie con bola, que la pildorita, que deje el cigarrillo, que las gotitas, un año perdiendo tiempo y guita para nada, no se para que estudiaron medicina, se hubieran dedicado a predecir el horóscopo. Pero éstos que se creen, ¿qué gano como Maradona? ¡qué joder con el tratamiento que me recomienda la eminencia! Tiene que descansar, total ¡vos me bancas a la familia!, mi amigo tómese tres o cuatro meses de vacaciones ¡pedazo de pelotudo! Con lo que cobrás y te salís con semejante disparate ¡una eminencia! ¡Pero por qué no te metes el título en el… ¡eh, eh, cuidado!, me estás reventando che para un poquito, que disparate, pensé que en Callao bajarían unos cuantos pero suben más, apenas puedo respirar… y este dolor acá… A pesar de lo incómodo que viajamos a veces me detengo a observar a la gente, parece que a los viejitos se le viera en la expresión de la cara lo que pasaron en sus vidas… que cara tendré de viejo?... bueno no estoy tan lejos, antes me resistía a aceptarlo pero los nietos me lo hicieron entender a la fuerza. ¿Baja en Pellegrini? Es por la puerta de enfrente, ¡ya Carlos Pellegrini! ni me di cuenta que pasamos Uruguay y espero que bajen unos cuantos… ¡que yeta! no queda un solo asiento desocupado y ese mocosito de mierda me podría dar el asiento ¿no se da cuenta de que no me puedo mantener en pie? Cuando yo tenía su edad ni lo pensaba, saltaba del asiento como si tuviera resortes para ofrecérselo a quien lo necesitara, y si yo estaba de pie y subía una embarazada hacía levantar a quien se hiciera el idiota, pero ahora si uno le pide un favor a alguien le contestan con una grosería. Bueno, llegamos a Florida, Florida, siempre me transmitió alegría esta estación, por la calle digo, por ahí va gente elegante y alegre, salen de los negocios llenos de paquetes, van bien vestidos, no es como en los barrios de los suburbios que te pichulean el precio de la carne y hasta de los fideos, acá la gente gasta sin fijarse, saben disfrutar de 108
la vida. Partimos de Florida, me pareció que pasaron años allí, lo que son los recuerdos no? ¡Gracias muy amable!, menos mal, no me bancaba más parado aunque sea la última estación. Estoy en el primer vagón, recuerdo cuando era chico como me gustaba mirar hacia adelante, al clavar la vista en el túnel me imaginaba fantasías, viajes interplanetarios… viajes largos… que no terminaban nunca… …que oscuridad hay en la terminal, no veo nada.
Mini suicidio Como todas las mañanas, luego de bañarme me afeito antes de salir para la oficina de mi rutinario trabajo. Recuerdo al viejo ¡con qué destreza utilizaba la navaja! Una inquietud acompaña la necesidad de imitarlo. Poco canchero con esta herramienta, al minuto de comenzada la acción, el filoso utensilio penetra suave en la piel. Sobre la herida presiono un trozo de papel higiénico doblado en cuatro y sigo tranquilamente, consciente de no poseer la destreza de mi padre. Al rasurar el bigote tajeo la base de la nariz, zona anatómica dolorosa y hemorrágica, necesito gasas y tela adhesiva para reparar el mal que por sí solo produce un estado de gran nerviosismo nada frecuente en mi persona. Para recortar las patillas es necesario el engorroso movimiento de brazo y muñeca de abajo hacia arriba con el codo levantado a la altura del occipital, en esa pose concreto una masacre de oreja para la envidia de cualquier Van Gogh. El dolor que causa la herida me origina un acto reflejo, de inmediato tomo la oreja con ambas manos sin apiolarme de soltar antes la navaja. En el piso los trozos de oreja acompañan a dos falanges de mi mano izquierda. Un tremendo impulso interior, a causa del dolor, hace que estire latigosamente el brazo derecho y con él rompo el espejo del botiquín, el inaguantable dolor me contrae con violencia los brazos hacia la cintura perforando al toque el estómago con el filoso elemento que tan hábilmente usaba mi padre. Me flaquean las rodillas, caigo lentamente y con la frente doy contra el borde del lavatorio, tal golpe me tumba hacia atrás y con la nuca pego en el inodoro. 109
Ana, preocupada luego de llamar varias veces y no recibir respuesta alguna de mi parte, entra al baño. Patina. Al caer la empapa un espeso charco rojo―carmín aun tibio. Su cuerpo desvanecido queda junto al mío con su cara contra el piso. Se ahoga con el líquido viscoso. Los informes forenses aseguran: Asesinatos premeditados con arma blanca, y/o elemento contundente no identificado, acompañado de morbosa agresión con navaja abandonada en el lugar de los hechos. Al día siguiente los periódicos anuncian en la sección policial que, aunque ya hay tres detenidos acusados de sospechosos, las fuerzas de seguridad continúan la infructuosa búsqueda del psicópata homicida. Se descarta toda posibilidad de suicidio o riña matrimonial.
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DRUETTA, MÓNICA Reside en Tancacha, provincia de Córdoba.
Orfandad Y fue tu muerte un hachazo que abrió una grieta profunda, irreparable, dolorosa… Y fue la grieta una herida sin sangre por donde se escapan de a uno los recuerdos, los fantasmas, las palabras… ¿En dónde te busco ahora que la grieta me atraviesa toda? Intento con mis manos inútiles, culposas… detener los trozos que se caen irremediablemente… Me dejaste sola sin domingos, sin ternura, huérfana… Y tenías derecho, claro, a rendirte 111
a estar cansado y entregarte, a irte pero quÊ hago yo ahora con esta grieta atravesada‌ sin fondo.
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ESPIÑO, ALBA Reside en Olivos, provincia de Buenos Aires.
Agua y granizo El canal del clima anunciaba tormentas aisladas durante la tarde y noche. La temperatura era agradable pero agobiaba un poco la humedad ambiente. En el aire se respiraba el ozono que presagia la lluvia y que le recordaba las tardes de verano en la casa de San Martín, antes de salir a jugar a la vereda. Rayuela, elástico o poli ladrón. Siempre antes que se largue y el agua se lleve las ganas de jugar junto con los barcos de papel en el cordón. Pensar en aquellas tardes le robó una sonrisa. La ropa tendida en las sogas del patio empezaba a sacudirse con más fuerza. ―Mejor la levanto ahora que ya está casi seca ―dijo. El pelo largo se arremolinó sobre su cara. Luchaba con las mangas de una camisa que le azotaban el rostro y con los mechones de cabello que se metían en sus ojos obligándola a cerrarlos. A tientas logró descolgar todo y entró rápidamente por la cocina. Calentó agua para un té. A esa hora venía bien uno frutal. En tanto esperaba, miró el cielo por la ventana y vio cómo el celeste tornaba en interminables gamas de grises, nubes blancas como helado de limón se teñían rápidamente de negro y se diluían detrás de la tormenta. Cerró la puerta para que no siguieran entrando hojas secas y basura que se juntaba en el patio. La azalea violeta empezó a perder las flores con tanta sacudida y en un momento pasó de ser una maravilla de primavera a un racimo descontrolado de ramas verdes. La calma del día iba desapareciendo. La tempestad se perfilaba en el horizonte, sobre su cabeza. El agua burbujeaba en la pava silbadora avisando que era hora de servir la infusión. Le molestaba la tierra en los ojos y pestañeaba para limpiarlos. De repente se sintió rodeada por un cono con aspecto de huracán. ―¡Imposible! ―pensó en voz alta. ―Ésta no es zona de tornados. Pero, para ser realista, tuvo que aceptar que al menos era lo más parecido a uno, aunque nunca había estado en lugares que los 113
padecen. El viento se hacía más y más fuerte. Las sacudidas que al principio sólo revolvían las ramas de las plantas, ahora las estaban arrancando con raíz y todo. A lo lejos volaban algunos escombros, no divisaba qué eran, pero seguro eran grandes pedazos ya que, a pesar de la tierra y el polvo que se levantaba en remolinos, se los veían esparcirse con violencia y por todas partes. El techo de tejas de la casa lindera acababa de perder un par que estaban sueltas y salieron despedidas sin rumbo. Se escuchaban las alarmas de los autos, los árboles crujían y objetos se estrellaban en el pavimento, los patios y jardines. En medio del colapso, los rayos caían cercanos y hacían temblar los vidrios de las ventanas. Los truenos más feroces se escuchaban inmediatamente después de que la luz de los relámpagos iluminaba la sala. De pronto, enormes pedazos de hielo golpearon las calles y los automóviles estacionados. En pocos minutos la calzada y el pasto desaparecieron bajo un manto de granizo del tamaño de naranjas. Se preguntó cómo se sentiría estar en guerra. La luz parpadeó y al fin quedó a oscuras. El cielo plagado de nubarrones grises seguía lanzando dardos congelados cada vez más grandes. Estruendos en penumbras, sacudidas infernales y ahora la lluvia torrencial que caía no ya en gotas sino en chorros. El agua corría como ríos por la calle y subía a las veredas amenazadora, avisando que pronto estaría dentro de las casas. Nunca había visto semejante despliegue de furia y aún no terminaba. El té se enfriaba en la taza y la mujer no atinaba a reaccionar. El mundo parecía venirse abajo en un sinfín de erupciones, convulsiones y zarandas. La marejada arrasaba con todo lo que se interponía rompiendo rejas, puertas y vidrios, avanzando despiadada sobre lo que estaba a su alcance, empapando, golpeando y destruyendo todo a su paso. Al mirar hacia abajo vio las olas que se estrellaban a sus pies cubriendo los tobillos y subiendo. Recordó que no sabía nadar. El paño fijo del ventanal estalló ante sus ojos y el río de hielo ingresó arrojándola contra la mesada de la cocina. Se aferró como pudo a un gabinete pero la fuerza imparable la sacó limpiamente del lugar hacia el patio. Manoteaba desesperada para asirse del laurel pero éste pasó flotando a su lado rumbo a la acera, por encima de la reja que desapareció en el vendaval. Sin esperanzas se dejó arrastrar tratando en vano de no tragar agua. Miraba desorbitada los alrededores viendo cómo las casas desaparecían bajo el agua, y luego sólo se divisaban hojas de las copas de algunos árboles que resistían la intemperie, los otros flotaban a su 114
lado o delante de ella. La oscuridad la envolvía, el granizo la golpeaba y la marea se la llevaba vaya uno a saber dónde. En pocos minutos, el planeta se había vengado. Miró un poco más allá y alcanzó a ver un resquicio de luz clara filtrando entre las nubes. ―Parece que va a mejorar después de todo ―Se dijo intentando consuelo―. Menos mal que alcancé a sacar la ropa―siguió, mientras a su lado pasaba el cadáver de un caballo blanco.
Dejémoslo así Se acercó lentamente al tipo, tal como se lo había indicado, con las manos a la vista y pareciendo desarmado. Sólo quería cerciorarse de que la chica estaba bien. Pasó junto al que estaba parado un par de metros a su derecha, y caminó seguro adelante. Cuando enfrentó al maldito pudo observar a la joven llorosa y aterrorizada sujetada por el brazo izquierdo del delincuente y encañonada con el arma que sostenía en su mano derecha. Ambos se veían envueltos en un temblor histérico. ―Tranquilo, sólo quiero asegurarme que la chica no está lastimada ―le dijo extendiendo su mano izquierda hasta tocarla apenas. En ese preciso momento, cuando consiguió aflojar mínimamente la tensión, tomó a la joven del brazo y se la arrancó de los suyos al tipo, al tiempo que sacaba su 9mm de entre sus ropas y le disparaba un tiro en la frente. Arrojó a la chica al piso al grito de ―¡Abajo!― Giró sobre sí y le disparó al otro que había pasado en la entrada, que estaba de pie y listo para defenderse aun sin salir de la confusión. Otro disparo en medio de los ojos y el hombre se desplomó. Miró a la jovencita que gritaba en el suelo salpicada con la sangre del primero. Caminó con paso firme al montículo de cajas que había en el fondo, detrás del cual se escondía el tercero, pateó algunas y vio al chico sentado, sucio y llorando mientras se orinaba en los pantalones con un arma entre las piernas. Se agachó, le arrebató la pistola, le gritó ―¡Silencio!― Miró la cara del delincuente y observó que era casi un niño, dieciséis años si los tenía. Hizo un gestó como negando con la cabeza, cerró los ojos un instante y le disparó también en la cabeza. ―De todos modos ya estaba contaminado― dijo con resignación. Volvió adonde había quedado la joven, la tomó de un brazo y la levantó sacándola del lugar casi en el aire. Al salir del galpón, policías 115
y paramédicos invadían todo entre corridas y sirenas. Prácticamente les arrojó a la chica y siguió caminando hasta un patrullero cercano. Se quitó el chaleco, dejó el arma encima y sin prestar atención a los gritos del jefe, se subió a su auto y salió de ahí. Alguien tendría que arreglar aquel desastre.
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ESTÉVEZ BUTELER, GASTÓN Reside en Quintas de Argüello, provincia de Córdoba.
Sin vergüenza Según cuenta mi amigo Paco, la noche del suceso, un sábado de un mes de verano muy caluroso, Valeria ―su hija― y él fueron a cenar en el auto de ella, quien después de la cena lo dejaría en su casa. Como estaba pactado, terminada la velada Valeria dejo a su padre en su casa. Debo decir que mi amigo hacía más de diez años se encontraba separado de la madre de su hija, esto lo convertía a los ojos de los demás en un solitario transgresor, noctambulo y él no hacía nada para desmentir a la horda de charlatanes del bar que solía frecuentar. Volviendo a nuestra historia de esa noche, cuenta mi amigo que a pocas cuadras de su casa había un boliche bailable para mayores según el deducía por la gente que se veía ingresar al lugar las veces que había acertado pasar por el lugar a horas convenientes. Sintiéndose esa noche asfixiado por el calor reinante en la casa y llevado por la curiosidad de conocer el lugar decidió ir hasta el boliche, tomar algo y pispiar ―término que delata su edad―; cumplido su objetivo volvería a su casa a lidiar con el insoportable calor de la noche. El reloj marcaba la una de la madrugada del día domingo. Llego al boliche caminando por una calle en penumbras que transito sin hesitarse, como si lo hiciera todas las noches o fuera el capo del barrio. Ya en el lugar, pidió sentado en la barra frente a la pista de baile un trago. En la pista una pareja bailaba bachata con gran ductilidad y en la que sobresalía la sensualidad de la mujer. Siguió a la bailarina en sus contorneos hasta que en el momento que terminaba su trago y se disponía a irse, la mujer que había deleitado sus ojos y algún otro sentido, dejo la pista de baile, se despidió de su pareja y se dirigió hacia Paco, mi amigo. Cristina que así dijo llamarse, estando frente a él, sin más trámite le preguntó: ―¿Te gusta bailar?, ¿te gusta la bachata? ―Y sin permitir contes117
tación alguna agrego ―¡Ay a mí me encanta la sensualidad del baile! Paco se sonrío y le contesto: ―El baile no es una de mis habilidades para destacar pero si estas dispuesta yo sería tu pareja de baile, aunque más no sea por algunas piezas ―y agrego ―No me amilano con facilidad, yo soy un hombre sin vergüenza. Así Paco y Cristina, bachatearon un largo rato, y ya en el jardín conversaron animadamente refiriéndose casi en contrapunto una anécdota tras otra, uno después del otro. Rieron mucho, como dos adolescentes en conquista y avanzada la madrugada de ese día domingo se despidieron intercambiándose los números telefónicos. Ella se fue en su auto y él emprendió la vuelta caminando. Caminando por aquella calle en penumbra por la que había llegado al bar sin hesitarse. Paco recibió un mensaje de Cristina en su celular “Holaaaaa… hoy aprendí lo que son dos almas gemelas. Que descanses” al cual se dispuso a contestar y siendo que no tenía los anteojos luego de mucho trabajo y de caminar mirando el celular tratando de encontrar las letras apropiadas, finalmente, logro armar la frase y enviársela a Cristina “Hola… Si puedo borrar de mi mente tu sonrisa seductora segura que podré descansar” Al levantar la cabeza advirtió a cuatro muchachones que venían caminando de frente a él y que le causaron una sensación de mal presagio (ya no se sentía el capo del barrio) y atinó a guardar el celular en su bolsillo. Cuando pasó al lado de los muchachones uno de ellos se dio vuelta y profirió un grito: ―Viejo. Paco se dio vuelta y contesto: ―¿Qué? ―Dame el celular viejo, ―contesto a los gritos el sinvergüenza y sin esperar respuesta alguna le propino a Paco una trompada en la cara. Paco en evidente desconcierto y tirando él también una trompada que no llego a destino exclamo: ―¿Qué decís? Viéndose acorralado en desventaja y sin comprender bien lo que hacía dio vuelta su rostro y advirtiendo que estaba cerca de la esquina de su casa, aprovechó la oscuridad y gesticulando y gritando llamó a sus amigos invisibles. ―Vengan, vengan que me quieren asaltar. Incomprensiblemente los agresores luego de titubear por unos 118
instantes, se dieron a la fuga. Paco ingresó apresuradamente a su vivienda, tomo el celular y envió un mensaje a Cristina con letras de imprenta mayúsculas: “YO APRENDI HOY QUE ADEMAS DE SIN VERGUENZA, SER CARA DURA Y MI PROFESION DE ACTOR ME SIRVIERON PARA ALGO” Sin darle tiempo a nada el celular de Paco recibió el siguiente texto: “IMBECIL” Paco nunca pudo explicar el sentido de su frase. Cristina no volvió a contestar ni sus mensajes ni sus llamadas.
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FALABELLA, RUBÉN DANIEL Reside en Villa Adelina, provincia de Buenos Aires.
Compañero A mi abuelo Eliezer. Por la dudas, tiraron unos cinco cuetazos al estanque donde estábamos sumergidos. Cuando escuche el primer estruendo me piyé y empecé a pedirle a Dios. Yo, el peor de los ateos, empecé a pedirle perdón por todos los años en que le falté el respeto, y por haberle dicho a mis hijos que no existía, que formaba parte de una novelita con varios autores. Le pedí perdón por todo eso y por mucho más (por las dudas), hasta por ser peronista le pedí perdón. Con una mano tomaba el hombro de Eliezer, los dos en cuclillas. Nos estábamos congelando, pero él no temblaba. Yo temblaba por los dos. Necesité tenerlo cerca, percibir la fuerza de un verdadero soldado, aunque ninguno de los dos lo éramos. Simples civiles armados, eso éramos. Me acuerdo del grito de uno de los milicos en la plaza. ¡Vamos a hacer parir a éstos peronistas de mierda! (mientras tiraba ráfagas de metralleta al aire). Y bien que la estábamos pariendo Eliezer y yo esa noche. Le daba embroncado con su cortaplumas a las cañitas y reputeaba a Lonardi y compañía. Pensar que me reí cuando me dio los canutos terminados. Sabíamos que nos tenían cercados. Cuando hicimos unas cuadras, entrando a Polvorines, a lo lejos, vimos un Jeep, salir de la ruta 197 para seguirnos. Compañero, hasta acá llegamos (pensé), aunque después parecía que los habíamos perdido, más lo parecía cuando llegamos a la quinta de Pepe. Abrí la tranquera y Eliezer aceleró el Chevrolet hasta estacionarlo detrás de un arbusto en el fondo. Después, cuando nos metimos en el estanque, volví a pensar: com120
pañero, hasta acá llegamos. Ensayé un rezo (tarde o temprano lo iba a confesar), breve, y de inmediato anulado por la acción de los tiros. "La Libertadora", hoy no sé de qué mierda nos querían liberar. Liberarse hay que liberarse de los golpes, no del voto. En fin, ahí estábamos, bajo el agua podrida con las manos y los pies congelados, respirando el rocío de la noche perfumada a través de dos cañitas secas. Íbamos a morir como unos perros, nosotros, dos de los últimos eslabones del poder sindical, ciudadanos venidos a más solo por nuestro trabajo y nuestra fidelidad al partido peronista, íbamos a morir esa noche. Yo estaba entregado. Aunque tuve suerte que mi compañero no pensara lo mismo. Él iba a vivir, fuera como fuera, iba a salir de esa, iba a vivir. Unos minutos después de los disparos no aguanté más y saqué la cabeza, le tironee del saco para que pispee él también. Se asomó y miró alrededor, en seguida se escuchó un ruido cercano que nos obligó a sumergirnos de nuevo ¡Que distinto eran los chapuzones que nos mandábamos en las fiestas, todos en pedo, después de las doce, en el mismo estanque! Habían vuelto. Unos vecinos les contaron que recién había entrado un auto. Los milicos forzaron la puerta de la casita y revolvieron todo, encontraron el Chevrolet e hicieron lo propio. Cuando se cansaron de buscar, se fueron dejando a un guardia en la puerta. Entumecidos, salimos del agua y nos arrastramos hasta el bombeador, desde ahí se podía ver al soldadito, con el fusil bajo el farol de la calle. Entonces, cuerpo a tierra como estábamos, buscamos el alambrado del fondo. Pasándolo, nos internaríamos en un campo sembrado que daba a una calle vecinal, y de ahí a Pablo Nogues. Así fue, mojados, con los codos y rodillas ensangrentados, llenos de tierra, por momentos al trote, por momentos caminando (para recuperar el aliento), llamando la atención de algunos vecinos, a pesar del intento de disimular, marchábamos hacia la estación. Justo cuando empecé a recuperar la calma, pasaron rozando los árboles tres jets de combate en formación, y un minuto después, un tremendo bombazo hizo vibrar la tierra. ¡Cagamos! dijimos a coro. Vi su cara desfigurada por primera vez en mi vida. Nos supimos absolutamente perdidos. Era la guerra. La indefensión que la guerra transmite, la fragilidad. A pesar de todo llegamos a la estación. Subimos a un vagón del Belgrano y nos quedamos cerca de las escalinatas para que la gente no se asuste. Parecía que estábamos a salvo. Nos miramos frente 121
a frente sin hablar, seguíamos con los sacos puestos. Temblábamos exageradamente. Estoy seguro que lo quise con toda el alma. El tren nunca arrancó, por lo menos esa noche quedó parado en Nogues. Cuando el guarda explicó que era orden del director de ferrocarriles detener la marcha, que era peligroso seguir hasta Retiro, que aparentemente habían derrocado a Perón, varias mujeres rompieron en llanto, nosotros también.
Las luces Eran las 4 de la madrugada del 30 de agosto de 1977 en Campo de Mayo. Los despertaron encendiendo de golpe todas las luces de la cuadra (réplica de los últimos días). De nuevo el sargento leyó, a los gritos, la temida lista. Volvió a nombrarme, por error.
Hay poetas 1º Mención en Poesía Libre en los 10º “Certámenes de Invierno” de La Hora del Cuento 2015. Hay poetas, amigos, ¿cómo decirles? de la vanguardia, de la vanguardia de soles entre ramas capaces de mirar sin enceguecerse por horas. O los de la lluvia de la gota, de la intrincada descripción de la gota, para lo cual vestidos de su uniforme gris (largos impermeables) caminan las callejas de París, hasta dar con ella, la única gota merecedora de descripción. Hay poetas que con el fin de indagar al suicida 122
se visten de muerte. Otros, dibujan las bocas de tal manera, mujeres, que sus esposos serán las nuevas víctimas. Poetas, señores (y para esto te pido ayuda madre): asesinos, impiadosos genocidas de lectores, matadores, que después de matar, con esas sangres escriben lo que otras víctimas leerán. Hay poetas, estoy seguro, enamorando ahora mismo a sus niñas apenas niñas sin que ustedes, padres, lo sepan, poetas que, si uno les permitiera, vivirían en vicio permanente, en una revolución eterna, embarcados en piraterías, tentados por el anticristo. Les hablo por propio conocimiento, hay poetas, (y esto prefiero decírselos al oído porque presiento que nos están escuchando) que, acérquense más por favor...
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FERRARI, SILVANA SOLEDAD Reside en Espinillo Norte, provincia de Entre Ríos.
Alfajor 3º Premio en Cuento Corto en los 10º “Certámenes de Invierno” de La Hora del Cuento 2015. Era muy raro estar viéndola de nuevo. Vos eras el amor de mi vida, vos nunca te dignaste a mirarme como un hombre, siempre fui el quiosquero que te regalaba caramelos y chocolates. Estaba hermosa, los veinte años no habían pasado para ella de la misma forma que para mí, su cuerpo esbelto, sus ojos celestes, su cabello castaño pasando los hombros. Vos venías en shorts y bikini a comprar alfajores, pretendías que no te mirara, pensabas que podías serme indiferente, provocabas a todos, a mí, entonces, por qué no. Su miraba es triste, está como alejada, no es un buen momento el velorio de su madre, pero igual, sus ojos están tristes desde antes, no es por estar aquí, rodeada de viejos conocidos a los que no recuerda, a los que confunde, a los que ignora. Vos te paseabas con tus conquistas por la calle, morochos, rubios, todos los chicos querían estar con vos, las vecinas te miraban con bronca, siempre tenías a tus pies al más lindo, y tenías con qué, eras hermosa, sos hermosa y engreída. Dieciocho años y dos meses tenía cuando decidió irse a estudiar a la capital, su madre me contó que viviría con una tía, que estudiar derecho era su sueño y que allá tendría una mejor formación, sentí que un puñal se me clavaba en el corazón, por amor y por envidia, yo apenas podía hacer un curso de informática. Tus amigas te hicieron una pequeña despedida, me compraban alcohol en escondidas y lo metían a tu cuarto oculto en una mochila, le hubiera podido decir a tu papá, mostrarle que no eras la hija perfecta, pero no, te amaba, no podía dañarte, pensaba qué decirte para despedirte y lograr que me recordaras. Lloraba cuando subió al auto para irse a tomar el colectivo que la llevaría a cumplir su sueño, llevaba una gran valija y un bolso de mano, la vi 124
tan frágil, igual que la veo ahora, tanto tiempo después, despidiendo a su madre. Sabía que al otro día partías, mi corazón latió con fuerza cuando te vi acercarte al kiosco, me pediste caramelos y te pregunté si eran para endulzar el viaje, me miraste con desprecio, te esforzaste por sonreír para no tener que responderme, te regalé un alfajor, no hace falta me dijiste con un tomo amargo, es para que cuando lo comas no extrañes tanto, me pagaste y te fuiste, ni gracias me dijiste, el segundo puñal a mi corazón. Cuando se fue sentí que mi vida no tenía mucho sentido, era joven y estaba condenado al kiosco de mi padre y a extrañarla, después comencé a sentirme un tonto, un estúpido, por pensar en alguien que jamás lo haría en mí, por soñar con ella y quererla a mi lado, sabiendo que nunca pasaría. Cuando llegaban las vacaciones esperaba ansioso que bajaras del auto de tu padre, de un taxi o que aparezcas caminando, pero nunca más volviste, tu mamá me contaba que te visitaban, siempre te mandaba saludos y me imaginaba que te los daban y te ponías triste porque no podías verme, estúpido, siempre lo fui, me casé con Sandra para olvidarte, me até a sufrir gritos, a ser un inútil, a tener que separarme después del tercer amante, ¿y vos? Salís en los diarios por los casos que has ganado, por los asesinos y estafadores que están presos gracias a tu trabajo, ¿y yo? En el kiosco descascarado y venido a menos, evitando soñar, sin poder vivir. ―Lo siento mucho, era muy buena persona su madre, en el barrio la queríamos mucho, sabe. ―Muchas gracias, lo sé… disculpe, su cara me parece muy familiar… ―Soy el dueño del kiosco de la esquina… usted siem… ―¡Germán! Me acuerdo de los alfajores que te compraba todos los días… qué épocas aquellas, veinte años ya… ―Sí… veinte años… disculpe, la están llamando para rezar el rosario… ―Ah… qué lindo verte, Germán… voy a cumplir con mi deber de hija, un día de estos paso a comprar alfajores. Gracias por estar en este momento… Está igual de lindo, creí que se me salía el corazón. Nunca te entendí Germán, si te morías por mí, porque nunca me encaraste, te daba celos, te provocaba, pero nunca te animaste, cobarde. Mamá siempre me daba sus saludos, todavía tengo guardado el paquete del último alfajor. Espero que estés soltero, porque esta vez no pienso esperarte, otra vez, no. 125
FERRERO, ZULLY Reside en Gálvez, provincia de Santa Fe.
El viejo sillón Solo en la inmensidad del tiempo, soledad permitida. Solo, compartiendo horas mustias. Crepúsculo teñido con el azulmar de la nostalgia. Solo y quieto abriendo sus fauces, bostezo infinito vomitando tristezas, recuerdos grito agazapado antes de parirlo. Preñez tardía en sus brazos vacíos ahuyentando fantasmas. Girones de tiempo, de vida, acortando distancias acuñando añoranzas. Solo con sus recuerdos, vastedad del pasado. Sendero absoluto en sus manos tendidas reclamando presencias en su soledad permitida afónico grito que ya fue parido.
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FONSECA GUERIN, PATRICIA VIVIANA NOEMÍ Alto Paraná, Paraguay.
Si pudiera besarte Si pudiera sentir tus labios si pudiera besarte nuevamente o por primera vez si pudiera besarte como la música déjame llevar por él. Romper la prohibición y que el coraje se apodere de mí, dejándote llevar seriamos los dos por sí. Si pudiese ese fuego que arde de deseo o de un engaño nuevamente caernos arrepentirme o sentirme feliz. Si pudiera gravarte como un tatuaje en mi piel o yo en tu mente ser la culpable de todo, o sentirme la inocente. Si pudiera ser crédula, siendo tu indecente compartir el brillo que ilumina delicadamente esta invalidez de demostrar cómo te quiero y te odio a la vez. Si pudiera besarte como nadie como cualquiera, con un beso que arde luego congela. Si pudiera dejar de lado los celos vivir en una noche el delirio de ambos amores es lo que me condena y con altas culpas poder negar todo. Si pudiera decirte tantas cosas aceptar que eres el dueño de este amor inmaduro que naufraga en un mar desconocido alguna vez encontrado y jamás recuperado. Indispensable para seguir deseando en los días que transcurren sin sentir noción que pasa el tiempo sin ser medido, imaginándome así. 127
Solo repito. Si pudiera.
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FORCINITI, PATRICIA Reside en Avellaneda, provincia de Buenos Aires.
Momentos Cuando despertó esa mañana, un rayito de sol trataba de filtrarse por la ventana de la habitación. En ese estado de estar y deambular todavía en el letargo que nos deja el sueño, seguía en su mente las imágenes que, aunque no las había invitado llegaron para recrear otros momentos vividos. ¿Momentos felices? ¿Algunos queridos? Aquellos en los que se quedó su alma y de los que su mente trataba de alejarla. En un momento fueron dos, que si se amaron. Con ese amor donde los ojos no podían mentir el sentimiento que los unía. Momentos en los que ella dijo mil te quiero, de distintas maneras y en ellos le bajaron la luna de regalo. ¿Cómo poder salir de esos recuerdos? Aunque él se alejó y esa vida de soñar juntos se la llevó consigo, su presencia (tan llena de ausencias en algunos momentos), se extrañaba, dolía… Todo pasa. De a ratos, sin pensar, en momentos… No habrá más palabras de amor, ni tomarse de la mano, ni perderse en un beso, pero sabía que lo seguiría teniendo en el corazón… El rayo de luz a través de la ventana ganó la batalla y logró rozarle los ojos, volviéndola a la realidad. Y ahí lo vio… La envolvía su abrazo, dormía a su lado con su plácido rostro pegado al suyo, sin sospechar adonde la habían llevado esos recuerdos que quitan el aliento y anudan esa congoja en la garganta. La envolvía su abrazo… y sonrió con la luz del sol iluminando su cara.
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FUSTER, MARÍA ELENA Reside en Rosario, provincia de Santa Fe.
