Fiesta

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Marcela Gleiser - Martín Arangoa


Marcela Gleiser (San Fernando, Buenos Aires, 1977)

Artista pluriexploradora –escritora, cantautora, bailarina- y docente. Licenciada en Ciencias Biológicas (UBA). Intérprete en Folklore (UNA). Premiada en el X Concurso Interamericano de Cuentos de la Fundación Avon para la Mujer y el Concurso Nacional de prosa y poesía organizado por la Subsecretaría de la Juventud del Ministerio de Educación y la Secretaría de Cultura (1999). Coautora de "Soltar palomas" (2009), que llevó a distintos escenarios de Latinoamérica. Participó en numerosas antologías. Publicó "Letras como tambores" (2012, Editorial Ciudad Gótica). Integra varios proyectos musicales (Ata la Taba, Tierra Sudaca). Pertenece al movimiento Mujertrova. En 2018 presentó su primer disco solista "Pupilas".


Marcela Gleiser - Martín Arangoa


Colección palabras dibujadas CR ediciones: edicionescr@hotmail.com Diseño Editorial: Georgina Varela Ilustraciones: Martín Arangoa

Fiesta Marcela Gleiser - Ilustraciones de Martín Arangoa 1° Edición Abril 2021 Rosario, República Argentina

Gleiser, Marcela Fiesta / Marcela Gleiser ; Martín Arangoa ; ilustrado por Martín Arangoa. - 1a ed. - Rosario: CR ediciones, 2021. 32 p. : il. ; 14 x 21 cm. ISBN 978-987-47630-6-8 1. Narrativa Argentina. 2. Cuentos. I. Arangoa, Martín. II. Título. CDD A863

Prohibida su reproducción total o parcial, incluyendo el diseño, por cualquier medio sin expresa autorización de los autores.


Hoy el noble y el villano, el prohombre y el gusano bailan y se dan la mano sin importarles la facha. Joan Manuel Serrat



¿Q

uién diría que llegaría el día en que extrañáramos tanto un colectivo? ¿No? El poder viajar, amucharnos entre todos, sentirnos transportados en un bondi yendo de norte a sur y sin sentido. Y, lo más curioso, ¿quién pensaría que ese primer bondi con el que nos encontráramos no nos llevaría a una fiesta sino que sería la fiesta misma? De pronto me siento cerca de toda esa rutina que creía abandonada. De pronto me siento cerca de la gente una vez más. Pero, de pronto, también, me encuentro pensando en los viajes que viví con los ojos tatuados a la ventana, mirando para afuera y para adentro a la vez. Pensando en cómo la vida transcurre, y todos los paisajes que estamos viendo, en realidad, pasan más por dentro que por fuera. Y creo que eso es lo que el colectivo significa. La fiesta que somos todos. La fiesta que llevamos en el interior. En tanto y en cuanto somos un colectivo, por supuesto. Somos la fiesta que llevamos a todos lados, con ese viaje del héroe que hacemos, del que no hablamos

pero que batallamos día a día. Ese viaje que transitamos en comunidad, que es donde somos realmente como somos, cuando nos convertimos en héroes de nuestra propia historia. Este relato tan bellamente dibujado en dos colores hace que le podamos dar nuestros propios brillos de fiesta. Nos permite ser activos como lectores y adornarlo como queramos. Las simples líneas que forman la complejidad de cada escena muestran esa contradicción entre la rutina y lo que nuestra imaginación puede lograr. Nos llevan a una fiesta donde a la pandemia ni la conocemos. Viajamos mentalmente lejos de esta cuarentena que tanto nos privó de los transportes públicos, de tantos recorridos sin hacer, de tanta gente sin ver, para empezar un nuevo viaje, con Marcela y con Martín, en un bondi con la fiesta ya incluida. Lihue Balanzino Diciembre 2020


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Con decir viernes a las seis de la tarde, todo está dicho. Gente brotando como lava desde bocas de subtes y de estaciones, desordenada y a tropezones, subiendo a colectivos como por succión, amontonados; y otros tantos tapizando en furiosa marcha las calles de Buenos Aires. Autos y colectivos, y más autos y colectivos, y más, y más, en peregrinación hacia algún destino.

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Luces rojas de los semáforos repetidas hasta el infinito y coros de bocinas en desafinada coordinación. El sol y su ingenuo resplandor desapareciendo bajo el humo del combustible. Un rumor de quejas como ruido de fondo, constante y molesto como un torno. Lo de siempre.

