+Contenido: PORTADA LAS CATEDRALES DEL MUNDO. (San Salvador de Zamora). CONQUISTADORES ESPAÑOLES. (Juan de Carvajal). EL ARTE MUDÉJAR EN ANDALUCÍA. (La Madraza de Granada). LA TERCERA CRUZADA. LOS PAPAS DE LA HISTORIA. (San Lucio I). El RINCON DE JOAQUÍN SALLERAS. LOS TERCIOS ESPAÑOLES. (II Parte). LUGARES MÁS MÁGICOS DE ESCOCIA. CARTA DE UN NOVICIO ROTENSE. LEYENDAS Y TRADICIONES POPULARES. (La Leyenda del Mont Saint Michel). CONTRAPORTADA.
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Federico Leiva i Paredes. Editor y Director.
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Sed Nomine Tuo Da Gloriam
Catedral del Salvador de Zamora
La Catedral de Zamora (Zamora, España), dedicada a El Salvador, se inscribe dentro del denominado Románico del Duero, distinguiéndose por ser la más pequeña y la más antigua de las once de la Comunidad de Castilla y León. Fue declarada Monumento Nacional por Real Orden de 5 de septiembre de 1889. Su planta es de cruz latina con tres naves de cuatro tramos, las laterales con bóveda de arista y la central de crucería simple. Los tres ábsides que tenía en origen fueron sustituidos por una cabecera gótica en el siglo XVI. En el crucero se alza un cimborrio con un tambor de 16 ventanas sobre el que se levanta una cúpula de gallones revestidos con escamas de piedra y soportada con pechinas de clara influencia bizantina. Es el elemento más llamativo, bello y original del templo, y un verdadero símbolo de la ciudad. La ciudad de Zamora, situada sobre una meseta de indiscutible valor estratégico, junto al Duero, habitada al menos desde la etapa final de la Edad del Bronce, sobre la que se asentará el oppidum vacceo de Ocelodurum, por el que discurriría la calzada romana de Mérida a Astorga, que con la turbulenta llegada de los pueblos germanos se convertiría en el enclave suevo de Sinimure y, seguidamente, en el hispanogodo de Simure. Tras la invasión musulmana, la ciudad de Zamora fue abandonada hasta que en el 893 fue recuperada, reconstruida y repoblada por cristianos vasallos de Alfonso III, venidos estos del norte cristiano y de Al-Ándalus: mozárabes de Toledo, Mérida y Coria. De las construcciones se harían cargo los toledanos, que levantarían defensas militares, iglesias, baños y un palacio regio… que llevaría a que en el 901 se dotara de obispado a esta ciudad, siendo nombrado Atilano su primer pastor. Poco a poco la frontera será desplazada hacia el sur, hasta incluir las tierras situadas al norte del río Tormes, lo que dio pie a una incipiente situación de progreso de la ciudad de Zamora, solo quebrada por las aceifas de Almanzor, que el 986 la conquistó y destruyó. Durante el reinado de Fernando I (1035-1065) la frontera será definitivamente consolidada, hecho que permitió la renovación de la población zamorana mediante una segunda repoblación y que la misma recibiera un breve fuero, además de ser entregada como señorío a favor de Urraca, la hija del monarca. Durante los reinados de Alfonso VI y Alfonso VII se consolidó la repoblación extramuros, lo que contribuyó definitivamente al progresivo auge de la ciudad de Zamora, hecho que impuso la necesidad de contar con una catedral acorde al rango e importancia que la misma había adquirido, idea que recibiría su impulso definitivo cuando la diócesis de Zamora consiguió definitivamente en 1120 su propia sede, al ser elegido obispo Bernardo, monje de Sahagún y chantre de Toledo.
En el reinado de Alfonso VII, el edificio que servía de sede, San Salvador, seguramente levantado en el mismo lugar que hoy ocupa la catedral, parece que no reunía las condiciones necesarias, motivando para que el rey en 1135 donase la iglesia de Santo Tomás para que provisionalmente hiciese las veces de catedral. Entre 1150 y 1160 se documentan importantes mandas a la seo y nueve años más tarde, en 1169 ya hay documentación que corrobora la existencia de un templo románico. ORIGEN Y CONSTRUCCIÓN La construcción de la catedral se atribuye al obispo Esteban, sucesor de Bernardo, levantada seguramente sobre el local de la anterior, en lo mejor de la ciudad, junto al castillo, y patrocinada por Alfonso VII el Emperador y su hermana, la infanta-reina Sancha Raimundez. Respecto a las fechas de inicio y final de las obras de la catedral, no hay acuerdo entre los autores, si bien existen una serie de datos que permiten hacer algunas precisiones. Tradicionalmente se ha admitido que la fábrica se alzó de un solo tirón en tan solo 23 años (1151-1174), como parece atestiguar un epígrafe situado en el extremo norte del crucero en el que se copiaron otros más antiguos referentes a la breve historia de la catedral y epitafios de los tres primeros obispos. El que nos interesa dice así: Recientes y meticulosos análisis de la documentación existente han permitido asegurar que las obras, al menos las de cimentación, estaban ya en marcha en 1139, en tiempos del obispo Bernardo y que, a su muerte, ya estaban edificadas la cabecera, nave meridional y portada de este lado pues fue enterrado en el lado sur, correspondiendo la continuación de la construcción a Esteban que la consagró en 1174, aunque este último detalle no supuso la terminación de las obras, ya que las mismas continuaron durante el obispado de su sucesor, Guillermo (1176-1192), que levantaría el transepto y el cuerpo de la iglesia, en tanto que el claustro y la torre estaban en obras en el primer tercio del s. XIII. La insólita celeridad de su fábrica se tradujo en una unidad de estilo poco frecuente en aquel siglo y en una extrema austeridad decorativa, más propia de lo cisterciense que de otros templos coetáneos de la península. Aun así, se proyectó según los cánones borgoñones clásicos y, sobre su marcha, se introdujeron sustanciales novedades en la cobertura por influencia cisterciense y oriental. Las bóvedas de ojivas de su nave central son de las más tempranas de España y anuncian ya el gótico. Un sólo maestro, anónimo como es habitual, la proyectó y dirigió su construcción. Para GómezMoreno era foráneo y figura de primer orden, seguramente francés traído por el obispo Bernardo, y hubo de estar en contacto con los maestros al servicio de los normandos en Sicilia, donde los orientalismos estaban al orden del día. Sin embargo, no se le puede identificar con el “Guillermo maçonerius” o el “Munendo pedreyo” que figuran en documentos de la época, ni tampoco con el “magister Oddo” que aparece dirigiendo los trabajos en 1182. Su personalidad habría de imponerse a otras en otras construcciones del valle del Duero, especialmente en Toro, Salamanca, Ciudad Rodrigo y Benavente. En las últimas fases debió intervenir el maestro Fruchel cuya presencia está documentada entre el 1182 y 1204.
DESCRIPCIÓN El templo románico, tiene planta de tres naves, en origen tres ábsides, que debían ser parecidos a los de la colegiata de Toro y que se sustituyeron en el siglo XV por los actuales góticos y un crucero poco marcados en planta. Los transeptos se cubren con bóvedas de cañón apuntado, las naves laterales con bóvedas de arista capilazadas, y la nave central con bóveda de crucería tarda románica o protagónica. Sobre el crucero, apoyado internamente, se alza el cimborrio, que es un tambor perforado por 16 ventanas sobre el que se elevan las dos cúpulas, una interna semicircular, gallonada, y otra externa ligeramente apuntada. Sus formas. Tiene planta de cruz latina, tres naves de cuatro tramos y tres ábsides que fueron sustituidos por una cabecera gótica en el siglo XVI. El exterior se ameniza con cuatro cupulines que sirven para reforzar las esquinas y cuatro frontones hacia los puntos cardinales que apuntalan la bóveda. Es, con su decoración exterior de escamas, el elemento más destacado del templo y un auténtico símbolo de la ciudad. De «obra genial sin paralelo en la arquitectura medieval» la calificó el historiador José Ángel Rivera de las Heras, quien añade que se convirtió en «cabeza de serie de obras semejantes en la Catedral Vieja de Salamanca, la Colegiata de Toro o la sala capitular de la seo de Plasencia», singular grupo que fue denominado por el historiador Manuel Gómez-Moreno como cimborrios bizantino-leoneses. Hay que destacar también el coro, que fue construido entre 1512 y 1516 por Juan de Bruselas. La sillería del coro destaca por la abundancia de temas de carácter profano: escenas basadas en fábulas, proverbios, refranes, mitología y también de la vida cotidiana. La torre del Salvador, de 45 m de altura, se construyó a lo largo del siglo XIII aunque el estilo es románico. En tiempos debió de estar almenada. Sirvió hasta el terremoto de Lisboa como cárcel del Cabildo. Desde el claustro se accede al Museo Catedralicio, que alberga una importante colección de tapices. El interior del templo posee numerosos símbolos e inscripciones en sus muros que aún hoy siguen descubriéndose, como la que recientemente se ha recuperado de antiguas y desafortunadas intervenciones que hace mención a posesiones de la iglesia en “Orlelos” y “Carvillino” (actuales Roelos y Carbellino). RETABLOS MAYORES Cuatro han sido los retablos mayores que ha tenido. El original románico fue sustituido por uno de estilo gótico hispano-flamenco, realizado por el pintor Fernando Gallego y su taller entre 1490 y 1494. Éste a su vez fue vendido en 1715 a la parroquia del pueblo de Arcenillas (a 7 kilómetros de la capital), por 3240 reales y algunas cargas de grano. Se desconoce cuántas tablas lo integraban, aunque se sabe que eran al menos 35. Con la desamortización 19 fueron a parar a manos del ejecutor de la misma en la zona, Manuel Ruiz-Zorrilla (dos descendientes suyos donaron en 1925 al Obispado las dos que se exhiben en el Museo Diocesano). En el inventario realizado en 1897 faltaba otra más, que no se había recuperado tras una exposición. El número continuó menguando con el paso del tiempo, pues de estas 15, cuatro fueron robadas el 22 de noviembre de 1993 y hasta la fecha no han sido recuperadas. De las otras 24 tablas sólo se conoce el paradero de tres: 2 se conservan actualmente en el Museo Diocesano: “Pentecostés” y “Noli me tangere”, y otra más en el Museo de Bellas Artes de Asturias, “Adoración de los Magos”, en el que ingresó en 1994, integrada en el conjunto de obras de la colección Masaveu que dicho museo recibió como dación de pago del impuesto de sucesiones de Pedro Masaveu.
Este último cuadro fue identificado como procedente de Arcenillas en 2005 gracias a las investigaciones del zamorano Enrique Rodríguez García. Ya antes de las tablas del altar mayor, la catedral había encargado a Gallego otro retablo para la capilla de San Ildefonso a finales de la década de 1470 (éste conservado in situ) y que está considerado como la obra más temprana de cuantas se conservan del pintor. El sustituto del retablo gótico fue un altar barroco del escultor Joaquín Benito Churriguera, de efímera vida, puesto que sufrió daños por el terremoto que el 1 de noviembre de 1755 arrasó Lisboa (cuyos efectos se sintieron también en otras provincias españolas) y a consecuencia de ello fue desmontado en 1758, siendo malvendido al año siguiente, parece ser que para hacer fuego, desapareciendo con ello la que según los datos que se conocen constituyó la obra cumbre de su autor. Lo sustituyó el actual, de mármoles y bronce dorado, diseñado en estilo neoclásico por Ventura Rodríguez, para el que se inspiró en el que había diseñado Sabatini para la Catedral de Segovia. EPITAFIO DE LA INFANTA SANCHA RAIMÚNDEZ En el muro izquierdo del presbiterio de la Catedral se encuentra colocado un epitafio, compuesto en 1620-1621 por Alonso de Remesal, en el que se consigna que la infanta Sancha Raimundez, hija de la reina Urraca I de León y hermana de Alfonso VII el Emperador, recibió sepultura allí: “HIC IACET ILLUSTRIS DOMINA SANCIA INFANTISSA SOROR ADEPHONSI IMPERATORIS” No obstante, a pesar de dicho epitafio y de los documentos y libros que señalan que la infanta Sancha recibió sepultura en la Catedral de Zamora, caso del historiador Fray Joseph Pérez en su obra “Historia del Real Monasterio de Sahagún”, el cadáver de la infanta Sancha recibió sepultura en el Panteón de Reyes de San Isidoro de León, donde en la actualidad se conserva su cadáver incorrupto. PUERTA DEL OBISPO La Puerta del Obispo es la única que se mantiene completa de las tres originales. Es junto al cimborrio la pieza más valiosa de todo lo románico de la Catedral de Zamora constituyendo un ejemplo de decoración arquitectónica, sin apenas escultura. Se divide en tres calles que a su vez están divididas en dos pisos, los inferiores contienen sendos arquillos con lo mejor de la escultura románica zamorana, uno, con San Juan y San Pablo y otro con una Virgen Theotokos. En el siguiente piso sólo aparece una arquería ciega. Rematando todo el conjunto se yerguen sobre los estribos y las dos pilastras acanaladas que recorren la fachada tres arcos ligeramente apuntados.
