Mandala: Filosofías Underground

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EDITORIAL Porque eres mexicano te educaban para saludar y cantarle a tu bandera en los honores. Sin embargo, mucho antes de conocer el uniforme ya traíamos una rúbrica particular y nadie nos la enseñó. Todos miramos al cielo cuando nacimos y a él seguimos acudiendo para saber dónde se nos termina el mundo, antes de los cerros, antes de la autopista, donde llega la vereda o la línea del metro. Si migramos, conoceremos recintos aislados que no podremos hilvanar, porque es de aquí y no de allá, de donde somos originarios.

ÍNDICE - Sin Retorno

· Vivo en un lugar donde no existe la libertad - Mi pequeño puño de tierra · Tocando tierra: La música oaxaqueña · Ajolotes · Solo en Tulancingo · La ciudad de descanzo de los

antiguos soldados españoles · Not Found · El ombligo del mundo - Monotonía, los amores en Tulancingo - De las Hortalizas a 5 de Mayo

Fotodélicos Alma Laura Lagarde David Eurosa Luna Itzel Alexis Mauricio Moreno Nan Gissel Villareal

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Colgaste los tenis

Por: Jair Villeda


SIN RETORNO Por: Lala Lalal

Nuestro lugar, nuestro tiempo ¿De qué depende? ¿Cuál es el lugar de origen? o ¿cuándo es el lugar de origen? ¿Depende del tiempo o del espacio? Durante vidas enteras la incapacidad de ser autónomos determina nuestra incapacidad de cambiar nuestro lugar de origen. Dependemos del año en que nacimos, del lugar, de la forma, del estado astral tal vez. Pero no somos materia simple, no somos resultado de una explosión, somos resultado de dos explosiones, unas bajo firmamento y otras son incidentales consecuencias del humano, otras son desdeñables, inolvidables tragedias de nuestros tiempos. Ese es el primer lugar de origen. Yo por ejemplo soy de un lugar en donde hoy día los circos dan más pena que risa, donde la contami-

nación humana se alberga de vez en cuando, y de vez en cuando es para siempre. Un lugar en donde hace dos décadas el polvo de las calles se revelaba ante los zapatos limpios y en las televisiones no había señal de cable. Donde nos conocíamos todos. Es un segundo lugar de origen. Ahora bien, puede haber uno, dos o tres lugares de origen, tal vez mil, cada segundo podemos cambiar, y encontrar un nuevo estado, cada suceso importante es un lugar de origen, todo el tiempo (quizás no todo) se originan nuevos lugares de dónde partir, y buscamos otros a dónde llegar, de donde partiremos nuevamente. La génesis de la existencia no depende de un lugar, sino de un momento concreto determinantemente conflictivo, tajantemente irreversible. De ahí soy, de ese lugar sin retorno. Seguro hay más…


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Huapangos

Acaxochitlán, Hgo.


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VĂ­as Por: Mauricio Moreno


Vivo en un lugar donde no existe la

libertad Vivo en un lugar donde no existe la libertad, donde para ser libres debemos pagar a nuestro país vecino cincuenta y tres mil ochocientos setenta y tantos pesos. Estamos parados en una obra negra; de manos callosas, de sudor mal pagado y del respectivo diezmo. Vivo en un callejón obscuro /absurdo, en un colchón viejo, en una coladera. Vivo en una sociedad surrealista, dentro de un control remoto mal manejado, en donde los estereotipos son lo primero que elegimos antes de los XV años. Vivo de chatarra, plástico y de agua embotelladla, de empresas extranjeras, del sueño americano y las TvNovelas, de héroes falsos. Vivo donde la cárcel es para los pobres, con jóvenes creativos que se alimentan de resistol, de activistas poco creativos, donde nuestro único sueño es ganar un mundial, donde la virgen es morena y viene del Tepeyac . Vivo en el país del ya merito, del sí se puede, del mariachi loco y del venado, vivo en un país donde existe el toque de queda, donde el secuestro es el juego favorito, donde las personas más astutas e inteligentes trabajan para el narco y los chicos del poder, donde no existe la democracia, donde abunda la crítica y la doble cara, del maíz. Vivo en una ciudad que, cuando llueve, las coladeras se tapan por tanta basura y se desbordan las aguas negras, donde hay frío, enfermedad, pastes, violaciones y de más… vivo en un campo enorme donde el horizonte es cristalizado y nos da la ilusión de vivir en el cielo o confundirse con el infierno. Vivo en un pueblo donde los vecinos me señalan con el dedo, vivo en un calcetín, vivo de un viejo grito de guerra, vivo en un cuerpo adolorido, cansado, desgastado. Perdón por ser tan negativo pero mi cuarto es un desmadre… Por: J. Cracket


