Luna Insomne # 1

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Luna Insomne

№ 1, diciembre de 2010 Literatura| Pensamiento| Artes Visuales

Homenaje a René Del Risco Bermúdez.


Revista Luna Insomne

CONTENIDO Editorial Poesía Selección Poética de René Del Risco Bermúdez.

Narrativa Selección Narrativa de René Del Risco Bermúdez.

Pensamiento Memorias del Viento Frío por Pedro Conde Sturla. Recordándote René Del Risco, claro, a mi manera por Freddy Ginebra.

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Revista Luna Insomne

EDITORIAL El nacimiento de una revista de literatura es motivo de regocijo, máxime en un país donde los suplementos culturales han ido desapareciendo y los espacios tradicionales de difusión son cada vez menos y a los creadores les ha tocado divulgar su trabajo a través de espacios virtuales como blogs, facebook, twitter y revistas digitales que han surgido y abren espacios a nuevas voces. Luna Insomne nace para divulgar el trabajo de los creadores dominicanos a través de la web y al mismo tiempo que esos creadores entren en contactos con otros escritores y artistas visuales de todo al mundo y que esto sirve como una vía de dar a conocer sus trabajos y de discutir las ultimas tendencias y escuelas que surgen en la literatura y en las artes visuales. Con el claro objetivo de difundir la creación artística dominicana que mejor forma de comenzar a trillar este camino que rindiendo homenaje a una de las voces más originales de la literatura dominicana: René Del Risco Bermúdez. René Del Risco Bermúdez nació el 9 de mayo de 1937 en San Pedro De Macorís. Poeta, narrador, publicista, compositor, locutor, presentador, activista político. Su libro El viento frío es considerado el texto inaugural de la modernidad en la literatura dominicana. En esta edición especial presentamos una selección poética de René (de su poemario El viento frío), dos cuentos (Ahora que vuelvo, Ton y El mundo sigue, Celina), un fragmento de su novela póstuma El cumpleaños de Porfirio Chávez. Además, un ensayo del critico Pedro Conde Sturla (Memorias del viento frío) y un escrito de despedida de su amigo Freddy Ginebra (Recordándote René Del Risco, claro, a mi manera). La ilustración de portada fue realizada por Marcelo Ferder inspirada en el cuento Ahora que vuelvo, Ton. ¡Que tengan buena lectura!

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Revista Luna Insomne

Poesía René del Risco Bermúdez

El viento frío

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ebo saludar la tarde desde lo alto, poner mis palabras del lado de la vida y confundirme con los hombres por calles en donde empieza a caer la noche. Debo buscar la sonrisa de mis camaradas y tocar en el hombro a una mujer que lee revistas mordiendo un cigarrillo; ya no es hora de contar sordas historias, episodios de irremediable llanto, todo perdido, terminado... Ahora estamos frente a otro tiempo del que no podemos salir hacia atrás, estamos frente a las voces y las risas, alguien alza en sus brazos a un niño, otros hay que destapan botellas buscan entretenidamente alguna dirección, una calle, una casa pintada de verde con balcones hacia el mar... Debo buscar a los demás, a la muchacha que cruza la ciudad con extraños perfumes en los labios, al hombre que hace vasijas de metal, a los que van amargamente alegres a las fiestas. Debo saludar a los camaradas indiferentes y a los que viajan hacia otra parte del mundo, porque todo ha cambiado de repente y se ha extinguido la pequeña llama que un instante nos azotó, quemó las manos de alguien, el cabello, la cabeza de alguien. Ahora se acaban aquellas palabras, se harán ceniza del corazón,

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Revista Luna Insomne se quedarán para uno mismo... Es hermoso ahora besar la espalda de la esposa, la muchacha vistiéndose en un edificio cercano, el viento frío que acerca su hocico suave a las paredes, que toca la nariz, que entra en nosotros y sigue lentamente por la calle, por toda la ciudad...

Todo sucederá

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odo sucederá, y esta sonrisa sucederá también. Los hombres con sus "antes" y sus "como" también sucederán, como la noche... Al atardecer alguien se anudará la corbata y echará unas monedas al bolsillo, bien habrá quien respire hondamente en un balcón... Todo sucederá, y una muchacha perfumará el pañuelo de su amante, tal vez se suicide en algún sitio para que sus amigos la entierren tristemente. Esta sonrisa sucederá también, y las palomas, los silbidos, cada minuto, las pisadas, los niños con su trompo en las aceras, todo sucederá, sucederemos, haremos cosas cada día y nunca el día alcanzará completamente... Tú caminarás con un poco de amor entre los ojos, mirando el mar, más verde sin tu muerte, hombres te esperarán, dirán palabras y después perderán su antiguo rostro. Vendremos tantas veces! Otras habrá que renunciar, cerraremos alguna puerta, cortaremos una flor, tal vez diremos cosas en voz baja, será como quitarse un antifaz, como reconocer a un viejo amigo, excusarnos en medio de la soledad. Pero sucederá, y esta sonrisa sucederá también, y los sollozos,

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Revista Luna Insomne el abrazo más fuerte, la mañana buscada alegremente hacia los parques, sucederá el olvido, sucedemos...

La mañana

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sto es apenas la mañana. Una rápida voz, algún pájaro erguido unos instantes sobre el cordón eléctrico... La mano fresca encendiendo la radio, suavemente, el pescado, como una espada azul, en medio de la cesta... Vendrá una voz después, la voz de una mujer que ofrecerá su cuello, su amistad, pero que seguirá nerviosamente entre nosotros. En tanto, esto es apenas... Las letras negras en el diario, la camisa de la noche anterior, y el café, cuando en la mecedora tratamos de ordenar rápidamente nuestros pasos... Luego, una palabras, las escaleras... El día avanzando entre colores brillantes y las voces...

Han empezado...

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a mujer, en la ciudad, empieza el día semidesnuda, cantando. El hombre, en la ciudad, aspira el aire y se aprieta el cinturón de cuero. El hombre y la mujer empiezan a llenar la casa con sus pasos...

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Revista Luna Insomne La mujer se perfuma y dice algunas cosas a los niños. El hombre abre el refrigerador y hace preguntas. El hombre y la mujer empiezan a llenar el día de palabras... La mujer, en la ciudad, se ha pintado los labios y guarda algo en su cartera de color de fresa. El hombre, en la ciudad, ha tomado el café y junto a la puerta se pone el saco y el sombrero... En la ciudad, el hombre y la mujer han empezado a llenarse de tristeza...

Esta dulce mujer...

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esta mujer la asesinaron un día con una sola palabra. A esta mujer la asesinan diariamente con otros nombres y palabras cantadas sobre el hombro. A esta mujer la asesinaron una tarde con besos y alegría junto al mar, le tocaron las manos y fue como tocarle el corazón con una uña. A esta mujer la están asesinando cada noche con ternura y palabras dichas en la sombra. A esta mujer la asesinan con miradas desde los balcones y los escritorios; la asesinan alguna vez el estudiante bajo las arboledas, el poeta, mi hermano, desde su canto extrañamente venido de la infancia, o el taxista, el joven por un instante amigo de la muerte. A esta mujer la asesinaron una tarde con unas letras y un beso entre los amigos. Le tomaron los cabellos y ella sonrió como el niño que no entiende ciertas cosas...

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Revista Luna Insomne A esta mujer la asesinan por las maĂąanas con canciones y llamadas telefĂłnicas, y ella se pone un prendedor porque no sabe de su muerte... Esta mujer se peina y se danza y camina suavemente como apoyĂĄndose en la brisa... Esta dulce mujer asesinada...!

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Revista Luna Insomne

NARRATIVA René del Risco Bermúdez Ahora que vuelvo, Ton.

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ras realmente pintoresco, Ton; con aquella gorra de los Tigres del Licey, que ya no era azul sino berrenda, y el pantalón de kaky que te ponías planchadito los sábados por la tarde para irte a juntarte con nosotros en la glorieta del Parque Salvador a ver las paradas de los Boys Scouts en la avenida y a corretear y bromear hasta que de repente la noche oscurecía el recinto y nuestros gritos se apagaban por las calles del barrio. Te recuerdo, porque hoy he aprendido a querer a los muchachos como tú y entonces me empeño en recordar esa tu voz cansona y timorata y aquella insistente cojera que te hacía brincar a cada paso y que sin embargo no te impedía correr de home a primera, cuando Juan se te acercaba y te decía al oído "vamos a sorprenderlos, Ton; toca por tercera y corre mucho". Como jugabas con los muchachos del "Aurora", compartiste con nosotros muchas veces la alegría de formar aquella rueda en el box "¡rosi, rosi, sin bom-ba - Aurora Aurora - ra- ra- ra!" y eso que tú no podías jugar todas las entradas de un partido porque había que esperar a que nos fuéramos por encima del "Miramar" o "la Barca" para darle "un chance a Ton que vino tempranito" y "no te apures, Ton que ahorita entras de emergente ". ¿Cómo llegaste al barrio? ¿Cuándo? ¿Quién te invitó a la pandilla? ¿Qué cuento de Pedro Animal hizo Toñín esa noche, Ton? ¿Serías capaz de recordar que en el radio en casa de Candelario todas las noches "Mejoral, el calmante sin rival, presenta "Cárcel de mujeres", y entonces alguien daba palmadas desde la puerta de una casa y ya era hora de irse a dormir, "se rompió la taza..." Yo no sé si tú, con esa manera de mirar con un guiño que tenías cuando el sol te molestaba, podrías reconocerme ahora. Probablemente la pipa apretada entre los dientes me

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Revista Luna Insomne presta una apariencia demasiado extraña a ti, o esta gordura que empieza a redondear mi cara y las entradas cada vez más obvias en mi cabeza, han desdibujado ya lo que podría recordarse de aquel muchacho que se hacía la raya a un lado, y que algunas tardes te acompañó a ver los trainning de Kid Barquerito y de 22-22 en la cancha, en los tiempos en que "Barquero se va para La Habana a pelear con Acevedo" y Efraín, el entrenador, con el bigote de Joaquín Pardavé, "¡Arriba, arriba, así es, la izquierda, el jab ahora, eso es" y tú después, apoyándote en tu pie siempre empinado, "¡can-can-can-can!" golpeando el aire con tus puños, bajábamos por la calle Sánchez, "¡can-can-can! "jugabas la soga contra la pared, siempre saltando por tu cojera incorregible y yo te decía que "no jodas Ton" pero tú seguías y entonces, ya en pleno barrio, yo te quitaba la gorra, dejando al descubierto el óvalo grande de tu cabeza de zeppelín, aquella cabeza del "Ton, Melitón, cojo y cabezón!" con que el Flaco Pérez acompañaba el redoble de los tambores de los Boys Scouts para hacerte rabiar hasta el extremo de mentarle "¡Tumadrehijodelagranputa", y así llegábamos corriendo, uno detrás del otro, hasta la puerta de mi casa, donde, poniéndote la gorra, decías siempre lo mismo "¡a mí no me hables!". Para esos tiempos el barrio no estaba tan triste Ton, no caía esa luz desteñida y polvorienta sobre las casas ni este deprimente olor a toallas viejas se le pegaba a uno en la piel como un tierno y resignado vaho de miseria, a través de las calles por donde minutos atrás yo he venido inútilmente echando de menos los ojos juntos y cejudos del "búho Pujols", las latas de carbón a la puerta de la casa amarilla, el perro blanco y negro de los Pascual, la algarabía en las fiestas de cumpleaños de Pin Báez, en las que su padre tomaba cervezas con sus amigos sentado contra la pared de ladrillos, en un rincón sombrío del patio, y nosotros, yo con mi traje blanco almidonado; ahora recuerdo el bordoneo puntual y melancólico de la guitarra de Negro Alcántara, mientras alrededor del pozo corríamos y gritábamos y entre el ruido de la heladera el diente careado de Asia salía y se escondía alternativamente en cada grito. Era para morirse de risa, Ton, para enlodarse los zapatos; para empinarse junto al brocal y verse en el espejo negro del pozo, cara de círculos concéntricos, cabellos de helechos, salivazo en el ojo, y después "mira como te has puesto, cualquiera te revienta, perdiste dos botones,

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Revista Luna Insomne tigre, eso eres, un tigre, a este muchacho, Arturo, hay que quemarlo a golpes"; pero entonces éramos tan iguales, tan lo mismo, tan "fraile y convento, convento sin fraile, que vaya y que venga", Ton, que la vida era lo mismo, "un gustazo: un trancazo", para todos. Claro que ahora no es lo mismo. Los años han pasado. Comenzaron a pasar desde aquel día en que miré las aguas verdosas de la zanja, cuando papá cerró el candado y mamá se quedó mirando la casa por el vidrio trasero del carro y yo los saludé a ustedes, a ti, a Fremio, a Juan, a Toñín, que estaban en la esquina, y me quedé recordando esa cara que pusieron todos, un poco de tristeza y de rencor, cuando aquella mañana, (ocho y quince en la radio del carro) nos marchamos definitivamente del barrio y del pueblo. Ustedes quedarían para siempre contra la pared grisácea de la pulpería de Ulises. La puya del trompo haciendo un hoyo en el pavimento, la gangorra lanzada al aire con violenta soltura, machacando a puyazos y cabezazos la moneda ya negra de rodar por la calle; no tendrían en lo adelante otro lugar que junto a ese muro que se iría oscureciendo con los años "a Milita se la tiró Alberto en el callejoncito del tullío" escrito con carbón allí, y los días pasando con una sorda modorra que acabaría en recuerdo, en remota y desvaída imagen de un tiempo inexplicablemente perdido para siempre. Una mañana me dio por contarles a mis amigos de San Carlos cómo eran ustedes; les dije de Fremio, que descubrió que en el piso de los vagones, en el muelle, siempre quedaba azúcar parda cuando los barcos estaban cargando, y que se podía recoger a puñados y hasta llenar una funda y sentarnos a comerla en las escalinatas del viejo edificio de aduanas; les conté también de las zambullidas en el río y llegar hasta la goleta de tres palos, encallada en el lodo sobre uno de sus costados, y que una vez allí, con los pies en el agua, mirando el pueblo, el humo de la chimenea, las carretas que subían del puerto cargadas de mercancías, pasábamos el tiempo orinan-do, charlando, correteando de la popa al bauprés, hasta que en el reloj de la iglesia se hacía tarde y otra vez, braceando, ganamos la orilla en un escandaloso chapoteo que ahora me parece estar oyendo, aunque no lo creas, Ton. Los muchachos quedaron fascinados con nuestro mundo de manglares, de locomotoras, de cigüas, de cuevas de