Por F.L.P.
D. Juan de Carvajal Este funcionario real, fue el personaje más discutido de la conquista del territorio venezolano, pero tiene a su favor ser el padre de la agro ganadería en Venezuela, porque fue el primer español que descubrió que la verdadera riqueza de América estaba en hacer producir la tierra, y no en la búsqueda de riquezas auríferas. No se conocen datos concretos de la identidad de Juan de Carvajal, ni tampoco de su familia. Llegó a territorio venezolano en la segunda o tercera expedición alemana de los Welser que arribaba a Santa Ana de Coro sobre 1529. Y como él manifiesta, sin muchos detalles en la declaración que hace cuando se celebra el juicio de Georg von Speyer (Jorge Spira), en 1540, señala que era: natural de Villafranca en el "Reino de León", donde naciera sobre 1513. Lo de la "Provincia, o reino de León", se ha prestado para que muchos historiadores americanos hayan hecho oriundos de la región leonesa a varios extremeños que por sus declaraciones manifestaban ser naturales de esa región, cuando lo que querían expresar, es que eran de la extensa comarca extremeña que abarcaba la Orden de Santiago. En el caso de Carvajal, que al parecer se llamaba Juan Muñiz de Carvajal, posiblemente naciera en Villafranca de los Barros (Badajoz), por ser comunes estos apellidos en esa zona y en Extremadura. La primera noticia que se tiene de Juan de Carvajal en Venezuela, es del 16 de noviembre de 1530 ejerciendo como escribano público y de registro en un asentamiento documental que firma en la ranchería de Maracaibo. Posteriormente ejercerá de escribano oficial en Santa Ana de Coro, y también ocupará el cargo de Procurador General en toda la provincia de Venezuela. Por razones derivadas de índole económica, Carlos I de España, concede a los banqueros alemanes Welser, una parte del territorio venezolano que comprendía desde Maracapana hasta el Cabo de la Vela. Esta concesión llevaba implícita la exploración del territorio, la pacificación de los indígenas, la fundación de tres ciudades y el poblamiento de ellas, además de la evangelización y protección de los naturales. Pero los funcionarios de los banqueros, obsesionados por encontrar oro, se dedicaron afanosamente a buscarlo y no cumplieron con ninguna de las cláusulas estipuladas. Entonces Carvajal, dada la acusada inquina que siente por ellos, como procurador general de aquellos territorios, les pone demanda en el juicio de residencia que a los alemanes se les abre en Coro. En ese histórico juicio, Juan de Carvajal, no calla despropósitos ni iniquidades cometidas por la gente de los Welser, y los acusa de incumplir las cláusulas comprometidas en las Capitulaciones, de hipotecar a los soldados por venderles alimentos, vestimenta y enseres a precios abusivos, además de evadir el porcentaje del oro que por el quinto correspondía a la Corona; insistiendo también en sus negativos métodos de exploración, ya que en las penosas e improductivas marchas, han perecido más de mil españoles y unos seis mil indígenas de los que les acompañaban como porteadores.
Concluido el juicio, en 1540 Carvajal es requerido en Santo Domingo para desempeñar el cargo de relator de la Real Audiencia, donde ejercerá dicha actividad hasta el mes de diciembre de 1544 que es requerido por las autoridades para otras funciones de mayor responsabilidad en el territorio venezolano donde había estado anteriormente. FUNDACIÓN DE EL TOCUYO Ese mismo año Carvajal regresará nuevamente a Santa Ana de Coro con el cargo de teniente de gobernador, o gobernador interino, ya que no se conocía el paradero del capitán general Felipe von Hutten, que hacía más de cuatro años había emprendido una exploración al país de los "omeguas", y como en Coro creían que había muerto el alemán, nombran a Carvajal para que lo reemplace. Cuando Carvajal vuelve a Coro, observa el estado de miseria en que está sumida la ciudad e intenta poner remedio a la situación. Junta a la mayoría de las familias y se las lleva hacia un valle fértil, donde puedan sembrar y criar animales. El 8 de diciembre de 1545, junto al río del mismo nombre, y en el sitio más adecuado, fundaban la ciudad de El Tocuyo. Con la fundación de la nueva ciudad, Carvajal buscaba el bienestar de la gente de Coro con la intención de proporcionarles unas tierras fértiles que produjeran lo que necesitaban, además de que con esta fundación cumplía con las exigencias y mandamientos de la Corona, para contribuir a materializar el poblamiento comarcal que no habían hecho los alemanes. Al año siguiente de fundar la nueva ciudad, el capitán general Felipe von Hutten, volvía de una prolongada y penosa expedición, donde había perdido cinco años buscando el mítico Dorado; cuando regresaba hacia Coro, acierta a pasar por El Tocuyo, y se entera de que a Carvajal lo han nombrado su sustituto; sorprendido el alemán, que entonces contaba 28 años y poca experiencia en asuntos diplomáticos, se encoleriza ufanamente y le pide cuentas y razones del por qué ha fundado aquella ciudad. Carvajal intenta explicarle con razonamientos, pero ambos se enzarzan en una discusión de tono desagradable y sacan las espadas, pero no llegan a agredirse. Entre otras cuestiones de competencias administrativas y objetivos de mando, el tema que principalmente aflora es que Hutten, quiere despoblar El Tocuyo y llevarse otra vez la gente a Coro. El fundador, naturalmente se opone a las pretensiones del alemán, y este es el argumento que mayormente encrespa la agria discusión de ambos. El derrotero del altercado no presagia entendimiento y mientras ambos discutían, Bartolomé Welser El Joven (hijo de Bartolomé Welser el Viejo) que acompañaba a von Hutten en aquella jornada, le da a Carvajal con el palo de la lanza y lo tira en el barro. Acto seguido, los soldados expedicionarios desarman a los de Carvajal y salen a galope, camino de Coro, llevándose armas y caballos de los que estaban con el fundador. Para Carvajal, aquella afrenta colma la inquina que desde hacía tiempo sentía por los alemanes. Convoca a los suyos, se preparan y salen tras los ofensores. Al caer la tarde los alcanzan en el camino, y otra vez volverán las discusiones. El enfrentamiento dialéctico se complica, se enciende...; vuelven a producirse los insultos y las amenazas, y Carvajal pierde los estribos de la razón, y lleno de ira por la afrenta recibida, ordena a los suyos que decapiten a von Hutten, a Bartolomé Welser y tres españoles más del escuadrón de los alemanes.
Después del horrendo suceso, Carvajal regresa a El Tocuyo, mientras corría la triste noticia hasta la Real Audiencia de Santo Domingo, y al cabo de mes y medio lo arrestaban las fuerzas del juez Pérez de Tolosa. Carvajal había cometido un crimen absurdo e irreparable; lo razonable, era haber arrestado a los alemanes, mandarlos a Coro y esperar a que las autoridades resolvieran el conflicto de competencias. Carvajal estaba perdido, puesto que los familiares de los ejecutados alemanes eran amigos personales de Carlos I. Un juicio rápido y parcializado se celebraba al día siguiente, y Carvajal se defiende alegando que si había mandado ajusticiarlos, era en defensa de las exigencias y del poblamiento creado, mirando por la prosperidad de la gente que ha sacado de Santa Ana de Coro sumida en la pobreza por la interesada política de los Welser. Pero Juan de Carvajal, aunque estaba pesaroso de su violenta acción, durante el interrogatorio conserva la serenidad respondiendo a las preguntas que se le hacen. Según testimonio del escribano Juan Quincoces de la Llana, al pronunciarse la sentencia, Carvajal toma la palabra y se dirigió a las autoridades diciendo que solo él era responsable de la muerte de Hutten, de Bartolomé Welser y de sus tres compañeros, y que no se culpase a nadie más, reconociendo además haber ofendido al rey y a la Divina Majestad, por cuyos motivos imploraba el perdón y aceptaba con paciencia y resignación la muerte en expiación de sus culpas. Sometido a juicio Carvajal y oídas sus declaraciones, el juez Pérez de Tolosa dictaba sentencia el 16 de septiembre de 1546: "Condenamos al dicho Juan de Carvajal, reo acusado, a que sea sacado de la cárcel pública donde está, atado a la cola de un caballo, e por la plaza de este asiento sea llevado arrastrando hasta la picota e horca, e allí sea colgado del pescuezo con una soga de esparto o de cáñamo, de manera que muera muerte natural, e ninguno de allí sea osado de le quitar sin licencia de mí, el dicho. Gobernador, so pena de muerte." La turbulenta historia de Venezuela durante la administración de los Welser, en el periodo 1529-1546, amén de enfoques tergiversados y particularidades censurables, ofrece interesantes matices de esa variopinta avalancha de conquistadores españoles que llegaron a Tierra Firme durante la segunda y tercera década del siglo XVI, y que a pesar de las motivaciones crematísticas o sociales, de los defectos o virtudes de los que llegaron, no hay duda de que trazaron el rumbo determinante de las características étnico-sociales de la Venezuela actual, y sentaron las bases de la identidad poblacional venezolana y de su actual economía agro ganadera. Aquellos hombres, cargaban las taras e imperfecciones de todos los tiempos, como intrigas ambiciosas, codicia insaciable, ostentaciones desmedidas, abusos de poder, lucha de banderías, etc. Pero por encima de esos defectos, sobresalía el fiel cumplimiento de la misión encomendada. Cuestión empañada muchas veces por la aplicación de las leyes del Reino y por las razones dogmáticas que defendían, ya que tanto unas como otras eran aplicadas, desde España, con severidad draconiana y sin considerar el desconocimiento del ambiente indiano. Objeto y mártir de esa desafortunada época, de las perversas intrigas suscitadas por las componendas oficialistas y las interesadas resultantes administrativo-conquistadoras, fue el funcionario real Juan de Carvajal, el fundador de El Tocuyo.
Historiadores y escritores, parcializados quizás, o insuficientemente documentados de la realidad acontecida, han descrito a un personaje brutal, a un pérfido tirano, a un despiadado asesino y a un aprovechado ladrón, cuando lo único que hizo Carvajal fue aplicar el mandato real y cumplir con las exigencias pobladoras de la Corona. Para lograr cristalizar estas obligaciones, tuvo que cometer un crimen, que aunque sea censurable y punitivo, le exonera de ambición personal porque estaba cumpliendo un deber de funcionario real. Carvajal no debió de ser mejor ni peor que el prototipo de los hombres de su tiempo, ésos que tuvieron la gran responsabilidad de la conquista americana, ésos personajes que, con sus virtudes y defectos, intervinieron directamente en esa transformación étnico-social y económico-cultural del Continente americano. Por otro lado, a Carvajal, gratuitamente se le han “colgado” infinidad de abusos, crímenes y desatinos, cuando el crimen que cometió únicamente fue mandar degollar a los alemanes por salvar el bienestar de su gente y la estabilidad perenne de ciudad que había fundado. Los documentos de la época, y los historiadores desapasionados, han sacado a la luz la verdad del comportamiento de ese funcionario real, que lo único achacable es que mantenía una férrea disciplina en El Tocuyo para que los españoles que lo habitaban, acataran las leyes y respetaran a los indígenas. Ambrosio Perera en su ensayo histórico, "El Tocuyo conquistado y conquistador", entre sus apreciaciones, con toda claridad y justicia defiende a Carvajal: ..."Don Juan de Carvajal ha venido siendo en la Historia venezolana una de esas figuras que, bajo circunstancias muchas veces interesadas, se presenta bajo un aspecto lúgubre sin ninguna nota amable. Es verdad que ya nadie duda de que él hubiese sido el fundador de El Tocuyo; pero parece que hasta este mérito indiscutible, se le quiere envolver bajo la sombra tétrica de la tristemente célebre ceiba tocuyana. Aún se quiere hacer ver pendiente del árbol centenario, los cuerpos de los fundadores de la ciudad egregia y en cada uno de ellos divisar la efigie del ajusticiado de Tolosa, como si la sangre derramada por los conquistadores en el patíbulo infame reflejara como en un espejo ignominioso la silueta del último que al quedar péndulo hizo secar la frondosa ceiba con el veneno de sus maldades". "No parece cierto que Carvajal hubiese empleado frecuentemente la ceiba histórica para ahorcar en ella a los que habían caído en su desgracia. Antes bien, de los documentos de la época no se puede concluir nada al respeto, como tampoco del propio juicio seguido a Carvajal, pues la negativa que entonces hizo éste de haber ahorcado a alguien durante su gobierno, no fue desmentida, probándose lo contrario, ni aún en la misma sentencia que lo llevó a la horca, la cual no considera otras muertes que las de los alemanes y sus acompañantes..." El hermano Nectario María Pralón, en su libro "Los orígenes de Maracaibo" hace este comentario: "Descartados sus yerros, censurando y desaprobando el horrendo crimen que cometió al quitar la vida a Hutten y sus compañeros, rendimos tributo al valiente fundador de la primera ciudad de "tierra adentro" de Venezuela, al que supo terminar con las inútiles y perjudiciales entradas y encauzar la colonización por el verdadero derrotero que no quisieron ni supieron darle los Welser"... ..."Poco importa si tenía o no licencia para poblar y tampoco debemos fijarnos si, para acertar en esta empresa, presentó a sus colaboradores y subalternos provisiones auto preparadas. No debemos olvidar que él fue el iniciador de la verdadera colonización y población de Venezuela y con él terminó de hecho el fatal gobierno de los Welser".