Número equivocado 3º Premio en Cuento Largo en los 10º “Certámenes de Invierno” de La Hora del Cuento 2015. Volvía una y otra vez persiguiéndome el momento que, de forma casi pueril, hiciera que me encontrara sumido en los recuerdos que creí olvidados, enterrados o desaparecidos en el interior de mí ser. Los recuerdos, cuando comienzan a aflorar, son persistentes hasta que horadan el cerebro y uno no tiene más remedio que dedicarles atención, y aunque los creí esfumados como la niebla cuando se retira hacia otros dominios, no era así. Esperaban las evocaciones, agazapadas dentro del escondite del arcón de mí memoria, dispuestas a surgir en mis pensamientos haciéndome volver en el tiempo, hacia una etapa que creí superada y olvidada. El día de mi cumpleaños, mis nietos me regalaron una hermosa agenda de teléfono. Por varios días estuvo en mi escritorio hasta que decidí pasar a mi directorio todos los números de amigos y conocidos. Me armé de paciencia. Mi vieja agenda ya no tenía lugar en blanco para hacer anotación alguna así que valoré mucho el práctico regalo. Cuál no sería mi sorpresa al ver anotado un número y un nombre al comienzo de la letra "A". Un nombre que, desde que ocurrió aquello, jamás se volvió a pronunciar en nuestra casa. Estaba segurísimo que yo no había anotado ningún nombre allí, en la primea hoja, en el principio de la agenda (como dije, la agenda era nueva y blancas sus páginas para vestirse de color a medida que las anotaciones fueran llenando sus hojas). Desde siempre, desde que recuerdo, anoto en las primeras páginas en blanco una especie de recordatorio de pequeñas frases dichas por célebres personajes y que a mí me ayudan. Al abrir sus tapas y verlas 130
escritas, escojo una frase, que me acompañará ese día. Es como una tentación, un juego inocente. Y sentía que, de practicarla en ése día, todo sería mucho más fácil, al trasladar los nombres guardados en mi agenda usada. Todavía no había abierto ni escrito nada en la agenda nueva y lo curioso del caso es que, justo el nombre que me causaba extrañeza estaba escrito en la primera hoja, en la de la letra "A". Por varios días estuve intranquilo. De tanto en tanto miraba de reojo el motivo de mi angustia así que decidí tomarme ese día libre, sereno y, con mis pensamientos en calma, me fui al centro de la ciudad. La mañana se presentaba muy fría. Metido en mi viejo gabán, bien arropado, caminaba por una calle viendo las oportunidades que se ofrecían en las vidrieras. Tan abstraído estaba mirando algo que me interesaba, que poco me importó el empujón que sentí en ése instante. Levanté la vista y seguí con la mirada el perfil de la persona que había chocado conmigo. ¡Podría haberla reconocido en medio de una multitud! Mi cabeza comenzó a girar y sentí vértigo. Cuando pude recuperarme, la persona aquella ya no se encontraba a mi vista. Soy una persona mayor pero, fuerte y ágil. Casi corriendo llegué hasta la esquina, y al mirar hacia ambos lados, vi como el viento hacía flamear el ruedo de un tapado blanquecino, gris, casi incoloro. Y, a pesar de haber transcurrido tanto tiempo y pensar que su silueta había quedado en el olvido, ¡volví a verla en mi mente, como si el tiempo no hubiese pasado y fuera hoy el mismo día de aquél ayer! El mismo tapado que llevaba puesto la primera vez que la vi. En mi cabeza solo una idea fue tomando forma. No tuve ninguna duda. Era la persona de quién, en mí casa, no se pronunciaba su nombre, "Amalia". Imposible alcanzarla. Volví sobre mis pasos a desentrañar el misterio aquel. Lo primero que hice, al llegar a casa, fue mirar en la agenda. Allí, en la primer hoja, estaba el nombre y un número de teléfono. Llamé y una voz de mujer atendió. Se aceleró mi corazón y pregunté: ¿Es fulana de tal?, y me contestó que no. Su nombre no coincidía pero sí su apellido. La voz era amable e intenté seguir hablando para recabar más datos pero la desconocida no estaba dispuesta a seguir ninguna conversación. Hasta me pareció que su voz cambiaba de tono, y ya no era muy comunicativa. Por el contrario, una mudez cautelosa hizo que, muy a mi pesar, tuviese que colgar el auricular. 131
No me encontraba tranquilo. No había comentado, jamás, nada de lo ocurrido a mis hijos y menos a mis nietos, tal vez por una falsa dignidad de preservar a mis familiares de conocer una historia tan trágica que a mí me costó tanto tiempo erradicar de mí vida. Tuve que retroceder en el tiempo, a una época ingrata para mí y, de nuevo, me encontré envuelto en medio de mis olvidados recuerdos. Cuando yo tenía diez años, falleció un hermano de mi padre. Mi tío Ezequiel, el más querido. Estaba a punto de casarse con una espléndida muchacha, perdidamente enamorada de él. Nosotros, mi madre y yo, la conocimos en una cena que mamá preparó especialmente para los enamorados. Ella era una joven frágil y etérea, cuyos ojos almendrados y negros se posaban sobre la cosas con una mirada acariciadora y con un poco de ausencia. Recordé las atenciones de ambos hermanos hacia la homenajeada, niña exquisita y refinada que murió de una extraña enfermedad a pocos días de la boda. También, lo que se dijo de esa muerte. Fue algo raro y desconocido que tenía en los glóbulos blancos, que fueron minando su cuerpo y que la medicina se encontraba impotente y sin armas para enfrentar tal enfermedad. Su rostro hermoso e inmaculado, como una "Madona", fue tornándose cada vez más albo, hasta llegar al color níveo de la muerte. El repaso fue poblando mi mente de un extraño vaho blanquecino que, poco a poco, me iba introduciendo por senderos olvidados, por etapas superadas, y, lenta mi mente, se iba abriendo a esos recuerdos que trataban de escapar de su prisión. Mi padre viajaba, los fines de semana, hacia Uruguay y junto a mi tío, mantenían largas charlas que duraban hasta cuando el amanecer se adentra en el alma de las personas y las deja libres para descansar. Ezequiel murió al poco tiempo deshecho por la pérdida. Nunca se supo si fue suicidio o accidente, nunca se habló de las coyunturas que rodearon el hecho. Y, como mi tío vivía, en ese entonces, en un país vecino, mi padre viajó para realizar los trámites para el regreso de los cuerpos y darles sepulcro en la bóveda familiar del cementerio de nuestra ciudad. Mi padre, mayor que su hermano, lo protegía de manera desproporcionada. En ésa relación había algo de visionario, en uno y en otro. Se adelantaban a los deseos del otro hermano, no solo en los hechos físicos, enfermedades o dolencias, o los mismos dolores o sensaciones en sus cuerpos, sino, en lo que se refería a sus sentimientos y también a sus gustos. Recordé que ambos eran fanáticos del color blanco, de lo puro, de todo aquello que significara limpieza, pulcri132
tud, que no se podía manchar, así fuese con sospechas o denuncias. Al conocer a una persona, uno y otro coincidían en sus apreciaciones al debatir en la impresión que les causaba el personaje. Mi madre, en aquellas oportunidades, se inquietaba. Mi padre sufrió muchísimo la pérdida de su hermano. Tanto es así que, él mismo, intentó un infructuoso suicidio. Todos los sábados, a las once de la mañana (hora y día en que falleció su hermano), iba invariable al cementerio, a la bóveda de la familia, en el cementerio de La Chacarita. Una vez lo acompañé y vi que en el lugar esperaba una bella joven, quién me era lejanamente familiar pero no la reconocí, con su sombrerito negro y su tapado gris blanquecino. Me la presentó nombrándola solamente por su nombre, "Amalia". Tampoco éste nombre me dijo nada. Noté la voz de mi padre distinta al repetir su nombre con dulzura. Y sus ojos, que la miraban de un modo desconocido para mí, y que jamás lo vi mirar a mi madre con el fulgor y la pasión que estos reflejaban. La puerta de la bóveda estaba abierta y yo, con la inconciencia de todo niño, miraba, con ojos asombrados por el misterio de la muerte, todo lo que había en derredor. Encontrarme en ese lugar mágico e irreal, me espantaba y cautivaba a la vez. A su interior se accedía bajando varios escalones. También había un sótano, dispuesto a recibir a más de uno de la familia que hubiera fallecido en épocas ulteriores. Pispeando de reojo, vi que ese hueco era de una soledad tal que daba escalofríos. Esas repisas vacías, esperando, día a día, a aquellas almas que traspasarían el umbral de la muerte y que le harían compañía de allí en más. Veía los ataúdes dispuestos y cubiertos por paños blancos, de una dudosa blancura, que me daban la impresión de ser manteles bordados, como aquellos que en alguna fiesta o celebración dan el toque feliz del acontecimiento. Pero, nada de eso marcaban las imágenes que se observaban en ése hueco oscuro y helado. Un altar, con la simple figura de una cruz de madera. Simple, si, sin detalles ni ornamentos. Y velas gruesas y altas, también blancas. En algunas de ellas se veía el pabilo chamuscado, dando la sensación de que alguna persona las encendería de tanto en tanto. Como en ése mismo instante, en que alguien se había encargado de encender varias de ellas antes de que llegáramos, creando figuras fantasmagóricas en las paredes de semejante recinto. Los féretros donde descansaban mis abuelos paternos se encontraban en el centro del cuadro, uno junto al otro, como si la muerte, 133
benévola, los juntase más allá de ella. El ataúd de mi tío Ezequiel, a un costado. Y me llamó la atención uno solitario, que no tenía paño y mostraba una imagen triste y desolada, como separado del resto, pero que se encontraba cerca del cajón de mi tío. Lo único que tenía era una placa en la que se visualizaba un nombre. Quise leerlo pero mi padre, malhumorado, no me dejó hacerlo. Los recuerdos eran confusos. En mi casa se vivía una atmósfera cargada de reproches y discusiones. Recordé a mi padre encerrado en su biblioteca, no por horas, sino, por días enteros y, a pesar de los enojos de mi madre, salía solo los sábados para ir al cementerio. Y recordé haber abierto la puerta cerrada de aquel cuarto y ver la imagen de mi padre, tieso, inmóvil, en su traje negro y su cara amada, blanca como la hoja del papel en la que iba relatando esos, mis recuerdos. Las facciones habían adquirido ya esa serenidad reservada solo a los muertos. El fin de todos los dolores había borrado de su rostro toda huella de saciedad o de amargura. Su cuerpo dentro de un ataúd, que me pareció infinitamente largo, con sus crespones negros en medio de una habitación tristemente desbastada, sin mueble alguno ni cuadros colgados de sus paredes. Ni flor alguna que lo acompañe. Y, aún en ese momento, recordé el mismo dolor de aquel niño, que se dejó caer al suelo gritando, olvidando todo recato, y las lágrimas que arrasaban sus mejillas y que presagiaban una tormenta enfrentada de sentimientos dentro de su ser. Las imágenes guardadas se superponían una sobre otra. Ya no sabía si fue verdad o si fue algo urdido por mi imaginación de niño novelero, habituado a pergeñar cuentos macabros (gané el dinero de mi subsistencia escribiendo novelas). Lo que sí sabía y recordé es que mi madre, de improviso, tomó la decisión de llevarnos, a mis hermanos y a mí, a vivir a otra ciudad, aquella donde vivían nuestros abuelos maternos. Y así fue que el entorno y la bondad de mis abuelos, que se desvivían por brindarnos su afecto, sobre todo a mi madre, de quién siempre me llamaron la atención sus ojos tan bellos pero tan tristes, se convirtieron en el lugar propicio para que todos nosotros olvidáramos todo lo ocurrido en aquella casa de la ciudad de Buenos Aires. Y también, claro está para mí, a fuerza de tener una vida feliz en mis correrías por el campo, donde todo era luz y donde por años, sentí nostalgias de mis andanzas a orillas del río Paraná, montado en aquel percherón gordo y lento, donde tranquilo y pachorrón, mojaba sus patas en el agua cristalina, dejando sus huellas en la arena blan134
da. De mi padre, guardé el mejor recuerdo. En las largas charlas mantenidas con mi madre, ella siempre se encargó de hablarnos de él y ponérnoslo como ejemplo del ser humano, cariñoso y probó, que había sido en vida. Pero, a la distancia, mi mente ha tenido un vuelco. Volvían los recuerdos nítidos en la cripta familiar, los féretros, aquel solitario ataúd, los nervios de mi padre, el gesto de amor hacia aquella desconocida que se llamaba Amalia, y la noche terrible de su muerte. Supe, con certeza, que fue un suicidio, lo mismo que le ocurrió a su hermano. Y que tampoco era casualidad que, mi supuesta tía política, se llamara también Amalia. Han pasado algún días, ya. Hoy voy a llamar al número que tengo en mi agenda y, si la persona que me atiende me vuelve a repetir que no, que no se llama "Amalia" ni conoce a quién lleve ése nombre, entonces, mañana sábado iré, después de tantos años, a la cita que mi padre tenía, a las once de la mañana, en el cementerio de La Chacarita. Volveré a abrir la bóveda y leeré el nombre en el ataúd aquel y, tal vez, éste misterio macabro llegue a su fin, o no. Quizás deba dejarlo sepultado en el olvido más pertinaz pero uno no es dueño de su propia retentiva. A veces, como en ésta oportunidad, y sin desearlo, una nimiedad produce en nuestro cerebro una revolución que, liberada, podría llegar a causar una hecatombe. Yo solo sé que mi imaginario de escritor, en algunas oportunidades, me pone en apuros, como en esta ocasión. Todo este misterio me tiene sobresaltado. Mi vida, hasta aquí, ha sido sencilla y clara. Ahora, por un hecho fortuito, mi mente hace días que está sumergida nuevamente en el pasado. Estaban allí. Los recuerdos tramposos estaban allí, agazapados, esperando salir a la luz. Solo espero solucionar este problema o, por lo menos, tranquilizarme nuevamente con el correr de los días. ¡Que tarde se ha hecho! Veo por la ventana que el sol está bajando y las nubes van tiñendo de un color ambarino todo el entorno y me doy cuenta que afuera está el aire que necesita mi mente para oxigenarse de tantos pensamientos oscuros. Debo dejar de escribir porque aquí están reclamándome mis nietos. Ahora que me detengo a observarlos veo lo grandes que ya están, casi hombres, tan unidos y, casi siempre, de acuerdo en sus gustos… ¿Qué es ésta desazón que me invade al mirarlos? ¿Qué es éste escalofrío que siento en mi cuerpo? ¿Por qué se disparan mis pensamientos para cualquier lado? Ellos siguen reclamándome. ¡Es una alegría enorme tenerlos! Ah, 135
¡Mis muchachos queridos! Sí, el día se presenta esplendido. Fin de los recuerdos. No serán ellos los que me impidan gozar de mis nietos. No, al menos, por hoy…
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GARRONE, SERGIO EZEQUIEL Reside en Sarandí, provincia de Buenos Aires.
Hice justicia A vos te parece, dijo Fermín, el martillo es deporte olímpico. Martillo ¿Qué es eso?, una piola atada a una bola de acero, el que la revolea más lejos gana ¿eso es deporte? Y la bala. ¡Bala! ¿Te parece que una disciplina se puede llamar así? Yo pregunto, ¿cuántos deportistas en Argentina practican estos deportes? Si ya sé que son unos cuantos, ya se. En realidad no es por ellos, mi bronca es porque esos deportes son disciplina olímpica y el tejo no. A ver, ustedes que se ríen, sean sinceros, ¿no somos muchos los que en verano jugamos al tejo? Si está bien, solo en verano, pero si lo dejaran desarrollar como deporte, se practicaría todo el año y seguro que traeríamos las tres medallas en todas las olimpíadas. Me quede pensando en lo que dijo mi amigo y comencé a prestar atención en la playa a la cantidad de personas que lo juegan. Yo creo que es un deporte democrático. Es barato, se puede jugar entre dos, cuatro o seis personas, es para ambos sexos y para todas las edades. Pero hay dos tipos de personas que lo practican con mayor asiduidad: los adultos mayores (los viejos, diría Fermín) y los panzones. Los primeros, creen que el paso del tiempo y la experiencia, redundan en la excelencia del tiro, en cada vuelo, el tejo lleva reflejado cada circunstancia de vida, los aciertos, sus temores, los fracasos, las batallas ganadas; muchos encuentran, incluso la oportunidad de sentirse plenos. Si en sus casas lo dejan a un lado o no son tenidos en cuenta por sus cónyuges, hijos o nietos; si la sociedad los margina; si los años trabajados se ven injustamente reflejados como una burla cada vez que va a la ventanilla a retirar lo que con tanta responsabilidad aportaron; se sienten reivindicados cada vez que de su mano sale, buscando la ubicación correcta esa rueda de goma o madera. 137
Ante tantos abdómenes marcados y bíceps trabajados, la presencia del panzón en la playa solo tiene relevancia cuando se para frente a la cancha marcada con el útil del juego en la mano. La panza, que con sacrificio buscaba ser guardado reteniendo el aire, ante cada señorita que pasaba a su lado, casi a punto de estar cianótico ahora, sale orgullosa; el panzón levanta el mentón, orgulloso de su puntería y acariciando su protuberancia barrigal, paseándose por la playa a la espera de pedidos de autógrafos. Pero hay una condición que le concierne a casi todos los jugadores de tejo: son fanfarrones. En la bajada de la calle 47 de la ciudad balnearia de Santa Teresita, en la Provincia de Buenos Aires, hombres (casi todos longevos y panzones), despliegan, todas las tardes una soga, con la cual marcan la cancha. A ellos no les importa si por culpa de la pleamar, la playa se ve reducida a su mínima expresión y apenas hay lugar para que los veraneantes puedan depositar sus cuerpos, ellos, tienden la cancha. Pase lo que pase, ellos juegan, dando la sensación que han comprado ese sector. Un verano, se hizo notar, más que otros, un panzón entrado en años. Cada vez que le tocaba jugar, hablaba en vos alta, para que los que estaban cerca le prestaran atención. Peor aún, cada vez que realizaba un buen tiro, festejaba gritando tanto que podían oírlo desde distintas playas, incluyo, llegaron comentarios desde Pinamar. No solo festejaba como si hiciera un gol en la final de un mundial, sino, que encima explicaba cómo había sido su táctica y como había ejecutado la jugada. Insoportable. Tarde a tarde, tenía que escuchar al plomo. Mi bronca crecía. Pero yo tenía decidido disfrutar lo pocos días que me quedaban, por lo cual resolví idear un plan de venganza. Yo soy muy malo jugando al tejo, pero me propuse, mirar, practicar en mi casa y esforzarme para mejorar y poder competir, y verlo sufrir en su derrota. Con paciencia esperaba fuera del perímetro de la cancha, hasta que alguien me dijo “nos falta uno, ¿queres jugar?”. El fanfarrón era mi adversario y por suerte, mis compañeros eran muy buenos jugadores. Poco tarde en disfrutar, ya que en el primer partido triunfamos quince a diez. El mejor tejorista de la playa estaba que hervía. De todas maneras, le echaba la culpa de la derrota a sus dos compañeros. 138
En el segundo partido, nos pasaron por arriba, perdimos quince a tres. Gritaba, cantaba, hasta dio la vuelta olímpica a la voz de “dale campeón, dale campeón”, tanto festejo, que incluso hicieron gestos de fastidio los que jugaban con él, ni que hablar de mis compañeros. En el desempate, comenzamos perdiendo cómodos, pero de a poco fuimos sumando hasta alcanzarlos. Llegamos al final, punto a punto. Había mucha tensión. El panzón con sus actitudes perdía cada vez más adeptos. La expectativa crecía y cada vez más espectadores rodeaban la cancha. Él seguía con su forma. Ante cada tiro de sus compañeros, los juntaba, los abrazaba y agachando las cabezas les impartía instrucciones, solo faltaba que sacara un pizarrón para marcarles la jugada; y si alguna de esas salía bien gritaba “que grande que soy”. Mis dos compañeros estaban bastante irritados y yo con mi falsa serenidad les decía “tranquilos muchachos, es solo un partido de tejo, no pasa nada”. Cuando parecía que el partido se nos iba, nos pusimos un punto a bajo, trece a catorce, uno de mis compañeros puso el tejo pegado al bochín y yo tenía el último tejo, con grandes posibilidades de sumar el último punto. En ese momento todos comenzaron a opinar “mejor arrima por la derecha”, dijo un vejete de zunga, “No, mejor bochea la rayada, liberas la liza y ganan el partido” aporto un elegante panzón con camiseta, medias y zapatos. Los consejos se multiplicaban, exactamente igual que en una cancha de fútbol, donde todos somos directores técnicos. Mientras yo, concentrado elucubraba ¿arrimo o tiro a bochear? That is the question. ¿Qué hacer? Aplicar la sutileza, para que el tejo se deslice suavemente en el dorado piso hasta ubicarse pegado al bochín, como una amada junto a su amado; o, aplicando mi actitud vengadora, arrojar el útil con toda mi fuerza, para arrancar ese tejo contrario que estaba impidiendo nuestra coronación. Me agache para estudiar la situación, me sentía Tiger Woods frente a la ejecución del putter final del hoyo dieciocho en el Master de Augusta. Uno de mis compañeros, se agacho y me dijo al oído “quedarte tranquilo, confiamos en vos, lo que elijas estará bien”. Esas palabras me animaron mucho. Es increíble como juega en 139
una persona una muestra de confianza. En realidad no sé si realmente confiaban en mi o querían terminar de una vez, porque hacía diez minutos que estaba estudiando el tiro y querían irse al mar. De todas formas, con mi autoestima en el mejor estado, me puse de pie, elevo mi cabeza y lo veo al salame haciendo muecas y señas para distraerme como en los tiros libres en los partidos de básquet. Eso me dio más coraje pare ejecutar la jugada que tenía en mente. Mire al bochín, lo medí y arrojé el tejo con todas mis fuerzas. Mientras mis compañeros saltaban de alegría, abrazándose en el otro extremo de la cancha, yo, doble mi lonita, cerré mi silla y saludando a todos con la mano, comencé a emprender el regreso a casa, mirando por última vez al fanfarrón, que yacía en la arena con la frente teñida de rojo y el tejo hundido cuatro centímetros en el hueso frontal. Hice justicia.
Los nómades sedentarios Al sudoeste de Tajikistan, vivía un pueblo que se dedicaba a la agricultura. A pesar de contar con un clima semi desértico y con un suelo con muy pocos nutrientes practicaron una agricultura, que si bien era rudimentaria, permitía alimentarlos. El principal cultivo era una col de olor nauseabundo, pero con un gusto más nauseabundo aún. De acuerdo a su genética, los habitantes eran todos desdentados, al nacer por ser pequeños y al crecer, porque sí; incluso, cuando alguno siendo adulto permanecía con alguna pieza dental, el jefe del pueblo tenía a su cargo la extracción que comúnmente la realizaba con una especie de martillo, si lograba sobrevivir le quedaba tanto el maxilar superior, como el inferior destruido. Sin embargo, desde ese mismo momento ejercía hacia sus convivientes una atracción por la cuál era considerado un semi dios y sus gritos de dolor como un canto a la deidad que todos repetían como una letanía. Acompañando su dieta con la cría de algunas cabras y un animal rústico, pariente cercano al yack, del cual solamente consumían su excremento, que era mucho más sabroso que el col. Si bien este pueblo era sedentario, tenía una particularidad por 140
la cual fue estudiada desde su desaparición, su costumbre de trasladarse. Sabido es que los pueblos nómades lo eran por necesidad. Algunos realizaban su traslado escapando de sus enemigos, otros con afán de conquistas, pero la inmensa mayoría cambiaba su lugar de residencia por la necesidad de conseguir alimento. Cuando la agricultura comenzó a hacerse presente en la cultura de los pueblos, dejo de existir la movilidad por causa alimentaria; incluso la producción de plantas forrajeras permitió la alimentación de animales sin necesidad de trasladarlos en busca de pasturas. Este pueblo rompió con toda lógica. Tuvo la posibilidad de sembrar algunos cultivos entre los que se destacaba la ya comentada col. A su vez aprendieron a producir un tipo de pasto que se transformó en el principal alimento de aquel animalejo. Sin embargo este pueblo, siempre se trasladaba. Cada doce años, resolvían irse a vivir a otra tierra. Levantaban sus chozas, sus pertenencias, sus animales y comenzaban a andar hasta que el jefe del pueblo ordenaba aquerenciarse. Lo más llamativo de este pueblo, es que también llevaba consigo no solo los cultivos, sino la tierra donde los producía. Según se pudo saber, lo hacían por temor a no encontrar una tierra propicia. De ocurrir esto, depositaban aquella que habían trasladado y volvían a practicar la agricultura. Hace muchos años que este pueblo desapareció. Pudo haber sido cuando un jefe cansado de moverse continuamente resolvió ser definitivamente sedentario y esa condición iba en contra de la cultura adquirida, por la cual se produjeron decesos en masa. Tal vez, llegaron a una tierra más fértil y la col dejo de tener ese sabor fétido que tanto les agradaba. O quizás, tanto moverse para distintos lados hizo que el pariente del yack sufriera estreñimiento y causara una muerte masiva de los animales y con él la desaparición de una de sus fuentes de alimentación. Ninguno de los pocos investigadores que estudio la historia y el comportamiento de este pueblo pudo ahondar en las causas de su fenecer y todos ellos se negaron a catar los alimentos que los habían mantenido fuertes y saludables durante tantos años.
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Fin Por la desolada calle, deambula, arrastrando sus lacerados pies, apenas cubiertos por una deshilachada zapatilla de felpa. El viento glácil de esta tarde de invierno, penetra en sus huesos, haciendo caso omiso al raído gabán, que tantos fríos soportó. Él, triste y desesperanzado, subsiste, esperando su eminente final.
La soledad Sorda y muda compañera que repica en la mente con silencios insondables. Noche oscura, perenne; que se hace más noche y más oscura ante las estrellas titilantes de otras galaxias. Esquivada, combatida, evitada; se apodera del ser con un abrazo fuete ahogándolo, como el ivapoy impidiéndole crecer. Amiga de la angustia, hermana de la tristeza; es la nada, el vacío absoluto. Vejes en plena juventud. Muerte en plena vida. Tristeza sin fin. Barco a la deriva que lucha y encalla en un mar en calma. 142
Soledad... Espera vacua de futuros yermos. Punto final de una vida sin mĂĄs. Amor no correspondido en corazĂłn dolido. Amistades pretĂŠritas de recuerdos sepias. Soledad... Soledad...
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GIORDANO, LUIS ELÍAS Reside en Lujan, provincia de Buenos Aires.
El vuelo de los gemelos Transcurrían las tardes de verano en una pequeña chacra de la provincia de Buenos Aires. Un 10 de enero de 1933, en la casa de campo superpoblada por un matrimonio y sus doce hijos, los aviones pasaban cada tanto surcando el cielo, sobre la casa, fascinando, con su espectacular despliegue, a dos de los niños: Martín, de doce años, y su compinche de andanzas, su gemelo, el Negro, ambos de cabellos color del trigo maduro. La chacra estaba a unos doce kilómetros camino de tierra del pueblo, y, en esa época, los almacenes vendían de todo. Los padres solían viajar al pueblo, tarde por medio, para comprar alimentos y los faltantes para la chacra. Una tarde, al Negro, que era el más inquieto de los gemelos, se le puso en la cabeza que tenía que volar como los aviones, de la manera que fuera. A los hermanos, que acostumbraban hacer barriletes y remontarlos, se les rompía la cabeza maquinando cómo podían llegar a ser como sus cometas, las que, con unos tiros de hilo y una cola de trapo, volaban impulsadas con los vientos. Querían transportarse por el aire como esas cometas en vuelo. Las pruebas las hacían solamente cuando los padres y los hermanos menores se iban de compras al pueblo. Comenzaron por hacer una cometa con caña y con papeles de viejos periódicos y revistas a los que pegaban con engrudo preparado con la harina que le sacaban a su madre de las latas de la cocina. Corría el mes de enero, y a las cuatro de la tarde, no circulaba una gota de aire. Los chicos corrieron: uno, con el hilo, y otro, atado a la cruz de la cometa. Después de hacer reiterados intentos, se fueron a dar un baño al bebedero de las vacas. Parecían dos tomates maduros, porque los rayos del sol los había quemado. Permanecieron en el agua durante un largo rato para refrescarse y, cuando salieron del bebedero, se fueron derecho a la sombra del gran ombú del patio de 144
la casa, donde algunas gallinas picoteaban y el perro dormía plácidamente guarecido del sol. Mientras descansaban, Martín le preguntó al Negro: ―¿Será cierto que los gatos siempre caen parados, por la cola? El Negro se dio vuelta y le propuso probar con uno de los gatos de la tía Juanita, hermana del padre, que vivía en la chacra lindera, a unas cuadras de allí. Martín lo miró fijo, con los ojos grandes muy abiertos: ―Cortémosle la cola a uno y lo tiramos del molino… En ese momento, el Negro reaccionó, un tanto perturbado, porque le gustaban mucho los animales. ―Sos muy malo, mirá si te cortaran a vos alguna parte de tu cuerpo… quisiera ver qué haces… ―Bueno, no te enojes, tenés razón ―le respondió Martín a su hermano, con la cabeza gacha. El año transcurrió del mismo modo, planeando cuál sería la mejor manera de volar. En el mes de junio del año siguiente, en un intenso y frío invierno, sintieron muy temprano un ruido en el cielo. Se envolvieron con las mantas de cama y salieron para ver lo que estaba pasando. La familia entera quedó fascinada ante el espectáculo de un tremendo globo que surcaba el cielo en vuelo majestuoso. Era nada más ni nada menos que el gran zepelín, que tanto había marcado la historia de los vuelos. Los gemelos enloquecieron con su presencia, y, si ya antes tenían la idea de volar, ahora estaban decididos a hacerlo de cualquier modo. A la mañana siguiente, fueron a la pequeña laguna que cruza el fondo de la chacra para ver volar y planear a las garcetas blancas. Permanecieron allí en silencio, tomándose todo el tiempo del mundo para observarlas. El Negro, luego de meditarlo un buen rato, le propone a su hermano: ―Hagamos un par de alas con bolsas de arpillera y le pegamos las plumas del gallinero. Hasta ahí, la idea les parecía perfecta. Martín impulsa el plan de armarlas en el monte y esconderlas allí, porque en ese lugar ni sus hermanos ni sus padres podrían descubrirlas. Después de dos semanas de trabajo, quedaron las alas armadas en la estructura de caña, que fue atada con el alambre de los fardos de pasto que preparaba el padre. Los días pasaron velozmente, casi sin darse cuenta, y el clima fue cambiando a mediados de septiembre y llegaron las mañanas de mucho calor. Una tarde en la que sus padres y hermanos se fueron al pueblo en 145
su chata Chevrolet Campeón 1928, los gemelos comenzaron a escudriñar de dónde venía el viento y de dónde podían saltar. Después de determinar los sitios más adecuados de la zona para el inicio del vuelo, acordaron que el mejor lugar sería la torre del molino, que tenía unos veinticinco metros de altura, y que contaba con un gran tanque australiano en su base, de una profundidad de un metro cincuenta. Como los dos querían volar, Martín negoció con el Negro entregarle todos sus ahorros si lo dejaba hacerlo primero. El Negro, bajo ese pacto, accedió. Martín era flaco, totalmente delgado, podría decirse que casi no tenía forma su cuerpo. En cambio, su hermano era más gordo, más corpulento. El Negro le ayudó a ponerse las alas, y, de inmediato, Martín subió hasta la punta de la torre del molino. Pero su hermano, de repente, entró en desesperación y le empezó a gritar desde abajo con todas sus fuerzas: ―¡Pará, pará!, ¡no vueles, que si vas por el pueblo mamá y papá te van a ver!, ¡y se van a enojar! ¡Bájate, no vueles!, ¡no vueles! Pero Martín hizo caso omiso a sus gritos, pegó fugazmente dos aleteadas y se tiró al vacío, cayendo hecho un ovillo de bolsa y plumas en el tanque australiano, que, afortunadamente, estaba lleno de agua. El Negro corrió en su ayuda y lo sacó enseguida, si no, se hubiera ahogado del tremendo susto que el pobre tenía encima. Estaba un poco lastimado porque se había pegado un flor de porrazo en el precipitado vuelo. Entre los dos limpiaron las plumas que habían caído al tanque, como para que no quedaran huellas de lo acontecido. Tenían blancas las caras del susto, como ratones de panadería. Al llegar a la casa, se cambiaron la ropa mojada, la tendieron, y ningún rastro quedó del fallido intento de vuelo. Durante dos o tres días, no volvieron a hablar del tema, pero, a la semana, el Negro comenzó a pergeñar un nuevo plan: ―¿Y si hacemos un avión en la tapera del abuelo?... El galpón no lo usan, y desde que el abuelo murió, no va nadie… Si algo hay que reconocer en estos chicos era su ingenio y su perseverancia. Al otro día, ya estaban de nuevo en el cañadón para cortar las cañas secas con las que armar el esqueleto del avión. Trajeron las ruedas de un viejo cochecito de bebé, alambre y el hilo de coser que se usa para cerrar las bolsas de maíz. El galpón no tenía luz, y sólo podían ir armándolo cuando sus padres salían de compras al pueblo día por medio. Sin saberlo, ellos pretendían hacer un planeador, o sea, un avión sin motor. 146
Después de un mes y medio de trabajo, la máquina voladora estaba terminada, con dos alas revestidas de bolsas y plumas pegadas con engrudo, un asiento de un arado roto, y las cuatro rueditas del viejo cochecito. Cuando lo quisieron mover, se dieron cuenta de que no tenían forma de sacarlo ni de girarlo para ningún lado. Pero a estos dos raudos e intrépidos gemelos no los amilanó la adversidad. Por el contrario, cuando cumplieron la mayoría de edad, el Negro tuvo su auto de turismo carretera, marca Ford, con el que pudo correr varias carreras a nivel nacional, y Martín terminó siendo piloto civil y fumigador de chacras con su propio avión. El vuelo de los gemelos es un notable ejemplo de cómo, cuando todo parece acatar el dictado hermético de lo imposible, los sueños de infancia siempre están allí, latentes, para ser fiel y finalmente realizados.
No veo No veo solamente, las hojas secas que despoja el otoño, o el rojo incandescente del malvón en el balcón, o el canto negro del tordo, puedo también ver, un alma gastada, toda resquebrajada, casi muerta, de caminar en las ausencias, en los silencios del olvido, en la nada. He visto el viento gris devorar indigentes, y robarle niños al futuro, viviendo en la nada, alimentándose de la basura. Lluvias frías entumeciendo almas, calurosos asfaltos de inviernos quemando corazones, sin razones, los he visto convivir con pájaros y perros, y solo algún buen ser humano, comparte la mugre de su cuerpo, y la belleza de su alma. Sus ojos, indefenso, como canto de gorriones, viven en el presente, sin ilusiones, sin futuro. De cada verso o palabra, que vuela de los arrabales del alma, no es solo alegría, hay nostalgias y penas, hay insatisfacción y clamor de justicia.
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GONZÁLEZ CHUQUEL, STELLA MARIS Reside en Campana, provincia de Buenos Aires.
Ruidos molestos Cotidianamente era acosado por golpes molestos. El departamento contiguo se encontraba deshabitado desde hacía varios meses, sin embargo algunos ruidos parecían provenir de allí. A veces los chasquidos secos, puntuales y constantes le hacían pensar que tal vez un zapatero estaría viviendo allí, entonces divagaba imaginando los colores del cuero, suela, taco, incluso como sería el pie que los calzaría. Sería bueno tal vez tocar el timbre, presentarse, ofrecer su teléfono y predisposición ante cualquier eventualidad, pero de ese modo ya no cabría lugar para el asombro. Había tiempos que los golpes desaparecían. En ocasiones arreciaban más fuertes y pesados, como si los caballos de un regimiento pasaran en cabalgata haciendo sonar sus cascos, entonces imaginaba los guerreros prontos a la lucha con sus escudos y armas. Ni tan cerca ni tan lejos un martillo neumático parecía trepanarle los sesos y por momentos creía que el piso se hundiría a sus pies haciéndolo caer hasta el centro de la tierra. Por las noches, en medio del silencio el estruendo de una sierra profundizaba la oscuridad, como si un asesino estuviera trozando a su víctima, aún caliente. Un sonido persistente, por días enteros, parecía provenir del piso superior, arrastrando consecuentemente algo indefinido, semejante a una cadena, entonces el prisionero engrillado, se movía tal vez buscando una forma de escapar. Tenía una capacidad perceptiva que hacía que el día después lo azotaran los ruidos emergentes de las lecturas del día anterior.
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Los descuidos Un florero marchitó con sus flores y las agujas se descolgaron del reloj. El polvo cubrió las cortinas y las persianas no volvieron a subir. Un pájaro de sueños alzó vuelo y la gota persistió en el silencio. Herrumbres de olvido en medio de los descuidos. Y la historia permanece a través de las rendijas.
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GONZÁLEZ, RENÉ ARMANDO Reside en Gobernador Crespo, provincia de Santa Fe.
La moza 3° Premio en Poesía Libre en los 10º “Certámenes de Invierno” de La Hora del Cuento 2015. Andando y andando anduve por donde todos anduvieron y por andar donde todos; todos los hombres me vieron con la moza de ojos verdes caminando de la mano. Vieronme los hombres todos, por entre ellos paseando prendado de aquella dama. Quedaron todos los otros, pensando por esa moza escondida donde estaba. Donde esconder no se puede la moza escondida estaba, caminando entre las damas por estas calles cualquiera a los ojos de todo hombre que mirarla la quisieran. Tantos hombres no la vieron con ojos entredormidos porque no pudieron ver lo que mis ojos supieron.
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GUDIÑO, SANDRA GRACIELA Reside en Santa Fe Capital.
Contradicciones Tornadizo rostro espasmos de pena frente y manos se desploman en abismos. Dónde dejo mis ojos pregunto. Dónde. Ahora que cuelgo de mis miedos en cruz y he dado poder de tortura a la ausencia. O es la ausencia estigma en manos y pies pregunto: tiemblo pájaro bajo las alas. Chorrea espanto el cuerpo aterido piel afuera desordeno oídos y labios. Fabricante de miradas. Escribo porque necesito 151
que la palabra dibuje del otro lado del espejo lo que es también lo que no es: me contradigo. Hoy sí. Mañana seré otra.
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HERMOSO, AMANDA ZULEMA Reside en Tandil, provincia de Buenos Aires.
El cartero tenaz 3° Mención en Cuento Corto en los 10º “certámenes de Invierno” de La Hora del Cuento 2015. La ilusión de su amor me mantuvo con vida. Durante años envié cartas y como no regresaban, imaginé que las leía. Fatigué las hojas con los “te amo” y “extraño tu compañía”. Jamás obtuve respuesta. Fantaseaba con su retorno. Nos saludábamos con naturalidad. Planté en mí luces de esperanza. Un día, no pude contener mis sentimientos y viajé al norte del país, al páramo donde había elegido recluirse. Subí la cuesta al atardecer. La casa parecía estar abandonada. Yuyales altos y una puerta entreabierta. Los sobres yacían en la oscuridad de la sala. Algunos más cerca, otros más lejos. Manchados con barro. Letras desvaídas por el paso de los meses. Chorreadas erres de Ricardo. Agua de lluvia, rocío y humedad. Sólo mensajes y más mensajes que demostraban las falacias de la mente. Retorné al sendero poblado de almendros en flor. Recortada contra el sol poniente vi subir a la trabajosa bicicleta conducida por un joven vestido de azul. Un morral cruzaba su pecho y en su interior traía mi última misiva cargada de anhelos. Bajé la cuesta. Un hilo de luna viajaba en el cielo. 153
ICASURIAGA, ANA MARÍA Reside en Montevideo, Uruguay.
Inés 1° Mención en Microcuento en los 10º “Certámenes de Invierno” de La Hora del Cuento 2015. “En una casa de cosas” Inés encontró una desdramatizadora hermosa. Se la llevó con el manual. Es feliz, pensó que su vida había empezado a mejorar.
