LA VUELTA AL MUNDO DEL GRAF ZEPPELIN. Léo Gerville-Réache

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LA VUELTA AL MUNDO DEL GRAF ZEPPELIN



LA VUELTA AL MUNDO DEL GRAF ZEPPELIN L É O G E RV I L L E - R É AC H E I lu s t ra c i o n e s d e B r i a n C o h e n

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Título original: Autour du monde en Zeppelin © Herederos de Léo Gerville-Réache © 2015 de la traducción, Susana Marín © 1999 de las ilustraciones, Brian D. Cohen © 2015 de la edición y notas, Iván Montes © 2015 de la presente edición, Macadán Libros Apdo. de Correos 13 - 18200 Granada

Un libro escrito por Léo Gerville-Réache Edición al cuidado de Iván Montes Agradecimientos a Bridge Press y a Rubén L. Conde Diseño de Macadán Libros y Estudio Squembri Imprime Gráficas Alhambra Printed in Spain

ISBN: 978-84-941297-7-3 Depósito legal: GR 835-2015

Este libro no podrá ser reproducido ni total ni parcialmente sin el permiso escrito del editor. Todos los derechos reservados.

Macadán Libros, en su deseo de mejorar sus publicaciones, agradecerá cualquier sugerencia que los lectores hagan al correo electrónico de la editorial: info@macadan.es

De venta en librerías o solicitándolo en www.macadan.es


Índice Nota del editor ..........................................................................................

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«Muy parecido a una ballena» ................................................................... 13

La partida ................................................................................................ 17 Etapa 1: Friedrichshafen – Tokio ..................................................... 27 El Graf Zeppelin .................................................................................... 29 Un hombre: el doctor Eckener ............................................................ 39 Siluetas de la «vuelta al mundo» ......................................................... 43 Volando sobre Alemania y «Alemania por encima de todo» ................ 53 Por los bosques sin fin de la Tierra Roja .............................................. 57 Spleen en la estepa ............................................................................... 63 Sobre las ondas azules del mar del Lejano Oriente ............................... 71 ¡Banzai! ¡Banzai! ................................................................................... 79 Crisantemos ........................................................................................ 85 Dos nocturnos ..................................................................................... 91 Etapa 2: Tokio – Los Ángeles .............................................................. 97 La tormenta sobre el Pacífico .............................................................. 99 Placeres gastronómicos y longitudinales ............................................ 105 ¡Tierra! ................................................................................................. 113 Donde no hubo más que un hilo... de alta tensión ............................... 117


Etapa 3: Los Ángeles – Lakehurst ..................................................... 127 Hirsutos y lúgubres, en el balanceo .................................................... 129 Por encima de los rascacielos .............................................................. 135 ¿Deporte o transporte? ....................................................................... 141 Etapa 4: Lakehurst – Friedrichshafen ............................................ 147 Donde cierro el círculo ......................................................................... 149

A modo de epílogo ...................................................................................... 159 Apéndice .................................................................................................... 161


Nota del editor

En un balón de gas por el mundo, surcando el cielo. Entre tú y el rayo tan sólo la delgadez del cuero. Es genial estar hoy viva, ¿no es cierto?, con semejantes maravillas ocurriendo. —Harriet Monroe

