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Editorial: Sobre ferias y síntomas, Pablo Amadeo [pág. 2] Reseñas: Tarda en apagarse de Silvina Giaganti (Caleta Olivia) por Juan Delaygue [pág. 4] //Álbum Puig, de Eugenia Rasic y Paula Calvente (Malisia) por Facundo Basualdo [pág. 5] // El Zen de los malabares de Dave Finnigan (Contramar) por Mariana Sáez [pág. 6] Dossier Mujeres y Edición: Mesa chica por Verónica Stedile Luna [pág. 8] // Parvada por Celestina Alessio [pág. 11] // Armas cargadas de futuro: hacia una historia feminista de la edición en Argentina por Daniela Szpilbarg [pág. 15] Perfiles: Damián Ríos por Celeste Diéguez [pág. 30] // Celestina Alessio por Juliana Celle [pág. 31]
Colectivo editorial Verónica Stedile Luna Leonel Arance Juliana Celle Pablo Amadeo Agustín Arzac Agustina Magallanes Francisco Magallanes
Colaboradorxs Daniela Szpilbarg Celestina Alessio Mariana Sáez Facundo Basualdo Celeste Diéguez Juan Delaygue
Sobre ferias y síntomas x Pablo Amadeo
Fotografía
Correcciones Gustavo Paolini Diseño Pablo Amadeo
Diagonal 78 #506 Tel: 221 - 4212946 facebook/revistamalisia facebook/malisialibros facebook/malisiaeditorial
Toda publicación es una multiplicidad, es agenciar una serie de diálogos y establecer redes de trabajo desde la urgencia, que es distinto a pensar desde la agenda. En números anteriores de Malisia La Revista abordamos la crisis del sector editorial, las políticas de traducción, los intersticios de la autogestión, la edición como una política del arte, la profesionalización y así. Tratamos de pensar nuestro sector de manera crítica y propositiva, invitando a diferentes referentxs, personajes y especialistas a disertar sobre estos y otros temas. Queremos desarrollar esa multiplicidad y agenciar
esos diálogos, no bajo la idea de voz autorizada, sino de creación de una plataforma diversa. En este cuarto número nos propusimos iniciar un dossier sobre “mujeres y edición” atendiendo a algo del orden de lo urgente, aunque a su vez esté íntimamente relacionado con la agenda. Dice Verónica Stedile Luna en la introducción del dossier: “…son chispazos, entrevistas, intercambios de mails, investigaciones, lecturas en archivo, que fueron haciendo las carnaduras por las cuales tenemos nuevas preguntas y algunas afirmaciones. Entonces, ¿desde quiénes se escribe? Desde
las que empezamos a pensar la dimensión simbólica y económica de nuestro trabajo, pero no sabemos del todo cómo hacerlo, y no nos importa tanto pifiarle, timonear si es necesario, anclar de vez en cuando, retomar o quemar naves.” Pensar nuestro sector infiere necesariamente atenderlo en su complejidad, no solo, por ejemplo, en lo que se refiere a la necesidad de políticas públicas –de promoción– por parte del estado, las dificultades de la industria gráfica para el financiamiento en un escenario de apertura de importaciones o los modelos alternativos en nuestros sistemas de distribución. Pensar en complejidad exige problematizar todo aquello que nos es heredado de esas experiencias de las cuales queremos distanciarnos, problematizar eso que reproducimos hacia el interior de nuestro campo y nuestras editoriales. Este dossier se pega a otra experiencia reciente cuya característica es lo diverso y lo múltiple: la Colectiva de Mujeres Escritoras y Editoras de La Plata surgió a principio de marzo de 2018 y como el movimiento de una parvada –expresión de Celestina Alessio para nombrar voces que no son anónimas pero tampoco se afirman en lo individual– puso sobre la mesa que somos casi 200 las mujeres editando y escribiendo en la ciudad. El discurso de apertura de la Feria Internacional del Libro 2018 estuvo a cargo de la escritora Claudia Piñeiro; tan solo cuatro veces en 44 años la feria fue inaugurada por una mujer: “Hoy los medios culturales a nivel mundial hablan de la literatura argentina nombrando entre otros pero con mucha mayor frecuencia a Samanta Schewblin, Ariana Harwicz –ambas finalistas del BookerPrize– y Mariana Enriquez. Schewblin y Harwicz viven en el exterior, pero a Enrí-
quez la tenemos a pocas cuadras. Si quieren oírla no la busquen en el programa de la Feria porque acá no estará. (…) Los festivales de literatura y las ferias salvo honrosas excepciones están plagadas de mesas para debatir –entre mujeres por supuesto– si existe la literatura femenina, literatura y feminismo, el papel de la mujer en la literatura. Pero en las mesas de cuento, novela, lenguaje, crítica, las mujeres son minoría o no están.” Que podamos poner en tensión estos ejes hace que nos situemos en un escenario de época, con lo pendiente, siempre revelador de lo postergado y muchas veces sinónimo de lo emergente. Y como siempre, interrogando en un primer plano las experiencias que como colectivo vamos llevando adelante. La pregunta sobre las mujeres en la edición tuvo un impacto inicial hacia el interior de nuestras editoriales y rebeló un estado de la cuestión sintomático de todo el sector. No solo en relación a quiénes componen las editoriales y quiénes son “los referentes”, sino también con respecto a la composición de nuestros catálogos a nivel autorxs, géneros y temáticas. Las preguntas no las hacemos hacia “afuera”, sino que nos cuestionamos como parte, poniéndonos en el centro de la crítica para hacer un aporte desde lo concreto. Por primera vez este año participamos de la Feria del Libro, formamos parte de la selección para Nuevo Barrio, el sector de la feria destinado a alojar a “nuevas editoriales”. Parte de los días que transitamos en esta experiencia nos demostraron cuánto de lo que sucede allí, en las ferias, es representativo de las problemáticas del mundo editorial. Y poder pensarlo desde “adentro” nos permitió confirmar la urgencia de construir espacios de articulación y
debate para hacer frente común de cara a una crisis económica y política que atraviesa al sector de la edición independiente. Recientemente terminó la FILBo –Feria Internacional del Libro de Bogotá– y el stand de nuestro país bajo el lema “la literatura argentina sale a la cancha” levantó un pabellón de unos 3000 m2 diseñados como una cancha de fútbol. Allí Pablo Avelluto, Ministro de Cultura de la Nación, junto al presidente colombiano Juan Manuel Santos, estuvieron pateando unos penales. La escritora colombiana Carolina Sanín publicó en redes sociales: “Esta FILBo ha sido una feria bonita, útil, consistente. Sus problemas ha tenido, como todo lo que es bueno. Pero definitivamente la gran verruga fue el pabellón de Argentina, el país invitado de honor (…) Argentina vino nos puso una cancha de fútbol en todo el corazón de su pabellón, en todo el corazón de la feria del libro. Y no veo como eso no es irrespetuoso con los autores que vinieron. Y es una pena, porque la tradición literaria y las políticas culturales argentinas han sido ejemplares para América Latina”. Las ferias internacionales radiografían el sector y ponen sobre aviso las tensiones internas. Así como Claudia Piñeiro lo hizo en la apertura de la FILBA, Avelluto, con claras distancias, lo hizo en la apertura del stand de Argentina en la FILBo. Nos queda a partir de esta experiencia una serie de temas para cruzar y compartir. Diseñar esta plataforma diversa sobre la edición es un trabajo en progreso sin dead-line. Malisia La Revista se pretende a sí misma como una actriz activa en pensar las contradicciones y afecciones por las cuales actuamos desde la edición, esperamos que este cuarto número abreve a ese objetivo. EDITORIAL
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There
is a light that never goes out. No, no es. Pero podría ser. Tanto el himno de los Smiths como Tarda en apagarse, de Silvina Giaganti, lograron bajar “a la música, a la poesía” un registro o un tono producto de saber pulsar la cuerda nodal de un clima de época y se convirtieron en hits, uno de los 80, el otro de este verano que terminó. De igual modo, la melancolía hipster que hoy rescata la música de los de Manchester habita también los poemas de Giaganti: “la melancolía es ese exacto punto/ donde todavía no oscureció del todo/ y las luces de la ciudad ya se encendieron”. La persistencia de la luz natural ante la iluminación nocturna, o una (misma) luz que nunca se apaga. En una entrevista para la televisión inglesa en 1984, Morrissey, junto a un incómodo Johnny Marr, justificaba la elección del nombre The Smiths por ser “el nombre más ordinario”. Los textos de Tarda en apagarse proceden de un modo similar: a partir de referencias puntuales y ordinarias, la voz se mueve en un territorio opaco de la lengua. En medio de ese registro, eventualmente destella una luz, alguna imagen o verso luminoso que, como indica el título, se empecina en persistir. Entre esas referencias o anclajes de realidad aparecen lugares (Constitución, Punta del Diablo, Sarandí, Palermo, Moreno, Rosario, Yellowstone, San Pedro), calles (Patricios, Almirante Brown, Santa Fe, Talcahuano, Tucumán), cifras (el 98 por ciento de las familias, ciego en un 70 por ciento), fechas (un 25 de diciembre a las 3 AM, el miércoles 5 de agosto a las 10 de la mañana), artistas (Chantal Akerman, Philip Roth, Carson McCullers, Kumbia Queers, Richard Ford, Michael Chabon, Cocteau Twins, Blur, Dolores O´Riordan, Brian Ferry, Creedence, Anne Carson), marcas y empresas (Nutella, Correo Argentino, Italpark, lapiceras Lamy, la heladera Patrick, Renault Clío). Todos estos datos precisos alisan los pliegues del lenguaje e instalan un tono conversado, coloquial, que no resulta ajeno a una voz de época (una de ellas) bastante instalada en la actual “poesía joven” argentina. La diferencia aquí radica en un procedimiento que parece estar puesto de manifiesto en el propio título del libro: en momentos precisos emerge entre ese lenguaje opaco una imagen o un verso que titila en la penumbra, una luminosidad arrojada como la colilla aún candente del cigarrillo que aparece en el poema titulado “Throop Avenue”: “Lo termino y lo tiro lo más lejos que puedo/ pero tarda en apagarse”. Establecer un territorio para luego fugarse de él: “un movimiento que -como
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RESEÑAS
indica el poema que abre el libro- ahora veo no termina nunca”. Es el movimiento de irse del hogar, del espacio seguro y conocido, escenificado en el método de construcción de (casi) todos los textos que componen el libro, un movimiento que instala a la voz ante el peligro de caer en la monotonía, el cual sortea con suerte irregular. Juan Delaygue
Tarda en apagarse de Silvina Giaganti Caleta Olivia Buenos Aires / 2017
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es Manuel Puig. Y la pregunta, también esa forma de aludir al escritor, le pertenece a Carlos Ríos, que, tejiendo versos, desanda el Álbum Puig, entre los infinitos recovecos, trazos y esbozos, los recortes y retazos, las cartas enviadas y los borradores que nunca llegaron, los papelitos. El poema de Ríos recién emerge hacia la mitad de este libro pensado y organizado por las investigadora María Eugenia Rasic y la diseñadora Paula Calvente, entre otras manos resaltadas en el prólogo que escribió la primera de ellas. ¿Por qué indagar en el archivo de un escritor? ¿Por qué darlo a conocer? Hasta ahí, tal vez, alcanzará con refutar preguntando “si existe, si está al resguardo, si está esperando, ¿por qué no hacerlo?”. Y repreguntamos: ¿qué hay allí que no encontramos en lo que él decidió publicar en vida? Ahí está el detalle bello que aporta este álbum de fotos, de textos, de notas, de recortes. De papelitos. Ahí encontramos al escritor en el proceso de. En el camino hacia. En la previa. Ahí complementamos al Puig leído. Este Álbum, como señala Rasic en el prólogo, “pretende mostrar el pasaje hacia una energía vital”. Es un libro que nació dentro de la academia, producto de una investigación abierta a partir de que la familia de Puig compartiera las miles y miles de hojas que componen su archivo. Si bien surgió en el claustro, en esta misma publicación, en la selección de fotos que lo incluyen, no hay otra intención que abrirlo, que compartirlo más allá de las miradas especializadas, para mostrar al escritor en su frescura y pensamientos, en sus métodos y observaciones, en sus estudios y posturas que atraviesan –y a la vez recubren– su propia obra. Se trata de un archivo convertido en álbum: no con las fotos de sus viajes por el mundo o de las comidas que preparaba, como nos hemos acostumbrado a ver en estos tiempos narrados por imágenes, sino con las fotos de los papelitos por él acumulados: “¿eras / un escritor / de imágenes/voces?”. En estas páginas se perciben sus (pre)ocupaciones, las estructuras de sus novelas, los borradores sobre borradores de guiones e historias terminadas o no, estudios de zombies o de los órganos del cuerpo humano, esbozos de personajes o de diálogos, cartas a su madre (en las que relata, por ejemplo, las simplezas de que lo invitaron a comer y que durmió la siesta), algunas páginas de revistas (una, por ejemplo, en inglés que relata la búsqueda de Clara Anahí Mariani, la nieta desaparecida en plenos años ‘70), otros tantos con dibujos en su infancia, todos escritos a mano o a máquina, y de alguna manera ordenados, o más bien guiados, por frases que resuenan como ecos del prólogo de Rasic.