A Carvajal tampoco se le puede encuadrar en la lista de codiciosos, ni de buscador de fortuna porque muere completamente en la pobreza, según la relación enviada a la Real Audiencia de Santo Domingo por el juez Pérez de Tolosa "...fue condenado en perdimiento de todos sus bienes para la cámara de vuestra Alteza y fueron tan pocos que montan más las deudas, y aunque hubo otras condenaciones, de que no se envía relación por falta de papel, fueron tan pocos que no bastan para pagar las deudas del difunto..." Como vemos, Carvajal no encaja en la legión de los ambiciosos, se comporta como un eficiente funcionario, que por encima de todo, cumple con el mandato real de poblar y defender con su vida la ciudad que ha creado. Es un consumado idealista, la honra sobresale en su actuación; no tiene sed de riquezas, simplemente trata de buscar una mejoría para los que nadan en la pobreza. Hora es de reconocer sus méritos (que fueron muchos más que sus desaciertos y sus errores) y hora es de deshacer ese mito de ignominia que le han colocado en el pedestal de los malvados. Carvajal conocía a la perfección las leyes de su tiempo y de sobra sabía la responsabilidad que le traería la muerte de los alemanes, pero el deber le obligaba a desafiar a las leyes divinas. Como buen vasallo, sigue apegado al Poder Real, acepta con dignidad su condena y no se rebela contra la Corona como sus contemporáneos, Gonzalo Pizarro, Hernández Girón, o Lope de Aguirre. Como todo idealista prefiere que le carguen sobre su tumba el peso del descrédito antes que dejarse arrebatar su obra creadora. Después de casi cinco siglos, El Tocuyo sigue en pie como monumento vivo al coraje, al idealismo y a la visión transformadora de Juan de Carvajal.
Por F.L.P.
La Madraza de Granada
La Madraza de Granada; también llamada Yusufiyya, Casa de la Ciencia o Palacio de la Madraza fue la primera universidad con la que contó Granada, en España. Fue inaugurada en 1349 por el rey nazarí Yusuf I de Granada. En la actualidad este palacio pertenece a la Universidad de Granada, dedicándose casi todo el edificio para actividades culturales. También es la sede de la Real Academia de Bellas Artes de Nuestra Señora de las Angustias. Situada en la que actualmente se denomina calle Oficios, la madraza se encontraba en uno de los sitios privilegiados de la ciudad, junto a la Mezquita Mayor y la Alcaicería, la zona más noble del comercio. Entre sus profesores podemos nombrar a Ibn al-Fajjar, Ibn Lubb, Ibn Marzuk, al-Maqqari, Ibn alJatib, etc. Impartía, entre otras, enseñanzas de derecho, medicina y matemáticas. Su arquitectura, como todas las obras de Yusuf I, era esplendorosa, con portada de mármol blanco cuyos restos se conservan en el Museo Arqueológico de Granada. El edificio se organizaba a partir de una alberca central (las recientes excavaciones arqueológicas realizadas en el edificio han incorporado estos restos al palacio). Dentro del mismo destaca la sala del Oratorio musulmán del siglo XIV y en planta superior el salón de Caballeros XXIV que conserva una impresionante armadura mudéjar del siglo XVI en la sala que sirvió como lugar de reuniones de los regidores de la ciudad tras la reconquista.
Entre los poemas que la decoraban podía leerse: "Si en tu espíritu hace asiento el deseo del estudio y de huir de las sombras de la ignorancia, hallarás en ella el hermoso árbol del honor. Hace el estudio brillar como estrellas a los grandes, y a los que no lo son los eleva a igual lucimiento". La Madraza funcionó como Universidad hasta finales de 1499 o principios de 1500, pues en las Capitulaciones, tras la conquista castellana, se hacía constar que la madraza seguiría funcionando como tal. Pero, hacia finales de 1499, con la llegada a Granada de Gonzalo Jiménez de Cisneros, la política de tolerancia y cumplimiento de las Capitulaciones que había venido desarrollando el arzobispo Hernando de Talavera fue sustituida por la conversión forzosa. Esta nueva política llevó a la sublevación de los moriscos, concentrados sobre todo en el Albaicín. La situación fue aprovechada por Cisneros para asaltar la Madraza, cuya biblioteca fue llevada a la plaza de Bib-Rambla y quemada en hoguera pública. Una vez expoliada y clausurada, el edificio de la Madraza fue donado por Fernando II de Aragón, en 1500, para el Cabildo (Ayuntamiento). Actualmente, el edificio de la madraza pertenece a la Universidad de Granada. En los años 2006 y 2007 ha sido profundamente restaurado y se ha realizado también una excavación arqueológica del mismo. Desde finales de 2011 terminada la última fase de las restauraciones, la Madraza ha vuelto a abrirse al público, siendo uno de los edificios emblemáticos de la Universidad. Para tener una idea del plan de estudios que se seguía en la Madraza podemos ver lo que nos dice Ibn Hazm (Fisal) sobre lo que podemos llamar el plan de estudios de la "escuela filosófica andalusí", nos dice: "Consagran las primicias de su inteligencia a las matemáticas e inauguran su formación científica por el estudio profundo de las propiedades de los números. Pasan luego gradualmente a estudiar la posición de los astros, la forma aparente de la esfera celeste, el modo de verificar el paso del sol, de la luna y de los cinco planetas (...) todos los demás fenómenos y accidentes físicos y atmosféricos. Añaden a esto la lectura de algunos libros de los griegos en que se determinan las leyes que regulan el razonamiento discursivo".
Por JSS
1189-1192
La Tercera Cruzada (1189-1192), también conocida como la Cruzada de los Reyes, fue un intento de los líderes europeos para reconquistar la Tierra Santa de manos de Salah ad-Din Yusuf ibn Ayyub, conocido en español como Saladino. Fue un éxito parcial, pero no llegó a su objetivo último: la conquista de Jerusalén. Tras el fracaso de la Segunda Cruzada, la dinastía Zengid controló una Siria unida y comprometida en un conflicto con los gobernantes fatimíes de Egipto, que finalmente dio lugar a la unificación de las fuerzas egipcias y sirias, bajo el mando de Saladino, que los empleó para reducir la presencia cristiana en Tierra Santa para recuperar Jerusalén en 1187. Estimulado por el celo religioso, Enrique II de Inglaterra y Felipe II de Francia pusieron fin a su conflicto para llevar una nueva cruzada—aunque la muerte de Enrique en 1189 dejó a los ingleses bajo el mando de Ricardo Corazón de León en su lugar. El emperador del Sacro Imperio Romano Germánico Federico Barbarroja respondió a la llamada a las armas, y dirigió un ejército masivo a través de Anatolia, pero se ahogó antes de llegar a la Tierra Santa. Muchos de sus soldados desanimados volvieron a sus casas. Después de expulsar a los musulmanes de Acre, el sucesor de Federico, Leopoldo V "el Virtuoso" y Felipe salieron de Tierra Santa, en agosto de 1191. Saladino no pudo derrotar a Ricardo en ningún enfrentamiento militar, que aseguró varias ciudades costeras más importantes. Sin embargo, el 2 de septiembre de 1192, Ricardo firmó un tratado con Saladino por el cual Jerusalén permanecería bajo control musulmán, pero también se permitiría a los peregrinos cristianos visitar la ciudad. Ricardo salió de Tierra Santa el 9 de octubre. Los éxitos de la Tercera Cruzada permitirían a los cruzados mantener un reino considerable con su sede en Chipre y la costa de Siria. Sin embargo, su incapacidad para recuperar Jerusalén daría lugar a la petición de una Cuarta Cruzada seis años más tarde. UNIFICACIÓN MUSULMANA Tras el fracaso de la Segunda Cruzada, Nur ad-Din se hizo con el control de Damasco y unificó Siria. Con la finalidad de extender su poder, Nur ad-Din puso los ojos en la dinastía fatimí de Egipto. En 1163, su general de más confianza, Shirkuh, emprendió una expedición militar a los fatimíes. Shawar optó de nuevo por pedir ayuda a Amalarico para defender su territorio. Las fuerzas combinadas de egipcios y cristianos persiguieron a Shirkuh hasta que se retiró a Alejandría.
Shawar fue ejecutado por sus traicioneras alianzas con los cristianos y fue sucedido por Shirkuh como visir de Egipto. En 1169, Shirkuh murió inesperadamente tras sólo unas semanas en el poder. El sucesor de Shirkuh fue su sobrino, Salah ad-Din Yusuf, más conocido como Saladino. Nur ad-Din murió en 1174, dejando el nuevo imperio a su hijo de once años, As-Salih. Se decidió que el único hombre capaz de conducir la yihad contra los cruzados era Saladino, que se convirtió en sultán tanto de Egipto como de Siria, y fundó la dinastía ayyubí. Amalarico murió también en 1174, y fue sucedido como rey de Jerusalén por su hijo de trece años, Balduino IV, quien firmó un acuerdo con Saladino para permitir el libre comercio entre los territorios musulmanes y cristianos. En 1176, Reinaldo de Châtillon fue liberado de su prisión, y comenzó a atacar caravanas por toda la región. Extendió su piratería hasta el Mar Rojo, enviando sus galeras no sólo a abordar barcos, sino incluso a asaltar la misma ciudad de La Meca. Sus actos irritaron profundamente a los musulmanes, convirtiendo a Reinaldo en el hombre más odiado del Oriente Próximo. Balduino IV murió en 1185, y la corona pasó a su sobrino de cinco años, Balduino V, con Raimundo III de Trípoli como regente. Al año siguiente, Balduino falleció repentinamente, y la princesa Sibila, hermana de Balduino IV y madre de Balduino V, se hizo coronar reina, y a su marido, Guy de Lusignan, rey. Por entonces, Reinaldo, una vez más, atacó una rica caravana, y encerró en su prisión a los viajeros. Saladino exigió que los prisioneros fuesen liberados. El recientemente coronado rey Guy ordenó a Reinaldo que cumpliese las demandas de Saladino, pero Reinaldo rehusó obedecer las órdenes del rey. CAÍDA DEL REINO DE JERUSALÉN Fue este último ultraje de Reinaldo el que decidió a Saladino a atacar la ciudad de Tiberíades, en 1187. Raimundo aconsejó paciencia, pero el rey Guy, aconsejado por Reinaldo, llevó sus tropas a los Cuernos de Hattin, en las cercanías de Tiberíades. El ejército cruzado, sediento y desmoralizado, fue masacrado en la batalla que siguió, el rey Guy y Reinaldo fueron llevados a la tienda de Saladino, donde se le ofreció a Guy una copa de agua. Guy bebió un trago, pero no le fue permitido pasar la copa a Reinaldo, ya que las reglas musulmanas de la hospitalidad determinan que quien recibe alimento o bebida está bajo la protección de su anfitrión. Saladino no quiso obligarse a proteger al traicionero Reinaldo permitiéndole beber. Reinaldo, que no había probado una gota de agua en varios días, arrebató la copa de manos de Guy. Al ver la falta de respeto de Reinaldo por las costumbres árabes, Saladino ordenó decapitar a Reinaldo por sus pasadas traiciones. Con respecto a Guy, Saladino hizo honor a sus tradiciones: Guy fue enviado a Damasco y finalmente liberado, siendo uno de los pocos cruzados cautivos que escaparon a la ejecución. Al final del año, Saladino había conquistado Acre y Jerusalén. El Papa Urbano III, según se dice, sufrió un colapso al oír la noticia, y murió poco después. El nuevo Papa, Gregorio VIII proclamó que la pérdida de Jerusalén era un castigo divino por los pecados de los cristianos de Europa. Surgió un clamor por una nueva cruzada para reconquistar los Santos Lugares. Enrique II de Inglaterra y Felipe II Augusto de Francia acordaron una tregua en la guerra que les enfrentaba, e impusieron a sus respectivos súbditos un "diezmo de Saladino" para financiar la cruzada. En Gran Bretaña, Balduino de Exeter, arzobispo de Canterbury, viajó a Gales, donde convenció a 3.000 guerreros de que tomaran la cruz, según el Itinerario de Giraldus Cambrensis.