Mi pequeño puño de tierra Por: Viko derl Real

Y ya suena el movimiento alterado arremangado por aquí, por allá, en todos lados. Las señoras, todas, con sus bolsas del mandado se dirigen a realizar las compras; los ganados desfilan, cual peregrinación, al cerro. Los niños corren apresurados a la escuela, no les vaya a cerrar la puerta el director, bullicios propios de la naturaleza. El campaneo de la Iglesia hace pensar que alguien murió o quizás se celebra algo. Es un México rural, tan tranquilo como caótico, pero tan olvidado a la vez. Pero nadie dice que los sonidos urbanos, en menor medida claro está, no dejan de resonar en nuestro ambiente cotidiano. Es apenas de madrugada y no son los gallos, es el sonido de un claxon, sí, es la hora de partir a la capital, quién sube, quién se queda, en fin. Horas más tarde es la hora de los jóvenes, el futuro de nuestro pueblo, ¿cliché? Salen apresurados y despeinados a la preparatoria, a la universidad, el punto es no ser tan jodidos y progresar, utopía al fin y al cabo. Además ya es tiempo de la tecnología, celulares, tabletas, la Internet, el punto es tenerlo, aunque no lo sepamos aprovechar. Se avecina el 15 de septiembre ¡Noche mexicana!, peda, pleitos, accidentes, cohetes, baile y por su puesto encumbrar a nuestra reina de las fiestas patrias. Y llega la cruda moral, en medio de un desfile, niños en su mayoría (ni modo incide directamente en la calificación escolar). Pero pasa el tiempo y es hora de las posadas, adorar al niño Dios, brindar con todos aunque te caigan mal, total es tiempo de armonía y abundancia. Baile y más baile, fiesta y más fiesta, ¡Año nuevo! Cohetes y más cohetes, promesas es la mera realidad. Ya llegará el tiempo para el asueto religioso, es la semana santa, ¿pero a todos

les vale un cacahuate, no? ¡Cómo, santo pecado el mío!, es el tiempo de más fiesta, de ver la honorable representación de la caída y muerte de Jesucristo. Así nuestro sábado de gloría es un resucitar entre los muertos, no, la neta son días de campo: Los Álamos, la presa de Veracruz o el cerro, no importa, la cosa es echar desmadre, el cual, cabe decir, casi siempre se convierte en tragedia: ahogados, golpeados, nos persigue la muerte; qué caray, todo por no guardar el asueto que manda la Iglesia, porque acuérdense que con Dios no se juega, no lo digo yo, es la voz autorizada del pueblo, nuestro ancestros, abuelos, ancianos, viejos, ellos los que sí saben. No se preocupen, los rituales rurales continúan, los bailes sabatinos no faltan, no importa si es una boda, XV años o lo que sea. Además ya llegará el domingo en donde el balón rueda y todos estaremos listos para hacer o disfrutar del deporte, sí, el fútbol (aunque en ocasiones se convierta en lucha libre), pero ya saben, es lo que provoca la pasión. Y ya todos estamos listos, se termina Julio, sí, llegó la hora de adorar a la virgen, preparar su fiesta, son tan solo 15 días para que recorra el pueblo, para adorarla, alabarla, un pequeño tributo lo menos que se merece. Y ya repican las campanas el 15 de agosto, es la fiesta del pueblo, bautizos, comuniones, bodas, lo que sea, fiesta por aquí por allá, todos comen barbacoa, mole y por supuesto brindan con cerveza o pulque, según sea el gusto. Es tu fiesta Virgen de la Asunción, pero la emoción nos invade; hay baile, brindis, feria y todo lo demás, al otro día tan solo una pequeña cruda, nada que te impida subir al “cerrito”. ¿Subir a un cerro, para qué? preguntan los visitantes, pues para seguir la fiesta, para qué damos más explicaciones. Así ha sido, es y será mi pueblo: Santa Maria Ajoloapan. Frontera y línea divisoria entre el Estado de México e Hidalgo.