La epopeya futurista que está a punto de comenzar fue escrita en 1929 por Léo Gerville-Réache, destacado periodista del famoso diario Le Matin, uno de los cuatro grandes rotativos parisinos de la primera mitad del siglo XX. Este periódico, entre cuyas firmas destacadas estuvieron Albert Londres, Colette, el caricaturista Alex Gard o el prolijo escritor Gastón Leroux (autor de El fantasma de la ópera), fue impulsor del género de los grandes reportajes, promovió la creación del Tour de Francia Automovilístico, creó un premio de aviación en busca del héroe que cruzaría el Canal de la Mancha en un vuelo en solitario (Georges Barbot, a bordo de un ligero Dewoitine), y desde su redacción en el bulevar de Poissonnière informó de la dramática travesía del Atlántico en la que fallecieron Nungesser y Coli en 1927. De aquella redacción salió una mañana Léo Gerville-Réache para cubrir, desde el lugar de los hechos y en exclusiva para Francia, la vuelta al mundo del dirigible más emblemático de la historia: el Graf Zeppelin. El 15 de agosto de 1929 comenzó un viaje mítico. Aunque la primera vuelta al mundo por la vía del aire había sido efectuada en 1924 por un grupo de biplanos norteamericanos Douglas World Cruiser, la del Graf Zeppelin fue la primera circunnavegación aérea de una nave de pasajeros. 9


El Graf Zeppelin fue el primero y durante muchos años el único medio de transporte aéreo con el que se estableció una línea regular transoceánica de viajeros. Símbolo de la más avanzada y eficiente tecnología alemana aplicada a la aerostación de la época, el Graf Zeppelin era un pañuelo de seda en el viento; era incluso más cómodo que un vuelo transatlántico actual en primera clase. Con el Graf Zeppelin, la edad de oro de los viajes en dirigible había llegado. Durante nueve años realizó seiscientas travesías, recorrió más de un millón y medio de kilómetros, llevó más de trece mil pasajeros a sus destinos, y en 1932 estableció una línea regular de mercancías y correo postal con Sudamérica. Fue el precursor del tráfico aéreo mundial y el representante de un medio de transporte al servicio de fines pacíficos y comerciales. Su historia debe enmarcarse en una época en la que Alemania tenía que superar, tanto en política interior como exterior, los efectos psicológicos y económicos de la primera guerra mundial; unos tiempos a las puertas de la crisis de los años treinta, pero lejos aún de las guerras que volverían a azotar el mundo. La primera edición de La vuelta al mundo del Graf Zeppelin fue publicada por La Nouvelle Revue Critique a finales de 1929, con el título original de Autour du monde en Zeppelin. Léo Gerville-Réache, miembro de la Association Française du Grand Reportage y amigo de André Salmon y Joseph Kessel, buscó durante toda su vida el reportaje perfecto. Tras la proeza del Graf Zeppelin viajó por el recóndito y hostil Chaco sudamericano y más tarde recorrió el Sáhara occidental hasta las infernales minas de sal de Taoudeni, dos aventuras plasmadas en sus libros Le désert d’émeraude (La Nouvelle Revue Critique, 1932) y L’enfer du sel (Les Éditions des Portiques, 1932), este último en colaboración con J. R. Mathieu, obra ganadora del Premio Gringoire al mejor libro reportaje. 10


En julio de 1936, con la primera noticia del alzamiento militar en España, Léo marchó como corresponsal de su periódico para cubrir los primeros meses de la Guerra Civil. Su rastro se pierde en 1942, en plena ocupación de París por los nazis. Los grabados que ilustran las páginas de La vuelta al mundo del Graf Zeppelin son obra de Brian Cohen, artista norteamericano de brillante y amplia trayectoria. Especialista en la técnica del aguafuerte, Cohen ha participado en más de ciento cincuenta exposiciones colectivas y sus obras se reparten en importantes colecciones privadas y públicas de Estados Unidos, incluyendo las universidades de Yale, Harvard, Vermont y diversos museos, así como la Biblioteca Pública de Nueva York o la Biblioteca del Congreso. Brian es el ilustrador de los libros de ciencias naturales Reading the Forested Landscape y The Granite Landscape, y colabora con artículos sobre arte en medios digitales como The Paris Review y The Huffington Post. El volumen Etchings & Books reúne en edición crítica gran parte de su obra hasta 2001. Por último, hemos considerado oportuno enriquecer nuestra edición con algunas apreciaciones que del mismo viaje hizo el doctor Jerónimo Megías, médico personal del rey Alfonso XIII y único español a bordo del dirigible, con quien Gerville-Réache llegó a congeniar durante los veinte días del histórico periplo. Las dos piezas que abren y cierran el libro son, asimismo, valiosos ejemplos de lo mejor que Megías consignó en su diario (publicado posteriormente bajo el título La primera vuelta al mundo en el Graf Zeppelin. Hauser & Menet, 1930). Disfrute, lector, de este amable y romántico viaje alrededor del mundo, en el vientre plateado del Graf Zeppelin.

