DE BÓLIDOS Y HOMBRES. Robert Daley

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DE BÓLIDOS Y HOMBRES ROBERT DALEY I lu s t ra c i o n e s d e Hé c to r C a d e m a r to r i

extracto promocional


Título original: Cars at Speed © 1961, 1989, 2014 Robert Daley © 2014 de la versión en español, Macadán Libros © 2014 de las ilustraciones, Héctor Cademartori © 2014 de la presente edición, Macadán Libros Apdo. de Correos 13 - 18200 Granada

Edición de Iván Montes Corrección de Susana Marín Imprime Gráficas Alhambra Printed in Spain

ISBN: 978-84-941297-3-5 Depósito legal: GR 1511-2014

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Índice

Nota del editor ..........................................................................................

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Prólogo .................................................................................................... 13 El fin de los carreras en carretera abierta ............................................... 19 A ritmo de tango ...................................................................................... 49 Por las calles de Montecarlo .................................................................... 73 El hombre contra Sicilia .......................................................................... 109 Sobre las dunas de arena ......................................................................... 147 A través de los bosques de las Ardenas ................................................... 169 Las 24 Horas ............................................................................................ 191 La carrera por el champán ....................................................................... 219 Una pradera de cemento ......................................................................... 249 Vino de Oporto y curvas empedradas .................................................... 289 El anillo de Nürburg ................................................................................ 309 El circuito de la muerte ........................................................................... 339 Los pacíficos americanos ......................................................................... 373 Epílogo ..................................................................................................... 397 Apéndice .................................................................................................. 403



Nota del editor

No mirando a nuestro daño corremos a rienda suelta, sin parar; desde que vemos el engaño y queremos dar la vuelta, no hay lugar. Jorge Manrique

Este libro trata sobre una época donde las carreras de coches tenían poco que ver con las de hoy día. Algunos hasta dicen que no se parecen en nada. Hay varias explicaciones para esto, pero principalmente son dos: una es el dinero y la otra la muerte. En el pasado las competiciones se disputaban en circuitos de carretera o en trazados que utilizaban en parte las carreteras públicas, lo que significaba que el piloto que perdiese el control por apenas un segundo podría chocar contra un bordillo, contra un árbol, saltar por un terraplén o incluso acabar empotrado contra un muro. Competir en ciertos autódromos y pistas de carreras comportaba asimismo un alto riesgo. En aquellos días correr era peligroso, muy peligroso. Los errores se pagaban caros. No había perdón posible. Fue una época muy costosa en vidas. Por otro lado, tampoco había mucho dinero en juego. Los pilotos que corrían para las fábricas recibían sueldos de unos cientos de dólares al mes. Y tanto las primas de salida como los premios de las carreras eran insignificantes. En Europa no existían los grandes patrocinios. De hecho, había poquísimos patrocinadores interesados en apostar por unos hombres cuyas carreras —es decir, cuyas vidas— eran demasiado cortas, y las campañas de publicidad demasiado caras. Un negocio poco rentable. 9


Debido a que las carreras programadas para cada temporada eran apenas ocho o diez, y los premios igualmente escasos, los pilotos de nivel también solían inscribirse en las principales pruebas para coches deportivos (cinco o seis al año). Eran carreras donde los coches corrían al límite durante horas, mezclándose pilotos profesionales con corredores amateurs. Estas carreras eran largas, a veces demasiado largas (seis horas, doce horas, veinticuatro), y a medida que se corrían el factor riesgo aumentaba de forma exponencial, pero también ofrecían más oportunidades de victoria a cualquier corredor. Los ingresos de los pilotos actuales —y su larga supervivencia tras el volante— asombrarían a la gente de entonces. La seguridad en pista y la propia construcción de los coches modernos, más sólidos, bajos y seguros, también; por no hablar de los circuitos, cuyos trazados, estudiados cuidadosamente y pavimentados con esmero, poco o nada tienen que ver con las peligrosas pistas de la edad de oro de los Grandes Premios, una época en la que bólidos y hombres eran el núcleo de un deporte diferente, en un mundo diferente, donde a menudo se pagaba un precio demasiado alto por pilotar coches de carreras. Fue la época excesiva y fascinante en la que están a punto de sumergirse.

