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Contenido c
Editorial c Federico Leiva Paredes Director. c
PORTADA LAS CATEDRALES DEL MUNDO. (Concatedral de Logroño).
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Colaboradores c
Joaquín Salleras Clarió (Historiador de Fraga). Albert Coll Vilá Josep Ricard Vento Juan A. Portales Frey Jesús Fredy H. Wompner
CONQUISTADORES ESPAÑOLES. (D. Pedro Cieza de León) LOS REYES GODOS. (Sisenando, Chintila, Tulga y Chindasvinto). NOTICIAS OCT. LOS PAPAS DE LA HISTORIA. (San Dámaso I).
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REYES DE ESPAÑA, DE 1474 A 1873. (1ª Casa Borbón). (Felipe V). EL RINCÓN DE JOAQUIN SALLERAS.
Envio de artículos c Email: revista@oct.org.es Contacto c www.oct.org.es c
GRANDES BATALLAS. (Batalla de Muret). CASTILLOS DE EUROPA. (Castillo de Chillón). LEYENDAS Y TRADICIONES POPULARES. (Leyenda de la isla de San Borondón). CONTRAPORTADA.
EDITA: OCT (Orden Católica del Templo) La OCT no se responsabiliza de las opiniones o doctrinas de los autores, ni de la posible violación de autoría y originalidad de los trabajos, colaboraciones o artículos enviados a esta redacción. Los autores serán los únicos responsables de todas las cargas pecuniarias que pudieran derivarse frente a terceros de acciones, reclamaciones o conflictos derivados del incumplimiento de estas obligaciones previstas por la Ley. Reservados todos los derechos de edición, publicación y difusión.
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Concatedral de la Redonda - Logroño La Concatedral de Santa María de La Redonda es una iglesia situada en Logroño (La Rioja, España). Junto con la Catedral de Calahorra y la de Santo Domingo de La Calzada es sede de la diócesis eclesiástica de Calahorra y La Calzada-Logroño. En el siglo X el Camino de Santiago cruza el río Ebro por un puente que da origen a una población que con el tiempo sería la ciudad de Logroño. En el año 1095 el rey Alfonso VI de Castilla otorga a este lugar un fuero franco para el asentamiento de pobladores y peregrinos. Con el transcurso del tiempo logra un notable crecimiento y se construyen las iglesias de Santa María de Palacio, Santiago el Real, San Bartolomé y Santa María de La Redonda, ésta última en el arrabal y separada del itinerario del Camino de Santiago. Se le llamó La Redonda por ser una iglesia románica, seguramente octogonal, similar a las existentes en el Camino Jacobeo de Navarra en Eunate y Torres del Río. Por su desarrollo e importancia en el año 1431 es declarada ciudad y en 1435 se le dota de una Iglesia Colegiata, en ese momento asociada al cercano e importante Monasterio de Albelda, en cuyo scriptorium se crearon importantes códices en la Edad Media. Entre todos los templos existentes se eligió La Redonda y se vio la conveniencia de levantar un grandioso templo en el mismo lugar de emplazamiento del austero románico. La construcción se iniciaría años más tarde en 1516 y en sucesivas reformas y ampliaciones se alargaría durante tres siglos. En 1959 Santa María de La Redonda fue declarada Concatedral con el mismo rango que las históricas Catedrales de Calahorra, ciudad romana, y de Santo Domingo de La Calzada, del siglo XI. Sus orígenes datan del siglo IX tras la venida de unos hermanos huidos de Torres del Río, a causa de las razzias musulmanas, y que refundan en el mismo sitio de la Catedral actual un pequeño cenobio del que no queda ningún rastro tras las sucesivas remodelaciones de siglos posteriores. La estructura arquitectónica de la Concatedral se construye fundamentalmente a lo largo de los siglos XVI, XVII y XVIII. Está compuesta por tres naves, una central y
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dos laterales de menor altura, por una girola y por el trascoro con su puerta principal y dos torres gemelas. A lo largo de los muros laterales se extienden las capillas que cierran la construcción definitiva en el norte y sur del templo. Entre 1516 y 1538 se construye el cuerpo central en estilo gótico llamado de los Reyes Católicos con ocho altos pilares cilíndricos que culminan abriéndose para formar las bóvedas de crucería. Alzando la vista se contempla algo similar a un grandioso palmeral de piedra sugerido por las esbeltas columnas cilíndricas sin nervaduras y el despliegue en lo alto de una filigrana de ramas de crucería. En el siglo XVII se amplía en el frente oriental junto al altar mayor con la Capilla del Santo Cristo que con el paso del tiempo terminaría conformándose como un deambulatorio tras el retablo mayor. Por último en el siglo XVIII se completó definitivamente la estructura principal al bajar el coro a piso llano y construir en el trascoro la monumental Capilla de Nuestra Señora de los Ángeles en el interior. En el exterior se levantaron las dos esbeltas torres gemelas que constituyen el grandioso icono que representa a la ciudad de Logroño. Tomaron como modelo la torre de la iglesia de Santo Tomás de Haro y se repite en otras localidades como en Santo Domingo de la Calzada, Briones, Oyón, Labraza,… destacando siempre en el horizonte su verticalidad espiritual. Entre las dos torres se encuentra un retablo en piedra sobre la puerta principal cerrando el paso una hermosa verja. El templo, orientado rigurosamente de este a oeste, está situado en la parte central del Casco Antiguo de Logroño y se abre a la antigua Plaza del Mercado junto a la Calle Portales de un gran sabor histórico bajo sus arcos y en cuyos alrededores bulle, como en tiempos antiguos, el ocio de la ciudad. <<<Cuadro atribuido a Miguel Ángel Buonarroti En el deambulatorio tras el retablo mayor de la Concatedral se encuentra una pequeña pintura al óleo sobre tabla. Representa un Calvario con Cristo vivo, la Virgen Dolorosa, San Juan Evangelista y María Magdalena. Miguel Ángel Buonarroti pintó un pequeño cuadro para su buena amiga Vittoria Colonna, poetisa de gran piedad y cultura, hija del noble aristócrata Fabrizio Colonna y felizmente casada en 1509 con Francisco Ferrante d’Avalos, Marqués de Pescara, perteneciente a la aristocracia del sur de Italia, entonces bajo dominio español, y originaria del pueblo de Ábalos en La Rioja (España). En 1525 las tropas españolas del Emperador Carlos V ganaron la Batalla de Pavía al Rey de Francia Francisco I gracias a la acertada dirección del Capitán General Ferrante d’Avalos, pero en ella resultó herido y poco después falleció. Su enamorada y joven viuda escribió encendidos sonetos de amor en su recuerdo. Y mantuvo también una íntima correspondencia epistolar con Miguel Ángel durante varios años. En 1540 le pidió un pequeño cuadro de la Crucifixión que le ayudara en sus oraciones privadas. Tras presentarle varios bocetos, cuyas copias se conservan en el British
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Museum y en Louvre, el artista gustoso le pintó el pequeño Calvario quedando Vittoria muy complacida por la espiritualidad de las figuras. En ese momento sólo eran Cristo, la Virgen y San Juan. En 1547 falleció Vittoria y tal era el afecto que Miguel Ángel le profesaba que recuperó el cuadro y la incluyó como María Magdalena abrazando la cruz de Cristo y portando sobre los hombros un pañuelo símbolo de su viudez. El obispo Don Pedro González del Castillo, gran humanista y entusiasta de la Redonda hizo construir en el siglo XVII la Capilla del Santo Cristo junto al altar mayor, la que siglos más tarde con sus modificaciones daría origen al deambulatorio, disponiendo su enterramiento en ella con su mausoleo y estatua orante que le representara. Gozando de gran fortuna hizo frecuentes viajes a Roma donde adquirió numerosas obras de arte con la idea de incorporarlas a su capilla. En la relación fundacional de esta capilla de fecha 13 de octubre de 1627 se hace constar: “Ytem una ymajen de Micael Ángel original, de tabla, y de un Crucifixo y Cristo bivo, con Nuestra Señora y San Juan a los lados y la Madalena al pie de la cruz y dos ángeles en lo alto, a los dos lados del Christo, con guarnizión de ébano, que se a de poner en el testero de nuestro sepulchro, detrás de nuestro bulto, en lo alto, de manera que se bea desde fuera” Una nota marginal dice: “Está guardado en los cofres” También ordena el Obispo Don Pedro que no se coloque hasta que no se levante la verja protectora de la capilla. Hay que tener en cuenta que en la relación figura un cuadro de la Sagrada Familia e indica que es copia de Rafael. Copia de muy buena mano que se puede contemplar en la Concatedral. Tras varios siglos de olvido en los cofres en la segunda mitad del siglo XX se atribuyó a la escuela de Miguel Ángel y luego se colocó en el deambulatorio tras el altar mayor. Cabe destacar la leyenda grabada en fresco por el mismo Miguel Ángel en el cuello de Cristo con letras hebreas: ”El Gibor” que significa el Héroe Divino. Según algunos históricos la prueba que ese cuadro pudiera ser un original de Miguel Ángel se deduce si se observa el arrepentimiento de la colocación del brazo izquierdo de la Virgen Dolorosa que finalmente se posa tiernamente sobre su pecho en una expresión más acertada y original que la de brazo extendido que se ve en transparencia después de corregido. A pesar de eso no hay pruebas suficientes para aclarar que la Crucifixión de Logroño fue pintada por Miguel Ángel, sobre todo para el estilo de la pintura que parece muy distinta con respecto a las otras obras conocidas del artista italiano. Proceden de la capilla del Señorío de Somalo en las proximidades de Nájera. Sus titulares las adquirieron en París a comienzos del siglo XX y las colocaron en su capilla. En este mismo siglo las donaron a la iglesia de La Redonda. Reconocida su calidad artística y comprobando su deterioro el Museo del Prado y una entidad bancaria procedieron a su restauración quedando patente su impresionante belleza. Seis tablas de 131 x 88 centímetros representan a San Pedro, la Resurrección de Cristo, San Juan Bautista, la Anunciación de María, la Epifanía del Señor a los Reyes y la Asunción de la Virgen. Y tres de 26,5 x 96 centímetros muestran varias escenas de la vida de San Francisco de Asís. Gillis Congnet, nacido en 1535 en Amberes y muerto en 1599 en Hamburgo, pintó estas tablas en Amberes en 1584, según aparece plasmado en la tarima al pie del cuadro de la Anunciación.
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<<<Anunciación Pintados primorosamente vemos todos los elementos característicos de esta escena: María en oración con un libro abierto junto al lecho y canasta de labores. Las azucenas del jarrón son símbolo de virginidad. Completan el cuadro el Espíritu Santo en forma de paloma y el Ángel mensajero en actitud de bendecir más que de anunciar. Epifanía>>> La Epifanía o Adoración de los Reyes sorprende por la viveza de la ternura que expresan los rostros y las actitudes. Recuerda al Bosco sobre todo al contemplar la choza y el curioso que se asoma por un boquete de la pared. <<<San Pedro. La figura de San Pedro tiene una fuerza y autoridad imponentes. La llave que empuña en su mano derecha más parece una espada o cetro. Las formas corporales que se adivinan bajo la túnica recuerdan al Miguel Ángel de la Capilla Sixtina. Al fondo en los laterales de la figura se observan las escenas de la vocación y martirio de San Pedro. <<<Adoración. Altorrelieve tallado en Amberes en 1554 en un bello estilo romanista. Plantea una escena llena de ternura y expresividad en un amplio entorno de sorprendente perspectiva. San Prudencio>>> Busto hispano flamenco de orfebrería de plata, datado en 1461 según consta en la inscripción gótica al pie del mismo. Procede del Monasterio de Monte Laturce, hoy en ruinas, junto a Clavijo. En esta capilla también están depositadas las reliquias de este santo patrón de Álava y las de otros santos riojanos. Lavatorio>>> Armoniosa composición de la escena del Lavatorio de los pies a los Apóstoles por Jesucristo en la Última Cena. Relieve de estilo romanista del siglo XVI.
Por F.L.P.