LA CRUZADA DE BARBARROJA El anciano emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Federico I Barbarroja, respondió inmediatamente a la llamada. Tomó la cruz en la Catedral de Mainz el 27 de marzo de 1188 y fue el primer rey en partir hacia Tierra Santa, en mayo de 1189. Federico había reunido un ejército tan numeroso que no pudo ser transportado por el Mar Mediterráneo, y tuvo que atravesar a pie Asia Menor (según cronistas medievales eran hasta 100.000 germanos). Por otra parte, junto con los ejércitos de Barbarroja, también avanzaron hacia Bizancio alrededor de 2.000 soldados húngaros bajo el comando del príncipe Géza, hermano menor del rey Bela III de Hungría. Ésta fue la primera participación activa de los húngaros en las guerras cruzadas (posteriormente el rey Andrés II de Hungría conduciría en la Quinta Cruzada el ejército más grande de toda la historia de las cruzadas). El emperador bizantino Isaac II Ángelo firmó una alianza secreta con Saladino para impedir el avance de Federico a cambio de la seguridad de su imperio. El 18 de mayo de 1190, el ejército alemán capturó Konya, capital del Sultanato de Rüm. Sin embargo, el 10 de junio de ese mismo año, al atravesar el río Saleph, Federico cayó de su caballo y se ahogó por la pesada armadura. Su hijo Federico VI llevó a su ejército a Antioquía, y dio sepultura a su padre en la iglesia de San Pedro de dicha ciudad. En Antioquía, muchos de los supervivientes del ejército alemán murieron de peste bubónica. También se cree que después de la muerte de Barbarroja, muchos soldados del ejército alemán se suicidaron por la muerte del poderoso emperador, o que también, tal vez se convirtieron y se unieron con Saladino, pero es poco probable, ya que Saladino seguramente los habría hecho prisioneros. En teoría, si Barbarroja hubiese llegado con vida a luchar con Saladino, habría sido menor el tiempo de batalla, y más altas las probabilidades de que la Tierra Santa hubiera vuelto a pertenecer a los europeos. PARTIDA DE RICARDO CORAZÓN DE LEÓN Enrique II de Inglaterra murió el 6 de julio de 1189, tras ser derrotado por su hijo Ricardo y el rey de Francia, Felipe II Augusto. Ricardo I, más conocido por su sobrenombre "Corazón de León", heredó la corona y de inmediato comenzó a recaudar fondos para la cruzada. En julio de 1190, Ricardo partió por tierra desde Marsella en dirección a Sicilia. Felipe II Augusto, que viajó por mar, llegó a Mesina, capital del reino de Sicilia, el 14 de septiembre. Guillermo II de Sicilia había muerto el año anterior, y le había sucedido Tancredo, quien mandó recluir a Juana Plantagenet, viuda de Guillermo y hermana de Ricardo de Inglaterra y proyectaba quedarse con el generoso legado que Guillermo II había hecho a su suegro, Enrique II de Inglaterra. El rey inglés conquistó y saqueó la capital del reino, Mesina, el 4 de octubre de 1190. Tancredo le ofreció una importante compensación económica a cambio de que depusiera las armas. Ricardo y Felipe pasaron el invierno en Sicilia: Felipe zarpó el 30 de marzo y Ricardo el 10 de abril de 1191.
La flota francesa llegó sin contratiempos a Tiro, donde Felipe fue recibido por su primo, Conrado de Montferrato. La armada de Ricardo, en cambio, fue sorprendida por una violenta tormenta poco después de zarpar de Sicilia. Uno de sus barcos, en el que se transportaban grandes riquezas, se perdió en la tormenta, y otros tres -entre ellos en el que viajaban Juana y Berenguela de Navarra, prometida del rey-, debieron desviarse a Chipre. Pronto se supo que el emperador de Chipre Isaac Ducas Comneno se había incautado de las riquezas que el barco transportaba. Ricardo llegó a Limassol el 6 de mayo de 1191 y se entrevistó con Isaac, quien accedió a devolverle sus pertenencias y enviar a 500 de sus soldados a Tierra Santa. De regreso en su fortaleza de Famagusta, Isaac rompió su juramento de hospitalidad y ordenó a Ricardo que abandonase la isla. La arrogancia de Isaac empujó a Ricardo a apoderarse de su reino, lo que logró en pocos días. A finales de mayo, toda la isla estaba en manos de Ricardo. BATALLA DE ACRE El rey Guy había sido excarcelado por Saladino en 1189. Al recobrar su libertad, intentó tomar el mando de las fuerzas cristianas en Tiro, pero Conrado de Montferrato había tomado el poder tras su exitosa defensa de la ciudad frente a los musulmanes. Conrado había reunido un ejército para asediar la ciudad, contando con la ayuda del recién llegado ejército francés de Felipe II, aunque no era todavía lo suficientemente numeroso como para contrarrestar las fuerzas de Saladino. Ricardo desembarcó en Acre el 8 de junio de 1191, e inmediatamente comenzó a supervisar la construcción de armas de asedio para asaltar Acre, que fue capturada el 12 de julio. Ricardo, Felipe y Leopoldo V, quien dirigía lo que quedaba del ejército de Federico Barbarroja, iniciaron una disputa sobre el botín de la recién conquistada ciudad. Leopoldo consideraba que merecía una parte semejante en el reparto por sus esfuerzos en la batalla, pero Ricardo quitó de la ciudad el estandarte alemán, que arrojó al foso. Entretanto, Ricardo y Felipe discutían sobre qué candidato tenía más derechos al trono de Acre. Ricardo defendía la candidatura de Guy, mientras que Felipe era partidario de Conrado. Se decidió que Guy continuaría reinando, pero que Conrado le heredaría a su muerte. Molestos con Ricardo, Felipe y Leopoldo dejaron la ciudad con sus tropas en agosto de ese año. Felipe regresó a Francia, lo cual fue considerado por los ingleses una deserción. Ricardo negoció con Saladino el rescate de miles de musulmanes que habían caído prisioneros. Como parecía que Saladino no estaba dispuesto a aportar la suma convenida, Ricardo ordenó que unos 3.000 prisioneros fueran degollados frente a la ciudad de Acre, a la vista del campamento de Saladino. BATALLA DE ARSUF Tras la conquista de Acre, Ricardo decidió marchar contra la ciudad de Jaffa, desde donde podría lanzar un ataque contra Jerusalén. El 7 de septiembre de 1191, en Arsuf, unos 45 km al norte de Jaffa, Saladino atacó al ejército de Ricardo.
Saladino intentó atraer a las fuerzas de Ricardo para acabar con ellas, pero Ricardo mantuvo su formación hasta que los Caballeros Hospitalarios se apresuraron a atacar el flanco derecho de Saladino, mientras que los Templarios atacaban el izquierdo. Ricardo ganó la batalla y acabó con el mito de que Saladino era invencible. Tras su victoria, Ricardo se apoderó de la ciudad de Jaffa, donde estableció su cuartel general. Ofreció a Saladino iniciar la negociación de un tratado de paz. El sultán envió a su hermano, al-Adil, llamado Saphadin, a entrevistarse con Ricardo. Las dos partes no fueron capaces de llegar a un acuerdo, y Ricardo marchó hacia Ascalón. Llamó en su ayuda a Conrado de Montferrato, quien rehusó seguirle, reprochándole haber tomado partido por Guy de Lusignan. Poco después, Conrado fue asesinado en las calles de Acre por dos Asesinos encapuchados enviados por el Viejo de la Montaña, líder de una secta islámica, los asesinos, con sede en las montañas del norte de Siria, en la fortaleza de Masyaf, según algunos por orden de Ricardo, según otros por mandato de Saladino, según otros por iniciativa del propio Viejo. Guy de Lusignan se convirtió en rey de Chipre, y Enrique II de Champaña pasó a ser el nuevo rey de Jerusalén. En julio de 1192, Saladino lanzó un repentino ataque contra Jaffa y recuperó la ciudad, pero muy pocos días después volvió a ser conquistada por Ricardo. El 5 de agosto se libró una batalla entre Ricardo y Saladino, en la que el rey inglés, a pesar de su marcada inferioridad numérica, resultó vencedor. El 2 de septiembre, los dos monarcas firmaron un tratado de paz según el cual Jerusalén permanecería bajo control musulmán, pero se concedía a los cristianos el derecho de peregrinar libremente a Jerusalén. Ricardo abandonó Tierra Santa el 9 de octubre, después de haber combatido allí durante dieciséis meses. Al pasar por una posada cercana a Viena, en su viaje de regreso a Inglaterra, Ricardo fue hecho prisionero por orden del duque Leopoldo de Austria, cuyo estandarte Ricardo había arrojado al foso en Acre. Más tarde pasó a poder del emperador Enrique VI, que lo tuvo cautivo durante un año, y no lo puso en libertad hasta marzo de 1194, previo pago de la enorme suma de 150.000 marcos. El resto de su reinado lo pasó guerreando contra Francia, y murió a consecuencia de una herida de flecha en el Languedoc, en 1199, a la edad de 42 años. Saladino murió poco después de la partida de Ricardo, el 3 de marzo de 1193, teniendo como única posesión una moneda de oro y 47 de plata, pues había repartido el resto de su patrimonio entre sus súbditos. El fracaso de la Tercera Cruzada provocó que se predicase la Cuarta, que se desvió hasta Constantinopla.
Por M. Navarro
San Lucio I (253-254) Nació en Roma. Al poco tiempo de ser elegido fue exiliado no se sabe bien dónde, pero pudo regresar a Roma gracias a la benevolencia del emperador Valeriano. Hijo de un tal Porfirio, Lucio, que al igual que muchos cristianos se encontraba sufriendo pena de destierro por orden del emperador Galo, pudo regresar a Roma tras la muerte de este en mayo de 253 y ser elegido sucesor del papa Cornelio. En su breve pontificado luchó contra el laxismo de las costumbres al que muchos eclesiásticos se habían entregado. Se hizo cada vez más frecuente la costumbre de la cohabitación de diaconisas y clérigos, con fines de caridad y asistencia. Igual de frecuentes eran las debilidades. Lucio prohibió esa convivencia, y extendió también a los laicos el veto a vivir con mujeres fuera del matrimonio, de no ser éstas familiares muy próximas. Prescribió además que el papa, en sus viajes para las sagradas funciones, estuviese acompañado por tres diáconos y por lo menos dos sacerdotes. Hombre de rigurosas costumbres prohibió la cohabitación entre hombres y mujeres que no fuesen consanguíneos, e impuso a los eclesiásticos la obligación de no convivir con las religiosas que les daban hospitalidad por sentimientos caritativos. De este Papa de la Iglesia no se sabe mucho. Desde luego su pontificado fue muy breve, un año según rezan las crónicas y la misma historia de la Iglesia. Pero fue un tiempo intensamente aprovechado por Lucio. El no tenía ni idea de que lo iban a nombrar sucesor de Pedro. Su antecesor en el pontificado, Cornelio, murió. Su noticia corrió en seguida por toda Roma. El cónclave para el nuevo Papa se convocó muy pronto. Estamos en los años 253. Era fácil reunir a los obispos más cercanos y a los de lejos que pudieran llegar para tal evento. Ese mismo año toda la gente cristiana recibió con expectación a Lucio I. Y nada más que ser elegido, lo enviaron desterrado. No tuvo tiempo de hacer muchas cosas en un sólo año, ya que pasó a la eternidad en el 254. No obstante, queda de su breve año un documento que para aquel tiempo resultaba interesante. Más o menos viene a decir lo siguiente: A todo obispo le deben acompañar dos sacerdotes y tres diáconos con el fin de que fueran los testigos de que sabía comportarse como Dios manda.
Eran, en realidad, cinco personas que vigilaban el comportamiento de los sucesores de los apóstoles en su ministerio pastoral en bien del pueblo. El emperador Valeriano, en un gesto raro de humanidad, tuvo la feliz idea de concederle la vuelta del injusto destierro al que le había sometido. Aunque en los martirologios aparece como mártir, no parece que sufriera martirio alguno ya que en dicha fecha, bajo el gobierno del emperador Valeriano, los cristianos eran tratados benevolentemente. Esta gracia le duró poco tiempo. La muerte le visitó el 5 de marzo del año 254. Lo sepultaron en la Cripta Papal del cementerio de San Calixto. La razón fue porque no murió mártir. Hoy yace en la iglesia romana de S. Cecilia, en el Trastevere.
Por Frey Jesús
Resistencia del Temple en las Riberas del CincaSegre, 1310-1314 (y IX) OCUPACIÓN DE BARBASTRO
LA
CASA
TEMPLARIA
DE
23 de febrero El rey concede a Bernardo de Guasch la casa y bienes que fueron de los Templarios en Barbastro, tomando 500 s.j. anuales de aquellas rentas de Templarios. Le concede también una huerta o campo con sus casas para uso o el de su familia. 27 de febrero Al parecer, algunos de los Templarios de Monzones acogieron en el convento de los frailes menores de Monzón, y el Concejo de la ciudad les reclamaba el abandono de aquella casa y homenaje por los bienes que les fueron concedidos para alimentos. 1 de marzo Nombramiento de Pedro de Caselles como colector y administrador de las rentas reales en los lugares de la castellanía de Monzón. Dicha castellanía poseía lugares en tres jurisdicciones distintas: en la veguería de Lérida y Pallars, en la sobrejuntería de Ribagorza, Sobrarbe y Valles, y en la sobrejuntería de Huesca y Jaca. Por cuya razón el rey notifica dicho nombramientos a los tres oficiales par que le ayuden y ofrezcan consejo. 13 de abril Al sobrejuntero de Huesca y Jaca, Miguel Pérez de Arbe, para que intervenga en el homicidio cometido por dos vecinos de Candasnos, fueron hasta los términos de Fraga y cometieron homicidio en las personas de Guinovet de Garrido, Pedro de Garrido y Pedro Largere. Manda sean apresados y se aplique la justicia. 12 de junio El rey a Fernando de Fonollar, viceprocurador en Cataluña por el infante Jaime, y demás oficiales, para que faciliten el pago de las deudas de Montcada, entre cuyos deudores se halla Eymeric de Barbereá, procurador del noble conde de Foix, para que sea satisfechas antes de Santa María de agosto. 22 de junio Carta a Guillermo de Montcada que obliga los compradores de los réditos de Ballobar –Bernad de Soler y Ramon de Scriva- recojan los réditos de la iglesia de Ballobar, del abad Peregrín de Fontova, pues ha sido empeñada por el sumo pontífice en la primicia y los cuartos.