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Revista Luna Insomne cangrejos, y desde entonces me hicieron relatar historias que en el curso de los días yo fui alterando poco a poco hasta llegar a atribuir a ustedes y a mí verdaderas epopeyas que yo mismo fui creyendo y repitiendo, no sé qué día en que quizás comprendí que sería completamente inútil ese afán por mostrarnos de una imagen que, como las viejas fotos, se amarilleaba y desteñía ineludiblemente. La vida fue cambiando, Ton; entonces yo me fui inclinando un poco a los libros y me interné en un extraño mundo mezcla de la Ciencia Natural de Fesquet, versos de Bécquer, y láminas de Billiken; me gustaba el camino al colegio cada mañana bajo los árboles de la avenida Independencia, el rostro de Rita Hayworth, en la pequeña y amarilla pantalla del "Capitolio", me hizo olvidar a Flash Gordon y a los Tres Chiflados. Ya para entonces papá ganaba buen dinero en su puesto de la Secretaría de Educación, y nos mudamos a una casa desde donde yo podía ver el mar y a Ivette, con sus shorts a rayas y sus trenzas doradas que marcaban el vivo ritmo de sus ojos y su cabeza; con ella me acostumbré a Nat King Cole, a Fernando Fernández, los viejos discos de los Modernaires, y aprendía a llevar el compás de sus golpes junto a la mesa de Ping-Pong; no le hablé nunca de ustedes, esa es la verdad, quizás porque nunca hubo la oportunidad para ello o tal vez porque los días de Ivette pasaron tan rápidos, tan llenos de "ven-mira-esta es Gretchen el Pontiac de papi dice Albertico - me voy a Canadá" que nunca tuve la necesidad ni el tiempo para recordarlos. ¿Tú sabes qué fue del Andrea Doria, Ton? Probablemente no lo sepas; yo lo recuerdo por unas fotos del "Miami Herald" y porque los muchachos latinos de la Universidad nos íbamos a un café de Coral Gables a cantar junto a jarrones de cerveza "Arrivederci Roma", balanceándonos en las sillas como si fuésemos en un bote salvavidas; yo estudiaba el inglés y me gustaba pronunciar el "good bay..." de la canción, con ese extraño gesto de la barbilla muy peculiar en las muchachas y muchachos de aquel país. ¿Y sabes, Ton, que una vez pensé en ustedes? Fue una mañana en que íbamos a lo largo de un muelle mirando los yates y vi un grupo de muchachos despeinados y sucios que sacaban sardinas de un jarro oxidado y las clavaban a la punta de sus anzuelos, yo me quedé mirando un instante aquella pandilla y vi un vivo retrato nuestro en el muelle de Macorís, sólo que nosotros no éramos rubios, ni llevábamos zapatos tennis, ni teníamos caña de pescar, ahí se deshizo mi sueño y seguí mirando los yates en compañía de mi amigo nicaragüense, muy aficionado a los deportes marinos.

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Revista Luna Insomne Y los años van cayendo con todo su peso sobre los recuerdos, sobre la vida vivida, y el pasado comienza a enterrarse en algún desconocido lugar, en una región del corazón y de los sueños en donde permanecerán, intactos tal vez, pero cubiertos por la mugre de los días sepultados bajo los libros leídos, la impresión de otros países, los apretones de manos, las tardes de fútbol, las borracheras, los malentendidos, el amor, las indigestiones, los trabajos. Por eso, Ton, cuando años más tarde me gradué de Médico, la fiesta no fue con ustedes sino que se celebró en varios lugares, corriendo alocadamente en aquel Triumph sin muffler que tronaba sobre el pavimento, bailando hasta el cansancio en el Country Club, descorchando botellas en la terraza, mientras mamá traía platos de bocadillos y papá me llamaba "doctor" entre las risas de los muchachos; ustedes no estuvieron allí ni yo estuve en ánimo, de reconstruir viejas y melancólicas imágenes de paredes derruidas, calles polvorientas, pitos de locomotoras y pies descalzos metidos en el agua lodosa del río, ahora los nombres eran Héctor, Fred, Américo, y hablaríamos del Mal de Parkinson, de las alergias, de los test de Jung y de Adler y también de ciertas obras de Thomas Mann y François Mauriac. Todo esto deberá serte tan extraño, Ton; te será tan "había una vez y dos son tres, el que no tiene azúcar no toma café " que me parece verte sentado a horcajadas sobre el muro sucio de la Avenida, perdidos los ojos vagos entre las ramas rojas de los almendros, escuchando a Juan contar las fabulosas historias de su tío marinero que había naufragado en el canal de la Mona y que en tiempos de la guerra estuvo prisionero de un submarino alemán, cerca de Curazao. Siempre asumieron tus ojos esa vaguedad triste e ingenua cuando algo te hacía ver que el mundo tenía otras dimensiones que tú, durmiendo entre sacos de carbón y naranjas podridas, no alcanzarías a conocer más que en las palabras de Juan, o en las películas de la guagüita Bayer o en las láminas deportivas de "Carteles". Yo no sé cuáles serían entonces tus sueños, Ton, o si no los tenías; yo no sé si las gentes como tú tienen sueños o si la cruda conciencia de sus realidades no se lo permiten, pero de todos modos yo no te dejaría soñar, te desvelaría contándote todo esto para de alguna forma volver a ser uno de ustedes, aunque sea por esta tarde solamente. Ahora te diría cómo, años después, mientras hacía estudios de Psiquiatría en España, conocí a Rosina, recién llegada de Italia con un grupo de excursionistas entre los que se

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Revista Luna Insomne hallaban sus dos hermanos, Piero y Francesco, que llevaban camisetas a rayas y el cabello caído sobre la frente. Nos encontramos accidentalmente, Ton, como suelen encontrarse las gentes en ciertas novelas de Françoise Sagan; tomábamos "Valdepeñas" en un mesón, después de una corrida de toros, y Rosina, que acostumbra a hablar haciendo grandes movimientos, levantaba los brazos y enseñaba el ombligo una pulgada más arriba de su pantalón blanco. Después sólo recuerdo que alguien volcó una botella de vino sobre mi chaqueta y que Piero cambiaba sonrisitas con el pianista en un oscuro lugar que nunca volví a encontrar. Meses más tarde, Rosina volvió a Madrid y nos alojamos en un pequeño piso al final de la Avenida Generalísimo; fuimos al fútbol, a los museos, al cine-club, a las ferias, al teatro, leímos, veraneamos, tocamos guitarra, escribimos versos, y una vez terminada mi especialidad, metimos los libros, los discos, la cámara fotográfica, la guitarra y la ropa en grandes maletas, y nos hicimos al mar. "¿Cómo es Santo Domingo?", me preguntaba Rosina una semana antes, cuando decidimos casarnos, y yo me limitaba a contestarle, "algo más que las palmas y tamboras que has visto en los afiches del Consulado". Eso pasó hace tiempo, Ton; todavía vivía papá cuando volvimos. ¿Sabes que murió papá? Debes saberlo. Lo enterramos aquí porque él siempre dijo que en este pueblo descansaría entre camaradas. Si vieras cómo se puso el viejo, tú que chanceabas con su rápido andar y sus ademanes vigorosos de "muñequito de cuerda", no lo hubieras reconocido; ralo el cabello grisáceo, desencajado el rostro, ronca la voz y la respiración, se fue gastando angustiosamente hasta morir una tarde en la penumbra de su habitación entre el fuerte olor de los medicamentos. Ahí mismo iba a morir mamá un año más tarde apenas; la vieja murió en sus cabales, con los ojos duros y brillantes, con la misma enérgica expresión que tanto nos asustaba Ton. Por mi parte, con Rosina no me fue tan bien como yo esperaba; nos hicimos de un bonito apartamiento en la avenida Bolívar y yo comencé a trabajar con relativo éxito en mi consultorio. Los meses pasaron a un ritmo normal para quienes llegan del extranjero y empiezan a montar el mecanismo de sus relaciones: invitaciones a la playa los domingos, cenas, a bailar los fines de semanas, paseos por las montañas, tertulias con artistas y colegas, invitaciones a las galerías, llamadas telefónicas de

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Revista Luna Insomne amigos, en fin ese relajamiento a que tiene uno que someterse cuando llega graduado del exterior y casado con una extranjera. Rosina asimilaba con naturalidad el ambiente y, salvo pequeñas resistencias, se mostraba feliz e interesada por todo lo que iba formando el ovillo de nuestra vida. Pero pronto las cosas comenzaron a cambiar, entré a dar cátedras a la Universidad y a la vez mi clientela crecía, con lo que mis ocupaciones y responsabilidades fueron cada vez mayores, en tanto había nacido Francesco José, y todo eso unido, dio un giro absoluto a nuestras relaciones. Rosina empezó a lamentarse de su gordura y entre el "Metrecal" y la balanza del baño dejaba a cada instante un rosario de palabras amargadas e hirientes, la vida era demasiado cara en el país, en Italia los taxis no son así, aquí no hace más que llover y cuando no el polvo se traga a la gente, el niño va a tener el pelo demasiado duro, el servicio es detestable, un matrimonio joven no debe ser un par de aburridos, Europa hace demasiada falta, uno no puede estar pegando botones a cada rato, el maldito frasco de "Sucaril" se rompió esta mañana, y así se fue amargando todo, amigo Ton, hasta que un día no fue posible oponer más sensatez ni más mesura y Rosina voló a Roma en "Alitalia" y yo no sé de mi hijo Francesco más que por dos cartas mensuales y unas cuantas fotos a colores que voy guardando aquí, en mi cartera, para sentir que crece junto a mí. Esa es la historia. Lo demás no será extraño, Ton. Mañana es Día de Finados y yo he venido a estar algún momento junto a la tumba de mis padres; quise venir desde hoy porque desde hace mucho tiempo me golpeaba en la mente la ilusión de este regreso. Pensé en volver a atravesar las calles del barrio, entrar en los callejones, respirar el olor de los cerezos, de los limoncillos, de la yerba de los solares, ir a aquella ventana por donde se podía ver el río y sus lanchones; encontrarlos a ustedes junto al muro gris de la pulpería de Ulises, tirar de los cabellos al "Búho Pujols", retozar con Fremio, chancear con Toñín y con Pericles, irnos a la glorieta del parque Salvador y buscar en el viento de la tarde el sonido uniforme de los redoblantes de los Boys Scouts. Pero quizás deba admitir que ya es un poco tarde, que no podré volver sobre mis pasos para buscar tal vez una parte más pura de la vida. Por eso hace un instante he dejado el barrio, Ton, y he venido aquí, a esta mesa y me he puesto a pedir casi sin querer, botellas de cerveza que estoy tomando sin darme

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Revista Luna Insomne cuenta, porque, cuando te vi entrar con esa misma cojera que no me engaña y esa velada ingenuidad en la mirada, y esa cabeza inconfundible de "Ton Melitón cojo y cabezón" mirándome como a un extraño, sólo he tenido tiempo para comprender que tú sí que has permanecido inalterable, Ton; que tu pureza es siempre igual la misma de aquellos días, porque sólo los muchachos como tú pueden verdaderamente permanecer incorruptibles aún por debajo de ese olvido, de esa pobreza, de esa amargura que siempre te hizo mirar las rojas ramas del almendro cuando pensabas ciertas cosas. Por eso yo soy quien ha cambiado, Ton, creo que me iré esta noche y por eso también no sé si decirte ahora quién soy y contarte todo esto, o simplemente dejar que termines de lustrarme los zapatos y marcharme para siempre. Noviembre 3, 1968, Santo Domingo, R. D.

EL MUNDO SIGUE, CELINA.

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ué vida más perra. Revolcándose uno en la cama, como una gallina cuando le retuercen el pescuezo, respirando bajo esa boca que huele siempre a ron, con los senos aplastados contra el pecho y el mismo juego cada noche, dos, tres veces, lo mismo. La cintura para este, los brazos por el cuello, gritar y quejarse, esa es la regla, y "¡levanta las piernas mami!", qué puercos todo"¡mami!", y así le dicen sin conocer a uno, goteando sudor por todas partes sin ver que uno se aburre, se requeteharta, se quisiera morir ahí mismo. Puerca vida de levantarse, sentarse en la ponchera, y otra vez, vestido de encima de la silla, polvo en la cara, peine del pasamanos, la misma mierda y a la sala; ríete ahora, Susana, ponle carita a ese tipo, y el maldito coro de la vellonera, diciéndotelo a martillazos ahí mismo, para acabarte de fuñir la noche, el mismo "cógelo con calma, no te agites mucho, que esto no es pa'viejo", y si tu lo sabes por qué no te largas y me dejas tirada en una silla aquí cayéndome la noche sobre los cabellos partidos y las arrugas de la frente y de los ojos,