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Pedro Cieza de León. Conocido como el “Príncipe de los cronistas de Indias”, pese a morir a una temprana edad, dejó una importante obra tras de sí. Su descubrimiento y conquista del Perú, es la crónica sobre la ocupación española de este territorio, de la que fue testigo ocular. Pertenece a aquel género de hombres que fueron a América como soldados y a los que el Nuevo Mundo convirtió en historiadores o geógrafos. Nació en Llerena, España, en el seno de una familia acomodada, con tan sólo quince años se embarcó hacia Cartagena de Indias, en el año1535 con el objetivo de labrar fortuna. Hasta 1551, año en que regresó definitivamente a España, tuvo una actividad febril. Participó con Alonso de Cáceres en las expediciones a San Sebastián de Buenavista en 1536 y a Urute en 1537, y fundó, con Jorge Robledo, Santa Ana de los Caballeros en 1539, Cartago 1540 y Antioquia 1541, en la actual república de Colombia. Combatió después a las órdenes de Sebastián de Belalcázar, gobernador de Popayán, que le concedió una encomienda. En 1543 se reunió de nuevo con Robledo, quien, tras una estancia en España, había regresado a la Indias con el propósito de afirmarse en su gobernación de Antioquia y ampliar sus dominios, lo que motivó un enfrentamiento con Belalcázar. Cieza intentó que desistiera de sus propósitos, pero fracasó, y Robledo fue derrotado y mandado ejecutar por Belalcázar en 1546. Un año después inició un viaje hacia tierras peruanas junto a Pedro de La Gasca en la expedición de pacificación de Perú. Ejecutado Gonzalo Pizarro en Xaquixahuana en 1548, Cieza se trasladó a la Ciudad de los Reyes, la actual Lima, donde fue nombrado cronista oficial de Indias. Entre 1549 y 1550recorrió los lugares más importantes de Perú: Cuzco, Potosí y La
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Plata, entre otros, recogiendo información con la que compuso su obra. En 1551 regresó a España para casarse en Sevilla con Isabel López. En la misma ciudad publicó la Primera parte de la crónica del Perú en 1553. Cieza muestra a las claras, una vez más, que todos los Conquistadores no eran como les pintan muchos: soldados ignorantes e inhumanos; sino que frecuentemente se encontraba entre ellos, no solamente caballeros hidalgos, sino también letrados, eruditos y hombres de ciencia y de altos principios de humanidad. Poco después de publicar la Primera parte de su obra, y de la muerte de su esposa Isabel, muere Cieza en Sevilla en 1554. Desde 1541, Cieza había comenzado a recopilar información sobre los territorios sudamericanos que recorrió como miembro de distintas expediciones y campañas. El ambicioso objeto de la obra completa era describir y narrar el acontecer histórico desde los tiempos anteriores al Imperio Inca hasta los últimos hechos vividos en aquellas tierras. Pese a lo que puede indicar el título por el que se conoce a la Crónica, ésta incluye también entre las zonas estudiadas a grandes extensiones de la actual Colombia, como Antioquía o Popayán, bien conocidas por él. La importancia de Cieza como cronista consiste en que no se limitó a realizar una mera crónica de los acontecimientos que veía o vivía, sino que tuvo conciencia de historiador, es decir, de narrar una gesta más o menos épica, con un estilo discursivo y con la intención de contar verdades, y esto puede leerse en el prólogo o proemio de la Primera parte de la crónica del Perú, donde incluso llega a decir que escribirá teniendo como modelo a Cicerón. Lo interesante de la Crónica del Perú es que analiza un cuadro global de la historia de Perú, principalmente, dando todo tipo de información tanto sobre la cultura inca, la flora y la fauna andina y amazónica como del comportamiento de los conquistadores y sus enfrentamientos. En este sentido, Cieza de León fue el primer cronista moderno. LA CRÓNICA DEL PERÚ La primera parte, se ocupa de la descripción de la historia y de los pobladores de las regiones recorridas por Cieza, desde el golfo caribeño de Urabá hasta Chile, así como de la demarcación de las primeras provincias conquistadas por los españoles y, especialmente, de la fundación de las nuevas ciudades. La segunda parte, que no fue publicada sino hasta 1871, aunque incompleta, trata de la historia anterior al dominio inca y, primordialmente, la del propio Imperio Inca. La tercera versa sobre el periodo de descubrimiento y conquista del Perú hasta el inicio de las guerras civiles entre los propios españoles, y vio la luz en fecha tan tardía como 1979, después de estar perdido mucho tiempo en la Biblioteca Vaticana. De la cuarta y última parte, que se refiere a dichas guerras civiles, sólo se conocen los tres primeros libros; no se tiene constancia de que Cieza escribiera los dos últimos, como anticipaba en el prefacio, que debían finalizar con la llegada del virrey Antonio de Mendoza. La obra, muy nutrida de noticias, se caracteriza por sus apreciaciones juiciosas e imparciales y una exposición sencilla y animada por una gracia espontánea. Las
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banderías y disensiones que las luchas civiles originaron no le hicieron perder su ecuanimidad, como muestra el sereno dictamen que se transparenta en su relato. Como ocurre con muchas crónicas americanas, una parte importante del material corresponde a manuscritos o relatos de los propios indígenas. En este caso se recogieron los testimonios orales de los quipucamayos, u orejones indígenas, que refieren datos invalorables sobre su pasado. Aunque no se conoce con seguridad la formación cultural de Cieza, a él se deben algunas de las informaciones antropológicas más interesantes, no sólo de Perú, sino también de las poblaciones con las que tuvo contacto desde su llegada a Panamá. A través de los escritos del cronista se conocieron las reglas de parentesco de la costa del Pacífico, donde predominaban las líneas maternas, así como las leyes que prohibían el incesto o las diversas formas del tabú de la virginidad. Sus interesantes observaciones sobre el papel de la mujer sirvieron para verificar que en muchos de los pueblos del antiguo Ecuador y del Cuzco las mujeres practicaban la agricultura y el comercio, en tanto que los hombres hilaban y tejían. La tercera parte, trata sobre el descubrimiento y conquista de este reino. La cuarta parte, habla sobre las guerras civiles subdivididas en cinco secciones que hablan de las campañas de las Salinas, Quito, Chupas, Guarina y Jaquijahuana publicada en 1979.
Por F.L.P
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Sisenando, Chintila, Tulga y Chindasvinto Sisenando (12 de marzo de 636) fue el vigesimosexto rey de los visigodos en Hispania entre 631 y 636. Siendo Duque de la Septimania, Sisenando ayudó a destronar a Suintila, conquistando la tarraconense, con ayuda de Dagoberto I de Neustria. Algunos autores deducen de las fuentes una cierta simpatía popular hacia Suintila y una mayor oposición a él entre la nobleza. Sin duda la facción rival se aprovechó de ciertas leyes propuestas por Suintila, favorables al pueblo pero perjudiciales para los magnates, para incrementar sus posibilidades de rebelión. A pesar de esto la tendencia que en su momento representó Witerico estaba muy debilitada por el mal gobierno de éste, y las depuraciones que seguramente siguieron tras su caída. Parece ser que Suintila contaba con el apoyo de los jefes militares, y que la hostilidad a su alrededor entre condes y duques no era unánime, a causa de que no contaban en su entorno con el apoyo necesario de la gente. La nobleza opuesta a Suintila consideró imposible derrocar a este rey por sus propios medios y envió en 630 a uno de los nobles conjurados, llamado Sisenando, duque de la Septimania, a la corte del rey de Neustria, Dagoberto, para pedirle un ejército que sirviera para sus principios. Como recompensa se ofreció una bandeja de oro (regalada por el general Aecio al rey Turismundo en el 451), y 200.000 sueldos. El ejército se reunió en Tolosa en marzo de 631. Poco después se conquistó Zaragoza casi sin lucha, la Septimania se rebeló y los nobles indecisos se unieron a los rebeldes luchando contra las fuerzas del rey. Hasta el hermano del rey, Geila, se rebeló. La rapidez de la revuelta obligó a Suintila a abdicar y huir. Los rebeldes se dirigieron hacia la capital, Toledo, donde proclamaron a Sisenando como rey el 26 de marzo. Suintila fue capturado y encarcelado durante dos años, para después ser desterrado junto con su esposa e hijos, muriendo de forma natural en 634. Sisenando tuvo que hacer frente a varias rebeliones afines al anterior rey, sobre todo en la provincia de la Bética. Geila fue el líder de estos nuevos rebeldes, apoyado incluso por parte del clero, lo que provocó una guerra civil. Sisenando controló la situación de nuevo gracias al rey Dagoberto, derrotando a los rebeldes. Convocó el IV Concilio de Toledo bajo dirección de Isidoro de Sevilla, en el que se formularon colecciones de Leyes, tanto civiles como eclesiásticas, citando entre las primeras el famoso Liber Iudiciorum (Fuero Juzgo), y en cuanto a las segundas, veintinueve cánones relativos a la disciplina y administración de la Iglesia. Su propósito era dar mayor fuerza al rey y estabilidad a la raza goda, en el que se confirmó la elección de Sisenando, declarando tirano a Suintila por sus crímenes, su iniquidad y su acumulación de riquezas a expensas de los pobres. Se declaró libre de todo impuesto y cargas a los clérigos, se promulgaron penas contra los que faltaran a los juramentos de fidelidad hechos a su rey, o se rebelaran contra él, tratando con 10
esto de evitar que se siguiera el ejemplo del propio Sisenando. Además Geila fue desterrado y sus bienes confiscados. Sisenando se comprometió a ser un monarca moderado, benevolente, justo y piadoso. Se condenó a los clérigos que tomasen las armas contra el rey, a los cuales debería internarse en un monasterio para hacer penitencia. Se prohibió que los clérigos recibieran o enviasen mensajes secretos fuera de Hispania. Seguramente el clero había negociado una alianza de los rebeldes con algún poder extranjero. Cualquiera que se rebelara, fuera clérigo o noble, sufriría la pena de la excomunión y el destierro. En lo relativo a la sucesión al trono no hizo ninguna concesión al principio de sucesión hereditaria. Así, los reyes serían en lo sucesivo elegidos únicamente por los magnates y los obispos. La actitud de los obispos parece indicar que, más que anatemizar, lo que hizo Sisenando con Suintila originó una crisis en el 632 que hizo retrasar el Concilio hasta finales del 633 por la rebelión de Iudila. Aunque no se menciona en ninguna fuente literaria, existen dos monedas acuñadas en Mérida y en Granada (Iliberris), que tienen la inscripción Iudila Rex, suponiendo que fueron acuñadas en el reinado de Sisenando. Por otra parte, el canon setenta y cinco y el retraso en la celebración del concilio podría explicar que Iudila hubiera intentado usurpar el trono. Sisenando murió en Toledo en el año 636, a los cinco años de su reinado, y le sucedió Chintila. En el IV Concilio de Toledo se volvió a analizar el problema de los judíos, reafirmándose las políticas establecidas en el tercero, pero también haciendo más duras las penas y más extensivas las prohibiciones. Se estableció que los hijos de judíos debían ser separados de sus padres. Según historiadores modernos una ley tan drástica no podría ser implantada, y se refería sólo a los hijos bautizados. Se estableció también que los judíos convertidos no podrían tener relación con judíos no convertidos. La pena para este delito era dura: el no convertido sería entregado como esclavo a un cristiano y el converso sería azotado públicamente. Como se consideraba que los judíos sobornaban a los cristianos para evitar la aplicación de estas leyes, se estableció la pena de excomunión y anatematización. CHINTILA Chintila (en gótico: Kinþila; 639/640) fue rey de los visigodos entre 636 y 639/640. Sabemos muy poco de su reinado, ya que las crónicas son escasas. Casi todo lo que sabemos es por las actas del V y VI Concilio de Toledo. Su nombre también puede encontrarse escrito como Khíntila. Cuando el rey anterior Sisenando murió, dejó una monarquía muy debilitada e inestable. Chintila fue nombrado rey por la nobleza y los obispos en el año 636. Era así como se hacía la ceremonia y la elección, siguiendo
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una costumbre establecida desde tiempo atrás y según el canon n. º 75 del IV Concilio de Toledo. Convocó el V Concilio de Toledo en el mes de junio de 636, donde básicamente se amenazó con duras penas a los usurpadores y a aquellos que atentaran contra el rey. Más aún, anatemizaba a todos aquellos que no respetaran la herencia del rey a sus hijos y familiares. De aquí deducen algunos autores que ya desde el comienzo de su reinado, Chintila se sentía amenazado. Después convocó el VI Concilio de Toledo en junio del año 638. Se legisló sobre muchos asuntos; entre otros se determinó que la persona elegida como rey procediera de la nobleza y en ningún caso de los tonsurados ni de los de origen servil ni de entre los extranjeros. Se dictaron penas canónicas contra las conjuras en contra de la corona y se acordó que las propiedades adquiridas con justicia y ley por el rey, no podrían ser confiscadas por el sucesor en el trono. También se dictó una ley en que se prohibía a los no católicos residir dentro de las fronteras del reino. Por esta razón hubo muchas conversiones forzadas de judíos. Esta continua obsesión con los usurpadores, y las menciones en reinados posteriores a ciertos rebeldes de la época de Chintila, hacen casi segura la existencia de varias rebeliones durante su reinado. Chintila murió en 639 ó 640 de muerte natural y le sucedió su hijo Tulga, al que había nombrado sucesor. TULGA Tulga (642) fue rey de los visigodos entre 639640 y 642. Sucedió a su padre Chintila. Fue electo rey a la muerte de su padre por una asamblea de nobles y Obispos, sin embargo dado el carácter hereditario de la sucesión, su reinado produjo inconformidad en la nobleza visigoda.1 Se atribuye a Tulga cierta candidez y debilidad de carácter. Parece ser que los refugae pudieron lanzar algún ataque, aunque la principal actividad bélica debió correr a cargo de los vascones. No obstante, ninguna rebelión importante parece muy probable antes de la de Chindasvinto, pues la facilidad con que cayó hace poco probable que hubiera resistido a una rebelión anterior. Chindasvinto era ya anciano, de 79 años de edad aproximadamente, cuando inició su rebelión. Debía ostentar algún mando militar o cargo importante en la zona fronteriza con los vascones, que dominaban las estribaciones del Pirineo occidental. Percibiría la debilidad de la corona y decidió arriesgarse (a su edad no tenía mucho que perder) convocando a los nobles (terratenientes godos) y al «pueblo» (seguramente los habitantes godos de la zona). Se hizo proclamar rey, a pesar de no obtener la aprobación de su acción por los obispos. El lugar de la reunión fue Pampalica, que se cree que es Pampliega, cerca de Burgos, antes que Pamplona.
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Tras estos hechos difieren los historiadores en lo sucedido, pues se hace preciso apoyarse en fuentes poco seguras: Los que se apoyan en Sigiberto Glembacense creen que el rebelde, fuerte por el apoyo recibido y con la adhesión de otros nobles, se presentó en Toledo, depuso a Tulga y lo hizo tonsurar, en fecha cercana al 16 de abril de 642, incapacitándolo para reinar según lo establecido por los cánones conciliares. La suerte posterior de Tulga, en tal caso, no es conocida, si bien durante algún tiempo permanecería en un monasterio como monje. Antes de entrar en el monasterio, se había casado y tenido descendencia.
Giscila, casada con Bera II, Conde de Razes, quienes tuvieron una hija. Ariberga, casada y madre de Égica. Wamba.