23 de junio El rey encomienda a Rafael de Casals, miembro de la casa de la infanta Blanca, su hija y priora de Sijena, la bailía de Chalamera, con el salario acostumbrado y como desempeñaban dicho oficio en tiempo de los Templarios. HOSPITALARIOS EN AYTONA 20 de agosto Comunicación a Ot d Montcada, señor de Aytona, porque el vicegerente del Maestre del Hospital, fr. Gaufrido de Rocaberti, le ha hecho saber que fr. Francisco de Perosa, de dicha orden, había dilapidado los bienes concedidos por el prelado en Aytona en beneficio de dicha orden, para que se le detenga y aplique justicia, evitando todo escándalo en dicho lugar. 29 de agosto Al baile de Belver, castellanía de Monzón, porque conocido que algunos hombres de Osso poseen heredades en Belver y no quieren contribuir junto con los hombres de Belver. Manda la intervención del sobrejuntero, Guillermo de Castellnou. 12 de septiembre El rey, deseando favorecer a Berenguer de San Marcial, fraile que fue de la desaparecida Orden del Temple, le concede una viña situada cerca de Ascó, en el lugar llamado de la Çenia, y lo posea como lo tuvo el Maestre Andreas de Torre, Baile de Ascó. 20 de septiembre Doña Teresa de Ayerbe, esposa de Guillermo de Montcada, senescal de Cataluña, suplica al rey Jaime que le sean ofrecidas las rentas que le corresponden por donación de sus padres, Pedro de Eyerbe y Dulcia de Cervera, que concedió 100.000 s.b. sobre los lugares de Alos, Baldemar, y Moyano. 30 de septiembre Al administrador de la castellanía de Monzón porque el reverendo arzobispo de Tarragona Guillém de Ampurias, como el obispo de Valencia, Raymundo de Ponte, concedieron y encomendaron la cura de la iglesia de Alcolea de Cinca a Arnaldo de Comes, canónigo de Barcelona, a quien deben reintegrar los réditos y derechos de dicha iglesia. 4 de octubre El rey encomienda la administración de los lugares que fueron del Temple en Gardeny, Corbins, Torres y Ajebut a Pedro de Araria, -por fallecimiento de Pedro de Espallargas- pidiéndole que haga inventario de de todos los bienes, y de cuenta de todo ello a Bertrán de Vallo, administrador general de los bienes del Temple. 9 de octubre A Felip de Saluça, consanguíneo real, por la exposición hecha por el noble Guillermo de Montcada porque a últimos de septiembre habían sido presentados ante el tribunal de la curia Pedro de Castrosanto, y otros familiares de la casa del rey, que habían insultado al nuncio Jaime de Letone, vecino de Ballobar, señorío del dicho Guillermo, que en el término del Pueyo, tomaron alguna res y mercancías que pertenecían al dicho nuncio que las reclamaba a Usos de Barcelona. ALFONSO, CONDE DE URGEL 10 de octubre Concesión del condado ed Urgel al infante Alfonso, casado con Teresa de Entenza, hija de Gombaldo de Entenza, señora de Alcolea de Cinca. Está redactado por Bernardo de Averson y testificado por numerosos nobles de Cataluña.
Alfonso tenía solamente doce años cuando Armengol de Urgel encontró la muerte en Sicilia. Entre los testamentarios del conde se contaba Guillermo de Montcada, señor de Fraga, pariente del de Foix, por su matrimonio con Margarita de Montcada. Los de Foix le reclamaron el condado al comprobar que en los documentos de don Álvaro de Urgel, hermano de Armengol, a quien quería dejar el vizcondado de Ager, presentaba falsificaciones interpoladas. Los albaceas del de Urgel se apresuraron a dejar el condado en manos del rey para evitar enfrentamientos con el de Foix que se hacía acompañar del vizconde de Cardona. El rey lo solucionó comprando ambas posesiones con 100.000 s.j. que le prometieron todas las aljamas de los judíos de Cataluña y debían servir para comprar los derechos de los familiares del conde. A cambio los eximió de tributos durante cuatro años. 17 de octubre El concede a Domingo de Cardona, jurisperito de Lérida, las encomiendas de Gardeny, Torres, Corbins y Ajebut y los lugares pertenecientes a dichas bailias, que poseía Arnaldo de Parent, jurisperito de Lérida. A Domingo de Cardona, jurisperito de Lérida, las judicaturas de los mismos lugares. 21 de octubre El rey a Rodrigo Seube, tenente por el rey del castillo de Chalamera, a quien mande haga entrega de la potestad del mismo. 25 de octubre Petición real al arzobispo de Tarragona para que intervenga en el asunto de la pérdida de devoción a la Virgen de Santa María de Gardeny, donde existió una abundante peregrinación, especialmente los sábados, provocada por la presencia de fr. Berenguer de Bellvís, que cuida de dicha capilla, en compañía de una concubina a la que llama su esposa, y cuya presencia y actitud deshonesta está haciendo perder dicha devoción. 5 de noviembre El rey encomienda el castillo de Monzón a Bernardo de Ponte, por fallecimiento de Domingo de la Sosa, debiendo convenir con sus herederos la procuración del mismo. Mientras la administración de la castellanía de Monzón es ofrecida a Pedro de Nola, en las mismas condiciones que poseía el dicho Domingo. 10 de noviembre Alfonso se había casado en la catedral de Lérida el 10 de noviembre de 1314, debiendo defender en Lérida las pretensiones de Gastón I de Foix, vizconde de Castellbó y del Valle de Andorra. 12 de noviembre Jucef, sarraceno de Belver de Cinca, afirma ser ex cristiano, pero nuevamente vuelto a la luz de Cristo junto con su hijo, solicita al monarca que sea tenido como tal y le permita contribuir en las cargas habituales de peytas, questias, y demás cargas de cristianos en dicho lugar. El rey lo concede. CONCESIÓN DE LA POSESIÓN DEL CONDADO DE URGEL 13 de noviembre Los manumisores del testamento de Armengol de Urgel, -Guillermo de Montcada, Bernardo de Peramola, Bernardo de Guardia y Araldo Morell- con el consejo de fr. Bernardo, prior de de la orden de menores, quedaron autorizados para vender dicho condado de Urgel y el vizcondado de Ager, perteneciente al rey, y ofrecerlo al infante Alfonso, esposo de Teresa de Entenza, como hija mayor del fallecido Gombaldo de Entenza, y Constanza, sobrina de dicho conde.
Por dicho motivo el infante es autorizado a usar en sus insignias el símbolo del condado, y dicha Teresa sea condesa de Urgel, tal como fue firmado en Camporrells, lugar de la Ribagorza, en 6 de los idus de julio de 1314. CONFRONTACIONES ENTRE NOBLES 16 de noviembre El rey a su consanguíneo Felip de Saluça, por sus digresiones con Guillermo y Berenguer de Anglesola de una parte, y el noble Guillem de Entença y sus valedores de otra, recordándoles haber dado seguridades en las partes de Aragón concediendo paces hasta las cortes de Huesca a celebrar para aragoneses. También entre vos y los vuestros y Ot de Montcada y Guillermo de Montcada de otra, para tratar sobre la guerra, les manda prorrogar las treguas hasta la Pascua. 2 de diciembre El rey encomienda la casa que fue del Temple en Granyena a Pedro de Cardona, con todos sus derechos, encomendando la administración de la misma a Bertrán de Solanillas, que ya la administraba en nombre del rey. 21 de diciembre El rey Jaime, enterado que han firmado una tregua de paces entre Guillermo de Montcada, y Guillermo de Anglesola y Felip de Saluça, hasta la fiesta de Pascua; y no obstante, en el castillo de Zaidín han sido puestos caballeros y peones, contra los hombres de Felip de Saluça que fueron al mercado de Casas Novas y se llevaron un bestia de la plaza de dicho lugar, que ya han devuelto y pedido disculpas. A pesar de la intervención real, Guillermo de Montcada, señor de Zaidín, de Ballobar y de Fraga informa y pide al rey que demande reparos al dicho Saluça, porque uno de sus hombres, después de la firma de treguas, se había sobrepasado, por cuyo motivo estaba obligado a repararlo. PEDRO ARNALDO DE CERVERA, VEGUER DE LÉRIDA Desde mayo de 1315 aparece como veguer de Lérida Pedro Arnaldo de Cervera. LA ACEQUIA QUE FUE DEL TEMPLE EN BELVER Y OSSO 1317 Agosto 16. Monzón. El rey Jaime a Pedro de Canelles administrador de la castellanía de Monzón o a su lugarteniente en Belveer. Como a vos, como detector de los bienes del Temple, os corresponde acondicionar el azud y la cequia de Belveer y allí se pueda regar según costumbre por los hombres de Oso, que es del infante Alfonso, conde de Urgel, manda que haga poner agua en dicha cequia como la tenían en tiempos de los Templarios. La Ribera del Cinca tuvo que aprender a convivir sin la presencia de los Templarios. Sin embargo, su memoria perduró inclusive en los documentos del Castellán de Amposta.
Joaquín Salleras Clarió
(2ª Parte)
CARGOS MILITARES Y ADMINISTRATIVOS EN UN TERCIO, CON SUS FUNCIONES El maestre de campo es un capitán designado por el rey que manda su compañía y a todo el tercio, podríamos decir que era el general del tercio. Era el único cargo en los tercios que tenía una guardia personal, tan solo 8 alabarderos. Para llegar a ser maestre de campo se precisaban muchos años de experiencia militar, fama y reconocimiento; con esto el rey los podía designar jefes de un tercio. Normalmente, al principio se era maestre de campo de tropas extranjeras (valones, italianos, alemanes...), cuando se había desempeñado un buen trabajo, el rey daba al maestre de campo un tercio de españoles. Muchos de los nombres de los tercios tenían el nombre o del lugar de origen (tercio de Málaga) o donde operan (Tercio Viejo de Lombardía) o el nombre o apellidos del tercio. Así el famoso maestre de campo Lope de Figueroa mandaba el tercio Lope de Figueroa. En general, se ocupaba del mando, de impartir justicia dentro del tercio y de administrar y asegurar que las tropas eran aprovisionadas. Maestres de campo famosos fueron Juan del Águila, Sancho de Londoño, Sancho Dávila, Julián Romero, Lope de Figueroa, Rodrigo López de Quiroga y Álvaro de Sande. El sargento mayor era el ayudante principal del maestre de campo, por lo que era el segundo al mando en el tercio. Se podría considerar como el jefe de Estado Mayor. No tenía compañía propia, pero tenía la potestad sobre los demás capitanes. Daba las órdenes de boca del maestre de tercio a los capitanes, decía cómo debía formar en el campo de batalla el tercio, dónde se alojarían las compañías, etc. Era, sin duda, el trabajo de mayor responsabilidad. Tenía un ayudante que solía ser el alférez de su antigua compañía. La evolución de estos dos cargos han dado en la actualidad los cargos de comandante y teniente coronel. Los tambores o cajas y pífanos eran los encargados de llevar las órdenes del capitán en el combate a base de los toques de sus instrumentos. También tenían una doble finalidad: subir la moral de los hombres en el combate y llevar las órdenes, pues en el fragor de la batalla era imposible llevar las órdenes a viva voz. Había muchos toques, entre los básicos marchar, parar, recoger (dar la retirada), responder (al fuego enemigo), etc.