Entonces, ¿qué escritor eras, m.? No frívolo, no ingenuo, no superficial. Con humor, con intenciones, con música y poesía, con estudios, con dedicación. Tal vez uno pueda encontrarse buscando una respuesta achinando los ojos para descubrir qué fue lo que tachó o lo que agregó en alguna de las fotos compartidas. Tal vez pasemos las páginas resaltando alguna acotación como “las flores me recuerdan funerales” o sonriendo al leer “quiero el beso de sus boquitas pintadas”, en donde pareciera confluir dos títulos de sus novelas. Quizá lo miremos de adelante para atrás, o quizá lo hagamos al revés. Lo cierto es que a través del Álbum Puig nos acercamos a otras respuestas sobre el escritor que era, que es, m., y que podemos incorporar a la biblioteca propia como si se trataran de las fotos de un pariente que leemos para no extrañarlo. Facundo Basualdo
Álbum Puig Eugenia Rasic y Paula Calvente Malisia La Plata / 2018 RESEÑAS
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El Zen de los malabares Dave Finnigan Contramar La Plata / 2016 Con ese título, pareciera no dejar lugar a dudas: es un libro para malabaristas. Sin embargo, El zen de los malabares habilita varias claves de lectura, que hacen de este libro algo más que literatura para malabaristas (aunque por supuesto, también lo es). Relato de experiencia en primera persona, una especie de diario o memoria de viaje, en el que el protagonista, un malabarista yanqui, narra su estadía en una escuela para malabaristas ubicada en algún lugar de un indefinido oriente y dirigida por un anciano (no podía ser de otra forma) maestro de artes marciales. Novela de iniciación, nos muestra las transformaciones que el entrenamiento malabarístico con este maestro zen va produciendo en el protagonista y en sus acompañantes. Manual y guía de entrenamiento, describe una serie de ejercicios que pueden ser experimentados por quien lee; un conjunto de pautas, consignas o indicaciones, que nos guían a través de experiencias particulares. Experiencias pueden ser utili-
zadas para lograr la experticia en los malabares, pero también en otras disciplinas artísticas, y, porqué no, como una vía para alcanzar estados de conciencia alterada. Literatura contracultural, critica la alienación capitalista y reivindica el movimiento anti-consumo, la producción del propio alimento y el trabajo comunitario, entre otros valores. Con una poética que por momentos juega al borde de la new age y la autoayuda,el trabajo de transformación de sí mismo que realiza el protagonista, interpela al lector y a su propia transformación. ¿Dónde se anudan estas lecturas posibles? En el mismo punto en que se anudan el malabarismo y el zen: en el cuerpo. O mejor dicho, en una práctica corporal. “No hay destreza física sin una filosofía que la sostenga, no hay filosofía sin una práctica que la active” reza la contratapa de El zen de los malabares. “Un hombre no puede cambiar ni la forma de su pensamiento ni la forma de su sentimiento sin haber cambiado el repertorio de sus posturas” dice Gurdjieff. Como vamos descubriendo a lo largo de las páginas, el aprendizaje de una técnica corporal, no es una mera adquisición de destrezas y habilidades; es una incorporación, una puesta en cuerpo y en movimiento, de todo un sistema de creencias y valores. Y al mismo tiempo estos sistemas, estos mundos, son creados y recreados, reproducidos y transformados, por los cuerpos en movimiento. ¿Una verdad ordinaria, necesaria de repetir? La tradición dualista, hegemónica en el pensamiento occidental, opuso mente y cuerpo, teoría y práctica, acción y reflexión, conocimiento corporal y conocimiento reflexivo, sentimiento y pensamiento. Las prácticas corporales tanto como las prácticas artísticas (y particularmente las prácticas que combinan las dimensiones corporal y artística) discuten y tensionan estas oposiciones, poniendo en evidencia la articulación existente entre estos conceptos y la imposibilidad de su separación. De eso van los malabares. Y de eso va, también, este libro. Mariana Sáez
Calle 5 #1289 e/58 y 59 La Plata (1900) Bs. As. (221) 530 1721 quevesgrafica@gmail.com Qué ves? Gráfica 6
Reseñas
En el comienzo de Teoría King Kong, Despentes dice que escribe desde las excluidas del buen cambio en el mercado del amor: las que no están en la feria de las que están buenas. ¿Desde dónde y para quién se escribe sobre feminismos y edición? La forma de poner juntas esas dos palabras está en el trasfondo de las discusiones que hoy se leen acá en los artículos de Celestina Alessio y Daniela Szpilbarg, y que se multiplicarán en una segunda y tercera entrega de este dossier. Todos esos deícticos furtivos (hoy, acá, esta, este) para nombrar el vértigo que nos suscitó pensar esa pregunta. Este dossier, entonces, escrito desde las que estamos pensando en voz alta, que no la tenemos clara y nos decimos ¿por dónde empezar?, ¿es mejor hacer de las mujeres trabajadoras de la edición un eje que cruce la historia, poner los cuerpos con nombre propio en el centro?, ¿o tal vez sea mejor pensar perspectivas feministas de la edición, a riesgo de que la opción anterior sea esencializar un problema, reforzar identidades? Ambas miradas parecen estar juntas, conocer quiénes somos, qué estamos haciendo las mujeres héteros, lesbianas, trans y travestis que editamos, hace de la diversidad una perspectiva que se suma a otras como por ejemplo la legitimidad o la trayectoria individual reconocida. Ana Carolina Arias, editora de La Caracola, imagina “una perspectiva que sea útil para ampliar las formas de construir esa historia, incluyendo a las mujeres, sus actividades, sus producciones, sus ideas, etcétera. (…) También para pensar a la edición en sus prácticas, en sus procesos cotidianos, que involucran una red amplia de tareas y personas”. Podríamos decir, no hay perspectiva feminista de la edición si quedan afuera quienes imprimen,
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DOSSIER
ilustran, maquetan, gestionan, distribuyen, puestean, hacen feria, cosen, diseñan, sacan fotos. Celestina Alessio abre esa mirilla por donde pensar y así construye su “Parvada”, una nota con voces mezcladas de editorxs en La Plata. ¿Qué le harían esas preguntas, como una hendidura, a la historia de Eudeba, a la historia de Losada, de Colihue, de Eterna Cadencia, Godot, etc., a nuestros propios imaginarios editoriales, los de Malisia? ¿Qué pasaría si comenzáramos a encontrar, cada vez más, que muchas de las traducciones que han llegado a nuestras manos fueron hechas por mujeres pero firmadas por sus maridos? ¿Las estudiaríamos como “mujeres traductoras” o como la historia de plagios? ¿Podríamos nombrar esos episodios como podemos nombrar a los traductores, de quienes no es necesario aclarar su género? El vaivén de preguntas superpuestas viene a incomodar porque sugiere que todo puede ser pasado por la óptica del feminismo. Como también incomodó en otro momento que todo fuera pasado por la conciencia de clase. Y la literatura dio respuestas aún más problemáticas, aún más incómodas, confundió a los bienintencionados, relució miserias, rasgó morales y consignas. Este dossier son chispazos, entrevistas, intercambios de mails, investigaciones, lecturas en archivo, que fueron haciendo las carnaduras por las cuales tenemos nuevas preguntas y algunas afirmaciones. Entonces, desde quiénes se escribe. Desde las que empezamos a pensar la dimensión simbólica y económica de nuestro trabajo, pero no sabemos del todo cómo hacerlo, y no nos importa tanto pifiarle, timonear si es necesario, anclar de vez en cuando, retomar o quemar naves. Porque las trazas invisibles del patriarcado nos en-
señaron a esencializar, a pensar en términos de lo que se es, cuando el feminismo pone el ojo en el acto. Eso no significa que nos hayamos librado de nuestros marcos de pensamiento, tampoco que queramos hacerlo por completo. Postula en cambio la decisión de inventar una lengua nueva para lo que queremos vivir, pero también para la historia. Significa que, atentas a que no existe lo que no se hace lugar como sensible nuevo, hay que inventar los nombres, las discusiones. Este dossier surgió cruzado. No en cruzada, pero sí atravesado por distintas observaciones. Una cena por el 2017 nos encontró discutiendo por qué del espacio editorial que se llama pequeño / mediano / independiente / autogestionado no hay casi mujeres sentándose a la mesa chica. No es igual a: no hay mujeres editoras. Es: quiénes rosquean, quiénes hacen aparecer los lugares de poder simbólico y económico, y por lo tanto, luego quiénes los ocupan. Esto tampoco es igual a: el espacio está negado a las mujeres, o a las mujeres nos niegan los espacios. Identificar esa ausencia no es una forma de comenzar la genealogía de los culpables y las represiones, sino desnaturalizar, desacoplar valores. La arenga muchachil, la elocuencia al hablar que se ha anudado tan bien invisiblemente a una virilidad, la disputa de poder, van muy bien con operativas de lo masculino. Esto tampoco es igual a: hombres. Para pensar eso, y también cómo ese régimen de identificación nos aúna en lo que imaginamos para nosotrxs mismxs en algunas ocasiones, lanzamos algunas preguntas a que actuaran entre compañeras. Como dice Daniela Szpilbarg en “Armas cargadas de futuro”, escribimos desde las que caminamos pensando, para entender, para recuperar imáge-
nes borroneadas. Porque después de todo, la presencia es un problema de sensibilidades, eso que Viriginia Woolf analizó tan bien pensando en qué hubiera sido de una talentosa hermana de William Shakespeare, o enojándose por la pobreza económica que heredaron las mujeres de sus madres, o cuando chistea sobre qué pasaría si todos los hombres de la literatura figuraran solo como amantes de las mujeres y nunca como amigos de los hombres, los soldados, los pensadores, los soñadores. Así como en 1928 un hombre podía decir “una mujer compositora es como un perro caminando sobre sus patas traseras. No lo hace bien pero es sorprendente que lo haga”, o “las mujeres novelistas deben sólo aspirar a descollar por el valiente conocimiento de las limitaciones de su sexo”[1], en 2018 se esgrime el argumento del “valor literario” como instrumento de medición prístino. A eso llamo tomar la discusión por la baja en vez de por la máxima; porque el problema de la visibilización de las mujeres en la literatura, que en La Plata puso de manifiesto la Colectiva de Mujeres Escritoras y Editoras, no se reduce al cupo como número porcentual, sino que procura hendir justamente la noción de “valor” empujando para que otras concepciones de mundo, de lengua, de sensibilidad tengan lugar. Y lo que es más importante, estos movimientos no pretenden impugnar una tradición o una historia, sino abrirla. Lucía Ana Florio, editora de La Caracola, se pre1 Ambas citas son extraídas de Un cuarto propio de Virginia Woolf, y fueron escritas por Ceil Gray y Sir Egerton Brydges. Se trata de la edición de Lumen, con traducción de J.L. Borges, aspecto que habría que revisar muy bien desde lo que Daniela Szpilbarg observa en el apartado “España y la masculinidad: la doble exclusión de la lengua”, ya que es notable la decisión de traducir al neutro/masculino que toma Borges cuando hay ambigüedad de género en determinados adjetivos y artículos que por contexto son evidentemente femeninos.