Pero apoyándose en San Ildefonso, la situación es distinta. La rebelión de Chindasvinto obtuvo cierto apoyo entre la nobleza, pero al no contar con la adhesión del clero no triunfó. Tulga conservó el trono y Chindasvinto fue considerado un rebelde, hasta que la oportuna muerte del rey, a causa de una enfermedad, permitió el reconocimiento del aspirante por los magnates y el clero. CHINDASVINTO Chindasvinto (en gótico: Kinþaswinþs; ¿563?-653) fue rey de los visigodos (642-653), sucediendo a Tulga, a quien consiguió usurpar el trono mediante una conjura. Posteriormente se hizo elegir por los nobles y ungir por los obispos el 30 de abril del 642. En su reinado el Estado fue saneado, se eliminaron corrupciones, se sofocaron revueltas y se impulsaron nuevas leyes. Es el padre de quien luego fue su sucesor, Recesvinto. Su nombre también puede verse escrito como Khindasvinto. A pesar de que ya era un anciano de 79 años, su gran energía y fuerza de carácter hicieron someter a su autoridad al clero y a la nobleza. Con el fin de asegurarse su posición frente a cualquier revuelta, una de sus primeras medidas fue ejecutar a 200 godos de las familias más nobles y a 500 de las familias de rango inferior, además de ordenar muchos destierros y confiscaciones de bienes. Los que huyeron se marcharon a la provincia Narbonense, donde recibían apoyo de los reyes francos, o a territorio vascón. El VII Concilio de Toledo celebrado en el 646 consintió y respaldó sus actos, endureciendo las penas a aplicar a cualquiera que se alzase contra el rey e incluso contra los clérigos que le prestasen apoyo. A este concilio no acudieron muchos obispos por la injerencia del monarca en asuntos eclesiásticos: el rey había limitado la potestad del clero para dar refugio a delincuentes en las iglesias, había acabado con algunos de sus privilegios legales (llegó a imponer sanciones pecuniarias a los clérigos que no se presentaran a juicios civiles) y nombraba personalmente obispos. Sofocada toda oposición, dio al reino un estado de orden y tranquilidad, para después instaurar la monarquía hereditaria, asociando al trono a su hijo Recesvinto, a
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petición de los obispos debido a su avanzada edad y en contra de lo dispuesto en el IV Concilio de Toledo, mediante una proclamación realizada el 20 de enero del 648. Desde esa fecha y hasta la muerte del anciano el 30 de septiembre del 653, cogobernaron ambos. A pesar de ser implacable en sus actos políticos, Chindasvinto es recordado en los anales de la Iglesia como un gran benefactor, a la cual hizo grandes donaciones de tierras y privilegios. Saneó la Hacienda Pública, en parte mediante las confiscaciones de bienes a los rebeldes, en parte por la implantación de un más efectivo y justo sistema recaudatorio. En el terreno militar, emprendió una campaña para sofocar una rebelión de los vascones y otra de los lusitanos. Como legislador promulgó multitud de leyes, tanto referidas a aspectos políticos del reino, como relativas a la vida económica y social. Se desconoce la legislación relativa a los judíos si la hubiere. Con la colaboración del prestigioso clérigo Braulio de Zaragoza, inició la elaboración de un código legislativo único para godos e hispanorromanos, que sería terminado y promulgado por su hijo Recesvinto. Esta obra será el Liber ludiciorum o Código de Recesvinto, que derogaba los anteriores Breviario de Alarico usado para los hispanorromanos y Código de Leovigildo usado para los godos. En los últimos años de su mandato el resentimiento de parte de la nobleza (a la que había confiscado tierras) y el clero (al que había desposeído de privilegios), llevaron al país a una situación conflictiva, con diversas rebeliones de las que desconocemos sus detalles exactos. Parece que los últimos años de su vida, Chindasvinto, los ocupó en actos de piedad y beneficencia. Fundó el monasterio de San Román de Hornija, en San Román de Hornija (Valladolid), para que a su muerte, a los 90 años, reposasen sus restos en un sepulcro junto a los de su esposa Riciberga, con la que tuvo tres hijos y una hija. Su epitafio, escrito por Eugenio de Toledo, le define como “autor de crímenes, impío, obsceno, infame, torpe e inicuo”.
Por F.L.P.
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No me cabe la menor duda que esta imagen dará la vuelta al planeta, pues el paso adelante dado por el Temple español, representado en este caso tan importante, por las Ordenes Militia Templi Arcángel San Uriel y la Orden Católica del Templo, es un paso sin parangón en el hito Templario. El pasado jueves 26 de febrero las dos órdenes citadas acudieron conjuntamente en señal de unificación a la peregrinación, que como asociaciones colectivas de la Hermandad del Santo Cáliz así se les había marcado, como decimos ambas acudieron a la Catedral de Valencia, donde tuvieron lugar los actos de imposición de medallas del Santo Cáliz a los nuevos postulantes. Los actos comenzaron con la tradicional misa, tras lo cual el Dean de la Catedral y Celador del Sato Cáliz bendijo e impuso las cruces a los postulantes que fueron llamados uno a uno. Por parte de MTASU fueron el hermano Pablo J. Carreres Gargallo y Pedro Adalid, por la OCT fueron los hermanos Eric Jean Joël Mingotaud, Santos Sánchez Pérez, Miguel Ángel Gómez Moleón y Hrand Dolukhanian. Al finalizar la imposición a los nuevos hermanos y Caballeros del Santo Cáliz, también recibieron la imposición de la medalla los bausanes de ambas congregaciones Templarias. 15
En la imagen podemos ver la medalla impuesta a los bausanes. Una vez terminada la imposición de cruces y medallas, los nuevos Caballeros del Santo Cáliz y los maestres de ambas Órdenes firmaron en el Libro de Oro de la Catedral de Valencia.
Destacar cabe el sermón del Dean D. Jaime Sancho, al resaltar los valores que tenían aquellos Caballeros Templarios que nos precedieron, resaltó el amor a Dios y a la fe cristiana, y reconoció que incluso dieron su vida por el cristianismo. Pero aún fue más allá exhortándonos a continuar con aquellos valores y con aquellas acciones de ayuda al prójimo al desfavorecido enmarcadas en nuestro tiempo. Fueron palabras que dichas por tan insigne personaje eclesiástico, el lugar y el momento, creo que a todos los oídos les sonaron a gloria. No podía saber a otra cosa, más de 700 años hemos esperado para poder tener esta oportunidad de reconocimiento. Pero eso sí, ante todo tened siempre presente.
“NO A NOSOTROS SEÑOR, NO A NOSOTROS + SINO A TU NOMBRE DA LA GLORIA”
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San Dámaso I San Dámaso I (366-384) Nació en España, en el seno de una noble familia. Le opusieron casi en seguida otro pontífice. Ursino, elegido por un restringido número de sacerdotes y diáconos. Contra él Dámaso tuvo que luchar también con las armas, para defender su propia elección. Tras alternos avatares, durante las cuales Dámaso fue objeto de acusaciones y calumnias, Ursino fue enviado en exilio por el emperador Graciano y el papa legítimo pudo dedicarse a devolver brillo y autoridad al papado. Trabajó para que se aceptara la preeminencia de Roma sobre las demás sedes episcopales. El mismo S. Ambrosio, obispo de Milán, dictó una fórmula extremadamente incisiva: «Donde esté Pedro, ahí está la Iglesia». Dos concilios habían legislado en este sentido, el de Roma del año 369 y el de Antioquía del año 378. Pero Dámaso además va afirmando que la Iglesia de Roma tiene la supremacía sobre las demás no porque así lo ha decidido el concilio, sino porque Jesús ha situado a Pedro por encima de todos, elevándole a piedra angular de la Iglesia misma. Trabajó con mucho tesón en la obra de evangelización y cristianización de la entera sociedad romana, a todos los niveles, coadyuvado en esta labor por S. Jerónimo, que él escogió como su secretario. Otra válida ayuda la tuvo de los emperadores Graciano y Teodosio que apoyaron abiertamente la Iglesia de Roma. A Dámaso se le puede señalar como el primer papa mecenas de la historia. Por su voluntad se llevó a cabo la gran revisión de los textos evangélicos en lengua latina, realizada por S. Jerónimo, que contribuyó en larga medida a que todo el mensaje cristiano fuera compacto. Cuidó de la construcción de varias iglesias y la restauración de las catacumbas, dando gran impulso al culto de los mártires. Fue enterrado en la iglesia de S. Lorenzo in Dámaso, construida por él. Nacido aproximadamente en el año 304; murió el 11 de Diciembre del 384. Su padre, Antonio, probablemente era español; el nombre de su madre, Laurencia
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(Lorenza), hasta hace poco no era conocido. Dámaso podría haber nacido en Roma; lo cierto es que creció allí prestando sus servicios a la iglesia de San Lorenzo mártir. Fue elegido por gran mayoría Papa en octubre del año 366, pero un cierto número de ultra conservadores seguidores del difunto Papa Liberio lo rechazaron, y escogieron al diácono Ursino (o Ursicino), quien fue de modo irregular consagrado, y quienes para tratar de sentarlo en la silla de Pedro ocasionaron gran violencia y legando al derramamiento de sangre. Muchos detalles de este escandaloso conflicto están relatados en el "Libello Precum" (P.L., XIII, 83107) de forma muy tendenciosa, pero por una demanda a la autoridad civil por parte de Faustino y Marcelino, dos presbíteros contrarios a Dámaso (cf. también Ammianus Marcellinus, Rer. Gest, XXVII, c. 3). El emperador Valentiniano reconoció a Dámaso y desterró en el año 367 a Ursino a Colonia, posteriormente le fue permitido volver a Milán, pero se le prohibió volver a Roma o a su entorno. Los partidarios del antipapa (ya en Milán aliado a los Arrianos y hasta su muerte pretendiendo la sucesión) no dejaron de perseguir a Dámaso. Una acusación de adulterio fue presentada contra él (en el 378) en la corte imperial, pero fue exonerado de ella primero por el propio Emperador Graciano (Mansi, Coll. Conc. III, 628) y poco después por un sínodo romano de cuarenta y cuatro obispos (Liber Pontificalis, ed. Duchesne, s.v.; Mansi, op. cit., III, 419) qué también excomulgó a sus acusadores. Dámaso defendió con vigor la Fe católica en una época de graves y variados peligros. En dos sínodos romanos (años 368 y 369) condenó el Apolinarismo y Macedonialismo; también envió legados al Concilio de Constantinopla (año 381), convocado contra las herejías mencionadas. En el sínodo romano del año 369 (o 370) Auxentio, el Obispo Arriano de Milán fue excomulgado; mantuvo la sede hasta su muerte, en el año 374, facilitando la sucesión a San Ambrosio. El hereje Prisciliano, condenado por el Concilio de Zaragoza (año 380) atrajo a Dámaso, pero en vano (Prisciliano era natural de Galicia, España y hay eruditos que consideran a Dámaso o a su familia también gallega. N. del T.). Dámaso animó a San Jerónimo para realizar su famosa revisión de las versiones latinas más tempranas de la Biblia (vea Vulgata). Durante algún tiempo, San Jerónimo también fue su secretario particular (Ep. 123, n. 10). Un canon importante del Nuevo Testamento fue proclamado por él en el sínodo romano del año 374.
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La Iglesia Oriental recibió gran ayuda y estímulo de Dámaso contra el arrianismo triunfante, en la persona de San Basilio de Cesárea; el papa, sin embargo, mantuvo cierto grado de suspicacia hacia el gran Doctor de Capadocia. Con relación al Cisma Meletiano en Antioquía, Dámaso, con Atanasio y Pedro de Alejandría, simpatizaron con el partido Paulino por ser el mejor representante de la ortodoxia de Nicea; a la muerte de Meletio trabajó para afianzar en la sucesión a Paulino excluyendo a Flaviano (Socrates, Hist. Eccl., V, 15). Apoyó la petición de los senadores cristianos ante el Emperador Graciano para el retirar el altar de Victoria del Senado (Ambrosio, Ep. 17, n. 10), y vivió para dar la bienvenida al famoso decreto de Teodosio I, "Del fide Católica" (27 Feb., 380) que declaraba como la religión del Estado Romano aquella doctrina que San Pedro había predicado a los romanos y de la cual Dámaso era su cabeza suprema (Cod. Theod., XVI, 1, 2). Cuando, en el año 379, la Iliria fue separada del Imperio de Occidente, Dámaso se movió para salvaguardar la autoridad de la Iglesia romana creando una vicaría apostólica y nombrando para ella a Ascolio, Obispo de Tesalónica; éste es el origen del importante Vicariato Papal durante mucho tiempo ligado a la sede. La primacía de la Sede Apostólica fue defendida vigorosamente por este papa, y en el tiempo de Dámaso por actas y decretos imperiales; entre los pronunciamientos importantes sobre este tema está la afirmación (Mansi, Coll. Conc., VIII, 158) que basa la supremacía eclesiástica de la Iglesia Romana en las propias palabras de Jesucristo (Matt., 16, 18) y no en decretos conciliares. El prestigio aumentado de los primeros decretales papales, habitualmente atribuido al papado de Siricio (384-99), muy probablemente debe ser atribuido al papado de Dámaso ("Cánones Romanorum ad Gallos"; Babut, "Las decretales más antiguas", París, 1904). Este desarrollo de la administración papal, sobre todo en Occidente, trajo con él un gran aumento de grandeza externa. Esta magnificencia seglar, sin embargo, afectó las costumbres de muchos miembros del clero romano cuya vida y pretensiones mundanas, fueron amargamente reprobadas por San Jerónimo, provocando (el 29 de Julio del 370) que con un decreto de Emperador Valentiniano dirigido al papa, se prohibiera a los eclesiásticos y monjes (posteriormente a obispos y monjas) dirigirse a viudas y huérfanos para persuadirlos con la intención de obtener de ellos regalos y herencias. El papa hizo que la ley fuese estrictamente observada Dámaso restauró su propia iglesia (ahora iglesia de San Lorenzo en Dámaso) y la dotó con instalaciones para los archivos de la Iglesia Romana (vea Archivos Vaticanos). Construyó la basílica de San Sebastián en la Vía Apia (todavía visible) edificio de mármol conocido como la "Platonia" (Platona, pavimento de mármol) en honor al traslado temporal a ese lugar (año 258) de los cuerpos de los Santos Pedro y Pablo, y la decoró con una inscripción histórica importante (vea Northcote y
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Brownlow, Roma Subterránea). En la Vía Argentina, también construyó, entre los cementerios de Calixto y Domitilla, una basilicula, o pequeña iglesia, cuyas ruinas fueron descubiertas en 1902 y 1903, y donde, según el "Liber Pontificalis", el papa fue enterrado junto con su madre y su hermana. En esta ocasión el descubridor, Monseñor Wilpert, encontró también el epitafio de la madre del papa de la que ni sé sabía que su nombre era Lorenza, ni tampoco que había vivido los sesenta años de su viudez al servicio de Dios, y que murió a los ochenta y nueve años, después de haber visto a la cuarta generación de sus descendientes. Dámaso construyó en el Vaticano un baptisterio en honor de San Pedro y gravó en él una de sus inscripciones artísticas (Carmen 36), todavía conservada en las criptas Vaticanas. Desecó esta zona subterránea para que los cuerpos que se enterraran allí (beati sepulcrum juxta Petri) no pudieran ser afectados por agua estancada o por inundaciones. Su devoción extraordinaria a los mártires romanos ahora es muy bien conocida y se debe particularmente a los trabajos de Juan Bautista De Rossi. Para darse cuenta de la gran restauración arquitectónica de las catacumbas y de sus características artísticas únicos tenemos las Cartas de Dámaso donde su amigo Furius Dionisius Filocalus plasmó los epitafios compuestos por Dámaso, (vea Northcote y Brownlow, "Roma Subterránea" 2 ed., Londres, 1878-79). El contenido dogmático de los epitafios de Dámaso (tituli) es importante (Northcote, Epitafios de las Catacumbas, Londres, 1878). También compuso varios resúmenes epigramas de diversos mártires y santos y algunos himnos, o Carmina, igualmente el resumen de San Jerónimo dice (Ep. 22, 22) que Dámaso los escribió en virginidad, ambos en prosa y en verso, pero ninguna de dichas obras se ha conservado.