El furriel mayor era el encargado de alojar a los soldados, de los almacenes del tercio y de las pagas. Se encargaba de los aspectos logísticos. Cada compañía tenía a su vez un furriel que se encargaba de llevar a cabo las órdenes del furriel mayor. Cada furriel llevaba las cuentas de la compañía, la lista de los soldados, las armas y la munición de la que precisaban los soldados y el capitán. Para ser furriel se necesitaba saber leer, escribir y conceptos básicos de matemáticas. Los tercios no tenían un cuerpo sanitario como los ejércitos actuales. Este cargo lo desempeñaba un médico profesional, los cirujanos de cada compañía y el barbero que solían hacer de enfermeros y debían saber atar y sangrar heridas (por cada compañía sólo había un cirujano y un barbero). Los camilleros solían ser los mozos que acompañaban a los soldados al combate o los propios soldados llevando a sus propios camaradas. En los tercios, como ejército cristiano, debía tener por cada compañía un capellán para dar fe a los soldados, enseñar el evangelio, celebrar la santa misa y dar la extremaunción a los heridos y a los que iban a morir. En un principio el capellán era contratado por los soldados. Era un trabajo arduo, pues los capellanes se debían mover por el campo de batalla para dar la extremaunción a los caídos y solían ser el objeto de odio en enemigos contrarios a la Iglesia Católica (los protestantes y musulmanes). En 1587, la Orden de los Jesuitas es la encargada de proveer los capellanes de los tercios. Con la ordenanza de 1632 se crea el puesto de capellán mayor, que era el encargado de elegir a los capellanes de las compañías y capellán de la compañía del maestre de campo. Además, eran los únicos que podían juzgar a otros capellanes. El cuerpo judicial del tercio se formaba por un oidor, un escribano, dos alguaciles, el carcelero y el verdugo. Este grupo de personas se encargaban de hacer efecto sobre los procesos judiciales internos del tercio, como si fuera un tribunal militar. También se encargaban de los testamentos de los soldados. En el tercio podemos encontrar asimismo un cuerpo de policía militar, mandado por el barrahel (en Flandes pasó a denominarse preboste). Se encargaba del orden entre la tropa, la limpieza de los campamentos, la seguridad de los edificios donde se iban a alojar los soldados y evitar que los soldados se dispersasen en las marchas. El capitán es una persona designada por el rey para que mande una compañía, él es quien decide de qué arma va a ser formada la compañía (cuando no había mezcla de armas): picas, arcabuces o mosquetes. El capitán debía informar de los percances ocurridos a sus superiores, y no tiene la potestad de castigar a sus soldados, ni herirlos, a no ser que éste estuviese presente, entonces podía usar la espada, pero no podía matar a los soldados. Si hería a un soldado no debía atacar un miembro del cuerpo útil para la guerra. El capitán no debía aprovecharse de los soldados, ni maltratarlos cuando no han hecho nada, con el único fin de salvaguardar la disciplina de los soldados de la compañía. El capitán podía dar licencia a un soldado a irse de una compañía a otra, pero no podía darle licencia de irse del tercio y mucho menos del ejército, eso era tarea del maestre de campo y del rey. Los capitanes normalmente tenían un paje de rodela, pues éste lo portaba, que también se llamaba paje de jineta. Estos chicos estaban en la parte peor parada del combate, delante del capitán para protegerlo con la rodela.
El alférez era el encargado de llevar y defender la bandera de la compañía en el combate. La bandera era la insignia de la compañía y debían protegerla con la vida. Se sabe de casos de alféreces que perdieron ambos brazos en el combate y para que la bandera no cayese al suelo (significaba que la compañía perdía el combate), el alférez la sujetaba con la boca, trabajo arduo, pues la pica en la que se llevaba la bandera pesaba 5 kg. La bandera siempre debía llevarse de forma vertical, nunca al hombro, pues si los soldados veían que la bandera caía o era arrastrada por el suelo bajaría la moral. El alférez podía encargarse de la compañía si el capitán lo autorizaba cuando éste estuviese ausente. En las marchas, el alférez tenía otro ayudante, llamado sotaalférez, que era el encargado de llevar la bandera cuando no hubiese combate. A este muchacho también se le llamaba sota o abanderado. El sargento. Cada compañía tenía un sargento, encargado de transmitir las órdenes de los capitanes a los soldados, de que la tropa esté siempre bien preparada para el combate (armamento, munición, protecciones, etc.) y de que las tropas en el combate vayan en buen orden. En los servicios nocturnos el sargento es el encargado de poner las centinelas, y debe revisarlas durante toda la noche. El sargento puede castigar a aquéllos que no cumplan estos servicios, y si requiriese de la fuerza podría usar la gineta, una alabarda especial que solo la llevaban los sargentos, tratando de solo herir y no mancar al soldado castigado. El cabo es un soldado veterano que tiene a su mando 25 hombres. Eran los encargados de alojar a los soldados en camaraderías (grupos de soldados más reducidos). Tienen que adiestrar a los soldados, cuidar de que cumplan las órdenes del capitán, de que luchen bien y de que no creen problemas. Si los hubiere, el cabo no puede castigar a los soldados y deberá hablar al capitán de los posibles desórdenes ocurridos. El armazón del Tercio contaba con tres clases de combatientes: piqueros, arcabuceros y mosqueteros. Asimismo disponía de artillería, y en ocasiones, de caballería (p. ej.: batalla de Ceriñola). Los piqueros usaban la pica, de entre 3 y 6 m de longitud, y portaban también su espada atada al cinto. Según su armamento defensivo se dividían en «picas secas» y «picas armadas» (coseletes o piqueros pesados). Los primeros llevaban media armadura y a veces capacete o morrión. Los segundos se protegían con celada o morrión, peto, espaldar y escarcelas que cubrían los muslos colgando del peto. La espada era su gran baza en cualquier combate cuerpo a cuerpo, y en su manejo tenían los españoles una acreditadísima fama. Normalmente era de doble filo y no solía medir más de un metro para hacerse más ligera y transportable. Los mosqueteros llevaban un equipo muy similar al de los arcabuceros, pero se diferenciaban en que, en vez de arcabuz, usaban un mosquete, o sea de mayor alcance y calibre, lo que también requería dispararlo con el apoyo de una horquilla montada en el suelo; y en vez de morrión, sombrero de chambergo. Su alcance les permitía salir de la formación cerrada y refugiarse en el escuadrón después de abrir fuego. Fueron una innovación extraordinaria en su época gracias a la inteligencia del duque de Alba, que decidió introducir los mosquetes en los tercios en 1567, cuando antes sólo servían en la defensa de plazas amuralladas, en especial en los presidios de Berbería, en el norte de África.
Los españoles conservaron la hegemonía militar durante el siglo XVI y gran parte del XVII, aunque sus enemigos se inspiraron en sus mismas técnicas para hacerles frente. Los ejércitos incrementaron sus efectivos y pasaron a sufrir enormes bajas. Los generales de la época optaban entonces por no plantar grandes batallas, sino dedicarse a concentrar esfuerzos en las tomas de ciudades importantes para forzar un tratado que condujese al final de la guerra, fuese éste temporal o a largo plazo. Un aforismo de los lansquenetes de aquellos tiempos decía muy oportunamente: «Dios nos dé cien años de guerra y ni un solo día de batalla». Las grandes formaciones de los tercios surgieron según la técnica bautizada por los españoles como «arte de escuadronar», y los tratados de la época están llenos de fórmulas y tablas para componer escuadrones de hasta 8000 hombres. Por aquel entonces ya habían desaparecido totalmente las hazañas individuales que en la Edad Media gozaron de tanta fama y prestigio para el soldado, pues la infantería se basaba enteramente en el anonimato. Los oficiales y los soldados distinguidos disponían de algún caballo para las marchas largas, pero todos combatían pie a tierra, integrados en grandes formaciones cuadradas o rectangulares, con una disciplina estrictamente impuesta en movimientos de alineación y maniobra. Durante los trayectos, las tropas acostumbraban a viajar siempre en columna, pero luego combatían agrupadas en bloques geométricos. Estos bloques rechazaban fácilmente a la caballería y luchaban hábilmente combinados con el resto de la infantería, pero debían evitar ponerse al alcance de los cañones, ya que entonces podían sufrir graves destrozos y bajas. La amenaza de la artillería enemiga en una batalla quedó bien patente para todos los ejércitos de la época sobre todo a partir de la batalla de Marignano, en la que la artillería francesa machacó a los cuadros suizos. Todos los generales tuvieron entonces presente este factor, aunque de hecho las piezas artilleras eran de poco alcance y muy difíciles de mover en terrenos abruptos o fangosos, como por ejemplo en los campos de Flandes. Hay que destacar, sin embargo, que la infantería era la única que mejor podía moverse en los estrechos espacios que dejaban canales, diques, puentes o murallas en Flandes. El tercio acostumbraba a formar como formación más típica el llamado escuadrón de picas. El resto de los efectivos —caballería y arcabuceros— debían apoyar su acción situándose en sus mangas o flancos para evitar que el enemigo lo envolviese, aunque a veces también formaban pequeños cuadros en sus esquinas. Esta táctica era la más empleada en campo abierto, transmitiéndose las órdenes a través del sargento mayor a los sargentos de compañía y sus capitanes, que desplazaban a la tropa. Todos los movimientos se realizaban en absoluto silencio, de modo que sólo en el momento del choque estaba permitido gritar « ¡Santiago!» o « ¡España!». La doctrina de la época establecía oponer picas a caballos, enfrentar la arcabucería a los piqueros y lanzar caballería sobre los arcabuceros enemigos, ya que éstos, una vez efectuado el primer disparo, eran muy vulnerables hasta que cargaban otra vez el arma. Los arcabuceros adquirieron mucha importancia en los tercios: llevaban un capacete, gola de malla y chaleco de cuero (coleto), a veces peto y espaldar. Su gran arma era el arcabuz, un cañón de hierro montado sobre caja de madera con culata. El equipo incluía asimismo una bandolera para las cargas de pólvora y una mochila para la munición, la mecha y el mechero. El arcabucero recibía cierta cantidad de plomo y un molde en el que debía fundir sus propias balas. A finales de siglo XVI, cada tercio tenía dos o tres compañías de arcabuceros (lo que da una idea de su elitismo), formadas por soldados jóvenes y resistentes a los duros trabajos. También por ese mismo motivo estaban agraciados por un trato de favor especial que les dispensaba de hacer guardias de noche (a diferencia del resto de las compañías) y les garantizaba un ducado más de paga al mes.
Se disponía de artillería cuando las circunstancias así lo exigían: desde cañones de bronce o hierro colado, medios cañones, culebrinas y falconetes. Durante los primeros disparos, para que las bajas no dejasen demasiados huecos en el escuadrón de picas, los soldados adelantaban su puesto cuando el anterior quedaba vacío, lo que permitía seguir dando una imagen compacta donde toda la compañía se apoyaba en un solo bloque. El escuadrón de picas tenía cuatro formaciones: el escuadrón cuadrado (mismo frente que fondo); prolongado (tres cuadrados unidos), con la variante de media luna o cornuto, en que las alas se curvaban para proteger el centro; en cuña o triangular, que adquiría forma de tenaza o sierra cuando se unía a otros por la base; y en rombo. Si se trataba de un asedio, los tercios realizaban obras de atrincheramiento para rodear la plaza y aproximar los cañones y minas a los muros. Uno de los escuadrones se mantenía en reserva para rechazar cualquier tentativa de contraataque de los sitiados. Incluso si era necesario retirarse, se procuraba llevar a cabo el repliegue con sumo secreto, con un escuadrón de seguridad cubriendo siempre la retaguardia. No existió nunca una verdadera uniformidad en vestimenta. El equipo más habitual comprendía una ropilla (vestidura corta sobre el jubón), unos calzones, dos camisas, un jubón, dos medias calzas, un sombrero de ala ancha y un par de zapatos, pero cada hombre podía vestir como quisiera si se lo pagaba de su bolsillo. En cuanto a las armas, los soldados recibían las que les daba el rey (Munición Real), que se descontaban de futuras pagas, pero además podían adquirir y utilizar cualquier otra que les conviniera: espadas, ballestas, picas, mosquetones, arcabuces, etc. y así se ejercitaban a base de destreza y mucha práctica. Todo soldado podía llevarse los mozos y criados que pudiera costear para su posición social y recursos. Eran una especie de escuderos que aprendían de sus superiores el arte de la guerra y el cuidado de las armas y los caballos. Un gran número de protegidos y de no combatientes acompañaba al ejército de tercios en su marcha, desde mochileros para transportar los equipajes hasta comerciantes con carros de comestibles y bebida, cantineros, sirvientes, etc. y hasta prostitutas. Éstas últimas, aunque bastante numerosas, no podían pernoctar con la tropa porque se debía respetar cierto límite de medidas de control del orden, por lo que debían marcharse del campamento al caer la tarde. A medida que trascurrieron los años, los tercios fueron tanto disminuyendo en número de hombres como aumentando la proporción de arcabuceros y mosqueteros sobre la de piqueros, eliminando cualquier vestigio de algunas armas aún comunes en el momento de creación del tercio (por ejemplo, la ballestas o el escudo redondo o rodela). En la práctica, los tercios nunca tenían sus plazas cubiertas, y a menudo las compañías tenían sólo la mitad o menos de sus efectivos teóricos. Frecuentemente se disolvían compañías ("reformaban") para cubrir un mínimo de plazas en las demás. Los capitanes de las desaparecidas se veían reducidos al papel de soldados, si bien de élite. Debido a esto, su estructura nunca fue rígida, sino más bien muy adaptable a las circunstancias del momento.