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Revista Luna Insomne jodida ya, loca por morirme, por reventar entre este olor a orines y pintalabios, yo misma agonizándome, rascándome, fumándome como una loca que no quisiera mirar más caras sino tumbar la cabeza sobre una mesa y quedarme así, tranquila. Treintisiete años y el corazón como una maraca estremeciendo la cama al amanecer y los ojos duros, bien abiertos, que no se quieren cerrar en ese ardor, en ese pensar toda la porquería que se ha vuelto la vida para nada, para quedar cansada y temblorosa; peste de saliva en los hombros y los vestidos ahí, amontonados en la percha, tres pesos a la costurera y la comida de mañana otra vez fritos maduros y la carne como una goma en la cantina. A ver si esto sirve, si esto se llama negocio, movida, jugada, o cómo diablos me dirán que se llama esto. Siempre será la misma vaina amarga que acaba a puñetazos o a"Gillete" o a malditos borrachos roncando y babeando sobre los muslos. Por mí que no le pongan nombre, que lo dejen así. Te encueras, te tiras boca arriba, y dejas que se reviente todo, que te partan el alma, que te malogren, y tu haces tu parte de juego sucio, de bellaquería, de mundo asqueroso; "mami, mami", sí, no serás más que mami en boca hedionda, en borrachera, en apretones, en desgreñarte y tirarte a todos lados y te pondrán los cuartos encima de la mesa, y tú otra vez con tacos altos y brassiere de media copa, a prestarte al matadero, al vaso, a la fumada profunda, a la nalgada. Después dicen que te enchulaste, que te volviste loca, que caíste como una pendeja, y tú, mareada y rendida, en medio de esta cómica vida que te traga, espejo y colorete, cada noche, espejo y maybelline, espejo y pinchos, espejo, cada noche. No has aprendido el oficio todavía, no has "asimilado los golpes", como dicen los boxeadores del "Atenas"; y pensar que viniste en el año de la Feria, con el monte a la cabeza y los ojitos pelados como una muñeca de trapo. Te dijeron Rubia y después La China, hasta que por fin te llamas Susana y andas con el monte todavía, sólo que ahora lo traes por dentro, todo el polvo del ingenio, toda la paja de la caña, el barbojo quemándose y los hombres abriendo trochas en la noche. Todo eso es lo que ves y te mortifica porque no lo quieres recordar y entonces el radio ese de la vecina queriendo aguarte la maldita fiesta "¡Corta tu caña, dominicano, que sus manos corten caña!", y ahí te emperras, te sientes otra vez Celina viviendo en el barracón de Santa Fe, comiendo habichuelas con harina, con la peste a aceite

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Revista Luna Insomne de coco en los cabellos, creciendo junto al infierno de avispas y fogaraté donde Cesáreo Contreras. "¡Cesáreo Contreras!" picador de la colonia Margarita, "¡Siete con quince, cuente!" la quincena siete con quince en el sobre y tickets de la bodega, quincenas, quincenas, quincenas, siete con quince, y tú, Celina Contreras tragándote los mocos, con ese dolor en el dedo grande del pie cuando tropezaste con una traviesa en los rieles, "muchachita, muchachita" creciéndote los senitos debajo de tu vestido sucio, entre los cañaverales llevándole agua a tu padre en aquel jigüero amarillo, y tú, que de repente caías, un día en que llovía sobre los cortes, en la tierra negra y ahí estaba sobre ti Genaro con ojos de guaraguao, abriéndote las piernas y después te picaba pero ya eras "Celina, aquí tengo una peseta", y la condenada máquina llevándose los últimos vagones y ya era tiempo muerto, se quedaba todo tan solo, tan pelado, tan parado, que recuerdas el lugar donde ponía la gallina blanca, entre la cerca de cundeamor, y sabes que los días eran sólo polvo y espera y a veces un nublado que cerraba la tarde silenciosamente. No sirve para nada ese recuerdo, no lo quieres, prefieres rabiar, levantarte, echarte agua en la cara y olvidar ese merengue amargo que "muele tu caña de siete maneras, caña dulce..." "Coño, Dulce, ¡apaga ese radio que no puedo dormir!" y te hundes en la resaca, en el sudor de la tarde, en el olor del cocido que resta en tu plato. Y otra vez, otra noche. Chorro de la ducha en el piso frío, y pica ese jabón en los ojos, "Kínder rosado" para ti, quince cheles en la esquina y de una vez el desodorante en las axilas. Saldrás del cuarto, qué ceremonia; menos mal que hoy es sábado y se te espanta el sueño cuando empieza el show, "si amigas y amigos, el Borinquén Night Club se complace en presentar a la consideración de todos ustedes su primer gran show de la noche...!" Total para nada, para que la gorda esa comience a berrear en el micrófono, moviendo las pestañas postizas como si no le dejaran ver y sacudiendo la mano por encima de su cabeza, imitando a la Guillot: Amanecí otra vez entre tus brazos, y te quise decir tantas cosas...

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Revista Luna Insomne Siempre la misma mierda, el mismo pasito hacia adelante con los zapatos plateados, las masas como una gelatina colgando del brazo y ahora color de zanahoria con esa bendita luz que la busca a tientas por la pista y cae a veces en la tumbadora, en los pies del maraquero, o se queda sola mientras la vieja ésta va hasta cerca de las mesas con la boca babosa y manchada de rojo como si tomara frambuesa, extendiendo la mano con el anillo de baratija y escupiendo en el micrófono el último intento de su ronquera temblorosa: ...y así pasaron muchas, muchas horaaaaaaas... La trompeta desafina repitiendo las primeras notas de la canción, hay tres golpes de ritmo y la gorda gira con solemne ridiculez bajo la luz amarilla, completamente fuera de compás, y a punto de quedar enredada entre el cordón del micrófono; espantapájaros, vieja gorda, espantapájaros en la siembra en medio del carril, con los ojos de cáscara de huevo y "¡por ahí no paso, que se come a la gente”, espantapájaros ente los cañaverales, gorda ridícula, loca vieja, qué clavo, mejor un trago así, con hielo nada más, "a la roca viejo, qué te pasa"; muslo con muslo, esta es la vaina, para eso pagan, para eso vienen, entonces te me caigo en el hombro, que se joda la canción. ¡Ay, que me da cosquillas!, está bien, sube la mano, sigue, separo, separo las piernas, mira, sigue, "con soda no, con hielo, a la roca, ¡on the rock!", la gorda derritiéndose como una bola de manteca bajo el foco, canta, canta, canta, y uno tiene que fumársela mientras tanto. ¿No es así, Fulvio, verdad que es una maldita cantante? ¡Me tiene los pelos de punta! Y eso que es sábado que todavía no es quiniela, ni siquiera es fritura de Negra todavía. Es sábado, te paso la mano, te me caigo en el pecho, qué mareo, qué vaina, echo agua limpia en la ponchera y me desnudo; apago la luz, enciendes la luz, así no me gusta, apago la luz, y quién empieza a pensar que este es un trabajo sucio endemoniado que cansa y molesta y se vuelve un infierno donde se quema el sábado con su cartel a la entrada esta noche show internacional 1 peso admisión para que vengan y vengan a caérsele encima a uno que no tiene más remedio que abrir los brazos sudando como un potro sin quedarse quieta ni un momento porque el oficio es no estar quieta un instante ni dejar que este sueño venga bajando, venga bajando y lo dañe todo porque ellos quieren la cosa como les gusta mucha

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Revista Luna Insomne bulla la cama dando contra la pared sin saber que uno lo que quiere es morirse que se mueran ellos tomarse dos aspirinas que se acabe este dolor este mareo el cuarto dando vueltas condenada vida sucia noche con un gato corriendo por el techo y la luz del cielo, más blanca cada vez, entrando por la rendija "El Nacional” en la calle con una voz de niño de muchachito que vende periódicos y el panty se cayó en la oscuridad y ahora lo veo empapado dentro de la ponchera con los nervios de punta y la boca ácida ya sé que están haciendo café en algún sitio porque el olor se mete en el cuarto un carro que se va esa es una que por fin tuvo la suerte de acabar pero yo desgraciada es lo que soy cuando me vengan a cobrar la rifa voy a estar durmiendo y a lo mejor me quitan el número es lo que falta después que éste se me quita de encima buscando una toalla y se la paso del espaldar se queda sentada y me hago y le digo que estoy rendida papi amor cosita se pone la ropa lo estoy mirando pongo el dinero debajo de la almohada abre la puerta se va y me dan ganas de rajarme a gritar pero la borrachera me sube de golpe y qué carajo me importa esta es la vida como quiera. Quién empieza a pensar que esta es la vida si de repente te caen encima con una navaja, en cualquier callejón; te cortan, te cortaron, la cortaron, lleva un sajazo en el hombro y eso que hay tiempo para defenderse y la tafeta te salvó porque te tiraron a cortar bien hondo, del gordo de un dedo llevas la cicatriz, la escondes, no la escondes cuando te encuentras. Diecisiete años y con los pies en un charco hediendo, manando sangre, y esa es la vida, tu vestido rosado con una flor grande en el pecho, todo se dañó, se fue al carajo, tafeta en "El Mayoreo" y me lo hace bien escotado. Por eso te tiraron al hombro, porque lo llevabas casi todo descubierto; esa es la vida, hija, "cuándo volverá Nochebuena, cuándo volverá..." disco de mierda que bailabas con las manos levantadas, cerrando los ojos y sudando. Eran ellos que venían caminándote por dentro, bailando en tu recuerdo, los veíais pasar por la colonia con trajes de colores, aullando con sus caracoles terribles, chifles de buey y cascabeles para la danza inacabable entre los cueros que tronaban; siempre danza y aguardiente espantando lo malo, sacudiéndose de encima el espíritu del diablo, y tú los veías pasar por tu barracón sintiendo sus golpes de bambú, respirando su aliento de fiebre; caderas la mujer, cintura y sexo el hombre y danza, danza para espantar al diablo. En Semana Santa vienen y te vas con ellos por los caminos y aprendes a sudar, a soltar

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Revista Luna Insomne el cuerpo calentándote en el baile y se te olvida todo, tu hombre, la mujer del otro, diecisiete años te traicionaron ellos, "Cuándo volverá Nochebuena, cuándo volverá..." Bailabas moviéndote como una diosa, como una loca, como una bestia airada frente a la vellonera, libre en el salón, libre, libre, ¿libre de qué? Por eso te acecharon, te cogieron mansita en el callejón, por quita macho, porque te volviste loca de recordar, de olvidar que ya no era la vida de espantar lo malo, que ahora es esto, "cuándo volverá, Nochebuena, cuándo volverá..." Y te lo decían, que no perdieras la cabeza, que el navajazo te lo daban y ahí tenías esa marca que no puedes esconder cuanto te encueras. Diecisiete años, pendeja, y ya te marcaron para siempre; cállese doctor, cállese! Las paredes del hospital de Macorís te daban vueltas en la cabeza, pendeja, sí, pendeja. Y pensar que todavía no coges el paso, no te resignas, no ves la vida por ninguna parte; ¿estarás viva? ¡Vivita y coleando! ¿Para qué? Para malpasar, Gregorio, para malpasar; ¿no te das cuenta de eso, idiota? Vete al salón a que te hagan un desrizado, saca el traje de la modista, cómprate zapatos nuevos, ponte medias de malla, píntale el pico, anda, y verás tu destino, pobre diablo, nada, que tendrás encima el trabajo de todo el mes y estás parada la noche entera en la Duarte, buscando pargos, eso, expuesta a que radio patrulla te agarre por sospecha. "Mariposa nocturna", así le dicen en los periódicos, en "El suceso del hoy", y te mira la gente desde los carros como si uno fuera un gato con botas, tocándose con los codos, murmurando, burlándose de ti porque no somos más que bagazo, basura vieja, loros muertos a escobazos. Y uno con las tripas gritándole, dispuesta a cualquier cosa, a lo peor, a lo que somos, hermana, a lo que somos, no importa que te diera asco la primera vez, lo hicimos, a lo que somos, no importa que te diera asco la primera vez, lo hicimos, nos estrenamos con alguien y ya, desde que dan las doce y la pesca se pone dura, nos ofrecemos, decides que sí, nos enredamos con el primero, con el segundo, con el tercero. En eso paras, Gregoria, ahí paramos todas cuando llegamos a estropajo, a ciruelapasa, a peseta. Para eso vives, y después dicen que esta es la vida, maldita sea; yo no me embullo, yo veo la paja en mi ojo y tú sigues comiendo bolas, soñando con el huevo de la lechuza, creyendo que esto es vida cuando un Alka-Seltzer no da para tanta resaca. Películas es lo que has visto, películas mejicanas en el "Cupido", con Libertad Leblanc comiéndole el cerebro a un pendejo, con su cabeza rubia y sus pezones rosaditos como los tuvimos todas; aquí no te salva nadie,

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Revista Luna Insomne mejor te empujan, vienen por grupos, le caen encima y te suenan como a un bongó, buena pendeja. Eso es, Gregoria, para eso estamos en el mundo haciendo un papelazo, y tú te atreves todavía dizque a tener escrúpulos, a creerte viva, a pasearte en el salón como si en realidad hicieras algo grande, creyendo que sabes algo de esta vaina cuando en verdad lo que hacen es jodernos, partirnos el alma, matarnos a cuchillo de palo, vieja, a cuchillito. Por eso me dejaron viva, vivita y coleando, cortadita en el hombro en nochebuena, gritando como una chiva en el hospital, para que después me chupara este hueso y quedara amargada para siempre, sin cogerle el gusto a nada, empolvándome nada más que para darle la cara a tanta mierda. Y tú pretendes que te digas por qué sigo en esta vaina y yo te contesto que todavía "no asimilo los golpes", no aprendo el oficio, porque el disgusto me ha dejado sólo mueca y arruga, dejaron a la China ahí, a la Rubia, la volvieron Susana, la gastaron Susana, la emborracharon Susana viendo cantantes mantecosas, chupando colorete por los poros, mano en los senos, mojadas las sábanas, noche y noche y noche y tanta maldita locomotora cargada de noches... Ahí lo tienes, ese paga bien, cógelo que es tuyo; apóyate en las manos y en los pies, no te marées, fúmate uno negro, ríete, no lo disgustes, pide otro pote, párate y aplaude, y ahora baila rubia, baila china, baila Susana, "Qué vaina, Susana, Carmencita está tuberculosa", mira qué vida ésta. Me las sé todas. "Eres un Paper-Mate, vieja" para que me riera y casi de reírme así se me corría el colorete con las lágrimas, sí, lágrimas que se me confundían con la lluvia, allí mojándome en la parada de guagua a las nueve y quince. "¡Eres una sabia, sabes más que un lápiz!" pero no importaba, todo eso era noche vivida, polvo sobre el vestido, ceniza, nada más; por eso me reía y de reírme se me salían las lágrimas y no estoy segura porque la lluvia caía aquel lunes sobre la calle Barahona, qué diablos sé yo, sobre la calle caía, y yo estaba riendo más sola que nunca, mojándome allí, porque la guagua no llega y las muchachas pasan con sus paraguas y sus libros y sus medias blancas que se les emporcaban en los charcos y uno recordaba "si a dos les quito uno, ¿cuánto me queda? ¡Uno!"Aburrimiento de maestra en la escuela de una colonia donde uno se hastía y la profesora, la señorita no vuelve más y yo me quedo sin saber más nada, entonces tú me dices, me decías entre esa cama de dormitorio, sobándome la espalda y retorciéndote, "¡tú sí que sabes tu asunto, vieja!" Por eso yo me río; se me