PRESENTACIÓN
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gunta “qué pasaría si la señora o el señor que va una vez por semana a librerías como Yenny, El Ateneo o Cúspide se encuentra ni bien entra con que todos los títulos exhibidos en las mesas son de autoras. ¿No se generaría una tensión o por lo menos algo en ese público?”. Catalina Reggiani, editora de Fantasma, sugiere mirar los bordes de los libros: colofones, legales: Para empezar a discutir esto es importante hacer un recorrido bibliográfico para empezar a reconocer esos trabajos que, por no ser los de editoras necesariamente (la cabeza visible y con más estatus del campo), suelen estar ocultos. Hay que leer las páginas de legales, averiguar quiénes fueron esas personas. Correctoras, traductoras, ilustradoras, coloristas. ¿Quién fue la primera editora argentina? Por otro lado, me parece que hay que construir un conocimiento más estadístico respecto a la cantidad de mujeres y a qué puestos ocupaban en el pasado e intentar hacer un mapeo del presente. Largamos este dossier como puntapié, pero en claro diálogo con una historia de luchas y debates que comenzó hace ya más de un siglo. “Nada de maternidad, nada de ley de sangre. Digo que nada de maternidad: en efecto, la mujer libera-
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DOSSIER
da… del hombre, a quien no le pagará ya el precio de su cuerpo… solo obtendrá su existencia… de sus obras”, Claire Demar en Moi loi d’avenir en 1834. Solo por poner una cita lejana. Para la próxima entrega de este dossier queremos andar por algunas de esas biografías y episodios medio escondidos. Florencia Ubertalli, Alejandrina Falcón y Catalina Reggiani se meten en los pasos de Julia García Games, editora de la revista “América Nueva”, Esther Tusquets editora de Lumen, Amanda Toubes, Susana Zanetti, Graciela Cabal, Josefina Delgado, Nora Dottori.
Desde La Plata, en la voz de diez relatos colectivos o individuales, nos definimos, nos contamos las editoras. Nos rotulemos como nos rotulados, lo que nos une es la identidad feminizada, esa que está en disputa permanente por su lugar, el que se le da, el que se tiene, el que se quiere. Este texto es un acercamiento entre identidades. La edición de todas esas voces. Porque en ideales o en aspectos concretos del trabajo apelamos a que la construcción de lo que sea siempre sea en diálogo. Ese diálogo, esa conversación que es aplacada, como forma de huida, por el sistema capitalista patriarcal machista. Ese diálogo negado por el que luchamos todos los días para deconstruirnos y construirnos y así infinitamente. En este acercamiento recopilo definiciones de lo que es editar y de cuáles son los trabajos que hacemos. Cada voz tiene su subjetividad, pero juegan maravillosamente leyéndolas todas juntas. Editar es preparar contenidos para ser publicados / transmitir el mensaje / armar parámetros estéticos / construir un relato / resignificar el material / es proceso creativo con instancias individuales y colectivas / es poner en práctica la arquitectura de las ideas y las emociones / montar el escenario de la palabra / agregar un poco de amor al mundo / es un acto subjetivo con responsabilidad para con el otro, sea lector u observador / es un pasaje de lo privado o no-leído a lo público / es amplificar una red / es construir posibilidades de lecturas / enmarcar un posicionamiento socialpolítico-ideológico sobre un tema / es elegir, seleccionar, coordinar (textos, personas, egos, contenidos, etc.) / es invitar, dejar afuera, dejar adentro / es sacar el libro de lxs autorxs y ponerlo a jugar para lxs demás / es también tomar decisiones / es trabajo colectivo / es que alguien más acepte tu 11
opinión y que vos escuches ideas diferentes / es un trabajo de confianza en los saberes de otrxs / editar tiene que poder llevarnos con el cuerpo a poner un objeto nuevo en el mundo, que es un libro, un fanzine, una revista, un video, una imagen / es darle forma al material seleccionado / volcar en el producto la subjetividad propia y la del autor para darle al producto final una identidad / es una de las cosas que más me gusta hacer, y sin embargo no estoy segura de poder decir qué es. Quienes editamos construimos el hogar en el que vivirá la poesía, una novela, opiniones / imaginamos y proyectamos de qué manera el texto puede mostrar más de lo que dice escrito / utilizamos nuestros ojos, nuestra escucha, nos apropiamos del texto para tratar de sacarle la potencia que tiene para darla a conocer / pensamos contenidos, incumbencias, temas estratégicos, impacto / pedimos o hacemos un flyer / licitamos presupuestos / corregimos ortografía / elegimos paletas de colores / pensamos el diseño / coordinamos áreas de trabajo / hacemos tareas múltiples / creamos nuevos objetos, libro, publicación o cual sea pero inexistente hasta ese momento / acompañamos a la autora o al autor en un proceso que de alguna manera entiendo se juega en lo desconocido / hacemos un corte, una tachadura o transformación / armamos fanzines, los imprimimos, vamos a ferias / corregimos textos poéticos, narrativos y no ficcionales / coordinamos secciones / pensamos y armamos imágenes de tapa / gestionamos eventos, ediciones, correcciones de estilo y ortográficas, comunicación interna y externa / leemos algunos de los manuscritos / nos reunimos con algunxs de lxs autorxs / hacemos las primeras devoluciones y acompañamientos más generales / pensamos colecciones.
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Bien sabemos que pertenecemos a este sistema, estemos o no de acuerdo con él. Esto nos estipula roles en tanto clase y en tanto género, roles asignados, roles aceptados, roles repudiados, roles impuestos. Recopilo en lo que sigue algunas, solo algunas poquitas pero no menos importantes, de esas tareas que, nos gusten o no, queramos o debamos, hacemos. Sección de género / prensa o difusión / sección artística cultural de la revista / imagen de tapa / gestiones administrativas / hacemos contacto con posibles y futurxs autorxs / recordatorio humano de algunas tareas. Responder a alguien más es parte de estas cadenas de relaciones dentro del mundo editorial. Implícita, concreta, amigable, impuesta, elegida, necesaria son algunas de las formas que encontramos para definir cómo definen nuestros roles, que en mayor o menor medida responden a alguien más y se reconfiguran en relación a alguien más, eso es parte del trabajo colectivo o con otrxs. Abajo, a quiénes decimos responder y en algunos casos también sus explicaciones, sus porqués. Pronunciarnos propositivamente es sin duda la forma elegida. Respondo a mi socio y al proyecto que llevamos a cabo de la misma manera que él responde a mí / trabajo codo a codo / como revista respondemos a la Maestría en Historia y Memoria que depende la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, UNLP / al director del Instituto IPEAL (Instituto de Investigación en la Producción y la Enseñanza del Arte Argentino y Latinoamericano) / el diálogo está organizado entre compañerxs / respondo al resto del colectivo, en ninguno tenemos jerarquías establecidas a priori / a mi compañero de editorial, un libro, un proyecto en el que estamos trabajando o vayamos a trabajar, nos tiene que entusiasmar a lxs dos / respondemos a nuestras compañeras y compañeros, al proceso asambleario y colectivo.
Cuando se circula nuestra producción, nos encontramos en ámbitos diferentes. De dónde sale esa producción, a quién respondemos, cómo organizamos nuestro trabajo con nuestrxs compañerxs, qué tipo de material producimos, nos marcan cómo vamos a circular. Está claro que tenemos la capacidad para construir nuevos circuitos y también para circularnos en circuitos colegas, pero también es cierto que muchas veces hay circuitos que son heredados (de este sistema) y que no por eso dejamos de lado, porque estamos dentro y porque son espacios en disputa. Creamos nuevas formas y las enfrentamos con esas ya establecidas, algo estancas, que parecieran no “poder” modificarse. Estamos ahí, en muchos lugares, tímidas o elocuentes, pero estamos. Centros de estudiantes de distintas facultades de la ciudad / la Feria del Libro Independiente y Autogestiva (FLIA) / el mano en mano / la Red Nacional de Medios Alternativos (RNMA) / ferias / estar en contacto con colegas de otras editoriales / intercambio / en el fanzine es un mundo que se transita más por debajo / festivales / espacios / librerías / movidas fanzineras / instituciones / la facultad / la página web / eventos académicos-científicos / creo que es el desafío, es complejo romper el gueto que significan ciertos círculos de circulación del conocimiento académico. Mucho se dice sobre la época que nos ha tocado habitar en relación al permanente proceso de cambios, a veces para avanzar, siendo críticxs, otras para quedarnos estancos, como justificación. Nadie se salva de críticas y/o justificaciones, tampoco nosotras que lo vamos mechando. Mechando para transitar, para aprender a modificar, a decir qué cosa no y qué cosa sí, a decir hasta dónde, qué queremos, qué deseamos, para ejecutar.