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JUELE PONS, ALMA Reside en Montevideo, Uruguay.
Silencio La jornada de verano se arrastraba lenta; hora tras hora se acrecentaba el calor. Bochorno. Desde apenas despertar, los eternos conflictos de la pareja explotaron. Se habían instalado en una cabaña frente al mar, buscando aclarar sus mutuos sentimientos y a la vez medir sus propias fuerzas en el enfrentamiento. En un extraño paralelismo entre el calor reinante en la playa y el acaloramiento de las discusiones, la progresión fue en aumento hasta hacerse intolerable. Se oye lejano, como un eco, el gruñir de los truenos. Cayendo la tarde, el cansancio y las frustraciones del día acallaron las voces airadas. La tormenta se agrupaba en nubes oscuras en un cielo ahora gris y amenazante. Cesó el tronar. El calor ya era agobiante. Pausa. El tiempo se detuvo. Se hizo el silencio como en tácito acuerdo entre naturaleza y humanidad. Luego, un muy tenue olor a azufre se difundió por el aire. La calma se prolongaba, interminable. También los pájaros callaban sus cantos vespertinos, y cesaba el rumor de las hojas de los álamos. Cada uno de los protagonistas en su espacio privado sentía el peso de ese silencio, dentro del cual se sentían tan ajenos. Había una cierta expectativa, una espera de algo aún no visualizado que los mantenía callados, inmóviles. 155
¿Cuánto duró esta sensación sobrecogedora de un tiempo fuera del tiempo? ¿Un segundo, un minuto? No lo supieron. De pronto la gruesa, ominosa, acerada nube se abrió y un diluvio se abatió sobre esos dos seres tan cercanos y tan separados. El agua rumorosa cayó sobre las chapas del techo, las gotas repicaron alegremente sobre las hojas de los árboles, los risueños arroyitos se deslizaron cuesta abajo… El tiempo y el espacio se llenaron de ruidos, murmullos y trinos. Y sollozos. Ellos, tomados de la mano corrieron bajo la lluvia hasta caer, sin aliento, sobre la arena mojada.
Amigas Rosita azul de Capri y Mariposa amarilla de Amantea. Amigas. Una mano torpe, Rosita al piso. Oscuridad. Más tarde: susurro de alas, caricias de seda amarilla sobre el azul fracturado. Vuelo de humo verde y jarritas en la repisa. De nuevo.
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LAGUZZI, ROCCO Reside en Martínez, provincia de Buenos Aires.
Modelo vivo de sindicalismo 3° Mención en Microcuento en los 10º “Certámenes de Invierno” de La Hora del Cuento 2015. En la antigüedad, los modelos dignos de ser esculpidos debían posar inmóviles durante meses para satisfacer el arte creativo de renombrados escultores. Molestos ante tamaño sacrificio, crearon un sindicato. Su primera presidente fue la Venus de Milo, que trabajó a brazo partido reclamando por sus derechos.
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LANDETE, LUCÍA San Rafael, provincia de Mendoza.
El príncipe atrapado En la mayoría de los cuentos, encontramos a una princesa atrapada en algún lugar o época, este cuento trata de un príncipe atrapado en una nave espacial, que quedó suspendido en el espacio y en el tiempo. Se trataba de un joven príncipe, educado, de buenos modales, con excelentes enseñanzas de sus padres los Reyes de Boskomia, que vivían en un pueblo perdido y extraño. Ese lugar era un sitio más allá de la realidad y de los cuentos, una zona extraña, donde los tiempos se conjugaban en una sola distancia y con un solo parámetro. Boskomia, era un territorio en el cual habitaban hombres y mujeres, de todas las épocas, de todas las razas y creencias, de todas las condiciones sociales. Era el lugar donde pobres y ricos compartían su comida y su pan, digamos que un sitio que jamás podría comprender nuestra humanizada “Mente”. Este territorio estaba gobernado en conjunto por el Rey y la Reina, los dos tenían el mismo poder de hacer decretos y de mandar. También los hijos en ausencia de los padres podían tomar decisiones y por sobre todos el Primogénito, el mayor de todos. Los días transcurrían serenos y apacibles, hasta que el mayor de los hermanos comenzó a tener un papel preponderante y era él quien manejaba la sociedad. Un día como todos, tranquilo y en paz, vieron una luz que descendía del cielo, cuando más se acercaba a la tierra, más forma tomaba, hasta que se posó sobre la superficie de un gran lago. Edgar, que así se llamaba el mayor de los hijos y descendiente directo al trono o sea el “Príncipe” se acercó al lugar para saber lo que estaba pasando. De pronto, vio que la luz inmensa se había convertido en una colosal nave espacial, que destellaba luces de mil colores. ¡Edgar, no salía de su asombro! Cuando vio que lentamente se 158
abrió una puerta gigante, la luz emitida lo enceguecía, los ojos le comenzaron a llorar y una fuerte emoción invadió todo su ser. Apareció del centro de la puerta una imponente mujer rubia, vestida de dorado y con los ojos color del tiempo, Edgar se quedó obnubilado con semejante personaje y casi titubeando le preguntó: ―¿Quién eres tú? ―¡Soy la Dama del Tiempo! Y vengo a llevarte conmigo ¡Te necesito! Estuve monitoreando tu actuar y eres la persona que me hace falta para que me acompañe a poner en orden mi mundo― Dijo la mujer con firmeza. ―¡No puedo irme! ―Dijo el joven ―Mis padres necesitan de mí. ―Tus padres tienen a tus hermanos y además son autosuficientes como para gobernar bien el lugar ―Dijo la extraña mujer. Y sin darle opción a que eligiese, lo atrajo hacia la puerta como si tuviera un imán en su mano derecha y lo metió dentro de la nave. Sus hermanos y el resto de la gente que se encontraba en el lugar, quedaron totalmente anonadados al ver semejante abuso. Pronto corrieron para avisarle a los padres lo ocurrido y ellos llorando de pena no tenían consuelo, ni posibilidades de hacer nada. Los reyes, rezaban todos los días para que su hijo regresara, a su vez Edgar, mientras tanto no dejaba de pensar en los suyos y de añorarlos, la remembranza de la nostalgia, lo entristecía cada día más a pesar de estar en un sitio luminoso y opulento. ¿Te cuento lo que estaba pasando en “La Casa del Tiempo” donde se encontraba Edgar secuestrado? Cuando el joven Príncipe llegó al lugar, se sorprendió por la gran tecnología existente, la casa de “La Dama del Tiempo” estaba situada en una luminosa colina violeta, a la que sólo podían llegar en una nave. Al entrar, vio monitores gigantes, tridimensionales, multicolores, que observaban el mundo y más allá de él. En el interior de la extraña casa se encontraban exóticas plantas y animales extraños, lo que el muchacho no pudo ver, fue un solo ser humano ni humanoide. La única persona con la que trataba, era esta extraña mujer que ni siquiera le había mencionado su nombre. Un día el Príncipe, cansado de estar en el lugar sin saber qué hacer, le preguntó a la mujer: ―¿Por qué me trajiste a este sitio? Pensé que necesitabas de mi ayuda, pero no puedo entender en qué puedo ser útil, si tú lo tienes todo y eres autosuficiente. ―Eres tan honesto, tan sabio, es por eso te tengo aquí para que aprendas a “Caminar”, para que no te golpees con las piedras y para 159
que llegues a ser “El mejor” y así logres el éxito que buscas casi sin saberlo, debes “Crecer” y ser “Grande” es por eso que te tengo atrapado, sólo en el misterio del Tiempo podrás ser lo que debes ser ―Dijo la Dama. El joven entendió a medias y comenzó a inspirarse en las palabras de la mujer. Y creció como el más grande de todos los hombres, pero “Creció” interiormente, dejó de ser el joven niño que había sido hasta entonces. Y se hizo “Grande” grande como el sol y cuando ya estuvo preparado para gobernar “La Dama del Tiempo” lo regresó a su sitio. Todos los habitantes del lugar, se habían acostumbrado a la ausencia del Príncipe, ya que habían pasado varios años desde su partida, pero un día de los más perfumados y luminosos, Edgar volvió a su hogar. La alegría de los padres fue inmensa y la de sus hermanos, pero él en su corazón estaba triste, la mujer lo había preparado para ser el mejor gobernante, el mejor hombre, pero no lo preparó para quedarse sin ella… Su querida “Dama del Tiempo” había partido con lágrimas en los ojos y no sabía de qué manera recuperarla. Pasaron los años, Edgar, asumió el trono cuando cumplió treinta y cinco años, aún estaba solo, le faltaba una reina y recordó con nostalgia a “La Dama del Tiempo”, cuando lo estaban coronando, lágrimas de cristal surcaron sus mejillas porque no estaba aquella gran mujer que todo monitoreaba. Ella al ver la tristeza del joven tomó su nave y en el momento que los fuegos artificiales llegaban más lejos que el cielo, el nuevo Rey levantó su mirada con nostalgia. Se llevó una gran sorpresa cuando vio que una nave espacial, descendía presurosa. La nave se instaló en el centro de la ciudad, los pobladores anonadados vieron bajar del extraño aparato a una elegante mujer dorada. Ella se acercó al Príncipe y lo felicitó por su reinado, él la abrazó con la fuerza y con el amor más puro que en todo el universo se hubiera engendrado. El joven emocionado le dijo: Renuncia a tu mundo y a tu tiempo, quédate conmigo a compartir el reino y vivamos felices por siempre. “La Dama del Tiempo” no podía dejar de controlar el universo porque todo se destruiría, entonces fue ella quien le dijo a Edgar: ―¿Y qué hago con mi casa y mis cosas? ¿De qué modo controlo el universo? ―¡El universo lo puedes controlar desde nuestro reino! Busca tus cosas y ven a vivir a este planeta ―Dijo el joven ―Me olvidaba ¿Cuál es tu nombre? ―Luz o Tiempo, el que tú prefieras ―Dijo la Dama con una suave 160
sonrisa. La mujer no lo pensó, se había acostumbrado tanto a la presencia de Edgar, que ya no podía vivir sin él. Volvió al lugar donde vivía, puso en su nave todos los monitores, sus aparatos de control, sus extrañas plantas y animales. Regresando a donde se encontraba el joven Príncipe, “La Dama del Tiempo” fue coronada como Reina y todos vivieron muy felices ¡Por Siempre!
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LÓPEZ FERRARI, YOLANDA Belén de Escobar, provincia de Buenos Aires.
Epitafio de un amor Por la ventana atardece el sol se cae detrás de los árboles y el perfume de las flores se hace más intenso todavía. La noche queda suspendida en los restos del día. Se vacían las horas en el silencio sordo en que nada sucede y mi alma grita. Todo me habla de ti. Mis pensamientos gimen se retuercen como un lamento herrumbrado de mis ojos secos y mi dolor húmedo. Mis manos caminan una almohada de angustia mientras las garras del dolor se arrastran por mi piel marchita devorando los últimos vestigios de un amor.
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MARSILLI, JOSÉ ALBERTO Reside en Chajarí, provincia de Entre Ríos.
El barrio del desencuentro La gente de este barrio es muy particular, evita salir de él por temor a no poder regresar. Tiene fama de laberinto, de remolino urbano, de círculo vicioso. Es la pesadilla de los transeúntes y no hay fórmulas para escapar ni conjuros. La impuntualidad de la gente en los horarios es normal. Dicen que fue diseñada por un agrimensor, un arquitecto y un escritor (los escritores son adictos a los laberintos) en estado de completa ebriedad. Se trata de un rompecabezas de casas blancas con jardines de flores imperecederas de bellos colores en sus frentes, con contornos extraños y techos de tejas rojas de formas tan disímiles que escapan a la imaginación lógica, con balcones cubiertos de maseteros con coloridos malvones y veredas brillantes y vacías. Los árboles como el lapacho, pino, roble, boabad, pino piñonero, olmo, haya, castaña, catalpa, serbal de los cazadores, cedro del Líbano y abeto blanco cubren las veredas y la única plaza cubierta con coloridas y perfumadas magnolias, jazmines, azucenas, siringas, glicinias, daturas, madreselvas, damas de noche y gardenias. En ésta plaza las musas encienden a los artistas y crean de la nada magníficas obras de arte. Esculturas, poemas y pinturas de diferentes épocas son admiradas por quién deseé. Cada tanto se esfuman y aparecen nuevas, siempre distintas. Hay un cuadro perenne de un espejo de fino cristal de oriente medio que tiene el poder de reflejar la imagen de quién en él se mire. Este puede entablar una conversación consigo mismo, con su reflejo. Las opiniones son por cierto el antónimo. Algunos días, con preferencia los sábados, se apropia de las imágenes y no las devuelve. Estas aparecen fuera del barrio y jamás logran encontrar el camino de regreso. En una de sus esquinas, debajo un frondoso if, en una panteón descansa un cuerpo que tiene gravado en su placa sobre el mármol el apellido de quién lo visite. Los dolientes ofrecen sus pompas florales que desaparecen justo al dejar de ver esa extraña planta que florece en años impares. Hay calles tapiadas, 163
calles que son únicas y a cada treinta metros cambian de nombres y de mano. Hay una que franquea un túnel corto, que al ser atravesado por caminantes, éstos mutan a la salida, mostrándose como en sus comienzos. Una que es de madera y en pocos metros transforma en un canal por el cual circulan góndolas con gondoleros cantando sonatas italianas. Estas levitan al pasar los puentes y es un atractivo observarlas desde abajo, apoyado en sus barandas. Todos los viernes se pronostica lluvia por la manera que pega el viento desde el norte, dicen los que saben. Hay calles circulares atravesadas por calles paralelas y diagonales que se chocan en una sola esquina con una angosta y oscura avenida sin tránsito que corre perpendicular y que a la mañana siguiente tendrá un nombre distinto. Al observar su recorrido se distinguen claramente la vida, la rutina, los apellidos y lugares de residencia de los antepasados que aún siguen vigentes en la actualidad. Debajo de estas calles corren otras calles transitadas por todos aquellos que alguna vez habitaron las calles soleadas, húmedas o frías del pasado. Estas calles son el verdadero purgatorio de esas almas sin penas. En este barrio claudican las leyes geométricas, las de gravedad y los códigos con que rige la razón. Cuentan, que al llegar a éste lugar, una pareja de ancianos, encontró el lugar de salida del barrio caminando por una vereda de nivel descendente, lo que facilitaba a ambos un ligero caminar, contrariamente a la otra vereda que solamente ascendía perdiéndose en lo alto de los pinos del único parque, pero estaban cansados de haber pasado sus vidas en esa búsqueda y retornaron sobre sus pasos hasta perderse en una esquina en la que se fundían seis esquinas, dos avenidas y ocho calles, para evitar cambios y seguir amándose hasta que la muerte logre separarlos. En esta conjunción de vértices y ángulos alguien aseguró que un viejo marino alemán enterró un tesoro y que al volver a buscarlo no encontró jamás el sitio exacto en que lo había escondido. Un joven enamorado se cansó de grabar el nombre de su amada y el suyo en un pino, dentro de un corazón atravesado por una flecha de Cupido y que al terminar su grabado desaparecía, surgiendo en el mismo lugar otro pino con su tronco sin un rasguño. Cambió en su vida varios amores y persistió en grabar el nombre de su amada y el suyo, aún a sabiendas que era en vano. De los últimos corazones tallados con ambos nombres, solo perduró el corazón vacío con la flecha que lo atravesaba y sin nombres. Se sabe que el enamorado vivió tallando amores platónicos y que aún vive consumido por la pasión y en mística soledad. Una de las calles termina en un complejo enramado de enredaderas donde quienes se atreven a ingresar a ella, entretie164
nen con cuentos de aparecidos, huyendo de allí aterrados, hacia una estrecha calleja transitada por carruajes tirados por caballos de pasados siglos. Lo posible conspira con lo probable. Es muy curiosa la forma de los terrenos que se encuentran en diferentes niveles, donde se levantan casas con formas que vencen las rigurosas medidas arquitectónicas, habitaciones octogonales, hexagonales unidas a otras pentagonales o triangulares venciendo las leyes de gravedad de la construcción. La gente se equivoca sin traicionarse. Existen lugares donde la gente no camina, levitan, las ánimas no penan, divierten haciendo bromas a los niños. Escuchan gritos que nadie sabe de donde parten abucheando a algún peatón. Los olores distinguen cada calle. Incienso, canela, rosas y puchero, son los más reconocidos. Alguien pasa por una casa donde en su jardín distingue un clavel marchito y persigna su frente dos veces. Una de las casas posee una escalera caracol con velas y sustancias aromáticas. Otra en la que ingresan a cualquier hora sombras subrepticias donde la imaginación popular crea conciliábulos de ladrones y escandalizan por segundos alguna arteria. Lo circular genera armonía al carecer de bordes o ángulos. Del único asesinato que se recuerda, solo fueron encontradas dos gotas de sangre de diferente origen. Conmemoran que su cuerpo aparece como un espectro que al ser observado absuelve de pecados sacrílegos. La victima usaba miriñaque, peinetón y en su mano un abanico oriental con dibujos hindúes futuristas. La carga de energía es utilizada por sus habitantes. Acercan tarotistas, magos, astrólogos, nigromantes y hechiceros principiantes, con mazos de cartas, galeras, bolas de cristal, varitas y fetiches intentando lecturas en estado de trance que desaparecen apenas aciertan en sus pronósticos, huyendo divagando, en estado de loca excitación. Nadie sabe si se trata de sueños colectivos o mitos urbanos. La gente vive feliz, controlando sus ambiciones, espantando envidias y escapando de ilusiones y sueños que nunca se cumplen, riendo por reír o por zonceras, amando por amar sin pretensiones de ser correspondido, de la misma manera en que aman los ángeles. Saben que el futuro es un segundo más rápido que su presente y que el pasado lame sus talones. Una de la calles cuenta con una colorida vereda donde se encuentran aros, trapecios, monociclos, zancos y disfraces para ser tomados por aquellos que pases por ella y tienen la posibilidad de hacer de magos, equilibristas, saltimbanquis, malabaristas y payasos. Nada cambia cada domingo a menos que algo cambie y cambie todo, transformando la vereda y sus jardines en un gran circo callejero. 165
En la única taberna ubicada donde nadie sabe la calle ni la altura, la gente gira y gira en calles circulares y regresa por un café. La misma es residencia de jugadores que dirimen pleitos de mujeres a los dados, otros lo hacen al ajedrez y generalmente terminan en tabla, lo que hace que las mujeres en disputas tomen otros rumbos, elijan otros destinos. Las preguntas sobre el nombre de las calles y sus números no tienen respuestas de parte del cantinero, cuyo hobby es la creación de palíndromos y el encuentro de palabras bifrontes. De vez en cuando aparece gente conocida, que fueron observados en diarios, en fotos amarillas y ajadas por el tiempo preguntando en forma lacónica por el tesoro del viejo alemán. Por lo general llevan un mapa con el lugar exacto marcado con una cruz gamada de color rojo punzó. Al llegar al lugar encuentran las esquinas cambiadas y la fortuna sonríe burlona a sus espaldas. Los niños predican que el tesoro no existe, que el tesoro es el barrio mismo, es su cielo, su aire, el sol reflejado en cada rostro, la luna religiosa en cada una de sus formas y es propiedad de todos. Un infidente coincide en su oscuro aburrimiento, explicando tanta molicie: “Lo único que podemos hacer es perdurar en la taberna, consagrarnos en los juegos o ponernos los cuernos, actividades que de pronto termina en discusiones y trompadas”. El sumo sacerdote y el dueño de la taberna tienen tatuado, asegura un mago, en un lugar oculto del cuerpo de embarazosa forma de llegar a descubrir aún en estado de hipnosis o desmayo, el auténtico mapa del tesoro. Nadie atreve a tocar. Alguien encontró en el único aljibe ubicado bajo una cripta oculta en la pared de ingreso del templo detrás de la puerta de la mezquita, escrito con símbolos coptos, que el tesoro trataba de una emisión completa de monedas emitidas en el año 1922 por la Casa de la Moneda de EEUU en las que decían: “In Gold we trust” (“En el oro confiamos”) cuando debió decir: “In God we trust” (“En Dios confiamos”) extraídas subrepticiamente por un oficial inglés. Su imagen concuerda con la que lo identifica el barrio en arcaicas fotos. El edificio religiosos que, de acuerdo a la puerta de ingreso que se elija es iglesia, sinagoga, mezquita, ermita, y al atardecer el templo del Ceibo (símil al templo del Loto de Mudurai, China, cuya religión es el Behaísmo que pide lo mismo) cuya única pretensión es la unión de todas la humanidad y de todas las religiones, es el único lugar en que se observa todo el barrio y los barrios vecinos que parecen girar disparatadamente con solo cerrar los ojos y abrirlos nuevamente. El sacerdote, es cura, rabino, imán, pastor o lama teniendo en cuenta el altar y la puerta de ingreso del feligrés. 166
La única condición para gozar esta visión es tener ojos de color negros. El sol nace y se oculta cada día en un lugar diferente. Las agujas de los relojes y las brújulas ruedan en molinete. El clima depende de cada nivel del terreno. En los lugares altos, el verano y la primavera parecen eternos, las plantan y las flores son perennes. En niveles más bajos el clima es otoñal, lluvioso y muy fresco. Los lugares a donde el sol no llega, los adoquines y los pinos se encuentran cubiertos de copos de nieve. La gente se mueve en trineos por esas calles que se cruzan más de una vez. Cuando cambian los niveles, cambia el barrio, las calles se hacen diferentes como el clima, pero la gente niega abandonar el barrio, que cada año bisiesto recorre siete metros acercándose al mar. Allí aguardan celosamente sus pertenencias, sus pasados y sus amores.
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MODAY, MAURICIO Reside en City Bell, provincia de Buenos Aires.
Manuela y el Escultor 2º Premio en Cuento Corto en los 10º “Certámenes de Invierno” de La Hora del Cuento 2015. Él, modelaba alfarería en su taller de las afueras de aquel pueblito de Córdoba que había elegido para su retiro, después de años de trabajo en su propia panadería. Nunca se había casado, pero había aprendido a hablar con las mujeres de tal modo que casi las seducía con las primeras palabras y cuando comenzaba con las primeras estrofas de algún poema famoso de Neruda, casi caían a sus pies subyugadas. Prácticamente era inexorable esa conducta, parecía el actor de un culebrón turco, al que las mujeres idealizaron. Su instinto no le fallaba, generalmente la elegía joven y alegre, y subyacía en su alegoría de escultor de cincel mentiroso. Casi siempre terminaban en su cama envueltas en ese ovillo de deseo y torno de arcilla. Él esperaba que se fueran rápidamente, sin destino, ofreciéndoles pocas oportunidades y como si fuera una forma de pago, les regalaba una maceta decorada. Internamente, el escultor, esperaba una Musa que lo provocara y lo obligara a realizar una obra mágica del tipo del Moisés de Miguel Ángel. Ante esta circunstancia le duraban muy poco, sus modelos y partían sin rumbo fijo con destino incierto. Una mañana una joven de alrededor de quince años, llegó a comprar dos macetas y él, pese a la diferencia de edad, quedó obnubilado con su belleza. El juego de seducción duró poco, le propuso que fuera su modelo de escultura y fue incrementando su fuego interior hasta ofrecerle posar desnuda para su obra maestra. La citó como todos los viernes, para elaborar la estatua de su vida y en esas mágicas horas entre una y otra postura, modelaba en el aire 168
con el barro de la imaginación, su propia visión de la piel tersa, los ojos verdes, su pelo claro, sus pechos pequeños y la bahía de su pubis aterciopelado de piel afeitada. En silencio pensaba amarla y poseerla, a pesar de la diferencia de edad y de condición social. Luego de seis viernes modelando, ella lo miró con ojos tristes desde el sofá donde posaba, como suplicando una caricia, él la tomó por sus manos y notó unos hematomas en sus muñecas, pero al extenderle sus brazos y acercarla para besarla, rozó su cuerpo y comenzó a acariciar toda su desnudez, se acostó a su lado y se demoró en tocar especialmente los pequeños pechos, pero poco a poco se fueron ambos introduciendo en los placeres del amor. Pasaron toda la tarde mutuamente seducidos por ese encuentro y lloraron casi sin hablar jurándose un amor perpetuo, que nadie entendería. La esperó todos los viernes del resto de su vida, la buscó en cada mujer que conoció, a ver si aparecía alguna con ese amor eterno, tal cual se habían jurado. Sentado en el sofá donde se habían amado, bebía su brandi y fumaba en forma exagerada, pensando en Manuela y pasando los años. Nunca se enteró que el padre que la abusaba desde chica, la había matado en un rapto de demencia cuando ella le avisó que se iba a vivir con el escultor del cual era su Musa.
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NARDI, MOIRA Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Cuatro torres quieren matar a mi madre Mami repite una y otra vez, “el cuerpo del delito”. A la tercera vez la interrumpo y le pregunto a qué se refiere. Me dice, “es el calefón, ese es el cuerpo del delito”. Hoy me llamó para contarme que la quieren matar. Son cuatro las torres y quieren matar a mi madre. El asunto es serio así que no sé por qué adquirió para mi tonos de tragicomedia. Me van a linchar, me cuenta. Y ahí nomás se explaya en los golpes a su puerta, los vecinos que no la saludan, las amenazas que le dejan por debajo de la puerta en forma de dibujos de tumbas y cruces. La escucho, sí, la escucho. Son cuatro torres, son muchas familias, sin gas, nada de gas, nada, por nueve meses, más o menos dice. Y sucedió así: el calefón del vecino tenía “como explosiones”, muchas, seguidas. Y ese calefón está pegado a su pared, ella lo oía tanto hasta que un día no aguantó más. La preocupación se hizo miedo. El miedo obsesión, y de allí al pánico, sólo bastó una última mañana de ansiedad y aburrimiento. Se imaginó que todos volaban por el aire. Así como la tragedia de Rosario me recuerda, “¿viste lo que siempre pasan por las noticias, de los edificios que vuelan por los aires?”, pregunta. Yo no vi, pero sí me acuerdo lo de Rosario, la tragedia por el escape de gas que mató a tantos y que sacudió al país. Entonces ella llamó a Metrogas, que en una muestra de extrema precaución, cortó el gas ni bien ella colgó el teléfono. Así fue que en las cuatro torres de mi madre, dejó de haber gas. Es decir, nadie podrá cocinar, bañarse o apaciguar el frío del invierno con gas. Poco a poco le fue creciendo el miedo, no el miedo originario a explotar, sino el que le vino después cuando todo fue empeorando después del intento por mejorar. No habló con el vecino previamente a la denuncia porque “no paga las expensas”, y ahora ese desgraciado tiene un termotanque, nadie tiene termotanque porque es carísimo, está el tipo mejor que todos”, agrega mi madre. Y no dice “el tipo está mejor que todos” sino “está el tipo mejor que todos”, mi madre es diferente al hablar. Sí. A veces sólo habla en diminutivos. 170
“Estoy con un saquito por el frío en este departamentito chiquito”. Otras, cuando atiende el teléfono por ejemplo, no saluda como suele hacerse, sino que pasa a contar lo que venía haciendo: “hola, estoy poniendo la comida en el horno porque tengo que cocinar ya”, y ese es su no―saludo. En lo que respecta a las cuatro torres, es así que en ellas nadie puede bañarse, ella tampoco, me cuenta, apenas si logra una ducha rápida con lo que tuvo que comprar pero no puede lavarse la cabeza porque se acaba el agua caliente enseguida. Le vino un resfrío horrible porque el agua no calienta bien. Después, y debido a las amenazas y al susto que le dio, comenzó a marearse, tan así que no sale ni viaja a buscar plata donde la dejó, en Suecia, y es que además, día a día Metrogas le rompe algo a las cuatro torres para arreglar el desarreglo. Por momentos se le ocurre decir, “uy, qué desastre para los demás”, que es cuando logro decir un tímido, “y sí”, pero no, ese sí le molesta mucho y se pone a decir sin pausa, “es que prefieren volar por los aires”. Se me ocurre pensar mientras la escucho, “en Buenos Aires nos gusta volar por los aires”. Es cuasi poético como voy imaginando mi ciudad, ahora que la elegí también para el retorno, volar por los aires como vuelan las mujeres de Chagall. Mi madre quiere irse del país, otra vez, esta vez. Ya se fue muchas veces. Y otras tantas regresó. ¡En Suecia todo funciona tan bien! Pero hay tanto lío en las cuatro torres que no puede partir, no puede ni siquiera huir una vez más. Es que hay miedos y cosas horribles que pueden pasar porque todo está mal acá, la gente no se da cuenta me dice, no piensa.
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MONTIEL, GERMAN JOSÉ Santiago del Estero Capital.
Nueve cruces Desde Santiago del Estero, en dirección a Córdoba, el antiguo Camino Real, se ubicaba hacia la izquierda, en esa dirección, de la actual Ruta Nacional 9. A la altura de Sumampa y Ojo de Agua, cerca del límite entre Santiago y Córdoba, todavía en territorio santiagueño, cruza y su trazado se dirige hacia la derecha de la ruta ya en pleno suelo cordobés y recorre kilómetros y kilómetros hasta llegar a las Nueve Cruces. Un fuerte apretón de manos y un abrazo al mismo tiempo, sin palabras. La comitiva partió en dirección al sur. El conductor del carruaje a latigazo limpio azuzó a los caballos. Enseguida desaparecieron tras una nube de polvo del camino de tierra. Un sol abrasador. Era a mediados de enero. Su misión se había visto frustrada. No obstante ello, el sólo hecho de haber sido convocado aumentaba su ego. A pesar de la permanencia en la ciudad porteña, seguía siendo el hombre imprescindible en el interior. Pero también, tenía sus enemigos. Había recibido diversos avisos de que su vida corría peligro. No obstante ello, no aceptó de regreso, la escolta ofrecida por el caudillo anfitrión hasta los límites de su provincia. Tampoco cambiar el itinerario. Así era, temerario, seguro de sí mismo y seguro también, de lo que él representaba e imponía. Se enfrentó varias veces con la Muerte. No le temía. Sarcástico. Durante el trayecto, varias veces incomodó a su secretario hablándole de aquella. Se le acercaba casi cara a cara para asustarlo. Sentía la presencia de ella cerca, como si los estuviese rondando. “Hasta la huelo”, decía, y lo obligaba tomándolo por el cuello a sacar la cabeza por la ventanilla. El interpelado, que sabía de las amenazas, transpiraba a más no poder, no sólo por el calor reinante, sino de miedo. ¿El destino? Él lo controlaba. Lanzaba una carcajada estentórea, mien172
tras miraba a su secretario, para luego ver por la ventanilla el monte tupido y seco que pasaba velozmente. Luego silencio. Inconscientemente estaba preocupado, el juego que hacía seguramente era para descargar tensiones. Cuando dormitaba y el carruaje por motivos del camino, se frenaba de golpe, se despertaba asustado llevando inmediatamente la mano derecha a la cintura donde guardaba su pistola. El secretario, más asustadizo que él, iba de sobresalto en sobresalto. Además, estaba pendiente del momento en que volviera a atormentarlo sobre la muerte. Eso lo asustaba más. Y tenía razón de pensar que era un tormento. La noche se cernía sobre la comitiva. Y ellos parecían intuirla. El destino iba al encuentro. Como un lento mecanismo de precisión las piezas enaceitadas encajaban en el plan previamente planeado. Sólo sentían alivio cuando descansaban en las postas por la noche, aunque fueran catres de campaña, pero por lo menos eran más cómodos que los asientos del carruaje. Y al día siguiente, apenas se asomaba el sol, partían. Otra vez la monotonía, el calor, el polvo, el paisaje agreste y el tormento sobre la muerte. Los sobresaltos y la mano rápida a la cintura. Cada vez más cerca de las Nueve Cruces. Demasiado tranquilo todo. Presentimiento que recorre los cuerpos. Y vuelve a la carga sobre la muerte. Lo mira fijamente y lo toma de la mandíbula mientras le habla. Le dice que la siente cerca. “Siente, siente”. El otro, transpira cada vez más, los ojos llorosos cuando le pregunta por su familia y si hizo testamento. Pero ahora no ríe. Lo suelta de golpe y lo empuja contra el respaldo del asiento. Se queda pensativo y mira por la ventanilla. Como un gran manto negro que se cierne sobre el camino. El destino avanza hacia ellos. Mientras tanto, la comitiva se acerca a las Nueve Cruces. Las órdenes fueron precisas. Se dividieron en tres grupos. Uno debía ser rebasado por si intentaran dar la vuelta. Otro en el medio, que detendría el carruaje. Y el tercero, en el otro extremo, por si lograban escapar. Al llegar a un cañadón en donde la marcha se hace lenta por ser suelo más bien arenoso, porque están cerca de un río y hay una curva que limita con una barranca, lo que los lleva a marchar al paso. El vozarrón que dijo ¡Alto! Sorprendió a todos. Rápidamente fueron rodeados. Sacó la cabeza por la ventanilla preguntando si quien osaba detener a un General de la Nación. La bala le atravesó el ojo izquierdo destrozándole el cráneo. El vozarrón de nuevo. ¡A degüello! Al secretario le atravesaron el pecho con una espada. Ninguno quedó 173
vivo. Después de cumplir con la tarea impuesta y robar las pertenencias, se retiraron. Dos integrantes de la comitiva que venían retrasados se encontraron con el macabro espectáculo. El cuerpo de Facundo colgaba de la puerta del carruaje. Trágico encuentro del destino con quien desafiaba a la muerte. En el lugar, se levantan Nueve Cruces que recuerdan a los allí asesinados.
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NEGRI, RODOLFO OSCAR Concepción del Uruguay, Entre Ríos.
La increíble historia de las vacas vírgenes Era la quinta vez que trataba de ponerme en contacto con el encargado del campo de Villaguay, sin éxito. Había que terminar el inventario de los valores de los bienes de la fallecida, doña Dolores Teresa del Valle Victorica que se venía retardando más de lo habitual y demoraba los trámites del sucesorio, para lo que solo faltaba determinar la cantidad de cabezas existentes y ponerle valor a las mismas. Los herederos ―ansiosos de hacerse con su cuota parte― me llamaban todos los días desde Capital Federal al estudio, para ver la evolución del juicio. Claro que no habían mostrado un interés parecido por la suerte de la tía cuando ella vivía, ni por su situación o sus necesidades. El poco afecto y la soledad habían rodeado a la anciana en los últimos años de su vida, los sobrinos ―distantes, más por el lado físico y emocional que geográficamente― solo se acercaban a visitar a la anciana cada vez que precisaron dinero para alguna inversión o algún gasto extra; pedidos a los que ella, invariablemente, se había negado a satisfacer. Ahora no estaba y más allá del dinero, que era todo una incógnita y que despertaba la codicia de sus herederos, la expectativa era otra, estaba la joya: un enorme campo en el centro de la provincia de Entre Ríos, con una ―se imaginaban― gran cantidad de ganado. Este último era el punto que personalmente tenía que resolver: darle un valor a esa parte del patrimonio que permitiera continuar con las tramitaciones. El administrador, que doña Dolores tenía en el campo desde hacía muchos años, era un correntino entrado en años ―pero de una edad indescifrable―, de mirada torva, ladina. Una de esas personas que baja la cabeza y no miran a los ojos cuando hablan. Contestaba permanentemente con evasivas todo lo que se le preguntaba. Era raro 175
que se mantuviera en el cargo, pero ―decían― que se le había ganado al difunto marido de la ahora desaparecida anciana, porque había sido mano de obra en algunas operaciones poco limpias que el dueño de las tierras había encarado cuando hizo su fortuna. Pero, mi urgencia, no era discutir la permanencia o no del administrador, sino otra. Seguir adelante con todos los requisitos necesarios para terminar el juicio sucesorio, dar respuesta a mis clientes y para eso lo necesitaba. Le había adelantado al señor Torres ―ese era el apellido del administrador―, la necesidad de disponer del conteo del ganado y de mi viaje hacia el campo acompañado por los encargados de la tarea; pero quería organizarlo con él para que todo saliera perfecto, pero me evadía sistemáticamente. Primero un cuento, después otro distinto, más adelante otro diferente… y después silencio. Directamente no me atendía. No creo exagerar si digo que hacía cuatro meses que buscaba acomodar el viaje a las agendas de los que participaríamos del mismo y coordinar el trabajo a realizar, sin éxito. Aquella mañana, cuando ya había previsto realizar mi viaje de todas maneras, aún sin el acuerdo con el administrador, me llegó una extraña carta. Redactada en forma manuscrita y con una caligrafía que costaba entender, pero que decía: “Villaguay, X de enero de XXXX. Mi muy respetado doctor: Si bien no soy amigo de escribir y menos cartas, me he decidido a hacerlo para que no se tome la molestia de venirse, y encima con otra gente, al campo a contar las vacas. No se moleste. No hay ninguna. Hace unos cuantos años atrás, teníamos doscientos treinta vacas que se alimentaban con el suficiente pasto que había en el campo, generoso por cierto; pero resulta que no teníamos ningún toro. Varias veces fui hasta la casa de doña Dolores, en Concepción del Uruguay, a pedirle fondos para alquilar un toro; pero ella jamás me dio un peso. ¿Para qué? Me decía. ¿Para qué se las lleven los buitres? Así pasó el tiempo sin que las vacas encontraran compañero y fueron envejeciendo, sin tener descendencia. Una a una se fueron muriendo, de viejas nomás, sin tener una alegría las pobres, y así, las fui enterrando. Quien le escribe, jamás uso a ninguna de ellas para la venta de su carne y la utilización de su cuero, nunca me hubiera permitido ni atrevido, 176
porque eso sería deshonesto y para hombre derecho y honrado, no hay como yo. Palabra. Así que no puedo mostrarle vacas, pero sí las tumbas donde descansa cada una de ellas. Le cuento, eso sí, que si se decide a visitar al campo, no me encontrará porque he resuelto renunciar a mi cargo y también quiero enterarlo que en este preciso momento ―más allá de la renuncia que presento al cargo que me había dado el marido de la finada― me voy de viaje. No le doy la dirección, porque no sé ni yo mismo adónde voy a recalar. Así que no se preocupe por buscarme. Me han dicho que hay campos muy lindos en venta por el norte de la República Oriental o en el sur de Brasil. Con mi más distinguido respeto. Su seguro servidor Asencio Nicanor Torres”. La carta estaba fechada tres meses antes de que llegara a mis manos.