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Barbacoa Por: David Eurosa Luna

Actopan, Hgo.


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Mi cielo

Por: Alma Laura Lagarde

Cuanto me gusta este rancho

Por: Jair Villeda


Tocando tierra:

la música Oaxaqueña Por: Adal Flowers “Huele a Oaxaca, tierra humectada por las nubes; siente el pueblo y sus habitantes; el viento acaricia tu frente cada vez que vas, mira en el tejido de sus artesanos el simbolismo de la complementaridad, siente Oaxaca”. Oaxaca es un estado que se ha caracterizado por la gran diversidad musical que existe en cada una de sus siete regiones geográficas; los bailables son acompañados por sones, jarabes y chilenas, donde lucen los colores y formas de su vestimenta tradicional hasta los boleros interpretados por músicos que alegran el corazón de los que brindan en las cantinas. Pero, existe un problema, el folclor oaxaqueño en los últimos 100 años ha estado carente de difusión y preservación de su cultura musical lo que pone en eminete riesgo la pérdida de un complemento de la cultura popular. Para fortuna de muchos (oaxaqueños) ha surgido una camada de artistas con iniciativa que se han encargado, no sólo de retomar las canciones del estado e interpretarlas, sino de llevarlas a un ámbito nacional e internacional, primero con la finalidad de que las raíces musicales no se pierdan y se transmitan a futuras generaciones de la misma región; y segundo, que éstas sean escuchadas por todo el mundo. Canciones zapotecas como El Feo, La Llorona, La Sandunga, Naila se pueden apreciar en voces como la de Lila Downs, Susana Harp, Alejandra Robles (la más reciente artista oaxaqueña que han lanzado a la industria musical) o la mayoría del repertorio de “La Guelaguetza” como: Flor de Piña, sones y jarabes mixes; Nuchita, la Canción Mixteca, mismas que han sido transportadas al rock por Noesis Ñuu Saavi; sin olvidar mencionar a Pasatono una banda de sangre mixteca que ha convertido en Jazz la música tradicional oaxaqueña. Lo que sí es bien cierto es que a pesar de la falta de apoyo por parte del gobierno del estado para preservar nuestro patrimonio musical también existen músicos nativos que están en esa lucha constante por intentar rescatar el folclor de nuestras raíces oaxaqueñas, lucha de resistencia que no sólo se ve en el pueblo del cuál soy orgullosamente originario, sino en gran parte del país donde las comunidades y pueblos indígenas luchan cada día por existir.


Por:Mowgli420

Nadie pide dónde nacer, por lo tanto, nadie está preparado para enfrentarse al lugar donde crecerá y vivirá por algún tiempo. Para mi fortuna me tocó nacer en un lugar chido, un pueblito a las orillas del Estado de México, de esos pueblos que a los fotógrafos les gusta plasmar con mucho folklor en blanco y negro, olvidando que están llenos de color y vida. El pueblo se llama Santa María Ajoloapan, como la mayoría de los pueblos, el primer nombre viene de la santa patrona de aquí: Santa María de la Asunción. El segundo nombre, porque según antes había un chingo de ajolotes en las presas y jagüeyes que existen en el pueblo.