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“A pesar de” o “gracias a” nuestros análisis, críticas y visiones de nuestras vivencias, tenemos deseos y ánimo de lucha para cuestionar, armar, construir, pensar, idear o al menos intentarlo. Heredamos e inventamos, reinventarlo todo, cada vez, cada cosa, no perder el deseo a/por/para nosotrxs mismxs y la lucha que nos junta dársela a esta sociedad, a estas estructuras, a este sistema. El deseo Me gustaría editar algo que fuera construido desde lo barrial / a mis amigas / una publicación que sean solo imágenes que se vinculen entre sí página a página, pero que no tengan texto que las acompañen ni trate de explicarlas y en lo posible todas hechas por mujeres / más traducciones, del inglés y del portugués principalmente / una colección de crítica literaria y ensayo / más mujeres. La lucha que nos junta Creo que nos encuentra la posibilidad de escuchar y reconocer buenas producciones en voces aun cuando estas no estén previamente legitimadas / nos encuentra editar desde un lugar que no es cómodo y que además incomoda / una manera de contar otras historias y también de proyectarlas / que estamos dispuestas a seguir dando batalla a lo establecido y lo normado / que las mujeres tengan voz / que tenemos la atención más amplia / un habitar común en culturas patriarcales. Podremos ser autogestivas e independientes, pero si seguimos siendo patriarcales, no cambiaremos nada / Creo que, por ser mujeres, somos jugadoras de toda la cancha!
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• MORPURGO, edición de trabajos fotográficos libro/objeto – fanzine. • COLECTIVO CULTURAL OTRO VIENTO, edición de revista impresa, web y por presentar su primer libro. • LAS PIBAS, edición de fanzines y libros artesanales. • ALETHEIA, edición de revista digital que pertenece a la UNLP, a la Maestría en Historia y Memoria. • METAL, edición de revista que tiene su versión digital y su edición física en papel. • PIXEL, edición de libros físicos, de textos escritos y/o de imágenes y fanzines materiales y virtuales de descarga gratuita. • KULA, edición de revista científica (online) y una colección de libros. • CLUB HEM, edición de libros en formato físico. • LA CARACOLA, edición de libros en formato físico con versiones digitales. • EME REVISTA / EDITORIAL, edición de una revista que devino en editorial. • MALDITA LESBIANA, edición de fanzines propios y colectivos.
Durante todos estos siglos, las mujeres han sido espejos dotados del mágico y delicioso poder de reflejar una silueta del hombre de tamaño doble del natural. Sea cual fuere su uso en las sociedades civilizadas, los espejos son imprescindibles para toda acción violenta o heroica. Por eso, tanto Napoleón como Mussolini insisten tan marcadamente en la inferioridad de las mujeres, ya que si ellas no fueran inferiores, ellos cesarían de agrandarse. (…) También así se entiende mejor por qué a los hombres les intranquilizan tanto las críticas de las mujeres; por qué las mujeres no les pueden decir este libro es malo, este cuadro es flojo o lo que sea sin causar mucho más dolor y provocar mucha más cólera de los que causaría y provocaría un hombre que hiciera la misma crítica. Porque si ellas se ponen a decir la verdad, la imagen del espejo se encoge. (V. Woolf, Un cuarto propio)
¿Historia feminista de la edición o historia de la edición feminista? ¿Historia de las editoras mujeres? ¿Historia de las editoriales feministas? Fueron muchas preguntas las que aparecieron en el primer garabato de este texto, -que es siempre mental- a la hora de pensar las variables feminismo y edición. Los primeros días caminaba pensando: ¿Se tratará de hablar de mujeres editoras, o de los proyectos editoriales de corte feminista? ¿O tenía que ver con ambas cuestiones, proyectos editoriales que además de ser liderados por mujeres lanzan al espacio público libros y textos que ponen en escena problemáticas de las identidades de género, la violencia de género- cualquiera seay el rol de la mujer y el hombre en la sociedad? Por un momento recordé a Virginia Woolf cuando le encargaron aquel ensayo sobre la mujer y la novela. Allí, en A room of One´s own (traducido como “Un cuarto propio”), Woolf debe reflexionar sobre la relación entre la novela y las mujeres. Y se pregunta inquieta qué hacer, además de presentar algunas observaciones sobre Jane Austen o las Brontë. ¿Debería hablar sobre las mujeres y las novelas que escriben? ¿O sobre las novelas escritas sobre mujeres? Si bien aclara que el tema de la novela y las mujeres es un misterio sin respuesta, resuelve hablar, no ya del tema, sino de la historia de los dos días previos a la conferencia y cómo meditó y el tema se metió, implacable, en sus pensamientos cotidianos, sus lecturas y sus meditaciones. En cuanto a mí y al tema que me habían propuesto -feminismo y edición-, decidí quedarme con algunos o todos los aspectos de esas preguntas, mezclados, y a simple pensamiento traté de recordar qué editoriales aparecían cuando pensaba en feminismo y edición en los últimos años. Es cier-
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to que mujeres editoras hubo desde hace muchos años. Visibles o no -y ambas opciones son significativas porque las omisiones hablan- muchas mujeres recorrieron la historia del libro en Argentina desde lugares importantes: Ana María Cabanellas, Gloria Rodrigué, Kuki Miler, Trini Vergara, Adriana Hidalgo, y Adriana Astutti y Sandra Contreras en la más reciente Beatriz Viterbo, por poner solamente algunos ejemplos que nos llevan a la década de 1970. Sin embargo, cuando se piensa en los editores referentes de la edición en Argentina, quienes aparecen son los hombres: los editores fundacionales y emblemáticos de distintas etapas de la historia editorial: Antonio Zamora, Manuel Gleizer, Samuel Glusberg, Boris Spivacow, Jorge Álvarez, José Luis Mangieri. La propuesta de pensar desde el presente el lugar del feminismo y la edición supone una reflexión más amplia, que incluya no sólo a editoriales que se autoproclaman feministas, sino también considerar la multiplicidad de feminismos existentes e incluso postular que hablar de editoriales y feminismo no implicaría reducir el espectro de publicación a autoras mujeres, sino considerar todo contenido que sea escrito desde una pretensión de igualdad y diversidad, o bien de deconstrucción de las asignaciones habituales de los géneros –pienso por ejemplo en un exquisito ensayo que leí estos días de Agustín Valle llamado Cachorro, que pone en cuestión el modelo de varón patriarcal -padre distante, castrador- y plantea que (todavía) no está pensada una figura de varón y padre a la altura del movimiento de liberación femenina actual–. Entrar en este tema implicaba mirar a mi alrededor y, además de mis propios recuerdos, con-
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siderar hechos concretos y empíricos: para empezar, que a pocos días de abrir sus puertas, la Feria del Libro de Buenos Aires tiene por primera vez un espacio dedicado a la diversidad sexual que se llama “Orgullo y Prejuicio”. Allí se darán presentaciones, actividades y conversaciones en torno a identidades, disidencias sexuales, corporales, etc. Además, el año pasado en la librería de La Coop se planteó un encuentro entre mujeres editoras, al mismo tiempo que son muchos los ciclos de lectura que han surgido en los últimos tiempos donde se retoma o se realizan homenajes a mujeres escritoras o poetas; el ciclo “La doble voz”, organizado entre poetas y luego entre editoras; o el ciclo actual en la librería Caburé –por poner solo un par de ejemplos– donde en las “Veladas Literarias” se propone “ajusticiar el canon” releyendo y visibilizando a escritoras que no fueron leídas como merecían y recuperar la propia tradición literaria escrita por mujeres. Este ciclo, organizado por Ana Ojeda y Jimena Néspolo, busca homenajear la escritura de mujeres del pasado –como Sara Gallardo, Aurora Venturini, Silvina Ocampo, Fina Warschaver, entre otras– convocando a críticas y escritoras en actividad. Estos ciclos no solamente muestran un deseo creciente de visibilizar y poner en circulación la obra de mujeres, sino que son síntomas que hacen parte de un sistema en el que constantemente estos proyectos emergen y se inscriben en una época donde el Encuentro Nacional de Mujeres lleva ya su edición número 33 –este año en Trelew–, sumado a que también hoy, mientras escribo este texto, está comenzando el debate por la ley de despenalización del aborto, que en definitiva se vincula con legislar y darle carácter de “legal” o
“ilegal” a un hecho que efectivamente sucede, y que en la profundidad se vincula con el derecho de las mujeres a decidir sobre sus cuerpos y sus vidas, descartando la idea de que la mujer está previamente “destinada a”. Este hecho aparentemente nimio –la propia autorización de una mujer a sus decisiones y deseos– también me llevó desde un comienzo a pensar en la práctica de las mujeres autoeditadas, poetas y escritoras “editoras de sí”, que también rompían con la lógica de la legitimación que se supone proviene de una editorial. Y en esta línea apareció, mientras yo escribía este artículo, un particular discurso de Sol Fantín que presentaba su último libro –paradójicamente llamado Normalidad–, hablando acerca de su experiencia como editora de sí misma. Me interesó porque dijo allí que el proceso de publicar (ir al encuentro de un público) forma parte de una obra de manera inmanente. No es algo que le sea externo o que se le pueda adicionar o no. Se necesita que la obra (o la escritura, cuando todavía no es obra) se complete con la lectura. Habla en ese momento de algo que me pareció interesante porque era lo mismo que me sucedía al momento de pensar la relación entre feminismo y edición: dice Fantín que el sentido de la obra es compartido. El sentido –dice– es por definición lo que me enlaza con los otros y las otras. “La obra o la escritura que no busca, que no se orienta hacia la construcción de ese lazo con los otros, no puede tener sentido”. Esto me llevó a considerar que la autoedición también es un proceso bien complejo y rico que existe de manera creciente desde la crisis del 2001 o antes, en el momento de concentración de la industria en los 90, y que refleja también muchos procesos que se imbrican con el editor y su consideración como intelectual creador de un catálogo. La autoedición de un autor para una única obra que produce y distribuye no termina allí: puede también ser el puntapié para un autor que se autoedita dentro de un sello editorial porque tiene la pretensión de construir un catálogo sin necesidad de otras voces que lo “autoricen”, y es necesario recuperar el trabajo de múltiples autores y editores que desde los márgenes de la industria crearon proyectos autogestivos de enorme circulación. Mientras pensaba en el lugar de las mujeres o los feminismos en el mundo editorial, recordé también que hace unos años, cuando trabajé en la compilación de un libro de entrevistas a editores y editoras, Optimistas seriales, aparecían en dos entrevistas, a Ana Cabanellas y Trinidad Vergara, menciones del rol que tenían sus madres en
el proyecto editorial familiar. Ana María Cabanellas contaba que la editorial le venía como una herencia familiar de su padre, que apenas llegado a la Argentina en 1944 abrió la editorial Atalaya, de libros jurídicos. Al hablar de su madre contaba que también trabajaba haciendo traducciones, pero que estas traducciones las firmaba su padre “porque necesitaba armar su currículum”. Trinidad Vergara también hablaba sobre la constitución familiar de la editorial Javier Vergara, y contaba que “mi madre, que era profesora de literatura, me enseñó más que mi padre, porque era el alma de la editorial: la que pasaba horas y horas leyendo y seleccionando los originales, y decía ‘Este libro sí, este libro no’”. Estos dos ejemplos, que recuerdo al azar, nos muestran una tendencia general de la edición hasta hace algunas décadas: que a lo largo de la historia de la edición las mujeres no estuvieron ni mucho menos ausentes, pero evidentemente tuvieron un lugar mucho menos jerarquizado, y a veces hasta “invisible”, marcando una división del trabajo que implicaba que, aunque intervinieran en el trabajo fino con el texto, las direcciones editoriales seguían siendo muy masculinizadas. Esto no se trata de un hecho aislado, sino vinculado íntimamente con el lugar social de la mujer, y el papel que hasta buena parte del siglo XX le correspondía a la mujer y al hombre: quién podía tener –o no– una voz propia. En los últimos años, de todos modos, pudimos observar algunas cuestiones que marcan