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NOCENTE, LIDIA Reside en Bella vista, provincia de Buenos Aires.
El niño que fuiste Y fue la noche el espejo, la mutación de las esquinas, alfarero de manos arboladas, creación de mis bíblicas heridas. Inútil, como el escombro arrumbado. Inútil, mis pupilas sobre tus cristales. Inútil, aquellos tripulantes bélicos. Destronando la historia destronada. Los huesos calcinados entre la ausencia, de los perros y buitres amarrados, y sobre las pieles incompletas, los espantapájaros descorazonados. Allí veras como la lluvia en tormentosa niebla te separa, y mutas con el tiempo abismal, de todo el universo haciendo flores flores de papel, flores de colores. Si, como el niño que fuiste se convirtió en niño nuevamente el pequeño principito de los cuentos, se transforma en el eje, de su propio cuento, allá lejos...
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OCHOA, MARGARITA JULIA Córdoba Capital.
Ausencia de vuelo 1º Mención en Cuento Largo en los 10º “Certámenes de Invierno” de La Hora del Cuento 2015. Hoy descorro el velo de la maldad humana. Hoy soy testigo y descubro, con demasiado dolor, el final y el comienzo de la vida, entre los bravos pajonales secos, amarillos, fríos, de nuestra Quebrada del Condorito. En este gélido espacio, donde suavemente se arrastran, con paso cansino, las horas solitarias, siento, que sólo un fino velo, separa la vida de la muerte, de este cóndor herido. Me acerco sigilosamente a él, puedo percibir su tristeza, puedo sentir su dolor. Sus ojos tiesos e inmensos me miran como faros encendidos, indagando mi interior. Me invaden otros momentos, otros recuerdos, aquellos años jóvenes en los que aferrada a la aventura, encendida por la inquietud y la fantasía de mi hermano mayor, me permitían recorrer los senderos de estas colinas y valles, sembrados por el vuelo intrépido, casi mágico de los cóndores. Sigo a su lado, un hilo de sangre que emana de una de sus alas, humedece la tierra seca, resquebrajada por el frío y el viento, de nuestra Quebrada. Más allá, un arroyo transparente, revitalizante, deja correr en su regazo, el néctar de la tierra, mojo mis manos, retengo entre las fibras de mi campera, un poco de agua fresa, cantarina, que me regala esta fuente natural. El viento se escurre entre las colinas, sopla, desparrama, se arremolina y arrasa todo lo que encuentra a su paso. Las plumas de cóndor herido, entran en el silencioso juego del viento pampeano, moviéndose de un lado hacia el otro. 179
Vuelvo a arrodillarme junto a aquella ave inmensa, silenciosa, que se debate entre la vida y la muerte, en este universo serrano, rodeado de un halo casi misterioso. Estrujo mi campera en su pico. La frescura del agua serrana, saturada de olor a tomillo y peperina, penetra en él. Abre sus ojos vencidos por el dolor y un diálogo silencioso, comienza a tejerse entre él y yo. Busco en mi mochila algo que pueda servirme para seguir aliviándolo; con unos trozos de tela que encuentro allí, oprimo su ala inmensa, a fin de evitar el sangrado. Me sorprende la mansedumbre de sus ojos inmensos y no puedo apartar mi mirada de él. Los silencios del crepúsculo, comienzan a pintar el cielo de un color naranja increíble. Las últimas luces iluminan su mirada, sus ojos miran más allá de los vientos, como queriendo descubrir la razón de este daño, de este castigo no merecido. Escucho silbatos lejanos. Intuyo que son los guardaparques de la Quebrada, que en su recorrida habitual, han descubierto cazadores furtivos y suponen que algún animal, puede estar herido entre los pajonales. Ante la presencia distante de la gente del parque, mis manos apresuradas, rompen la tierra dura, sedienta. Hago un hueco en ella, lo cubro de pajas secas, lo rodeo de piedras, para evitar que el fuego se propague. Lo enciendo y cada chispa es un sorbo de vida. Las llamas nos regalan calor, nos protegen del rigor del clima y su luz atrae la atención de los guardaparques. La luna comienza a enjaularse en cada rincón de agua, que descubre en su pausado caminar. Nos ilumina, evitando convertirnos en sombras sin vida. Después de unos minutos, llegan, nos auxilian y en silencio, salpicado de algunas explicaciones, marchamos hacia el refugio del parque. La noche llega astillada de estrellas. Me ofrecen un lugar para dormir. No puedo conciliar el sueño. El alba, con sus aromas a pastos nuevos, me encuentra acurrucada al lado de una vieja y tibia salamandra. Las luces se encienden, anunciando la llegada del veterinario del parque. La desdicha de ver a Santino, nombre con el que bautice, a esta ave herida, se colma de milagros, cuando el joven profesional, después de amputar su ala destrozada, nos confirma que aún vivirá. Inmersa en mis interrogantes, en un silencioso diálogo con mis principios, me pregunto si esto es vivir para Santino, sin poder volar, sin poder extender sus alas en la inmensidad del firmamento. 180
La bronca y la impotencia se adueñan de mi persona. Ya nada puede cambiar. Amanece, el sol sacude sus rayos en un tácito acuerdo con el cielo, que despide las últimas estrellas. Algunos cóndores comienzan sus vuelos, delineando curvas fugaces, inmensas, con brillos de alas abiertas. Ensimismada, no advierto que Santino, el cóndor herido que encontré tendido, entre los amarillos pajonales, se despide en silencio, sin graznidos sonoros, desvaneciéndose su tristeza en las diversas tonalidades, que comienzan a pintar los cerros. La geografía serrana y el interminable ulular del viento, me envuelven emocionalmente. La llegada, de la inmensa jaula para trasladar a Santino, a un lugar apropiado, donde pueda vivir con sus nuevas condiciones, me conmueve, me llena de pena. Mi pensamiento se convierte en un soplo de vergüenza, soy consciente de pertenecer a la raza humana, conformada por la especie pensante, superior en la escala de los seres vivos y me niego a aceptar tanta crueldad, tanta maldad sin sentido, protagonizada por uno de los míos. El vehículo, que lleva ese habitáculo cubiertos de rejas, parte llevando a Santino, aún adormecido por el traumatismo sufrido. Mis ojos se nublan, ya no puedo detener mis lágrimas. El cielo pampeano, inmenso, cercano, donde el vuelo de las aves, armoniza con los valles y los cerros, enmudece en nostálgico silencio. Un mudo adiós despide a Santino, el cóndor que conoció la crueldad sin razón, del ser humano. Él jamás podrá volver a extender sus alas y deleitarnos con su maravilloso vuelo matutino, en esta misteriosa geografía, tallada por el viento, el sol y las nieves. El silencio tiñe el paisaje serrano y las cumbres de los cerros, vuelven a sentir la ausencia del majestuoso vuelo de Santino.
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Regreso en abril 1º Mención en Cuento Corto en los 10º “Certámenes de Invierno” de La Hora del Cuento 2015. Otoño. Lentamente, camino hacia mi casa paterna. Llego, toco la puerta. Plena siesta. El sol, desmaya su color sobre las hojas crujientes, que juegan en cada rincón de la descolorida vereda. Tibieza otoñal. Afuera, la calle se viste de ocres y amarillos. La puerta permanece sin llave. Entro. Trato de reconocer cada lugar, cada espacio. Un silencio denso inunda las paredes de la casa. Avanzo, pregunto, ¿hay alguien aquí?, nadie responde. Me dirijo hacia el patio de atrás, descubro a mi padre. Él está allí, mirándome a través de las ramas del viejo limonero. No me reconoce, lo noto en su mirada, en su gesto, en la mueca de una sonrisa sin acabar. Me saluda como a una extraña. Toma el rastrillo y sigue recogiendo las hojas secas. El viento se divierte desparramándolas. Él espera que la brisa otoñal deje de jugar y vuelve a hacer el mismo trabajo, una, dos, tres veces. Lo miro, me observa. Lo llamo, papá, ¿cómo estás? Levanta la cabeza, sonríe y sigue, el mudo juego amarillo, con las hojas sin vida. Vuelvo a llamarlo, papá, ¡vine a visitarte! Deja su rastrillo, se acerca con paso cansino. Me extiende su mano, con voz temblorosa, me dice, mucho gusto señora. Mi abrazo se desvanece en el aire, en un indescriptible silencio. Sus ojos cansados y sin brillo, se detienen en una cadenita, que cuelga de mi cuello. Murmura, mi hija tenía una igual que esa, es bonita. Papá, soy yo, tu hija. Silencio expectante. Gira, arrastra el rastrillo apoyado en el tronco del limonero. Voltea sus ojos hacia mí y me invita a pasar. Me sirve un licor dulce, añejo. Sus manos ajadas por el paso inexorable del tiempo, muestran un suave temblor. Se sienta. Vuelve a mirarme. Su mirada vacía, no dice nada. Siento que debo despedirme de él, no para irme, despedirme des182
de el corazón. Mi papá, mi viejo, ya no está aquí. Él se fue en mis ausencias, en tiempo de otoño, en recuerdos sin retorno. Lo abrazo fuerte, contra mi pecho. Intento retenerlo. Nuestras miradas vuelven a encontrarse al despedirnos. …Y sólo el sabor añejo del licor, persiste en las viejas copas, en esta tarde de abril.
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OLARIAGA, MARÍA ALEJANDRA Reside en Río Cuarto, provincia de Córdoba.
Un refugio en el pasado El hombre intentaba correr por la calle plagada de escombros. Estaba oscuro y frío y lloviznaba. Había perdido a su tropa y un grupo de soldados enemigos lo seguía para ultimarlo. Apenas podía vislumbrar donde pisaba. El pueblo semiderruido tenía la vida de sus habitantes sepultada bajo los pedazos de pared que se habían desprendido de las casas, que estallaron ante el bombardeo de los aviones. Ya no quedaba nadie, había sido abandonado en los días subsiguientes. Madres sin hijos, hijos sin padre, todos se fueron, siguiendo la marcha dolorosa del éxodo. Él sabía que no había allí nadie que lo amparara. Pero aún debía existir algo de su casa, la casa de su niñez, la que lo había visto crecer y tantas veces lo protegiera cuando los chicos de la barra lo corrían. Vivió allí hasta sus doce años, en que falleciera su madre. El pueblo estaba irreconocible, pero su memoria intacta, seguía el camino por intuición, su corazón lo guiaba. Tantas veces había corrido por esas calles, rebosante de alegría y ahora el destino había cambiado las cartas trágicamente Entonces la vio. El costado que lindaba hacia el oeste estaba derruido, como si le hubieran devorado un pedazo. Parte del techo y el suelo del piso superior no se encontraban. Sin embargo, buena parte de la casa pudo mantenerse en pie. La puerta estaba trabada por los golpes que recibiera, y semi tapada por los escombros. La empujó con todas sus fuerzas pero fue inútil. La desesperación comenzó a invadirlo, sabía que el grupo que lo seguía no estaba lejos. Había escapado durante la noche y escondido en el día para no ser blanco fácil. Estaba seguro que allí no lo encontrarían, que no perderían tiempo revisando una por una las casas que quedaban en pie. Todas fueron abandonadas de manera intempestiva, llevaron lo que pudieron, pero algunas de ellas se conservaron con todo su mobiliario intacto. Sólo la destrucción de las viviendas los retenía. La gente huyó 184
dejando todas sus posesiones y llevando consigo lo indispensable, no podían seguir en el pueblo. Entró por el hueco en la pared derrumbada. Confiaba en que desistirían antes del amanecer y seguirían buscando hacia otro lugar. Al entrar reconoció el comedor con la chimenea, era la habitación principal en donde se reunía la familia. Había una mesa grande como la que tenían en su niñez, y el sillón de mimbre como aquel en que se sentaba su padre. Por un momento los recuerdos lo mantuvieron sujeto y pudo reconstruir la escena. El marido leyendo el diario junto al hogar, recién llegado del trabajo, los niños alrededor de la mesa tomando la leche humeante que les servía su madre, que nunca paraba. Las voces de sus hermanos, las risas descontroladas y el olor que despedía la mujer cuando pasaba de un lado a otro atendiéndolos. Olor a leche, a ternura, a abrigo, a hogar, a amor. El frío que le produjo una lágrima que caía por su mejilla le recordó que estaba allí buscando refugio. Las paredes conservaban algún cuadro a medio caer, subió las escaleras, caminó por el corredor y se dirigió directamente hacia la segunda de las puertas. Aquel había sido su cuarto, lo compartía con uno de sus hermanos menores. Una parte del techo aún se mantenía, y contra toda arbitrariedad se conservaba una cama junto a la pared. Parpadeó y la habitación se le figuro como había sido la suya. Las camas cubiertas por una manta tejida al crochet, de todos los colores, hecha con restos de lana. Las carpetitas sobre las mesas de luz y sobre la cómoda, y el viejo y destartalado ropero, que nunca era suficiente para guardar la ropa de los niños. Las cortinas de lienzo que ella misma teñía, y los porta lámparas, que cada año renovaba con papel nuevo. Toda la casa tenía el sello de la madre, era el lugar perfecto para refugiarse. Siempre lo había sido. Solía esconderse debajo de la cama cuando jugaba a las escondidas con sus hermanos. Se hacía un bollito en un rincón y nunca pudieron encontrarlo. También se escondía de su padre cuando, enojado por alguna travesura suya, lo buscaba, cinto en mano, para castigarlo. Escucho las voces de los niños y el tropel de pasos en la escalera e instintivamente dio un salto y se deslizo debajo de la cama. Se hizo chiquito cuanto más pudo en el rincón, se abrazó a sus piernas, cerró los ojos muy fuertes y casi ni respiró. Escuchó el ruido de los pasos, el griterío, las voces que lo llamaban y alguno que en la planta baja gritó, “¡piedra libre!”. Perdió la noción del tiempo y la razón por la que se encontraba allí. Logró escuchar el ruido de las botas bajando por la escalera, que amenazaba con derrumbarse. 185
Cuando todo quedó en silencio otra vez, salió de su escondite. Caminó con sigilo. Se sentía muy dolorido y pensó que la posición en que se había colocado no lo favoreció. Tenía la esperanza de que se hubieran marchado y se encontraba fuera de peligro. Bajó la escalera lentamente y vio que la puerta de entrada estaba abierta y entraba mucha luz, tal vez ya estaba amaneciendo y el sol le daba de lleno entrando en gran medida por la hoja abierta. Y allí, parada frente a ella, mirando hacia afuera, estaba su madre. Tuvo una sensación de alivio y de tristeza a la vez. La llamó ―¡Madre! ―Y ella se dio vuelta con una sonrisa maravillosa en su rostro. Le extendió los brazos y estrechándolo con mucha ternura, le dijo ―Tranquilo, hijo. Todo está bien. Aquí nadie te va a hacer daño. Todo está bien… Se entregó a la calidez de sus brazos, a la suavidad de sus manos y olvidándose de los dolores que lo invadían, se quedó así, disfrutando del momento. El no comprendió que el abrazo de su madre, evitaba que pudiera ver la sangre, que comenzaba a derramarse por el suelo.
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PALACIOS, LIDIA INÉS Reside en San Antonio de Areco, provincia de Buenos Aires.
Para ser 1º Premio en Poesía Libre en los “Certámenes de Invierno” de La Hora del Cuento 2015. Para sufrir de nuevo lo sufrido, gozar lo que he gozado, reír lo ya reído, llorar lo que he llorado. Como soy ahora, ser de nuevo el aire, la tierra que entrega, el agua que riega y el fuego que arde. Para ser la copa, la raíz y el nido de la pluma suave, para eso te pido vida que me dejes el alma desnuda, sin ningún anclaje. Que no le des peso. Que no la sepultes cuando me descarnes. Te pido, en invierno, ser el leño seco que devendrá en llama. En la primavera ser el novel brote de la novel rama. Ser en el verano la noche profunda, rodar en otoño por todas las calles y todas las plazas junto a la hojarasca. Para pedir, vida, tú que me das tanto, no voy a pedirte ya pequeñas cosas. Dame por lo menos la ocasión del beso, la ocasión del fuego, la ocasión del vino, la ocasión del llanto. Yo te doy mis ojos, mi sangre y mi boca, mis pies y mis manos. Tú ponlos muy hondo. Cúbrelos de tierra, planta encima un árbol. 187
Ya verás que pronto te daré mi sombra y tal vez un día sostendré tus pájaros. No me importa nada de lo que me cubre. La que soy no tiene vestidos, zapatos, collares, anillos, cabellos ni uñas, espalda ni labios. La que soy, lo sabes. Nadie me conoce. Soy una mirada, un aliento apenas, una voz callada. Un alma desnuda buscando un destino que nadie descubra. Por eso te pido, déjame una brizna, un girón desnudo de mi poco y nada. Déjame que vuelva. Déjame que arda.
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PALOMINO, MARÍA MÓNICA Reside en Alta Córdoba, Córdoba Capital.
El castillo de amboise El Air France carreteó por la pista y el rugido de las turbinas anunció el despegue. El gigante abandonó el asfalto y levantó vuelo hacia el cielo oscuro de la madrugada. ―¿Todo bien Desirea? ―Sí, mi amor. No me mires de ese modo…¡o te besaré aquí mismo! ―¡Tranquila! Tendremos varios días para disfrutar… ¡Al fin solos! Ella, ansiosa, soñaba con ese viaje desde hacía mucho tiempo. Él, más calmo, esperaba a que los acontecimientos sucedieran. Cuando llegaron al aeropuerto de Marruecos, la ciudad los esperaba con el sol radiante, para comenzar sus vacaciones. El escaso dominio del dialecto árabe marroquí, no era impedimento para disfrutar el laberinto medieval de sus calles. Instalados en Fez, donde abundan las puertas y arcos que tienen cada una su peculiaridad que las diferencias de otras, las cuales separan los barrios, detenidos en el tiempo. Conservan todavía sus actividades, costumbres y arquitectura. Desirea se sorprendía de ver a los hombres vestidos con “chilaba”, la túnica cerrada con capucha, en cambio apreciaba el “caftán” de las mujeres, sus adornos artesanales de bordados y costuras. Y el velo o “burka”, alrededor del cuello, cubriéndoles la cabeza pero dejando siempre visible el rostro… los ojos llenos de magia que despliegan abiertamente una sensualidad exacerbada. Edmond no podía desligarse de las constantes llamadas laborales, como si no pudiera despegarse de su ciudad natal. Ella admiraba su capacidad para atender varios asuntos a la vez como si pudiera compartimentar su cerebro, aunque en el fondo le molestaba que no estuviera allí, en cuerpo y alma. Los días siguientes siguieron siendo una luna de miel. Sus miradas constantes eran testigos de ese amor radiante y misterioso. Hicieron mucha vida nocturna, cenas en elegantes restaurantes y 189
largos cafés donde las conversaciones eran interminables. ―¿En qué piensas Desirea? ―¡Soy feliz, muy feliz!... Realmente deseas saber que pienso? ―Sí, por supuesto! ―enfatizó Edmond. ―Ya hace cinco años que nos conocemos, tengo un sueño para nosotros… ―¿Uyyyy qué será? Deseo que nuestro casamiento sea en el Castillo de Amboise, esa fortaleza medieval destruido varias veces por los normandos. Pero… tú sabes… A Desirea le dolían sus dudas… El acunó su cara con las manos y le besó los ojos húmedos y la nariz enrojecida y los labios trémulos. Edmond era un buen padre, un abuelo feliz pero todavía estaba casado… Cinco años de dividir su mente y su corazón entre su familia y su amor. Quizás muchos miedos lo paralizaron para cumplir la promesa de divorcio que a ella le había prometida. Tampoco fueron años fáciles para Desirea quien era soltera y de a poco se fue alejando de sus padres y de sus amistades para luchar por este amor. Los días transcurrieron fugazmente. Pero tuvieron que pasar setecientos treinta días más, para ver al “Castillo de ensueño” aquel donde Louis d´Amboise, en 1431 fuera condenado a muerte, por participar en un complot contra Louis de la Trémoille, favorito del rey Carlos VII. Su silueta dominó majestuosamente boda. Las luces y la luna reflejaban al castillo en el río, como un espejo, duplicando el estilo gótico. Majestuoso, imponente con dos grandes torres circulares en medio de las otras esbeltas, recibirían a Desirea y Edmond, felices como siempre, entrando al Salón Imperial para cumplir y vivir todas las promesas que se habían realizado… ―¿Todo bien Desirea? ―infirió Edmond, dibujando una sonrisa en sus labios. ―Sí, mi amor. No me mires de ese modo…¡o te besaré aquí mismo!
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PERALTA REYES DE GARCIARENA, MIRIAM ADRIANA Reside en Azul, provincia de Buenos Aires.
Artesano del amor El fin de semana pasado se realizó en Azul, provincia de Buenos Aires, la 15º Fiesta Nacional del artesano. Entre los doscientos stand, Román atraía la atención. Con sus movedizas manos de delgados dedos pintaba sobre azulejos, bellos paisajes, siluetas o bien naturaleza muerta. Era compañero de todos, y todos lo querían muchísimo. Su vida errante lo llevaba a conocer mucha gente, ya que siempre andaba sobre su moto modelo 1974 trasladándose de un sitio a otro, siempre solo. La primera noche de la fiesta se suspendió por lluvia. La mayoría de los que, como Román, paraban en el camping municipal, fueron a comer pizzas a un boliche céntrico. Las pizzas, al igual que los combos de Mac Donald, eran las dos pasiones del artesano. Pero, al regreso, cuando se metió en la bolsa de dormir, los sueños de todas las noches aparecieron nuevamente. Se veía en su casa del barrio de San Telmo, siendo muy niño y escuchando a Benito, su padre, gritar y golpear a su madre porque siempre estaba borracha. Volaban platos, vasos, y otros utensilios. Su madre lloraba, el padre se iba dando un portazo y él había visto todo desde el rellano de la escalera. Otro sueño que lo hacía dar mil vueltas en la bolsa de dormir era ver a su padre cuando lo tomaba de los hombros y lo zamarreaba hasta hacerlo llorar porque había traído una mala nota, o le habían aplicado alguna sanción en la escuela. Para el Doctor Benito Gutiérrez no había nada mejor que la disciplina y el esfuerzo en el trabajo honesto y dedicado (como él lo hacía con sus pacientes de la clínica, y también en las horas extras con su secretaria). De esto último se enteró Román cuando tenía solo diecinueve años, su vida era como un cuento de terror, su madre seguía sien191
do la mujer golpeada que permanecía casi todo el día en el sofá del living alcoholizada; su padre cada día parecía más brusco y hostil, tanto con él como con su madre, y desaparecía cada vez más tiempo de la casa de San Telmo. Sabía Román que el romance con la secretaria había pasado a mayores y le había comprado un piso en Recoleta a donde se escapaba en su tiempo libre. Para esa época, Román no tenía muchos amigos, pero Juan y más tarde Marcelo fueron para él su más preciado tesoro, ya que le comenzaron a dar todo el amor que sus padres no le dieron nunca. Al verlos caminar juntos, Román resaltaba entre sus dos compañeros: era bello, ojos celestes, pelo rubio rojizo que le llegaba a los hombros y una insipiente barba más oscura que el cabello, enmarcaban ese cuerpo flacucho pero esbelto que lo hacía tan particular. Pero… un día cualquiera, así porque sí, de un momento para otro se decidió: Se iría de casa para nunca más volver. Preparó alguna que otra ropa en una mochila, montó en la cucaracha (la moto que le había regalado su padre cuando terminó el secundario) y se fue sin rumbo fijo. Cuando empezó a oscurecer decidió parar en un pueblo que parecía bastante pintoresco. Fue hasta un bar, tomó un par de cervezas y tres hamburguesas completas y luego se trasladó hasta el camping, preparó su carpa, echó la bolsa en el suelo y durmió, durmió sin despertar doce horas seguidas. Había encontrado la paz en ese lugar perdido a las afueras de Buenos Aires, se había sacado para siempre la cadena que lo había retenido en aquel hogar del cual solo tenía malos recuerdos. Al salir de la carpa, vio con asombro que unas mariposas revoloteaban alrededor de su moto, y sonrió. ―Un futuro prometedor me espera, ―pensó―. Ellas son mis aliadas y por eso siempre aparecen en mis cuadros, junto a los colibríes. En la feria, el sábado, fue un día a pleno sol, y mientras pintaba se dio cuenta que alguien lo miraba, era el artesano que trabaja el vidrio de una manera espectacular. Dejó las pinturas, trató de que sus manos quedaran lo más limpias posibles y se acercó al moreno que lo seguía con los ojos clavados en los de él. ―Podemos hablar―, le preguntó el vidriero. ―Sí, con gusto―, contestó Román. Cerraron sus respectivos stands y fueron hasta la confitería de la terminal. Allí, Jonh, comenzó a hablarle, a contarle que desde hace un par 192
de años cuando lo ve en la feria no para de admirarlo, pero nunca se había animado a hablarle. Al principio Román se quedó perplejo pero a medida que la conversación avanzaba, se fue distendiendo, se fue dando cuenta que frente a él estaba la persona que tanto había ansiado tener como compañero, como amante, como amigo, como par. Se contaron cantidad de intimidades, pero interesados también en vender volvieron a sus respectivas tareas. John paraba en el hotel Blue, cerca de la terminal e invito a Román a pasar la noche juntos, a lo que el pintor aceptó gustoso. Luego de cerrar, ya cerca de la medianoche, comieron choripanes y cervezas en el puesto que estaba dentro de la feria, se fueron en la cucaracha y luego de estacionarla en el garaje del hotel, subieron a la habitación. Esa noche, sus cuerpos se rozaron y se dieron un calor especial, las manos se entrelazaban, sus labios se unían con pasión irracional, como nunca habían amado jamás. Después Román se durmió abrazado a John y… ya no tuvo las pesadillas que lo agobiaban casi todas las noches, al contrario soñó con mariposas y colibríes y se veía reflejado junto a su amor en las pinturas que realizaba. El domingo fue un día excepcional, entre venta y venta se acercaban para darse un abrazo, un beso, o solo para mirarse. John pagó los días que estuvo en el hotel, y esa noche durmieron en la carpa preparándose para partir al amanecer del lunes y encarar juntos la vida que tanto habían ansiado. A las seis de la mañana, desarmaron la carpa, prepararon todas sus pertenencias que ubicaron prolijamente sobre la cucaracha y emprendieron viaje a Mar de las Pampas, donde John vivía y donde a partir de ese momento sería el hogar de los dos. ―Hoy empieza mi nueva vida, hoy comienzo a ser feliz―, pensó Román y… cerrando los ojos aceleró a su compañera de viaje y partieron los tres hacia un futuro que ya se podía sentir, sería intenso. Román y John, los artesanos del amor.
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PEREYRA, LILIANA NOEMÍ Reside en Vicente López, provincia de Buenos Aires.
El libro 1º Premio en Cuento Corto en los “Certámenes de Invierno” de La Hora del Cuento 2015. Si señor juez, yo lo maté. Pero no soy responsable. Me declaro inocente de culpa y cargo. ¿Leyó usted “Con mis hijos no” de Laurente Cruz? Ese libro llegó a mí anónimamente. “Veinte años aguanté. Esa convivencia de maltratos ya estaba en mí naturalizada. Le diría, más que decir le aseguraría que ya no me afectaba. Y él se dio cuenta”. Desde la lectura de este primer párrafo intuí que mi vida tendría un giro. Que yo, ya no sería la misma. Y mi primer triunfo fue mantener ocultas esas letras subversivas a ojos de un violento. “Buscó entonces una manera nueva de someterme y la encontró. Mis hijos, nuestros hijos. No había límites en él a la hora de lastimarme pero fue un límite en mí a la hora de permitirlo”. Fue inmediato. El personaje y yo entramos en comunión. La misma carne y sangre con distinto victimario. Sus ideas, su llanto y su dolor no se distinguían del mío. Pero no vale la pena en este momento relatar todo lo sufrido. Usted señor Juez lo habrá visto en el expediente. Contaré sin falsedades los hechos previos al desenlace. “¡Con mi hijos no, eso sí que no! La decisión estaba tomada, no hubo vuelta atrás. Faltaba definir el modo, si fallaba no habría una segunda oportunidad. Tuve en claro que no debía ganarme la deses194
peración. Pensé en el jueves cuando regresa ebrio de casa de su amante y con los reflejos disminuidos”. Yo debía estudiar otra opción. Mantener la calma hasta que el naipe oportuno me permitiera una buena jugada. Desestimé provocar un desperfecto en el auto o envenenar la comida, era riesgoso por los niños. Pero recordé algo y su talón de Aquiles fue mi espada de Damocles. “Lo sentí llegar y entrar el auto. Llevarse el macetero por delante y dejar el portón abierto. La llave le dio trabajo, evidentemente la cerradura danzaba. Con sorpresa me encontró en la penumbra. Me miró, venía desarropado y con los signos del amor aún sin borrar. Como tantas otras veces empuñó pero trastabilló. La baranda de la escalera lo sostuvo. Cuando comprendió, levantó la mano queriendo frenar el proyectil”. Ella ya había puesto el basta. Ahora era mi turno. Después de la cena, que por supuesto nunca lo complacía, lo invité con champagne. Mentí haberlo ganado en el sorteo del mercadito. No me creyó y empuñó para castigarme pero el riesgo a romper la botella lo desalentó. Actué con seducción aquello que ya no se puede sentir y en medio de burbujas y disimulo llevé a mi boca los comprimidos bien pulverizados. Me besó no por amor. La respuesta anafiláctica fue inmediata. Sibilancia, hinchazón de garganta, la negrura en la lengua, el pulso que estallaba. Le mostré el blíster vacío. Penicilina. Nunca vi sus ojos tan grandes. Con las facciones desencajadas bajó a los tumbos las escaleras buscando el aire que sobraba pero no encontró. Él le hubiera dado a mi vida un fin con dureza, yo a la suya con un beso. ¿Que sus asistentes no encontraron datos del libro ni de su autora? Qué pena. Mire, hace dos días que lo estoy buscando. Desapareció de mi celda. Sospecho que ya está en manos de alguien que lo necesita. ¿Para qué? Disculpe la honestidad señor juez, veo que usted no entendió nada.
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PÉREZ, JOSÉ RICARDO Reside en Chajarí, provincia de Entre Ríos.
