¡Que viva la música! de Andrés Caicedo: La realidad social como pasión alucinada. Luis Orlando Serrano Bogotá D.C., lunes 29 de noviembre de 2010
La literatura en particular - el arte en general - suele ser anaquel de la memoria, testimonio útil para desentrañar las claves de nuestro devenir, los elementos del conflicto y de la realidad, una explicación a través de la ficción de nuestros avances y nuestras frustraciones, el cristal claroscuro pero inexorable que nos muestra lo que somos, lo que dejamos de ser, el escenario mítico donde transcurren “los elementos del desastre” o “el jardín de los senderos que se bifurcan” como lo anuncian los títulos certeros en sendas narraciones de Álvaro Mutis y Jorge Luis Borges. Realismo natural, surrealismo, realismo mágico. Se puede escoger según el gusto, ahí están los signos para descifrarnos y dilucidar la sociedad en que vivimos. En uno de esos anaqueles de la memoria, está el relato intenso y desesperado de Andrés Caicedo, como es ¡Que viva la música!, su única novela, escrita entre 1972 y 1974, y que anticipa gran parte de los fenómenos de la sociedad colombiana actual. Con su técnica de narración en primera persona, a manera de diálogo interior el autor se transmuta en María del Carmen Huerta, una mujer rubia, quien es a su vez protagonista, eje y epicentro de la acción, en la que se destaca la omnipresencia de la música, que es “el elemento modelador de las acciones y pensamientos de los personajes”.1 Su lenguaje descomplicado revela la jerga de los personajes al natural, en ese submundo donde se confunden el psicópata, el traficante, el rumbero, el hampón de barrio y el desarraigado de su núcleo social y familiar. Quizás en las peripecias de esa mujer rumbera, sin escrúpulos, quiere el autor representar la evolución social y cultural de la sociedad y de su Cali natal, claramente segregada entre norte y sur, entre clase acomodada y clase pobre. Una ciudad con ambiente tradicional, que sufre los estertores propios de las transformaciones urbanas, cuando al crecer las avenidas y las construcciones, ese desarrollo también trae culturas e influencias como la norteamericana y la europea, que acarrean nuevas expectativas, la búsqueda de sensaciones extremas y la mezcla de música, drogas, sexo y alcohol. Pero esos sobresaltos, como lo señala el final de la novela, pueden desembocar para unos en la industria floreciente de la fiesta y el entretenimiento, y para otros en crisis, angustia, locura y desolación, triste destino que la protagonista advierte en el espejo donde goza mirándose, el cual tiene una fisura deforme que absorbe su imagen, clara alusión a las aberraciones de la visión con que pretendemos observarnos.
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Carvajal Córdoba, Edwin Alberto. “Música y ciudad en ¡Que viva la música!”. En Estudio previo y edición crítica de la obra narrativa y dramática de Andrés Caicedo. Tesis doctoral, Granada: Universidad de Granada, Doctorado en Teoría de la literatura y literatura comparada, 2007. Pág. 195.
