EMPOCILLADA

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Autor: Carolina Rubiano - Alejandro Pedraza Ilustradora: Carolina Rubiano Diseño y diagramación: Luis Ramos Corrección de estilo y forma: Ma. Alejandra Rubiano – Rafael Chacón Impresión: Empresa Gráfica Bogotá - Colombia Primera edición 2011


Empocillada

Por Carolina Rubiano y Alejandro Pedraza



Al trauma, a la acción y la epopeya de ser hijos y padres. Y a Sara‌ Reparadora de almas.



Todos usan pocillos, los ves caminar con ellos sin regar una gota, los ves manejar mientras toman tinto y el lĂ­quido no se derrama.


Ella no, ella usa pocillos, pero estos parecen odiarla. Mientras el lĂ­quido es servido, ella analiza la estrategia de agarre, la forma en la que lo pondrĂĄ sobre la mesa, es mĂĄs, estĂĄ pendiente del desnivel de la misma,


pero sin importar nada el l铆quido rebelde es escupido del contenedor boc贸n y se derrama, y hace y crea mancha.


Esa mancha de siempre, esa mancha que pareciera gritar torpeza. Entonces cuando ella la ve, teme, teme porque vuelve en el tiempo, teme aun si nadie la estรก viendo limpiar el reguero,


ella teme al pocillo y a su lĂ­quido, incluso cuando los ve en pie, pues acaban volteados de la forma mĂĄs inesperada.


Cierto día caminando por la calle, en el borde de una ventana, había un hermoso pocillo de f lores, ella lo miró y éste, en un acto terrible, se lanzó al vacío, se suicidó derramando lo que parecía un agua aromática; ella observó cuadro a cuadro la caída, luego levantó la mirada y vió la cara de una anciana que mirándola con dureza la hizo sentir culpable.



Siempre ha sido así, en su infancia duró largas temporadas comiendo en las escaleras, aislada de los demás, pues la mesa de madera se tornaba blanca cuando las bebidas calientes se vertían en ella; desde ahí, resguardada en la guarida que era la escalera, veía a su familia departir.



Y cuando estaba en la mesa, su temor se convertía en pánico, el líquido podía derramarse, los improperios y golpes también.


Aquella vez, la tensi贸n en casa era evidente, s贸lo faltaba una chispa, y la chispa fue el chocolate, derramose en la superficie, la mirada gacha escuch贸 el reclamo, el cuerpo sumiso recibi贸 el golpe, y el golpe y el golpe,


las piernas temblorosas corrieron a la habitación, golpe, golpe, golpe, el cuerpo acudió a su antepasado felino y buscó abrigo bajo la cama, golpe, golpe, golpe, la búsqueda del mal provee herramientas, la escoba se hizo presente y hurgó la carne, golpe, golpe, golpe.



Mientras ella empacaba su ropa, flores y cositas de mil colores, papeles y cuadernos, ĂŠl la veĂ­a incrĂŠdulo,


le parecía que sólo habían pasado unos días desde aquel pasado reciente en que ella aún no sabía caminar, ahora el presente se vengaba y ella corría, y corría lejos de él, por culpa de él, a razón de él.


Su padre se equivocó, la letra con sangre no entra y menos el amor, ahora él debía pedir perdón, pero era impotente para ello pues en medio de su errada lección vivía en el orgullo y en él no cabía la debilidad de la conversación, entonces temeroso de ella y de sí mismo se escondió, mirando desde la ventana como poco a poco las cajitas entraban en la pequeña camionetica y finalmente lloró.



Ella cargaba una bolsita de leche instantĂĄnea que comĂ­a impulsivamente a probaditas y que por momentos le permitĂ­a endulzar el sabor amargo de su huida; con la mirada perdida en la nueva realidad, navegando temerosa en un mar incierto y oscuro,


trató de ayudarse, de consolar a la niña que era y llevaba dentro buscando instintivamente con la mirada un gesto intempestivo, una reconciliación de última hora, pero no pudo erguirse, un peso más fuerte que su voluntad aprisionaba sus músculos, y poco a poco la camionetica con su rum rum de motor en marcha, llenaba su barriga de expectación, hasta que ella no pudo más y, recostada, se dejó vencer.


Luego, sin apenas darse cuenta del tiempo, el espacio se la tragรณ, llevรกndola para otro lado, sรณlo alcanzรณ a ver esa figura distante y abatida en la ventana un segundo, la camionetica acelerรณ.



Años de combate y desazón pasaron hasta que ella se incorporó, económicamente aprendió labor, conoció de cerca la soledad, de cómo piensa el dolor, alejó el fantasma del rencor, imaginó en su vida el perdón…


Ha pasado el tiempo, mucho tiempo, y a煤n tropieza con el miedo a la taza furtiva, esa que espera su codo o su brazo, su mano o su simple vista. La odiada por las tazas vive en medio de sus regueritos como historia de condici贸n.


Sin embargo, tal vez no es odio, tal vez ella es la reina de las tazas y pocillos del mundo, y quizรก el derramar sea simplemente la venia de las tazas, vasos y pocillos,


y tal vez ella sea la testigo universal del reino de las cosas, de la mística de los objetos, tal vez sí o tal vez sólo sea la niña torpe que decía su padre… Pero algo había cambiado pues ahora y para siempre sería una torpe feliz.



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