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otra tendencia en la mujer en el mundo editorial: Gloria Rodrigué es un referente internacional; Ana María Cabanellas fue presidenta de la Cámara Argentina del Libro; Trinidad Vergara fue recientemente la presidenta de la Cámara Argentina de Publicaciones; Leonora Djament y Constanza Brunet ganaron el premio al mejor editor; Patricia Piccolini es la directora de la carrera de Edición en la Universidad de Buenos Aires, etc. Para escribir este artículo conversé con algunas editoras de editoriales recientes, todas ellas vinculadas con la edición de textos de ensayo, sean o no de autor o autora argentinx. Quería meterme en esas editoriales para ver cómo habían llegado estas mujeres a publicar sus propios textos elegidos, su propia “obra” o discurso editorial. Al hablar sobre las motivaciones, me encontré con la respuesta por una “falta”, de temas, modalidades editoriales, o enfoques que encontraban en el campo. En muchas de ellas aparece también el deseo de intervenir, poner la voz y hablar en público a través de los libros, conformar y generar ese “collar invisible” que los libros arman y que, como suele decir Roberto Calasso, es la “obra” de todo editor o editora. Intervenciones que hasta hace pocas décadas estaban vedados simbólicamente –a la manera del bien conocido “techo de cristal”– y que ahora sale a la luz eclosionando como un deseo de poner en escena palabras, debates, puntos de vista y decisiones sobre todos los momentos de la producción del libro, pero también temas, ma-
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teriales, textos que cuestionan o rompen las ideas identitarias, abriendo discusiones sobre la maternidad, la paternidad, la legalización del aborto, la diversidad sexual, la identidad de género, la prostitución, la violencia de género o la diversidad corporal, entre muchas otras reivindicaciones asociadas a leyes –o en su defecto a falta de legislación– en la Argentina modelo 2018. Más allá y más acá de herencias y referencias emblemáticas del pensamiento feminista, como Virginia Woolf o Simone de Beauvoir, los textos actuales que circulan cada vez más en los últimos años pretenden analizar las prácticas cotidianas bajo la óptica del feminismo, que no solo pretende denunciar la ausencia de igualdad entre hombres y mujeres, sino también abrir y anular la idea del género como algo binario, visibilizando las sexualidades disidentes y la complejización de la asignación de identidades. Si bien existía desde 1995 un proyecto como la “Librería de Mujeres. Centro de Documentación sobre la Mujer”, dirigido por Piera Oria y Carola Caride, militantes feministas que habían creado una librería de textos escritos por y para mujeres, donde además de la librería había un centro de documentación sobre género y libros sobre maternidad, aborto, psicoanálisis, trata de mujeres, educación, feminismo, fue hace pocos años, cuando el tema de género se plasmó con fuerza en los medios de comunicación masiva, el momento en que las editoriales comenzaron a publicar y la demanda creció. Múltiples factores, como hemos dicho, cuajan en esta inmensa oferta y demanda. Quizás se debe a las denuncias y el movimiento #Niunamenos, en los últimos años – consecuencia local del movimiento social mexicano “Ni una más”–, momento desde el cual el feminismo y el movimiento de mujeres tienen un protagonismo inédito, y que marca que muchas temáticas se estén pensando y repensando bajo esta óptica. Hay un sinfín de libros concretos que han tenido muchísima circulación en los últimos años y de algún modo se volvieron lecturas obligadas para un movimiento de mujeres en formación: a los textos que ya circulaban de Paul Preciado o Judith Butler, se sumaron en los últimos años trabajos de Rita Segato, Mabel Belucci, Virginie Despentes, Silvia Federici o Luciana Peker, por nombrar solamente algunxs; a lo que podemos sumarle la aparición en 2015 de la Colección Antiprincesas de Chirimbote, un hito ya que manifestó una preocupación (y una alternativa) para la construcción de modelos en los niños y niñas, partiendo de la idea de recuperar mujeres reales que le pusieron el cuerpo a sus deseos e ideas,
rompiendo mandatos en todos los ámbitos. Es indudable que los debates sobre feminismo y género están “de moda” y no solo en Argentina, sino también en colecciones feministas de editoriales como La Decouverte o Traficantes de Sueños. Esto es fácil observarlo por la proporción de títulos sobre estos temas que publican editoriales grandes, medianas, académicas o de nicho y que se proyectan en los planes editoriales de 2018. Entre las editoriales que surgieron luego del 2000, podemos encontrar a Entropía, Hekht, Excursiones, La Mariposa y la Iguana, El Octavo Loco, Rosa Iceberg, Marea, Paisanita, Pequeño Editor, solo por mencionar algunas editoriales comandadas por mujeres, que se suman a proyectos anteriores como Beatriz Viterbo o Adriana Hidalgo, casos emblemáticos de la década anterior. Pero habría que agregar grandes nombres editoriales que, aun sin ser directoras de proyectos independientes, tienen una inmensa trayectoria en el campo, como Leonora Djament, Mercedes Güiraldes, Paula Pérez Alonso –sólo por nombrar algunas–, que actúan de hecho como diseñadoras intelectuales de los catálogos, aunque no tengan puestos directivos en las editoriales. Si en este texto me voy a detener en las voces de unas pocas editoras, es porque quise referir en detalle las voces de quienes llevan adelante proyectos editoriales fundados por mujeres, para abordar las decisiones o necesidades que las llevaron a fundar editoriales que publican –entre otros géneros– ensayos, género híbrido y resistente por definición. Mis interlocutoras fueron varias, y las horas de conversación grabadas muchísimas, lo cual dificultó escribir un texto prolijo o sistemático. Las conversaciones mantenidas en estas semanas me hicieron dar cuenta de que preguntar e intentar comprender la relación del feminismo y las editoriales es ya uno de los fundamentos de una historia feminista de la edición en Argentina, en primer lugar porque pretende dejar registro, tomar en cuenta el rol de las mujeres como editoras a lo largo de las últimas décadas recuperando sus acciones, innovaciones, papel particular y funciones. Por otro lado, porque permite evidenciar y tomar cabal conciencia de que las prácticas de estas mujeres como editoras mujeres lanzando debates al espacio público hacen prácticas performativas (hacen cosas con palabras), a partir de los modos en que los debates de los libros intervienen en la esfera pública para generar movimientos institucionales, o bien porque permite comprender los libros como reflejo de movimientos y demandas
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sociales previas o latentes. En este texto pretendí plasmar un estado de ánimo epocal entre las mujeres que dirigen proyectos editoriales que en los últimos años están componiendo un paisaje de publicaciones, prácticas y modos de la edición desde una mirada en particular, tengan o no catálogos de contenido explícitamente feministas, tengan o no la intención de tenerlos. Y encontrando que muchas veces las mujeres al frente de proyectos editoriales generan libros –y por ende comunidades de lectores– en donde se producen reflexiones sobre ciertas temáticas que ponen en jaque identidades sociales y sexuales preasignadas. Al mismo tiempo, los gestos editoriales suponen un recorte y una mirada en sí misma que en muchos casos es denunciante por ser “visibilizadora”, por ejemplo la decisión de las editoras/ autoras de Rosa Iceberg al propulsar un proyecto que solamente edita a mujeres. Pensemos que se cumplen veinte años del año 1998, momento en que se unieron Sudamericana y Random House, cuestión que marcó un momento de intensificación de dos décadas de progresivas fusiones y concentración editorial no solo en Argentina sino en el mundo, lo cual generó un paisaje de grupos concentrados y también cantidades inmensas de proyectos más pequeños y personales, con publicaciones de nicho. Son estos proyectos los que estuvieron bajo el foco en este ensayo, cinco editoriales de pequeña escala (que publican entre tres y diez novedades por año). Se trató de Marea Editorial, Hekht Libros, Excursiones, La Mariposa y la Iguana y El Octavo Loco, varias de ellas provenientes de las experiencias colectivas del mundo autogestivo vinculado con la F.L.I.(A) en los primeros 2000, que luego continuaron como proyectos editoriales propios. El movimiento plasmado en aquel primer #Niunamenos evidenció en sus tres ediciones una voluntad de “decir” y denunciar que venía gestándose y que aparece en muchos grupos de mujeres, estén estos o no en la escena pública. Muchas veces designado como feminista, ese movimiento asume y visibiliza debates actuales como la violencia machista, la desigualdad económica y la propia historia de reivindicaciones de las mujeres, el aborto, las disidencias de género, etc. La consigna “Basta de silencio” se complementa con –y se refleja en–
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un activismo que, mudo, grita a través de los textos, que implica una toma de posición marcando el rasgo performativo de la edición y de la circulación de libros o textos, que no es otra cosa que circulación de ideas, debates, posturas, que reflejan preguntas y cuestionamientos que están emergiendo en la sociedad, actuando como un círculo virtuoso, o al decir de Dafne Pidemunt, como libros que son “armas cargadas de futuro” –expresión que proviene de un texto de Gabriel Celaya, “La poesía es un arma cargada de futuro”–. De un futuro –esperamos– con lenguaje y legislaciones inclusivas. Conversé con algunas de estas editoras sobre sus motivaciones, posicionamientos y problemáticas, dentro y fuera de los textos.
Cuando se les pregunta a las editoras de Hekht –Marilina Winik y Natalia Ortiz Maldonado– sobre sus motivaciones, plantean a la editorial como una plataforma que surgió desde un lugar de prácticas colectivas, contagio y afinidades, luego de largo tiempo de trabajar libros “para otros” y darse cuenta de que tenían ideas para publicar. También asumen una identificación entre lo que se transmite desde los textos y sus propias vidas:
tuvieran una pretensión de permanencia más larga y más profunda. Al comienzo, Nurit –poeta y dueña de la librería online Micasa– tenía la intención de armar una editorial de poesía, pero luego, en el trabajo conjunto en la edición de No retornable, descubrieron que trabajaban bien juntas y dieron paso a pensar una editorial de ensayo. La editorial –pensaron– vendría a cubrir un género que no tenía mucha producción (el ensayo). Echevarría suma que la editorial llegó hace cinco años como resultado de una larga época de formación como licenciada en Letras y directora de la revista No retornable durante diez años. Además, encontraban que los textos de ensayo tienen un tiempo más largo y más profundo de maduración, cuyos temas se meditan, se piensan y se procesan, al mismo tiempo que puede permanecer en la discusión más tiempo. Kasztelan considera que el ensayo implica un gesto de intervenir, no ya el rol de difusión que podían tener la revista o el ciclo de lectura; Echevarría lo describe así:
Es importante para nosotras que lo que los textos proponen no sea muy diferente de las prácticas que sostenemos. Tampoco creemos que la editorial sea solo sacar libros. No venimos de esas prácticas, sino que creemos que la editorial es una plataforma y venimos de prácticas mucho más colectivas. Si bien con Hekht hubo talleres de género, de estética y política, el que se hizo en (Experiencia) HIEDRA, el Degenerando, así como hubo procesos colectivos de hacer los libros, en todos fuimos muy cuidadosas de no crear una escuela. No tendría nada que ver ser feminista y ser narciso-identitaria. El lugar del autor como el editor “que explica” es un lugar identitario.