En un lugar de la mancha
I Capítulo Aficionado empedernido a la tradición culinaria de la región mediterránea, se decidió por un salpicón manchego y un vino de uva chinche en bota campesina. ―Vaya, ―dijo volviendo la cabeza hacia doña Angustia del Páramo, ―no creo que haya usted comido alguna vez los platillos de estas comarcas como los preparan en nuestro mesón levantino. ―Ciertamente, huelen muy bien, don Casimiro de la Puerta, ―dijo doña Angustia, atizando el aire con su olfato, como un pointer en pleno noviembre. Y continuó diciendo ―Sólo que, me confunde un poquitín el descuido con que se visten los meseros. Sus delantales parecen haldas de empacar sobrantes de mercado, cubiertos de grumos de sangre. Sus manos, con esas uñas corvas y largas, me producen asco; oh, no puedo evitar sentirme confundida, molesta e inapetente, dispénseme, don Casimiro, no puedo evitarlo, es más fuerte que yo. Don Casimiro, al oírla, se repantigó, como si tuviera hormigas en las posaderas, deslizándose e irguiéndose un sinnúmero de veces sobre la banqueta de cuero gastado y pringoso; y, con voz afectada, respondió: ―Bah, ya se repondrá de ello, apenas pruebe el salpicón manchego que aquí sirven, le desaparecerán todos esos melindres. Don Casimiro de la Puerta, como era su costumbre de caballero y señor de las regiones orientales de la estepa manchega; vestía, de punta en blanco, con su traje de casimir inglés agrisado, de amplias solapas; luciendo, en una de ellas, sobre su corazón, un clavel reventón de la China. A sus pies, polainas de color turquesa, cubriendo sus 196
zapatos de capellada entretejida con bigotes de tapir y cuero de serpiente del desierto. Su corbata rompía el clásico negro con rubí en diseño mariposa, sustituyéndola por una imponente, larga y colorida lengua de seda con motivos geométricos de tipo hexagonal, muy semejantes a las celdillas de colmena de abejas, en tonos que iban de los ocres diluidos a los pardos más intensos; todos, haciendo juego con la camisa de color de albaricoque pérsico en ciernes. El mesón poco a poco fue llenándose de gente. Los que traían herramientas de trabajo las dejaban junto a la puerta. Otros, vestidos con harapos, dejaban caer sus muletas o bastones, al costado de las banquetas, junto a sus gorras pordioseras de color indefinido. Todo ello exhibía un gran desorden que nadie parecía notar. Nadie estaba molesto por nada que se hiciera o se dejara de hacer, antes o después de ahora, en aquel mesón. De pronto, se acallaron los gritos, las risas y los rumores dentro de aquel mesón levantino. Las puertas, si así pudiera llamárselas, dejaron ver, recortada en su macizo marco, la triste figura del hombre que grita la justicia, el honor y la valentía en todos los rincones de esta mala tierra; tan contumaz, desgraciada e inicua, que gime y tiembla con sólo mencionar su nombre. Sí, la legendaria y esquelética figura del inextinguible muriente de las mil batallas y del incondicional esclavo del sagrado amor a su Dulcinea del Toboso. Aquel, el de los dulces sueños y las enjundiosas aventuras. Allí, frente a los ojos atónitos de don Casimiro y de doña Angustia, se erguía la emblemática silueta del “Valiente Caballero de la Triste Figura”. Sí, con su épica de abolengo febril y desquiciado, y su férrea estirpe peninsular, se elevaba ante todos, el único e inconfundible, don Quijote de la Mancha. Don Casimiro tomó la mano de doña Angustia y, casi en un susurro, preguntó: ―¿Y Sancho Panza? A lo que Doña Angustia, muy angustiada y confusa, respondió: ― Shiss, no sé; pero, hagamos silencio, por favor, no quiero que reparen en nosotros. El ruido a chatarra de la armadura, fue todo lo que se pudo oír cuando don Quijote se introdujo unos pasos hacia el centro del penumbroso mesón; para, finalmente, detenerse junto a unos toneles vacíos, que servían de apoyo a las soleras, llenas de telarañas, que sostenían la negra techumbre de madera y esparto, ennegrecidas por el pesado tufo de los candiles. Dejando el yelmo sobre uno de los toneles que tenía a su derecha, ese famélico ser, atemporal y único, carraspeó levemente y, su gar197
ganta, pareció sonar, grave y acústica, como el gigantesco órgano de tubos de una catedral berlinesa. Casimiro y Angustia, ya sin sus respectivos “dones”, comenzaron a temblar y a empalidecer. Los hombres y las mujeres que se hallaban a su lado, estaban encogiéndose y estirándose a la vez. Se habían convertido en seres de humo. Algo así como espectros; pero, con diseño y sustancia de seres humanos de carne y hueso. Todos ellos se movían, en una especie de danza misteriosa y grotesca, alrededor de las mesas. Don Quijote, miró hacia la puerta, afirmando el rostro hacia allí, en un gesto de ir a por algo; y, de inmediato, se hizo presente su inseparable escudero, Sancho Panza. Sus ojos ávidos y temerosos recorrieron el interior del mesón, con la inquietud y la desconfianza de quien espera un garrotazo al doblar de la esquina. Pasó revista a la concurrencia; y, sin disimular un ápice su curiosidad, fijó los ojos en Angustia, con cierto inconfesable interés. Una sonrisa libidinosa se colgó por unos instantes de sus gruesos y ensalivados labios. Angustia apretó la mano de Casimiro con lógica preocupación. Casimiro puso su otra mano sobre la de Angustia y trató de tranquilizarla, con una mirada de “todo está bien”. ―¿Qué miras? bellaco. ―Se oyó esa voz gruesa y soterrada, mordiendo cada una de las sílabas, según el habla de las frías y pálidas llanuras manchegas. Sancho, azorado y confundido, sólo atinó a decir: ―Oh, me pareció ver a la señora reina, y mis ojos quedaron cautivos en ella. Eso es todo. ―Que te daré reinas, sotas y bastos yo a ti, que jamás olvidarás tal suceso. ―Le espetó don Quijote al pícaro Sancho. Y, volviéndose hacia Doña Angustia, inclinándose levemente, le dijo: ―Sepa usted perdonar tan impropia y descomedida actitud de mi escudero. Es tan bruto como el asno que monta, sólo lo diferencia la ropa que lo viste. Lo he sacado como a un cascarudo rinoceronte de debajo de unas piedras, en una tierra donde sólo el viento, a ratos, hace saludar a los álamos con cierta reverencia. Todo lo demás es pura vergüenza y afrenta de las buenas costumbres y el respeto. Ruégole, otra vez, gentil señora, dispense usted a semejante animalejo. Al terminar de hablar, se inclinó nuevamente hacia Doña Angustia (aquí le cabe el “Doña”, nobleza obliga), y volvió los ojos; grandes y oscuros, como la noche en el yermo, hacia Sancho Panza, quien, ya se había procurado una banqueta y se había sentado a horcajadas frente a una mesa, a unos pasos de las puertas del mesón. 198
Nota: doña Angustia y don Casimiro, habían aceptado de buen grado, ser los primeros viajeros en el tiempo, para conocer las vidas de los personajes más famosos de la literatura universal. Así, fueron transportados, a una venta de La Mancha, donde se hospedaron. Él, extrañaba su biciclo; ella, su piano. II Capítulo Relamiéndose aún de puro gusto, y paladeando los dejos del salpicón manchego en sus bocas, doña Angustia del Páramo y don Casimiro de la Puerta, se levantaron lentamente de sus banquetas, tratando de no llamar la atención de los numerosos comensales que, a esa hora; hora de encuentros, debates, flatulencias y conclusiones de frontera, entre cerebros adobados por las egregias emanaciones del vino, llenaban el penumbroso ámbito del fantasmagórico mesón levantino. Algunos de ellos seguían danzando, extrañamente, entre los pesados humos de las candelas apagadas en las aguas de la excomunión; lo hacían alrededor de las mesas, adentrándose y saliendo de las escupideras hundidas en el aserrín de los rincones; crecían y menguaban constantemente en su enloquecida y funambulesca acrobacia; también, cambiaban de color y de luminosidad entre refulgentes tinieblas. Lo notable de todo ello, era que nadie parecía notarlo. Pero, esos extraños seres, deformes y ditirámbicos, no perdían su naturaleza humana; eran tan reales y concretos como cualquiera de nosotros, sólo que se daban a cumplir una función innominada, que los demás parecían aceptar de buen grado. Por la cabeza de don Casimiro cruzó la idea de estar viendo una mala sintonización de la realidad, algo así como una interferencia anormal en su propia mente. Pero, desechó tal idea, cuando supo que doña Angustia veía el mismo espectáculo que él; sólo que con más preocupación y espanto. Don Casimiro propuso a doña Angustia, acercarse a Don Quijote, y revelarle el secreto de su fantástico viaje a través de los clásicos de la literatura universal. Doña Angustia, al oír tal propuesta, no pudo contenerse, y casi vomita el salpicón sobre la mesa. Dio una arcada y empalideció hasta el asomo de pelo bajo la túnica, color púrpura de Tiatira, que velaba su frente. Don Quijote permanecía impávido, de pie junto a la tosca y pringosa mesa, donde Sancho daba cuenta de un espeso plato de lentejas, 199
con embutido troyano, a cucharón colmado va y viene. Doña Angustia del Páramo, a quien, desde que el Caballero de la Triste Figura entrara al mesón, le había sido imposible, a causa de tanta maravilla, quitarle los ojos de encima; pensó, que una cosa era estar en un mesón de la llanura manchega, comiendo salpicón y otras nueces, con don Casimiro de la Puerta; pero, otra muy distinta, sería presentarse, como viajera de un tiempo por venir, entrelineándose en los clásicos de la literatura universal, ante el esquelético e insólito personaje cervantino, a quien se le endilgaran las más desopilantes sinrazones y los más prodigiosos y peligrosos desvaríos, como para tentarle a que, en menos de lo que se dice un santiamén, le pareciera oportuno desatar un aquelarre de aquellos, con quiénes, dónde y cómo quiera que, tempestivamente, se le cantare desatarlo. Don Casimiro de la Puerta, al verla en actitud de fuga sin remedio, chasqueó la lengua con disgusto, y tan evidente y efectivo fue aquel mojado sonido, que doña Angustia del Páramo pareció despertar del raro encantamiento en que ese genio y figura de La Mancha le había hecho caer, entonces, revolviéndose bruscamente hacia don Casimiro de la Puerta, gimiendo suplicante, le dijo: ―Por favor, don Casimiro, salgamos ya mismo de este lugar, se lo ruego. No se le ocurra decir lo que me ha dicho que diría. Si lo hace, nuestra itinerante vida será un tormento, y nunca podremos disfrutar la realidad escondida en este fantástico y quijotesco destiempo de salpicones y aventuras. Don Casimiro le dijo, muy quedamente, machacando cada frase: ―Haga usted el servicio de controlarse. No estamos para estampidas, ni cosas semejantes; por lo tanto, mi estimada señora, tome asiento ahora, otra vez, como si nada; y veamos si preparan aquí algún brebaje caliente como un té, un café o alguna cascarilla tramontana, con que podamos ser entonados un poco, ¿me ha entendido? ―doña Angustia, dejó caer un sí, rendido en un suspiro, sobre el silencio oscuro de ese tumultuoso diálogo. Mientras sus inquietos ojos, casi sin quererlo, medían situaciones, posibles peligrosos atisbos demoníacos o impertinentes acechanzas faunescas; fue deslizándose precavidamente sobre la banqueta, tal como se lo había pedido don Casimiro de la Puerta. Luego, doña Angustia, bastante angustiada, se dio a pensar en su blanco lecho con dosel de colgadura francesa; y en cuánto, todavía, extrañaba su maravilloso piano alemán.
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Pobladora del paso de los días Pobladora del paso de los días. Rastréame en la noche el húmedo diamante de los grillos del jardín que nadie sabe. Regálame ese soplo que modula en palabras, distancias y presencias. Oye el canto ancestral de los guijarros despertando al influjo de tus aguas el soplo incandescente de vidas enterradas y sedientas que vienen a escuchar sus voces extinguidas a mi puerta. Pobladora del tiempo hecho presencia. No me niegues la gota de lluvia guardada en la redoma de tus ojos. Decides, entre las gaviotas de ojos ávidos que vuelan sobre el mar, el destino de peces deslumbrantes y magníficos. Dentro de este sinnúmero de voces imposibles urdidas en la bruma, se desliza el susurro de tus pies descalzos a la orilla del mar, llamándome...
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PÉREZ DE VILLARREAL, CARLOS FÉLIX Reside en Mar del Plata, provincia de Buenos Aires.
En las ceremonias, al temblor de la hogueras… 5º Mención en Cuento Largo en los 10º “Certámenes de Invierno” de La Hora del Cuento 2015. La obscuridad era completa. Una leve brisa comenzaba a sentirse. El silencio se quebró con el ruido cada vez más intenso. Un par de ojos se vislumbraron en la distancia. Comenzaron a agrandarse. Una ola de papeles empezó a danzar por todas partes mientras el rumor ensordecía. Chirrido de metal sobre metal, crujidos de materiales. Sin mediar nada más. ¡Uuooosssshhhh! El subte pasó raudo. Diana, apoyada sobre la pared, veía pasar el juego de luces de las ventanillas, mirando casi sin ver los rostros, que como en una recorrida infernal se desdibujaban en la distancia. Las lágrimas corrían por sus mejillas como un reguero gris que brillaba en las vías, alargando los rieles. Su cuerpo, esbelto, se sacudía intermitentemente por los sollozos. Un manto cubría su vestido que llegaba hasta el suelo. Se detuvo. Escuchó atentamente y sintió más que supo, que alguien la seguía. En la lejanía, Vulcano, el ser mitad hombre, mitad animal, tremendo ejemplar de casi cuatro metros de altura, el último de su raza extinta ya hace diez mil años y creadora de los túrneles, estaba tras sus pasos. Cuando la alcanzó, Diana sólo atinó a aferrarse a él con desesperación. 202
Una nobleza infinita cubrió el rostro del semidiós y alzando con una mano a la bella diosa, comenzó el largo peregrinar por la obscuridad, chapaleando agua putrefacta. Su nombre era Ares. Había matado a Tártaro el monstruo de la oscuridad y reinaba en su lugar. Un reinado de luz. Su cuerpo enjuto, fornido y musculoso, no dejaba entrever su gran edad. Sentado en el trono, con el báculo de poder en su mano, meditaba. El cuerpo retraído solo estaba cubierto por un manto blanco que dejaba el pecho al descubierto. El símbolo del rayo colgado de una cadena, brillaba por la luz de cada subte que pasaba, dejando su estela. Sus largos cabellos blancos y su poblada barba, gemían por el viento. Diana había escapado. Como su diosa y esposa gobernaba junto a él, pero la llegada de Perseo, el humano, había trastornado todo. Enamorada de sus hazañas, huyó con él. Los buscó por centenias… y al final, los encontró. Envió tras ellos a Céfiro, dios del viento subterráneo, cuyos soplidos son tan fuertes, que aún hoy perduran en los túneles permitiendo al subte alcanzar su máxima velocidad. Enfrentado con Perseo, Céfiro debió usar todas sus argucias en la lucha. Aunque aquel era humano, su figura, extremadamente musculosa con su casco guerrero, sus polainas de cuero trenzadas y su vasta experiencia, imponían respeto. Las estocadas iban y venían. El reflujo de estrellas que salpicaban al golpearse entre sí, se veía desde las ventanillas. Los escudos entrechocaban con un ruido sordo y atemorizador. El polvo se levantaba haciendo casi irrespirable la atmósfera, pero ninguno de los dos retrocedía. El tiempo pasaba, el sudor empapaba el cuerpo de los dos contendientes, y en un paso en falso, la espada de Céfiro, haciendo una finta, penetró por el costado derecho de Perseo y lo atravesó como a una fruta madura, partiéndole el corazón. 203
El desgarrador grito de Diana se escuchó en los túneles. Parecía el chirriar de los frenos del subte. Tendida a los pies de Ares, suplicó, lloró y se desgarró, pidiendo por su amado. Su pesar fue considerado sincero. Perseo volvería a la vida como un semidiós y a cambio Vulcano moriría. Una vida por otra. El mandato fue cumplido. Aún hoy su corazón deja sentirse a veces, retumbando en los túneles: ¡Tatá―Tatán, Tatá―Tatán, Tatá―Tatán! Pero el verdadero suplicio llegaría poco después. Se contaba en las ceremonias, al temblor de las hogueras, que Diana sería encerrada en uno de los infinitos trenes y Perseo, desde ese día la buscaría, descartando incansablemente cada subte. Así es como llegan a nosotros: ¡Uno tras otro… uno tras otro… uno tras otro!…
Historias del viejo faro El viento era cada vez más fuerte y las olas embravecidas se levantaban con fuerza golpeando el promontorio del viejo faro. La tempestad arreciaba. Leopoldo, el viejo farero, comenzó a preocuparse. Se dirigió a la cocina. Un fino hilo de agua se filtraba por la junta entre la pared y el techo, del lado sur. Observó por el ventanuco y se extrañó al ver la espuma del mar golpeando como latigazos contra el muro. Nunca había visto nada igual. Ayer se había comunicado telegráficamente con el Servicio Naval y le habían informado que se presentaría una tormenta de grandes proporciones con vientos huracanados del S.SO. e intensidades mayores a las de la época. Duraría dos o tres días, lo suficiente para tener en cuenta que la estructura podía sufrir algún deterioro. Pero nunca se había imagi204
nado esto. Subió por la escalera metálica medio destartalada y antes de llegar al escalón sesenta y seis, escuchó la voz de Alberto: ―¡Cuidado Leopoldo, sabés que siempre te torpezas en ese escalón. Ahí a la escalera le faltan dos bulones! ―¡Sí, lo sé, me lo dijiste tantas veces, que sueño con ello! ―Contestó, con una sonrisa en los labios. No terminó de hablar, que su pie derecho tropezó con el escalón haciéndole golpear la rodilla izquierda con fuerza. Una imprecación soez se desprendió de sus labios. Malhumorado, escuchó la voz que desde arriba le decía, riéndose: ―¡Te lo dije! ¡No digas que no te avisé! Una carcajada le salió de la garganta, llevándose la ira por completo: ―¡Sí Alberto, es en lo único que te entretenes, en decirme lo que tengo y no tengo que hacer¡ Pero eso sólo lo podés hacer vos. Menos mal que tengo tu compañía. La risa alegre se escuchó desde arriba, y las palabras salieron atropelladas: ―¡Para eso estoy! De repente, un crujido estruendoso se escuchó en todo el faro reverberando por las paredes. La luz empezó a titilar y el rugido del viento se hizo silbido al pasar a través de las juntas de las ventanas. Leopoldo corrió escaleras abajo y entró raudamente al cuarto de máquinas. El agua había invadido ya casi treinta centímetros el recinto. El motor apagado echaba humo. Saltó por encima de él cortando la llave de corriente eléctrica y salió disparado hacia la cocina. No llegó. Un ruido potente y raro se oyó en el ambiente mientras un pedazo de escalera metálica de casi cinco metros de altura, se desprendía de la pared cayendo con fuerza sobre él. ¡Oh casualidad, se había roto justo en el peldaño número sesenta y seis! Transcurrió mucho tiempo hasta que Alberto lo llamó: ―¡Leopoldo!… ¿estás bien? ―¡Sí! ―Contestó. ¡Te veo arriba, sobre la baranda! ―¿¡Cómo que me ves!? ¿¡Me podés ver!? ―¡Sí Alberto!... ¡Yo también me convertí en fantasma!
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Venganza
2º Premio en Microcuento en los 10º “Certámenes de Invierno” de La Hora del Cuento 2015 Bajó del auto rápidamente y tomando la escopeta con ambas manos disparó casi a quemarropa a las dos figuras. ―¡Sandero! ―Gritó, mientras oprimía los dos gatillos.―¡Esta va por Miguel! ―La venganza es una necesidad de dónde vengo. ―Se dijo. Sólo era eso, una venganza. Nada más… pero nada menos.
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PIHEN DE GONZÁLEZ, MARÍA FELISA El amor es un regalo maravilloso
3º Mención en Cuento Largo en los “Certámenes de Invierno” de La Hora del Cuento 2015. Cada atardecer, la historia vuelve a repetirse. Entramos a la capilla iluminada por el sol del ocaso y, de rodillas, tendemos los brazos al altar. Los dos pequeños vitrales, a izquierda y derecha, tamizan los colores sobre los bancos polvorientos y las vigas del techo; por unos minutos, les encienden chispitas. No huele a cirios ni a incienso; huele un poco a murciélago y a encierro húmedo; y otro poco, a selva. Tampoco suena el armonio centenario; pero repican los trinos de los pájaros que se llaman al nido; ya viene la noche. María nos presta al Niño, Magdalena lo sienta en su falda de seda y yo lo dejo jugar con los amuletos y el rosario que llevo al cuello. Y nos recostamos, felices, al pie del altar. Entonces me envuelve una nube de recuerdos; los días de infancia en un paraíso verde y marrón, donde Tupá y sus amigos nos mimaban desde los rayos de sol y las aguas del río; no nos pedían más que un pececito que volvíamos al agua, o una fruta que no cortábamos y dejábamos en el árbol para su deleite, o el de los pájaros; y los días de la sumisión cuando los españoles y los portugueses ―frailes y soldados― nos cambiaron los dioses y la vida: ―Aprended a trabajar; la pereza es pecado. Tejed ropa, porque es pecado andar desnudos. Separaos de las niñas porque eso despierta la lujuria, que es pecado ―sermoneaban los frailes. No estábamos demasiado tristes entonces; aprendimos a vivir así, como Dios quería. ―Muy bien, Elías ―asentía Fray Pérez mientras me escuchaba leer y cantar los salmos. ―Muy bien, Elías ―decía el cacique, a quien llamaban corregidor, cuando yo le recitaba, en secreto, conjuros ancestrales para la salud y el bienestar del pueblo. Una mañana de verano el Capitán Centeno llegó a visitar a Fray Pérez e inspeccionar la Misión. Lo acompañaba Magdalena, su hija. Magdalena tenía, como yo, doce años; y su encanto me alejó de las rutinas; fue para mí más fuerte que las burlas de mis amigos. Yo 207
viví, entonces, la experiencia de sostener un racimo de magia entre las manos; de mirar el sol sin enceguecer. Dulce y rubia Magdalena que eludía al Capitán y a las dueñas, y a los frailes, y al cacique, para sentarse a mirarme pescar, o seguirme por los senderos en busca de frutas. Y que escuchaba mis canciones y reclamos de pájaros, maravillada, absorta. Dulce y rubia Magdalena que me contaba sobre su vida, sus libros, su clavecín, y cantaba, para mí, romances de caballeros olvidadizos y dueñas llorosas. Y la historia se repetía todas las tardes, cuando volvíamos de nuestras andadas, felices con la mutua compañía: “¡Pues no, señorita! ¡Que ya Su Señoría se lo ha vedado! ¡Que usted es mujer de alcurnia, y él un indio! ¡Que no quiere Dios que hombre y mujer, aunque niños, anden ocultos y solos! ¡Que vaya a pedir perdón a la Virgen por sus desobediencias!” “No fuiste al taller con tu gente, Elías; y estuviste de zarandajas con la Señorita Centeno. ¡Vete a la capilla a pedir perdón por tu pereza y tu lujuria!” Y también: “¡Ya sabes que no quiere Dios que hombre y mujer, aunque niños, anden vagabundos, ocultos y solos! Y no hagas que te dé una pena mayor”. Y yo la seguía hasta la capilla donde estaba la Madre de Dios. Y los dos nos sentábamos a mirarla, y a mirarnos, sin saber muy bien qué era lujuria; pero dispuestos a estar juntos. ―Mis pequeños, mis hijitos ―decían los ojos de la Virgen. ―No pierdan la alegría de quererse. El amor es un maravilloso regalo de Dios. ¿Soñábamos?... Nos prestaba al Niño Jesús y lo sosteníamos entre Magdalena y yo, mientras María tocaba nuestras cabezas. Estábamos tan absortos en nuestro mundo de ilusiones y milagros que no advertimos que había llegado el día de la partida de los Centeno. Atardecía cuando Magdalena me lo contó en la capilla y lloramos juntos, abrazados por primera vez, descubriéndonos más allá de la seda y el rústico tipoy. No nos escuchábamos, entre sollozos y planes desquiciados; ni sentíamos el paso de las horas y la llegada de la oscuridad. ―Yo iré por detrás de ustedes, nadando día y noche. ―¡Es tan lejos, y está todo tan guardado! ―Tupá y la Virgen me sostendrán. ―Te matarían. Los indios no se acercan a nuestras casas; no quiero irme. ―Me subiré a un árbol y trinaré para que me oigas y te asomes y… El portazo nos dejó aterrados cuando entraron Fray Pérez y el Ca208
pitán, con el Comendador. Venían envueltos en una atmósfera de imprecaciones y violencia. El capitán abofeteó a Magdalena y la sacó en volandas, desmayada, hacia su cabaña; el corregidor me golpeó sin piedad delante de mi familia y me encerró en el calabozo; y Fray Pérez se quedó rezando por nosotros, casi sin advertir que la Virgen y el Niño parecían descascararse y encogerse. ―Pronto habrá que reparar la capilla; esta humedad… Salió chancleteando hacia su celda y colgó el rosario en el cíngulo. ―¡Madre de Dios, se me muere la niña! ¡Piedad, Jesús! ―sollozaba el Capitán en la capilla. Era de madrugada y Magdalena, exangüe, deliraba sollozando mi nombre. Y yo oía su llamado. ―¡Fray Pérez! ¡Elías está muerto! No creí haberlo golpeado tanto, pero ha muerto… Llovía a mares y nos estaban sepultando entre salmos, cirios y sollozos. Pero nosotros corríamos de la mano, a través de la selva; mientras tanto, se iba el día… los días… los años… los siglos… Como todos los atardeceres, la Capilla renace de las ruinas; María, el Niño, los bancos, los vitrales, esperan que lleguemos en el canto del río, para dormirnos juntos hasta el alba.
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POGONZA, FELIPA Reside en Rafaela, provincia de Santa Fe.
Era del monte Del monte venía, cuando el sol traía de la mano un cielo rosado, maduro de alba, era el comienzo de un día feliz. Todo se ponía en marcha, mis acciones, sentimientos e ideas locas. Allá sobre el arroyo con los pies en la tierra salitrosa hasta los tobillos, buscaba algo de fresco. Me creía mil pájaros o mil estrellas, miraba el cielo y me parecía flotar y entrar en otra galaxia del universo. Alucinada volví porque éste, no era el lugar exacto que me correspondía. La mañana estaba linda y era verano, maduraba el piquillín y la tuna, el chañar y la algarroba, al son del cancionero de chicharras. A la hora de siesta, andaba mandinga, y con un remolino tronador nos llevaría, vaya saber a dónde, decían. Pero nosotros los chicos saltábamos una ventana, cuchillito en mano íbamos a buscar Ipiku Tapuko, (una sabia avispa, fabricaba una tinaja en la tierra, donde guardaba miel). Pucha si iría al encuentro de mi lugar de origen, y buscar un árbol 210
el mรกs grande y coposo para que su sombra me cobije y pueda dormir una tranquila siesta. Luego, despertar mariposa y volar de rosa en rosa.
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PONSO, MIRTHA Reside en Quilmes, provincia de Buenos Aires.
De rodillas Que silencio profundo me recibe en el templo qué paz inigualable hay en la sombra fría, se destaca entre flores y cirios vacilantes, la celeste belleza de la Virgen María. Qué dulzura inefable la que sube a mis labios, cuando alzo mi mirada y veo la sonrisa de la que con ternura escucha mis cuitas, cuando llego a sus plantas a implorar de rodillas.
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POUSA FERNANDEZ, FERNANDO Reside en Pilar, provincia de Buenos Aires.
El amor en los puentes de la eternidad No intenten encontrar en este relato fundamentos de la razón, porque voy a referirme a un acontecimiento que se sucedió en circunstancias del eterno devenir del alma. Pese a desconocer el principio y el fin, pude sentir como en su sereno transitar por la eternidad, iba hilando elementos irreconocibles con una sutil naturalidad, hasta que la fragmentación del recorrido la obligó a enfrentar uno de esos Puentes de la Eternidad, en los cuales solo a través de la convivencia con la razón, le es viable continuar su derrotero. De esta fusión se erigió el hombre, quien se constituyó como vehículo para alcanzar la otra margen, con el alma como conductora de esta travesía, por saber de su sentido, su tiempo y su destino. Así pues, se dio inicio al cruce con la misma etérea armonía que la había traído hasta aquí. En el comienzo todo se sucedió sin mayores contratiempos. El alma indicaba el rumbo y la razón era su impulso, consciente de que ante la infinitud de la eternidad, su sentido era tan efímero como este tramo del trayecto. El hombre comenzaba entonces a cruzar un puente que resultaba ser un placentero recorrido por la vida, y donde la interacción entre el alma y la razón, era similar a la que tienen el conductor y su vehículo, cuando el primero fija las pautas para ser transportado de manera segura y confortable. Pero inesperadamente, cuando nada hacía suponerlo, una sucesión de acontecimientos transformaron los valores del hombre, y la razón comenzó a fijar el rumbo aun cuando el recorrido le era absolutamente desconocido, hasta el punto de llegar a prescindir de lo que el alma le indicaba. Fue entonces cuando comenzó a perderse aquel placentero devenir, para convertirse poco a poco en un trayecto caótico en el cual el pasado perdía sentido, el presente era difuso, y el futuro irreconoci213
ble. Nada era comprensible por entonces, y como aquel vehículo que ya no responde a su conductor, quedó inmerso en un descontrol cuyas consecuencias no tardaron en sucederse. Primero fueron pequeños golpes que deterioraron su aspecto exterior, pero pronto sobrevino la pérdida del control, hasta que la inercia del vértigo le provocó la inestabilidad, y ya sin reacción, fue embestido por otros que transitaban en su misma dirección. En esta instancia del camino, poco o nada podía reconocerse de aquel hombre, y quebrado a un costado del puente, había quedado muy lejos de alcanzar su destino. Hasta aquí es donde voy a narrarles esta historia. Les dejo sí, tres hipotéticos finales para que cada uno de ustedes, aun cuando no conozca fehacientemente lo ocurrido, y dejando por un instante de lado la razón, puedan sentir las sensaciones de cada uno de ellos y percibir por cual seguir. El primero, nos lleva a un lamentable escenario en el cual el hombre dejó de existir y el alma jamás pudo completar el trayecto del puente. El segundo, sostiene que el alma logró resistir la sinrazón de la razón, y pese a los golpes, en condiciones muy precarias y con una presencia desdibujada, siguió su camino hasta llegar maltrecha al final. Pero este tramo del puente se torno tan largo, lento y difícil, que al llegar había perdido gran parte de su esencia. Por último, hay una versión que se refiere a que otra alma que compartía el mismo destino, se cruzó en este punto del trayecto y advertida de la situación, se acercó, y brindándole amor, logró curar cada una de sus heridas, y de aquel estado irreconocible reconstruyó al hombre aún mejor de lo que fue, dándole la posibilidad de retomar su recorrido, y disfrutar como nunca de la armonía de cada instante hasta llegar a la otra margen, destino final del puente pero no del viaje.
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RABELLINO BENTANCUR, MARÍA ESPERANZA Reside en Juanicó, Canelones, Uruguay.
Viaje a la esencia Escuchó cerrarse la puerta de calle. Aquello le significaba que tenía unos minutos de soledad para ordenar la casa, cocinar algo rápido, bañarse e irse al trabajo a sonreír a los clientes, como si la vida le sonriese a ella. Apenas terminó de “volar”, recogiendo la ropa sucia, estirando las sábanas de las camas, dando de comer al cardenal que ni siquiera canta. Se metió en la ducha que era su lugar de reflexiones diarias. Qué mal se sentía ese día, ni su esposo ni su hija parecían registrarla. Nada de lo que decía era tenido en cuenta, a veces era como si no la vieran mientras ella corría de acá para allá intentando ordenar el caos que regularmente le esperaba en su casa cada día. Bajo el agua caliente, inhalando el perfume húmedo, tuvo una extraña idea; se sintió invisible y muda. Le impactó esa posibilidad y aunque quiso sacárselo de la cabeza fue en vano. La indiferencia es la forma más triste de las relaciones, pensó, es indignante. Aún con los ojos cerrados por la irritación del champú, tomó la toalla de baño y se envolvió en ella, se paró frente al espejo mientras con la toalla pequeña se restregaba el cabello. Al abrir definitivamente los ojos se buscó en el espejo y ¡sorpresa!, no estaba; ella no estaba. Buscó su imagen, se movió delante del vidrio y con estupor vio que no se veía, ella sabía que estaba allí, pero su figura era invisible. Corrió al dormitorio, se volvió a mover nerviosa delante del otro cristal que le devolvió el mismo vacío que su congénere. Gritó, gritó mucho, para no oírse, también su voz… Impactada se asomó a la ventana, la abrió y por ella se coló una ráfaga aromada a jazmín, era diciembre y en el jardín, el pequeño arbusto se vestía de efímeros capullos blancos, pero no tenía tiempo para la holgazanería. Ya estaba para llegar tarde al trabajo, debía resolver esta extraña situación. Cuando trasponía apurada la puerta de calle recordó horrorizada que no se había vestido. Estaba desnuda, allí en la vereda, frente a su casa. Sin embargo la gente pasaba absorta en sus temas, rumbo al trabajo, comentando un tsunami al otro lado 215
del mundo o las rebajas de fin de año en el shopping. Cada cual en lo suyo, nadie la registraba. Ni siquiera la vecina de enfrente, la chismosa, seguramente vigilante tras las celosías estratégicamente entreabiertas. O se habrá desmayado detrás de la ventana, allí donde esperó pacientemente un paso en falso del prójimo para armar su cruel trama. Ahora había una mujer desnuda frente a su casa y no podía verla. Comenzó a reír, rió y rió mucho, y logró aflojar la tensión. Se sintió más cómoda en su inédita situación. Ya no tuvo vergüenza de su desnudes, en parte porque nadie podía verla, eso lo comprobaba andando entre la gente, también se sentía liberada, liviana. Pensó en toda la rabia que le producía mirarse al espejo, ese verdugo, y ver insinuarse los años, aquí y allá. Una línea en el rostro se transformaba en un surco, la inevitable sucesión de los años, la vida. Ese reloj que no se detenía, tampoco en los otros, sus seres queridos. Su hija, aquella pequeñita que otrora dulce la llamaba al momento de dormir para que le leyera un cuento. Buscó durante años el cuento perfecto, no lo encontró; ella fue rompiendo el cascarón. Vio que dolía, era esperable. Pero ser la madre y no poder remediarlo. Ahora la joven había creado su coraza, allí se refugiaba, su cuarto: su coraza; su actitud: su coraza; su distancia: su coraza… Pero ella conocía el contenido y esperaba. Qué decir de él, aquél hombre que se iba transformando poco a poco en un desconocido. ¿Qué había pasado? Veinte años, mucho trabajo, mucha vida. La vida se parece a un río, al principio se hace el manso y te deja disfrutar. Tú vas en tu balsa, él te lleva lento y es placentero. Pero cuando quieres ver estas en medio de un remolino, remando a izquierda y derecha, desesperando, sólo quieres vivir, aunque sea sobrevivir. A tu lado van otras balsas pero tu apenas mantienes a flote la tuya. Ella entendió que sus balsas se alejan es irremediable. ¿Pero no iba al trabajo y para qué? Hoy tenía ganas de pegar el faltazo. El parque frente al lago, buen lugar para soñar. Allí un ave despliega sus alas, luce espléndida en esa su desnudes inocente. Planea elegante y con ella se eleva ligera, despojada, mansa. Más tarde, al atardecer, mientras el sol en veloz huida abría una rendija en el horizonte, se dejó llevar y se metió por ella. Era su único testigo una nube rosa que se desvanecía ante la inminencia de la noche.
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El hacha de la justicia Dentro de él ruido enloquecedor: su risa, sus gritos, el metal rompiendo los huesos, el golpe final. Rojo, nadaba en un mar rojo y cálido, su olor envolviéndolo todo. La habitación está habitada por el silencio. El silencio es rojo. La perra no parirá al bastardo.
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RAMIREZ ORGÁN, MARTHA Reside en Rosario, provincia de Santa Fe.
La calandria Se asoma una calandria, me mira, indaga, eleva sus alas y penetra en la cocina. Se posa sobre la taza azul, introduce su pico en el té con leche tibio y bebe, observa, esponja sus plumas, emite un sonido, se queda durante un largo tiempo. Me está brindando su compañía.
No te has ido. Las plantas de mi patio muestran desde las macetas con esplendor sus flores. Revelan los pimpollos, los atesoran, siento la suavidad de sus retoños mientras rozo con mis dedos sus pétalos rosados y blancos. Todas ojean la puerta. ¿Quién dice que no te buscan? ¿Qué no extrañan tu verde mirada y tus cuidados? Faltaba tiempo para el cambio total, pero ellas sabían que poco a poco estabas recomponiendo su tierra y sus nutrientes, y siguen evolucionando por el mismo sendero 218
en tanto abren sus capullos esperando tu regreso. Mientras, por las mañanas, sueño que junto a mí las observas. Tu tiempo no fue vano me acompañas entre las nuevas hojas, y cuando se asoman escucho tu voz sorprendida al ver el milagro de la vida en un patio inhóspito y ventoso en tan pequeñas vasijas. Es cuando siento que no te has ido.
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RIZZI, MARÍA EMMA Reside en Chacabuco, provincia de Buenos Aires.
En proceso El hombre se acostó bajo de un manzano. Cayó del árbol una fruta. El hombre la devoró. Siglos después, en iguales circunstancias, Isaac Newton descubriría la Ley de Gravedad.
Quiero bailar La noche copiosa ya de sombras me hace guiños de estrellas. Hace calor y sobre el césped regado de rocío advierto una que otra alimaña. Se me ocurre bailar. El canto de los grillos es una buena orquesta. Quiero ser joven otra vez para sentirme de nuevo entre tus brazos como en esas vigilias de tangos y boleros.
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ROBERTS, SUSANA Reside en Trelew, provincia de Chubut.
La voz del Amor Levanto mis ojos a los montes… ….no permitirá que resbale tu pie, tu guardián no duerme Salmo 120. He sostenido siglos de alerta en los oídos del tiempo que emanaba de tu sabia. He mantenido la flor de frutos silvestres en la voz del amor cuando el amor se va. He seguido la huella vencido las sombras en el desierto las culebras en los montes la espesura y en los prados los cristales lastimándome los pies. He llorado sobre el quebranto bíblico desnuda de agua y miel y he seguido el manantial junto a pobres y vencidos nidos de hambre y sed. Fui la voz del silencio torpe en los templos y 221
en las calles un torbellino un sudor que yerra fracciรณn de luz en el beso grito de amor un hoy eterno.
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ROQUIER, MARÍA ELENA Reside en Las Rabonas, provincia de Córdoba.