Se nos presenta la ciudad como personaje, también la juventud como protagonista en su desvarío por ubicarse en el mundo escarceando entre la rebeldía, la ruptura con los valores tradicionales, el alejamiento de la familia, el consumo de drogas estimulantes y estupefacientes, el sexo libre y el vértigo de la rumba sin control. Así lo señala Jorge Mario Ochoa quien analiza que la obra está “centrada exclusivamente en el mundo adolescente y en el espacio urbano de Cali”2 Según Ernando Motato, “… los personajes viven los más intensos conflictos de lo urbano, de la ciudad sacudida por los estertores de la violencia, por el agrupamiento de grandes sectores marginales, en este caso del negro.”3 Pero también, almendra de exactos dicotiledones, fragmentada en dos exactas dimensiones, meridianos de una misma existencia, la novela contiene rigurosamente la primera mitad dedicada al rock, el que atribuye predilecto de la gente bien y adinerada del “nortecito”. La segunda mitad, es continente de la salsa, ritmo desenfrenado, lujurioso e incesante, que proviene de la gente del sur. Aquí la digresión consiste en que el rock y la salsa, son el referente de expresiones culturales foráneas que provienen básicamente de Estados Unidos, Puerto Rico, el Caribe y Centroamérica. Está entonces, el conflicto entre lo tradicional y lo nuevo que llega casi invadiendo; la tensión entre el folclor autóctono y los cantos extranjeros cuyas letras del rock ni se entienden porque los jóvenes caleños de la novela escasamente conocen el idioma ingles. A este respecto, Cesar Valencia Solanilla argumenta que esta novela “…dio comienzo a una nueva forma particular de indagar elementos específicos de nuestra identidad cultural.”4. En el texto hay episodios que resultaron ser el pronóstico de tantos capítulos ya sucedidos en nuestro devenir social, cultural y político. No es casual que la novela comience describiendo la mañana en que la rubia protagonista abandona su grupo de estudio sobre El Capital. Durante los años setenta, tanto en Cali como en todo el país, afloraban nuevas ideas que emanaban de los grandes movimientos sociales y políticos de otros países: la revolución cubana, el mayo francés del 68, los jóvenes movilizados contra la guerra del Viet-Nam, la gesta del Che en Bolivia y los movimientos pacifistas de Norteamérica. En la novela se hace referencia a la actividad universitaria y algunos ecos de movimiento estudiantil, que incluía un buen número de colegios de Cali. Según el análisis de Adriana Hernández se puede afirmar “…que todos los personajes de ¡Que viva
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Ochoa, Jorge Mario. “La narrativa de Andrés Caicedo”. Manizales: Universidad de Caldas, 1993. Pág. 129. En Carvajal Córdoba, Edwin Alberto. En Estudio previo y edición crítica de la obra narrativa y dramática de Andrés Caicedo. Tesis doctoral, Granada: Universidad de Granada, Doctorado en teoría de la Teoría de la literatura y Literatura comparada, 2007. Pág. 239. 3 Motato. Ernando. “¡Que viva la música!: Cali-doscopio de una conciencia.” Revista de Estudios Colombianos. 19 (1999) pp 70,72. En Ídem, pág. 238. 4 Valencia Solanilla, César. “La novela colombiana contemporánea en la modernidad literaria.” En Manual de literatura Colombiana II. Bogota: Planeta, 1993, pág. 500. En Ibidem, pág. 237.
la música! estructuran unas relaciones particularmente contradictorias con el poder, con la cultura, con la literatura, con la sociedad, relaciones de clase y de ideología.” 5 En la novela de Andrés Caicedo, ¡Que viva la música! son protagonistas del conflicto la ciudad, la juventud y la música junto a otros actores sociales, jóvenes desadaptados, habitantes marginales, universitarios con inquietudes políticas, en medio del crecimiento urbano y la aparición de influencias extranjeras con sus secuelas de ilegalidad, violencia y enriquecimiento ilícito que posteriormente han tenido fuertes implicaciones en el país. Algunos sostienen que Andrés Caicedo fue un exponente de la realidad directa en oposición al “realismo mágico”. Hoy se puede afirmar que es uno de los escritores de la llamada “novela urbana”. En contraposición y en coincidencia a la vez con el llamado realismo mágico, la escritura crudamente realista de Andrés Caicedo devela con su ficción alucinada toda la complejidad y diversidad que nos atañe en cuanto sociedad, con una poderosa semiótica, con un entramado maravilloso de signos y señales, con un desborde inaudito de sensaciones y placeres, en últimas lo que contiene exuberante el arte que apasiona y la literatura que enaltece la sensibilidad humana. @LuisOrlandoS
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Hernández Adriana.(2004) “¡Que viva la música!:La escritura desde abajo” [en línea], disponible en: Auditorio Virtual, <http://www.smav2.com.ar/auditoriovirtual/ ensayos/hernandez_caicedo.htm>, consultado: 16 noviembre de 2010.