La revista fue en un momento más experimental, de crecimiento y formación, y el libro tiene, en términos de los autores, un proceso posterior, que implica decir “Ya exploré, investigué, encontré mi voz y hago un libro”. Tiene que ver con otro proceso de maduración. Queríamos publicar ensayo latinoamericano, pero apuntar al lector de poesía y narrativa, que también es un lector pensante. Por otro lado, en general los libros de ensayo tenían portadas solemnes, y pensábamos que no tenían que ser tan solemnes, sino que queríamos mostrar lo lúdico y lo riesgoso de nuestros libros que podían ser representados por otra estética, sacarles la rigidez.
El caso de Nurit Kasztelan y Sol Echevarría, de Excursiones es distinto pero tiene afinidades con Hekht en el sentido de que ambas se encontraban en un momento en el que querían pasar de trabajar con textos que circulaban a gran velocidad en el marco de plataformas de difusión –la revista digital No retornable en el caso de Echevarría y el ciclo “La manzana en el gusano” en el caso de Kasztelan– a generar textos que
Las editoras de Hekht relatan que tuvieron que hacerse cargo de todo el proceso de producción y distribución del libro. Mencionan que el proyecto nació de una necesidad de ellas, que se reconocen como mujeres “feministas o posfeministas”. Para ellas, “la masculinidad viene con la estandarización”, y por eso trabajar con mujeres les dio más oportunidades de pensar los proyectos “de maneras singularizantes”. Mencionan que la editorial tuvo una “mirada de género” porque ellas la tienen, pero que esa mirada significa una mirada sobre lo diverso:
Deseos fundantes
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Tener una posición no binaria es tener una posición no binaria en serio, y es nuestro desafío mental permanente. Lo que hacemos es marcar la potencia del género, escriba quien escriba, la potencia y la diversidad, y es una práctica desestabilizadora. No es que pensamos una editorial feminista. Fue nuestro propio desarrollo, nuestra propia vida, nuestros propios textos, y empezar a mirar lo que nos ocurría. Tuvimos el rompimiento con dos grupos totalmente masculinos, y eso también fue empoderarse, hacerse cargo, y de esa manera fuimos profesionalizando el ciclo y teniendo que tomar de principio a fin todas las decisiones. El criterio para que nos guste un texto tiene que ver con un tipo de sensibilidad para lo complejo, para lo sutil, desde En casa hasta Nuca. Todos tienen una perspectiva sobre lo sutil, lo que escapa a lo binario: escapa a si es varón o mujer. Tiene que ver con el tipo de escritura… La impronta de la editorial era posfeminista, en el sentido de abrirse a lo diverso. Un autor como Reynaldo Jiménez, con la sensibilidad que tiene en Nuca, ¿qué es?, ¿un hombre? En una interpretación similar, Nurit y Sol, editoras de Excursiones, afirman que para ellas la intervención va más allá del género, y puede ser política:
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Prosa plebeya fue escrita por un hombre (Néstor Perlongher) y para mí trasciende el hecho de si lo escribió una mujer, o quién lo escribió. Él trabajaba el deseo como una fuga en el momento en que ser homosexual estaba muy mal visto, en época de dictadura, cuando realmente se tuvo que exiliar y se trataba de una fuga. Cuando pensábamos el género ensayo, creíamos que tampoco había que restringirse, y salimos a buscar y a ver: ¿qué piensa este escritor? ¿Qué recorrido hizo? En el caso de No leer, Zambra tiene unos textos muy bellos, y muestra su mirada como lector, y aparecen temas en común con nuestro país, que es la pregunta que se hace de qué pasó en ese bache de la post dictadura, cuál fue su formación, qué libros salió a buscar. Es un recorrido como lector, pero escrito por un escritor. Ana Ojeda cuenta que su editorial, El Octavo Loco –que comparte con Rocco Carbone–, empezó en el 2005, y en ese momento se basó en un “nodeseo” de esperar, de querer ver un libro editado. Este proyecto se sitúa en un panorama donde comenzaron a eclosionar proyectos editoriales originales al ver cerradas muchas puertas para editar libros en editoriales comerciales. Teníamos un libro de Olivari que queríamos sacar, no sabíamos cómo llegar a las editoriales establecidas, y nos pareció más fácil hacerlo nosotros. Sin pensar en hacer una editorial, sino solamente por el deseo de hacer ese libro. Tal vez por eso la editorial nunca se volvió una actividad sustentable. Nunca jamás hice un presupuesto de un libro. La libido estaba muy puesta en hacer el libro, pero toda la etapa de después, la etapa de comercialización y prensa, nunca la pude atender. Siempre se hizo de manera a la intemperie.
Para entender y situar el surgimiento de La Mariposa y la Iguana –en 2009– hay que volver a pensar en el movimiento editorial autogestivo de los años 2000. Dafne Pidemunt –una de sus creadoras, junto a Leticia Hernando– cuenta que ella como autora distribuía sus propios materiales, y que el comienzo del sello editorial ocurrió cuando con Leticia, su pareja, querían editar una plaqueta con poesías. Es decir que la editorial comenzó con la publicación de lo que ellas escribían, por el deseo de visibilizar sus textos y los de otras personas que admiraban. Leticia es poeta y trabajaba como administrativa. Un día yo me quedo sin material para vender, y Leti me dice de comprar una impresora con el aguinaldo. Ella incluso robó una resma de su trabajo para hacer una plaqueta con poesías nuestras. Todo el tema de “fliar” desde la previa, o la cosa fanzinera, o la autoedición de libros más chicos, estuvo en el comienzo. La estrategia de la editorial fue de hormiga: pensar la editorial a futuro y no querer invertir de golpe, porque vimos a muchos amigos y amigas fundirse. Nosotras arrancamos desde lo pequeño, y de cada venta de cada libro separamos el doble del costo, y queda separado para reimprimir. Lo que nos ayudó mucho también fue que en 2011 aplicamos para el Capital Semilla y eso nos permitió comprar las máquinas con las que imprimimos las tapas.
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Líneas de partida Los distintos proyectos tienen una línea ideológica o política, explícita a través de las temáticas o implícita en la elección del recorte editorial. En cuanto a Hekht, se expresan en sus libros distintas líneas ideológicas. En primer lugar una línea política, ligada al autonomismo y la complejidad de la toma de decisiones en un colectivo. Sin embargo, esa no es la única tendencia que aparece en el catálogo: Los libros entran a participar de lo que se genera con los libros: reflejan una realidad que se quiere visibilizar. Nosotras no queríamos publicar teoría, y menos teoría feminista. Ese corpus que es entre activista, autonomista, anarquista, estético, es el corpus de Hekht. Habla de lo que pensamos. Este mismo juego entre la realidad adentro y afuera del libro se les dio en un evento que muestra esta línea y se convirtió en un evento fundacional en el considerarse una editorial: la “Tipeada colectiva” cuando se publicó La sublevación de Bifo. Para las dos editoras, este evento muestra esta línea y fue fundacional en el autoconsiderarse como editorial: Fue como hacer con otros desde un lugar donde Hekht no tenía ninguna idea de cómo hacerlo. La tipeada fue algo muy loco. Teníamos que pasar todo el libro –Bifo nos dijo “El libro es de ustedes, háganlo, imprímanlo”–, y teníamos que pasar todo un libro porque el editor español nunca contestó ni nos pasó el archivo y nosotras lo queríamos hacer. Entonces Bifo nos manda por avión el libro, pero había que cargarlo, había que digitalizarlo. Y no sabíamos qué hacer, y entonces dijimos: bueno, invitemos a la gente a hacerlo. Entonces invitamos anónimamente a la gente de las redes sociales a La Libre para tipear un libro. Cada uno tenía que venir con su computadora, y lo particular es que el libro además tenía que ver con el cognitariado. Eso fue un acontecimiento: la gente estaba escribiendo y se produjo ahí lo que el libro decía que estaba ocurriendo, se produjo como un loop.
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Al hablar de sus elecciones, las editoras de Excursiones refieren un interés por textos actuales y que al mismo tiempo se alejen de la coyuntura. En este sentido, Sol Echevarría menciona el texto de Alfonsina Storni Un libro quemado como un texto donde lo interesante era que planteaba lo problemático del rol de la mujer y lo impactante es ver que eso sigue tan latente, y afectando a la sociedad. Es un libro actual, porque ves los conflictos que siguen ocurriendo, pero con otra hipocresía. Además, ella misma denuncia en uno de los textos la invisibilización de la escritura de las mujeres, entonces era jugar a que su libro también era “Un libro quemado”, un libro invisibilizado. También en el prólogo queríamos rescatar su lado más transgresor. Ana Ojeda habla de la línea ideológica de la editorial, y afirma que, para ella, la labor de un editor o editora termina siendo la obra que se refleja en el catálogo. Es una obra creadora en sí misma. El editor o editora va uniendo diferentes libros y ofrece una creación propia. Yo lo que plantearía como política feminista es tener la misma cantidad de autores y de autoras, cuestión de la que me volví más consciente desde el 2010, cuando además me volví más políticamente activa. Ahora: eso puso en evidencia también que yo, sin hacer nada, recibía 90% de libros de hombres. Las mujeres llevaban mucho más esfuerzo, porque tienen otra manera de socializar, y otros tiempos, tiempos que no son tan funcionales al mercado. Tienen que resolver la familia, ser madres, la casa. Cuesta más llegar a ellas, que terminen sus obras. Tienen bocetos pero no tienen el tiempo, porque hay que ocuparse de la casa y después del mundo laboral, y después del mundo de ser escritora.
Dafne Pidemunt, de La Mariposa y la Iguana, define la línea de la editorial como feminista, que trabaja con diversidad y con textos que tienen una mirada inclusiva. El catálogo está atravesado por temáticas de género y diversidad, aunque las colecciones del catálogo incluyen ensayo, narrativa y poesía. Si bien la editorial se pensó con la idea de publicar autores contemporáneos, con el tiempo aparecieron autores clásicos o textos de ensayos que marcaron el comienzo de las colecciones Palimpsestos y Praxis. Pidemunt considera que fue el #Niunamenos, sumado a la sanción de las leyes de Matrimonio Igualitario y la de Identidad Sexual, los hitos que ampliaron la tendencia a publicar temáticas de género, lo cual fue enriqueciendo a la editorial y dándole una dirección.