El secreto El secreto le carcomía el alma. Los días del verano pasaban implacables, abrasadores, interminables, mientras su vientre latía, latía… Los novios adolescentes se miraban largamente con infinita ternura y se decían a cada rato: “no me mires, que nos miran que nos miramos, cuando miremos que no nos miran que nos miramos, nos miraremos”. Un trabalenguas aprendido por Mary en su infancia. Caminaban de la mano a orillas del canal. Se abrazaban, se separaban, reían y se volvían a abrazar. Eran felices. Estaban juntos y el mundo podía caerse, desaparecer o darse vuelta, que nada les importaba. Sus corazones eran los únicos latidos verdaderos. No existía otra cosa más importante a su alrededor, sólo ellos dos. Las clases de la escuela ya habían terminado guardándose la algarabía, las inquietudes y los exámenes de ese cuarto año de secundaria con final inolvidable. Mary tenía una melena larga y rubia con la que Josué jugaba; la trenzaba y desarmaba una y otra vez mientras reían y se contaban chistes. En el fondo de los grandes ojos azules de Mary el mutismo amordazaba el pedido de auxilio. La vergüenza obligaba al silencio y el miedo estrujaba su alma. La última noche de ese caluroso mes de enero los novios se reunieron con otros compañeros a escuchar música en la casa de uno de ellos y bailaron apretados girando dentro de una misma baldosa. Josué a cada instante susurraba en el oído de su novia cuánto la quería. El mes de febrero recibió los calores de enero haciendo notar con fuerza las bravas tormentas serranas. Un día Mary se levantó mareada y con deseos de vomitar. Toda esa mañana anduvo de aquí para allá ganada por un gran decaimiento. Al mediodía su madre la llamó a comer y el olor a milanesas recién hechas fue lo último que recordaría después del desmayo. 223
Luego que el médico la revisara se metió en la cama. La almohada acompañó su llanto desconsolado durante varios días. Nadie lograba hacerla hablar, contar su profunda tristeza, gritar a cuatro vientos su verdad. “¿Quién me va a creer? ―se repetía una y otra vez― ¿quién me va a creer?”. Mientras la vergüenza y la desesperanza consumían su corazón, sacó fuerzas quien sabe de dónde, le escribió una carta a su novio, la que envió con un amigo en común. Era la carta de la despedida, la despedida definitiva. Con el alma bañada en lágrimas caminó lentamente, entregada, hacia el cadalso… hacia los brazos infernales del violador.
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ROSSO DE BAIGORRI, RAQUEL Reside en Las Parejas, provincia de Santa Fe.
El templo de la luna En el antiguo templo ya no quedaba nada ni nadie, solo fantasmas y la brisa recorriendo el recinto. Algo nos atraía, desde la playa mirábamos con curiosidad la construcción intacta a pesar del tiempo transcurrido. Nos decían que había sido habitado por bellas vestales consagradas al dios Lunien. Eran elegidas entre las más bellas del imperio y conducidas en bote hacia allí por esclavos ciegos. Por miles de años fue así hasta que la costumbre se perdió. Los lugareños nos animaban a cruzar el cálido mar a pie, según decían las aguas apenas alcanzarían nuestras cinturas, el lecho era arenoso, no había peces ni seres acuáticos que nos acosaran. Lo conversamos durante años antes de decidirnos, desde que éramos niños, luego adolescentes y ahora, ya en la juventud, tomamos la decisión. Alquilamos un bote, nadie quiso acompañarnos, le temían a los fantasmas y a los seres mitológicos. Con cautela fuimos acercándonos, era noche de full moon pero no estaba visible en lo alto. Descendimos en la angosta playa y empezamos a subir los escalones que llegaban al pie del altar. Un aroma intenso a temple flowers nos hizo embelesar, era parte de la magia del lugar, parecían recién cortadas y sus pétalos frescos flotaban en las vasijas de terracota. No encontramos presencia física alguna. Solamente la intensa luz que llenaba todo el recinto… la luna brillante y majestuosa posaba sobre el ara del altar. Cuando nos descubrió, se elevó raudamente y tomó su posición original en el cielo estrellado.
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El cuento va en micro 2º Mención en Microcuento en los “Certámenes de Invierno” de La Hora del Cuento 2015. Se subió al micro. Deseaba llegar pronto. Descendió y se deslizó por el hueco de luz, bajo el árbol gigante. Caritas ansiosas y oídos atentos escucharon su cuento regalo. Conejos, dragones, relojes, sombreros, naipes sobrevolaban los tiempos. Alicia volvió al micro, se había hecho cuento.
Abismo Intersección cielo tierra preludio mágico en la noche hojas amariposadas encerradas en la fronda alas del viento agujas atrevidas hiriendo infinitud. Manos visionarias fantasmas del medioevo inclinan el cántaro derramando cristales. Improvisada medusa escondida en el sortilegio verdeazulado felino ensayando zarpazos rasga figuras astrales en giros espiralados orbitando la nada.
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SANTA CRUZ, BEATRIZ Reside en Rafaela, provincia de Santa Fe.
Bajeza La colonia crecía a pasos agigantados. Los pobladores más ilustres comenzaron construir grandes casas copiando las que veían en otras ciudades. Don Lorenzo, cuya familia estaba constituida por su esposa Elena y sus tres hijas en edad casadera, ―Analía, Berta y Lucía―, compró una manzana a dos cuadras de la plaza y allí construyó su mansión. Era de dos plantas, tenía grandes balcones, un enorme parque, el jardín con pérgolas y canteros para que las damas de la casa dediquen parte de su ocioso tiempo a cultivar bellas flores. Para semejante casa necesitaron más servidumbre ya que las damas no levantaban ni un papel del suelo; sólo bordaban, tejían ó cuidaban plantas. Un día llegó Dominga a tocar el timbre en busca de trabajo; era casi una niña, apenas catorce años. Nació y se crió en el campo. Estaba curtida por los fríos del invierno y el sol del verano. Sus manos callosas y agrietadas denunciaban el duro trabajo. Como en su casa eran muchos hermanos sus padres decidieron que ella debía colocarse como sirvienta en una casa del pueblo. Con mucha timidez le dijo a la empleada que le abrió la puerta para que venía. Esta llamó a la señora que la miró con displicencia de arriba abajo y dijo: ―Sos demasiado joven y estás zaparrastrosa pero como necesitamos servidumbre urgente te tomo igual; eso sí, te sacas esa ropa y las zapatillas que tienen olor a bosta. María te entregará el uniforme y los zapatos negros, tendrás que estar siempre prolija y limpia. Pasa y acomodate en la habitación que diga María. Pienso que no tendrás pretensiones de sueldo porque con la facha que traes vamos a tener que enseñarte mucho. Dominga asintió, agachó la cabeza, pidió permiso y siguió a María. Era dulce, callada y rápida para aprender. Pronto las otras integrantes de la servidumbre le tomaron cariño. También el patrón y 227
una noche la visitó en la habitación. Dominga, asustada, le pidió que por favor no la toque, que ella nunca había estado con un hombre. Lorenzo se rió ―Aquí estás para todo trabajo―. Comenzó a visitarla seguido. La esposa intuyó la relación y lo espió. Lo vio salir de la habitación de Dominga acomodándose el pantalón. Sumisa, acostumbrada a que él hacía su voluntad, volvió al lecho y haciéndose la dormida esperó que él se acueste. El vientre de Dominga creció. Las señoritas de la casa comentaban: ―Nunca la vimos con ningún muchacho ¿cómo es que está preñada? Siguió trabajando hasta que le llegó el momento de dar a luz. Solo María y los otros sirvientes la ayudaron, los señores hicieron de cuenta que no pasaba nada. Pronto Dominga se reincorporó a sus obligaciones. Alternaba su tiempo entre los quehaceres y alimentar al niño. Creció sano y robusto, pero solo en lo físico estaba bien porque el interior de su cabecita no funcionaba con normalidad. Por suerte casi nunca lloraba. El patrón había dicho que no quería escuchar berridos del bastardo y como más de una vez lo encontró jugando en el baño acotó: ―El bobo se pasa la vida jugando con el agua. Dominga en un rapto de bronca gritó: ―¡Señor, es también su hijo! Una cachetada dio vuelta su cara y nunca más volvió hablar del tema. Muy joven dejó este mundo la infeliz y el niño fue enviado por la señora a un Instituto del Estado que funcionaba en la ciudad capital.
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SANTORO, DANIEL EDMUNDO Reside en Alto Alberdi, provincia de Córdoba.
Origami Las pasiones ocultas se alimentan de la vida de las personas, se esconden dentro de ellas, como los tifones se esconden tras las ciénagas, los montes y los bosques. Sándor Máray - El último encuentro. Camila pliega el papel una y otra vez mientras mis ojos, que un momento antes recorrían las líneas de su cuerpo, ahora la miran inocentes de deseo, por el asombro que siempre me provoca verla construir una escultura de papel. Sus manos son lo único que se mueve mientras ella abstraída se limita a dejarlas hacer. Esta contemplación trasforma completamente su rostro que pierde años y es de nuevo una niña que juega, con esa concentración sin esfuerzos, propia de la infancia. El papel cuadrado es doblado por la mitad y luego desdoblado para que resulte marcada una línea, a continuación repite la operación partiendo de otro lado del papel que ahora queda dividido en cuadrados menores. Prosigue marcando diagonales y bisectrices. Pliega y luego despliega muchas veces hasta que al final, las líneas de quiebre, entrecruzadas, trazan polígonos insospechados. Tantas veces la he visto hacer esto que sé que acaba de concluir la etapa de preparación y de aquí en más, cada doblez permanecerá, conjugándose con otros, en la escultura acabada. Lo que hizo hasta ahora, tiene la limpia racionalidad de la geometría, pero los próximos movimientos, unos pocos, precisos y veloces son magia pura que convierte un trozo de papel en origami. Una vez más quiero sorprender el secreto de esas manos que, a veces pienso, ni ella misma conoce. Me incorporo de la cama, semides229
nudo como estoy, me acerco por detrás para no perturbarla y… una vez más el elusivo secreto se me escapa. Cuando la figura está concluida la deposita sobre la mesa y vuelve a ser ella, la que conozco, que como siempre en los últimos tiempos me hace una caricia distraída, sonríe mientras me dice “no puedes aprender mirando, tienes que intentarlo con las manos. Son las manos las que aprenden”. En el salón del hotel, se encuentran diez grupos de figuras de papel que han sido seleccionadas como finalistas de certamen anual de origami “Ligia Montoya”. Recorremos la muestra que incluye las que ha presentado Camila, hasta que comienza la ceremonia de proclamación de los tres ganadores de este año. El tercer premio, por el cual comienzan, corresponde a un artista de Buenos Aires que ha presentado un conjunto al que tituló “Garras”, que incluye leones, tigres, jaguares, leopardos, pumas, y linces. El segundo, “Pampeanos”, contiene ñandúes, guanacos, zorrinos, comadrejas y tijeretas. Luego del segundo premio Camila aguarda ansiosa. Quiere ganar el certamen que para ella es el final de años de búsqueda. Seguro de su triunfo, intento alentarla, apoyo la mano sobre su antebrazo pero con un gesto nervioso me rechaza. Al final, dan el nombre de la ganadora, es ella, y el título de su obra: “La playa de las grullas”. ¿Por qué estaba yo tan seguro de que el primer premio sería para Camila? No lo supe hasta ahora en que tengo a mi vista su playa de las grullas, y la observo empleando los costados, habitualmente ociosos, de la mirada. Entonces y sólo entonces, se me hace claro lo que ya había percibido, antes, de manera confusa. Es que tanto “Garras” como “Pampeanos” tratan de animales que sólo tienen en común el estar juntos en una misma mesa. Por el contrario, las treinta y seis grullas de Camila en posturas diferentes, están enlazadas entre sí, construyen un relato. Ellas forman grupos a lo largo de un eje imaginario y cada grupo es una escena que sucede a la anterior y que tomadas en conjunto cuentan una historia, que ahora comprendo, es la de nosotros dos. Cómo ha logrado esto no lo sé. Tal vez sea cierto que las grullas son mágicas. Cuando tengo la clave de su playa, comprendo todos los detalles. Las treinta y seis grullas, en apariencia, distintas entre sí son tres, únicamente tres. Son como personajes de una novela, que se repiten una y otra vez en los capítulos sucesivos. Y después de todo, qué tiene de extraño que treinta y seis, diferentes en apariencia, sean tres. Una vez le pregunté cómo haríamos para seguir cuando lo nuestro acabase y me contestó, imperturbable: “Cuando eso ocurra seremos otros 230
y nos dolerá mucho menos de lo que ahora pensamos”. Dos grullas se enfrentan mientras una tercera mira el horizonte, indiferente. Las primeras van a iniciar un combate. Pero hay algo en ellas que sugiere que no se trata de una lucha y lo que en realidad allí comienza, es un ritual de acercamiento amoroso. Sus cabezas se tienden hacia atrás para tomar impulso y luego parten hacia delante en lo que podría ser un picotazo mortal, pero a mitad de camino, se detienen y trazan una elegante elipse que lleva la cabeza a su posición inicial. Patas y alas acompañan la reiteración hasta que la danza llega a su apogeo. Esta escena se repite varias veces a lo largo del eje del tiempo y el ritual se va haciendo cada vez más escueto como si ambas tuvieran prisa en llegar a su culminación. Hay un momento a partir del cual la coreografía cambia radicalmente. Al comienzo de manera apenas perceptible, pero luego una nueva situación queda definida. Una de las grullas baila alrededor de la otra pero es una danza solitaria, a la que la segunda ya no responde con la simetría de los movimientos sino con un despliegue de alas que presagia un largo vuelo. Busco a Camila, quiero decirle lo que he descubierto en sus esculturas de papel y preguntarle si estoy en lo cierto, pero no está a mi lado. La veo en el otro extremo del salón conversando de manera vivaz con el autor de Garras y con la autora de Pampeanas. En el final de la historia, se ve una bandada, seis aves volando a lo largo del eje de la composición, pero, en realidad, no son seis, sino la dos que antes danzaban, tomadas en tres momentos sucesivos en la que una de ellas, trata en vano de alcanzar a la otra que cada vez aumenta más la distancia que las separa. ¿Y la tercera grulla? Allá está al final del eje, mira el horizonte, pero dentro de pocos minutos descubriré que no es con indiferencia, sino en sabia espera. Camila advierte que me estoy dirigiendo hacia ella, de manera apresurada se despide de sus interlocutores y camina hacia mí. Nos acompañamos en silencio en medio de la gente, el celular de ella suena y por lo que dice deduzco con quién habla. ―Era mi marido ―me aclara de manera innecesaria, más por decir algo que por informarme, y luego prosigue―, dijo que llamó porque me había notado nerviosa los últimos días, por el resultado del certamen, y quería saber cómo me fue. Le contesto con un monosílabo. Estamos de pie en el vestíbulo del hotel, por un momento la miro a los ojos, veo pena y sé que es una forma final de lealtad hacia mí. Bajo los ojos hacia mis manos en las 231
que tengo el folleto de la muestra de origami y ahora, que es el final del último encuentro, me golpea el recuerdo del primero, cuando recién nos conocimos. Fue también al terminar una exposición y al separarnos, ella me entregó un folleto con su número de teléfono escrito a lápiz. Reparo en que sus manos están vacías y ahora sé que el programa de la ceremonia que en todo momento estuvo con ella, fue lo que depositó en las manos del autor de Garras al separarse de él. No hay más palabras entre nosotros, un gesto con los hombros de “las cosas son así”, es la imagen de ella que me acompaña cuando traspongo, solo, la puerta del hotel.
Consuelo 2º Premio Compartido en Cuento Corto en los 10º “Certámenes de Invierno” de La Hora del Cuento 2015. Sol que a la fuente viniste, sal por donde te metiste. En aquel tiempo lejano los fondos de la vieja propiedad daban al agreste abandono del Río Primero. Cada vez que paso por el lugar, ahora, mis ojos se quedan pegados a las paredes de ladrillos sin revocar que el transcurrir del tiempo desgastó sin piedad; se ahondaron las juntas de cal y los cantos de los bloques rojizos se redondearon. Un mandarino muy alto, de hojas color verde polvoriento, luce tan vetusto que supongo lo debe haber plantado mi abuelo Miguel, hace más de sesenta años. Sol que a la fuente viniste, sal por donde te metiste. Era la casa de los abuelos. Las habitaciones una al lado de la otra, como cuentas de un collar; todas las puertas y ventanas daban a una galería bordeada de macetas con helechos y jazmines. En los dos primeros cuartos vivíamos mis padres mi hermana y yo. Tengo nueve años y estoy sentado en una rústica silla de paja en la galería. Mamá sostiene apoyada en mi coronilla una sartén con agua. La abuela Consuelo se apresta a enseñarle cómo quitar el dolor de cabeza que me aqueja desde hace varios días. “Ha tomado sol a la siesta” explica y mientras mi madre mantiene la sartén en su lugar la 232
anciana enciende un fósforo y lo arroja al agua. Hay un chirrido de la llama al entrar en contacto con el líquido y la voz, baja pero intensa, que pronuncia el conjuro: sol que a la fuente viniste, sal por donde te metiste. Una y otra vez raspa fósforos, cuando llamean los arroja en el recipiente y recita la fórmula que se queda para siempre en mi memoria. Luego de repetir muchas veces el ritual, el sol le hace caso a la vieja española y comienza a marcharse de mi fuente, llevándose consigo el dolor. En el extremo de la galería se abre la puerta de la cocina, de paredes tiznadas por el humo de la leña con que se enciende el fogón. Sentado a la mesa el abuelo Miguel, como siempre a media mañana, bebe de un vaso pequeño de vidrio muy grueso. Ginebra con miel, tiene él por sabido que es “buena para el amor”. Terminada la cura mi madre va a devolver la sartén a la cocina, algo le dice a ella el abuelo Miguel que mi padre, que estaba en la galería fuera de su vista, también escucha. De pronto la tempestad. Los dos hombres intercambian gritos, insultos y amenazas; mi madre vuelve aún con la sartén en la mano buscando la protección de su suegra; yo me asusto, no comprendo nada. Consuelo se interpone entre el padre y el hijo; no necesita preguntar para saber de qué se trata. No hay en aquella casa ni ángeles ni demonios que puedan escapar a la mirada de ella. Le dirige algunas duras palabras a su marido quien intenta una excusa: “Pero mujé, que sólo fue un requiebro”, “Tú, te callas” le responde la abuela en un tono que no admite réplicas. Luego, dirigiéndose a mi padre continúa, “Y tú, tomas a tu mujer y a tus hijos y os vais hoy mismo de esta casa”. No volvimos a ver a los abuelos y ya nunca escuché a mis padres hablar de ellos. Cuando abandonamos la casa aquella tarde yo fui el último en salir. Consuelo estaba en la puerta y me miró de una manera como nunca antes lo había hecho, era como que algo quería decirme pero reemplazó las palabras por un gesto de inusual ternura y pasó suavemente su mano por mi cabeza. Era una gallega dura, parca de palabras y escasa de caricias. También, una mujer de largas herencias. Cuando mi hijo tuvo un dolor de cabeza que no se le quitaba descubrí que aquel lejano “sol que a la fuente viniste…” conservaba su eficacia. Desde entonces empezaron a traerme, de vez en cuando, algún niño para que le quitara el sol de la cabeza. Pero a veces yo sentía que lo que abandonaba la testa infantil era otra cosa, distinta del sol. ¿Lo habrá percibido igual Consuelo? Sí, fuera lo que fuere, lo debe haber visto salir. En aquella casa del mandarino, ni ángeles ni demo233
nios escapaban a la mirada rectora de la abuela Consuelo.
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SCHUHMAYER, ERICA Reside en San Isidro, provincia de Buenos Aires.
El paseador de perros Los ruidos de la calle, el trajín y sus olores son conocidos por él. Todo a su alrededor está lleno de acentos de la vida cotidiana. Hasta el gordo que corre desesperado para treparse al colectivo y el colectivero que le cierra la puerta en sus narices. Queda con sus jadeos entrecortados y un rostro de desilusión. También eso le resulta conocido. En ese instante un coche policial frena abruptamente. Se abren las puertas y salen una mujer y dos hombres con las armas en alto al grito de: “Deténganse”. “Alto”. “No se van a escapar, hijos de mil p…” Un joven de porte atlético y otro más bajo huyen a toda carrera, la cabeza atiborrada de rulos de uno de ellos es un estandarte fácil de perseguir. El paseaperros mira aturdido a su alrededor, en menos de un segundo le cambiaron el escenario. Como las cenizas de un volcán en erupción que lleva el viento, así se siente arrastrado por sus once perros. De pronto los animales enloquecen al sentir los estallidos de la balacera. Todo el mundo en su entorno se tira al piso. Jacinto no puede, se encuentra prisionero por las cuerdas y el arnés que las sujeta a su cintura. Sus mastines ladran, se muerden entre sí y la espesa baba se les pegotea en el pelaje. Como en un milagro dejan de estar en primer plano. Sus ojos quieren detenerse en la escena. Los uniformados regresan con dos cautivos. El atlético ruliento con la cabeza gacha se deja llevar. Por el contrario, el otro detenido, al igual que alguno de sus perros, tironea de sus captores; esquivo y ceñudo se rebela. Parece un niño bien, corte de pelo al ras con un jopo tipo perico. Antes de empujarlos dentro del móvil policial les cubren las cabezas con sus propias indumentarias. Luego parten rápidamente y el ulular de la sirena quiebra la mañana. Jacinto con gran esfuerzo consigue asir las cuerdas y encarrila a sus perros. Ve al gordo subir por fin al colectivo. Una multitud curio235
sa se aglomera como abejas en un panal. Rezongan sobre la seguridad y el pánico sembrado tan sólo unos instantes atrás. Necesitan saber. Comentan y comparan la información de distintas fuentes con gran satisfacción. Como si con ello cubrieran una necesidad básica, como beber por sed o comer por hambre. Todo vuelve a la normalidad y lo sucedido queda relegado como un hecho para contar. Camina cuesta arriba por la calle Olleros. Uno de sus perros lame el piso. Comienza a sentir miedo. Un exagerado temor, el que no tuvo antes… Su primera entrega son dos briosos y altivos afganos, que al ver al portero se niegan a avanzar. “Hola Jacinto, dígame: ¿Cómo pueden tener encerrados a estos dos enormes bichos en un departamento tan pequeño? No tienen consideración, si quieren tener mascotas, que las tengan, pero no estos mastodontes”. El portero recita esa crítica usual y aburrida que Jacinto escucha pacientemente día tras día; sabe cada palabra del repertorio hasta el hartazgo. El dogo queda rezagado husmeando el piso. Jacinto tira de la correa y continúa con la devolución. Siente un ligero mareo, un mareo amarillo, igual e inconfundible al color y pelaje del labrador. El dogo nuevamente se retrasa, lame el suelo. Se pregunta: “¿Qué lamerá?” Continúa con el despacho de su preciada carga. Toca el portero eléctrico anunciándose. Mientras espera observa al dogo, que extasiado continúa dando enormes lengüeteadas al piso. Desata al bulldog, al ovejero y al bóxer. Aparecen los dueños respectivos, cada uno de ellos prodiga sin pudor y de distintas maneras su afecto. En el hall de entrada rebotan los alegres ladridos en respuesta al estímulo recíproco. Jacinto siente de pronto una emoción interna, que no sabe evaluar. Se despide hasta el paseo de la tarde. El más pequeño del grupo, el beagle, olfatea al dogo. Este le gruñe reprobándolo y muestra sus enormes colmillos para mantenerlo a distancia. Jacinto trata de separarlos pero sus manos sudorosas resbalan sobre las cuerdas. Un escalofrío lo envuelve y a su boca llega una sensación nauseosa. Piensa, ¿será por el incidente de esta mañana? Quizás esta sea la respuesta de su cuerpo, ante el terror acumulado y que no osó manifestar. Le toca entregar al viejo doberman. Lo conoce desde cachorro cuando su carácter era resuelto y altivo. Ahora casi ciego y sin olfato ya no puede con sus huesos. Tímido, camina siempre nervioso y trota en medio de la jauría, protegiéndose. Su amo, tan viejo como él, lo recibe dándole sendas palmadas y él, agradecido, zarandea su corto rabo. El dogo pega el hocico al suelo y lame la vereda. 236
Jacinto desenreda al husky. El dolor punzante de sus abdominales lo paraliza. En cuanto la dueña abre la puerta, realiza un gran esfuerzo y se lo alcanza. Ella le pregunta: “¿Se encuentra usted bien?”. Él atina a mover la cabeza asintiendo. La ansiedad le está jugando una mala pasada. Lo único que desea es entregar a los dos restantes, luego tendrá tiempo de ir a descansar. El dogo muy cerca de Jacinto lame el porche del departamento. Le falta dejar al mastín español. Es en la esquina, tan sólo a unos pocos metros. Sus pensamientos son disonantes. No sabe si prepararse para el ataque o la huida. Mientras su organismo está en estado de alerta para enfrentarse a no sabe qué posible amenaza, sus neuronas adquieren una mayor percepción y agudeza. Las imágenes cambian con rapidez. La sensación de temor se acrecienta. El mastín se para en dos patas al saludar a tu dueño y casi lo tira, lo sobrepasa en estatura. En ese instante a Jacinto se le doblan las rodillas y cae de bruces sobre la vereda. Alucinado y sin poder reaccionar, pierde poco a poco la conciencia. Como en un sueño percibe que el dogo le lame la cara, las manos y se detiene en su pierna. No sabe de la sangre que le brota a borbotones. Tampoco siente al dogo que lo lengüetea con gran fruición. Los ruidos de la calle, el trajín y sus olores son conocidos por él. Todo a su alrededor está lleno de acentos de la vida cotidiana. Un lento flash ilumina a Jacinto, toma conciencia: la balacera. Toda la vida se le escapa por un agujero y no puede detenerla. A su lado el dogo insistente y tenaz no abandona su objetivo. Gime y lame. Lame y gime.
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SCREMIN BENITEZ, LUIS ALBERTO Reside en Romang, provincia de Santa Fe.
El kaguï (El triste)
1º Premio en Cuento Largo en los 10º “Certámenes de Invierno” de La Hora del Cuento 2015. Todavía envuelto en el sol de la tarde, hombre y animal salieron a la orilla del pajonal donde comenzaba el pasto bajo, marchito y seco, y rumbearon hacia la loma del ingá en la que estaba construido el rancho. El kanguï le decían, y llevaba años cargando la isla en su espalda; los miles de insectos, el implacable sol, el calor y la lluvia, curtieron sus mañas de sobrevivencia isleña. El sombrero de ala ancha caído sobre la frente, no dejaba ver más que un par de ojos negros afinados en espiar por entre las rendijas de sus parpados ajados. Llegó cuando los pacaás anunciaban el ocaso, descargó los cueros y soltó al moro. Entreabrió la puerta de la vivienda y el vaho del encierro se le plantó con firmeza. Encendió el fuego con intensión de yerbear, sólo que el pensamiento en la caña paraguaya lo tentó; buscó el porrón que tenía disimulado bajo tierra como para alejarlo de cualquier ajena intención, y de antemano recreó el sabor fermentado del sirope. Al rato nomás ya acunaba la borrachera echado al catre. Poco antes del alba vislumbró sombras apelmazadas en los rincones, y por entre el embotamiento de los sentidos percibió un haz de luz que aisló de un resplandor místico la imagen de la finadita; la retuvo en su mente, se volteó de un lado a otro sitiado entre el sueño y el desvelo, hasta que al fin se despabiló. Se le hizo que el alba remoloneaba para volverse día. “En ocasiones se necesita que el sol se oculte para echarlo de menos y esperarlo con 238
gusto ―se dijo―; y en otras, tanto sol molesta, y deseamos que la lluvia y las nubes lo atajen por un rato”. Salió al patio a lavarse en el abrevadero. Un ventarrón surgido de la nada, como presintiendo su intención, encabritó el adormecido tizón de quebracho encenizado en el fogón, y en medio de un chisporroteo brotaron llamas que sometieron a la pavita recién apostada. Se sentía viejo cansado. Pero…: “Sabe el santito gaucho que no me puedo enfermar todavía. Tengo que hacerle el panteón a la finadita. Hay muchas cosas injustas por estos suelos, aunque… en esta de mi salud no puedo quejarme”, reconoció. Después de calentar las achuras con unos cimarrones, ensilló y alzó su maleta al moro. Salió achicando el camino de la picada y en su derrota se topó con la cerrazón; el monte pareció emerger de un túnel. Y dentro de él, los algarrobos, chañares y aromos, se entrevieron como a través de un tul. Hasta que el sol entusiasmado, fue desvistiendo la bruma con delicadeza. La desgracia que se llevó a la finadita se le incrustaba en el vacío como una lezna, y prendido a la recordación, alguna lágrima hosca de vez en cuando araba la mejilla. Trataba de mostrarse dueño de la circunstancia, pero la procesión se añudaba en las entrañas. Sin que se lo propusiera, sus recuerdos se fueron llenando con la calma del bañado, la tranquilidad del arroyo, y un silencio apenas contaminado por el zarandeo del viento a las picanillas. Se sintió animado. Para él que estaba maneado por el lazo del recuerdo, le pareció incomprensible. Creía que pasaría la vida sumido a ese pesar, en esos sueños que siempre terminaban en angustiosos despertares. Al fin de la tarde entró al pueblo, fue derecho al almacén: desató las reatas, descargó los cueros en la galería, le avisó al patrón y entró al despacho de bebidas. Buscó con la vista un lugar apartado. ―¡Por aquí, compadre! Hacía días que lo esperaba. Vio a Catalino Puel que estaba de codo apoyado en la mesa frente a un vaso de caña, y lo llamaba. Las notas de una guitarra herida por las manos toscas de un peón, se apretujaban mintiendo un pasado desgastado noche a noche, rescoldo de un tiempo con esperanza. Pero eso sí, la ocasión bien aprovechada por el cantor, que se metía en el espacio del silencio espontáneo de los concurrentes. ― Qué dice, don Lino, ¿cómo anda? ―saludó a su amigo. ―¿Yo? ¿Y qué puedo decir mijo? Aquí estoy, como ánima sin destino. 239
―Me anoticié que estuvo bastante mal de salud. ¿Cómo anda por ahora? ―Y pa’que le voy a contar. El cuerpo ya me está pidiendo descanso. Tengo una hernia que a veces no me deja ni toser. La muñeca del brazo izquierdo que a veces se queja y me abandona sin permiso... Pero uno sigue. Le he pedido al Antoñito Gil que haga de mediador, por ahí me tira un lazo aunque más no sea para llegar al final ―levantando el vaso de caña, Catalino hizo seña que bebía a la salud de su interlocutor. Agotó la bebida, chasqueó la lengua y prosiguió: ―Enfermedades de las achuras no he tenido, pero de accidentes sí. Hace como dos meses me mordió una m’boy chini. Me salve de puro milagro nomás y tengo el cascabel de amuleto. Pero caí en manos de un dotor de la ciudad. De un dotor distraído, porque me dejó con un forúnculo en la cadera, por el hueso infeccionado. Después de mucho me puse en pie. Y los pies me sostienen, de puro porfiados nomás. Y usted, mijo, qué me dice. Lo veo medio caidón. ¿Qué le anda pasando? ¿Si se puede saber? ―Refreno el amargor nomás, don Lino. Cada vez más seguido se me presenta la finadita. Sé que es una ilusión, pero me hace creer que estoy acompañado cuando me importuna la soledad. También presencio que no valgo pal prójimo, que a nadie le soy de utilidad―. La apatía subyacía en este hombre de dura fachada. ―¡Pero no, chamigo! No tiene que andar pensando en orfandades. No olvide que el Creador nos puso para un cometido en este mundo. En eso de soledades le puedo advertir el peligro, yo sé de eso. ―Usted pensará que yo soy el que quiere quedarse solo, pero no es cierto, lo que pasa es que no me puedo desprender de la finadita. Pero no quiero seguir con padeceres… ―planteó una tregua como para medir el silencio y avivar la atención―. Le voy a contar algo que me tiene inquieto: hace unas noches, he visto por dos veces seguidas unas luces raras que me perseguían. Se lo declaro a usted, don Lino, en confianza nomás, pero creo que se me impuso. ―¿Luces? ¿Y de qué color? ―Luces nomás, don Lino. ¿Por qué lo pregunta? ―Las luces son espíritus que vagan por ahí, mijo. Si son blancas no hay que preocuparse, esas no le salen a cualquiera, sino a la gente de coraje, pa acompañarlo nomás, porque saben que a esos nos los van a dañar… ―Espere, espere, le cuento lo que me pasó después. Me había tirao bajo del bendito y ya estaba medio dormido cuando algo me despabiló. Abrí los ojos, y otra vez la luz, ahí nomás, a mis pies ―Catalino se 240
interesó, algo entendía del asunto―. Hasta el silencio estaba pesado y la luz estaba allí, mas porfiada, concentraba en un punto toda su enjundia, como si quisiera explotar. No duró mucho, en seguida se opacó y se manifestó una aparición que me habló: “¿No te olvidaste de mí?”, me dijo. Yo, que no había tenido ninguna agitación hasta el momento, quedé escarchado. Pero sí, palpé la vos. Miré fijamente la luminosidad para estar seguro de lo que estaba avistando, y no, no había dudas… ―¿Quién era? Cuente nomás, cuente―. Catalino concentraba la mirada en su interlocutor. ―¡Ni se lo imagina, don Lino, ni se lo imagina! Pude distinguir el semblante a pesar del aturdimiento. Agarré coraje y le dije: “Sos vos guaina, ¿por qué me estas siguiendo? ¿No es vasta que te haga el panteón para que descanse en paz?”. El ánima de mi finadita se aclaró bruscamente y me contestó: “Sos vos quien me está persiguiendo. Me quitaste el alma. Y ahora yo te estoy robando la tuya” ―. El hombre reprodujo la última frase acompañada de un silencio hosco, receloso. Catalino no dijo ni ah, lo miraba fijo con el ceño fruncido. Cuando lo habló lo hizo con un murmullo ronco: ―¡Luz mala! ―sentenció. ―¿La luz mala dice usted, don Lino? ―Ajá, mala para los malos, como el facón. Todas son luces, las que salen de noche por la isla o por el campo. Todas son de muertos. Todas son ánimas en pena. Las coloradas, tal vez sean dañinas. De los dijuntos que todavía tienen vergüenza de lo que hicieron en vida: los que se torcieron por casualidá, los que engañaron a un amigo pa salvarse... ¡y tantos otros! También las verdosas que andan rastriando por el suelo y que juyen en cuantito se acerca un cristiano. Pero las que son malas de realidades, las de los ladrones, los traidores y los cobardes... ¡esas no tienen luz! De pronto el Kanguï se descolgó con una pregunta un tanto extraña: ―¿Le parece que hay hombres inocentes don Lino? ―¿Qué si hay hombres inocentes? En estos lugares algunos inocentes hay. Se me hace candil la historia de un hombre inocente. Aquí, hace bastante: Lo encontré perdido monte adentro, como a dos leguas. Estaba desahuciado el pobre, y hambriento. Y ya andaba en cuatro patas arrastrándose, cuando me di cuenta era un cristiano. Lo arrime a la ranchada, lo hablé primero y le di de comer algunas cosas mascadas. No era peligroso, no señor, ni tampoco de uñas largas; por el mirar de su mirada no podía ser ladino ni malhechor. Y bueno, 241
el hombre fue agarrando fuerza. Se quedó unos días conmigo y más tarde rumbeó pal sur, en busca de algún trabajo. Pero se ve que otra vez se metió en el monte, se quedó sin comida, sin agua... Llegó a una estancia, y desesperado se echó en un bebedero de los animales. Allí estaba, tendido, tomando agua, cuando lo vio el patrón, le pegó un tiro con la escopeta y lo mató nomás. El patrón se justificó diciendo que el infeliz había querido abusar de su hija. Pero el cristiano no tenía suficiencia para eso. Un prójimo inocente que tenía sed, nada más. Sabe, murió por tener sed. ¿A quién se le ocurre tener sed y tener hambre? ―Aja, a quien se le ocurre. Pero que más sabe de la luz mala, don Lino. ―¿Le había hablado de la “loma muerta”? ―. Ante la señal negativa del hombre, se explayó don Catalino: ―Esa la loma qué está pa el poniente como a media legua del pueblo cerca del cañadón del aguará, donde no crece ni el pasto. Bueno, yo nací del otro lado, donde estaba el puesto del Sauce Caído, justo en ahí… ¡aparecía una luz mala! Lo que le voy a contar téngalo por verídico, porque es la verdad de lo que viví aquella vez; yo habría andado por los nueve o los diez, tal vez por los once, pero recién cumplido. Una tarde apenas entrado el sol tuve que salir a buscar la tropilla que andaba por la hondonada, pa encerrarlo en el corral y protegerlo de los lione que merodeaban por el puesto. Había que tenerlo a raya con los perros y el wincher ―explicó―. Iba con desconfianza porque había escuchado hablar de aparecidos a la comadre de mi abuela, unos días antes. De topada nomás al bajar la loma, la vi. Le apalabro, mijo, la sangre se me aguachentó. El mancarrón intentó recular, pero yo lo tenía bien sujeto de las riendas, tiraba la cabeza pa atrás como queriendo comerse el freno, ¡no te imaginá como relinchaba el pobre!, tenía tanto jabón como yo. La luz que había aparecido de sopetón debajo de un aromo, se me vino encima. Creo que fue ahí que conocí el miedo. Cuando me llegó cerquita, pegó un salto y se paró justo encima de mi sombrero. ¡No sabe el julepe tan grande que tenía!, los ojos se me nublaron y se me empastó la boca... ―¿Y qué pasó, don Lino? ―preguntó―. ¿Esa luz lo escaldó, lo chamuscó, le hizo algo? ―No, no, para nada, era como si me estaba reconociendo. Rápidamente saltó de nuevo pal suelo y se fue rastreando. Cuando llegó a la loma, se perdió. ―¿Era una Luz Mala? ―¡Luz Mala, mijo! ―dijo muy serio Catalino― ¡Qué otra cosa po242
día ser! Le cuento que esa loma sabía ser el osario― prosiguió―. Ahí se tiraban la osamenta de los finados, que pasado unos años ya nadie se hacía cargo de pagar el arriendo en el camposanto del cura. ―¿Sabe de alguna forma de espantarla? ―Para librarse de ella es atinado rezar, y morder bien juerte la vaina del cuchillo. Pero más que nada hay que tener fe. Eso sí, no dar el brazo a torcer. En cuantito afloje, será para que ella disponga y se lo lleve. Se lo digo yo, que sé de estas cosas. En ese momento llegó el patrón con un porrón de caña paraguaya y un vaso. ―Hice la cuenta, desconté la provista y quedó algo a su favor esta vez ―le dijo―. Acaso pa el terrenito en el “campo santo” todavía falte, de seguir así pronto la finada tendrá su panteón. ―Ajá, así yo podré irme tranquilo. Pero ahora acerque otro trago, pa don Lino. ―¿Don Lino? ―dijo sorprendido el patrón―. ¿se refiere a don Catalino? ¿Catalino Puel, el sanador? ―Sí, don Lino. Ya no lo conoce, está acá sentado en la meza. ¿Acaso no lo ve? ―Mire, amigo, yo lo veo solo desde que llegó. Además si me habla de don Catalino Puel, le cuento que murió hace dos meses, en el hospital de la ciudad, lo mordió una cascabel…
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SENGIALI, LUIS Reside en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
29 de abril Llueve, y el verde se purifica. Mis pinos y colihues se refrescan, tanto como mi alma se desahoga. Llueve, y el sonido de un cielo se vuelve paz y música, mágica poesía. Llueve, y mi bosque y sus personajes sonríen, se desnudan, se reúnen. Comunión sagrada y salvaje de mi génesis, de mi historia, de mi vida, de mis letras y de mis creaciones. Llueve, y casi al mismo tiempo el sol ilumina y reconforta cada espacio, cada palabra, cada sentimiento, cada silencio de mi alma, de la tuya y de la niña. Llueve… y acaso en el límite de esta frontera mágica e infinita, un duende me acompaña en silencio en un camino de abedules y de lengas, de sentires y de ausencias… Y en el ocaso de la lluvia… un anochecer abre su nuevo cielo, lleno de una mágica claridad e infinita alegría. Estrellas que caen y penetran la piel curtida por la sequía, curan las heridas que sanarán nuestras almas e iluminaran la vida que nos reclama. 244
Una noche mágica, que es real como esos ojos, como aquella boca, como piel que entrega sus anhelos y los sueños, y silencios… de un pedazo de siglo, sin nosotros… Y un pequeño ser que nos desborda el alma… Un arrayán me recuerda lo que es este sentir… Y mi alma, se alegra, se emociona y las besa.