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«Muy parecido a una ballena» Hamlet Preámbulo.*

He desayunado con Von Schiller y nos preparamos para adentrarnos en las entrañas del monstruo que nos conduce. Nuestro único antecesor es Jonás. Al final del pasillo de nuestros camarotes hay una puerta, de uso vedado para los pasajeros; los oficiales disponen de una llave para entrar y salir cuando las necesidades del servicio lo requieren. Considero al Graf Zeppelin como un cetáceo colosal que, en vez de contar con el agua como medio, vive en el espacio, nada en el aire. El monstruo tiene enormes ojos; acaso sus órganos más interesantes son los ventanales del puente de mando. Las ventanas laterales, que corresponden al departamento de los servicios meteorológicos, equivalen a las narices; allí se huelen, se olfatean las tormentas. Efectuamos el examen anatómico, de delante hacía atrás. A continuación de las narices se halla la estación de radiotelegrafía, que representa los oídos. Frente por frente se encuentra la pulcra y modernísima cocina eléctrica, abarrotada de cacharros con sabrosas viandas que el rollizo Manz se complace en preparar: la boca. * Del diario del doctor J. Megías, pasajero del Graf Zeppelin en su vuelta al mundo. 13


Un pasillo, el esófago, comunica con el amplio comedor: el estómago. A continuación están nuestros doce camarotes, incluso los destinados a lavabos: la primera parte del intestino, el duodeno. Hasta aquí está permitido verlo todo; llegamos a la puerta vedada y entramos, guiados por el amable Von Schiller. Al abrirse la puerta aparecen ante nosotros las entrañas del Leviatán, dilatándose hasta más de doscientos veinte metros. Un ligero pasillo, de unos treinta centímetros de ancho, fabricado con una resina de peso no mayor que el de la madera, atraviesa al Zeppelin de extremo a extremo: es como un puente colgante sustentado por cuerdas y alambres que penden del armazón metálico de duraluminio. Innumerables planchas finísimas, taladradas para ahorrar peso, fabricadas con la aleación metálica, que es una especialidad de los talleres constructores del dirigible, forman entramados que semejan gigantescas telas de araña entrecruzadas. Caminamos por el estrecho pasillo, asiéndonos a cuerdas y alambres para mantener el equilibrio. Miramos hacia abajo, a veinte metros, y es un desafío al vértigo. A un lado vemos grandes compartimientos repletos de hidrógeno, para la suspensión del globo. A otro lado están los balones de lona impermeable con el gas Blau que alimenta a los motores. Más allá, vamos descubriendo depósitos metálicos llenos de bencina —que, en los momentos tormentosos, suministran también combustible a los motores—, y depósitos de hule llenos de agua, con sus tuberías para la distribución de los servicios. Estos depósitos de agua pueden ser vaciados rápidamente, en caso de necesitarse aligerar el peso de la aeronave.