La línea ideológica tiene que ver con mis intereses: me interesaban las minorías, los derechos humanos, me resultaban interesantes, y los primeros libros lo reflejan, especialmente el libro de Osvaldo Bazán sobre la historia de la homosexualidad en Argentina y el libro sobre un grupo de niños sobrevivientes de la Shoá. Los libros al principio partían de mí, de mis ideas, y eran propuestas mías a gente que las trabajaba. Después, empezaron a llegar, pero al principio yo quería darle una línea. Elijo temas y orientaciones, mientras haya debate y no sea sectario.
La editorial tiene que ver con nuestro lugar, en el que las dos somos poetas y lesbianas, aunque tenemos muchos textos que no tienen que ver con temáticas de género. Pero también somos inclusivas en eso: no es que “si no es lésbico-feminista no lo publico”. Nos tiene que gustar, llegar, y que sea un texto bueno para que se lea y que nos represente desde la apertura de cabeza que puede generar. Hay cosas que nunca vamos a hacer, como tomar un título donde se hable de una experiencia religiosa o donde se trate de partidos políticos capitalistas con los que no estamos de acuerdo. Pero todo lo que nos identifique es material que se puede editar. Constanza Brunet, editora de Marea desde que comenzó el proyecto en 2003, afirma que la línea de la editorial puede identificarse con sus intereses desde que comenzó el proyecto: visibilizar textos que hablaran sobre las minorías y los derechos humanos, tratando de mostrar el movimiento de la sociedad, que por un lado cambia y por otro lado tiene permanencias, es decir que los libros puedan durar más tiempo.
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España y la masculinidad: la doble exclusión de la lengua El tema del lenguaje, tanto en los textos en castellano como en las traducciones, es complejo, ya que en el lenguaje se evidencian los modos de ver y hablar del mundo. Muchas editoras con las que conversé ponen el énfasis en la intervención que hacen sobre el lenguaje a la hora de publicar los libros. Varias de ellas afirman que trabajar sobre el lenguaje pone muy en evidencia el grado de colonización del lenguaje que circula en los libros de edición argentina. Para las editoras de Hekht, esto tuvo consecuencias en el hecho de tener un nivel de intervención altísimo sobre los textos, al punto de tener conflictos con los traductores. Ortiz Maldonado lo expresaba de esta manera, afirmando que además, en el libro feminista o posfeminista, si no se puede intervenir sobre la política del lenguaje de ese libro, no tiene ningún sentido. El traductor profesional varón es un traductor que traduce como si trabajara para Anagrama de España, traduce en neutro y en voz masculina. Y toda ambigüedad se resuelve para el lado de la masculinidad. Y les parece poco interesante, poco profesional la impureza del lenguaje. Son usinas de colonización. El tema de los derechos y de la lengua son los procesos neocoloniales sobre la cultura. Los subsidios son “difusión de autores y colonización de saberes”, es eso. Nosotras lo sabemos y por eso cada vez que traducimos algo tiene que justificarse. Nosotras tenemos mucha conciencia sobre eso y lo pensamos todo el tiempo. Palabras que en el francés o inglés eran ambiguas, o eran “les”, acá las traducían como “los”. Nosotras priorizamos las traducciones al rioplatense: el vos, la acentuación, y eso para ellos es inadmisible. Hasta nos han preguntado: “Pero… ¿y la exportación?”. O sea: el precio de la circulación y la exportación es España y la masculinidad. O sea que sobre el problema sobre la institución España-colonia había otra institución que era la masculinidad. Y los traductores varones cargan con las dos. En el mismo sentido, Ana Ojeda reflexiona fuertemente sobre las traducciones y las variedades, y en definitiva sobre el imperialismo geopolítico del lenguaje:
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Esta tremenda necesidad que tienen de llevarnos a una variedad panhispánica del español. Estoy en contra y soy una militante del rioplatense. Pero no porque crea que el rioplatense es mejor. Me parece que todas son igual de eficaces y dignas de cohabitar en el mundo, donde tenemos que tratar de hacer convivir, no hacer una variedad única. En esto también está el lenguaje equitativo, que a los hombres les molesta un montón. Es increíble la molestia que genera una pequeña “x”. Me dicen: “no se entiende”. Y yo pregunto: ¿qué parte no entendiste? O bien las personas se ríen como manera de neutralizar. Y está muy ligado con el tema de las traducciones. Para mí cada tribu tiene que tener su traducción. Es una postura radical que me parece un círculo virtuoso. Pero no es compatible con el mercado, ni es compatible con los deseos de España, que quiere que leamos las traducciones de Anagrama. Yo pienso que en España tienen claro que el idioma es poder y es plata. Yo creo que el heteropatriarcado por donde primero fluye es por el lenguaje. Y el imperio, el imperialismo, y la colonia van de la mano. Porque nosotros “nos” hablamos a través del lenguaje. Por eso estoy a favor de romperlo. Las editoras de Excursiones no intervienen en una medida tan grande. Si bien Sol Echevarría considera que el lenguaje es algo social en el sentido de que une a las personas y les permite comprenderse, pone el foco en el hecho de que aunque sirve sólo si funciona para comunicar, también es algo impuesto y es arbitrario. Es verdad que podría no haberse elegido la “o” y haberse elegido otra cosa, y quizás a partir de ahora todos los textos van a estar escritos con “x”, pero todavía es algo que choca, y todavía no lo usamos. Además, es muy difícil intervenir a un autor vivo, y no me parece que sea válido. Vos podés decir: a este autor lo publico o no lo publico, pero no pulirle las palabras.
Constanza Brunet vincula el lenguaje a la exportación a otros mercados. Lo primero que plantea es que se trata de temáticas argentinas que difícilmente interesen en otros mercados, pero afirma también que, desde la Alianza Internacional de Editores Independientes, un punto central para la colaboración es el proyecto de coediciones. A veces hay coediciones entre editoriales de una misma lengua pero de otros países. Hacemos una sola traducción, y nos repartimos los territorios, y cada editorial puede tomar sus traducciones. Pero aunque se hagan en España, muchas veces les cambiamos las “llegadas”, para que no sea chocante. Lo que para los españoles es “neutro”, puede ser chocante en Argentina, así que algunas cosas las sacamos. En La Mariposa y la Iguana consideran que el tema de la traducción es complicado, y que tratan de mantenerse lejos del “neutro” del español, pero al mismo tiempo tampoco traducen al rioplatense. Es un intermedio. Nosotras tratamos de respetar cómo escribió el autor o la autora. Igual es maravilloso el cambio que se dio en estos últimos años, por ejemplo la utilización de la “e”, o la “x”. En su momento yo escribía con el @, luego se definió que eso también era binario. Creo que año a año va mutando. Nosotras editamos a Sabrina Testa con un ensayo que habla sobre la inclusión en los espacios educativos, y ella lo escribió como Sabrina, y hoy por hoy se autodefine como Sabrina-Santiago y habla de “identidades fluidas”, entonces esto mismo va cambiando en el proceso mismo del día a día. Yo creo que dentro de unos años va a nacer una nueva forma de escritura para los borramientos de género que realmente sea inclusivo y que va a ser naturalizado por la sociedad. Hay que considerar que hace mucho tiempo era impensable que se discutiera sobre la forma de hablar o nombrarnos y hoy eso pasa.
No al paper: el ensayo como práctica resistencial Varias de las editoras entrevistadas mencionan que hay una considerable ausencia de mujeres ensayistas. Las editoras de Excursiones afirman que no hay casi ensayistas mujeres o no están habituadas a escribir en un lenguaje híbrido del ensayo, distinto a la academia. Además, mencionan que tal vez es difícil para la mujer ocupar ese lugar de ensayista y pensadora. Sol Echevarría menciona que el tema del género y de que hombres y mujeres estén compensados en el catálogo es algo que han pensado y discutido, pero que se encuentra con un problema: Es un tema que nos preocupa, siendo mujeres, y más en este período marcado por cuestionar ciertas miradas que han sido mantenidas por muchos años, nos preocupa que haya desequilibrio. Pero de hecho hemos contactado e insistido a mujeres que nos interesa que estén, pero a veces no nos responden. Tampoco es cierto que uno dice “levanto las barreras” y entra por igual el mismo caudal de hombres y mujeres. No es verdad eso. Uno levanta las barreras y en el género ensayo, por lo menos, hay muchos más hombres que mujeres. En el mismo sentido, Natalia Ortiz Maldonado decía que en Hekht también les interesaba encontrar mujeres que hablaran sobre los temas que querían publicar, pero que no había. Lo atribuye a que en Argentina la política de producción de saberes va en contra del ensayo, la producción de conocimiento está tan normativizada desde las formas de lo académico que es difícil encontrar escritura ensayística, mientras que en otros países, como Francia, hay una tradición de ensayo: En Argentina tenés diez o veinte ensayistas y nada más. El ensayo requiere mucho tiempo. El lugar del ensayo tiene que ver con esa experiencia resistencial, es “el género maldito” del conocimiento. Aún está reclamando un lugar de legitimidad como circulación de conocimiento, y eso es interesante. Es el lugar masculino, es el lugar que se arroga el derecho de decir.
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El lugar y la función de una editora Para las editoras entrevistadas, las funciones de una editora y una editorial son múltiples. Por un lado se trata, como afirma Constanza Brunet, de estar al tanto de lo que sucede en la realidad, y oficiar de esa tarea de seleccionar –que muchas afirman que es lo más difícil– y generar y ofrecer un texto “dignificado”, ofrecerlo al público con una buena calidad. Para las editoras de Hekht, la función de una editora se vincula con una política de la lengua, que significa intervenir en dos sentidos: por un lado sobre la lengua, y por otro lado sobre la política, ya que muchos de sus libros son tomados por grupos autonomistas o de género. Sin embargo, eso parece ser parte de un efecto sorpresivo o inesperado, porque “hay una diferencia entre editarlo ‘para que eso ocurra’, o porque creemos que algo tiene que ser dicho”. Sol y Nurit, de Excursiones, también consideran este rasgo de intervención en el campo, en el sentido de publicar lo que se quisiera leer o que se lea. Nosotras siempre decimos que ser editor o editora es publicar los libros que uno quisiera leer. Uno siempre interviene en el campo, y lo hace porque siempre siente que algo falta. Es una forma de intervenir, queremos que estos textos sean leídos. Uno lo hace desde el lugar del deseo. Al hablar de la función de una editora, Ana Ojeda vincula esta reflexión con el campo más amplio de las relaciones entre los distintos actores del mundo del libro. Afirma que desde las últimas ediciones de la Feria de Editores se discute qué es un editor, qué es una editorial y qué función tiene. Ella propone diferenciar entre una editorial comercial que es un negocio, y por otro lado sellos pequeños que no llegan a profesionalizarse, porque el problema mayor es que no hay público lector. Por lo tanto –sostiene– hay reclamos de escritores a los editores, pero muchas veces no son editoriales que tengan espalda para pagar regalías: “Los pequeños sellos no tienen las condiciones materiales de reproducción de su existencia como para reproducir el modus operandi de los sellos comerciales”, y por eso considera que “se debe repensar el vínculo entre editores y escritores, en primer lugar, proponiendo esquemas de asociación con el autor”. Por este motivo, una de sus decisiones es que sus libros se puedan bajar gratuitamente en PDF.