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Revista Luna Insomne correrá la pintura, se me erizarán los cabellos mojados, el vestido rojo tal vez se encoja y se me vuelva un desastre, pero no importa, a mí me gusta repetir lo que me decías anoche, "Sabes más que un lápiz, nos mudamos, te mudo, seguro que te mudo, busca una casa, vieja, ¡que te mudo!" Y yo, con tanto trago adentro, cogiéndole la cuerda, viviendo ese momento, "vete conmigo esta noche, vivamos juntos, vamos" Le dije que sí, me puse de ridícula, en la Américo Lugo había una pieza vacía, estaba buena para dos, yo hablaría con la doña. Qué tonta fuiste, te dejaste correr, pusiste un huevo, por eso llora allí, esperando la guagua, pero llorando de risa, de aguacero, de vaina, era lo más justo aquella mañana de lunes escolar, de lunes en ayunas, de lunes que corre gris por el recuerdo, nublado, como se veían las gentes y los parques a través de las ventanillas de la guagua cuando yo iba cabeceando mi resaca y secándome las lágrimas con una servilleta de papel en la mañana que se cerraba poco a poco bajo la lluvia. Todo eso me lo he aprendido como si lo leyera en un libro; soy la Biblia, a cualquier le doy una cátedra. Pero nadie comprenderá por qué nunca cogí el paso. Yo nunca tuve paso. Qué desgraciada. Paso, por si acaso. "El que tropieza y no se cae avanza un paso"; y no me caí, me tumbaron, desde la cuna me tumbaron. ¿Desde qué cuna, comparona? ¡Desde la hamaca! Vuelta para arriba, vuelta para abajo y ¡pum! que te caes al suelo. Y no te levantas más, Celina; trapos mojados, yerba pegajosa, polvo, rendija, piedra, donde quiera ese suelo. Cesáreo Contreras luchará, se cortará en la pierna con el machete, caminará entera la colonia, y nada, picador de caña, padre de Celina que sigue en el suelo siempre; boca sucia, ojo sucio, mano sucia, sucia, sucia, sucia, eso serás desde que esos bueyes con ojos de té de canela empujan la carreta y tú, mirándolos, conociendo ese sol cortado a machete, a sombrero, a guiño de ojo, tragando polvo a la puerta del barracón, aprendes a estar en suelo del que no te has levantado jamás. Y a ti, ¿quién te tiró, quién te mandó a caerte? ¡Qué sé yo! ¡La vida! Nada, que Cesáreo Contreras era mi padre. Que nunca tuvo un alfiler. Que se le fue la mujer. Que Celina creció sola. Condenada a eso. Jodida. Con buen corazón le tuviste miedo al espantapájaros clavado en medio del carril, Jefe de Campo, Alcalde, Mayordomo, todo era lo mismo. Espantapájaros para tenerle miedo, para caerte al suelo, "Ay, no no; está bien, está bien, venga!" la espalda contra el suelo, tú con trece años, "menéate, linda,

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Revista Luna Insomne menéate!" No te llevaron presa, no, Mayor-domo, Alcalde, Jefe de Campo, sólo te agarraban por un brazo, "¿qué haces? ¿Robando caña?", "No!", "Si!", "tírate ahí, tírate!" por eso qué sé yo, la vida, algo, metieron a uno en esa vaina, le fueron haciendo ese maldito camino. "¡Qué bueno, qué bueno baila Celina!", sábado de quincena, Pedro picador, Rafael pagador, Negro pesador, vestidito de florecitas amarillas y moñitos cogidos con tiritas, iba yo, olor de "Noche Azul" en la cabeza, muslitos duros, pechito tieso, barriguita plana, yo, ingenio y sábado con aires de melaza, me hacen así, me enseñan el sobre, lo mueven, lo sacuden como una maraca, y yo, Celina, la hija de Cesáreo, "Potranca, eso eres, una potranca; vamos ponme ese disco, "qué bueno, qué bueno baila Celina", pasas, sábado de pago, pasas, sábado de quincena, pasas entre los grupos, pasan los días y los meses y tú creces, tumbándote los hombres, llevándote "caña pal ingenio";vienes un día borracha, a vaso vacío bebiendo en la bodega, te traen entre cuatro, te tiran, te brincan, te preñan, sí, ¿y el hijo? Mejor no hables de eso, cabo de la patrulla, abusador! No hables de eso, que estoy preñada, cabo, no me patée la barriga; siete meses más tarde, cuando te fuiste a un café de Macorís para que Cesáreo no te fuñera, ya metida de cabeza en esta vaina, no te salvaba nadie, cabo, no me patée la barriga, que estoy preñada, cabo, te entraron como a una conga y después, lunes temprano, cinco con setenticinco por escándalo en la vía pública, ¡qué mal paso! Por eso digo que yo nunca di ningún paso. Me empujaron, eso fue. Me compraron. Me volvieron loca. "Vente conmigo -¿y qué me das? - Veinte con Filtro - ¿y de quién son? son de la Aurora - ¿y cuánto es? - Veinte centavos, nada más". Eso era yo, me hicieron igual que ese anuncio de los cigarrillos Aurora. Tenías que parar en un café, yo me decía, escote, mucho escote, pañuelito para amarrar el dinero, para hacerle un nudo, y esto, este chiste, este estornudo, este dolor de cabeza, esta mierda que se te volvió la vida sin que te dieras cuenta. Por eso preferiste dejarte llevar a nalgadas, a pellizcos, a mordidas en los hombros y en los senos. Nunca peleaste con la vida, ¿con qué vida? Que venga alguien y me demuestre que esto no es una burla, una vaina que me echaron. Si no, entonces yo hubiera estado muriéndome de risa, señora Celina hubiera sido, señorita Celina. ¡Bonita niña, esa! Pero no, pararías en un café, dejándote matar, poniéndote de carnada, a boca de jarro para que te reventaran noche tras noche y tú tratando de no llorar, de no quedar de fea, de no ponerte de ridículo; haciento tu parte de juego sucio y aburrido,

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Revista Luna Insomne que te partieran el alma, que te gozaran y se cansaran de ti y se fueran al amanecer, dejándote más muerta que otra cosa, oyendo los gallos cantar, oyendo poco a poco la vida levantarse en la ciudad, a ronquidos de carros, a nombres de periódicos, a voces de noticieros, a niños llorando; y tú, ni Rubia ni China, ni Susana, sólo Celina para ti, cansada, con los nervios de punta, acritud de ron envejecido entre las tripas, quedar cansada, más que nunca, más que ninguna vez, llena de várices, de arrugas, de recuerdos ingratos. Te han dejado. No sabes qué hora es, sólo que afuera sonará la vellonera, en algún sitio, quizás en el café de la Mauricio Báez donde una vez unos hombres te hicieron acostar con Dulce, por quince pesos, ¡qué caray! Alguna estará en tu esquina de la Duarte con el portamonedas apretado entre las manos, soportando el frío, paseándose como un gato por el techo; tú te la sabes todas, eres la Biblia, sabes más que un lápiz, sabes que el mundo sigue así, Celina. Mira las paredes blancas, la vida es una mierda y ahora se está callando todo a tu alrededor; un dificultoso estornudo y ves al cura, "Padre nuestro..." tú que te quieres morir "...hágase tu voluntad..." que no deseas ver más caras sino tumbar la cabeza y quedar así, tranquila, que te dejan quieta, lo estás viendo en este instante en que la vida sigue afuera como antes,"...así en la tierra como en el cielo..." te tocará en la frente, está pidiendo tu perdón,..."Por su culpa, por su culpa, por su grandísima culpa..." que te perdonen, ¿que te perdonen qué, Celina? Que te perdonen esta perra vida "...Amén!" esta cómica vida que te traga.

EL CUMPLEAÑOS DE PORFIRIO CHÁVEZ (fragmento)

C

hino apoya el pie sobre el banco de cemento y está mirando el rayazo del fósforo, la llama violenta, la lumbre rojiza en la punta del cigarrillo. Siguió callado un instante, sólo marcando con el zapato el compás de "suave que me está matando" que sonaba en el radio de la barbería, al otro lado de la calle. ¿Y ahora qué hacemos, tigre?, se decidió, al fin. Nada, se recostó Leal con aburrimiento y volvió a fumar.

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Revista Luna Insomne ¿Sabes qué estoy pensando?, dice Millo sin levantar la cabeza y Chino siguió callado. ¡Que otra vez hemos hecho el papel de pendejos! Y lo dijo Millo Leal dejando atrás una sonrisa amarga. A Chino le hizo efecto la expresión y se defendió con una risita. "Yo que sufro por tu ausencia este cruel tormento que me da tu amor..." llora el cantante, mientras el caballo está orinando y el cochero despierta de su sopor poniéndose el sombrero; la brisa mueve las hojas en el parque, y Chino, todavía mirando el espumazo entre las patas del animal, está molesto y por eso bosteza diciendo una palabrota. Sólo entonces, por no quedarse ahí, en silencio y rabioso, se lo dice al otro, casi por no dejar: ¿Nos metemos en el Aurora? ¿Y ahí qué dan?, preguntó Leal con las manos en los bolsillos y los ojos fijos en el cielo. Una de Pedro Infante. ¡Al diablo con ese tipo! Y aquí, ¿qué hacemos? ¡Mierda! , dice Leal. Haciendo una fumada larga y mirando los mosaicos grises, Millo pensó que a esta hora el teniente Flores, el teniente Carita, como le dicen por detrás en el Servicio Militar Obligatorio, quizás esté sentado en la mesa de siempre en el Café Oriental, cerca de la barra, como es su costumbre, esperando a que Fátima venga con su vestido de jersey y su cabello también negro, que le cae por los hombros, a sentarse allí en la fila de sillas cerca de la vellonera, haciendo sala, como dicen, y el teniente, con medalla de Tirador y de Experto, mandándole cervezas y tomando él, loco porque llegue alguien conocido que se siente a acompañarlo mientras él mira que te mira, se arregla el riche, acomoda la pistola, y en eso hasta que se decide a bailar el "Qué te parece, Cholito" se ha tomado cerveza por pila en esa mesa. Pero a Millo no le parece buena idea ir a meterse por las calles de La Arena a esta hora expuesto a que después de tanto caminar pendejamente no aparezca

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Revista Luna Insomne ningún teniente Flores porque a lo mejor está de servicio en la fortaleza y entonces lo mejor es "si ombe, sí" quedarse fumando. Chino no aguanta más y se acerca a las cayenas, arranca una hoja, la muerde, la escupe de una vez, se baja el zípper del pantalón, mete la mano y empieza a estirarse la camisa. Vuelve al banco y revienta: ¿Pero qué coño hacemos aquí? Nada, lo de siempre, lo que te digo, ¡de pendejos! Millo Leal sigue recostado en el banco con los pies estirados y las manos metidas en los bolsillos. ¡Las nueve menos diez!, maldice Chino mirándolo en el reloj Leche Magnesia Phillips de la farmacia. Leal cruza las piernas. "Búscate una novia", dice, y ahora levanta la cabeza para mirar con una sonrisa pícara la cara de Chino que se encoje en un aire de amarga gravedad.¡En este pueblo ni eso! Rió Leal, ahora francamente despejado y sacudido por completo de la modorra. ¿Por qué no seguimos? ¿Dónde?, dice Chino. Por ahí, a cualquier parte. Habían pasado las fiestas de San Pedro hacía cosa de un mes, pero en la pared quedaban restos de un cartel escrito a mano, en cartulina amarilla. Chino, al pasar, alcanzó a leer lo de "tercer escrutinio" y de una vez recordó la borrachera que cogió a Pedro Quezada, bebiendo "Favorito" desde las doce y media del día en el patio de la Fragadelfia. "A mí que me entierren, Juana, pero que sea con el trombón de Carlos Ramos", le cogió con martillar y martillar en eso, y ella, cabello blanco y palabrota a cada instante, aplastaba los fritos en dos tablas y los echaba de nuevo en el aceite. "Aceite de tiburón, vieja verde, cocinas con aceite de tibú para dañarle la barriga a la gente". Y Juana

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Revista Luna Insomne le contestaba ronca con aquello de "borracho no vale, no señor", se parecía a Rita Montaner, decía Quezada, pero eso lo cantaba Daniel Santos en el 43, "así que estás fuera de tiempo, ¡vieja caimana!" Y seguía, con la camisa abierta por completo y una medallita de la Altagracia cogida con imperdible en la camiseta, del lado del corazón. Chino se reía entre dientes y Quezada se sacudía "¡FuáFuá!" "¡Quítate el zapatoquetelo quiero ver, fuá fuá! ¡Cómo toca el trombón ese moreno!" con dos dedos sobre los labios y la otra mano haciendo como que movía la vara del instrumento hacia adelante, hacia atrás, "eso sí que es tocar, Chino; como lo hace Carlos Ramos, llevándole la contraria al ritmo, haciendo lo que le da la gana y poniendo a todo el conjunto a andarle atrás con la música", Chino asentía y Quezada le daba un manotazo en la rodilla, "¡te he dicho mil veces que donde tenemos que beber los tragos es ahí, en el Guitarra!". "Tú lo dices por Carmencita, ¡maldito gordo!", dijo la Rogers, y Quezada se puso grave y medio triste. "Qué va Rafaela, lo digo para que este carajo sepa lo que es música, para que oiga a Carlitos cuando le mete el pecho a la melodía, eso es todo" Entonces, ahí está otra vez dibujando en el aire su trombón, cerca del anafe de la Fragadelfia, se contoneaba en la silla, marcaba el ritmo con el pie descalzo y sólo descansaba de tocar cuando Chino, negado definitivamente a bailar con Rafaela Rogers que estaba en eso con Quezada desde hacía tiempo, le ponía el trago casi en la mano: entonces, Pedro Quezada, boxeador de cuando Barquerito y el Zurdo, trabajador del muelle y agremiado en tiempos de Mauricio Báez, fanático del "Almendares" en las esquinas de los rieles, amigo de "guimi uan cigaret" de los marinos americanos a quienes rompía después la cara con un jab entre botellas de cervezas en el "Happy Sailors", y hoy gordo y cobrador de boletos a la entrada del cine "Aurora", se sentaba, dejaba de tocar, jadeaba con el vaso apoyado en la rodilla y repetía, sumamente fatigado y sudoroso, "a mí que me entierren, Juana, pero con el trombón de Carlos Ramos!". Chino recordó lo del patio de la Fragadelfia después que vio lo que quedaba del cartel en la pared; pero en realidad lo que debía recordar y no quería era otra cosa, lo que pasó más tarde en la puerta del hotel, cuando llegaron Quezada y él, apoyado el gordo en la cintura apretada de Rafaela Rogers que se había puesto vestido de tafeta verde, zapatitos blancos, alfiler en el pecho, flor en la cabeza y toquecito detrás de la oreja, "con el dedo nada más, aquí,

