Espa ci os su bl i mes Javier Manrique
Dra. Sara Ladrón de Guevara González Rectora Mtra. Leticia Rodríguez Audirac Secretaria Académica Mtra. Clementina Guerrero García Secretaria de Administración y Finanzas
www.javiermanriqueart.com
Dr. Octavio Ochoa Contreras Secretario de la Rectoría Dra. Esther Hernández Palacios Directora General de Difusión Cultural L. A. P. Gustavo Olivares Morales Director de la Galería Universitaria Ramón Alva de la Canal
Con el apoyo de :
Espa ci os subli mes Javier Manrique
El camino del origen
L
a pintura de Javier Manrique sugiere una investigación sobre signos mínimos relacionados con una idea del origen y el camino en fusión, de modo que ambos formen una unidad. Así, no hay un ori gen y luego un sendero que recorrer, sino que el camino es siempre el punto de partida y se mantiene como tal en referencia a grandes extensiones: la tierra, el mar, el cielo. Los signos que Manrique coloca en el espacio parecen, por lo general, estar suspendidos: ese suspenso es una suerte de inmutabilidad que provendría de los primeros gestos, de los trazos inaugurales, de un lenguaje ancestral. La alusión a los petroglifos y otros signos arcaicos (que pueden ser tanto de los textiles indígenas, de los códices, de los mapas rudimentarios, de ciertos símbolos “universales” relacionados con los dibujos infantiles) sitúa al artista en un horizonte primitivo en el que la pintura es un atrevimiento sobre el mundo. Si decimos atrevimiento, implicamos desde luego la existencia de un riesgo. Manrique alude constantemente al riesgo en su pintura. Sumerge al espectador en espacios que sugieren valores absolutos (como absolutos pueden ser algunos de sus campos de color, o en otros casos sus signos: un faro, una barca, una nube ominosa), experiencias profundas (como el solitario encuentro con un templo), o la situación más elemental de hallarse frente al mar en condición de dar pasos hacia dentro de las aguas (situación que puede ser tan banal como aventurada), o la de elevarse por los cielos, o cruzar paso a paso por un desierto. En tanto el camino lleva consigo el origen, el riesgo no es “lo superable” sino más bien “lo constitutivo”. En Manrique el atrevimiento se revela como acto pictórico: no hay signo sin sustancia, no hay imagen trivial, no hay rasgo insignificante, el pintor nos llama desde el fondo de una memoria visual que compartimos, y que puede provenir tanto de las paredes de una caverna como de un signo de advertencia en una autopista. Manrique opta por la simbología más palmaria: la barca en el agua con forma de cuenco, el ave de alas extendidas en los aires que proviene de los textiles y los collares navajos, las flechas que indican direcciones.
La vena que transita por este atrevimiento es la de la libertad, pero de una libertad en busca de su propia tradición. Al buscar y encontrar esos gestos pictóricos inaugurales, Javier Manrique se afianza en una economía de medios que, por un lado, roza con el minimalismo, y por el otro con el universalismo constructivo de Joaquín Torres-García. En ambos casos se trata de una búsqueda de elementalidad, donde el encuentro del sujeto con su tradición se conjuga no como una integración del “yo” con el “otro” sino con el “mismo” que somos los demás. Por eso, la experiencia de visitar una exposición de Manrique es de pertenencia. Sensación de ser parte de esa extrema soledad que sostiene una barca precaria en la inmensidad de las aguas, de ese perfil montañoso recortado casi a tijera contra el cielo, sensación de compartir el recóndito tránsito de un jinete bajo la cortina de lluvia, de andar de nuevo el camino del migrante en un desierto interminable, de hallar un solo cuerpo geométrico en un campo de color como si, por medio de él, pudiera asirse toda realidad. Todo ello es riesgo, y todo es atrevimiento, todo es camino del origen. La fusión del origen y el camino, que en el lenguaje tradicional se condensa en la fórmula “origen es destino”, logra en la pintura de Javier Manrique su momento fuerte mediante la plasticidad de un ave —otra vez el pájaro navajo— que remonta para encumbrarse en lo alto. Pero he aquí que el espacio superior ya no es el cielo, sino una tierra y un mar que están arriba, mientras que el cielo nublado se extiende en la sección inferior del cuadro. Alguien diría que es el colmo del atrevimiento, pero quizá no es en esencia algo diferente de pintar bisontes y caballos en la bóveda de una caverna. En un parpadeo, nos encontramos con una imagen de algo que nos pertenece y que jamás lograremos aprehender mientras no hagamos de nuestro camino el origen: la imagen de la totalidad. Jaime Moreno Villarreal
Portada.- By the blue Acrílico sobre Tela 61 X 122 cm 2015
P. 7- Día y noche (díptico) Óleo sobre lino y tela 92 X 90 cm 2015
P. 11-NYC Óleo sobre tela 106 X 114 cm 2015
P. 4- Alma blanca Óleo sobre tela 60 X 77 cm 2014
P. 8- Cielo Óleo sobre tela 101 X 76 2014
P. 12- Incidencia de la luz Óleo sobre tela 81 X 193 cm 2016
P. 5- Chihuahua (díptico) Óleo sobre Tela 61 X 96 cm 2015
P. 9- Azul y blanco Óleo sobre tela 71 X 86 cm 2014
P. 6- Tormenta (díptico) Óleo sobre lino 90 X 122 2015
P. 10- Blanco y negro Óleo sobre tela 41X51 cm 2014
Galería Universitaria Ramón Alva de la Canal Zamora N° 27, Colonia Centro Xalapa, Veracruz, México
www.uv.mx/galeriarac @GaleriaRAC Galeria RAC