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Seguimos efectuando el inventario: un pequeño taller mecánico de reparaciones; varias hélices de repuesto, y que al producirse una avería son cambiables en pleno vuelo; sobre telas metálicas, cajas rotuladas, con mercancías, por las que se han pagado tarifas de transporte muy elevadas; y, en las telas metálicas, las sacas de correspondencia. Unos armarios frigoríficos conservan nuestras subsistencias: carnes, embutidos, manteca, frutas y vinos. Del estrecho pasillo central arrancan otros laterales que terminan en las paredes de lona, donde se abren para dar acceso, mediante escalas de cuerdas, a los motores que cuelgan en el exterior. Los camarotes del doctor Eckener y de la tripulación están sostenidos en el aire: son dormitorios-columpios. El capitán Von Schiller me invita a pasar a su compartimento, en el que, además del lecho, hay un armario con papeles y libros y una mesita central rodeada de escaños. Aquí se celebran las juntas de la oficialidad. Continuamos hacia el fondo, en dirección a la cola del Zeppelin, donde se encuentran los timones laterales y de altura, que se manejan desde el puente de mando. Un conglomerado de cables y tubos se ramifica y se subdivide: conducciones y transmisiones de alumbrado eléctrico, teléfono, gas y agua. Todo ello equivale al paquete vásculo-nervioso de la anatomía.

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La partida

E

sta noche se baila en el Hotel Kurgarten. La brillante luz de los salones, algo atenuada sobre la amplia terraza, se pierde en la sombra de la noche en un rayo azul. Acodado en la balaustrada, observo, sin verla, el agua oscura cuyo ligero chapoteo adormece mi dolorida cabeza, y en este ruido monótono mis recuerdos de ayer y mi sueño de mañana entrechocan como barcas amarradas al influjo de la resaca. ¿Hubiera podido yo imaginar este viaje que va a dar comienzo dentro de unas horas? Hice concienzudamente todo lo posible para lograrlo, cumplí todas las formalidades; pero al tomar el tren hacia Friedrichshafen, ¿podía yo creer que llegaría a partir? He tenido un mes entero para hacerme a la idea; y, sin embargo, me parece que esta aventura que a punto está de comenzar nació ayer mismo. Me veo todavía, como si fuera una cosa de la víspera, en la redacción de Le Matin, en donde Georges Abric, mi querido redactor jefe, me miraba entornando sus ojos escrutadores y bondadosos: —Tengo un viajecito para ti... Y yo, como siempre, ilusionado ante la perspectiva de viajar, asiento; por supuesto. —Se trata del Graf Zeppelin. Próximamente va a dar la vuelta al mundo. Si te sientes con ánimo... 17


En realidad no es cuestión de ánimo, sino de estómago. Mi pupila, un poco dilatada, se fija directamente en los ojos de mi buen padre periodístico, y como él permanece imperturbable, yo estrecho su mano tendida. Esta fue, si me atrevo a expresarlo así, la primera etapa de mi vuelta al mundo. Y esta noche partimos... Al lento ritmo de los blues y de los tangos hemos pasado, sin darnos cuenta, de este 14 de agosto en el que aún éramos seres disponiendo de su tiempo cotidiano, de una vida que transcurría normalmente, a este 15 de agosto en el que ya no somos sino los héroes de la aventura. A las cuatro de la madrugada ya habremos partido. Las sonrisas incrédulas, las dudas discretas, los cumplidos que más bien parecen pésames; y mis desesperantes inquietudes… Todo se mezcla en mí, tumultuosamente, al sincopado ritmo del jazz. ¿Por qué estas muchachas, estas chicas alemanas que tan bien bailan, pesan tanto en mis brazos? ¿Por qué al quejumbroso sonido del saxofón, estas jóvenes desconocidas toman, mirándome, este aire marcadamente triste? ¿Será quizá porque ya estoy consagrado al azar del aire y del espacio? ¿O tal vez porque llevo en mí algo del misterio hostil de las estepas asiáticas, del enigma desconocido y temible de este océano que nadie franqueó en un único y audaz vuelo? Partimos... Todavía podemos oír la melodía apasionada del último tango. En los salones donde los que parten, y más aún los que se quedan, se aturden con el opio de la danza, un griterío emocionante y brutal ha detenido a las parejas enlazadas. ¡Partimos! 18