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Revista Luna Insomne en el pecho, Chalimar, hijito, del que cuesta bien caro para estos casos, ¿qué te crees?" Si se lo dejan a Quezada le parte el alma, recordaba Chino ahora que iban Millo y él atravesando la arquería lateral de la iglesia; ya tenía la derecha lista, pero Chino, que lo vio mordiéndose el puño, se le pegó. Entonces era Rafaela quien estaba casi encima del tipo, "¡si ombe, Candelario Henríquez, el cobrador del club!" y Chino, pegadito del gordo, sólo veía que la Rogers se ponía las manos en la cintura y se meneaba así, como Celia Cruz, como Milagros Lanty, como quien está cantando una guaracha de esas, diciéndole cosas ahí mismo en la nariz del tipo; pero arriba estaba el conjunto de Perucho Cuevas Millo Leal se detuvo a escribir algo en la misma pared de la iglesia y también "señoras y señores aquí está Radio Oriente, llevando a todos los hogares de la ciudad la alegría de esta gran fiesta popular" entonces "para que sigan bailando". "¡Para que baile quién, coño!" vociferaba el gordo, "baila Catalina con un solo pie" canta Chichí Mancebo, "da la media vuelta y mira a ver quién es", ¿quién va a ser? Catalina la gorda, la grandota, la de la manguera verde en el jardín, la del Buick gris y su marido con bastón y todo y el chofer negro los domingos para ir a la iglesia y pasear por la avenida y detenerse a tomar helados, "¿verdad que sí, hijito?", preguntaba la Rogers con los aretes que le faltan a la luna colgados de sus orejitas chiquiticas de ratón, y de verdad que había un verdadero lío allí porque se soltó el gordo y empezó a decir que se fueran al carajo y se quitó el sombrero de fieltro y lo pisoteó y ya Chino mirando a la Rogers con aquella putería rabiosa estaba por ponerle "música maestro" las manos encima al tipo y se oyó a Chichí Mancebo que iba a "montar un molino en la carretera pa' moler mi caña cada vez que quiera" entonces Pedro Quezada diciéndoles que sí, que bailaran, que zapatearan bien duro, que allí estaba Lorenzo Rodríguez que vende Florscheim en cajas de cartón, que tiene una acera del pueblo para él "La Española, Calzado de calidad", y era verdad, porque lo dijo el tipo Candelario Henríquez que allí estaba, con sus espejuelos montura al aire, don Federico Rib, también del Comité, de los que mandan, "a mí me pagan, eso es todo", casi llorando lo dijo, y ahí Rafaela la agarró con Raisa Montero "¡como una rubia de película americana! ¡Qué merengue, hijita, qué merengue!" Pero doña Raisa no la oye, bailando pegada del balcón, ¡como un cuero! dice la Rogers, borrachona, vestida de negro largo, jugadora, qué parranda, qué fiesta, cuánta

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Revista Luna Insomne gente de sociedad, hijito, te lo dije (dice Rafaela) y Chino agarra al tipo por las solapas y se lo grita ahí mismo, con tufo y todo, qué San Pedro ni qué reina, "dime, hijo de la gran puta, ¿por qué no entramos nosotros?" Y Rafaela se lo quita a carterazos. Y después el gordo Quezada con los zapatos quitados, sentado en una acera de la calle Locomotora junto a la pieza de Celina Contreras, "mira qué vaina, Rafaela, Lorenzo Rodríguez vino de España en alpargatas y ahora manda en este pueblo!" No te apures, gordo, que mañana en casa de la Fragadelfia me haces reina. Tú y el Chino me coronan y ya verás qué cuadre, qué sabor, qué belleza de negra tú te mandas. ¡Qué papelazo hicimos, viejo!, despeinó Pedro Quezada a Chino que se quedó pensando con mala cara. Pendejo tú, que fuiste , dijo Leal, y se detuvo por segunda vez a escribir, en esta oportunidad en la pared de la casa curial. ¿Y aquí, qué ponemos?, se volteó con el lápiz amenazante. Cualquier vaina , dice Chino con los hombros encogidos, muy encogidos. "En estebarriolagentevi... veacechan... doporlaspersianas", deletrea mientras escribe. Eso es verdad, sentencia Chino. ¿Que si verdad?. Leal se acerca al borde de la acera y hace que va a orinar. Chino vio el celaje de la viuda Cruz que corrió a apagar la luz de su habitación. Ssschatt...! . Hace Millo con el dedo puesto sobre la boca. Allí viene el policía! . Empieza Chino a caminar y Leal se cierra el pantalón. Se enciende otra vez la luz de la habitación y Millo "que me pellizqué con el zipper!" y Chino que se ríe, se abraza del poste de la esquina, se ríe a carcajadas, se defiende del salivazo, sigue riendo y se van, Leal delante, Chino detrás, bajando por la callecita de la escuela de música.

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René Del Risco Bermúdez (1937-1972) Nació en San Pedro de Macorís el 9 de mayo de 1937. Nieto del poeta Federico Bermúdez. Su vida transcurrió en un ambiente de precocidad que lo haría alcanzar en poco tiempo el bachillerato. A temprana edad produjo composiciones poéticas que asombraron a todos, desempeñándose también como actor en veladas infantiles y como autor de canciones. Más tarde empezó en Santo Domingo sus estudios de derecho, interrumpidos por su vocación política que lo llevaría a luchar contra la dictadura hasta el extremo de ser llevado a prisión y enviado a un forzoso exilio a Puerto Rico. Regresa al país y se dedica con mayor entusiasmo a la lucha política, fundando con otros escritores jóvenes el grupo denominado "El Puño" durante los días de la guerra de abril de 1965. En 1966 uno de sus cuentos es premiado por la sociedad cultural "La Máscara". Su primer libro de poemas, titulado El viento frío, es eminentemente autobiográfico. Aunque rodeado de muerte por todas partes, en estos poemas, según nos dice, desea poner sus palabras del lado de la vida. Porque el amor siempre estuvo unido a sus preocupaciones y está presente en sus más crudos poemas de lucha. Muere en Santo Domingo el 20 de diciembre de 1972, a causa de un accidente automovilístico, cuando ya empezaba a producir su obra de madurez, cuando las formas poéticas comenzaban a entregársele con nitidez, y temática y estilo alcanzaban una amplia gama de resonancias enriquecedoras. Creó la publicitaria Retho en los momentos de mayor éxito de su carrera. En 1981, con prólogo de Ramón Francisco, sale a la luz pública un volumen con el título de Cuentos y poemas completos, que dejando fuera a El viento frío, recoge su narrativa y su producción poética inédita en donde, por primera vez, quedan claras las posibilidades que el destino le reservaba. Su nombre ha sido enarbolado como una consigna que representó los ideales de toda una generación, en este caso, la de postguerra. Publicaciones: El viento frío (poesía), Del jubilo a la sangre (poesía), En el barrio no hay banderas (cuentos), El cumpleaños de Porfirio Chávez.

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MEMORIAS DEL VIENTO FRÍO Pedro Conde Sturla

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a noche del 20 de diciembre de 1972, René del Risco Bermúdez acudió a una cita con el destino en la avenida George Washington –el malecón de la ciudad capital. Era una cita al parecer ineludible, a juzgar por las veces que había sido presentida: una cita con la muerte prematura, muerte a destiempo junto al mar que el poeta amaba. El hecho trágico que enlutó a su familia, también ensombreció y traumatizó al mundo de las letras, y entre los escritores jóvenes y menos jóvenes se extendió un sentimiento de vacío y orfandad. No era, ciertamente, para menos. A los “treinta y siete años de edad y en perfecta salud”, Whitman había comenzado publicar sus Hojas de hierba. Casi a la misma altura de la vida, en pleno goce de sus facultades intelectuales, René del Risco Bermúdez se retiró bruscamente del escenario en que había obtenido el más amplio reconocimiento, llegando a ocupar un espacio privilegiado, único entre los miembros de las nuevas promociones. De hecho, y a pesar de su partida a destiempo, se reveló como el más sobresaliente talento literario de su generación, quizás de varias generaciones. Del Risco nació en 1936 en Macorís del mar, tierra de peloteros y poetas, y en la práctica soñó con ser ambas cosas. La pelota, como deporte, se respiraba en el aire: la poesía la llevaba en la sangre, siendo nieto de Federico Bermúdez, el notable cantor de Los humildes. Hoy se sabe que descolló como animador, publicista, narrador y poeta, aunque no como pelotero. Eso sí, fue fanático irreductible de los Tigres del Licey. Como tanto jóvenes de la época, Del Risco participó –ya se he dicho- en la lucha política antitrujillista dentro del Movimiento Revolucionario 14 de Junio y conoció temprano la cárcel –“fruta negra”, la llamaba Roque Dalton. Allí sufrió vejaciones y torturas que no doblegaron su espíritu, pero dejaron huellas en su cuerpo, un cuerpo que mostraba las clásicas quemaduras de de cigarrillos en las espaldas y señales inequívocas de martirio en las uñas.

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Revista Luna Insomne Antes y después de su breve estación en el infierno, desempeñó variados oficios y al parecer alguna vez quiso ser abogado, según demuestra el hecho de haberse inscrito en la Facultad de Derecho de la universidad estatal, única a la sazón en el país. Por lo demás, no hay que acudir a su biografía para obtener información pormenorizada de primera mano. Muchas de sus empresas en la lucha por la vida –incluyendo su “fracaso como pelotero”- están documentadas en unos versos de iniciación que hoy resultan casi sorprendentes por su carácter festivo, excepcional y extrañamente festivo: ................................... yo caí, me recogieron, me acostaron en el jón, y en aquella situación ¡momento grave y severo! dejé de ser pelotero y cambié de profesión. He tenido profusión de profesiones y empleos; he dado mil zigzagueos en una y otra cuestión. He vendido desde ron hasta espacios de parqueos, ........................................ “Qué es usted? Si me preguntan en un barrio: “¡Locutor!” en un salón?: “¡Escritor!” en un patio?: “¡Tamborero!”

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Revista Luna Insomne en la iglesia soy santero y en la calle...Yo, que soy? Por el mismo estilo, Del Risco amaba definirse como “poeta y cumbanchero”, y al decir de alguno de sus íntimos quería que le pusieran este mote en su epitafio. Afortunadamente se destacó más como baladista que como cumbanchero: Del Risco escribió, en efecto, letra de canciones de inspiración honda y genuina, entre las cuales se recuerdan “Si nadie amara”, “Magia”, “La ciudad en mi corazón”, “Mira que mundo”, “Matices”, “Así, tan sencillamente” y “Una primavera para el mundo”. Algunas de éstas alcanzaron éxito en las voces de notables intérpretes de la talla de Horacio Pichardo, Francis Santana, Fernando Casado, Niní Cáfaro, Luchy Vicioso, Felipe Pirela y Marco Antonio Muñiz. Por añadidura, el hombre fue un brillante publicista. Publicista, quizás, a regañadientes, a contrapelo de su vocación literaria, quizás a contraconciencia, quizás como simple manifestación de su desbordante energía intelectual. No se sabe. En todo intento de aproximación a una vida y una obra cabe un margen razonable de duda. De lo que nunca podrá dudarse es de su humanidad y talento. Su producción literaria incluye cuentos, sonetos y poemas en versos libres que fueron recopilados, en su mayoría, después de su muerte. También anunció el poeta una novela, Del júbilo a la sangre, de la cual se desconocen detalles más o menos precisos. La primera edición de los cuentos se publicó bajó el título de una de una de sus narraciones: En el barrio no hay banderas (1974), mientras que los Cuentos y poemas completos aparecieron en una edición incompleta que data de 1981. Casi toda la obra conocida de René del Risco cubre un arco de tiempo comprendido entre 1961 y 1972. En vida sólo publicó un libro: El viento frío (1966), pero sería un libro memorable, un libro de época, generacional, destinado a convertirse en parte esencial de la realidad que lo inspiró, un libro vivo, palpitante de historia y de hondas vibraciones sociales. Algunos de los aspectos más notables de la poesía de René del Risco –la parte sumergida del iceberg- se encuentran en los sonetos mencionados, sonetos escritos, por cierto, a la sombra de José Ángel Buesa. Este dato es, desde luego, anecdótico y paradójico: el poeta y revolucionario que junto a Miguel

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Revista Luna Insomne Alfonseca iba a inaugurar en su tierra una nueva era y un nuevo sentir literarios, se inició espiritualmente en la capilla de un romántico rezagado, exiliado cubano por más señas. La madeja de las contradicciones no se despeja por el hecho de que el novicio recibiera en edad temprana tales influencias, ni en virtud de que las obras de Buesa rivalizaran en su época con el volumen de popularidad y venta de las obras de los grandes maestros latinoamericanos, incluyendo a Neruda. En rigor, René del Risco Bermúdez se mantuvo siempre fiel al espíritu romántico de Buesa, logrando producir –eso sí- una síntesis o por lo menos una simbiosis entre el caudal erótico, personalista, y el aliento social en olor de multitudes. Desde los más tempranos sonetos de René se anunciaba lo que sería el gran tema de su obra: el tema de la muerte. Esa muerte, la misma muerte que en la poesía de Alfonseca constituye un motivo esencial, lo arropa todo en la poesía de Del Risco. La diferencia estriba en que en uno la muerte es sentimiento y en el otro, a la vez, presentimiento. Prácticamente no hay en la obra de René un resquicio poético –uno sólo- por donde no se lea o se avizore a la muerte, la muerte fiel, la muerte convidada. Eso podría explicar su admiración por cierta zona de la poesía de Buesa. Por ejemplo, en “Pequeña muerte”, Del Risco traduce casi la misma idea necrófila del Buesa de Oasis, aquel que dice: “Después de haber vivido la mitad de la muerte/ hay que seguir muriendo lo que aún queda de vida.” Véase si no: Dime por qué tú insistes y te empeñas en negar esta muerte que no escribes, si es esto de soñar lo que no vives un modo de morirte en lo que sueñas. ........................................................... Comprende que estás vivo, que moriste en toda aquella vida que viviste, que no podrá el pasado retenerte. En “La casa”, que es una pieza excelente, una de las mejores, el poeta expresa un sentimiento parecido: Todo ha ido muriendo lentamente en tu pecho