Por Padre Jesús
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En primer lugar permítanme todos que me muestre solidario con mi tierra y mi querida Xativa-Jativa y coloque todas las imágenes de este Borbón cabeza abajo, que es lo que quieren todos los setabenses y un servidor. Felipe V de España, llamado “el Animoso” (Versalles, 19 de diciembre de 1683-Madrid, 9 de julio de 1746), fue rey de España desde el 16 de noviembre de 1700 hasta su muerte en 1746, con una breve interrupción (comprendida entre el 16 de enero y el 5 de septiembre de 1724) por causa de la abdicación en su hijo Luis I, prematuramente fallecido el 31 de agosto de 1724. Fue el sucesor del último monarca de la casa de Austria, su tío-abuelo Carlos II, por lo que se convirtió en el primer rey de la casa de Borbón en España. Su reinado de 45 años y 3 días (como ya se ha señalado, en dos periodos separados) es el más prolongado en la historia de este país. Philippe de Bourbon, duque de Anjou, nació en Versalles como segundo de los hijos de Luis, Gran Delfín de Francia y de María Ana de Baviera. Por tanto, era nieto del rey francés Luis XIV y María Teresa de Austria, nacida infanta de España, y biznieto de Felipe IV de España, de la Casa de Austria. Al no tratarse del primogénito, sus posibilidades de heredar el trono de Francia parecían escasas, al igual que las posibilidades de heredar el de España por su ascendencia española. Su abuela paterna María Teresa (hija de Felipe IV, de su primer matrimonio, con Isabel de Borbón, y por tanto media hermana del rey Carlos II de España —nacido del segundo matrimonio de aquél, con Mariana de Austria—) había renunciado a sus derechos al trono español para poder casarse con el rey de Francia (que por otro lado era también primo hermano suyo, tanto por parte de padre como de madre). De hecho, Luis XIV y los demás reyes europeos ya habían pactado que el heredero del trono de España sería José Fernando de Baviera, ante la previsible muerte sin herederos de Carlos II. Este Primer Tratado de Partición de España, firmado en La Haya en 1698, adjudicaba a José Fernando todos los reinos peninsulares, salvo Guipúzcoa, así como Cerdeña, los Países Bajos españoles y todos los territorios 21
americanos. Por su parte Francia se quedaría con Guipúzcoa, Nápoles y Sicilia, mientras que Austria se quedaría con el Milanesado. La muerte de José Fernando de Baviera en 1699 frustró dicha partición, con lo cual se negoció un nuevo Tratado de Partición, a espaldas de España, y de quien debería ser su rey, firmándose el Segundo Tratado de Partición en 1700. Este reconocía como heredero al archiduque Carlos, biznieto a su vez de Felipe III de España, asignándole todos los reinos peninsulares, los Países Bajos españoles y las Indias; por contra Nápoles, Sicilia y Toscana serían para el Delfín de Francia, mientras que el emperador Leopoldo, duque de Lorena, recibiría el Milanesado a cambio de ceder Lorena y Bar al Delfín de Francia. Pero si tanto Francia, como Holanda e Inglaterra estaban satisfechas con el acuerdo, el emperador no lo estaba y reclamaba la totalidad de la herencia española, ya que pensaba que el propio Carlos II nombraría heredero universal al archiduque. Sin embargo, Carlos II nombró heredero a su sobrino-nieto Felipe, con la esperanza de que Luis XIV evitara la división de su imperio, al ser rey de España su propio nieto. Poco después, el 1 de noviembre de 1700, moría Carlos II y Felipe de Borbón, duque de Anjou, aceptaba la Corona el 16 de noviembre. La noticia de la muerte de Carlos II el 1 de noviembre en Madrid llegó a Versalles el 6 de noviembre. El 16 de noviembre de 1700, Luis XIV anunció en el tribunal español que aceptaba la voluntad de su primo, hermano y sobrino. A continuación presenta a su nieto, de diecisiete años, a la Corte con estas palabras: “Señores, he aquí el Rey de España”. Entonces le dijo a su nieto: “Pórtate bien en España, que es tu primer deber ahora, pero recuerda que naciste en Francia, para mantener la unión entre nuestras dos naciones, es esta la manera de hacerlos felices y preservar la paz de Europa”. Tras esto, el Imperio español y todas las monarquías europeas —a excepción de la Casa de Austria— reconocieron al nuevo rey. Felipe V dejó Versalles el 4 de diciembre y entró en España por Irún el 22 de enero de 1701, haciendo su entrada triunfal en Madrid el 18 de febrero. Pero después de unos meses de reinado, los errores políticos se acumularon:
El 1 de febrero de 1701, el Parlamento de París conservó las cartas de derechos de Felipe V, preservando su derecho al trono de Francia. En febrero de 1701, Luis XIV, a petición del Consejo de Regencia español, envió tropas francesas junto a las guarniciones españolas de los Países Bajos Españoles, en la frontera con las Provincias Unidas, instaladas de acuerdo a un tratado bilateral firmado con España en 1698. Tras el fallecimiento en el exilio de Jacobo II de Inglaterra, en septiembre de 1701, Luis XIV reconoció como rey de Inglaterra y Escocia a su hijo Jacobo Estuardo, el viejo pretendiente, con gran indignación del rey Guillermo III de Inglaterra. Los franceses se establecieron en los altos cargos en Madrid y decidieron la nueva forma de orientar la política española. Grandes armas de Felipe V con manto real, cimera real de Castilla y el lema “A solis ortu usque ad occasum” (Desde la salida del sol hasta el ocaso), derivado de la famosa frase atribuida a Felipe II: «En mis dominios no se pone el sol», haciendo referencia a que el sol nunca se ponía en los territorios españoles, pues abarcaban los dos hemisferios.
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También se incluye la palabra Santiago, en referencia al Santo Patrón de España, Santiago el Mayor, y más concretamente al lema tradicional “Santiago y cierra España”. Fueron utilizadas por Luis I y más tarde, por Fernando VI, tras la muerte de su padre. Al morir éste último sin descendencia, su hermano Carlos VII de Nápoles subió al trono como Carlos III y modificó el blasón central y, por lo tanto, los estandartes que portan los ángeles. Aunque la mayoría de los países aceptaron al nuevo rey, el emperador Leopoldo se negó a hacerlo al considerar que el archiduque Carlos de Austria, su segundo hijo, tenía más derechos al trono. Poco después Luis XIV reconoció que los derechos sucesorios a la Corona de Francia de su nieto segundogénito, el nuevo rey de España, permanecían intactos. A pesar de que la posibilidad de que Felipe heredara el trono francés era remota, ya que el hijo de Luis XIV, el Gran Delfín, gozaba de una excelente salud, y el hijo de éste y hermano mayor de Felipe, estaba también en edad de reinar y casado, la perspectiva de una unión de las Coronas de España y Francia bajo la Casa de Borbón, pilotada desde la corte de Versalles, era temida por el resto de las potencias. Ante esta situación, Inglaterra-Escocia, las Provincias Unidas (ambos países bajo la autoridad de Guillermo III de Inglaterra, rey de Inglaterra y Escocia y estatúder de las Provincias Unidas), junto con los Habsburgo austríacos, firmaron en septiembre de 1701 el Tratado de La Haya. Previamente el rey francés había establecido una alianza formal con el elector de Baviera en el tratado de Versalles de marzo de 1701, y en septiembre de 1701 Luis XIV logró que Felipe V se casara con María Luisa Gabriela de Saboya, que se convertiría en su mayor apoyo en los difíciles momentos que pronto tendrían lugar; ya su hermano, el duque de Borgoña se había casado con la hermana de María Luisa, con lo que el matrimonio de las dos hermanas con dos hermanos iba dirigido a lograr una alianza con Saboya y a facilitar la entrada francesa en Italia. En mayo de 1701 los ejércitos austriacos penetraron en Italia sin previa declaración de guerra con la intención de ocupar las posesiones españolas. En septiembre, el emperador, Inglaterra y los Países Bajos firmaron el Tratado de La Haya, estableciéndose una Alianza con la que oponerse a Francia y España. Finalmente, en mayo de 1702 esta “Gran Alianza” declaró la guerra a Francia y España, dando así comienzo formal a la Guerra de Sucesión Española. La Guerra de Sucesión era un conflicto internacional, pero también un conflicto civil, pues mientras la Corona de Castilla y Navarra se mantenían fieles al candidato borbónico, la mayor parte de la Corona de Aragón prestó su apoyo al candidato austriaco. En el interior los combates fueron favorables a las tropas felipistas, que tras la victoria de Almansa (1707) obtuvieron el control sobre Aragón y Valencia. En 1713 el Archiduque Carlos fue elegido emperador de Alemania. Las potencias europeas, temerosas ahora del excesivo poder de los Habsburgo, retiraron sus tropas y firmaron ese mismo año el Tratado de Utrecht, en el que España perdía sus posesiones en Europa y conservaba los territorios metropolitanos (a excepción Gibraltar y Menorca, que pasaron a Gran Bretaña) y de ultramar. No obstante, Felipe fue reconocido como legítimo rey de España por todos los países, con excepción del archiduque Carlos, entonces ya emperador, que seguía reclamando para sí mismo el trono español. . A pesar de las condiciones personales y de su enfermedad, que le sumía en intermitentes y largas demencias, supo elegir a sus ministros: desde los primeros gobiernos franceses, seguidos por el de Julio Alberoni y, tras la aventura del barón de Ripperdá, por los ministros españoles, entre los que destacó, por su programa de
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gobierno interior y por su acción diplomática, José Patiño. Actuaban desde las secretarías de Estado y de Despacho, el equivalente más cercano a los ministerios posteriores, que suplantaron a los consejos del régimen polisinodial de los Austrias, reservados para honores y consideraciones pero vaciados de poder, a excepción del Consejo de Castilla, creciente en sus atribuciones. Por ello, la oposición a los gobiernos de Felipe V provino siempre de los nobles relegados. Durante su largo reinado consiguió cierta reconstrucción interior en lo que respecta a la Hacienda, al Ejército y a la Armada, prácticamente recreada por exigencias de la explotación racional de las Indias, y como medio inevitable para afrontar las rivalidades marítimas y coloniales de Inglaterra. El logro fundamental, no obstante, fue el de la centralización y unificación administrativa y la creación de un Estado moderno, sin las dificultades que supusieran antes los reinos históricos de la Corona de Aragón, incorporados al sistema fiscal y con sus fueros y derecho público (no así el privado) abolidos con la aplicación de los Decretos de Nueva Planta. Se gobernó España desde Madrid. Los Decretos de Nueva Planta (Decreto de 1707 para Aragón y Valencia, de 1715 para Mallorca y de 1716 para Cataluña) impusieron el modelo jurídico, político y administrativo castellano en los territorios de la Corona de Aragón, que habían tendido, especialmente en Cataluña, a apoyar las pretensiones del candidato austriaco. Sólo las Provincias Vascongadas y Navarra, así como el Valle de Arán, conservaron sus fueros e instituciones forales tradicionales por su demostrada fidelidad al nuevo rey durante la Guerra de Sucesión Española. Así, el Estado se organizó en provincias gobernadas por un Capitán General y una audiencia, que se encargaron de la administración con total lealtad al gobierno de Madrid. Además, para la administración económica y financiera se establecieron las intendencias provinciales, siguiendo el modelo francés, lo que conllevó la aparición de la figura de los intendentes. Para el gobierno central se crearon las secretarías de Estado, antecesoras de los actuales ministerios, cuyos cargos eran ocupados por funcionarios nombrados por el rey. Se abolieron los Consejos de los territorios desaparecidos jurídica o físicamente de la Monarquía Católica (Consejos de Aragón, Italia y Flandes). Quedaron, pues, el de Navarra, el de Indias, el de la Inquisición, el de Órdenes (el único que ha pervivido hasta nuestros días), etc. De hecho, todo se concentró en el Consejo de Castilla. Asimismo se organizaron las Cortes de Castilla, en las que se integraron progresivamente representantes de los antiguos estados aragoneses. No obstante, el declive de las Cortes Castellanas continuó como en los siglos precedentes, con un papel meramente protocolario (como juras de los Príncipes de Asturias). Felipe V se enfrentó a la ruinosa situación económica y financiera del Estado, luchando contra la corrupción y estableciendo nuevos impuestos para hacer más equitativa la carga fiscal. Fomentó la intervención del Estado en la economía, favoreciendo la agricultura y creando las llamadas manufacturas reales. Al final de su reinado los ingresos de la Hacienda se habían multiplicado y la economía había mejorado sustancialmente. Siguiendo el ejemplo de su abuelo Luis XIV, quien consideraba la cultura y el arte como un medio para demostrar la grandeza real, Felipe V fomentó el desarrollo artístico y cultural. Ordenó la construcción del Palacio Real de La Granja de San Ildefonso,