¿Por qué buscar tan febrilmente mi chaqueta de cuero, la cámara de fotos que tengo ante mis propios ojos? ¿Por qué mi amigo Geisenheyner, y usted, Lady Hay, por qué reclaman con tanta emoción sus maletas, las cuales llevan ya en la mano? Nuestra troupe ha evacuado el hall del hotel. Se precipita en plena fiebre de llamadas y fútiles rumores hacia los automóviles que, con los faros encendidos, esperan en el jardín. Son las tres de la madrugada; la noche es negra; pero Friedrichshafen se ilumina con las mil luces de los coches que convergen hacia el inmenso hangar, cuya masa gigantesca se estiliza a lo lejos en la extraña claridad de su luz azul. Entre los coches, como el torrente entre las rocas, se escurre ininterrumpida y ruidosa la ola sombría de la multitud. Nos lleva, nos envuelve, nos detiene. Ahora se percibe claramente la masa gris del hangar. Hacia su luz blanquecina vamos, involuntariamente atraídos como las mariposas condenadas hacia la llama luminosa. Hay que dejar los automóviles; los coches no van más allá. Todo el mundo se apresura y tropieza en los raíles, en las traviesas, en las placas giratorias y los depósitos de materiales. Nos interpelamos de grupo a grupo. —¿No dejó usted nada en el coche? —¿Qué hizo usted con mi bolsa de mano? Porque en nuestra pequeña comitiva ha sido esencial ayudarnos mutuamente. Los que iban menos cargados han cogido a los otros los bultos que seguro les hubieran impedido llevar en el embarque por exceso de equipaje. Así vamos solidarios, fraternales y emocionados, hacia esa claridad más viva que cortan en la oscuridad las puertas monumentales del hangar, anchas y abiertas sobre la noche. 19


Y por última vez, antes de llevársenos, se nos aparece. Allí está, el Graf Zeppelin, todavía sujeto a la tierra por los pesados sacos de su lastre. Está allí, con su góndola cargada sobre los ligeros caballetes de su frágil cuna. Está allí como un ballena de acero cuyo elemento fuese el aire. Maravilloso, tremendo, fuerte y ligero; audaz. A sus flancos de monstruo temible vamos a confiarnos. En esta cabina de pasajeros, en esta góndola bajo el hocico de la ballena, y pegada a su vientre como el resto de una presa medio devorada, es donde vamos a intentar la loca aventura. A la azul claridad del hangar se nos aparece tan grande, tan largo, inmenso, como el inmenso periplo que va a desvelarnos. A su imposible velocidad ha de pasar bajo nosotros Europa entera, Asia desde los montes Urales hasta los mares del Lejano Oriente; el abismo del Pacífico, por primera vez afrontado; el continente americano en toda su extensión, sin olvidar este Atlántico en donde el milenario sueño de volar que tuvo el hombre conoció la más atroz desilusión, y que Lindbergh transformó en un esplendor de vida.1 Un sordo rumor llena el hangar luminoso, catedral aeronáutica de un futuro impalpable. Contenida por un inflexible cordón de schupos2, la multitud privilegiada ondula en movimientos de entusiasmo y de emoción. En los rostros de estas gentes, entre las cuales hay seres queridos, en las caras terrosas bajo la luz descompuesta de los focos 1 En mayo de 1927, el aviador e ingeniero estadounidense Charles Lindbergh se convirtió en el primer hombre en cruzar en solitario el Atlántico por aire, uniendo el continente americano y el europeo en un vuelo sin escalas a bordo del aeroplano Spirit of St. Louis. El Graf Zeppelin realizaría la misma travesía un año más tarde, en octubre de 1928, preparando así el camino para las futuras líneas regulares de transporte de pasajeros y mercancías que unirían la vieja Europa con América. [Todas las notas son del editor, salvo otra indicación.] 2 «Polis». Diminutivo de Schutzpolizei, la policía urbana alemana. [N. de la T.]