Soy yo o nos hemos vuelto un pueblo mas chocoso, más débil. Por ejemplo, yo antes tomaba esa leche y no había problema, ahora si la tomo ¡sopas! no duermo por lo pesada que es (pa’ no decir que me da diarrea). Lo mismo pasa con el agua, cuando era morro y salía a jugar con mis primos, al terminar la reta íbamos a la tiendita o a alguna casa y le pedíamos agua, sí, aunque usted no lo crea, el señor sacaba una jarra, unos vasos y nos REGALABA (sí, con mayúsculas) un poco de agua. Ahora creo es imposible, en vez de pedir agua, vas y compras una botellita de agua purificada, y es más raro ver a alguien tomando agua de la llave, quién sabe que madres tendrá además de “hache-dos-O”

Antes era un pueblito, aún recuerdo cuando muchas calles no estaban pavimentadas, pues pa’qué, si ni carros había, pero eso sí, los caminos estaban llenos de señores en bicicleta (sin sentirse hipsters), también muchos andaban en caballo o acompañaban a su burro cargado de leña. Ahora hay un montón de coches, desde los datsuns viejitos, hasta los carros último modelo de los hijos de caciques del pueblo. Las veredas ya están en peligro de extinción, con decirles que hasta el famoso Arco Norte del sexenio de Calderón pasa por nuestro pueblo, el cual ha traído mas desgracias que beneficios.

¿Ahora qué pasa? El pueblo ha crecido considerablemente en todos los aspectos: más carreteras, más coches, más hospitales, más escuelas, y lo que antes no se escuchaba: Más delincuencia y corrupción. Los monstruos llamados “fraccionamientos” poco a poco se acercan, y la neta eso es lo que me da más miedo. A muchas personas les puede emocionar que el pueblo crezca y pronto tengamos un Walmart o Bodega Aurrera en la comunidad, pero a mi no. La neta prefiero ir a comprar con el don de la esquina que se sabe mi nombre y manda a saludar a mi papá, a ir con un cajero obligado a decir: “encontró todo lo que buscaba”.

También recuerdo que mi mamá no compraba envases de leche alpura o lala, sino que una señora cada dos días gritaba afuera de mi casa ¡LA LECHE! Y mi jefa salía con una jarra de dos litros para poder hacernos nuestro licuado y mandarnos a la escuela. Era leche bronca, recién ordeñada de las ubres de las vacas, naturalita, sin nada de conservadores y mucho menos ultrapasteurizada o deslactosada.

Aclaro, no estoy en contra del “progreso” en mi pueblo, pero el progreso se debe de dar desde los mismos habitantes, no es necesario que alguien venga e imponga su modo de “progreso”. Los jagüeyes ya están secos. Los nopales, yerba y los magueyes ven como los ajolotes ya no habitan como antes. Han huido, e hicieron bien.


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El Pulque Por:David Eurosa Luna

El Rosario (Francisco I. Madero, Hidalgo)


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El nopal Por:David Eurosa Luna

Muestra Gastronomica. Pachuca, Hgo.


SOLO EN

TULANCINGO

Por: Nan Gissel Villareal Desde que tengo memoria, en mi casa las noches de festejo, ocio o antojo han sido acompañadas por un tradicional y delicioso platillo originario de mi ciudad natal: Tulancingo de Bravo. Les estoy hablando del “guajolote”, o cómo lo he visto anunciado en algunas cenadurías pachuqueñas, “huajolote”. Preparado con base en ingredientes como: los frijoles, la tortilla y la salsa, se ha convertido en uno de los antojitos mexicanos más degustados en el estado de Hidalgo. Aunque debo mencionar, siendo conocedora del tema, que no cualquiera sabe preparar un buen y auténtico “guilo”. He probado varias tortas comunes que creen tener el derecho de llamarse guajolote. Un guajolote no lleva aguacate, ni jitomate. Un guajolote es como una torta de enchiladas (o chalupas). Se parte una telera y en la base se le embarran frijoles refritos y se pone la “tapa” encima nuevamente. Mientras el pan se calienta en el comal, se preparan las enchiladas (dos tortillas pequeñas con salsa, queso y cebolla en caso de quererla). Ya listas se procede a introducir las tortillitas bien doraditas en la telera, junto con algo de lechuga y el ingrediente elegido para darle sabor al asunto. Los hay de pollo, de salchicha, de queso, de huevo, de bistec, de moreliana, hasta de suadero; y, por qué no, el “especial” que lleva de todo.