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inspirado en el estilo francés cuyo modelo paradigmático era Versalles, al cual se retiraba para cazar y recuperarse de su depresión. Con todo, la influencia italiana en el arte cortesano del reinado es notoria, debida principalmente a la fuerte personalidad de la reina Isabel Farnesio. Felipe V adquirió para decorar la Granja importantes esculturas romanas de Cristina de Suecia. Su otro gran proyecto artístico fue el Palacio Real de Madrid, que ordenó construir tras el incendio del Real Alcázar de Madrid, que siempre le había disgustado. Durante su reinado se amplió y reformó notablemente el palacio de Aranjuez. Su reinado coincidió con la introducción en España del estilo rococó. Felipe V fue también el fundador de organismos culturales tan prestigiosos como la Real Academia Española y la Real Academia de la Historia, siguiendo el modelo francés. Igualmente en el terreno del derecho dinástico Felipe V instauró en España los usos franceses. Así, tras un intento de introducir la Ley Sálica frustrado por la oposición de las Cortes, el 10 de mayo de 1713 promulgó un nuevo reglamento de sucesión, que constituyó la Ley de Sucesión Fundamental, en el que las mujeres sólo podrían heredar el trono de no haber herederos varones en la línea principal (hijos) o lateral (hermanos y sobrinos), con lo que se pretendía bloquear el acceso de dinastías extranjeras al trono español. Como consecuencia de las necesidades de la guerra y siguiendo el modelo francés, Felipe V realizó una profunda remodelación del ejército, sustituyendo los antiguos tercios por un nuevo modelo militar basado en brigadas, regimientos, batallones, compañías y escuadrones. Se introdujeron novedades como los uniformes, los fusiles y la bayoneta, y se perfeccionó la artillería. Durante el reinado de Felipe V se inicia la reconstrucción de la armada española, construyéndose buques más modernos y nuevos astilleros y organizando las distintas flotillas y armadas en la Armada Española (1717). Esta política sería proseguida por sus hijos, y hasta finalizar el siglo el poder naval español siguió siendo uno de los más importantes del mundo. Cabe destacar que, si bien Felipe V tenía un poder absoluto, nunca gobernó como tal. La enfermedad que padecía desde la adolescencia y que provocaba en el rey ataques transitorios de depresión (Isabel de Farnesio pretendió curar la melancolía del rey con el canto del castrato Farinelli) impidió que Felipe V pudiera cumplir regularmente con sus tareas de gobierno. Por ello, el verdadero poder lo ejercieron sus primeros ministros, algunos cortesanos como la princesa de los Ursinos, y posteriormente su segunda mujer, Isabel de Farnesio, con la que se había casado en 1714. <<<Cuadro de Felipe V en el Almudín de Játiva expuesto boca abajo como castigo por ordenar el incendio de la ciudad en 1707. Felipe V haría que la administración pública corriera directamente por cuenta del Estado y se establecieron las intendencias. La administración sería ejercida en adelante por la Corona y por funcionarios públicos especialmente nombrados para tales fines. Todas las funciones de la administración pública debían caer en manos de profesionales. El nombramiento de los funcionarios tendría en cuenta únicamente su preparación y competencia. Sólo ascenderían por sus méritos y debían percibir un buen salario para evitar la corrupción. Felipe V realizó una completa modernización de las técnicas administrativas. Esto sería posible gracias al profesionalismo de los
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funcionarios públicos y a la elaboración de leyes e indicaciones claras. La rendición de cuentas a las autoridades sería regular y periódica, y la fiscalización se realizaría permanentemente, pudiendo sustituir al funcionario que no cumpliera sus funciones. Se constituyó la obligatoria e inmediata observancia de la ley. Durante los siglos XVI y XVII muchas ordenanzas enviadas desde la metrópoli fueron «acatadas, mas no cumplidas» por las autoridades coloniales. Según el historiador Céspedes del Castillo, la meta reformadora consistió en sustituir esa fórmula por otra como esta: «Obedezco, cumplo e informo de haberlo hecho con rapidez y exactitud». Por último se limitaron el poder del arzobispado y las funciones de los obispos, reduciendo el poder de la iglesia. Se fortalecieron y regularon las actividades económicas. España debía recuperar el comercio con sus posesiones de ultramar, arrebatándoselo a los franceses e ingleses, y combatir el contrabando. Se mejoró el sistema fiscal. También se aumentaron los impuestos y se crearon aduanas, encargadas de recaudar los impuestos del comercio interior y exterior. Felipe V ratificó las medidas mercantilistas, como la prohibición de importar manufacturas textiles o la de exportar grano; y se intentó reanimar el comercio colonial a través de la creación de compañías privilegiadas de comercio (al estilo de los Países Bajos o el Reino de Gran Bretaña) aunque no tuvieron demasiado éxito. Las cláusulas del tratado de Utrecht, que daban a Inglaterra el derecho a un navío de permiso y el asiento de negros, hacían que fuera más sencillo para los comerciantes ingleses que para los españoles (sujetos a las reglamentaciones monopolísticas de la flota de Cádiz y la Casa de Contratación). El control de la educación pasa a manos del Estado. La instrucción también fue objeto de reforma; la enseñanza primaria siguió en manos de las órdenes religiosas ante la falta de profesorado competente. Sin embargo, la educación universitaria fue reformada a fondo. Se crearon nuevas instituciones de educación superior llamadas “colegios mayores”, que eran administrados por el Estado, como el Colegio de Minería; en ellos se implantó el sistema de provisión de becas. Las academias científicas completaron las reformas en este campo. Los protagonistas de este período fueron Isabel de Farnesio y el primer ministro Giulio Alberoni, agente de la corte de Parma que había negociado su enlace matrimonial y que actuó como el hombre fuerte en la Corte. La muerte de su abuelo Luis XIV de Francia produjo el ascenso como regente de Francia del duque de Orleans, enemigo personal de Felipe V, frustrando toda posible aspiración a intervenir de algún modo en Versalles. Esto llevó a un giro en la política exterior, que se sumó al producido en el interior. Cabe destacar de esta fase la política exterior, que partió del rechazo de los tratados de Utrecht y Rastatt y tuvo como objetivo la recuperación de los territorios italianos para situar en ellos a los hijos de Isabel de Farnesio y crear reinos satélites de España. En 1717 las tropas españolas conquistaron Cerdeña e invadieron Sicilia al año siguiente. Por ello, Gran Bretaña, Francia, Holanda y Austria firmaron la Cuádruple Alianza contra España. Una escuadra inglesa destruyó la armada española en Cabo Pesaro y los aliados solicitaron la dimisión de Giulio Alberoni, promotor de esta política, como condición para la paz. El 10 de enero de 1724, el rey Felipe V firmó un decreto por el que abdicaba en su hijo Luis, de diecisiete años, casado con Luisa
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Isabel de Orleans, dos años menor que éste. El príncipe recibió los documentos el 15, siendo publicada la disposición al día siguiente. Los motivos de esta abdicación son objeto de discusión. Durante la época se dijo que el monarca esperaba acceder al trono de Francia ante una posible muerte prematura de Luis XV que le convertiría en su sucesor, siempre y cuando no ocupara el trono español (puesto que el Tratado de Utrecht prohibía que España y Francia estuvieran regidas por una misma persona). O también es posible que la abdicación de Felipe V fuese la acción de un hombre enfermo de mente que es consciente de que no está en condiciones de gobernar y se quita de en medio. Este último punto de vista es el que defendió el historiador Pedro Voltes: Felipe V abdicó a causa de la fuerte depresión que sufría en aquellos años. Los reyes padres Felipe e Isabel se retiraron al Palacio Real de La Granja de San Ildefonso, pero la reina estuvo siempre perfectamente informada de lo que sucedía en la corte de Madrid. Luis I reinó sólo durante ocho meses. A mediados de agosto enfermó de viruela y murió el 31. Al haber abdicado Felipe V, su sucesor tendría que haber sido el otro hijo varón Fernando, de once años de edad, pero la rápida actuación de la reina Isabel de Farnesio lo impidió. Tuvo que hacer frente a ciertos sectores de la nobleza castellana que apoyaban la opción de Fernando argumentando que no cabía la marcha atrás en la abdicación de un rey. «El mismo confesor del rey, padre Bermúdez, entendía que era pecado mortal reasumir una corona a la cual había renunciado con todas las solemnidades. El confesor reunió luego, a petición del monarca, una junta de teólogos en el convento de jesuitas, la cual fue contraria a que Felipe V volviera al trono y sólo estaba dispuesta a aprobar que ejerciera el poder como regente de su hijo y heredero, Fernando. Ni como regente ni como rey ni como nada, contestó Felipe V colérico, deseoso de rumiar en paz su depresión». Para contrarrestar la opinión de los teólogos, la reina presionó al Consejo de Castilla para que pidiera a Felipe V que recobrara el trono. El 7 de septiembre de 1724, una semana después de la muerte de su hijo, Luis, Felipe V volvía a ostentar la Corona de la Monarquía de España, y su hijo Fernando era proclamado como el nuevo Príncipe de Asturias y jurado poco después por las Cortes de Castilla, convocadas con tal fin. En 1725 se firmaron tratados de paz y alianza con Carlos VI de Austria, y al año siguiente comenzó la guerra hispano-británica. Esta rivalidad, originada de las ventajas que había obtenido Inglaterra en el Tratado de Utrecht, marcó el resto del reinado con incesantes incidentes marítimos (desde 1739 la conocida con el nombre de Guerra del Asiento). La organización de la Liga de Hannover entre las potencias europeas recelosas del tratado hispano-austriaco obligó a denunciarlo y a firmar el Convenio de El Pardo (1728) que reconoció definitivamente la vigencia del Tratado de Utrecht. Bajo la dirección de Patiño se reorientó la política exterior, buscando la alianza con Francia a través del Primer Pacto de Familia (1733), en el contexto de la Guerra de Sucesión Polaca. La ambivalente posición frente al tratado de Utrecht y la política europea de Francia también tuvieron como objetivo la recuperación de los territorios italianos para situar en ellos a los hijos de Isabel de Farnesio y crear reinos satélites de España. La tarea fue encomendada a Carlos, el futuro Carlos III de España, que empezó por Plasencia, Parma y Toscana (1732) para luego ocupar el trono de Nápoles en 1734 (los tres ducados hubieron de ser devueltos a Austria, para ser más tarde recuperados, menos Toscana, por el infante Felipe). España volvió a ser una potencia naval, dominando el Atlántico, y a tener en cuenta en el Mediterráneo Occidental (aunque Inglaterra siguió controlando Gibraltar y Menorca). El nuevo ministro José del Campillo y Cossío, en el contexto de la Guerra de Sucesión Austríaca llevó al Segundo Pacto de Familia (1743). El tratado de Viena de
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1725 fue firmado por Carlos VI del Sacro Imperio Romano Germánico y Felipe V de España. Según los términos del acuerdo, Carlos VI renunciaba a sus aspiraciones al trono español mantenidas durante la guerra de sucesión española, mientras Felipe V renunciaba a los territorios del Imperio en Italia y los Países Bajos. En la firma del tratado comparecieron Eugenio de Saboya, Felipe Ludovico y Gundavaro Thomas en nombre de Carlos VI y Juan Guillermo Ripperdá en representación de Felipe V. El tratado de San Ildefonso de 1742, firmado entre Felipe V (España) y Cristián VI (Dinamarca), fue un tratado de amistad, navegación y comercio por el que se establecían las condiciones por las que se regirían las relaciones comerciales entre ambos países. En la firma del tratado comparecieron José del Campillo y Cossío en nombre de Felipe V y Federico Luis, barón de Dehn, por parte de Cristián VI, quienes ajustaron el acuerdo en el Palacio Real de La Granja de San Ildefonso el 18 de julio de 1742. El acuerdo quedaría anulado en 1753. El tratado de Aranjuez de 1745 fue una alianza militar pactada entre los reinos de España, Francia y Nápoles con la República de Génova, para apoyar a ésta última frente a los ataques de Cerdeña y Austria, en el marco de la Guerra de Sucesión Austriaca. A la redacción y firma del tratado, concluido en Aranjuez el 1 de mayo de 1745, asistieron Sebastián de la Cuadra, en nombre de Felipe V de España, Luis Guido Guerapin Baureal, en representación del rey Luis XV de Francia, Esteban Reggio y Gravina, enviado de Carlos VII de Nápoles, y Jerónimo Grimaldi en nombre de la república de Génova. Los Pactos de Familia fueron tres alianzas acordadas en distintas fechas del siglo XVIII entre las monarquías de España y Francia. Deben su nombre a la relación de parentesco existente entre los reyes firmantes de los pactos, todos ellos pertenecientes a la Casa de Borbón. España se dio cuenta de que le convenía una política de amistad con Francia, por lo que se firmó un acuerdo por el que se ligaban militarmente. Dos de ellos se firmaron en la época de Felipe V, y los pactos llevaron a España a una serie de guerras europeas de la época:
Primer pacto: firmado en 1734, hace intervenir a España en la guerra de sucesión de Polonia, que acaba con el tratado de Viena en 1738. En este tratado, el príncipe Carlos obtiene Nápoles y Sicilia. Segundo pacto: España entra en la guerra de sucesión de Austria en 1743, y cuando acaba esta guerra en 1748, Felipe V había muerto, y por el tratado de Aguisgrán, el príncipe Felipe obtiene los ducados de Parma, Plasencia y Guastalla.
Detalle del cuadro La familia de Felipe V de Van Loo (1743), en el que aparece de pie el príncipe de Asturias Fernando, junto a su padre el rey Felipe V y a su madrastra, la reina Isabel de Farnesio, ambos sentados. Durante los últimos años de su reinado, la enfermedad mental y el deterioro físico de Felipe V se fueron acentuando, “hasta los pintores de cámara, como Jean Ranc y Van Loo, habían tenido que reflejar la decrepitud del rey, hinchado y torpe, con las piernas arqueadas y la mirada perdida”, hasta que en la noche del 9 de julio de 1746 murió de un ataque cerebrovascular. Apenas transcurrida una semana de la muerte de su padre, el nuevo rey Fernando VI, el único hijo varón de su primer matrimonio que le había sobrevivido, ordenó a su madrastra, la reina viuda Isabel de Farnesio, quien había sometido a los príncipes de Asturias a una especie de “arresto
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domiciliario” durante casi quince años, que abandonara el palacio real del Buen Retiro y se marchara a vivir a una casa de la duquesa de Osuna, acompañada de sus hijos, los infantes Luis y María Victoria. Al año siguiente fue desterrada de Madrid y su residencia quedó fijada en el palacio de La Granja de San Ildefonso. Cuando la reina viuda protestó por medio de una carta en la que le decía al rey que “desearía saber si he faltado en algo para enmendarlo”, Fernando VI le respondió con otra misiva en la que decía: “lo que yo determino en mis reinos no admite consulta de nadie antes de ser ejecutado y obedecido”. Por expreso deseo de Felipe V, su cuerpo no fue enterrado en la cripta real del Monasterio de El Escorial, como lo habían sido los reyes de la casa de Austria y también lo serían sus sucesores Borbón (salvo, asimismo, Fernando VI), sino en el Palacio Real de la Granja de San Ildefonso ubicado en la localidad de La Granja de San Ildefonso (provincia de Segovia), que había sido preferido por él en vida, como un capricho arquitectónico mucho más de su agrado y que le recordaba a la añorada corte francesa. Los restos de Felipe V reposan junto con los de su segunda esposa Isabel de Farnesio en un mausoleo emplazado en la Real Colegiata de la Santísima Trinidad, en la llamada Sala de las Reliquias, dentro del Palacio Real de la Granja de San Ildefonso, a pocos kilómetros de Segovia.
Que Dios lo tenga en su gloria y a buen recaudo.
Por F.L.P.