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eléctricos, no vemos ninguna contracción de angustia y apenas podemos adivinar, bajo este tinte plomizo de cadáver, el zigzagueante surco de una lágrima. —¡Dios mío! ¿Habrán dejado mis maletas en mi camarote? Un jovenzuelo resuelto, el mozo de cabina ágil y silencioso de a bordo, desaparece en el interior del dirigible mientras yo le sigo gritando: —¡Mira bien!... Le Matin... Camarote tres, la litera de abajo... Ernst vuelve. Mis maletas están donde deben. Respiro tranquilo. ¡Qué minuto más emocionante cuando nos cogieron los equipajes! Y no porque se llevaran algo nuestro, ¡pero nos habían asustado tanto con los veinte kilos cuyo peso nadie debía exceder! Todo lo que fuera más de veinte kilos, según nos habían asegurado, se quedaría directamente en el hangar al momento de embarcar, a la buena de Dios. Y para llevar sólo el peso autorizado hubiéramos dejado sin remordimiento el pantalón de un traje, el chaleco de otro o el zapato suelto de un par. Como el peso se comprobó, naturalmente, lejos de nosotros —sin duda para evitar reclamaciones—, puede comprenderse nuestra inquietud. En realidad, por suerte, no fueron estrictos con nosotros. Dejando a un lado a nuestro buen compañero de viaje el coronel suizo Christof Iselin, a quien poco preocupan las cuestiones de vestuario, ¿quién de nosotros no excedió la cifra fatídica? ¿Quién? Quizá Lady Hay, nuestra linda colega americana, que lleva, sin embargo, para esta vuelta al mundo, por lo menos doce vestidos y seis abrigos. Pero todo el mundo sabe que hoy día, doce trajes de señora no pesan más que algunos gramos... 21


Ya dan la orden de embarque. El cordón de schupos que vela para alejar de nosotros la obsesión del pasajero clandestino, ondula en este momento al impulso de los últimos abrazos de los que se quedan. Ya estamos al pie del alto escabel blanco por donde vamos a penetrar en el hermoso navío aéreo de nuestras aventuras. Al pie de esta débil escalerilla, el capitán Von Schiller y el maître d’ hotel Kubis controlan los grandes billetes que la Hamburg-Amerika3 nos entregó para el viaje. Y henos aquí ahora, pegados a las ventanas de cristal del comedor. Los doscientos hombres del personal de tierra de la Luftschiffbau Zeppelin4 han agarrado los cordajes y retirado la rampa de acceso al dirigible. Cadenciosamente, de diez en diez, los equipos van quitando los sacos de lastre. El Graf Zeppelin tiembla ahora sobre su cuna. Los depósitos de agua que vacían para aligerar el dirigible hacen un ruido silvestre como de cascada. A una orden, los schupos, con un gesto autoritario, han ensanchado el círculo, que se estrechaba cada vez más. Entonces, en el confuso bullicio de esta multitud, un silbido desatinado ha provocado un silencio emocionante. Los equipos se han apoderado del dirigible. Estos hombres parecen llevar sobre sus espaldas la masa fantástica del enorme aparato. 3 Compañía naviera alemana, promotora el vuelo del Zeppelin alrededor del mundo. Fundada en 1884 y con sede en Hamburgo, la Hamburg-Amerika (HAPAG) se encargaba de la venta en exclusiva de billetes aéreos para DELAG, la primera aerolínea de la historia, especializada en travesías transatlánticas. 4 Luftschiffbau Zeppelin GmbH era el nombre completo de la sociedad constructora de dirigibles fundada por el conde Ferdinand von Zeppelin a principios del siglo XX; una compañía todavía hoy en activo con el modelo Zeppelin NT.