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Revista Luna Insomne y seguirá muriendo, hasta que tú te mueras. “Soneto ante la rosa” es una variación, una de sus tantas variaciones sobre el tema: Hay un silencio en ti, hay una cosa, una callada muerte que reposa, una lejana muerte suspendida... nada comienza en ti, nada clausuras, en ti sólo es presencia lo que duras abriéndote y cerrándote en la vida...! El conjunto de sonetos consta de unos veintidós en total, si se aceptan ciertas licencias, pues hay varios con colas y modalidades que escapan al rigor de la preceptiva. Dentro de este conjunto, pocos se apartan de la idea de la muerte, o de un cierto tipo de muerte, exceptuando algunos ardientes y gozosos como “Este soy”: Este soy yo, tu llama, tu alimento, tu herradura, tu pan, tu todavía, tu tibia alternativa, tu alegría, tu ceniza final, tu aturdimiento. Por lo general, el poeta no se disimula, no se llama a engaños, se muestra como se siente: abatido, pesimista, incurablemente depresivo y paranoico, aparte de fatalista. Casi siempre está prevenido, receloso, a la defensiva. Casi siempre se muestra suspicaz, desconfía de lo que se le ofrece al disfrute puro y simple de los sentidos. Nadie como René sabe encontrar amargura en los más dulces néctares: nadie como él sabe trocar la miel en hiel. He aquí una muestra, una de muchas: Toco tu mano, y ya soy diferente, dispuesto a la ternura, me dominas y siento que en silencio me caminas

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Revista Luna Insomne venciendo mi amargura combatiente. ......................................................... Yo sé que esto no es cierto, sin embargo, que el mundo sigue siendo tan amargo como ante de que en sueño lo conviertas...! De cualquier manera, hay que admirar sin reservas la superior lucidez del artista, la forma en que asume su sentimiento trágico de la vida, tal y como se pone de manifiesto en otras facetas de su obra. Así, en “Tiempo de espera”, aparecen ya claramente definidos los elementos claves de su poética y de su personalidad poética: Casi muriendo ya, sólo en la espera del

prometido día sin quebranto,

sobre la dura piedra de mi canto establecí mi Patria verdadera. Aparté mi lucero, mi bandera de amarga soledad alzada en tanto nutrí de dura luz mi desencanto de paloma angustiada y prisionera. Aquí mora mi voz, aquí en la esquiva soledad donde espero la misiva de alegre fuego o muerte mensajera; aquí se nutre el arpa, aquí detengo el poderoso arco que sostengo para que el entusiasmo no se muera. Los poemas en versos libres de René del Risco Bermúdez conforman la zona menos intimista de su obra, sin duda la más aguerrida y

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Revista Luna Insomne a la vez el tono menor de su poesía, con excepción de algunas piezas claves. Aquí desde luego no está ausente -ni podía estar ausente- el tema o ritornelo de la muerte. No ya la muerte propia, la muerte presentida que lo embarga desde sus raíces, sino la muerte ajena, la muerte de los otros. René llevó un registro poético, bastante minucioso por cierto, de sus compañeros de ideales caídos entre 1963 y 1971. Varias de sus composiciones, entre las que se cuentan “Por la muerte de muchos” y “Aquí o en otras tierras”, exaltan la memoria de Jacques Viau Renaud. En “Palabras al oído de un héroe” rinde tributo a Manolo Tavárez Justo, y en “No está bien, sin embargo”, recuerda Maximiliano Gómez (El Moreno). Esta es, sin duda –por su ritmo, frescura y sentimiento- la composición más sobresaliente del grupo, un verdadero logro de equilibrio poético-emocional: Está bien si la fruta picoteada se desprende del tallo y viene a tierra y enloda su dulzura; siempre queda el mundo en grave paz, no ocurre nada. ......................... Está bien la paloma en la cornisa el beso en la mejilla, la mirada espejo de la risa y la imprecisa frontera entre la noche y la alborada. Bien la mujer que siempre me acompaña, bien la mesa del pobre, el agua fresca, el pan elemental, la simple araña, bien que llueva, que escampe,

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Revista Luna Insomne y que anochezca. Hay que aceptar el mundo en su inviolable redondez planetaria o de moneda, justa es la soledad, es aceptable, la vida y el cansancio que nos queda. Lo que no puede ser, lo que no entiendo es que tú como un pájaro cansado de mucha libertad, de haber cantado en el árbol más alto y más abierto, mueras así, de un modo tan sencillo, tan en paz, tan sin plomo, ni cuchillo, que a mí se me haga extraño que estés muerto...! La lista de estos poemas conmemorativos se completa con una media docena de títulos que incluyen: “Unas palabras con Che Guevara muerto”, “Por todos nuestros muertos, “Oda erguida en la muerte de Julián Grimaud”, “Canto para un muchacho de mi pueblo”, “Oda a César Bautista” y “Oda sobre la tumba de mi amigo Jesús”. En general, se trata de textos mediocres, intrascendentes, que no salen del montón, y en ningún caso se elevan a la altura de “No está bien, sin embargo”, pero que en cualquier caso dan muestras del genuino interés del poeta en la preservación de sus vínculos originales: preservación de sus ideales. Otra zona, igualmente dispareja, de su poesía en versos libres recoge una especie de crónica de aquella época convulsa en la que a Del Risco le tocó participar. Si unas veces derramó la miel de su poesía sobre sus seres queridos, otras veces arrojó veneno –merecido veneno- contra invasores y traidores. “¡Caramba, General!”, por ejemplo, es una sátira contra un conocido militar destituido graciosamente de su cargo por un designio de la Presidencia.

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Revista Luna Insomne Algunas de las más representativas composiciones de este grupo forman parte de un auténtico rosario de lamentaciones por el destino de la patria invadida. Entre las más dolientes se cuentan “Oye, patria”, “Palabras para invasores”, “Ofrenda lamentable a un general invasor”, así como la gallarda “Oda gris por el soldado invasor”. Esta última, muy celebrada en su tiempo, no carece de cierto valor histórico y poético: Venido de la noche, quizás de lo más negro de la noche, un hombre con pupilas de piedra calcinada anda por las orillas de la noche... De oscuro plomo el pie y hasta los besos viene del vientre lóbrego de un águila que parirá gusanos y esqueletos para llenar su mar, su territorio... Y aquí está saltando por las sombras, por detrás de alambradas y del miedo, recorriendo caminos enlodados con palabras de sangre para todos... Dentro de su producción en versos libres, René del Risco reservó, por supuesto, lugar para el amor. Ese amor, igual que en la poesía de Alfonseca, suele encontrarse en el reverso de la medalla, en la otra cara de la guerra y la muerte, pero fundido igualmente con la guerra y la muerte, y a menudo con un paisaje marino bailando al fondo. Véanse, por ejemplo, “Carmen sugerida junto al mar” y “La amiga de la guerra”, y sobre todo “Palabras por Eurídice perdida” y “Palabras para Eurídice”, que son las mejores de este conjunto de marinas. En ellas, las criaturas del paraíso se trenzan junto al mar, amándose dichosas las unas sobre las otras: Palabras de leñador yo te decía cuando caía sobre ti

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Revista Luna Insomne sobre tus ágiles piernas y la espuma jugaba entre tus dedos frágiles... ¡El mar, Eurídice! Pero la dicha, como de costumbre, dura poco, muy poco en casa del pobre. Fatalmente, una “dolorosa certidumbre”, un “cruel presentimiento” hacen nido en el “corazón oscuro y caluroso del poeta. No podía ser de otra manera. Aquel amor, aquella etapa dichosa no sobrevivirían al cambio brusco de las circunstancias. Nadie hubiera podido robarnos aquel mar aquella ardiente edad entre los árboles, si el cuerno de la guerra no aturde nuestra frente con su sombrío aliento de cenizas... Es importante notar, en este punto, cómo el sentido del amor en la poesía de Del Risco se corresponde plenamente con su sentido de la vida –con su sentido trágico de la vida-, y estos a su vez con su sentimiento religioso. En casi todos los casos sale a relucir su humanidad doliente y fecunda, así como su concepción epicúrea de la existencia. Cierto es que el tema religioso lo toca pocas veces, pero cuando lo toca lo hace con altura, como corresponde. Así se manifiesta plenamente en uno de sus poemas más tempranos, “Palabras a Dios”, que data de 1961: No serán perseguidos de tus ejércitos de Ángeles, Señor estos que ahora no hacen más que celebrarte en su propio deleite; porque vivir sin ti es esperarte con el pecho manchado por la inocente culpa; por esa culpa, Dios, que no podemos eludir los que de ti descendemos por milagro.

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Revista Luna Insomne Aparentemente lo seduce al poeta la creencia en un dios verdaderamente bondadoso, ajeno a la idea del infierno, un auténtico dios de redención espiritual y social: He aquí Señor que estoy en ti, que está en la tierra tu hijo como tu lo has querido; sin sucias lágrimas que me impidan verte en la hora preciosa del dolor y esperando con fe la buena miel y la abundante leche que ha de manar un día bajo los pies salvados de los hombres, de esta tierra que tú nos regalaste. En la obra poética de René del Risco Bermúdez, El viento frío sobresale por su dimensión poética y humana. En esta fase de su producción, el código ético-estético reposa en un ideal menos epicúreo que político. Conceptualmente, su poesía aspira ahora a realizarse en lo social y aparece más definido el compromiso: un compromiso de solidaridad con sus semejantes. Nótese de inmediato que El viento frío es un libro de atmósfera. Atmósfera más bien enrarecida a pesar de la brillantez del paisaje. Atmósfera de un agobio –frustrante, traumática, depresiva. Atmósfera de una derrota que no dejó de ser gloriosa. Atmósfera donde el amor y el desamor se conjugan permanentemente con el hastío, la soledad, la tristeza y la muerte. Muerte y memoria en el escenario de la ciudad innombrada, crónica de un mundo enfermo de egoísmo, epopeya íntima de un poeta que muere de muerte ajena. En términos sociales, El viento frío expresa el punto de vista del combatiente intelectual pequeño burgués que se reintegra al orden, un orden restablecido mediante el habitual expediente de brutalidad por tropas yanquis, necesariamente yanquis. Lloviendo sobre mojado, puede afirmarse que El viento frío es el símbolo de la frustración de la pequeña burguesía comprometida con los cambios sociales. Ninguno de los autores que vivieron las jornadas heroicas y esperanzadoras de abril, ha

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Revista Luna Insomne dejado de sentir el soplo del viento frío. Esto es, la resaca de la guerra, la aceptación obligada de las limitaciones del ambiente, el reingreso en un presente sacudido pero intacto, medianamente soportable por la confianza en un futuro. Un futuro incierto, sin embargo, castigado, postergado por el monstruo de la represión que se tragó cuatro mil vidas en doce años de continuismo balaguerista. En las hermosas y certeras palabras de Juan José Ayuso, El viento frío “es viento de derrota y desilusión, es viento de enterrar sueños, es aire frío que sopla de noche en la tumba sin luz donde reposan las derrotas de los hombres...”. El escenario se reduce a la ciudad, y la ciudad se reduce al ángulo sitiado por los invasores entre el mar y el río: la zona colonial y sus alrededores. No se la nombra porque es una ciudad simbólica, ciudad cementerio, ciudad de lutos recientes, ciudad falsa poblada por especies de fantasmas que viven una vida de mascarada. Junto a ellos se encuentra una minoría selecta. Ilusos que se niegan a vegetar, rebeldes que no dan por terminada la revolución y actúan con hechos o palabras. Contra todos –fantasmas, ilusos y rebeldes- el poder afila sus instrumentos. A fuerza de conformismo y a fuerza de represión, la sociedad restablecida sana, se limpia el rostro de la ciudad innombrada. El gobierno invierte en obras públicas de relumbrón, política de vitrina. Los aparatos de presión del estado dominico-americano seleccionan sus víctimas. Uno por uno – cuando no en grupos- irán cayendo los dirigentes de la revolución. Dirigentes, activistas, comandantes: artesanos del sueño que se hundía. También cayeron otros –cientos de otrosque sólo tenían la culpa de ser inocentes, inocentes atrapados por la lógica del poder en situaciones de terror. Esto es, infundir miedo en los que están, incluso en los que no están. Ambiente y circunstancias determinan, como se ha visto, actitudes extremas, influyen sobre todo en el punto de vista del observador. He aquí un dato interesante: la puesta en escena de El viento frío está condicionada por una estrecha faja de espacio libre dentro de la ciudad zombi. Desde esta perspectiva, hay que notar que la mayoría de los textos parecen haber sido escritos o pensados desde un balcón (igual que algunos de los poemas de Alfonseca), casi como buscando aire para escapar de la asfixia de posguerra. En efecto, el balcón es el sitio de observación privilegiado para fines de orientación. Desde el balcón se domina el espacio físico que ocupa la estructura poética, una estructura ausente, como diría Humberto Eco, calculada al milímetro, incluso visible, pero ausente

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Revista Luna Insomne físicamente: espejismo que engaña a los sentidos sin dejar de ser realidad para los ojos. En menor medida, cafetería y cinematógrafo cumplen funciones similares a las del balcón, pero con una sutil diferencia: la cafetería, como el cinematógrafo, representan el punto de vista del observador integrado, no del espectador apocalíptico que era René, el René que miraba desde el balcón el caos que se organizaba sobre la ruina de los ideales de abril. Presumiblemente se trata del balcón de la casa que habitaba el poeta en la Avenida España. Balcón mirador, balcón observatorio, balcón indiscreto, balcón telescopio de Galileo, balcón desde el cual puede verse, siempre verse, a la muchacha que se peina, se cambia se perfuma, se maquilla, lo mismo que al hombre que pasa por debajo con su carga de ilusiones cotidianas. Balcón, en fin, para ver la vida en sus aspectos más engañosamente inmediatos, balcón ventana de la vida. En el fondo se trata de eso: el poeta vive la vida como mirando a través de una ventana, sin tomar parte en ella, a la distancia que le imponen su “yo” y sus “circunstancias”. El punto de vista del autor frente a su obra también concierne al tono y al estilo, no sólo a la ubicación. René eligió –como Alfonseca en La guerra y los cantos- un tono coloquial y un estilo realista y simbólico que no traiciona su porfiada vocación romántica. La obra es descriptiva, prosística por elección. Es narrativa. Todo el libro es un gran conversatorio donde el narrador está junto al poeta o sobre el poeta. De hecho, los poemas tienen ritmo pero no tienen música, no tienen melodía, no se prestan a grandes declamatorias. Como Picasso en Guernica, René del Risco renunció a los colores, a las notas altas, estridentes. El viento frío es obra asonante, a veces disonante, o más bien monocorde, sin más adorno que su sencillez ni más belleza que su verdad profunda. El primer poema, el que da título al libro, empieza naturalmente con altura, desde el balcón de marras, y con una nota que es casi de optimismo, escrita como al final de una larga convalecencia: Debo saludar la tarde desde lo alto poner mis palabras del lado de la vida y confundirme con los hombres por calles en donde empieza a caer la noche.