Bien, ya no los torturo con más descripción. Ahora pasamos a la parte medular de este escrito. Años tuvieron que pasar para que mi curiosidad despertara y me preguntara: ¿Por qué “guajolote”? Me di a la tarea de investigarlo, y acá les comparto la interesante historia que hallé: Se cuenta que en el año de 1900, unos ingenieros estaban apoyando en la instalación de la energía eléctrica en el centro de la ciudad, en La Floresta. Llegó el 24 de diciembre: ellos se encontraban lejos de sus casas así que buscaron un lugar para pasar la noche y cenar. Se acercaron a un puesto de comida atendido por una señora, quien al ya no tener mucho que ofrecerles, se las arregló para preparar algo con los ingredientes que tenía a la mano. Ellos, con ingenio e inspirados por la fecha, dijeron que ese platillo recién inventado era su “pavo” o “guajolote de Navidad”. Hoy en día, en Tulancingo existen muchísimos lugares donde se puede disfrutar de esta sencilla pero deliciosa invención gastronómica. Desde establecimientos céntricos y de renombre, hasta aquellos que se encuentras en las colonias, en las esquinas y afuera de las casas. Los más ricos creo son estos últimos, además de baratos. ¡Invitados están a disfrutar del auténtico guajolote! ¡Visiten Tulancingo!



Por: SAIDPA


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Arco Por: Mauricio Moreno


La ciudad de descanzo de los antiguos españoles Me despierto porque llueve y no ha dejado de hacerlo durante toda la tarde, me despierto y miro este valle, desde mi casa, desde mi ventana, desde las alturas. Siempre me han gustado los lugares altos, mirar hacia abajo te da mejor perspectiva. Crecí en Tulancingo, Hidalgo, la ciudad milenaria que vio caminar en su suelo a Ce Ácatl Topiltzin Quetzalcóatl que según algunos enterados fue considerado la reencarnación del dios prehispánico. La tierra natal de Nicolás Bravo, Manuel Fernando Soto, Ricardo Garibay, Gabriel Vargas, Rodolfo Guzmán Huerta “El Santo” y de miles de almas que sin pena ni gloria pasaron por este suelo, sin un apellido reconocido, sin un cachito de historia que los recuerde. Tulancingo fue el descanso de los antiguos soldados españoles, la ciudad que fue visitada por los dos Emperadores de México (Agustín de Iturbide en 1823 y posteriormente Maximiliano de Habsburgo en 1865).La ciudad que luchó por ser la capital del estado de Hidalgo pero se quedó corta (por las rencillas de Juárez y la iglesia católica).

Por: Moisés Lozada Esta es la ciudad que se inunda si llueve por más de dos horas, la de los antojitos mexicanos conocidos como guajolotes, de la barbacoa,de los tianguis y plaza del vestido los jueves, de la industria textil, de la estación terrena de telecomunicaciones, con la catedral metropolitana de estilo neoclásico y la zona arqueológica de Huapalcalco… Es una ciudad con historia, pero que no es mi historia. Donde cualquiera puede venir a refugiarse, donde todos tenemos la oportunidad de germinar, de creer, de reverdecer, y volver a ser… después pueden irse. Este es Tulancingo a las 6:50 de la tarde un 10 de septiembre de 2013 es mi tierra, aquí he caminado tantas veces las mismas calles que se dónde terminan; donde llegas a cualquier lado caminando. Éste es el lugar al que regresé cuando había perdido el rumbo, donde me encontré después de tantos años, difuso.


Not Found

“¿De dónde vengo?” (Pregunta sobresaliente de cualquier revolución mental). “¿Quién soy?” “¿A dónde voy?” “¿Qué hago aquí?” (El espejo aclara muchas dudas de la moral y filosofía existencial). Vengo de las manos tibias de la tierra, de los Héroes de leyenda que atraviesan sus trincheras en los pasillos, de las gotas de lluvia que saltan en los charcos buscando un destino. Vengo del amor fraterno, del café caliente, flor que embellece los mantos, vengo de la Luna resplandeciente que mira cariñosa a su compañera, vengo del barro, del lodo, como cualquier humano. Soy las zonas escondidas, los laberintos de bosques. Soy toda esa alegoría (todo ser es una fantasía). En las blancas manos de la muerte la gente renace del miedo, soy la muerte, la redención, el pecado, el mundo que se carcome. Soy el sueño anhelado, los labios perdidos, las almas puras, el recelo humano, los ojos sinceros, las armas, los besos, las caricias, la sangre, el esperma, el óvulo, la vida y su resonancia en el tiempo. Mi lugar de origen es ese, si alguien llega a cuestionárselo. Mi lugar de origen es el mismo de todos, “ un mundo exquisito regido por la naturaleza, tan hermosa y perfecta que es violada y masacrada por la pisada del humano en su ambiente dando patadas al destino”. Recordaré aquel verso de aquella sonata: “Cuando los hombres escupen al suelo…se escupen así mismos” Por: Victor Espinosa