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Van con paso rápido, cadenciado por el ritmo de la multitud y aguijoneados por el blanco vuelo de los pañuelos cargados de lágrimas. Por la puerta norte, el Graf Zeppelin sale rápido del hangar inmenso. Inmóvil, al aire libre, sujetado por los equipos sobre el vasto campo de césped desde donde pronto emprenderá su vuelo, ilumina la noche con su claridad de plata. La multitud lo sigue y de nuevo lo rodea. La cruel luz azul ya no desfigura estas caras, y únicamente la atroz emoción del momento da a las sonrisas de los «hasta pronto» la forma de un rictus. Me parece que lloran los que se quedan, y quizá tú también, mi querida Rozille, que trajiste la gracia de Francia a esta despedida en tierra alemana. Mirad, al contrario, apoyadas en las ventanas del dirigible, las caras de los que se van. No escrutéis sus corazones, quizá cargados por una opresión secreta; ved únicamente qué ligera y alegre es la mano que hace la señal de adiós. Una vez soltadas las amarras, el peso del racimo humano agarrado a sus cables sostiene todavía al dirigible preparado para partir. En el círculo despejado, va y viene, solo, uno de los segundos de a bordo; el capitán Von Schiller. De pronto se detiene: los brazos en cruz, de cara a la proa; y, una vez ejecutado el signo fatídico, de un salto entra en la barquilla del motor trasero. A esta señal, resuena estridente un silbido que nos lanza a la aventura... Todavía suena en mis oídos su modulación justa. En mí quedó la extraña emoción que bruscamente animó esta noche formidable. 23


Su último trino imperioso y claro nos hizo subir de un golpe hacia el cielo, que ya clareaba por oriente. ¡A la aventura! El clamor frenético de esta multitud se pierde para nosotros en la ensordecedora explosión de los cinco motores lanzados al vuelo. Ya somos prisioneros a bordo del Graf Zeppelin. El mando ha dividido en cuatro etapas el periplo. La primera, de Friedrichshafen a Tokio, por la Rusia europea y Siberia; la segunda, de Tokio a Los Ángeles, en vuelo sobre el océano Pacífico; la tercera, de Los Ángeles a Lakehurst, cruzando el continente americano; y la cuarta, de Lakehurst a Friedrichshafen, travesía del océano Atlántico. A las cuatro treinta y cinco de esta madrugada del 15 de agosto de 1929, unos cuantos hombres parten para intentar, por la vía del aire, la vuelta a su planeta. Y yo soy uno de ellos. 24


Es un momento impresionante, inenarrable. En las negras crestas de los ĂĄrboles se estiran las primeras claridades rosadas de una aurora que no olvidarĂŠ jamĂĄs.

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«El Graf Zeppelin es algo más que maquinaria, lonas y aluminio. Tiene alma». Lady Grace Drummond-Hay Bienvenido al Graf Zeppelin, la mayor y más sofisticada aeronave de los años veinte. A su gigantesco esqueleto de metal, a sus cinco corazones Maybach, a su piel plateada de cetáceo nos confiamos para emprender, por la vía del aire, la más TVHFSFOUF de las expediciones: la primera vuelta al mundo en dirigible. &O MPT ÞMUJNPT EÓBT GFMJDFT B QPDPT NFTFT EFM DSBD EFM Z EFM JOJDJP EF MB (SBO %FQSFTJØO BOUFT EFM SFTVSHJNJFOUP EF MBT UFOTJPOFT FOUSF MBT QPUFODJBT VO IFUFSPHÏOFP HSVQP EF QBTBKFSPT EJHOP EF MBT OPWFMBT EF +VMJP 7FSOF P "HBUIB $ISJTUJF MF BDPNQB×BSÈO FO VO WJBKF JOPMWJEBCMF BUSBWFTBOEP MBT FTUFQBT TJCFSJBOBT EFTDVCSJFOEP FM -FKBOP 0SJFOUF GSBORVFBOEP MPT PDÏBOPT TPCSFWPMBOEP MPT &TUBEPT 6OJEPTy Disfrute de este delicioso vuelo histórico a bordo del «más ligero que el aire» y evoque a vista de pájaro los brillantes días de un futuro perdido.


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