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Revista Luna Insomne Es la nota de alguien que –por lo menos en propósito- decide aceptar, asumir la vida y el mundo como son, no como quisiera que fuesen: porque todo ha cambiado de repente y se ha extinguido la pequeña llama que un instante nos azotó... La conciencia de ese cambio se traduce, momentáneamente, en resignación forzosa, forzada por las circunstancias de las que ya se dijo: Ahora estamos frente a otro tiempo del que no podemos salir hacia atrás... Se trata de una resignación rebelde, quizás de una rebeldía resignada. Todo parece entonces reducirse a un simple juego de palabras que, como todos los juegos del homo luden, encierra un sentido segundo. Rebeldía resignada o resignación rebelde implican de muchas maneras la existencia de un mecanismo de rechazo mediante el cual el poema, todos los poemas de El viento frío, se niegan a ellos mismos: niegan lo que ofrecen. Para usar términos de la publicidad comercial (en los cuales Del Risco fue un maestro), el soporte de promesa niega la promesa o se convierte en su contrario. Así, la diversión es hastío, la palabra “alegría” es víctima de una doble adjetivación que la hace gris o lúgubre, de manera que todo lo que es alegre es triste, “amargamente alegre”, dice el poeta. La compañía trae aparejada un sentimiento de soledad, el amor se torna en desamor, la vida es muerte, la ciudad es infierno, escenario de una derrota. Lo que empieza siendo hermoso es el inicio de la invasión del viento frío: Es hermoso ahora besar la espalda de la esposa, la muchacha vistiéndose en un edificio cercano, el viento frío que acerca su hocico suave a las paredes, que toca la nariz, que entra en nosotros y sigue lentamente por la calle,

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Revista Luna Insomne por toda la ciudad... Lo anterior se explica en función de un viejo y permanente drama existencial, que es el que se reproduce en El viento frío: el drama del hombre dominado por el sentimiento de vacío frente al sinsentido de una vida, el paradójico vacío existencial de un hombre lleno de poesía. El mismo sentimiento conduce al rechazo de la existencia como ficción, a la ficción de vivir por vivir, a la falta de autenticidad de las relaciones humanas instaraudas por los vencedores. El poeta narrador se queja de la indiferencia, se duele porque “ya no son tan importantes los demás”. Se dirige a Belicia, nombre ficticio de una entrañable persona cuya identidad no viene a cuento: Belicia, mi amiga, tal vez debamos ya cambiar estas palabras. Atrás quedaron humaredas y zapatos vacíos, y

cabellos flotando tristemente...

ya no son tan importantes los demás... El ingreso al orden reconstituido implica el trauma de un segundo nacimiento o de una segunda muerte a través del proceso de adaptación al clima de posguerra, posiblemente la renuncia a sus ideales. He aquí el conflicto. El mundo que se le ofrece es el mundo de la indiferencia, ajeno por completo al heroísmo, a la solidaridad, a la esperanza: Porque hemos regresado, Belicia. Ahora paseamos junto a los jardines y discutimos de otras cosas, y yo no admito tu dureza, y tu descubres mi egoísmo y en fin Belicia, amiga mía, ya los demás no son tan importantes y tú y yo debemos comprender

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Revista Luna Insomne que estamos en el mundo nuevamente... En ese ambiente, y para un artista de tan fina sensibilidad, la alegría individual carece de sentido o tiene un sentido egoísta. Quien aspira a la felicidad colectiva no se conforma con menos. Insumiso, rebelde, se diría que al poeta le resulta imposible ser feliz por sí solo, no puede ser alegre sin los otros. El origen de su mal, de su tristeza, es histórico: su ego enfermo es proyección del malestar social. Lo que es alegre individualmente, es triste de rebote, socialmente triste. Por carambola, alegría y tristeza van juntos cuando sopla el viento frío. Polos de una misma dialéctica: Porque entonces, estás tú. Y ya no puede haber ciudad donde los hombres andan con un presentimiento grave en la mirada, donde los diarios traigan esos descorazonadores titulares de las primera planas, y un niño sienta el mismo odio que nosotros mientras nos lustra los zapatos. Porque, entonces, estás tú; tan dulcemente junto a mí, que hasta puedo engañarme con tu risa y llegar a creer que este es un día alegre... La misma lógica, dentro de las mismas circunstancias, justifica el sentimiento de soledad que sufre el poeta en la vida y en el poema que la traduce. El poeta de El viento frío siempre está sólo, aun si se encuentra en compañía de los demás. La paradoja

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Revista Luna Insomne es aparente. En condiciones de viento frío el poeta es un extranjero en su tierra, un “inadaptado”, un soñador aferrado a un código ético-estético que no se corresponde con los valores del momento. Vale decir, un exiliado en su interior. Defiende ideas y principios por los que ha visto morir a muchos de sus compañeros, y a pesar de que la vida le sonríe en términos de realizaciones personales, el poeta no se siente realizado. Al parecer no se sentirá realizado ni en la época de sus mejores éxitos literarios y económicos. Siempre da la impresión de ser alguien que hace el esfuerzo por adaptarse al medio sin traicionar lo mejor de sí. Repugna de los clichés y deja constancia, aborrece los lugares comunes y las falsas nomenclaturas, y también deja constancia. No es alguien que disfruta de los favores que le dispensa el medio. Más bien se trata de una persona que se siente agobiada por las exigencias de “la simulación en la lucha por la vida”. La inocente taza de café se le antoja una trampa: Puedo pensar que esa taza de café delante de ti, junto a tus manos, es un oscuro pozo donde empiezas a hundirte desde las ocho menos cuarto, víctima de toda una vida nómada, desolada, tonta... La soledad del exilio interior, que se expresa en términos sociales, también concierne a sus relaciones íntimas con las “mujeres” y “muchachas” que pueblan el pequeño universo de El viento frío. La compañera de ocasión no falta, en efecto, casi nunca, a veces en número plural. De hecho es omnipresente. Aun así, en la mejor compañía posible, el poeta no reprime y no disimula un sentimiento de soledad, soledad en buena compañía, como ya se dijo. Parecería que la compañera de ocasión, muchacha o mujer, presencia inexorable en cuanto fantasma y símbolo, siempre está un paso atrás de su sensibilidad y su inteligencia: no lo representa al poeta, no lo llena. Hay un vacío entre ambos, una distancia. Y el sentimiento de soledad reaflora, otra vez, en términos sociales: Tu quizás no lo adviertas, pero ahora hablas con palabras corrientes,

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Revista Luna Insomne te preocupan las cosas que a todas las mujeres molestan alguna vez, las cosas que nunca mencionaste en otro tiempo... Yo, junto a ti, pienso y sufro, siento este momento que se va, la mecedora de metal, cartas que debo escribir, todo lo sufro, lo comprendo... yo sé que el tiempo es todo esto irremediable, la infancia con su luz, toda la mentira, las equivocaciones, tú, tú, Belicia, también eres el tiempo... Ahora la niña retoza entre tus piernas y yo podré mirar las casas con jardines pero mañana no será esto otra vez, además, estarás tan disgustada...! Si yo te dijera en voz alta estas palabras que escribo entonces te sería fácil comprenderlo todo, el desencuentro, lo que dejamos de ser

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Revista Luna Insomne como quitarnos un anillo... Pero, en verdad, quizás no está del todo bien, tal vez yo quiera mostrarte un lado demasiado feo del mundo. La taza de café que recela una trampa representa el final de ese tránsito desde la enfermedad del amor hacia el hastío, el desamor y el hastío. Nueva vez queda en evidencia la imposibilidad de ser felices juntos, nuevamente es víctima de la ficción de vivir, el vacío, la distancia, la incomprensión: Porque para todos hay un tiempo, nada más. Después nos descabeza el hastío. Nos arruinamos en gestos y feroces intentos. Nos vamos quedando en una amarga soledad, en una inexorable soledad de café, de implacables ojeras de ceniza... A propósito de la taza y del café, hay que anotar otro dato significativo. Entre los elementos gráficos que el autor eligió para ilustrar sus textos, ninguno es más elocuente, importante y recurrente que la taza de café. De un total de nueve fotografías, incluyendo portada y contraportada, cuatro corresponden a la taza de café, dos a la calle, una a la cafetería, otra a la misteriosa Lucy Ann Astwood –junto a una ventana- y la última a la propia efigie del poeta. (El poeta pensante y fumante, el vaso lleno de un líquido precioso, en un ambiente sugestivamente brumoso). Las fotos comentan los textos, naturalmente, y a su vez son comentadas por los textos. La importancia de unas y otros, en cuanto a su valor representativo, se confirma plenamente al analizar los motivos explícitos de la poética de El viento frío, que es la poética de la obra completa de René del Risco. Todo ello habla del orden y el método con que se planificó el libro, un libro obsesivo, página por página, concebido, no cabe duda, por un obseso. Nada hay aquí tan obsesivo, sin embargo,

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Revista Luna Insomne como la obsesión por la ciudad y la muerte, la muerte en la ciudad y la ciudad en la muerte. Ciudad y muerte son palabras que se alternan y se repiten de tal manera que aun en su ausencia están presentes. Hasta en el epígrafe aparece la palabra muerte. La dedicatoria tiene ciudad y muerte aparejadas, apareadas, matrimoniadas, indisolublemente juntas: te llamas Vicky, Luisa, Aura, Rosa y no importa... A ti, porque en esta ciudad mueres conmigo, me acompañas, y no haces más que repetirte, en mis palabras! En un poema hermético como “Esta dulce mujer...” –tan hermético que casi parece un muro de contención, impenetrable- sólo es posible recuperar para el entendimiento una especie de aura simbólica, evocación de una atmósfera de muerte y desolación en la ciudad sugerida, apenas insinuada. La ciudad, la ciudad obsesiva de René del Risco, la ciudad que se desdobla en mil facetas, la ciudad que él pinta y dice, una ciudad que todavía lleva el estigma de la invasión, la ciudad que es el escenario natural de la derrota y la muerte, circo romano para el disfrute de fieras amaestradas que observan sin ser observadas. Nadie ha tenido un sentimiento tan arraigado y profundo de la ciudad como el “provinciano” René. En la ciudad que él dice y redice no matan sólo las balas. Matan las convenciones, el egoísmo, el conformismo, el consumismo moldeador de conciencias tranquilas: Si nos atrevemos a salir, nos matarán los otros. Nos obligarán a pisar un pedal, a tragar rápidamente letreros, paredes, alguna voz, a huir toda la noche como buscando a nadie. Nos matarán los otros...!

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Revista Luna Insomne Sobre este tema hay otras variaciones que remiten a una misma inquietud. El peligro de muerte dentro de la ciudad acecha permanentemente, pero no siempre se trata de un peligro de muerte física. A menudo se trata de un peligro existencial, peligro de muerte en vida. A la trampa de la taza de café se le agrega una nueva amenaza. La ciudad escenario de la muerte se convierte en ciudad victimaria: esta misma forma de morir que tiene una muchacha llamada Vicky, Luisa, Aura, Rosa, ante una taza de café, víctima de toda una ciudad, de toda una vida nómada, terrible, tonta... Aparentemente no hay escapatoria. Dentro de la ciudad, la muerte aprieta, teje su lazo, no hay alternativa, no hay salida: Esta ciudad en

la que te fatigas y recuerdas

y huyes de ti con mucho miedo, con el temor de entristecerte demasiado. Esta ciudad no te olvidará ni un solo instante, como todos, estás para esta muerte...! La ciudad implacable, escenario de la muerte, ciudad a veces victimaria, también es ciudad que hace escarnio de sus habitantes, objetos de burla: Porque ya sólo nos quedan ojos para estrujarlos dolorosamente en las vidrieras, para ver la lluvia sordamente caer

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Revista Luna Insomne entre arrugados papeles y zapatos, para mirar este otoño con extrañas mujeres en cuyos rostros la ciudad se burla de nosotros. El momento poético más terrible tiene lugar allí donde el amor se conjuga con la ciudad y la muerte: Hasta que llegue este momento en que nos damos cuenta que toda la ciudad la devoramos juntos con palabras y whisky en esta sala...! Tú, que hablas tan cerca de estas cosas, me convences como nadie de que el amor entre nosotros, es un serio trabajo de la muerte... Todo ello es posible en la ciudad perdida, dantesca antesala del infierno, ciudad generadora de discordia, egoísmo, indiferencia. Es la ciudad que sustituyó a la ciudad generadora de esperanzas, ciudadela de las ilusiones combatientes. La ciudad irrecuperable: Aquella ciudad no la hallarás ahora por más que en este día dejes caer la frente contra el puño y trates de sentir... No, no era esta ciudad.