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A flor de vientre

Por: Itzel Alexis


El ombligo del mundo Por: Enid Adriana Carrillo Moedano

Para leer con cáfe De todas las ciudades del mundo, ésta me escogió a mí. De esa forma me quedó marcada la vida para siempre, así de fácil y así de difícil, sin más. Mi ciudad tiene nombre de mujer, en femenino. He allí la razón de su neurosis y su histeria climática, de su malhumor, de su extraño encanto valentonado y mal.entonado. Pachuca es una ciudad abrazada

por los cerros, queda en medio de algo que no se sabe qué es, si un hoyo o un bulto de tierra o un pedazo de mundo donde al aire hace fiesta. Su historia no es la mía, pero lo que aquí me ha ocurrido quedará como huella de un paso que será tan efímero como indeleble. Uno es de donde nace, de ese el lugar donde respiramos por primera vez, donde la luz del inicio nos nubla la vista para siempre, donde se nos esculpe la mirada,


la ventana con la que veremos la vida. De allí somos y allí somos. Llevamos bien dentro esa marca, ese origen. Y de aquí soy y de aquí hablo. En este lugar me hecho lo que soy, sea lo que eso signifique. Soy los recuerdos de una ciudad flagelo que tan cerca del monstruo que significa el Distrito Federal, parece tan lejana y separada, como la provincia que es, como la gemela maldita de una gran víbora de progreso. Soy los pasos de caminos de cemento llenos de baches y topes, de rayas amarillas y señalamientos, como si la calle nos exigiera caminar a su ritmo, como ella quiere, como se le viene la gana. Y entonces Pachuca, como una cuarentona divorciada con la boca pintada de luna, se deja pisar por aquellos que la odian y los pocos que la aman, extraña contradic ción para un lugar tan pequeñito. La ciudad está allí, siempre lista para algo, como coqueteando con el destino mientras se burla de ti, con ese aire que murmulla los secretos que no podemos entender. Y ese reloj que nos escupe en la cara que el tiempo no es nuestro, que la vida pasa y se arrastra y avanza y no podemos hacer nada porque somos tan pequeños e insignificantes. Somos tan humanos que damos tristeza. Soy esta ciudad de la que todos quieren irse, de la que me he ido y a la que siempre regreso, en una suerte de enferma relación en la que me siento segura, entre parques vacíos que se despeinan con el aire, entre distribuidores viales en segundos pisos que sólo nos vuelan la cabeza un poco más, entre los montones de oxxos que parecen reproducirse como peste, entre rutas y rutas de combi que nos subrayan la condición de provincia.

En este deshuesadero de historias me he hecho lo que soy, aquí me ha pasado la vida, entre un equipo de fútbol y un paste-de-papa , sí, ya lo sé, eso no tiene poesía, pero es la pura y caraja verdad, la cara que la ciudad nos da a sus habitantes, esa donde no hay trabajo, o no el que queremos, donde somos lo que nos toca y no lo que queremos ser, donde las cosas tienen sentido o dejan de tenerlo, donde llegan los obligados y la han llenado de maldiciones, de rencores y de incertidumbre de extranjero. La ciudad que nadie presume como origen, Pachuca la provinciana, Pachuca la fea, Pachuca la madre adoptiva de los seres de orfanato que le escupen su desprecio con la promesa de la partida, de la huida, seres que nunca se van. Así, con todo, este lugar, que es mi ventana, que es mis ojos-microscopio me ha dejado cosas distintas a ese desasosiego: la importancia del tiempo y de su paso arrebatador e indiscriminado; la extraña sensación del sol que te ilumina la cara mientras el aire te estornuda en la columna vertebral, el cielo que se hace chiquito enmarcado por los cerros, a veces naranja, a veces azul, a veces gris. Transición. Y entonces la lluvia y el sol, bailando al mismo tiempo y pizoteando las banquetas, el aire que en sus murmullos también trae secretos, la araña de casas que se embarra en el cemento, la ciudad del amor, del deseo, de la incertidumbre y de la posibilidad, el lugar donde también pasan cosas terribles y extraordinarias, la cara enferma de lo urbano, el cielo cercano, el lugar de mis encuentros y de mis escapes: la casa de mi vida, mi lugar. Ciudad.