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SERVANDO RODRIGUEZ, FEDERICO Reside en la Ciudad de Córdoba.
Despedida Cuando se acerque el momento cuando el tiempo haya llegado habrá un grandioso legado que debes administrar; nada debes olvidar mi reina del firmamento. Hay una historia de amor auténtica, verdadera con pasión de enredadera que habrá de sobrevivir; ella dejará sentir su misterio y su calor… Al calor de aquellos hechos que resuenan por los días cristales y celosías te mostrarán el camino que ha trazado mi destino sobre estos huesos maltrechos. Al aire de la mañana preñado de luz y trinos con olores peregrinos se lo dejo a mis amigos; ellos fueron los testigos de mi cosecha mundana. Dejando sus escondrijos un volar de golondrina 246
de perfumada glicina escudriñando en el cielo algún sueño, algún anhelo quedará para mis hijos. Y mi tesoro mayor esa diadema de estrellas que entre tantas cosas bellas soñé aquella madrugada… es tuya, niña mimada; heredera de mi amor. Despidiendo mis despojos no quiero muchas miradas ni caras desencajadas; sólo un cielo despejado un cantar enamorado… ¡Y que tú cierres mis ojos!…
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SESMA, ALICIA BEATRIZ Reside en Capital Federal.
La estrellita viajera El firmamento pasa la noche acompañado de estrellas titilantes, que desde la oscuridad, pareciera hacernos señas, como que allí están muy bien, compartiendo la bóveda celeste, aunque también se pelean mucho por querer ser cada una de ellas la que brilla más. De repente una estrella, quizás la más pequeña del hermoso cielo azul, hace movimientos raros, como si quisiera atreverse a alguna aventura aquí en la tierra. Sí, no cabe duda, con saltos de bailarina, se dispone a separarse de sus compañeras para acercarse a la tierra, para ver qué ocurre aquí abajo, pues desde la altura no se distingue bien el juego de los niños. Tiene miedo, ya que no se anima a realizar semejante aventura sola, pero como cree que es grandecita y lo podrá hacer, se zambulle en medio de la oscuridad para realizar el sueño que tanto deseaba. Ya se largó. ¡Qué bien se ve desde el aire todo a su alrededor!... Pero lo que la pequeña no recordó es que la última estrellita brilla en el cielo y de a poco su luz se va apagando, por lo que no tendrá tiempo suficiente para no ser vista. Así es que el horizonte se tiñe de rojo y un tenue resplandor se va extendiendo a lo largo. Las nubecitas se abren con bordes dorados, dando paso al Rey de la tierra, el infaltable y hermoso sol para cumplir su tarea de calentar nuestro planeta. La atrevida viajera se esconde entonces en una nubecita, quién muy feliz la recibe para ayudarla a cumplir el viaje encantado. Al menos desde allí vería a la tierra más cerquita, pero lo que a ella más le interesaba, era contemplar el juego de los niños y ver en que se parecía con el que realizaba con sus amigas, ya que las estrellas también corren, se esconden, disparan, juegan en el espacio azul. Un disco rojo de fuego, el sol, aparece, se eleva y se agranda cada vez más y más hasta mostrase todo tal cuál es. 248
Nuestra viajera escucha el piar de los pájaros en las frondosas arboledas y no sabe qué hacer pensando que algún niño la descubrirá. Las aves ocultas en las ramas la ven y se sorprenden ante semejante belleza que brilla aquí en la tierra pues el resplandor era mucho, tanto que las encandilaba, haciendo que sus plumitas se matizaran con diferentes colores, sintiéndose orgullosas ya que ellas saben que el arco iris tiene esos siete matices hermosos y con esa luz radiante de nuestra viajera, se imaginaban escondidos en las ramitas de los árboles con lluvia y es el arco iris quién les avisa que el agua dejó de caer para alimentar jardines, parques y pueden salir a recrearse, cantar y volar como siempre lo hacen. Felizmente los pájaros cautivados con el resplandor de la estrella, se largaron a danzar, como cuando brilla el sol. Nuestra traviesa estrellita, escondida en la nubecita amiga que la protegió, pudo contemplar el mundo de los humanos. La vía láctea, desde dónde llegó nuestra amiguita, es el espacio en que están las estrellas disfrutando las personas desde la tierra, con sus formaciones estelares. A los seres humanos les resulta imposible observar una única estrella para descubrir todo lo que le sucede en el transcurso de su existencia, ya que la vida estelar es desconocida. A causa a la gran cantidad y a la variedad de estrellas existentes no se puede saber cuánto vive cada una, a pesar que los astrólogos saben mucho, pero aún no de su evolución. Los humanos también somos curiosos, como la estrellita viajera y a veces quisiéramos hacer un viaje junto a ellas para preguntarles sobre sus vidas, sus gustos, qué hacen durante el día en que no las vemos, en fin muchas preguntas para quitarnos esas dudas, pero como no lo podemos hacer nos conformamos en escuchar a los mayores el relato sobre sus vidas, ya que a los niños, otra no les queda, sólo escuchar, leer, observar, para seguir aprendiendo. Así escondida, pasó el día nuestra visitante... La nube que sabía del sueño de las estrellas, la convenció luego de mucho insistirle para que al llegar la noche con toda su oscuridad, regresara de dónde no debió haber partido jamás. Sin embargo, la estrellita caprichosa, se atrevió a ocultarse en la copa de un frondoso árbol iluminando todo su follaje ya que los pájaros estaban ocupados en volar. Los chicos al ir a jugar, notaron mucho más resplandor que de costumbre y pensaron que el sol se había puesto un vestido nuevo más luminoso que el que estaba acostumbrado a usar. 249
La estrella viajera aprendió de los niños a compartir, a jugar sin agresividad, a reír, a soñar, a ser buenos amigos, a respetar a los mayores... Así es cómo se cumplió el sueño y entonces regresó de noche a su casita de cristal donde vivían sus compañeritas, toda su familia de estrellas y contó la experiencia vivida aquí en la tierra junto a los niños. Todas las otras estrellas quedaron maravilladas ante semejante revelación de la más pequeña, haciendo un pacto en no pelearse más ni tampoco agredirse, pues querían vivir tan felices como los chicos en la tierra, a los que consideraron ser un gran ejemplo para ellas. Desde ese entonces, les aseguro, porque me lo contó un hada que todo lo ve y todo lo sabe, que las estrellitas vivieron muy felices y admiradas por los astros que vivían en la vecindad.
No se escucha El hombre muy precavido escucha lo que desea, si algo le es indebido lo escucha a su manera, tapando bien los oídos, la mente para eso está no oye ese rugido que la vida alterará... Por todo lo que se dijo que su alma no alegró, activando ese mecanismo y así es que no llegó. A veces no escuchamos lo que no se quiere oír nuestra mente, la que amamos nos defiende desde el partir sin dejarnos escuchar 250
esas palabras muy necias que nos hacen parpadear defendiendo la contienda. ¿Oíste muchas veces? "No se escucha. ¿qué decís?" ese es el mecanismo que tú sólo lo advertís. En realidad debe ser que tus oídos ausentes no desean padecer el mal de mucha gente, hablar quejas inútiles que tu vida disparará, deseando escuchar cosas útiles que nutrirán mucho más. Pero es necesario oírlas entre los buenos amigos que desean decirlas para sentir así el abrigo de tus oídos abiertos cuando el caso lo requiere, eso es todo cierto escuchar a quién se quiere.
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SINELLI, VIVIAN RUT Reside en Laguna Paiva, provincia de Santa Fe.
Distancia Quiero que la distancia sea testigo de mi caminar por este desierto de cemento en el que no encuentro tu rostro. Quiero que la distancia se ahogue en el murmullo del rĂo y me devuelva el reflejo de tu sonrisa. Quiero que la distancia perfume tu sombra y mi mano descubra el contorno de tu cuerpo tibio y sensual. Quiero que la distancia restaure tu mirada, tu voz y mi amor‌
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SOSIO, MIRTA TERESITA Reside en Cruz del Eje, provincia de Córdoba.
Descubrimiento Anoche lo vio en un sueño. El tiempo se había detenido en su cuerpo, en su rostro, en sus ojos. En sus ojos claros que le parecieron más hermosos que antes. No hablaba. Le pregunté si tenía mujer, hijos… si tenía nietos. Si había sido feliz. Siguió preguntándole. Ella no quiso saber de la madre porque intuyó la respuesta. Seguía callado. Entonces, unió sus ojos tristes a los de su mirada y comprendió que no necesitaba saber otra cosa. Él seguía amándola.
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SOTO, DANIEL ANTONIO Reside en San Lorenzo, provincia de Santa Fe.
El teléfono Todo se encontraba amontonado, libros sobre máquinas, máquinas sobre armarios, armarios sobre libros y por encima del caos, una gruesa capa de polvo que durante años se fue acumulando. Allí se encontraba Miguel, en el galpón de cosas viejas de su abuela, que le prometió dinero a cambio de limpiar un poco el lugar, no habían hablado de la suma, pero si tenía que equipararla con la tierra que limpiaría tendrá que ser mucha. Se colocó la máscara que su padre le había dado para protegerse y comenzó; por suerte no hallaba nada tan pesado, que necesitara la ayuda de otra persona. Los libros fueron los primeros, después de quitarles el polvo pudo notar lo viejos que eran, esa fue la causa de que tardara más de lo previsto, las fechas de edición lo dejaban asombrado, libros con más de cien años y sus hojas amarillas animaban a su curiosidad para leerlos. Así pasó su primer mañana de limpieza y si bien en un principio había tomado el trabajo como algo pesado, que tendría que hacer lo más rápido posible, hasta ahora la tardanza no le generaba molestias al contrario estaba atrapado por saber qué otras cosas podría encontrar. Por la tarde luego de almorzar y comentar con sus padres lo que estaba hallando éstos sonrieron y lo previnieron que podría encontrar cosas raras ya que su abuela coleccionaba todo aquello que le trajera recuerdos o lo que le llamara la atención y recordaron con un tono irónico que les había contado sobre un aparato que le causó miedo. Nuevamente con su máscara comenzó a limpiar recordando el comentario de sus padres, preguntándose si realmente existió esa cosa que le provocó miedo. Le tocó el turno a las fotografías viejas, que estaban muy bien protegidas pero igual el paso de los años se hacían notar, luego tomo el fonógrafo y seleccionó unos pesados discos de pastas que intentó escuchar pero el ruido que provocaron hizo que con gran apuro los retirara, rogando no haber despertado a su abue254
la. Las fotos y los discos lo habían entretenido tanto que luego de un momento notó el aparato que quedó descubierto al mover el fonógrafo. A simple vista parecía algo como un conmutador, lo tomó con cuidado, no era tan pesado como parecía, y lo colocó sobre la mesa. Comenzó a quitarle la tierra y a notar que poseía las teclas con los números como todo teléfono pero también poseía todas las letras del abecedario. Intentó buscar algún cable para conectar pero no lo encontró como así tampoco halló como estaba armado ya que formaba una unidad compacta sin uniones ni tornillos que la ajustaran, pero pudo notar en la base una fecha 16 de julio de 1962, trató de calcular cuántos años tenía su abuela en esa fecha pero sus cálculos se vieron interrumpidos por la vos de ella que estaba parada detrás. ―Sabía que tarde o temprano lo encontrarías ―le dijo. Miguel se sorprendió, no la vio llegar porque estaba muy interesado por el extraño aparato que encontró; ella se acercó notando por la mirada de su nieto que su presencia lo había sorprendido tanto como aquel aparato, se sentó junto a él, con una mirada melancólica observando aquello tan curioso. ―No recuerdo cuanto tiempo pasó desde la última vez que lo utilicé ―comentó la anciana. ―Y ¿para qué sirve? ¿es un teléfono? ¿Cómo se usa? ―Preguntaba perplejo Miguel. ―Si es un teléfono ―le dijo mientras sonreía por la curiosidad del joven ―pero no uno común, es muy especial. ―¿Qué tan especial puede ser? ―Mucho, y tan especial que no cualquiera puede utilizarlo. ―Si, algo me imagino ya que no tiene un cable para conectarlo, ¿es por ondas? ―En cierta forma sí, pero esas ondas pueden ir por el espacio y por el tiempo Si hasta allí Miguel intentaba imaginar cómo podía utilizarse, el último comentario de su abuela tiró por la borda todo lo que calculaba. ―¿Cómo por el tiempo? ―Preguntó muy extrañado. ―Primero te contaré como llegó, yo era muy joven en aquel tiempo cuando mis padres tuvieron que tomar lo poco que pudieron juntar y escapar de la guerra que azotaba a mi país, pero en el trayecto, aún recuerdo ese silbido que venía desde cielo y un ruido que me aturdió, cuando me desperté estábamos dentro de un tren que me alejó de la guerra y de mis padres ―En sus ojos se podía ver que los recuerdos habían quedado muy 255
marcados a pesar del tiempo que pasó y después de un suspiro continuó ―En el viaje se apiadó de mí un hombre muy alto y de cabellos blancos nunca pude entender el idioma que hablaba, pero me cuidó y me dejó en un convento, desde ese día no supe más de él hasta que cuando ya fui mayor y me llegó una caja, en la que venía el teléfono con esta libreta. ―¿Y en la libreta que decía? ―preguntó Miguel. Una breve explicación de que era y como tenía que hacer para usarla, me la envió a mí porque no poseía ningún pariente ni amigo en este mundo. ―Pero ¿tanto trabajo para mandarte un teléfono? ―le dijo con una sonrisa en los labios. ―No es un simple teléfono, como te dije te puedes comunicar a través del tiempo. ―Perdón me había olvidado de eso ¿pero cómo es posible? ―Como te dije nunca supe quién era ni de dónde vino solo me explicaba cómo se utilizaba, no pude esperar y rápidamente llamé sin creer que realmente funcionaría. ―¿Y cómo se usa? ―Se tiene que marcar la fecha, la hora exacta y el lugar de nacimiento de la persona, luego su nombre y por último el día en que quieres comunicarte. ―Me cuesta mucho entender, es algo realmente increíble ¿y a quién llamaste? ―le preguntó Miguel sin ocultar que el tema lo estaba poniendo nervioso. ―Como lo primero que recordé fue el nombre de una amiga mía y conocía todos los datos necesarios, la llamé y elegí el día que nos conocimos. ―¿Y qué pasó? ―Me contestó. Miguel se echó hacia atrás y trató de comprender lo que estaba pasando, era una mezcla de emoción y dudas, pero no podía ser que su abuela estuviera mintiendo, se podía ver en sus ojos con lágrimas que aquello que contaba realmente pasó e insistió con las preguntas. ―¿A quién más llamaste? ―Después de unos días en que me encontraba muy nerviosa por lo que había pasado comencé a buscar datos de algunas personas y luego que los hallaba las llamaba, me comunicaba todos los días, a veces un solo llamado otras varios. ―¿Pero a quién llamaste? ―Primero a los amigos y a los parientes ya que pude conseguir los 256
datos necesarios, en esos días los nervios me llevaban a conseguirlos rápidamente. ―¿Alguna vez les dijiste lo que estabas haciendo? ―No, fue un secreto, cuando se lo comenté a tus padres note en sus miradas que no me entendían. ―¿Y a las personas que llamabas le dijiste quien eras? ―Por algún motivo que nunca pude averiguar, no te puedes identificar, si intentas hacerlo la comunicación se corta. Las palpitaciones de Miguel aumentaban y por su mente se cruzaban más preguntas y situaciones que imaginaba que podrían pasar cuando él llamara, por eso quería averiguar más detalles. ―¿Qué le preguntabas? ―Cosas sencillas, las comunicaciones son cortas no puedes estar mucho tiempo hablando. ―¿Qué llamado te gustó más? ―No te podría definir si realmente, gustó, es la palabra exacta pero hubo un llamado que me emocionó mucho, llegué a este país sin ningún conocido, eso y el tiempo que transcurrió hicieron que no supiera con exactitud la fecha de nacimiento de mis padres. ―¿Y cómo lo hiciste? ―Fue difícil, me ponía a calcular los datos tratando de reunir los pocos recuerdos que tenía de ellos, me sentaba e intentaba con un cálculo y después otro y otro y miles más, me llevó meses poder acertar. ―Pero por lo que noto lo lograste. ―Si, pude comunicarme con mi madre. ―¿Qué le preguntaste? ―Nada, su voz a pesar de todos los años que pasaron era tal cual la recordaba, me puse a llorar y corté. Tal como tuvo que ser en aquél momento, las lágrimas caían por el rostro de la anciana. ―Perdón abuela si te hice recordar algo que no querías. ―No hay problema, es un recuerdo que mezcla las emociones, por eso no puedo definirlo como bueno o malo. ―¿Seguiste llamando? ―Dejé pasar un tiempo y después continué, pero un día probé algo que nunca había intentado, llamar al futuro. ―Genial ―dijo Miguel con cara asombrada ―al futuro también se puede llamar ―No te entusiasmes tanto no podrás averiguar nada que te haga ganar dinero, ni cambiar el futuro, esas personas solo te darán pocos 257
datos, y las comunicaciones son aún más breves que con el pasado. ―¿Llamaste muchas veces? ―No tan sólo dos. ―¿Por qué solo dos? ―Porque el segundo llamado me asustó mucho y nunca más lo intenté. ―¿Qué te asustó? ―No te lo puedo decir, hasta aquí llego, te dejo solo si quieres usarlo lo puedes hacer pero por favor con mucho cuidado. ―No te preocupes lo voy a cuidar. ―No te pido cuidado con el aparato, te lo pido por las llamadas. La abuela se retiró y dejó a Miguel sentado frente al teléfono, sin saber qué hacer, tanto se había imaginado mientras escuchaba los relatos y ahora no sabía por dónde comenzar, se había hecho de noche y no quería regresar sin haber intentado con algo y probó con lo primero que le vino en mente, su fecha de nacimiento y en el día que cumplía diez años, la voz de un niño emocionado contando los detalles de su fiesta hicieron que se quedara mudo de la emoción. Ya en su casa recordó lo que la abuela le contara y no lo comentó con sus padres, solo ansiaba que llegara la mañana para poder seguir. No pudo ir a la casa hasta la tarde pero aprovechó para preguntarle los datos a cuanto amigo encontrara, lo hizo sin decirles realmente porqué lo hacía. Los llamados se fueron sumando y pensó que sería bueno intentar con alguien famoso y recordó los libros que su abuela tenía, al leerlos notó con simpatía que su idea no fue una novedad, en las páginas se encontraban nombres resaltados de personajes famosos en la historia, ella había hecho lo mismo. Estas comunicaciones no resultaron lo que él se imaginó, esos personajes hablaban en su idioma original y no pudo entender nada de lo que le dijeron. Durante varios días fue su pasatiempo favorito a tal punto que había descuidado a sus amigos, a los estudios y al duro trabajo de tratar que, Nora su vecina se interese por él. Por eso decidió dejar descansar al aparato por unos días y retomar su vida normal. Poco a poco todo volvió a ser como era antes, sus amigos le preguntaban qué había pasado pero con respuestas tontas lograba escapar ante la curiosidad de ellos. Los estudios no fueron un problema los retomó con facilidad, pero las cosas con su vecina no andaban del todo bien, por eso comenzó un minucioso plan de conquista, que fue rindiendo sus frutos hasta que llegó la hora de invitarla al baile que el colegio organizaba, allí ella le pidió unos días para contestarle. 258
El baile sería dentro de quince días y la angustia hacia que los nervios no lo dejaran tranquilo, así que decidió usar el teléfono para saber cuál sería la respuesta; lo meditó suficiente, convencido que no afectaría las cosas en nada. Tomó el teléfono marcó todos los datos y llamó al día después del baile. ―Hola ¿habla Nora? ―le pregunto con nervios y emoción. ―Si soy yo. ―Quisiera preguntarte algo ¿Ayer fuiste al baile con Miguel? ―Sí pero... No la dejó terminar, con eso le era suficiente ya sabía que lo había conseguido, más luego se puso a pensar y ese ¡pero! que ella dijo lo dejó intranquilo así que decidió llamar otra vez, se juró a sí mismo que no intentaría más conocer cosas del futuro, ahora no la molestaría a ella se llamaría a él mismo para tener una idea de cómo fueron las cosas. Marcó y llamó también al día después del baile pero el teléfono llamaba insistentemente sin que nadie conteste.
Ninguno llegó Celina lanzó sus poemas al viento, creando mundos mágicos, borraron las distancias uniendo pasiones. Se pintaron de arcoíris tomando alas de gorrión, en lugares impensados se arraigaron y florecieron. Alegres, tristes, inocentes, todos con auténtica pasión. Mas, cuando miró hacia atrás, notó que ninguno llegó a donde ella los envió.
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TEALDI, MARIO Reside en San Martín, provincia de Buenos Aires.
Todavía Puedo Todavía puedo pues vale la pena, intentar de nuevo, volver a empezar. Todavía puedo recobrar cordura, ser mejor persona, crecer y encarnar. Todavía siento la fuerza que impulsa para de un clavado entrar en la mar y en aguas profundas y muy luminosas, poder ver más claro y recomenzar. ¿Cuál es el sentido?: La fidelidad, a mi única esencia, la más natural devolver al todo, lo mejor que pueda y con ese aporte ver un poco más. Todavía quiero intentar de nuevo, me siento con fuerzas para no fallar. Todavía creo que vale la pena, aún con heridas intentar volar.
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VELÁZQUEZ, MARÍA ALCIRA Reside en Rosario, provincia de Santa Fe.
Ana La gorda, la colorada, la flaca, la fea, apodos cariñosos con pinceladas de verdad. Nos fuimos conociendo cada día a la entrada y salida de la fábrica, a veces unas palabras en el descanso y en los permitidos del baño en algún sábado de vez en cuando. A Ana le decimos la fea, no le molesta, escucha y sonríe. La miro ―tratando de salir del cariño que le tengo― la falta de armonía de su rostro no es fealdad, es eso otro que se ve en su mirada pocas veces de frente: hablar bajo sintiendo el parecer de los que escuchan, pasiva, como sin esperas de nada. Hace un tiempo en uno de esos encuentros algo me llamó la atención: Ana estaba distinta… el cabello suelto, caminaba más erguida, más firme. Cuando pude pase cerca, nos miramos y quedé prendida en el brillo de sus ojos pardos que me parecieron más grandes. Pensé: ¿qué le pasa? ¿Estará enferma? despacito le dije: “¿Cómo estás?”. Me sonrió. La esperé a la salida, caminamos sin decir nada ella como siempre la mirada más allá de la fuente de la plaza. ¿Dónde? No sé. No me atreví a tocar sus manos, le di apenas un tirón en la manga. “¿Ana que te pasa, no te sentís bien?”. Te he estado mirando, estas extraña. Despacito como con miedo de que alguien nos escuchara me contestó: ―Nunca me he sentido mejor. ―¿Me querés contar? Me miró con sus ojos distintos: ―Te voy a contar pero solo para las dos y nadie más. ―Seguro ¿somos o no amigas? ―Hace como veinticinco días, todas las mañanas cuando abro la ventana ―esa que vos golpeas ―encuentro un papel azul doblado en cuatro, tiene escrito un mensaje y al final dice “dejar la respuesta en el mismo lugar”. ―Pero qué dice el mensaje? ¡Decime ¡ !decime! Esta vez me miró. 261
―¿Qué me dice?... que a veces sigue el vuelo de los pájaros que se pierden en el cielo… y me recuerda… otras veces mira como caen las hojas y piensa si a mí me gusta ver caer las hojas en otoño… habla de las estrellas colgadas de la luna… así, cosas parecidas… nunca nada ofensivo o palabras feas… No sé quien escribe. Esta vez yo me quedé mirando nada, no encontraba palabras, no sabía que decirle. Ana siguió: ―No me preguntas si he contestado los mensajes? ―Si claro… no me atrevía a preguntarte. ―Al principio me asuste los leía y los rompía, otro día pensé en leerlos tratar de saber más allá de lo que decía lo escrito. ―¿Averiguaste algo? ―No. ―Contestaste. ―Si después de una semana, a la noche dejo el papel doblado en cuatro y cierro la ventana. ―Pero ¿qué le decís? ―Solo unas frases de alguna canción o de algún verso que recuerdo, que no son muchos… a veces le contesto algo de lo que pregunta… ―¿Qué haces con los mensajes? ―Los tengo guardados dentro de un libro. ―¿Me los dejas leer? ―No. ―¿Quién puede ser? ―No sé, no me interesa. Ana ya no era la de antes era la dueña de lo que decían los mensajes, la magia estaba en el mensaje y no parecía importarle el mago. Atravesamos la plaza, éramos más amigas que antes. Nos unía un secreto. Siguieron los días iguales para mí, no para Ana... No era solo yo quien lo descubrió, lo escuché al supervisor decirle “―Ana, que bien estas ―con una sonrisa― ya no te puedo decir la fea...” Ana era la misma pero tenía algo que hacía verla distinta, la inundaba la magia de los mensajes de un alguien en toda ella... Estábamos cenando y mi hermano dijo: ―Che a tu amiga esa la fea los muchachos le están haciendo una cargada. Sentí frío, dejé de comer. ―No me digas: ¿se puede saber qué y por qué? ―Qué se yo… estos locos cuando se aburren hacen cualquier ca262
gada. Me fui a mi pieza, me tire en la cama no necesitaba más para entender, no sabía qué hacer. Ana mi amiga… ¿le cuento o me voy al bar y los enfrento?... No. Tengo que pensarlo bien. Esa noche dormí a ratos, cuando aclaró me levanté. Hice todo lo de cada día lentamente. Salí, golpeé la ventana fatal y apareció Ana sonriente. Caminamos y la escuche decir “―Hoy había tres mensajes, ayer dos”. Yo no contesté: tropecé y casi me caigo. Me sostuve en ella y la sentí firme. Regresamos hablando de cualquier cosa y mi chau hasta mañana fue desde lejos, tenía urgencia por refugiarme en mi pieza: necesitaba estar sola pensar. Quizás por cobardía decidí esperar… me levantaba de la mesa cuando mi hermano me paró: ―¿Sabes el quilombo que se armó en el bar? ―No ni me interesa. ―Yo creo que sí, porque fue por tu amiga Ana… ¡parece que ahora está prohibido decirle la fea! Volví a sentarme. ―¿Qué pasó? si querés contame. Entre mordiscos de una manzana dijo: ―Parece que los muchachos se pelearon por unos mensajes que deja Ana en la ventana… Vos sabías ¿parece que los locos decían ―¡Es mío, yo le escribí! Otro: no jodas me contesto a mí tratando de quedarse con el papel y lo rompieron y se agarraron a las piñas. Los echaron del bar, siguieron dándose en la calle, los separaron y después no sé… Me quedé sentada mi hermano repitió ―Te dije que no sé lo que paso, pero creo que se terminó la barra del bar. ―Si te entendí. Me apoyé en la mesa, me paré, me sentía rara en mi pieza. Me tire en la cama, pensé y pensé, y me acorde de una película que había visto hace tiempo donde los hombres preparan una trampa para cazar monos: al final los monos los cazan a ellos en las mismas trampas. Me dormí. A la mañana siguiente Ana y yo cruzamos la plaza camino al trabajo, casi sin pensarlo le pregunte: ―¿Y cómo van los mensajes? Me miro, sacudió su pelo negro, el de la Ana de ahora, y creo que por primera vez la vi linda… ―Mira la verdad esto de recibir varios mensajes, contestarlos juntos o separados ya me cansó, son distintos, en algunos me quieren 263
apurar. Así que decidí no recibir ni contestar, se acabó. Apuramos el paso. Yo no podía dejar de mirar y pisar una a una las lajas del camino de la plaza, escuchaba despacito no sé si desde lejos quizás de adentro mío… alguna vez se lo contaré.
Yo Cada vez que necesitaba un libro, apuntes, una carpeta o algo de todo lo que se guardaba allí, me prometía hacer un nuevo ordenamiento: era hoy o nunca. Comencé con lo más grave ―la biblioteca― abundaban los libros que resistieron varios intentos amparados en lo que cuesta separarnos de aquello que forma parte de nuestras historias. En el fondo de una caja un sobre ajado tenía papeles y fotos de diferentes tiempos: mis hijos pequeños con su papá, con los abuelos, conmigo… acontecimientos para el recuerdo. Cada foto un disparador de imágenes e historias… Una de ellas cayó al piso y al levantarla, su textura y los colores sepia me dijeron del mucho tiempo transcurrido. Era la foto de una niña de tres años de pie junto a una escalera, un vestido claro, cabellos obscuros con un moño. En su cara redondeada los ojos obscuros parecían observarme: una extraña mirada. En sus manos algunas flores sujetas con una cinta envuelta entre los dedos… el gesto y toda ella esperando el “ya está” del fotógrafo conteniendo una bandada de palabras todavía aprendiendo a volar. De pronto pensé… ¿cómo puedo saber tanto de esta chica si no sé quién es?... Mire unos momentos la foto buscando algo que me permitiera saber, el interrogante quedó junto con la imagen que guarde en un libro. Fue un día sentada frente al ventanal, el patio con todo su verdor, el pasillo tapizado de enredaderas: allí en la ventana la vi una niña sonriente apoyaba una de sus manos en la reja. No dije nada y el asombro pudo más: tenía las preguntas pero no las dije… “¿Cómo entraste? ¿Cómo te llamas?…” solo su mirada inquieta. Levantó una mano como cuando los chicos dicen “chau” y… no estaba más. No había escuchado abrir ni cerrar puertas. Recorrí el pasillo, busque entre las plantas de dentro de la casa. Nada. Soy muy racional, era media tarde estaba bien despierta no me dolía nada, absoluto silencio… ¿Qué había ocurrido? Pensé en lo que nos pasa cuando volvemos a la 264
historia tratando de acomodar cosas viejas, ordenando lo de afuera, es un pedido del adentro que necesita desatar nudos para seguir ovillando, y en ese hacer quedamos vulnerables ―sensibles para aquello que a veces solo pasa. Tres días después volví a verla sentada en el jardín envolviendo entre sus dedos una cinta celeste. Para más asombro y desconcierto el gato acostado sobre la mesa y ella le jugaba con la cinta y me miraba… ¿de dónde recordaba esa mirada? En el espacio de un tiempo ya no estaba. El gato corría por el pasillo como detrás de alguien, y ―de pronto― el antes y el ahora se encontraron: la niña que me recordaba la foto guardada entre las páginas del libro y esta imagen fugaz y muda, eran la misma. Ahora sí necesitaba saber de quién era la foto que había quedado en ese espacio extraño, desconocido… Mi hija que llegaba en ese momento me dijo: ―¿Qué te pasa? tenés una cara… ¿te sentís mal? ―Necesito por favor que me digas si conoces la chica de esta foto. ―¿A ver? Hum… ¡Pero si tengo el cuadro!… me lo dio tu padre hace años… Sé que antes se acostumbraba hacer el cuadro y las postales como la que vos tenés… ¡no puedo creer que no sepas quien es la chica! Sos vos, creo que cuando tenías tres años. Yo miraba las dos imágenes: si eran iguales la niña con el vestido claro las flores, y la cinta que yo desde siempre sabía que era celeste. Lo que pasó quedo en el espacio y el tiempo donde la realidad y la magia, como en un sueño, se juntan. Las preguntas permanecen suspendidas en el silencio. Cuando las dudas regresan la cinta azul es una respuesta.
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VERNI, NICOLÁS Reside en Buenos Aires.