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Revista Luna Insomne Te lo repito... Por lo que puede apreciarse, hay pocas notas alegres en la obra de René del Risco y Bermúdez, incluyendo sus cuentos, sus magníficos sonetos y versos libres. Todo en esa obra conspira, por el contrario, a favor de la sombra. Todo en ella habla, parece hablar de un poeta densamente poblado por la muerte. René vivió agobiado quizás por un presentimiento o vocación de muerte prematura. En más de un sentido, su arte poética es anticipación y presagio de la muerte, de muchas formas posibles de la muerte, entre ellas la muerte física y la muerte por inmersión social, la muerte por asfixia que conduce al conformismo. En más de un texto, en serio y en broma, se describe suicida. La descripción es acertada porque casi todo en él va de la mano de la muerte, la muerte que percibe próxima, posible, la muerte convidada. Ansiedad de muerte y ansiedad de vida se corresponden con su personalidad ciertamente compleja. Es neurótico, por supuesto, hipersensible, depresivo, tal vez más autodestructivo que suicida, aunque nadie está más cerca del suicidio que un depresivo. Con frecuencia recurre a somníferos, recurre a la bebida y lo justifica porque “hay necesidad de ti, salobre vino hermano”. Por ser mal bebedor, hace mala bebida y hace crisis. El hecho en que perdió la vida permanece ambiguo: un accidente suicidio, uno de los pocos hechos ambiguos de su biografía. Pero su muerte era anticipable. Por otro lado, mucho ha contribuido la maledicencia a difundir la tesis del suicidio, alimentando el mito de un René asqueado de sí mismo en cuanto revolucionario enganchado a publicista. Posiblemente René sufrió sus contradicciones como han testimoniado sus más cercanos amigos, y sobre todo sus más cercanos enemigos. Dejó constancia de ello en más de un poema memorable, y más específicamente en “Entonces, ¿para qué”, el último del libro: Para qué entonces, si sabemos que esta hoja de parra del amor mentiroso se cae a cada instante y nos desnuda y nos muestra tal como somos hipócritas, cobardes, ingenuos a propósito, verdugos,

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Revista Luna Insomne lamedores a sueldo del látigo y el palo... A pesar de todo, René no traicionó sus ideales. Vendió “su fuerza de trabajo”, no su conciencia. Probó el buen vino y el éxito económico, más no perdió la moral. Alejado de la política militante, vio caer a sus compañeros y los incluyó en su registro poético, dejando constancia de su adhesión a la lucha. Inútil es buscar motivos que no existen. La muerte de René del Risco y Bermúdez –el más dotado narrador y poeta de su generación- estaba escrita en su obra.

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Pedro Conde Sturla (San Francisco de Macorís, 1945.) Estudió Humanidades en la Universidad de Roma, y ha sido profesor de Historia Moderna en el Instituto Tecnológico de Santo Domingo (INTEC) y profesor de historia y literatura de la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Ha publicado: “Antología informal “(1970), “Notas sobre el «Enriquillo» “(1978), “«El chivo» de Vargas Llosa: una lectura política “(2000) “Ruben Suro o la poesía con una sola intención”. Estudio y recopilación de Poemas de una sola intención de Ruben Suro (1978), “Oficio de poeta”. Prólogo a una edición dominicana de Taberna y otros lugares de Roque Dalton (1983), “Elogio y diatriba de Víctor Villegas”. Estudio y selección de la antología poética La luz en el regreso de Víctor Villegas (1993).

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RECORDÁNDOTE RENÉ DEL RISCO, CLARO, A MI MANERA. Freddy Ginebra

S

iempre quise escribir sobre René pero no sabía como hacerlo. No soy crítico literario y ya sobre él, los entendidos le han dado su puesto en la literatura dominicana. Apenas fui uno de sus lectores más fervientes, pero pensé que quizás dentro de estas manualidades que escribo cada domingo, encajaría como parte de mis vivencias inolvidables. Hablaría de René el amigo, que creo es tan importante como su valoración de escritor y artista. A mi juicio mucho mejor, pero bien, allá cada quien. Todavía a estos años de su partida, el dolor de su muerte me duele. Cada 20 de diciembre lo recuerdo y lo imagino en su eterna juventud. No te has puesto viejo René, tal como lo habías planeado. A René lo conocí gracias al trabajo. Estábamos juntos en la agencia de publicidad y entablamos una amistad que fue creciendo con el tiempo. Con loa días y el trajinar de las obligaciones fui descubriendo que aquel amigo tenía un talento desbordado, excedido. Disfrutaba las tardes cuando filosofábamos sobre cualquier tópico. Un tema de un futuro cuento, la vida social dominicana, la revolución del 65, la gente y sus sorpresas, sus conquistas anónimas, la vida, la muerte, sus sueños, aquella novela que había comenzado a escribir y cualquier otra cosa que precisara de una reflexión inteligente. Envuelto siempre en el humo de su cigarrillo hablaba con propiedad, impresionándome. Eran tiempos donde las posiciones políticas estaban bien definidas. La izquierda era la izquierda y la derecha la derecha. Defendía sus ideas como si con ello estuviera defendiendo la vida, con rabia y obstinación. El destino le había jugado más de una mala pasada y su llegada al mundo apasionante de la publicidad, le mantenía deslumbrado. Disfrutaba día a día de sus pequeños triunfos, de la facilidad de palabras e ingeniosidad de sus textos. Del poder creativo de sus campañas, de la posibilidad dentro del mundo creativo, tanto para hacer un jingle con el maestro Solano, como producir el mejor de los comerciales. Dueño de un verbo ilustrado, inteligente presentador de televisión. Tenía una colección de trajes cruzados y

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Revista Luna Insomne naturalmente exquisitas corbatas de seda. "Es que pasamos mucho -me dijo un día justificando la elegancia y lo presumido que era y agregó-. La vida te va dando lecciones y tienes que asimilarlas y aprender de ellas". La publicidad era algo natural en él. Las campañas le surgían fácilmente y siempre tenía un punto de vista diferente de cómo encarar los retos y demandas de nuestros clientes sorprendiendo con ideas frescas y muy sagaces. Disfrutaba en cada una de sus presentaciones donde el elemento sorpresa era parte de la estrategia. Bohemio confeso. Coleccionista de amaneceres. Recuerdo un día en que tanto él como su carnal Miñín desaparecieron. Damaris estaba muy nerviosa pues habían salido una tarde y al otro día a eso del mediodía, aun ambos estaban extraviados en el misterio de la noche. Recibí una llamada. "A Freddy que venga de inmediato. Le tengo el descubrimiento más importante del momento". Yo, junto a Héctor Herrera conducía y producía un programa de televisión que se llamaba "Gente" y cada sábado presentábamos nuevos talentos. La voz aguardentosa de René me respondió al teléfono. Estaban en casa de su novia Victoria y a esa hora aún no se habían acostado. "Corre, ven rápido -me ordenó René-, tenemos aquí la voz que necesita este país. En tu vida has escuchado a nadie igual". "¿Quién es?" -pregunté. "El nombre no te dirá nada, no lo conoces, nadie lo conoce, es un muchacho de Higüey, de apellido Sepúlveda, no preguntes tanto y sal para acá de inmediato". Colgaron. Victoria vivía en las inmediaciones del parque Independencia, la oficina estaba en la calle El Conde, no tenía carro y me fui caminando. Cuando llegué a la casa que era en un segundo piso, ya desde la escalera escuchaba las notas de la guitarra y la expresión de Miñín cuando decía: "¡Es que esto no tiene madre!" y luego un choque de copas. Toco la puerta, entro y sentado en un taburete descubro la sonrisa espléndida del nuevo talento. "¡Fredesvinda! -me dice Miñín (cuando bebe lleva a femenino todos los nombres, la Renélia, por René, la Alfonseca por Miguel y etcéteras)-, siéntate ahí y no hables". Obedezco y el joven cantante, un moreno de amplia sonrisa me mira tímidamente. "Dispárale una canción para que lo mates del corazón". Y por saludo comienza la primera balada. De inmediato percibo el feeling del intérprete. Es un artista nato, me impresiona por el juego y los matices de su voz. Me dejo envolver en esa y las

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Revista Luna Insomne siguientes canciones y sin darme cuenta me olvido del mundo y me convenzo de que realmente estoy frente a un gran artista. En ese mismo instante decidimos llevarlo al próximo programa "Gente" y de repente comenzó la historia de uno de los mejores baladistas dominicanos. Desde allí me fui a Torrey, una tienda de caballeros que había en la calle El Conde a buscarle unas camisas y unos pantalones para la presentación. El sábado siguiente, República Dominicana quedó seducida por la voz de Fausto Rey. René siempre me lo sacaba en cara. "Dile a la gente quien te lo presentó, dame mi crédito". Me sentía privilegiado cuando participaba de estas aventuras. Nada me hacia más feliz cuando al final de cualquier tarde me llamaba a su oficina para leerme su último poema o el cuento que faltaba por pulir. "Dime que te parece -y comenzaba-. Estas manos mías que no han hecho nada simple, temblorosas, como las de un ciego manos siempre abiertas. Estas manos mías limpias, inocentes. Yo te las entrego. Esta melancólica, pequeña sonrisa. Ingenua sonrisa de muchacho malo. Esta mueca triste de mi boca simple como una palabra: yo te la regalo..." Escribía en su maquinilla con dos dedos con una rapidez sorprendente y luego corregía con la mano izquierda y me lo daba a leer escrutando mi rostro para saber si de verdad me había gustado. René hablaba a veces en parábolas, una vez me dijo dramáticamente que moriría joven, es más, hasta se atrevió a decir el año, "no paso de los 33". No le hice caso y le dije que lo que sucedía era que le aterraba la vejez. Yo al contrario disfrutaría envejeciendo en una mecedora contando mis historias e inventándome otras (no, no se asusten, esto es verdad). El me miraba serio y yo le decía que quien mucho repite lo malo, la desgracia lo acecha y se cumple. Ahí quedaba el tema. Era tremendamente presumido, impecablemente afeitado, bien peinado y con un discreto olor a Vetiver. René aprendió a disfrutar de las mejores bebidas. El ron primero, el whisky alguna vez y una larga temporada de Remy Martin. Tenía una necesidad imperiosa de escribir y a veces se encerraba en su oficina cuando alguna idea lo apasionaba y enfebrecidamente trabajaba en ella y hasta que no estaba satisfecho no la abandonaba. Luego como si hubiera conquistado lo más preciado, celebraba.

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Revista Luna Insomne Teníamos un juego que practicábamos constantemente. "Inventemos", me decía y frente a la persona que fuera, le tejíamos su historia. Él o yo comenzaba y el otro seguía hasta terminar en carcajadas. Yo hacia tremendos esfuerzos por sorprenderle creativamente y lo mismo él. "Ha desaparecido su padre", por ejemplo, hablando de alguien que nos visitara y no conocíamos, yo continuaba. "Nunca se ha sabido nada, pero el trauma le impide comer cangrejos" y desde allí, él retomaba la historia y así pasábamos el tiempo disfrutando las locuras que se nos ocurrían. Trabajamos en muchos comerciales juntos. Él era el director junto a Carmelo Rivera, yo el utility. Juntos en los casting, buscando escenarios, combinando ambientes y reclutando la gente mas divertida del país. Tiempos de risa y diversión. A través de René conocí otros amigos de su Macorís del mar, a su madre, doña América a Iván, su hermano, me hablaba de sus tiempos de cárcel, de sus miedos, del último libro que había leído y algunas veces, omitiendo el nombre, de sus amores y conquistas. Más que consumar, conquistar. Sus eternos amigos y compadres, Danilo Aguiló y Miguel Feris, la historia de la 40, las marcas de las torturas en su espalda, el 14 de Junio, su primera canción, sus idas al Molino Rojo en la calle El Conde a terminar el día y beberse todos los tragos hasta descubrir el amanecer, cigarrillo tras cigarrillo. Cuando leí su cuento "Ahora que vuelvo Tom", la emoción fue tremenda y así se lo hice saber. "Eres un gran escritor", le dije. "¿Tú crees?" Me preguntó mirándome a los ojos. "Tú lo sabes", le dije y sonrió complacido. Minerva su hija, era orgullo permanente, su niña, su tesoro. Luego la vida le regalaría a René, su otro hijo y ya estaría completo. Me hablaba de hacer un programa de televisión juntos, eso fue la última vez que nos reunimos en el Vesuvito con el común amigo Carmelo. "Lo voy a pensar", le dije. "Seremos los mejores. Tú tienes cosas que yo no tengo y viceversa", apuntó. Eso fue en diciembre de 1972, poco antes del día en que nos dejaría para siempre. Nobel, Miñín y José Augusto serían los últimos amigos en verlo aquella noche en el Dragón un 20 de diciembre. Celebraba la vida sin saber que le acechaba la muerte. Se retiraron a las doce de la noche. Nobel, Miñín y José Augusto se fueron a sus casas y René a cumplir su promesa de morir joven.

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Revista Luna Insomne Me corrijo, mueren solo los que se olvidan, René no ha muerto, no puede morirse. René está con su mano tendida donde habita la más pura poesía y de seguro sigue hablando de su Macorís, se burla de los capitaleños y su malecón que según él, creemos imprescindible, escribe poemas en el eterno atardecer y naturalmente, sonríe, pues sabe que llegaremos todos y continuará la fiesta, aquella que ya no tiene fin.

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Freddy Ginebra Giudicelli (Santo Domingo, 1944) Publicista, Gestor Cultural. Estudió inglés, publicidad, administración cultural, televisión y servicios de relaciones públicas en New York University, Estados Unidos. Es Presidente de Publicitaria Cumbre, asociada a Nazca Saatchi & Saatchi. Dirige Casa de Teatro, importante centro cultural que fundó en 1974, donde han nacido importantes nombres del mundo artístico dominicano. Ha publicado “Antes de que pierda la memoria”, “Secretos Compartidos” y “Celebrando la vida”.

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Revista Luna Insomne ©Todos los derechos reservados. ©De los textos y las ilustraciones: Sus respectivos autores.

Editor: Luis Reynaldo Pérez. Contacto: atabalediciones@gmail.com lunainsomne.wordpress.com

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