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Sangre creciente Por: Itzel Alexis

Carnalitos en “La Casa Blanca”, Tepito


Montonía, los amores en

Tulancingo Felipe sacó del closet el pantalón de mezclilla que acababa de comprar en la Plaza del Vestido, tomó la única camisa que su madre le había planchado y con los zapatos aún sucios se encaminó a salir; rápidamente levantó la mano derecha y señaló con el dedo índice para hacer la parada a la colectiva que como cada domingo iba retacada. Una vez acomodado entre una señora de sonrisa tatuada en el rostro y de un gordinflón que ocupaba más de un asiento, Felipe sacó su teléfono celular, puso los audífonos y comenzó a escuchar lo que traía en su lista de reproducción; en cuestión de minutos ya se encontraba en el centro de, la Ciudad de los Satélites, Tulancingo. Así que cruzó la calle y miró de perfil la catedral, el frontón neoclásico ya lo había visto infinidad de veces, lo que a Felipe interesaba en aquel momento era el reloj, mismo que anunciaba con sus bigotes que aún faltaba mucho para que Dafna llegara al lugar. Entonces aprovechó el momento para pulir su imagen, llegó hasta el banaquillo y después de dar el sí, se acomodó para que el bolero le lustrara los zapatos, en tanto, la música continuaba escuchándose en los auriculares que se había vuelto a poner. Así pasaban las tardes domingueras en el Jardín La Floresta, en pleno corazón de Tulancingo, un tanto alejado de su ciudad raíz, que a la distancia presume las ruinas de una pirámide en lo que aún se llama Huapalcalco, “Lugar de la casa de madera”. Felipe miró nuevamente hacia la torre izquierda del recinto religioso, que algunas

horas más tarde haría repicar sus campanas para el llamado de misa de siete, pero aún faltaba mucho, así que compró un cigarrillo y después de rodear el parque se sentó en la jardinera del árbol de los ligues, donde conoció a Dafna unos meses atrás. En tanto, el show de los payasos se sentía por las carcajadas que rompían todo intento de armonía en la orquesta de sonidos que se gesta en las masas. Pronto llegaría, nunca había sido impuntual, luego darían la vuelta y se besarían frente a la estatua de don Benito Juárez , monumento que mira de frente a la catedral como retándola con sus leyes de reforma, y que por alojar en sus jardines a los cursis enamorados ya acuñó el nombre en mofa de “El Alcahuete”. Felipe estaba impaciente, los minutos se hacían eternos y apenas llegara Dafna se resbalarían como agua entre los dedos, luego a través de los meses vendría la noche determinante, si después de hacer el amor continuaban enamorados ya estaban del otro lado sino la ruptura era eminente. Después vendrían los hijos, la familia, la casa, y todo lo que implica tener una familia; o la soltería, las demandas, el divorcio... Pero aún no llegaba el momento, todavía no era tiempo para pensar en esas situaciones. Tenía que llegar a La Floresta para estar con él antes de las seis, cuando el aroma a papas fritas, churros, esquites y demás, inundan el pintoresco centro de Tulancingo, pero ahí estaba su cuerpo atropellado, el teléfono de Dafna seguía sonando en alguna parte.