Estaba relativamente consentida la deserción si era para unirse a otra compañía más prestigiosa. La huida a España no era muy mal vista, aunque no era común. Sin embargo, pasarse al enemigo era otra cosa. Las pocas veces que sucedió, y si los desertores tenían la desgracia de caer en manos de sus antiguos compañeros, no podían esperar clemencia. Muchas de las acciones de guerra no eran grandes batallas, sino una sucesión de golpes de mano, escaramuzas, pequeñas batallas y asedios. En todos estos casos, los tercios resultaron muy eficientes, especialmente en los ataques por sorpresa («encamisadas»). La comida del soldado raso comprendía un kilo aproximado de pan o bizcocho, una libra de carne y media de pescado y una pinta de vino, más aceite y vinagre, lo que aportaba de 3300 a 3900 kilocalorías diarias. Hay que saber que el soldado se tenía que preparar su propia comida, aunque la preparación de algunos alimentos corría a cargo de cada uno de los camaradas en los fogones del campamento. Cada tercio disponía de un médico, un cirujano y un boticario. Todas las compañías contaban con barbero para los primeros auxilios, y los heridos graves se trasladaban al hospital general, donde había enfermeros, médicos y cirujanos. Este hospital corría a cargo de los propios soldados mediante el llamado «real de limosna» (una cantidad que se les descontaba del sueldo), la venta de los efectos personales de los enfermos que fallecían sin hacer testamento las donaciones que alguien hacía voluntariamente. Había aproximadamente un médico o cirujano por cada 2200 soldados, aunque los heridos podían llegar a ser tantos que desbordaran la capacidad de éstos. Lo cierto era que la mayoría de los soldados veteranos estaban cubiertos de cicatrices, y muchos acababan lisiados o mutilados sin ninguna compensación. Las amputaciones iban seguidas de la cauterización, y las curas de las heridas se hacían con maceraciones de vino o aguardiente y algunos ungüentos, pero eso no frenaba a veces la infección o las supuraciones, lo que acababa por degenerar en gangrena u otras enfermedades contagiosas. Los tercios mantenían su enorme moral de combate mediante un implícito apoyo de la religión en campaña. Su mejor general, Alejandro Farnesio, no dudaba por ejemplo en hacer arrodillar día a día a sus soldados antes de combatir para rezar el Avemaría o una prédica a Santiago, patrón de España. Asimismo cada mañana se saludaba a la Virgen María con tres toques de corneta y cuando era preciso también se oficiaban varias misas de difuntos y numerosos funerales. Cada tercio contaba con un capellán mayor y un predicador, y cada compañía con un capellán.
Por J M Moliner
Terminamos nuestro recorrido por tierras escocesas con la visita a tres de sus más mágicos castillos. Utilizaremos este último paseo para conocer los castillos de Stirling, el de Eilean Donan y el de Edimburgo, esperamos que este itinerario por estas tierras tan mágicas haya sido del agrado del lector. CASTILLO DE STIRLING El castillo de Stirling es un histórico castillo en la ciudad de Stirling, Escocia (Reino Unido). Fue construido en la cima de la "colina del castillo" (the castle hill), un pico de origen volcánico, y se encuentra rodeado por tres de sus lados por acantilados cortados a pico. El castillo de Stirling está catalogado como Monumento Nacional, y su gestión ha sido en consecuencia confiada al organismo especializado Historic Scotland. El castillo alberga igualmente el cuartel general, así como el museo, de un Regimiento del Ejército Británico, el Argyll and Sutherland Highlanders Regiment, a pesar de que dicho regimiento ya no tenga su base en el lugar. La mayor parte de los edificios principales del castillo datan de los siglos XV y XVI, si bien algunos edificios son incluso anteriores, en concreto del siglo XIV. Las defensas exteriores del castillo que dan hacia la ciudad, por su parte, datan de principios del siglo XVIII. A principios del siglo XIV el castillo sufrió un sitio por las tropas inglesas de Eduardo I, en el marco de las llamadas Guerras de independencia de Escocia. Los historiadores indican que fue durante dicho asalto cuando Warwolf, el mayor fundíbulo que nunca se haya construido, fue utilizado por vez primera, y lo fue con efectos devastadores. La muralla almenada, que protege la entrada al castillo propiamente dicho una vez superadas sus defensas exteriores, fue construida por Jacobo III de Escocia, constituyendo originalmente una parte del sistema de fortificaciones que rodeaba y protegía la base rocosa. En sus dos extremidades había unas casamatas rectangulares macizas y, en su centro, encuadrando la entrada del recinto fortificado, cuatro grandes torres circulares provistas de tejados cónicos. De esta magnífica composición subsisten únicamente la casamata y la torre principal más meridional (ahora unida al cuerpo principal del edificio), parte de los lienzos de las paredes, la entrada y la parte inferior de las torres circulares internas, así como vestigios de las externas y de la casamata y torres circulares septentrionales.
CASTILLO DE EILEAN DONAN El Castillo de Eilean Donan es una fortaleza situada sobre la pequeña isla del mismo nombre que se alza a un lado del lago Duich, al noroeste de Escocia, el cual está comunicado a su vez con el cercano Océano Atlántico por medio del lago Alsh. Sólo es accesible en barco o a través de un estrecho puente de piedra que comunica la isla con la orilla del lago, por lo que en su día resultó ser una poderosa fortaleza muy difícil de tomar. La población más cercana es Kyle of Lochalsh, a menos de 8 millas de distancia, no lejos de Inverness. El castillo actual comenzó a construirse en 1220 por orden de Alejandro II de Escocia sobre las ruinas de un antiguo fuerte usado por los pictos, como defensa frente a las incursiones vikingas. Se dice que fue uno de los refugios usados por Robert the Bruce cuando huía de las invasiones inglesas de Eduardo I. Posteriormente el castillo se convirtió en residencia del clan MacRae antes de quedar abandonado poco después de la unión entre Escocia e Inglaterra. En 1719 fue ocupado por una expedición española que tenía como objetivo levantar militarmente a los escoceses contra la corona británica. Tras un mes de ocupación, tres fragatas británicas penetraron en el lago Alsh y desde allí bombardearon masivamente la fortaleza hasta que las tropas extranjeras se rindieron y fueron hechas prisioneras. El castillo de Eilean Donan quedó entonces abandonado en estado de ruina hasta que John MacRae-Gilstrap lo restauró entre 1912 y 1932. Hoy es uno de los lugares más visitados por los turistas que cada verano acuden a Escocia y sigue siendo la residencia oficial del Clan McRae. Los alrededores del castillo han sido elegidos para el rodaje de varias películas en los últimos años. Así, el castillo aparece en varias tomas de Los Inmortales (1986), Lago Ness (1995), Braveheart (1995).
CASTILLO DE EDIMBURGO El castillo de Edimburgo es una antigua fortaleza erigida sobre una roca de origen volcánico ubicada en el centro de la ciudad de Edimburgo. Ha sido utilizado con fines de tipo militar desde el siglo XII, siendo destinado a usos civiles solo hasta épocas muy recientes. Se encuentra emplazado en la cima de la calle Alta o High Street, también conocida como Milla real o Royal Mile. El Palacio de Holyrood, Holyrood Palace, se ubica a sus pies. El castillo está abierto a los visitantes, y está gestionado por el organismo especializado Historic Scotland. Se trata de la atracción turística más visitada de Escocia. Tres de sus lados se encuentran protegidos por abruptos acantilados, y el acceso al castillo queda limitado a una calle de pronunciada pendiente en el lado este del castillo. Antaño hubo un lago en su lado norte, lago llamado Nor'Loch, que fue desecado en época georgiana con la construcción de la ciudad nueva, para ser utilizado como albañal al aire libre y más tarde como parque, siendo a partir de ese momento cuando la ciudadela perdió la mayor parte de su papel defensivo. <<<El castillo de Edimburgo, hacia 1780. Se entra en el castillo por la explanada, una amplia plaza pavimentada y de plano inclinado que se encuentra entre el castillo propiamente dicho y la Milla real. En esta explanada se celebra anualmente el Military Tattoo, y es aquí donde en su día se celebraban los desfiles y diversos tipos de entrenamiento para la guarnición militar del castillo. La batería cilíndrica se denomina media luna. Se accede al castillo por un portal ante la batería, que conduce a un camino que sube por la derecha hasta el patio en el centro de la fortaleza. DIVERSOS CENTROS DE INTERÉS En el interior se presentan varias exposiciones y museos, entre los cuales destacan: Los Honores de Escocia, donde se encuentran las joyas de la Corona escocesa y los objetos del tesoro real escocés. La Piedra de Scone, también conocida como "Piedra del Destino", sobre la que se coronaban los reyes escoceses. El Memorial Nacional de la Guerra de Escocia. Mons Meg, un enorme cañón de sitio del siglo XV. El cañón de las trece horas, que dispara cada día a dicha hora. La capilla de Santa Margarita, la zona más antigua de la fortaleza, y posiblemente de la ciudad.
Por JSS
Abadía de Nuestra Señora de Rota Día de San Pablo apóstol. Anno 1591 In nomine Patris, et Filii, et Spiritu Sancti. Amen. “Faz ya seis meses et dos semanas que profeso como novizio en aqueste cenobio en el que vos, amado padre, ovísteis a bien entregarme no bien cumplí los doce anyos, et en ellos he ido aprendiendo et obedeciendo a mis superiores, orando et laborando con christiana devotio, como os prometí et como la regla ordena por bien de mi alma et respeto a vuestra voluntad. Non resulta fácil la vida en estas estancias, mas poco a poco voy faziéndome a sus dificultades e trabaxos, si bien en ella voy también encontrando la calma et el sossiego que mi alocado espíritu me demandaba et tal como vuestro paternal carinyo et afecto me recomendaron. Mándoos aquestas líneas por especial concesión de Su Paternidad Ilustríssima el abad dom Miguel Rubio, al que grande amistad une a la Casa de Pardo por sus muchas donatios a la abadía, do con grande regoçijo ha dado comienzo la construcción de las nuevas estancias del monasterio rotense, que tan perjudicado quedó en el siglo de la Gran Pestilencia hasta el punto de llegar casi a su desaparición, cossa que Dios Nuestro Señor non permitió que sucediesse, démosle gracias por ello. Es por tal motivo que non faltan trabaxos en el cenobio, et en ellos me veo inmerso cada día junto al resto de la comunidad, pues non es de buen freyre permanescer ocioso quando tanto queda por fazer. Llámanos a maitines la campana del claustro quando aún es noche cerrada y acudimos todos los hermanos et novicios a la iglesia -ya a punto de seer concluidapara rezar los salmos et oratios que la regla determina. A menudo los novicios más jóvenes et los hermanos más ancianos pugnamos por mantener los ojos abiertos durante el cántico de las antífonas, cossa que non es gollería lograr, pues el suenyo lucha por imponerse sobre la obligatio. Tal vez por tal motivo, tras el rezo de maitines los novicios rescibimos licencia para retirarnos de nuevo al dormitorio a reposar unas horas, pues la juventud de nuestros cuerpos exige un descanso más prolongado que quienes gozan del vigor de la madurez. A la hora de laudes, no obstante, poco antes del amanescer, volvemos de nuevo a saltar del lecho -en el que dormimos con los hábitos puestos, ya que la regla determina que monjes y novicios vistan constantemente sus ropas cenobiales- al son de la campana de marras e reunirnos en la iglesia para dar al Señor gracias por el privilegio de ver nacer un nuevo día et pedir a su Magnanimidad que nos depare gozos et alegrías más que trabaxos et penurias. La hora de prima, a la salida del sol después de un frugal desayuno de pan migado en un bol de leche caliente en el refectorio, nos sorprende ya en nuestras cotidianas tareas, ya sea trabaxando en la huerta, ya sea moliendo el trigo en el molino hidráulico que mueve la noria que da nombre al cenobio, ya sea en los trabaxos de construcción de las nuevas dependencias del mismo, ya sea apagando las velas y ornamentando la iglesia, ya sea copìando códices en el scriptorium u ordenando la biblioteca, ya sea leyendo y escribiendo los novicios en la escuela et rescibiendo pescoçones de nuestro preceptor quando erramos la lectio o emborronamos el pergamino. Una vez al mes es aquesta también la hora en que los monjes que ya han jurado sus votos se reúnen en el Capítulo para tratar los temas que al cenobio atañen, mas como novizio postulante que soy, non me está permitido assistir a tales reuniones por lo que poco es lo que deziros puedo dellas, salvo que muy graves son los asuntos que en la Sala Capitular se tratan a lo que hemos podido observar en los preocupados rostros de quienes a ellas son convocados.