El fin de la noche 2º Mención en Cuento Largo en los 10º “Certámenes de Invierno” de La Hora del Cuento 2015. Ella baila sin una preocupación en el mundo. Yo estoy fascinado. Una memoria primitiva se dispara en mi cabeza. He visto esta imagen. ¿Dónde? No me interesa saberlo. Siento la urgencia. No es sed. Es más parecido al hambre. Mientras tanto ella continúa su danza. Parece que está sola. Los suspiros la sustentan. Odio y amo su preciosa carita y sus movimientos exactos, tan entonados con la desaforada música de los parlantes. No canta las letras, ella sabe mejor. A veces, en el clímax de la canción, deja traslucir una palabra que subraya con una mordedura de labios. Su seducción es perfecta. Ella es la reina abeja. Pero no se interesa en nadie, sólo en sí misma. Nuestros rostros desesperados son tan sólo un reflejo de su poder. Me detesto por mi fragilidad. ¿Soy tan simple? ¿Por qué no puedo extirpar el deseo de mi ser? ¿Por qué no puedo liberarme? Al carajo, todos los hombres somos esclavos. De todas formas no puedo acercarme, no encuentro el valor. Todas mis teorías filosóficas se van por el inodoro: no existe la igualdad. De repente entiendo las leyendas, ¿cómo no hacerlo? Pienso en Sherezade, en valkirias y ninfas. Siento el anhelo de fabricar una historia. Nosotros. Juntos. Por siempre. Contemplarla me devuelve al punto de partida. Reconozco el mal cuando lo veo. Ella lo es. Disfruta de sus zánganos, del tributo de su amor. Uno de los más aguerridos se le acerca. No lo rechaza y, por un rato, le sigue el juego. Sus delicados brazos cruzan el cuello del pretendiente y tan sólo bailan y bailan. Nosotros, 266
los de afuera, hemos ganado un enemigo. Pero luego de par de canciones, cuando su capricho le indica la insuficiencia de todos y cada uno, ella lo abandona, así como así. Él mira perplejo a su alrededor sin entender que ocurre. Los espectadores observamos con una dulce satisfacción. Alguien me observa. Es atractiva pero una mirada de soslayo me indica que se reconoce inferior. Me gusta pero no puedo quererla. Estoy encadenado al diablo, que observa la escena con diversión. Un gesto mío disuade sus intenciones y ahora me concentro nuevamente en la súcuba. Siento las ganas de llorar, como si estuviera observando el rostro de la verdadera belleza, aquella que no puede nombrarse. Las luces se prenden. Ha terminado el espectáculo. Todos comienzan a marcharse, contentándose con su pareja de turno o sufriendo el frío impacto del alba. Yo soy uno de los últimos. Mi alma grita insatisfacción, vacío y fiebre. Voy hacia un taxi y me acomodo en el asiento de atrás. De repente siento un golpe en la ventanilla. Me quedo mudo. Es ella. La cruel Afrodita. Abre la puerta y me pregunta hacia donde voy. Su voz es una miscelánea de poder, apatía y desdén. Le respondo y ella sube sin pedir permiso. Sabe que no lo necesita. Vamos en silencio por la mayor parte del viaje. Yo tiemblo como un pupilo. Ella ni siquiera mira en mi dirección. En un acto de coraje, me doy vuelta y la observo con detenimiento. Su rostro es aún más hermoso sin la luz de los flashes. La nariz puntiaguda, el pelo castaño claro estilo savage y su piel de porcelana, confiesan el proceder aristocrático. Pero algo pasó… Los ojos son grises y miserables. Las pupilas dilatadas y sus pequeñas venitas rojas proyectan sombras sobre su cara. El efecto tóxico está en pleno descenso y los fantasmas retoman su lugar. Esto la hace aún más hermosa para mí. Ahora se envuelve de un sentido de tragedia y su capa invisible presenta una rajadura que permite un atisbo de vulnerabilidad. Pero esto no es suficiente. Yo no soy suficiente. El taxi llega a destino. La casa tiene las dimensiones de una pequeña mansión. Ella se baja rápidamente y, en un acto de espontaneidad imprevisto, me invita a pasar. Tartamudeo un “si”, pago el coche (ella no me ofrece dinero) y la sigo adentro de aquel palacio urbano. Una obsesiva pulcritud parece ser reina. La luz de la madrugada baña todo y le da un aire de lúgubre quietud. Me angustian las paredes blancas y los enormes ventanales. No hay amor en este lugar. 267
Un extraño nerviosismo me hace pensar en la casa de Usher y otro vuelo de fantasía me lleva hacia Dorian Gray y su maldito retrato, a la ruina que se oculta tras la apariencia de perfección. La acompaño por un enorme pasillo que desemboca en un patio trasero. El jardín continúa el espíritu del lugar: orden y frialdad. La extrema prolijidad es un signo claro de un jardinero a sueldo y no del interés genuino. Un pequeño edificio se alza en el fondo. Ella, cuyo nombre aún desconozco, me comenta que vive ahí. Se comporta con naturalidad, como si me conociera de antes. De todas formas, siento que ni siquiera me ha visto. Con ella de guía, entro en su universo. Hay olor a tabaco y soledad. La única decoración es un enorme televisor de pantalla plana, un costoso sillón blanco y una discreta fotografía colgada sobre una columna. En ella hay cuatro personas sonrientes, ella incluida, frente a un infinito horizonte marítimo. Parecen felices. Mi anfitriona toma asiento en el sillón. Intento mirar hacia un costado para no encontrarme con sus piernas, talladas como una perfecta escultura renacentista, apenas ocultas por una falda demasiado corta para mi salud mental. Ella nota mi actitud y me invita a sentarme a su lado. Saca un cigarro y se pone a fumar con displicencia. Me encanta su gesto: el brazo derecho flexionado se apoya sobre la pierna contraria. La muñeca, relajada, cede como si tuviera un gran peso encima. Los dedos se abren, y el índice y el medio sostienen al cilindro con delicadeza, como si en cualquier momento se fuera a caer. Ella fuma con la mitad de sus labios rojos y entrecierra los ojos cada vez que da una bocanada. Su visión, mientras tanto, se concentran en el vacío. Me siento humillado. No sé qué hago en aquel lugar. Todo está mal. Ella no sabe quién soy. No soy el protagonista de mi fantasía, soy el esclavo de la suya. Mi deseo se evapora, transformándose lentamente en pena y vergüenza. Me siento débil, pequeño y femenino. Comprendo ahora que solo ejercemos el poder que se nos permite. Y ella me niega. No soy persona. No soy nada. Debe percibir algo raro en mí. Seguro que no le parezco igual a los demás. Ni siquiera me atrevo a tocarla. Está fuera de mi alcance, aunque ella me lo permita. Estamos a un universo de distancia. Me ofrece un cigarrillo y yo me niego. Ahora me mira directamente y no oculta su perplejidad. Examinando mi cara ella ya ha visto todo lo que necesita. Mi alma está desnuda en un escenario gigante. 268
Sus ojos penetrantes son los reflectores que indican mi vergüenza. ¿Acaso no soy hombre? ¿Qué ocurre? No puedo hacer nada, no puedo moverme. Aprendo la durísima lección: el macho es tan sólo un mito. Ahora ella se acerca a mí, su boca toma una forma obvia. Su mirada se hace opaca y muere. Ya tengo sus labios encima. Puedo saborear el nostálgico sabor de la ceniza y el lápiz labial. Acompaño su beso y todo mi cuerpo se activa, vibrando al unísono. Mi corazón late con una virulencia que no le conocía. Estoy listo. Estoy dispuesto. Nada me hace falta. Entonces, confieso a ella y a mí mismo: ―No puedo. Ella se retira, más confundida que nunca. Me pide una explicación que no puedo dar. Mi cuerpo está presente, reacciona a mi pedido, y ella lo sabe. Mi espíritu es el que se niega. Me contengo de llorar. Soy pequeño de nuevo. Quiero su cariño y contención, el oscuro facsímil de una madre distópica e irreal, muy distorsionada y cruel para ser genuina. Ella no tiene nada que dar. No se interesa en esas cosas. Mi propósito era uno y he fallado. Giro la cabeza para ocultar mi desgracia y entonces escucho un gemido. Llora. Su rímel corrido la hace tan patética como bella. Intento acercar un brazo pero ella lo rechaza con violencia. No intenta ocultar su rencor: ―Me viste. ― dice, temblando de rabia. ―Pero… ― comencé. ―No quiero saber ―me interrumpe ella ―El día que sepa me voy a morir. Se levanta y va hacia la puerta. La sigo. Pasamos otra vez por aquel horrendo pasillo. No hay olor a hogar, todo ese lugar parece salido de una pesadilla. Ella cierra la reja y se aleja rápidamente. No dice adiós. Nunca aprendo su nombre. La noche ha desaparecido. Es temprano pero el sol ya quema un poco la piel. Va a ser un día precioso. Decido caminar, orientado solamente por la casualidad. Termino en una pequeña plaza. Me siento en una hamaca, balanceándome de forma pendular. A lo lejos, veo una figura que se acerca. Es una chica con vestimenta deportiva haciendo su trote matutino. Me ve y, por menos de lo que se considera un segundo, cruzamos miradas. Ella sonríe y sigue de largo. Entonces siento algo que insiste en mi interior. Una sensación de 269
júbilo que se alimenta del día. Creo que sé lo que es. Creo que es esperanza.
Detrás… Acompañé al viejo. Era imposible ser tan anciano. Se movía bastante rápido. Daba unas zancadas enormes. Yo lo seguí como pude. Me guiaba con una lámpara de kerosene. Íbamos por un pasillo enorme lleno de puertas. El lugar parecía medieval. No sé por qué era todo tan tétrico. Le pregunté a dónde íbamos y se rió. Cada puerta era distinta a la otra. Cada una tenía su olor y sus murmullos. Quise detenerme en todas pero el viejo no esperaba a nadie. Tuve que trotar para alcanzarlo. Caminamos un siglo y medio hasta el final del pasillo. Allí se levantaba un simple portón de madera. ―Recuerdos ―dijo el viejo mientras ponía una llave en la única cerradura. Otro pasillo. Blanco como el vacío. Puertas rojas y lisas. El viejo se había desvanecido así que entré. Probé la primera puerta a la derecha. Recuerdos. Entonces entendí. Estaba frente al mar más eléctrico que había visto jamás. Estuve un rato ahí reviviendo todo. Después me cansé y me fui. Mientras más avanzaba, más retrocedía. Mi primer amor. Mi recibida. Detalles y lujos de la vida, malos, tristes y buenos. Todos hermosos. Me sorprendí jugando con mis hermanos a la pelota. Seguí escarbando. Tendría cinco y estaba abrazado a mamá, preguntándole por qué la gente tenía que morirse. Con un año y algo vi a papá barbudo y azabache, un gigante tan terrible como bonachón. Me sostenía las manos mientras caminaba. Llegué a menos y fue indescriptible. Me quedaba sin puertas. La última. Final de la travesía. El viejo apareció nuevamente: ―¿Seguro? ―¿Qué hay? ―pregunté. ―Antes. ―Respondió ―Nada. Y todo. 270
Dudé y di un paso atrás. Pero necesitaba saber. Apoyé la mano y la puerta se abrió sin resistencia. A través del umbral solo había oscuridad. ―¿Por qué no se ve nada? ―le dije al viejo. ―Porque ahí termina este sueño y empieza otro ―su voz era misterio y paz. ―¿Es terrible? ―pregunté con miedo. ―No sé. Me imagino que no. ―¿No podés venir? El viejo sonrío y a la luz de la lámpara brilló el arreglo que tenía en la muela. ―Sabés que no. Yo vivo acá, entre las puertas. ―Te voy a extrañar, pá. ―No digas boludeces. Ya nos vamos a ver. Puse un pie en el umbral. No hacía frío ni calor. Miré atrás y el viejo se había ido. El pasillo también. Me saqué la ropa porque ya no la necesitaba. También los ojos, la piel y el aire. Quedé desnudo de verdad. Justo cuando vi algo que brillaba a lo lejos escuché la puerta cerrarse. Lentamente empecé a caminar.
El origen 1º Premio en Microcuento en los “Certámenes de Invierno” de La Hora del Cuento 2015. Los fantasmas se encontraron por última vez. ―Me toca ―dijo él. ―Ya sé ―respondió ella. Silencio. Así es al principio. ―¿Por qué tenemos que nacer? ―irrumpió con lágrimas. Él la miró con amor, el de verdad, y la besó antes de esfumarse ―Para que morir tenga sentido.
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ZAMORA MORA, YAJAIRA Parroquia El Cafetal, Caracas Venezuela.
El guiño de un ojo Diciembre de 1938. La joven se despedía de sus compañeras de clases del prestigioso colegio San José de Tarbes, el internado de señoritas de la alta sociedad de Caracas cerraba sus puertas por vacaciones. Preparaba sus maletas porque en pocas horas emprendería con su madre un viaje a un pueblo de la provincia aragüeña. Por instantes se detuvo en la puerta como si una fuerza extraña le advirtiera que esa sería la última vez que estaría en esas instalaciones mientras retrataba cada detalle. Su madre y la Madre superiora conversaban, tal vez le diría: ―Doña Cleofe, no descuide la atención de los estudios de Carmencita, ―o tal vez―, al regreso tendrán exámenes o la preparación de una obra teatral. Carmencita solo miraba las paredes del colegio y se despedía con un amor profundo. Allí había pasado casi toda su niñez, entre las monjas y el cariño de sus compañeras, si bien fue becada por las hermanas del colegio pues su nivel económico era de pocos recursos. Emprendieron el viaje a los Valles de Aragua ya que doña Cleofe había aceptado la invitación de un matrimonio amigo. El doctor Aristiguieta y su esposa le habían tomado mucho cariño tanto a ella como a su hija y el galeno, había sido nombrado por el Ministerio de Sanidad Director del hospital hacia donde se dirigían. Carmencita solo miraba por la ventana del auto, deleitada con el fascinante panorama, las aguas plateadas de la Laguna de Taiguaiguai eran un enorme espejo que reflejaban el azul del cielo, y así, entre mirar las garzas rojas y blancas y los frondosos samanes a todo lo largo de la carretera, se encontró a la entrada de ese lugar que la recibía con los brazos abiertos: Villa de Cura. Observaba sus calles estrechas, las casas coloniales, el exquisito aroma de los árboles de acacias, todos encantados bajo su hechizo. 272
Cercano a la casa donde llegaron se escuchaban las campanadas de la iglesia, era el llamado a misa. Ese mismo repique hizo que al día siguiente ella se levantara para acudir a la iglesia, era día Domingo. Se vistió con sus mejores galas domingueras, su misal, su rosario de cuentas color violeta de amatistas y la mantilla que la madre superiora le había obsequiado para su cumpleaños y pidió orientación para llegar. No podía pasar desapercibida por su belleza. A su paso sentía algo especial, una corazonada la mantenía inquieta, a los pocos metros se quedó maravillada al observar la imponente catedral, las campanadas daban el último llamado a la misa. Acelero su paso, y al cruzar la Plaza Mayor, discretamente observo a dos hombres que la miraban embelesados preguntándose quién sería esa bella joven, nunca la habían visto en la villa. ¿Quién será esa hermosa mujer? Los jóvenes la observaron hasta verla entrar a la iglesia. Hernán y Félix, muy cotizados por las chicas del pueblo pertenecían a familias distinguidas de la región, y hasta tenían negocios propios. Comentaban entre sí la belleza de la chica. ―¿Viste pasar a esa hermosa joven? ―¡Claro! ―le dijo Félix. ―No sé quién sea pero con ella me voy a casar. El amigo pensó que sería una broma. ―¡Pero como dices algo así... si ni siquiera sabes quién es, ni donde vive! ―Ella será mi esposa y la madre de mis hijos. Hernán se propuso entrar al templo, observaba todos los bancos, hasta que por fin la logro ver. Se detuvo cerca de un pilar de mármol, fijó la mirada en esa extraña que no tenía ni idea quién era y allí se quedó extasiado admirando cada detalle de su rostro. No pestañaba. En algún momento ella volteo su mirada hacia él, y él le guiño un ojo y sonrió. Inquieta ante la presencia de ese hombre finamente vestido, de mirada dulce y maravillosos ojos, escondió tímidamente parte de su rostro con la mantilla y se dispuso a salir. Y dirigiéndose hacia el portón principal de la catedral para regresar a la residencia de los Aristiguieta, caminó hacia la Plaza Mayor. Iba de prisa, su respiración urgida. Él decidió seguirla. Ella sentía a alguien caminando tras de ella. Por fin logro llegar, se sentía protegida en el portal de la casa, miró hacia atrás y nuevamente el atrevido joven le guiño el ojo. Nerviosa Carmencita entró. No imaginaron lo pronto que volverían a verse. Al día siguiente… Doña Cleofe no perdía el tiempo en nimiedades, disfrutaba de ha273
cer manualidades y necesitaba unas sedalinas. Le pidió a su hija que fuese a buscarlas y su vecina doña Margarita Lapenta, con amabilidad se ofreció a explicarle hacía donde dirigirse para llegar a la tienda más grande y mejor surtida. La joven vestía falda amplia y corpiño ceñido a su busto. En el camino encontró una zapatería y la coqueta feminidad la llevó a comprarse un calzado. Iba retardada, apresuró el paso para obtener el encargo. El almacén era un lugar lleno de hilos, agujas, sedalinas, y cualquier otro implemento para la costura y el bordado. Al llegar fue atendida por un empleado ligeramente gruñón, ella le explicaba que buscaba sedalinas específicas de una marca española, pero él no la entendía por lo que decidió consultarle al dueño. De la parte trasera del comercio salió un hombre que bordeaba los treinta. De apariencia agradable, quizás de un metro setenta y cinco de estatura. Era Hernán, el hombre que el día anterior le había guiñado el ojo durante la misa. Ambos se sorprendieron. Inmediatamente él se presentó, ella no atinaba a explicarle a lo que había ido. Se puso tan nerviosa que salió corriendo de la tienda olvidando la caja de zapatos que antes había adquirido. Como todo un caballero, Hernán se acercó hasta la casa de doña Margarita gran amiga de su familia, le hizo preguntas sobre los nuevos vecinos y la joven, ¿quién era?, la doña lo puso al día. Conocía muy bien la procedencia de Hernán, una familia muy apreciada y respetada en toda la provincia. Él supo quién era ella, una visitante que estaría solo las navidades, soltera y sin compromisos y estudiaba en un colegio de señoritas en la capital. Él no dudó en hablar de su atracción. Ese mismo día le hizo llegar sedalinas de todos los colores, además los zapatos que había dejado olvidados. Su interés era tal que se alió con doña Margarita para organizar una cena de navidad y así, sin decirle a nadie que Hernán estaría presente, invito a los nuevos vecinos. Llegó la Nochebuena. Doña Cleofe era de pocas palabras, expresaba su afecto con lo que más le gustaba, la cocina. Deseaba agradecer la invitación con una de sus exquisitas torta melosa de queso blanco rallado. Encarnación ayudante en los quehaceres, se ofreció desde muy temprano en ayudar a la preparación. Todo estaba listo. El matrimonio elegantemente vestidos esperaban que estuviesen listas sus invitadas, minutos después madre e hija se unieron a ellos. La joven estaba impecable, con un traje que entallaba delicadamente su figura. Su cabello en finas ondas caía hasta los hombros, recogido de medio lado con una 274
pequeña peineta de pedrería. Todos elogiaron a la joven Carmencita. Llegaron puntuales a la hermosa casona de doña Margarita, la acaudalada viuda de un General del gobierno del actual Presidente de la Republica, Eleazar López Contreras. Su refinado gusto se hacía sentir en cada detalle de su hogar. Sus elegantes muebles de estilo colonial español engalanaban los salones haciendo juego con las finas lámparas de cristal de baccarat que colgaban de los techos de caña y vigas de fina madera. Inmediatamente los hicieron pasar al salón principal. Los invitados observaban la elegante casa. El toque del llamador del antiguo portón se hizo sentir. Se preguntaban quién más los acompañaría en la cena. La dueña de la casa se adelantó abrir, en ese instante se oyó una voz masculina que saludaba muy afectuoso a la gentil dama. Carmencita no pudo disimular su sobresalto, era Hernán. Sus mejillas se enrojecieron y su voz salió entrecortada. El joven saludo a los presentes. Su imponente apariencia impregno el ambiente de la exquisita fragancia de su perfume Jean Marie Farina tres coronas de Roger & Gallet. Vestía de traje azul marino y delicadas rayas de tono más fuerte, camisa blanca y corbatín negro, zapatos muy bien lustrados, cabello peinado al estilo de la época, con mucha gomina que hacia resaltar sus grandes ojos y fascinante sonrisa. Su presencia había generado una grata sorpresa a los presentes. El doctor Aristiguieta, entabló una amena conversación con él. Hernán no le quitaba la mirada a la joven, se cruzaban con cierta complicidad, era inevitable percibir la atracción de los dos. Margarita, invito a pasar al comedor, ya la cena estaba servida, ubico a cada uno de sus invitados en sus respectivos asientos. La mesa estaba exquisitamente vestida con mantel de encaje francés, vajilla de porcelana alemana, cubiertos de plata y copas talladas de fino cristal. La ocasión lo ameritaba. La cena fue servida, Constanza el ama de llave de doña Margarita atendía cuidadosamente a los invitados, degustando así de los exquisitos platos navideños, al llegar el momento de servir la torta, todos elogiaron el arte culinario de la silenciosa invitada. Dos horas después el matrimonio decidió retirarse, no antes agradeciendo a Margarita su gentileza por tan grata velada. Hernán, sigilosamente aprovecho de acercarse a la joven para despedirse y decirle que contaría las horas para volverla a ver. Madre e hija no durmieron esa noche. La madre presentía lo que venía, alertó a la hija su desacuerdo, le dijo que no le había gustado la forma como ese joven la había mirado toda la noche. 275
La hija soñaba despierta con su desconocido galán. Al día siguiente… El amanecer se hizo sentir con el canto del gallo, en la cocina Encarnación ya se había incorporado a sus labores y en la preparación del desayuno, un agradable aroma de café recién colado invitaba a levantarse. La inquieta joven no había podido dormir, se hacía tantas preguntas en su mente, por momentos pensaba en su colegio, en sus amigas, en las advertencias de las monjas de cuidarse y no atender al llamado de la tentación de enamorarse porque aún era muy chica y debía terminar sus estudios. El sol comenzaba a colarse por las hendijas de los postigos de la vieja ventana del cuarto. Extrañamente doña Cleofe seguía dormida. Carmencita procuro no hacer ruido, salió del cuarto y se fue directamente a la cocina. Todos dormían. Encarnación al verla, inmediatamente le ofreció un cafecito, cruzaron varias palabras y de pronto se sintió motivada de caminar por los corredores de la casa, observaba lo modesta que era, pero no faltaba nada, sus muebles eran de paleta de madera, en la pared de la sala colgaban algunos cuadros sin mayor interés para ella, reinaba la sencillez pero se percibía en los detalles el amor de la pareja. Se acercó al patio central de la casa, los helechos colgaban hasta casi llegar al piso de antiguo mosaico de caico español, y percibió un grato aroma, el de un árbol de rojas y acidas granadas que estaba en el medio del patio, quiso tomar una pero decidió dejarlo para después. Trataba de aquietar su mente, seguía haciéndose preguntas ¿Quién era ese joven? que no lograba sacarlo de su pensamiento. Deseaba que pasaran las horas rápido para volverlo a ver. El llamado de la ayudanta de cocina la trajo a la realidad. “Señorita su desayuno está listo”, pero ella no tenía hambre, prefería esperar a los demás. Decidió seguir prestando atención a todos los detalles. Las voces de los dueños en la cocina la hicieron incorporarse, se saludaron cariñosamente y comenzaron hablar de la agradable velada de nochebuena. Consuelo de Aristiguieta con picardía le dijo: Creo que le llamaste la atención a ese joven, se ruborizo con el comentario y bajo la mirada, no quería que notaran que también a ella le interesaba. Minutos después se incorporó doña Cleofe. Encarnación, llamo a tomar el desayuno, todo estaba listo, las recién sacadas tortas de maíz del horno de leña, caraotas negras refritas, queso llanero rallado, crema de leche, suero y mantequilla. Todos se sentaron a desayunar. Había un extraño silencio que rompió el señor de la casa, pregunto como lo habían pasado en la agradable velada. La inteligencia de la pareja percibió que algo andaba mal. 276
Ese mismo día Hernán le hablo seriamente de sus intenciones a doña Cleofe, le declaró que se había enamorado de su hija desde el mismo momento que la vio. Solicito la aprobación de seguir visitándola. Ella se negó y dirigiéndose a Hernán le dijo: ―Mire joven, ¿cómo usted va pretender a mi hija? Es una niña, no sabe hacer nada, no sabe coser, ni cocinar, ni atender un hogar. Ante lo cual, como todo un caballero él le respondió: ―No se preocupe, ella no tendrá necesidad de hacer nada de eso, yo no busco una mujer para que me atienda. Será mi esposa, la madre de mis hijos, será amada por mí, nada le faltara. Después de pensarlo bien, doña Cleofe acepto la propuesta del enamorado de su hija. …Así fue, al mes de conocerse Hernán y Carmencita se casaron, fueron almas gemelas, aun hoy Carmencita dice lo feliz que la hizo Hernán. El amor de ellos fue la muestra más pura que yo haya conocido. Estuvieron más de cincuenta años de feliz matrimonio, tuvieron once hijos y al nacer uno de los varones en honor y amor aquel gran amigo de siempre, el ahora padre le puso el nombre de Félix. Carmencita hoy tiene noventa y tres años y sigue hablando de su amado, de su vida maravillosa, lo feliz que la hizo, y se llena de alegrías y emoción cuando cuenta su historia. Aun le brillan sus ojos cuando recuerda la extraordinaria vida de quien apenas le guiño el ojo en una misa.
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ACOSTA LARROSA, ELSA................................................................. 3
Vida y muerte del Tigre Nº 5 y de Robustiano Fernández, el barbero.......................................3 El barco aquel...............................................................5 AGUILERA CABRERA, FEDERICO GABRIEL................................. 6
Pueblo de arena.............................................................6 Piel y recuerdo..............................................................7 ALBALAT, NORA................................................................................ 9
Amor de hija.................................................................9 ALVARADO, MÓNICA..................................................................... 10
El asesino......................................................................10 AMARILLA, JOSÉ ÁNGEL............................................................... 12
Recuerdos de Phuket.....................................................12 Desgracia con suerte......................................................15 El otro...........................................................................17 AMATO, MARÍA ISABEL................................................................. 18
La pequeñez y la grandeza.............................................18 Al final de las lágrimas...................................................24 ARTEAGA HERNÁNDEZ, BÁRBARA LINA.................................... 26
Atardeceres....................................................................26 Búscame........................................................................30 ASTUDILLO, ADRIANA MARGARITA........................................... 31
Mi ángel .......................................................................31 ATENCIO, SILVINA......................................................................... 32
Poco a poco...................................................................32 BALBUENA, SILVIA ALICIA............................................................ 33
La leyenda del décimo templario...................................33 BARREIRO, KARINA LAURA.......................................................... 39
La confesión..................................................................39 Indispensable................................................................41 BARRERA ANDRADA, SANDRA R................................................. 42
Aires de ciudad..............................................................42 278
BAZÁN, E. N. ................................................................................... 43
Ciudad de gigantes........................................................43 Para la vida ...................................................................44 BECERRA, LUIS ALBERTO............................................................. 47
Silencio: Los héroes descansan.......................................47 BENEDETTI, LUCIA CRISTINA..................................................... 49
No es para tanto ...........................................................49 BOBASSO, OSVALDO ALBERTO................................................... 51
La soñada......................................................................51 BOCCARDO, STELLA MARIS........................................................ 53
Búsqueda......................................................................53 BÖSCH, ELIANE.............................................................................. 54
El bicho........................................................................54 BRAVO DE RIGALLI, ISABEL......................................................... 55
Desde ese ayer..............................................................55 BRENNA, SUSANA........................................................................... 56
El consejo inolvidable...................................................56 Hallazgo........................................................................59 BUSANICHE, JULIO ALBERTO...................................................... 61
Inefable pareja...............................................................61 Sueño............................................................................64 Encuentro.....................................................................65 Propuesta......................................................................65 CAFFER, LUISA................................................................................ 66
Anhelos.........................................................................66 CAIXACH LAHITTE, MARÍA EUGENIA........................................ 67
El secreto de la sierra....................................................67 CALABRIA, ELSA MARÍA................................................................ 70
Recuerdos de la Infancia................................................70 Llamas de amor.............................................................73 CAROZZA, INÉS CATALINA........................................................... 74
Ausencia........................................................................74 279
CASAÑAS, GABRIELA INÉS............................................................ 76
Paco de amor................................................................76 Desde el balcón.............................................................79 CASTAÑARES, ABRIL MICAELA.................................................... 81
I’m................................................................................81 CEBALLOS, LUIS EDUARDO......................................................... 86
Caminos.......................................................................86 Nuestra noche...............................................................89 CIA, JUAN CARLOS......................................................................... 90
El loco de los relojes......................................................90 CLAUSEN, MARÍA ISABEL.............................................................. 96
Cuando las puertas del cielo se abrieron........................96 D’ALESSANDRO, MARICEL B........................................................ 99
Efímero.........................................................................99 DELFINO, PATRICIA MARCELA.................................................. 101
La soledad que me habita..............................................101 DIMARTINO de PAOLI, MARGARITA......................................... 103
¿Por qué?.......................................................................103 DOLCEMELO, JUANA NOEMÍ..................................................... 104
Rompecabezas...............................................................104 DONVITO, HÉCTOR HUGO........................................................ 105
El viaje..........................................................................105 Mini suicidio................................................................109 DRUETTA, MÓNICA..................................................................... 111
Orfandad......................................................................111 ESPIÑO, ALBA............................................................................... 113
Agua y granizo..............................................................113 Dejémoslo así................................................................115 ESTÉVEZ BUTELER, GASTÓN..................................................... 117
Sin vergüenza................................................................117 FALABELLA, RUBÉN DANIEL...................................................... 120 280
Compañero...................................................................120 Las luces........................................................................122 Hay poetas....................................................................122 FERRARI, SILVANA SOLEDAD..................................................... 124
Alfajor...........................................................................124 FERRERO, ZULLY.......................................................................... 126
El viejo sillón................................................................126 FONSECA GUERIN, PATRICIA VIVIANA NOEMÍ...................... 127
Si pudiera besarte..........................................................127 FORCINITI, PATRICIA.................................................................. 129
Momentos....................................................................129 FUSTER, MARÍA ELENA............................................................... 130
Número equivocado......................................................130 GARRONE, SERGIO EZEQUIEL................................................... 137
Hice justicia..................................................................137 Los nómades sedentarios...............................................140 Fin................................................................................142 La soledad.....................................................................142 GIORDANO, LUIS ELÍAS.............................................................. 144
El vuelo de los gemelos.................................................144 No veo..........................................................................147 GONZÁLEZ CHUQUEL, STELLA MARIS.................................... 148
Ruidos molestos............................................................148 Los descuidos................................................................149 GONZÁLEZ, RENÉ ARMANDO................................................... 150
La moza........................................................................150 GUDIÑO, SANDRA GRACIELA.................................................... 151
Contradicciones............................................................151 HERMOSO, AMANDA ZULEMA.................................................. 153
El cartero tenaz.............................................................153 ICASURIAGA, ANA MARÍA........................................................... 154
Inés...............................................................................154 281
JUELE PONS, ALMA...................................................................... 155
Silencio.........................................................................155 Amigas ........................................................................156 LAGUZZI, ROCCO........................................................................ 157
Modelo vivo de sindicalismo.........................................157 LANDETE, LUCÍA......................................................................... 158
El príncipe atrapado......................................................158 LÓPEZ FERRARI, YOLANDA ...................................................... 162
Epitafio de un amor......................................................162 MARSILLI, JOSÉ ALBERTO.......................................................... 163
El barrio del desencuentro.............................................163 MODAY, MAURICIO..................................................................... 168
Manuela y el Escultor....................................................168 NARDI, MOIRA............................................................................. 170
Cuatro torres quieren matar a mi madre........................170 MONTIEL, GERMAN JOSÉ........................................................... 172
Nueve cruces.................................................................172 NEGRI, RODOLFO OSCAR.......................................................... 175
La increíble historia de las vacas vírgenes.......................175 NOCENTE, LIDIA.......................................................................... 178
El niño que fuiste..........................................................178 OCHOA, MARGARITA JULIA....................................................... 179
Ausencia de vuelo..........................................................179 Regreso en abril.............................................................182 OLARIAGA, MARÍA ALEJANDRA................................................ 184
Un refugio en el pasado.................................................184 PALACIOS, LIDIA INÉS................................................................. 187
Para ser.........................................................................187 PALOMINO, MARÍA MÓNICA..................................................... 189
El castillo de amboise....................................................189 PERALTA REYES DE GARCIARENA, MIRIAM ADRIANA.......... 191 282
Artesano del amor.........................................................191 PEREYRA, LILIANA NOEMÍ......................................................... 194
El libro..........................................................................194 PÉREZ, JOSÉ RICARDO................................................................ 196
En un lugar de la mancha..............................................196 Pobladora del paso de los días.......................................201 PÉREZ DE VILLARREAL, CARLOS FÉLIX................................... 202
En las ceremonias, al temblor de la hogueras….............202 Historias del viejo faro ................................................204 Venganza.......................................................................206 PIHEN DE GONZÁLEZ, MARÍA FELISA..................................... 207 POGONZA, FELIPA....................................................................... 210
Era del monte...............................................................210 PONSO, MIRTHA.......................................................................... 212
De rodillas....................................................................212 POUSA FERNANDEZ, FERNANDO............................................. 213
El amor en los puentes de la eternidad..........................213 RABELLINO BENTANCUR, MARÍA ESPERANZA...................... 215
Viaje a la esencia...........................................................215 El hacha de la justicia....................................................217 RAMIREZ ORGÁN, MARTHA....................................................... 218
La calandria..................................................................218 No te has ido.................................................................218 RIZZI, MARÍA EMMA.................................................................... 220
En proceso....................................................................220 Quiero bailar ...............................................................220 ROBERTS, SUSANA....................................................................... 221
La voz del Amor............................................................221 ROQUIER, MARÍA ELENA............................................................ 223
El secreto......................................................................223 ROSSO DE BAIGORRI, RAQUEL................................................. 225 283
El templo de la luna......................................................225 El cuento va en micro...................................................226 Abismo.........................................................................226 SANTA CRUZ, BEATRIZ................................................................ 227
Bajeza...........................................................................227 SANTORO, DANIEL EDMUNDO................................................. 229
Origami........................................................................229 Consuelo.......................................................................232 SCHUHMAYER, ERICA................................................................. 235
El paseador de perros....................................................235 SCREMIN BENITEZ, LUIS ALBERTO.......................................... 238
El kaguï (El triste)............................................................................... 238 SENGIALI, LUIS............................................................................. 244
29 de abril.....................................................................244 SERVANDO RODRIGUEZ, FEDERICO....................................... 246
Despedida.....................................................................246 SESMA, ALICIA BEATRIZ............................................................. 248
La estrellita viajera.........................................................248 No se escucha................................................................250 SINELLI, VIVIAN RUT................................................................... 252
Distancia.......................................................................252 SOSIO, MIRTA TERESITA............................................................. 253
Descubrimiento............................................................253 SOTO, DANIEL ANTONIO........................................................... 254
El teléfono....................................................................254 Ninguno llegó...............................................................259 TEALDI, MARIO .......................................................................... 260
Todavía Puedo..............................................................260 VELÁZQUEZ, MARÍA ALCIRA...................................................... 261
Ana...............................................................................261 Yo.................................................................................264 284
VERNI, NICOLÁS.......................................................................... 266
El fin de la noche..........................................................266 Detrás….......................................................................270 El origen.......................................................................271 ZAMORA MORA, YAJAIRA........................................................... 272
El guiño de un ojo........................................................272
285