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Este es un deporte cruel —Dan Gurney, después estrellarse y haber matado a un espectador durante el Gran Premio de los Países Bajos de 1960.



Por las calles de Montecarlo

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uando se disputó por primera vez el Gran Premio de Mónaco en el año 1929, los coches aún eran grandes y cuadrados, y el conductor iba sentado tan alto que parecía ir a lomos de un caballo. La carrera tenía casi cuatro horas de duración y la velocidad promedio era de unos vertiginosos ochenta kilómetros por hora. Treinta años después habían cambiado muchas cosas. En este circuito, el más apretado de todos los circuitos de Gran Premio, las velocidades medias superaban los cien kilómetros por hora y la carrera necesitaba aún tres horas para terminarla; los coches eran tan esbeltos como misiles, capaces de correr a trescientos por hora, con los pilotos encajados tan a ras de suelo que sólo sus cabezas sobresalían de los bólidos. Aquellas eran máquinas hermosas, bellas, con una clase curiosa de belleza; potente, destructiva. Una belleza que al principio no se hubiera podido imaginar. Los coches que corrían en aquellos Grandes Premios se encuentran hoy en recónditos desguaces o en los museos del automóvil, y los hombres que los pilotaron desaparecieron ya hace tiempo, la mayoría muertos al volante en circuitos más rápidos que éste, víctimas de una muerte acaecida por perseguir una visión particular de la vida que muy pocos de nosotros comprenderíamos. 73


El área del circuito es como si fuese un circo gigantesco. La música y el baile duran toda la noche. Hay tiendas, restaurantes, un parque de atracciones y miles y miles de personas pululando por todas partes. Es un carnaval que ofrece una atracción como ningún otro del mundo puede ofrecer: las 24 Horas. Durante toda la semana anterior se celebran entrenamientos libres en el circuito desde las seis de la tarde hasta la medianoche, y son presenciados por más de cincuenta mil personas. El potente ruido de los motores, la escurridiza luz de los faros de los coches iluminando la pista, el ambiente de regocijo que reina por todas partes... todo contribuye a dar realce y una especial emoción a esas noches tan propias de un parque de atracciones. Y, desde luego, siempre está presente el peligro, que jamás podrá olvidarse en Le Mans. Una placa muy sencilla marca el lugar donde el Mercedes de Pierre Levegh se lanzó contra la multitud matando a ochenta y tres personas. La placa es de color negro y no lleva más que la fecha grabada: 11 de junio de 1955. Allí se colocan cada año enormes ramos de flores antes de que empiece la carrera. La música cesa, la gente enmudece y durante unos instantes Le Mans queda en silencio.

El circuito de Le Mans, trazado sobre carreteras de uso público, es llano, y excepto por contadas curvas, tiene casi la forma de un rectángulo. A principios de los años sesenta, sus trece kilómetros había de recorrerlos el coche vencedor trescientas veces a una velocidad media de ciento ochenta por hora. Cuatro mil kilómetros de recorrido total en veinticuatro horas de carrera. 192


LE MANS. 13,28 kms

Cuando la carrera terminaba el domingo por la tarde, menos de la mitad de los coches que habían tomado la salida seguían enteros. Una docena de ellos estaban destrozados y como poco siempre había un piloto muerto. Sin embargo, los premios, en comparación con lo que representaba el circuito, eran relativamente pequeños. El equipo vencedor 193