Realmente, al respecto dellas reuniones del Capítulo, pocas son las noticias que del siglo traspasan los muros del monasterio. Últimamente se han rumoreado en el claustro ciertos asuntos muy feos que tienen que ver con Su Majestad don Felipe et con un tal Antonio Pérez que traen muy preocupado a dom Miguel et a los hermanos por lo que puedan salpicar a las rentas et donaciones del monasterio, por lo que dello sabréis más que yo, amado padre. Aquí no nos preocupan tales novedades, al menos a los novicios, que bastante tenemos con nuestro aprendizaje et nuestro trabaxo, pero el ambiente entre los hermanos se advierte tenso en numerosas ocasiones... A la hora de sexta, con el sol en su cenit, interrumpimos nuestras tareas para la refectio, que suele ser también frugal por no dexarnos caer en el vizio de la gula: unas verduras cocidas o en ensalada (entrellas una de color bermejo que llaman “tomate” et que faz poco tiempo que vino de las lejanas tierras de América, allende los océanos), un vaso de vino, un troço de pan y algo de carne de pollo o pescado bastan para reponer las fuerças, tras lo qual rescibimos licencia para pasear por el claustro recitando pasajes de la Biblia o incluso charlando en voz queda entre nosotros, que enseguida el preceptor anda repartiendo varazos quando alguno de los novizios alça la voz llevado por su juvenil entusiasmo recordándonos la máxima de San Benito “Ora et Labora” faziéndonos el gesto de chistar con el dedo índice sobre los labios, a lo que obedecemos prontamente por la quenta que nos trae... Últimamente dizen los legos que trabaxan para el cenobio que pronto se espera la visita de Su Ilustrísima el sennor arzobispo de Çaragoça, el segoviano micer Andrés de Bobadilla, que viene a Sástago a tratar ciertos temas de los que os he fablado ya con respecto al asunto del rey y del tal Antonio Pérez. Es cossa que sólo se rumorea pero algo debe tener de cierto, pues se ha convocado reunión de Capítulo extraordinario el próximo jueves, assí que algo de agua llevará el río quando suena... En cualquier casso a nosotros nos preocupan tales noticias, pues significan que la disciplina se endurecerá y la vara del preceptor estará más pronta que nunca para reposar sobre nuestras cabeças... ¡Mala hoguera la dé Dios! Mas perdonad, amado padre, mis disquisiciones. Contábavos que tras la comida recibíamos licencia para charlar en el claustro quedamente, para pasear a la sombra del sol infernal destas tierras en el estío o incluso para reposar unos minutos en el dormitorio los más jóvenes et los ancianos. Llegada la hora de nona, retornamos a nuestras tareas que, en el caso de los novicios, nos llevan de nuevo a la escuela a seguir estudiando las Sagradas Escrituras o practicando la caligrafía bajo la severa vigilancia del preceptor mientras los hermanos continúan sus trabaxos en el campo, en la obra del monasterio o en el scriptorium y la biblioteca. En estos momentos, pidiendo licencia al preceptor para ir a las quadras a aliviarnos, algunos monjecillos aprovexamos para pasarnos por las cozinas a por un trocico de pan con queso, que el hermano cocinero nos tiene en estima e carinyo et nos permite et proporciona tales viandas con el conocimiento et la paternal comprensión del Abad, que lo sabe mas mira para otro lado con picardía et lo perdona aunque non lo permita... ¡Más de un varazo del preceptor, que es más papista que el Papa, me he llevado en estos seis meses por retornar a la escuela rumiando todavía un trozo de queso por la boca sin tener el cuidado de tragarlo antes de volver a mi asiento, vive el Cielo! Non es mucho más lo que puedo contarvos, amado padre.
Llegada la hora de vísperas, quando el sol ya empieza a retirarse a su ocaso, la regla manda reunirse de nuevo en la iglesia para agradecer al Señor sus bienes durante la jornada, presididos por el Abad, et tras ello passamos de nuevo al refectorio a tomar la cena, que suele ser más frugal que la refectio de tercia: una sopa caliente con un trozo de pan y otro vaso de vino. Luego, durante la cena, el hermano lector designa las tareas que a cada monje et novicio esperan al día siguiente, recibimos todos la bendición del Abad et nos confesamos y rezamos la penitencia en la iglesia o en nuestros dormitorios antes de tumbarnos en los catres a la hora de completas (en verano un poco más tarde, que aún luce el sol hasta bien pasada una hora dellas) hasta que la campana de maitines nos llama de nuevo a la oración... Esta es, pues, la vida que vuestro hijo amantísimo disfruta y sufre entre los muros de la abadía de Rueda. Non vos preocupéis por mí, pues estoy bien atendido, educado et disciplinado en ella y espero en unos años jurar los votos y entrar de pleno derecho en la comunidad si el preceptor y el Abad me estiman digno de ellos. Dad muchos recuerdos a madre y a mis hermanos et rogad por mí del mismo modo que lo hago yo por vos, que aunque recuerdo con grande afecto mi casa, mis amigos, mi familia et mi tierra non por ello me dexo llevar por la melancolía et, aunque con sus altibajos, os confieso que mucho me plaze la vida contemplativa que vos y Nuestro Señor habéis dispuesto para mí... Enrique Pardo de Zufaria”
TEXTO: José Enrique Villuendas Salinas (Profesor de Historia y secretario del grupo de recreación “Feudorum Domini”)
La Leyenda del Mont Saint Michel Primero lo había visto desde Cancale; volví a verlo desde Avranches, cuando se ponía el sol. “Castillo de hadas erigido en el mar, sombra gris que se alza sobre el cielo brumoso”. Lo vi confusamente, como una sombra gris que se alzaba en el cielo brumoso. El ocaso teñía de rojo la inmensidad de los arenales, teñía de rojo la desmesurada bahía, el horizonte estaba rojo; tan solo la abadía escarpada que surgía al fondo, alejada de la tierra como un caserón fantástico, sorprendente como un palacio de ensueño, increíblemente extraña y hermosa, permanecía casi negra a la luz del sol poniente. Al día siguiente, al alba, fui hacia ella a través de la arena, con la mirada fija en aquella monstruosa joya, grande como una montaña, cincelada como un camafeo, y vaporosa como una muselina. Cuanto más me acercaba, más admirado me sentía, ya que quizás no haya nada en el mundo más sorprendente y perfecto. Y caminé sin rumbo, sorprendido como si hubiera descubierto la residencia de un dios a través de aquellas salas sobre columnas, ligeras o pesadas, a través de aquellos pasillos calados de parte a parte, levantando mis ojos maravillados sobre aquellos pequeños campanarios que parecían centellas de camino al cielo y sobre toda aquella increíble maraña de torrecillas, gárgolas, adornos esbeltos y encantadores, fuegos artificiales en piedra, encajes de granito, obra de arte de arquitectura colosal y delicada. Mientras permanecía extasiado, un campesino de la Baja Normandía me abordó y se puso a contarme la historia de la gran disputa de San Miguel con el diablo. Un escéptico ingenioso dijo: «Dios ha hecho el hombre a su imagen, pero el hombre se lo ha devuelto bien.»
Estas palabras definen una verdad eterna y sería muy curioso estudiar en cada continente la historia de la divinidad local, así como la de los santos patronos en cada una de nuestras provincias. El negro tiene ídolos feroces, devoradores de hombres; el mahometano polígamo puebla su paraíso con mujeres; los griegos, como gente práctica que son, habían divinizado todas las pasiones. Cada pueblo de Francia está situado bajo la invocación de un santo protector, moldeado a imagen de sus habitantes. Ahora bien, San Miguel vela por la Baja Normandía; San Miguel, el ángel radiante y victorioso, el portaestandarte, el héroe del cielo, el triunfante, el dominador de Satán. Voy a contarles cómo la gente de la Baja Normandía, astuta, cautelosa, socarrona y quisquillosa, entiende y cuenta la lucha del gran santo contra el diablo. Para ampararse contra las maldades del demonio, su vecino, San Miguel construyó él mismo, en pleno océano, aquella morada digna de un arcángel; y, sólo, en efecto, un santo semejante podía crearse tal residencia. Y como aún seguía temiendo las aproximaciones del Maligno, rodeó su dominio con arenas movedizas más pérfidas que el mar. El diablo vivía en una humilde choza en la costa; pero poseía las praderas bañadas en agua salada, las bellas tierras fértiles donde crecen las grandes cosechas, los más ricos valles y fecundos oteros de toda la región; mientras que el santo no reinaba sino en la arena. De manera que Satán era rico y San Miguel era pobre como un pordiosero. Después de algunos años de ayuno, el santo se aburrió de ese estado de cosas y pensó en llegar a un compromiso con el diablo; pero no era nada fácil, Satán tenía apego a sus mieses. San Miguel reflexionó durante seis meses; y, una mañana, se encaminó hacia la tierra. El demonio tomaba una sopa delante de su puerta cuando vio al santo; inmediatamente se precipitó a su encuentro, besó el bajo de su manga, le hizo entrar y le ofreció algo de beber. Luego, tras acabar una jarra de leche, San Miguel tomó la palabra: —He venido a proponerte un buen negocio. El diablo, cándido y confiado, contestó: —Me parece bien. —Escucha. Me dejarás todas tus tierras. Satán, preocupado, quiso hablar. —Pero... El santo prosiguió: —Primero escucha. Me dejarás todas tus tierras. Me encargaré del mantenimiento, del trabajo, de las labranzas, de las simientes, de los abonos, en fin, de todo, y compartiremos a medias la cosecha. ¿Trato hecho? El diablo, perezoso por naturaleza, aceptó.
Tan sólo pidió, además, algunos de aquellos deliciosos salmonetes que se pescan alrededor del solitario monte. San Miguel prometió dárselos. Chocaron las manos, escupieron de lado para indicar que el trato estaba cerrado, y el santo prosiguió: —Mira, no quiero que tengas quejas de mí. Elige lo que prefieras: la parte de las cosechas que estará por encima de la tierra o la que se quedará bajo la tierra. Satán exclamó: —Me quedo con la de encima. —De acuerdo —dijo el santo. Y se fue. Ahora bien, seis meses después, en los inmensos dominios del diablo, sólo se veían zanahorias, nabos, cebollas, salsifíes, todas ellas plantas cuyas gruesas raíces están buenas y sabrosas, y cuya hoja inútil vale como mucho para alimentar a los animales. Satán no obtuvo nada y quiso cancelar el contrato, tachando a San Miguel de «malicioso». Pero el santo, que se había aficionado al cultivo, volvió a ver al diablo: —Te aseguro que ni por asomo lo pensé; ha resultado así; no es culpa mía. Pero, para resarcirte, te propongo que este año te quedes todo lo que se encuentre bajo tierra. —De acuerdo —dijo Satán. En la primavera siguiente, en toda su extensión, las tierras del Espíritu del Mal estaban cubiertas con espesos trigos, avenas gordas como campaniles, linos, colzas magníficas, tréboles rojos, guisantes, coles y alcachofas; en fin, con todo lo que se abre al sol en granos o frutas. De nuevo, Satán no obtuvo nada y se enfadó del todo. Recuperó sus prados y sus labranzas y permaneció sordo a todas las nuevas aproximaciones de su vecino. Transcurrió un año entero. Desde lo alto de su mansión aislada, San Miguel miraba la tierra lejana y fecunda, y veía al diablo dirigiendo las labores, recogiendo las cosechas, trillando sus mieses. Y se desesperaba, enfurecido por su impotencia. Como no podía engañar más a Satán, decidió vengarse de él, y fue a invitarle a que viniera a cenar el lunes siguiente. —No has tenido suerte en tus negocios conmigo —decía—, lo sé; pero no quiero que quede rencor entre nosotros y cuento con que vengas a cenar conmigo. Te daré cosas buenas que comer. Satán, tan goloso como perezoso, aceptó en seguida. El día convenido, se vistió con sus mejores atuendos y se encaminó hacia el Monte.
San Miguel le hizo sentarse a una mesa magnífica. Se sirvió primero una besamela llena de crestas y riñones de gallo, con albóndigas de carne condimentada; luego dos hermosos salmonetes con crema, seguidos de un pavo blanco relleno de castañas confitadas en vino; luego una pierna de cordero inglés, tierna como un pastel; luego legumbres que se deshacían en la boca y una buena torta caliente, que humeaba esparciendo un perfume de mantequilla. Bebieron sidra pura, espumosa y azucarada, y vino tinto y espirituoso y, entre plato y plato, hacían un hueco con un aguardiente de manzana añejo. El diablo bebió y comió como un cosaco, tanto y tan bien que se vio en una situación terriblemente embarazosa. Entonces San Miguel, levantándose, formidable, gritó con voz atronadora: — ¡Ante mí! ¡Ante mí, canalla! Te atreves... Ante mí... Satán, enloquecido, escapó y el santo, cogiendo un palo, le persiguió. Corrían por las dependencias de la casa, dando vueltas alrededor de los pilares, subían las escaleras aéreas, galopaban a lo largo de las cornisas, saltaban de gárgola en gárgola. El pobre demonio, tan enfermo que partía el corazón verle, huía, mancillando la morada del santo. Llegó finalmente a la última terraza, arriba del todo, desde donde se descubre la bahía inmensa con sus ciudades lejanas, sus arenales y sus pastos. Ya no podía seguir escapando; y el santo, pegándole en la espalda una furiosa patada, le lanzó como una pelota a través del espacio. Atravesó el cielo cual una jabalina, y fue a caer pesadamente ante la ciudad de Mortain. Los cuernos de su frente y las uñas de sus miembros entraron profundamente en la roca, que conserva las huellas de aquella caída de Satán para la eternidad. Cuando se levantó se vio cojo, lisiado hasta el fin de los siglos; y, mirando a lo lejos el Monte fatal, erguido como un pico en el atardecer, entendió perfectamente que siempre sería vencido en esa lucha desigual, y se marchó arrastrando la pata, en dirección a lejanos países, abandonando a su enemigo sus campos, sus oteros, sus valles y sus praderas. Y así fue como San Miguel, patrón de los Normandos, venció al diablo.
Cuento de Guy de Maupassant
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