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ANTOLOGÍA
PARA VIAJAR
PV S O S
OR DE AUT
Domingo Defrío (alias Chucho) nació un frío domingo de invierno. Su padre, Máximo Segundo Defrío, no dudó un instante al bautizar a su hijo. Al contrario: tal como lo habían hecho con él, que nació en el segundo más helado de un año, creyó oportuno respetar la ley familiar. La vida de Chuchito arrancó en pleno invierno y, como si esto hubiera sido una mala señal (lo fue), el pobre pasó gran parte de su existencia sufriendo el frío. Ya de bebé tuvieron que ponerle pañales de lana y debieron taparlo con dieciocho frazadas para que la cuna no le resultara un freezer. Cuando empezó la escuela, hubo que prepararle una campera especial rellena con plumas de ganso. También, una bufanda de varios metros de largo que, al enroscarse desde su cuello hacia abajo, le permitiera salir temprano por las mañanas y caminar sin ponerse violeta. De más está decir que jamás se le exigió que formara fila con sus compañeros y que, en poco tiempo, bufanda y campera fueron reemplazados por un traje calefaccionado de astronauta, con escafandra y todo. Preocupada por el destino de su retoño, Elsa Nitos —madre de Chucho— decidió buscar alguna solución.
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Características del cuento fantástico.
© Editorial Puerto de Palos S.A. - Prohibida su fotocopia. Ley 11.723
La verdadera historia de Domingo Defrío y su prima Vera
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Primero llamó a los médicos que, según sus antecedentes, pudieran conocer el remedio para el mal de Chucho: los doctores Gutiérrez Frío y Tomás E. Lados. Cuando comprobó que ninguno podría ayudarla, recurrió a sí misma y a su historia familiar. Explicó a Chucho que su apellido no solo era Defrío. Que ella, que era su madre, se llamaba Elsa Nitos, así que él bien podía curarse en homenaje a la rama materna. Elsa le recordó que ella tenía un hermano de nombre Pepi y que no por eso el hombre solo comía pepi-nitos. Y que ese, su tío Pepi, al que no veía desde hacía mucho, era padre de la joven Vera. De modo que él, Chucho Defrío, tenía una tal prima Vera, seguramente de su misma edad. Bastó con recordar todo eso para que la vida de Chucho diera un vuelco definitivo. Se contactó con su prima Vera y gracias a ella se recuperó. Vera le presentó a su amiga Carola K. Lores, con quien Chucho se casó y dejó de tener frío para siempre. La primera hija de Carola y Chucho nació el día de otoño más gris del año, pero antes de ponerle un nombre lo pensaron muy bien. Griselda, no. La chica se llama Francisca Enriqueta, y todos tan contentos. SILVIA SCHUJER Extraído de El muy magnífico Felipe G. Rey y otras vidas ilustres de Silvia Schujer © 2011, Editorial Sudamericana, Random House Mondadori S. A.
Características del cuento fantástico.
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¡Qué frío! G Después de leer, conversamos. ¿Qué otro nombre podría tener Chucho? ¿Y su madre? ¿Qué relación encontramos entre el nombre de Chucho y su vida? ¿Cuál es la preocupación de la mamá de Chucho? ¿En qué parte del cuento encontramos la respuesta a esta última pregunta? ¿Cómo se resuelve el problema de Chucho? ¿Qué parte del cuento me gustó más?
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¿Cómo me imagino a Domingo Defrío? Dibujo prestando atención a lo que se menciona en la historia.
Imagino y completo con otros datos divertidos de Chucho. Nombre de su mejor amigo: Comida que más le gusta: Película preferida:
Agrego tres nuevas oraciones a la historia utilizando los datos que inventé.
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Comprensión lectora. Oración.
¡Activando la memoria! ¿Cómo se escriben las oraciones?
Preguntando, preguntando vamos caminando G Después de leer, conversamos. ¿Cómo nos imaginamos a Oliverio? ¿Será un chico o un adulto? ¿Qué cosas se dicen en el cuento que nos permiten pensar eso? ¿Qué ocurre con el cuaderno de preguntas de Oliverio cuando conoce a María Laura? ¿Qué cosas, como a Oliverio, les gustaría coleccionar a ustedes? Este cuento y el de Domingo Defrío fueron escritos por Silvia Schujer: ¿Se parecen en algo estas historias? ¿En qué?