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Creo que el modelo de editorial que yo tenía para El Octavo Loco quedó viejo, en el sentido de que no pensaba demasiado la venta anticipada, el crowfunding, un catálogo elástico y muy bien comunicado a mi pequeño público. Si tengo un público de 300 personas, se trata de estar comunicada y llegar a esas personas, hacer un club del libro, a la manera de Blatt & Ríos. Si vamos a ser “prosumidores”, repensemos el rol de cada uno. Si no vamos a ser sellos editoriales, que es lo que se está poniendo en duda, seamos otra cosa. Y veamos cómo entra el autor, el editor, internet, el papel. Y una de las personas que me ayudan a pensar siempre estas cosas es Matías (Reck). Matías piensa siempre de manera al revés de todo el mundo. Lo que hace Matías es por ejemplo sacar la Nueva poesía… y saca cinco ejemplares. Sale prensa, reseñas y el libro no existe en ningún lado. Está bueno para pensar entonces qué es un libro. Si salimos en la prensa, ¿entonces qué significa? Significa o genera tal vez una idea de solidez que es ficticia. Es una especie de hack the system. Agarra hilachas y las usa en contra del sistema a ver qué pasa. Y otras personas interesantes a nivel de reflexión y práctica editorial son Funes [Lucas Oliveira, editor de Funesiana] y Eric Schierloh [editor de Barba de Abejas], que son usinas de novedades que sigo con atención. Me parece que en ese sentido las mujeres somos más retraídas. No significa que no tengamos pensamientos, pero somos más pudorosas de compartirlos. Las editoras de Hekht plantean que algo importante es tener en cuenta que la intervención que se hace desde el mundo del ensayo tiene efectos multiplicadores y efectos políticos: creen que la editorial en sí es una intervención. Y dicen de sí mismas y de su generación que si hubiéramos nacido en otro momento, tendríamos un partido político, pero como nacimos en la dictadura, ya no tenía sentido. Tenemos la ventaja de que la revolución no nos interpela, y que no nos interpele no significa que no nos interpela la transformación, pero es diferente.
Al pensar en la función de una editora, una editorial y los libros, Pidemunt utilizó la frase “un libro es un arma cargada de futuro”. Con esa frase –que inspiró el título de este texto– quería expresar que los libros como objetos artísticos son reflejo de una época y siempre muestran lo que ocurre por fuera de ese gran sistema, aquello que no está masificado. En este sentido, la función de una editora tendría varios niveles: a nivel macro, sería “ayudar a ver”, es decir, mostrar nuevas formas de ver. Y a nivel micro, la función es casi de terapeuta: hablar con los autores, darles confianza, decirles que va a funcionar. “Con los vivos la función es acompañar, y con los muertos es visibilizar”. En relación con lo que se “visibiliza”, cuenta una anécdota particularmente interesante: Nosotras publicamos a Lorca y su obra de teatro LGTB. ¿Quién leyó eso? Nadie tiene la más pálida idea de que antes de que lo fusilen estaba escribiendo desde otro lugar. Y esos son los títulos que decidimos editar. Una vez un librero me dice: “Perdí una clienta por un libro tuyo, pero te lo agradezco”. Se llevó El diván del Tamarit y volvió y me dijo “¡Esto no es Lorca! Yo no voy a venir más acá!”. Porque ese libro de Lorca tiene poesía homoerótica. Por eso creo que la función de un editor o editora y la de una editorial es esa: abrir la cabeza.
Luego de escribir el texto, de nuevo necesité meditar qué es lo que había cambiado y decantado en mí después de estas conversaciones. Creo que, como decía Ana Ojeda, no hay nada que en la actualidad y en el mundo del libro haya cambiado radicalmente las tareas de la mujer, sino que algo cambia porque las mujeres empiezan a hablar más, a hablar-se, a expresar sus demandas, a nombrar--se. Ese poder mágico que tiene la nominación, ese poder de hacer existir. Ojeda comentaba que el hombre es más proclive y le es más natural “comentarse a sí mismo”, mientras que las mujeres no lo hacen tanto. Lo que ahora cambia –dice– es que la mujer empieza a validar su visión y su palabra por fuera de las voces tradicionalmente autorizadas. Sin embargo, es un largo camino por recorrer, porque aún hoy, como afirma Constanza Brunet, si bien el mundo editorial es un universo femenino, hay un desbalance importante en la instituciones entre las que trabajan y los que dirigen, donde aún hoy son muchos más hombres. Se trata –creo– de pensar nuevos modelos y nuevos modos del ser editora, maneras multiplicadoras para intervenir en el mundo desde la intervención en los textos, quitarse esa prescripción introyectada e historizarse y escribirse como editoras que pueden hacer y mostrar un camino a través de esa espada invisible que se forma con cada libro que se publica, en cada catálogo que se gesta y crece.
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Damián Ríos x Celeste Diéguez Damián Ríos nació en 1969 en Concepción del Uruguay, provincia de Entre Ríos; desde 1991 vive en Buenos Aires. Publicó La pasión del novelista (Deldiego, 1998), De costado (Deldiego, 2000), Poemas perros (Belleza y Felicidad, 2001), El perro del poema (Vox, 2004), Habrá que poner la luz (Eloísa Cartonera, 2005), Como un zumbido (Gog y Magog, 2008), Entrerrianos (Mansalva, 2010), Soy Pata (neutrinos, 2012), El verde recostado (Caballo Negro, 2013), Bajo cero (Iván Rosado, 2013) y Hace mucho tiempo (Iván Rosado, 2017). En 2002 cofundó Interzona, editorial que dirigió hasta 2006; desde 2007 codirige Recursos Editoriales junto a Mariano Blatt, con quien también fundó Blatt & Ríos en 2010. ¿Cómo comienza tu relación con la edición? Empecé a hacer mis primeros pasos en la edición en 1997, en Ediciones del Diego. Colaboré en la edición de algún libro de poesía, entre ellos uno breve de Cecilia Pavón, Un hotel con mi nombre. Después, ya en forma profesional, empecé con Interzona, en 2002. ¿Cómo ves el panorama de la edición independiente nacional? ¿Qué cosas habría que ajustar? Creo que el panorama de la edición independiente ahora es muy promisorio: hay muy buenas editoriales, buenos catálogos, buenos editores. El mayor problema al que nos enfrentamos es la distri30
Malisia, La Revista
bución y la logística. Creo que a ese tema un poco lo enmendamos yendo a todas las ferias posibles, pero no alcanza. El otro gran problema es la situación económica, que nos afecta a todos. Son tiempos muy duros, hay cierre de librerías, bajas de ventas, etc. La gestión económica es mala, la de Cultura es muy pobre. ¿Cómo eligen los textos que van a ser publicados en Blatt &Ríos? ¿Qué cosas tienen en cuenta? Con Mariano siempre “vamos a buscar” los libros antes que esperarlos. Vamos a buscarlos porque algún amigo nos recomendó un autor, porque nos enteramos que uno está escribiendo un buen libro, porque lo escuchamos leer en algún festival o recital. Antes y después, con Mariano discutimos todo, desde el momento de salida hasta cada texto de contratapa. Publicamos lo que nos da ganas de compartir con los lectores. Entendemos que una editorial no es más que eso: la versión profesionalizada de aquello que en última instancia somos: unos que leen un libro o un manuscrito y automáticamente sienten el impulso de compartirlo con otros lectores.
Celestina Alessio x Juliana Celle Celestina Alessio es integrante de la editorial Pixel; hace encuadernación y da talleres de dicho oficio en FA Taller Estudio, colectivo que también generó los proyectos FA editora (editorial que enaltece la materialidad de los libros) y SUGAR+FA (hacedoras de sellos); integra el colectivo que gestiona el festival de artes gráficas PRESIÓN; hace tatuajes bajo la técnica handpoke y el seudónimo Finita; hace fanzines feministas llamados InBox; es la diseñadora de la revista online de fotografía Rifleh. Siempre trabaja en colectivos y redes. Empezó a estudiar diseño en la facultad de Bellas Artes de la UNLP pero no se recibió, dato que esgrime con orgullo. Uno de los proyectos que llevo a cabo este año fue “Cuadernos en redes laborales afectivas”, donde convocó a cinco artistas visuales para que realicen las tapas, dando cuenta de los vínculos creativos, productivos y afectivos que la rodean, y a la vez generando “otra forma de romper con la obra aurática e intocable del artista visual, proponiendo aplicarlas a cuadernos, para que circule”. “La imagen como narradora y la materialidad” son ejes de su trabajo.
¿Cómo te acercaste al diseño editorial? Empecé a estudiar diseño más por intuición que por conciencia concreta. En segundo año, me puse a trabajar en el estudio de diseño de una piba que me enseñó a usar los programas. Fue un intercambio. Ella trabajaba para editoriales, como Kapelusz, y hacía muchos diseños de libros. Ese fue mi primer acercamiento. Después me tocaron buenos profesores en Taller 3, que es el año donde se ve diseño de libros, revistas y diarios. ¿Cómo te proyectás desde el diseño? No proyecto a largo plazo, sino que proyecto trabajos en lo inmediato, tengo líneas en las que estoy laburando, que quizás no tienen que ver estrictamente con sentarme a diseñar libros, sino con las temáticas que una se va discutiendo.
PERFILES
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D E L PA P E L A L A PA N TA L L A MALISIA L A R E V I S TA
#3
$30
MALISIA L A R E V I S TA
#1
$20
MALISIALIBROS
MALISIAEDITORIAL AÑO 0 #1 | DIC 2016
Reseñas: No será lo mismo, de Mariela Anastasio (Club Hem), por Facundo Basualdo // Almafuerte, de Juliana Celle (Malisia Ed.) por María Belén del Manzo e Irma Colanzi // In memoriam, de Raúl Zurita (Ed. Audisea) por Juan Delaygue //Un tratado de amor en la Unión Soviética, de Bruno Pizzorno (Editorial La Caracola) por Juliana Celle // Notas: Vida acuática por Eric Schierloh // Hacia una política de la edición como política del arte por Sara Bosoer // Salidas sin falso optimismo por Néstor González // Entrevista a la EMR por Juan Gianella // Nada de lo aprendido por Pablo Amadeo Perfiles: Agustina Magallanes // Celeste Diéguez
MALISIA L A R E V I S TA
#2
$30
MALISIALIBROS
MALISIAEDITORIAL AÑO 0 #2 | JUN 2017
Reseñas: Felicidades, de Dulce Ma. Pallero (Pixel Editora), por Iván Suasnábar // Una experiencia de mundo, de César Vallejo (Ed. Excursiones) por Facundo Basualdo // La sed del ojo, de Pablo Montoya (Ed. Puente Aéreo) por Juliana Gómez Nieto Perfiles: Paloma Vidal // Leandro Donozo Notas: Mesas de disección: La feria, la serie y el montaje, por Verónica S. Luna // Con el diario del lunes, por Leonel Arance
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