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Fallece en Fraga Don Tizón – 1134 Don Pedro Tizón fue un noble aragonés del que tenemos la pretensión de recoger algunas noticias biográficas en estas líneas. Destacó por ser señor de Monzón, haber participado en la conquista de Zaragoza de 1118, en la de Monzón de 1089, y en la de Fraga 1134 donde falleció. Monzón (Monçon) es la ciudad del Cinca Medio que más destacó en la Edad Media por su sorprendente castillo musulmán. Recuperada en 1089 por Sancho Ramírez y su hijo el infante Pedro, el padre quiso dotar a su hijo con un extenso territorio que lo denominó “reino de Monzón”. En diversos documentos, el hijo figurará como reinante en Monzón, Sobrarbe y Ribagorza. Parece que Al-Mostain de Zaragoza y el Cid Conquistador andaban aliados para conquistar Monzón, que desde 1089 tuvo como señores de su castillo a Eximino Garcés y a Iñigo Sánchez. El primero de ambos se mantuvo en dicha tenencia unos quince años, precisamente hasta la fecha de la muerte del rey Pedro. En 1090 el rey de Aragón pactó alianzas con el conde de Barcelona, sobre todo por el descalabro que éste había sufrido en la batalla de Corbins. Al año siguiente, el de Aragón se alió con el conde de Urgel, en una misma pretensión por la conquista de Fraga, Lérida y Tortosa. Esa pretensión justificaría el asedio, y la efímera toma de Fraga en 1093, donde –al parecer- el aragonés contó con la colaboración de algunos renegados. Con la muerte de Pedro I de Aragón, de Sobrarbe, de Ribagorza, de Monzón y de Huesca, -hecho ocurrido en 1104- le sucedió su hermano Alfonso I el batallador, que recogió además el título de rey de Navarra. Coincidiendo con esta nueva eventualidad, fue nombrado señor de Monzón al infante de Navarra, Ramiro, esposo de Cristina Rodríguez la hija mayor del Cid Campeador, quienes procrearon a García Ramírez. A su vez, el primogénito del rey Pedro, conocido como Pedro o Sancho, casó a su vez con María, otra hija del Campeador, don Podrido Díaz de Vivar. Coincide esta información con la crónica del Cid al decir que las hijas del Campeador fueron casadas con los infantes de Navarra y de Aragón. Eran fechas donde el pactismo entre cristianos era la fórmula más eficaz para recuperar tierras a los moros. No es de extrañar, que una vez viuda la dicha María Rodríguez casada con el conde de Barcelona, Ramón Berenguer III. Desde 1116 el infante de Navarra, Ramiro Sánchez, fue nombrado señor de Monzón, título que mantuvo hasta su muerte en 1126, pero nombrando tenente de dicho castillo a don Tizón, que hasta la fecha había desempeñado dicha función en la localidad de Buil, repetidamente. García Ramírez sucedió a su padre en Monzón hasta 1134. Ya se ha dicho que don Tizón se había distinguido en la conquista de Monzón de 1089, y probablemente en la conquista de Zaragoza en 1118. Como era costumbre 30
de los monarcas, compensó las ayudas de su vasallo con numerosas donaciones: señor de Monzón desde 1126 a 1134, había recibido la localidad de Estiche, una viña en Pomar de Cinca, otra viña en Salas, y el castillo de Juslibol (Déu-lo-vol) cercano a Zaragoza en la fecha de la toma de la capital de Aragón. De nuevo don Tizón ocupará la tenencia de Buil. Así, en 1126, Alfonso I del Batallador, coincidiendo con donaciones al monasterio de San Victorián y a su abad Durando, como por ejemplo la localidad de Chía (Guía), se nos hace saber que de nuevo los reyes de Aragón buscan el pacto con el conde de Barcelona, coincidiendo con ellos en Calasanz, a quienes acompañaban los dos hijos del noble conde. En el encuentro se hallaba don Pedro Tizón, todavía conservando la tenencia de Buil, -al que se le añadió la de Cadrete (Zaragoza), así como Atlio Garcés como señor de Barbastro (Huesca) y García Ramírez como señor de Monzón (Huesca). Coincidiendo con la batalla de Fraga, este infante navarro se proclamó rey de Navarra, sin perder durante varios años el señorío de Monzón. Sin embargo, don Tizón falleció en el asedio de Fraga de 1134, por cuya razón, el rey sucesor en Aragón, Ramiro II el Monje, concedió aquel mismo año a doña Toda, viuda de don Tizón, las mismas propiedades que su antecesor le había otorgado. Además, al confirmarle dichas donaciones, le concedía dos jovadas (iovadas) de tierra –medida de superficie equivalente a la que pudiesen arar dos bueyes durante una jornada- para su mantenimiento en su residencia en Julisbol. En 1141, doña Toda, la referida esposa de don Pedro Tizón, hizo una donación al monasterio de San Juan de la Peña, lugar que la familia Tizón eligió por sepultura para don Tizón y los suyos. La donación incluía pan, vino y carne anual a dicho monasterio. En el documento conservado en el Archivo Histórico Nacional, (carp. 714, nº 10), se nos informa que tuvieron una hija llamada también Toda, que el justicia Lop Iñiguez (Enecones) era su cuñado, que Johan Garcés de Bailo era su pariente, y cita como amigo de la familia y marmesor de la donación a don Arpa de Aschar. <<< (Panteón de nobles en San Juan de la Peña – Huesca) Los Templarios habían sido confirmados en sus posesiones de Monzón en 1143. Esta noble orden de caballería acompañó al príncipe de Aragón en las conquistas de Tortosa, Fraga y Lleida. También creemos que estuvo presente en el reparto de Fraga, el citado don Arpa de Aschar, tras la conquista de la capital del Bajo Cinca y de Mequinensa en el año 1149, siendo nombrado alcalde de esta última más tarde.
Por Joaquín Salleras Clarió
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La batalla de Muret fue la batalla decisiva de la llamada cruzada albigense. Tuvo lugar el 12 de septiembre de 1213 en una llanura de la localidad fortificada de Muret, unos doce kilómetros al sur de Toulouse. La contienda enfrentó a Pedro II de Aragón, sus vasallos y aliados, entre los que se encontraban Raimundo VI de Tolosa, Bernardo IV de Cominges y Raimundo Roger de Foix, contra las tropas cruzadas y las de Felipe II de Francia lideradas por Simón IV de Montfort. El triunfo correspondió a las fuerzas de Simón de Montfort, el cual se convirtió, como consecuencia de su victoria, en duque de Narbona, conde de Tolosa, vizconde de Béziers y vizconde de Carcasona. Las tropas aragonesas y occitanas sufrieron pérdidas notables (unos ochenta caballeros muertos y heridos, y un número elevado de peones), entre las que destaca la muerte de Pedro II de Aragón el Católico. Su hijo de cinco años, el futuro rey Jaime I de Aragón, que estaba bajo custodia de Simón de Montfort, con cuya hija se había concertado el matrimonio futuro en un nuevo intento para resolver el conflicto, debió permanecer un año como rehén hasta que, por orden del papa Inocencio III, Montfort lo entregó a los Templarios. Marcó el inicio de la dominación de los reyes franceses sobre Occitania. Fue también el comienzo del fin de la expansión aragonesa en la zona. Antes de la batalla, Pedro II de Aragón había recibido el vasallaje del conde de Tolosa, el de Foix y el de Cominges. Tras su derrota y muerte, su hijo y heredero Jaime I tan sólo conservó el señorío de Montpellier por herencia de su madre, María de Montpellier. A partir de esta fecha, la expansión aragonesa se dirigió hacia Valencia y las Islas Baleares. El espacio occitano-aragonés en vísperas de la Batalla de Muret. En rojos y amarillos los dominios y vasallos de Pedro II de Aragón, en turquesa los antiguos territorios de los Trencavel, en cuya defensa se erigió Simón IV de Montfort. 32
A principios del siglo XIII, la herejía cátara se había afianzado en Occitania amenazando la doctrina de la Iglesia católica. El papa Inocencio III, después de lanzar una cruzada fallida contra los cátaros, intentó reconciliarse con el conde Raimundo VI de Tolosa. Sin embargo, Arnaldo Amalric, legado papal, y Simón IV de Montfort procuraban romper las negociaciones, exigiendo a Raimundo VI unas condiciones muy duras. Raimundo VI buscó aliados con una ortodoxia católica indudable, y tras entrevistarse con diversos monarcas europeos, se alió con su cuñado Pedro II de Aragón. Este rey actuó como intermediario con el fin de encontrar una reconciliación, pero finalmente el papa Inocencio III se puso de parte de Simón IV de Montfort y proclamó la cruzada pensando que así erradicaría la herejía de forma definitiva. La cruzada comenzó con la masacre de Béziers y el sitio de Carcasona de 1209, continuando al año siguiente con el ataque a las fortalezas de Minerve, Termes y Cabaret. En 1213, Simón de Montfort retomó su campaña contra el conde Raimundo VI de Tolosa. Este se retiró a su capital y pidió la intervención papal; el Papa ordenó la celebración del concilio de Lavaur, que empezó el 15 de enero de 1213, y donde abogó por el retorno de los condados y tierras a sus titulares a cambio de la sumisión a la Iglesia. A pesar de que los congregados rechazaron la propuesta, el rey Pedro II de Aragón consiguió que el papa enviase un legado. Ante la evidencia de que los cruzados estaban determinados a vencer al conde de Tolosa y la intervención del papa sólo lograría retrasar los hechos, Pedro II de Aragón decidió acoger a los condes de Tolosa, Foix y Cominges, y, junto con las fuerzas de sus vasallos tradicionales (como el de los vizcondes de Bearne), combatir a los cruzados. Progresivamente, Montfort fue ocupando las villas cercanas a Toulouse hasta que esta cayó en su poder. Entre las villas ocupadas se encontraba Muret, que había conquistado sin encontrar resistencia en 1212. Su situación estratégica, al estar situada entre los ríos Garona y Loja, determinó que Simón IV de Montfort la eligiera como base de operaciones, dejando una guarnición de 30 a 60 caballeros, y 700 peones de infantería. A partir de agosto, Pedro II cruzó los Pirineos desde Canfranc o Benasque con unos mil caballeros y hombres de armas. Mientras se acercaba a Tolosa, los castillos de la cuenca del Garona que se habían rendido a los cruzados, se le fueron rindiendo fácilmente. Seguidamente, el rey envió su ejército sobre Muret, mientras Simón de Montfort se hallaba en Saverdun. Cuando este tuvo noticias del peligro, reunió sus tropas y se dirigió hacia Muret a toda velocidad, al encuentro de Pedro II de Aragón.
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El 10 de septiembre, las tropas de Pedro el Católico se unieron a las de sus aliados occitanos y montaron el campamento en el llano de la ribera izquierda del Garona. El campamento estaba situado a una distancia prudencial de la fortaleza de Muret. Según distintas hipótesis, alejado o cercano a las embarcaciones amarradas que habían llegado desde Tolosa llenas de provisiones, y contaban con unos 2000 caballeros (la caballería pesada de la época), la mitad aragoneses y la otra mitad occitanos; a este número podrían sumarse como máximo otros 2000 jinetes más ligeramente armados. El ejército al mando del rey de Aragón estaba dividido en dos o tres haces o filas, según distintas hipótesis: la vanguardia estaba dirigida por Raimundo Roger de Foix; el haz central o medianera estaba al mando del propio monarca, Pedro II, en tanto que la tercera línea o zaga (que según otras teorías podría estar integrada en la primera) la comandaba Raimundo VI de Tolosa y Bernardo IV de Cominges. El 10 de septiembre el ejército tolosano-aragonés comenzó el asedio con mangoneles y otras armas de asedio. Simón de Montfort salió por una puerta distinta, oculto a las tropas del rey aragonés y atacó con unos 900 caballeros, reservando un escuadrón que dirigió personalmente que avanzó por la izquierda y atacó por el flanco; probablemente el ejército occitano-aragonés no pudo formar correctamente sus filas y los cruzados llegaron al cuerpo donde estaba el rey y lo mataron. En todo caso, existen al menos siete hipótesis distintas sobre el desarrollo de la batalla. Simón IV de Montfort, en clara inferioridad numérica, y con víveres para sólo una jornada y a más de cien leguas de su base de operaciones, decidió no quedarse encerrado en el castillo de Muret y lanzó un ataque fulminante, utilizando la mejor arma de la caballería pesada, la carga. Organizó la caballería francesa en tres escuadrones de unos 300 caballeros cada uno: el escuadrón de vanguardia lo dirigían Guillaume de Contres y Guillaume des Barres, hermano del que fuera Maestre Templario Everard des Barres, el segundo escuadrón estaba mandado por Bouchard de Marly y el tercero por el propio Simón de Montfort. La madrugada del 13 de septiembre la infantería tolosana reinició los trabajos de asedio, atacando las puertas de la muralla mientras la caballería vigilaba la posible salida de los cruzados. Por la tarde, la mayor parte de la caballería aragonesa se retiró para descansar y ese fue el momento elegido por Simón de Montfort para atacar con su tropa descansada saliendo por la puerta de Salas, en dirección suroeste y que los sitiadores no podían ver, doblando una esquina de la muralla del castillo, girando luego en dirección norte y atravesando el río Louge por un vado para enfrentarse al ejército del rey de Aragón. La caballería cruzada emergió, de repente, del nivel del lecho del río avanzando hacia el llano y sorprendiendo a los sitiadores. Los dos primeros cuerpos giraron a la izquierda, y la primera de las tres acometidas de los franceses fue respondida por las tropas de Raimundo Roger de Foix, pero tuvieron que replegarse rápidamente ante la impetuosidad de la caballería francesa, tomando el relevo las tropas del rey aragonés. Los franceses, con su gran maniobrabilidad y conservando la formación, mantuvieron la ventaja numérica en las dos acometidas siguientes y no permitieron que los aragoneses se reagruparan.