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Escribo una pregunta en cada línea.
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Pregunta fácil
Recordá que las preguntas se escriben con signos de interrogación ¿?. Y las exclamaciones con signos + de exclamación ¡!.
Pregunta sin respuesta
Pregunta de amor
Pregunta con frío
Completo con una pregunta de Oliverio y una respuesta de María Laura.
Comprensión lectora. Signos de interrogación y de exclamación.
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Estaba la mona espantosamente aburrida y salió a dar un paseo. Iba silbando una melodía, como un fox trot, cosa que hacía bastante mal, porque la desdichada mona no sabía silbar. O se mojaba demasiado los labios y escupía a todo el mundo alrededor, o se los mojaba demasiado poco y, entonces, al soplar llena de ínfulas, le daba un ataque de tos. Trató de entretenerse dando saltitos y haciendo una que otra pirueta. Y tan osado y tan alto fue su último giro, que, al caer haciendo la medialuna, fue a dar contra el tronco un nogal. Por suerte, no se golpeó, pero se llevó una gran sorpresa. ¡Un nogal, nada menos! ¡Y cargado de nueces! La mona se relamió: ¿no eran acaso las nueces sus frutos preferidos, favoritos, que la hacían morir de gusto? Las bananas la dejaban fría; veía una banana y era como ver un gusano musculoso y físicoculturista.
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La mona
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Pensarlo y hacerlo fue una misma cosa. Trepó por el árbol hasta la rama más alta, cargada de unas nueces tan brillantes que parecían gotas de lluvia, dispuesta a comerse una. —¡Ay! —suspiraba la mona—, cómo le voy a hincar el diente a esa nuez; me la voy a comer todita. ¿Cuánto hace que no como nueces? Desde el cumpleaños de mi prima Roberta, la de orejas largas. No, desde mucho antes. Quizás la Navidad o el Día de los Monos… Hace tanto que ya no me acuerdo cuándo fue la última vez que comí una nuez sabrosa. Estiró la mano, arrancó una nuez. Era grande y verde. Y ella no perdió ni un instante en preguntarse si las nueces verdes se pueden comer así nomás, si no se debe usar un cascanueces para abrirlas… Mordió tan fuerte que el diente le hizo cruuunch y le dolió hasta la encía. ¡Madre mía, el diente de la mona se había aflojado y la cáscara de la nuez no se había abierto ni un poquito!
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PATRICIA SUÁREZ Inspirado en una fábula de Félix M. Samaniego.
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El dolor del diente la hizo llorar, y la rabia, una rabia que más parecía un huracán, la llenó por completo: agarró la nuez verde y con todas sus fuerzas la tiró al piso… Y así tampoco se cascó siquiera un poquito. Si había algún fruto que desde allí en adelante la mona iba a odiar para siempre, pero siempre siempre, iba a ser la nuez. Así de simple. Capaz hasta le empezaban a caer simpáticas las bananas. Las bananas nunca hacen doler los dientes. La nuez, allá sola en el suelo, no rió, porque las nueces no ríen. Pero si hubiera sabido reírse, a lo mejor, le hubiera dado tal ataque de risa por esa mona atolondrada, que se habría partido de par en par. Y si la mona hubiera tenido paciencia, tal vez podría haber tomado la pulpa sabrosa de su interior y en dos mordiscos, ñam ñam, se la habría comido.
La monada G Después de leer, conversamos.
t ¿Alguna vez escuchamos decir que a los monos les gustan las nueces? ¿Qué es lo que comen habitualmente los monos? t ¿Qué pasaba con las bananas y la mona de este cuento? ¿Qué otras frutas imaginamos que podrían gustarle a esta mona y cuáles no? ¿Por qué? t En la ciudad es fácil abrir una nuez; basta con tener un cascanueces y ¡zas! todo resuelto… Pero en la selva parece que no tanto...
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Observo la ilustración y pienso cómo puedo ayudar a la mona a abrir una nuez con los objetos de la naturaleza. Luego, lo escribo.
Otro final Escribo en el cuaderno otro final para el cuento “La mona”. Tengo en cuenta lo que pensé para que la mona pueda abrir una nuez. Comprensión lectora.
Puedo tomar frases tales como “después de secarse las lágrimas, la mona tuvo una idea” o bien “De repente a la mona se le encendió la lamparita”…
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