Por: Oscar Raúl Peréz Cabrera


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Es Tulancingo Por: Nan Gissel Villareal



De las Hortalizas al

5 de Mayo Por: Meli Vera

Al caminar por la ciudad, un atardecer cualquiera, después de haber escapado de mi seguridad hogareña, esto gracias a mis 80 años de edad, mis manos con arrugas ya eran testigos fieles de toda mi historia; pude respirar una vez más el aire, sentir mis piernas vivas tocando las calles que me vieron crecer, vivir y también volver a aquel pequeño lugar: Tulancingo… Mientras caminaba, observaba paralelamente el antes y el ahora de mi pueblo, sus callecillas y su viejo vagón, ya sólo había uno que adornaba el lugar, cansado como yo, suspiré y recordé tanto; minutos después, observaba cómo las nubes comenzaban a ponerse, con aquella furia que sólo ellas conocían y conocen cuando están listas para preparar alguna de esas típicas tormentas de las cuales, casi todos huyen, yo no; miré el reloj y era un poco tarde para un viejo como yo y decidí seguir con mi paso, con mi escape antes de que me encontraran.


Tras 10 minutos de recorrido, mi mirada sufrió la inercia total, dio un giró veloz pero amable, mis pupilas se dilataron, sin motivo físico, era un motivo emocional, sentía cómo el aire corría hacia esa dirección y no pude escapar. Aquel paisaje que tenía frente a mis ojos, frente a mi existencia tan pequeña en los últimos años, todos aquellos árboles que parecían no tener fin nunca, mis ojos lo repetían miles de veces, mi corazón palpitaba más rápido que la velocidad del tren, mis labios dibujaban una sonrisa, una pequeña sonrisa que encerraba todo un recuerdo, momentos de mi vida. El cantar de los pájaros armonizaba aquella mañana del 7 de agosto de 1945: “Estas son las mañanitas que cantaba el Rey David…”- todos cantaban felices para mí, en ese domingo, mi cumpleaños. Las hojas de los árboles bailaban a la par de las risas y algunas familias hasta brindaban por mí, yo estaba cumpliendo tan solo 10 años, edad en que mi padre me decía que estaba a punto de volverme todo un hombrecito, (mi padre era de aquellos militares duros, sin embargo conmigo siempre fue un verdadero padre). Mi lugar, era mi único lugar en el pueblo, el favorito: “Paseo de las Hortalizas” le llamaban así; después de haber comido pastel hasta reventar, mis amigos y yo no parábamos de correr, aquellos fuertes árboles eran nuestra sombra, nuestros brazos, eran como nuestros guardianes, algunas mujeres gritaban al vernos correr, (mujeres tan elegantes con grandes vestidos, adornando sus cabellos con alguna flor) y después reían.

Todo era perfecto… Mi mente volvía al presente, no sé cómo fue que había logrado avanzar metros y metros sin darme cuenta, inmerso en mis recuerdos, caminando sobre las banquetas tridimensionales, jajaja- reía, tridimensionales porque las fuertes y ancestrales raíces de aquellos “guardianes” habían levantado cualquier banqueta por la que se pisara en el “Paseo de las Hortalizas”, gracioso… Ahora ya no se planta más, ya no se siembra, es más, incluso ¿se deforesta? ¿Quitar la magia de este rumbo? (Recordaba cómo hace meses había surgido esa idea y un dolor interno me recorría de pies a cabeza) En estos días, tan sólo se observa, se camina, se respira, se recuerda en: “La Calzada 5 de Mayo”. A unos metros, muchos metros para mí en aquel entonces, escuchaba el silbar del tren cuando pasaba por esos rumbos, anunciando su llegada o su partida… Orejas pegadas al piso, como si la tierra estuviera susurrando o contando algún secreto inmortal, yo pensaba eso las primeras veces que veía todo ese ritual por parte de los adultos, previo a la llegada del tren, así era como ellos comenzaban a darse cuenta de que este último estaba a punto de llegar; la tierra temblaba después del susurro, las piedritas en ella daban pequeños brincos y hasta había veces en que alguno de nosotros, los niños, caíamos por la vibración; nada grave, una caída que reclamaba atención y emoción.


RaĂ­ces

Portada: Aymer GĂĄlvez Contraportada: Mowgli420


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