El anillo de Nürburg

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ño 1957. En las suaves tardes de primavera, cuando el ruido de los coches de carreras ha cesado y el canto de los pájaros se hace oír de nuevo sobre los campos, Nürburgring parece uno de los lugares más plácidos y encantadores donde pueda conducirse un coche en toda la tierra. A lo largo de casi veintitrés kilómetros de recorrido, la negra carretera serpentea hacia arriba y hacia abajo como sin rumbo fijo, atravesando una campiña muy verde y ondulada. De vez en cuando surge alguna discreta montaña, y cuando la carretera llega a la cima, desde allí mismo puede divisarse Francia. El aire es puro, el sol brilla cercano y cálido, y así los colores de todas las cosas se hacen mucho más intensos y de una belleza inefable. Luego la carretera se sumerge de repente en un oscuro corredor que hiende el corazón del bosque. Cuando se sale de entre las sombras, una hermosa pradera acude a recibirnos y unos cuantos chiquillos muy rubios, apoyados sobre la empalizada que la rodea, nos saludan agitando el brazo alegremente. Pero Nürburgring, cuando se corre a toda velocidad, es otra cosa; un circuito realmente peligroso, implacable. Se dice entre los pilotos de carreras que allí ningún corredor del montón, ni coche de segunda, podría jamás ganar una carrera. 309


EL GRAN PREMIO DE MÓNACO, 1929-1961 Todas las carreras emplearon el mismo circuito urbano. Cien vueltas a un trazado de 3 kilómetros. En la lista que aparece a continuación puede apreciarse el progreso habido en los promedios de velocidad. En todos los demás circuitos del mundo las cosas siempre han ido cambiando; las superficies se han allanado, se ha peraltado alguna que otra curva, y cuando no han redefinido el trazado por completo. Pero entre 1929 y 1961 en Montecarlo sólo mejoraron los coches y los pilotos, logrando que las velocidades apenas aumentaran 30 kilómetros por hora en esos treinta y dos años de carreras. Este es el más lento de todos los Grandes Premios que se corren en la actualidad y el único que se celebra en las calles de una ciudad. En 1952 la carrera se organizó para coches deportivos, pero los demás años siempre ha sido una competición para bólidos de Gran Premio. A finales de los años sesenta fue perdiendo su carácter de carrera inaugural de cada temporada. Excepto la celebrada en el año 1952, todas las competiciones del Gran Premio de Mónaco puntuaron para el Campeonato Mundial de Fórmula Uno. Ganadores Año 1929 1930 1931 1932 1933 1934 1935

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Piloto Williams Dreyfus Chiron Nuvolari Varzi Moll Fagioli

Coche Bugatti Bugatti Bugatti Alfa Romeo Bugatti Alfa Romeo Mercedes

Km/h 80,19 86,31 87,05 89,80 91,80 89,90 93,62


1936 1937 1938-47 1948 1949 1950 1951 1952 1953-54 1955 1956 1957 1958 1959 1960 1961

Caracciola Von Brauchitsch No se celebró Farina No se celebró Fangio No se celebró Marzotto No se celebró Trintignant Moss Fangio Trintignant Brabham Moss Moss

Mercedes Mercedes

83,19 101,82

Maserati

95,93

Alfa Romeo

98,70

Ferrari

93,66

Ferrari Maserati Maserati Cooper Cooper Lotus Lotus

105,89 104,51 104,21 109,40 107,41 107,99 113,72

EL GRAN PREMIO DE LOS PAÍSES BAJOS, 1949-1961 El circuito ubicado en las dunas de arena tras la ciudad de Zandvoort fue construido después de la guerra. Allí se disputó el primer Gran Premio de los Países Bajos en 1949. Hasta 1985 figuró cada año en el calendario de carreras europeas y fue puntuable asimismo para el campeonato del mundo. Sin embargo, la carrera del año 1954 se organizó sólo para coches deportivos, y no asistieron los grandes ases del volante. Luego, en los años 1956 y 1957, surgieron problemas de orden económico que cancelaron la competición. A partir del éxito de la carrera de 1960 se fue celebrando sin altibajos. El circuito medía 4,16 kilómetros. El Gran Premio constaba de setenta y cinco vueltas para un recorrido total de 315 kilómetros.

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