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“E'N Simon de Montfort era en Murel be ab .DCCC. homens a caval tro en .M., e nostre pare vench sobr'ell prop d'aquel loch on el estava. E foren ab el d'Aragó don Miquel de Luzia, e don Blascho d'Alagó, e don Roderich de Liçana, e don Ladro, e don Gomes de Luna, e don Miquel de Roda, e don G. de Puyo, e don Azmar Pardo, et d'altres de sa maynade molts qui a nos no poden membrar : mas tant nos membre que'ns dixeren aquels que'y avien estat, e sabien lo feyt, que levat don Gomes, e don Miquel de Roda, e Azmar Pardo, e alguns de sa meynade que'y moriren, qu'els altres lo desempararen en la batalla, e se'n fugiren : hí de Catalunya En Dalmau de Crexel, e N'Uch de Mataplana, e En G. d'Orta, e En Bernat dez Castel bisbal, e aquels fugiren ab los altres. Mas be sabem per cert que don Nuno Sanxes, e En G. de Montcada que fiyl d'En G. R. e de Na G. de Castelviy, no foren en la batayla, ans enviaren missatge al Rey que'ls esperas, e'l Rey no'ls volch esperar: e feu la batayla ab aquels qui eren ab el”. (La Batalla de Muret, según el Llibre dels Fets). Pedro el Católico había decidido probar su valía como caballero cambiándose la armadura con uno de sus hombres para enfrentarse como simple caballero a Simón de Montfort, pero el objetivo cruzado era el de matar al monarca a cualquier precio porque la defensa de la Iglesia justificaba todas las acciones, y así se lo encargó a dos de sus caballeros, Alain de Roucy y Florent de Ville, que abatieron al caballero que vestía la armadura real y después al propio rey cuando éste se descubrió al grito de «El rei, heus-el aquí!» ('Aquí está el rey'), a pesar de haber acabado con algunos de sus atacantes, todo ello según la crónica de Bernat Desclot, fuente muy tardía, teniendo en cuenta que ni las contemporáneas al hecho ofrecen datos fiables. La noticia de la muerte de Pedro II extendió el pánico entre el resto del ejército, que fue completamente derrotado al ser sorprendido por un ataque por el flanco efectuado por las tropas de reserva de Montfort, que motivó que los caballeros aragoneses emprendieran la retirada. Los peones del contingente provenzal, que eran siempre muy numerosos, y que aún no habían participado en el combate, viéndose desbordados por el alud de caballeros aragoneses y occitanos que retrocedían de forma desordenada, fueron alcanzados por los caballeros franceses y sufrieron muchas bajas. No sucedió tal cosa con la caballería, que logró huir, a excepción de los magnates que constituían la mesnada real de Pedro II, y que tenían como misión última defender a su monarca, que sufrieron también notables bajas, que se podrían cuantificar en unos ochenta caballeros entre muertos y heridos. “E aquí mori nostre pare car axi ho ha fat me linatge totstemps que en les batalles que ells han fetes, he nos farem, deuem vencre o morir.
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“Y aquí murió nuestro padre, porque así ha acostumbrado a hacerlo siempre nuestro linaje, en las batallas que ellos han hecho o haremos nosotros, vencer o morir”. (Jaime I, Llibre des fets), (Libro de los hechos). Simón IV de Montfort obtuvo el triunfo en la batalla, convirtiéndose así en duque de Narbona, conde de Tolosa y vizconde de Beziers y Carcasona. Los condes de Foix y de Cominges volvieron a sus feudos, y el conde de Tolosa viajó a Inglaterra para encontrarse con Juan I, dejando a los cónsules de Tolosa para que negociaran con los jefes de la cruzada. A pesar de que el hijo de Raimundo VI, Raimundo VII, arrebató al poco tiempo el poder a Simón de Montfort, esta batalla marcó el preludio de la dominación francesa sobre Occitania y el final de la expansión de la Casa de Aragón-Barcelona y de la Corona de Aragón en la región, ya que Pedro II había conseguido el vasallaje de los condados de Tolosa, Foix y Cominges, y según el autor francés Michel Roquebert, el final de la posible formación de un poderoso reino aragonéscatalán-occitano que hubiera cambiado el curso de la historia de España. La Corona se centró a partir de entonces en la Reconquista de la Península Ibérica, que se había repartido unas décadas antes con los tratados de Tudilén y de Cazorla. El cadáver de Pedro II, que había sido excomulgado por el mismo que lo había coronado, fue recogido por los caballeros hospitalarios de Tolosa, donde fue enterrado, hasta que en 1217, una bula del papa Honorio III autorizó el traslado de sus restos al Real Monasterio de Santa María de Sigena, donde fue inhumado fuera del recinto sagrado. El hijo de Pedro II, el futuro Jaime I, que en aquel momento contaba 5 años de edad, se encontraba bajo la custodia de Simón de Montfort. Tras la muerte de Pedro II, Jaime quedó huérfano de padre y madre, ya que ese mismo año su madre, la reina María de Montpellier, falleció en Roma, a donde había viajado para defender la indisolubilidad de su matrimonio. Ante esta situación, se envió una embajada del reino a Roma para pedir la intervención de Inocencio III. El papa, en una bula y por medio del legado Pedro de Benevento, obligó a Montfort a ceder la tutela del infante Jaime a los Caballeros Templarios de la Corona de Aragón. “Y al hijo de Pedro, rey de Aragón, de ínclita memoria, que tú retienes, lo hagas restituir a su reino (...) y porque sería muy indecente que, desde ahora en adelante y con cualquier razón retuvieres al hijo de dicho rey, quien has de entregar en manos de dicho legado, por que pueda proveer como le parezca oportuno. De otra forma el legado actuará tal y como ha recibido instrucciones de nuestra viva voz”. Bula de Inocencio III a Simón IV de Montfort. La entrega del joven Jaime se produjo finalmente en Narbona en la primavera de 1214, donde le esperaba una delegación de notables de su reino, entre los que figuraba el Maestre de los Templarios en Aragón, Guillém de Montredó. La tutela del monarca recayó en este último. Los templarios lo instruyeron como rey en el castillo de Monzón, en la actual provincia de Huesca, junto a su
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primo Ramón Berenguer V de Provenza. Antes de llegar a Monzón, se detuvieron en Lérida, donde las Cortes le juraron fidelidad. Mientras, el regente Sancho Raimundez se disputaba la soberanía con el tío de Jaime, Fernando de Aragón. En el momento más crítico, en el que los nobles catalanes estaban a punto de iniciar una guerra civil por el control de la soberanía en contra de los de Aragón, Jaime, con tan sólo 9 años de edad, y aconsejado por los Caballeros Templarios, tomó el control de la Corona y todos los nobles juraron fidelidad al monarca. De ahí en adelante la expansión aragonesa de Jaime I y sus sucesores se dirigió hacia las tierras de Valencia y el Mediterráneo. El dominico Raimundo de Peñafort, uno de los principales consejeros de Jaime I introdujo la Inquisición en la Corona de Aragón con la misión de perseguir a los cátaros. En Occitania, durante todo el siglo XIII y principios del XIV, los cátaros sufrieron una dura persecución llevada a cabo por la Inquisición y dirigida por los monjes de la Orden de los Padres Predicadores, conocidos como dominicos. Los últimos núcleos de cátaros se refugiaron en el castillo de Quéribus, última fortaleza caída, en cuevas y espulgas (cuevas fortificadas) de los valles altos de los Pirineos, especialmente en el Ariège, y muchos escaparon a territorios de la corona aragonesa. Lérida, Puigcerdá, Prades o Morella se convirtieron en centros de cátaros occitanos. En Morella vivió el último “perfecto” cátaro conocido, Guillaume Bélibaste, hasta ser capturado en la localidad próxima de San Mateo, para posteriormente ser interrogado por la Inquisición, trasladado y quemado en la hoguera en VillerougeTermenès. Para poder conocer los hechos que condujeron a la batalla y la batalla en sí misma, se dispone de diferentes fuentes contemporáneas que nos dan el punto de vista aragonés, occitano y francés, aunque todas ellas son tendenciosas: el Llibre dels feits del rei en Jacme, el Llibre del rei en Pere d'Aragó e dels seus antecessors passats, la Cansó de la Crozada y la Hystoria Albigensis, siendo considerada esta última la fuente básica para el estudio de los hechos. La primera fuente cronológicamente hablando es la primera parte de la Cansó de la Crozada, escrita por Guillermo de Tudela entre diciembre de 1212 y la primavera de 1213, y lo último que describe es la llegada del rey de Aragón con 1000 caballeros dispuestos a la batalla que se producirá en Muret. El autor era un clérigo navarro que vivió desde 1119 en Occitania (Montauban). Conoció al conde Raimon VI de Tolosa y seguramente a Raimon Rotger Trencavèl. Desde 1210 estuvo viviendo en territorio de Simón de Montfort, y su punto de vista es contemporizador, con la intención de reconciliar la nobleza occitana con los cruzados contra un enemigo común que eran los herejes cátaros. Elogia sobre todo a Simón de Montfort y los caudillos cruzados, pero entiende la causa de los nobles provenzales, que se veían desposeídos de sus territorios, conculcándose así sus derechos feudales. El poema quedó aquí interrumpido, posiblemente por la muerte del autor. Muchos otros trovadores provenzales escribieron cansós y sirventés que dan cuenta de la situación vital del momento. El sirventés Vai, Hugonet, ses bistensa es un llamamiento a Pedro II de Aragón a defender sus posesiones occitanas. Raimon de Miraval ve a Pedro el Católico como la esperanza para la supervivencia de la aristocracia occitana en peligro ante los cruzados en el sirventés Bel m'es q'ieu chant e coindei; la misma idea transmite otra de sus composiciones, Aissi cum, dedicada al rey de Aragón. Pons de Capduelh, en su cansó So c'om plus vol e plus es
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volontos ensalza al rey aragonés por su participación en la batalla de las Navas de Tolosa y en En honor del Pair'cui es critica a la Iglesia católica por colaborar con los cruzados. Bertrand de Born lo Filhs, hijo del homónimo trovador aquitano, en su sirventés Guerra anima al seinhor dels Aragones a proteger a los occitanos. Sobre la batalla en particular, la fuente más cercana a los hechos es la Carta de los prelados, que es un parte de guerra escrito el 13 de septiembre de 1213 en Muret suscrito por los obispos y abades del bando de Simón de Montfort que estuvieron presentes en la batalla; otra redacción de esta relación de hechos, destinada a informar al papa Inocencio III, fue elaborada por Mascaró en nombre de estos mismos prelados. La perspectiva es, obviamente, la del bando victorioso, pero informa más de los antecedentes diplomáticos de estas autoridades que de la batalla en sí misma.
A continuación hay que señalar la fuente narrativa más extensa, la Historia Albigensis, escrita por un monje cisterciense de la confianza de Simón de Montfort (cuyo punto de vista representa), pero que no presenció la batalla. El relato justifica la cruzada contra los cátaros y exalta a Simón como un héroe, perfecto cristiano y guerrero de Cristo. Se convirtió en la visión oficial francesa de la cruzada albigense. Los occitanos, y sus cabezas visibles, el conde de Tolosa y el rey de Aragón, son identificados con el Demonio y la herejía. Pese a su sesgo ideológico, su autor, Pierre des Vaux-de-Cernay se preocupó por narrar hechos veraces. La batalla se reconstruye a partir de la Carta de los prelados y otros testimonios oculares, como el del propio Montfort. La Filípida es una epopeya latina cuyo protagonista es el rey Felipe Augusto de Francia escrita hacia 1226 por Guillaume le Breton, cronista oficial de la dinastía de los Capetos; en ella se elogia a Simón de Montfort y a la aristocracia del norte de Francia. La Cansó de la Crozada de Guillermo de Tudela fue continuada por un poeta perteneciente a la curia de los condes de Tolosa en 1218. La segunda parte de esta cansó de crozada posee mayor calidad literaria y no muestra el espíritu conciliador de la del tudelano, sino que persigue unir a todos los señores del Languedoc en torno al conde de Tolosa, ejemplo de virtud occitana, contra los pérfidos franceses y los clérigos malvados de la Iglesia católica que han aprovechado 38
la acusación de herejía para conquistar sus tierras. Sin embargo, el texto no defiende a los herejes, ni refleja el punto de vista de los cátaros, a quienes silencia, sino el de un occitano católico dañado por la guerra emprendida por esta cruzada. Otra fuente fundamental es la escrita en latín Crónica de Guilhem de Puèglaurenç (Guillaume de Puylaurens en francés), compuesta hacia 1275, también por un tolosano, pero que muestra profundas convicciones católicas. No en vano escribe a distancia de los hechos, pasado ya el catarismo, e identifica a este con una herejía rechazable. Justifica la cruzada por el hecho de que los dirigentes occitanos consintieran la existencia de herejes, aunque también critica los excesos cometidos que achaca a la ambición de Simón de Montfort, también castigado por ellos. Los triunfadores son la Iglesia católica y los reyes de Francia, que guiados por Dios, llevaron finalmente la paz al Midi. Es la visión común de esa época, tanto entre occitanos como entre franceses del norte, y una crónica valiosa que también influyo en la historiografía gala. Además de las crónicas de la Corona de Aragón ya citadas, hay que mencionar la influencia de la Historia de los hechos de España escrita en latín por el arzobispo de Toledo Rodrigo Jiménez de Rada en 1243. Su visión es la de un rey hispano y católico, Pedro II de Aragón, que tuvo que ir a defender los derechos feudales sus vasallos occitanos, pero no a proteger la herejía. No solo influyó decisivamente en la Estoria de España de Alfonso X el Sabio, sino en toda la historiografía española posterior, incluida la Gesta Comitum Barcinonensium, el Llibre dels feits del rei en Jacme y el Llibre del rei en Pere d'Aragó e dels seus antecessors passats de Bernat Desclot.
Por JFK
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El castillo de Chillón se encuentra a orillas del lago Lemán, en la comuna de Veytaux, en Suiza. Tiene forma oblonga, con unas dimensiones de 110 m de largo por 50 m de ancho y una altura máxima de 25 m. Es una importante atracción turística. Fue una importante edificación defensiva ya desde la Edad del Bronce, que después fue fortificada por los romanos. El castillo de Chillón fue ocupado sucesivamente por la Casa de Saboya y más tarde por los berneses desde 1536 hasta 1798. La zona más antigua del edificio es de estilo gótico, construido en el siglo XIII; sus salas sirvieron de inspiración al poeta inglés Lord Byron. Está catalogado como monumento histórico de Suiza. El castillo de Chillón está construido sobre una roca ovalada de piedra caliza que se adentra en el lago Lemán, entre Montreux y Villeneuve, con una pendiente escarpada a un lado y el lago y su abrupto fondo en el otro. La ubicación es estratégica: cierra el paso entre la Riviera del cantón de Vaud, que constituye al acceso hacía Alemania y Francia, al norte, y el valle del Ródano, que permite llegar rápidamente a Italia. Además, el lugar ofrece excelentes vistas sobre la costa de Saboya, enfrente. Una guarnición podía controlar de este modo, comercial y militarmente, la ruta hacia Italia y aplicar un peaje. Las primeras construcciones se remontan a alrededor del siglo X, aunque es probable que este lugar ya fuera un emplazamiento militar privilegiado antes de esa fecha. Objetos que datan de la época romana, así como restos de la Edad del Bronce, fueron descubiertos durante las excavaciones del siglo XIX. A partir de una doble empalizada de madera, los romanos habrían fortificado el sitio antes de que en el siglo X se añadiese una torre cuadrada. Fuentes del siglo XIII atribuyen la posesión del lugar de Chillón al obispo de Sion. Un documento de 1150, en el que el conde Humberto III concede a los cistercienses de Hautcrêt el paso libre hacia Chillón, da fe de la dominación de la Casa de Saboya sobre Chillón. Por dicho documento sabemos que el propietario del castillo es un tal Gaucher de Blonay. Pero este señor de Blonay es más un vasallo del conde que uno de sus oficiales. Se trata de un dominio señorial de los Saboya en el marco de una sociedad feudal y no de un dominio administrativo. La casa de Saboya transforma la fortaleza, entonces Castrum Quilonis, y la amplía durante el siglo XIII. La antigua cripta del siglo XI, dedicada a San Trifón, es 40
abandonada en ese siglo con motivo de la construcción de la capilla en la parte superior del castillo. Los Saboya quieren extender su supremacía al país de Vaud y zonas limítrofes. El primer Saboya señor del castillo Chillón de que se tiene noticia data de 1198. El castillo se dedica a fines militares, pero también sirve de residencia para los condes. De hecho, es una de las etapas de los viajes de la corte itinerante durante los viajes regulares del conde a sus territorios. En ausencia del conde, la parte noroeste del castillo, donde se encuentran sus aposentos, permanece vacía y cerrada. Tomás I de Saboya se alojó en ellos alrededor de 1230. Él y su hijo, Pedro II de Saboya, «el pequeño Carlomagno», reorganizarán la región próxima al castillo construyendo aldeas, anexionando la zona del Chablais de Vaud y creando la «Patria Vuaudi». En 1214 se instala un importante peaje en Villeneuve de Chillón, el actual pueblo de Villeneuve. Pedro II recibe las llaves del castillo en 1253 y consolida su presencia en las orillas del lago hasta Aubonne. A partir de ese momento, Pedro II de Saboya, incluso antes de su ascenso al título de conde y siguiendo el modelo de Inglaterra, adonde viajó entre 1252 y 1255, inicia la división del condado en bailiajes. Se crea el bailío de Chablais, convirtiéndose Chillón en capital intermitente a partir de 1260 hasta 1330, en que Chillón se convierte definitivamente en capital del bailío de Chablais con Aymon de Verdon a la cabeza. Aunque al principio el señorío de Chillón y el bailío de Chablais se atribuyen a dos personas diferentes, los condes confiarán progresivamente estas dos funciones a una sola persona. Para estar a la altura de las ambiciones de conquista de sus propietarios, el castillo es reforzado mediante la construcción de una segunda muralla y se eleva la altura de tres torres construidas en 1235. Pedro II confía los trabajos a Jacques de Saint George, un arquitecto y constructor especializado en obras militares. Pedro II regresa al castillo poco antes de su muerte en 1268. Albert Naef, el arquitecto que renovó el castillo en el siglo XIX, concede gran importancia a las impresionantes modificaciones aportadas a Chillón por Pedro II. El castillo cuenta con veinticinco edificios y sirve como prisión a mediados del siglo XIV, además de que los subterráneos permiten almacenar materiales y vino. En aras de la estética, el castillo es decorado por iniciativa de Aimone de Saboya, llamado «el Pacífico», quien contrata a Jean de Grandson para realizar las pinturas de las habitaciones y de los grandes salones. El año 1348 es testigo de una de las páginas más dolorosas de la historia de Chillón, con los estragos de la peste. Los judíos son detenidos y torturados para hacerlos confesar que han envenenado el agua de los pozos. Sus confesiones
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provocan la furia del populacho que se dedica a las masacres y las expulsiones. Trescientas comunidades son aniquiladas o deportadas sin que el conde de Saboya intervenga. Amadeo VI de Saboya, llamado «el Conde Verde», pone en marcha una expedición al país de Vaud en 1359 y hace un alto en Chillón. Sin embargo, los siguientes condes, como el «Conde Rojo», se desentienden de la gestión de la región y la dejan en manos del señor y baile de Chillón. El castillo es húmedo y el frío que reina en él lo hace poco confortable. No obstante, esto no impide que el antipapa Félix V resida en él en 1442. En la prisión y en los húmedos calabozos del sótano se pudren los bandidos y los herejes de la región. Chillón es el lugar de detención, entre 1530 y 1536, de François Bonivard, quien inspiró un poema de Lord Byron en 1816, Le prisonnier de Chillón (El prisionero de Chillón). Con el aumento de poder de sus enemigos, la casa de Saboya, convertida en ducado de Saboya en 1416, ya no puede manejar su extenso territorio. El castillo constituye una especie de enclave en territorio bernés. Al sur, Chablais y el castillo de Aigle están ocupados por Berna desde 1475. El mismo año, las propiedades de Saboya al norte del país de Vaud —Grandson, Orbe, Échallens— ceden ante el avance de los confederados. Durante varias décadas, los berneses debilitan un ducado tambaleante y minado por los conflictos con el ducado de Borgoña y el rey Luis XI de Francia, unido todo ello a una oleada de protestantismo. Los berneses se impacientan y deciden poner fin al ducado, que se ha vuelto demasiado incómodo. En 1536, ayudados por los ginebrinos que quieren liberar a sus presos encarcelados en el castillo, los berneses preparan el asedio de Chillón. El 20 de marzo de 1536, un centenar de soldados ginebrinos embarcan en cuatro navíos de guerra y otros cuantos barcos. Los berneses, por su parte, llegan el 26 de marzo a los alrededores de Lutry, a unos veinte kilómetros de Chillón. Resuenan los cañonazos y el duque de Saboya, entonces a cargo de Chillón, ordena que, si las tropas bernesas aparecen, se torture a los presos de Ginebra mediante garrucha y se los ejecute sin vacilar. A la mañana siguiente, los berneses llegan a Veytaux y los valesanos aprovechan la oportunidad para atacar también los saboyanos por el sur. Por su parte, los barcos ginebrinos rodean el castillo. Atrapados en tenaza por una potente artillería, los dirigentes saboyanos entablan negociaciones. La guarnición se escapa durante la noche, perseguida por los ginebrinos, y desembarca en Lugrin, para desaparecer en la noche. Los atacantes deciden entonces entrar en el castillo; rompen las puertas y las cadenas y descubren a varios presos en las mazmorras, entre ellos a Bonivard, debilitado por 6 años en prisión, pero aún vivo. El castillo, parcialmente dañado por el fuego durante el ataque, es reformado, pero sigue siendo muy poco acogedor. Los berneses no cambian la arquitectura global de la fortaleza, pero convierten algunos edificios en almacenes, despensas, cocinas y pequeños cuarteles. Su función administrativa cambia. El baile que lo habita
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tiene que ocuparse de la región de Vevey. En 1627, el castillo fortaleza de Chillón posee varias piezas de artillería y munición. A partir de 1656 sirve de puerto principal sobre el lago Lemán para la flota de guerra bernesa. Esta ocupación bernesa dura hasta 1733, fecha en la que el baile se traslada a Vevey por razones de insalubridad. En 1793, el castillo se convierte en hospital para heridos de guerra. Pero la presencia bernesa se debilita progresivamente frente a la voluntad del país de Vaud de acceder a la independencia. El 11 de enero 1798, un grupo de gente de Vevey ocupa el castillo y echa al baile bernés, que se marcha llevándose tapices que aún pueden verse en Berna, visibles hoy en día, y lo sustituye por un puñado de gendarmes y vigilantes. El signo de la presencia bernesa sigue siendo aún visible en el flanco sur del castillo en un fresco con los colores de Berna y que puede verse desde la orilla. La independencia del país de Vaud y la creación de la «Republique Lémanique» se declara oficialmente el 24 de enero de 1798. Después de un período de incertidumbre, debido a la presencia de las tropas francesas hasta 1802, el castillo pierde finalmente su utilidad como fortaleza. Durante el siglo XVIII, se llena el foso que bordea el lado este del castillo. En el curso de las restauraciones posteriores se reacondiciona este foso natural. En 1835, la fortaleza se convierte en almacén de artillería y sufre algunas modificaciones para facilitar el paso de los cañones. En 1866, la mazmorra alberga los archivos y el castillo de Chillón sirve como prisión militar. Este uso es de corta duración. En 1887 se funda una asociación para restaurar el edificio. Tras ser declarado monumento histórico en 1891 se llevan a cabo unas excavaciones que en 1896 alumbran restos romanos y permiten comprender mejor la historia del castillo. Desde finales del siglo XVIII, el castillo atrae a los escritores románticos. Desde Jean-Jacques Rousseau a Victor Hugo, pasando por Alejandro Dumas, Gustave Flaubert y Lord Byron, el castillo inspira a poetas de todo el mundo. Victor Hugo dijo: «Chillón es un macizo de torres sobre un macizo de rocas.» Algunos trabajos de restauración, inspirados en la visión romántica de la estética, se hicieron también en detrimento de la veracidad histórica. En 1900 el arquitecto Albert Naef continuó los trabajos de restauración hasta llegar al estado actual del edificio. Se rehicieron el interior y los tapices de algunas partes, así como la gran sala del baile, también llamada la «gran cocina bernesa». En 1939 el castillo recibe ya a más de 100.000 visitantes. La proximidad de la ciudad de Montreux no es ajena a esta moda. El éxito sigue creciendo con los años y el monumento registra ahora más de 300.000 visitas al año. Gracias a las restauraciones, el castillo se encuentra en excelentes condiciones y proporciona una buena visión de la arquitectura feudal.
Por JMS
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La isla de San Borondón es una leyenda popular de las Islas Canarias (España) sobre una isla que aparece y desaparece desde hace varios siglos, con origen en el periplo legendario de San Brandán de Clonfert (San Borondón). Este mito tiene origen en los autores de la Grecia clásica, y se conoce en Europa como “isla de San Brandán” desde su plasmación por los cartógrafos medievales, pero en Canarias la tradición fue adoptada con entusiasmo, y adaptada, hasta en el nombre, a la idiosincrasia nacional propia. Debido a sus características y comportamientos extraños, como el aparecer y desaparecer o esconderse tras una espesa capa de niebla o nubes, ha sido llamada “la Inaccesible”, “la Non Trubada”, “la Encubierta”, “la Perdida”, “la Encantada” y algún apelativo más. El Tratado de Alcaçovas, suscrito entre España y Portugal en 1479 para repartirse territorialmente el Atlántico aún por navegar, especificaba claramente que San Borondón («aún por ganar») pertenecía al Archipiélago Canario. La bahía de Samborombón (Provincia de Buenos Aires, Argentina) fue nombrada de tal modo durante la expedición de Magallanes en marzo de 1520, en la creencia de que había sido formada por el desprendimiento de la isla de San Borondón del continente americano.
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Leonardo Torriani, ingeniero encargado por Felipe II para fortificar las Islas Canarias a finales del siglo XVI, describe sus dimensiones y localización y aporta como prueba de su existencia las arribadas fortuitas de algunos marinos a lo largo de ese siglo. Esta isla se localizaría al oeste del Archipiélago, a 550 km en dirección oestenoreste de El Hierro y a 220 km en dirección oeste-sudeste de La Palma, aunque según otros testigos que dicen haberla visto, se sitúa directamente entre las islas de La Palma, La Gomera y El Hierro. San Borondón mediría 480 km de largo (de norte a sur) y 155 km de ancho (de este a oeste), formando hacia el medio una considerable degollada o concavidad y elevándose por los lados en dos montañas muy eminentes, siendo la mayor de las cuales la de la parte septentrional. Abundan las representaciones cartográficas en las que, a través del discurrir de los siglos, aparece San Borondón. Sin ser exhaustivos, pueden citarse:
Planisferio de Hereford, de Richard de Haldinghan (finales del siglo XIII) Planisferio alemán de Ebstorf, con la inscripción "Isla Perdida. San Brandán la descubrió pero nadie la ha encontrado desde entonces" (finales del siglo XIII) Carta de Pinciano (1367) Mapa anconitano de Weimar (1424) Mapa genovés de Beccari (1435) Mapamundi de Fra Mauro (1457) Mapa de la Isla de San Borondón de Leonardo Torriani (1590) Mapa francés anónimo (1704) Mapa del noroeste de África de Guillermo Delisle (1707) Perspectiva de Juan Smalley (1730) Perspectiva de Próspero Cazorla (siglo XVIII) Carta geográfica de Gautier (1755)
Hay relatos desde siglos que narran la aparición de la isla, de la visión por muchos testigos y de su posterior desaparición, mientras que otras personas atribuyen la extraña aparición a alguna acumulación de nubes en el horizonte o a un fenómeno de espejismo. EXPEDICIONES NAVALES La leyenda de San Borondón llegó a adquirir tal fuerza en Canarias que durante los siglos XVI, XVII y XVIII se organizaron expediciones de exploración para descubrirla y conquistarla. Entre ellas pueden enumerarse:
Finales del siglo XV: Fernando de Viseu, sobrino del Infante Don Enrique el Navegante de Portugal.
1526: Hernando de Troya y Francisco Álvarez, vecinos de Gran Canaria.
1570:
3 de abril: Hernán Pérez de Grado, regente de la Real Audiencia de Canarias; afirma a su regreso haber estado en sus costas y haber perdido allí a parte de sus tripulantes. Pedro Vello, piloto portugués, relata cómo cerca de Canarias tuvo que cambiar su rumbo para refugiarse del viento y se encontró con San
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Borondón. Desembarcó en la isla junto a otros dos tripulantes, que debió abandonar en ella porque el viento arreció y le obligó a retirarse con premura. Fernando Villalobos, regidor de La Palma, con tres navíos. Alonso de Espinosa, gobernador de El Hierro.
1604: Gaspar Pérez de Acosta y Fray Lorenzo de Pinedo, franciscano y marinero; sólo hallan una acumulación de nubes y celajes en el horizonte.
1721: Gaspar Domínguez, capitán de mar y vecino de Santa Cruz de Tenerife, con una balandra en lo que fue la última expedición oficial, por encargo de Juan Mur y Aguirre, Capitán General de Canarias.
En 1953, el diario ABC titulaba: «Ha sido vista otra vez la misteriosa “Isla Sirena”, al noroeste de la de El Hierro (Canarias)», y en 1958, en el mismo diario: “La Isla errante de San Borondón ha sido fotografiada por primera vez”.
De Leyendas de España
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Edita:
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