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El escenario desde el colectivo no era demasiado diferente: un enjambre de vehículos en todas las direcciones y los mismos carteles mostrando su burlona luminosidad desde hacía más de diez minutos. Adentro muchos brazos en estrecho contacto, disputándose el camino para que el reloj revelase el secreto obvio de sus agujas avanzadas y justificase aún más las ansias.

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Un nerviosismo agigantado por el aburrimiento, ya no había qué mirar, qué mover, qué tocar... Ese se entretenía acomodando la bufanda que esquiaba caprichosa por su hombro, rindiéndole culto a Newton y su gravedad; aquel niño y sus ojos concentrados en desconcentrar los de su madre; un adolescente repitiendo con movimientos y sonidos convulsivos lo que los auriculares le estarían diciendo en vaya a saber uno qué idioma; otro realizando el vigésimo doblez en su boleto.

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Pronto el resoplido colectivo se volvió cómplice, y empezaron los "che, pero siempre lo mismo", o los "encima con este tiempo, parece que va a llover", y cuantas otras variantes de protesta posibles, con las que la gente comenzó más que a coexistir, a compartir el momento, aunque fuese de furia.

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De vez en cuando las ruedas se movían, a una velocidad de caracol; y en contraste con aquella lentitud, el viaje iba acelerando las amistades. La viejita de adelante ya le estaba ofreciendo un caramelo al niño travieso, que no solo olvidó agradecer sino que tomó dos; el de la bufanda había logrado por el bien de todo el colectivo conversar con el del mp3, que sorprendentemente sabía hablar en castellano y de manera entonada.

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De algún lado apareció un mate -quizás fue el uruguayo del asiento de atrás- que empezó a circular de boca en boca y de protesta en protesta, y otro desenfundó una guitarra y un par de canciones, que también tarareó este o aquel. En poco menos de cinco minutos todos estaban conversando; hasta el colectivero, que espiaba con ganas por el espejo, reclamó el mate que le correspondía según la vuelta.

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Mientras que en los alrededores el malhumor inflaba cada vez más los bocinazos y las mejillas de los conductores, en el interior de aquel 60, la fiesta avanzaba considerablemente. Los cuatro de adelante comenzaron el campeonato de truco; los de atrás, el de chistes, en toda su gama de colores y nacionalidades. La madre del niño travieso intercambiaba anécdotas con otras madres de niños traviesos, mientras sus respectivos, escapados de las

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manos maternas ahora desatentas, protagonizaban una travesura más. El de la bufanda cambió inteligentemente de interlocutor, aprovechando la ocasión para robarle una palabra y quizás un teléfono a la ruborosa morocha del segundo asiento. El del mp3, ahora solo, se plegó a la guitarreada, deleitando los oídos de los pasajeros nuevamente con su perfecta desafinación. No faltó quien encontrara lugar para el lucro, levantando apuestas sobre cuánto tardarían en recorrer al menos una cuadra.

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De tanto en tanto el colectivo movía sus ruedas para que no se acalambrasen, pero no demasiado, ni siquiera lo suficiente como para recorrer esa cuadra. El de la bufanda no solo consiguió un papel con un teléfono sino también

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un par de besos y caricias. Y se sacó la bufanda. Los niños traviesos ataban entre sí los cordones de los zapatos de la viejita, que hacía rato que dormía, mientras sus madres intercambiaban ahora otro tipo de confesiones.

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El chofer recibía con mayor frecuencia los mates del uruguayo que se sentó a su lado, a cambio de un asado en su casa, prometido para el sábado siguiente. Ya no había gente parada; unos se habían sentado en el piso, otros de a cuatro en los asientos de a dos o a upa, y de la demora ya nadie hablaba.

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Cuando el reloj, de quien no se exigía servicios en aquel 60, indicó que había pasado una hora, la calle por fin comenzó a desatorarse. Fueron abandonados las bocinas y los resoplidos, y el tránsito adquirió su vulgar y anónima fluidez. Todos con la tranquilidad de estar de regreso a casa para contar lo que, encima de tantos problemas, había ocurrido con la circulación

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en la Avenida Las Heras. La gente bajaba de los colectivos aún más rápido de lo que había subido, en un suspiro de alivio o resignación por haber demorado tanto... Todos menos los de ese 60. Allí la fiesta continuaba. El colectivo adquirió velocidad pero nadie tocó el timbre. Había risas y abrazos, palmadas y cigarrillos y música y hasta una botella de Oporto.

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Ahora les tocaba el turno al colectivero y el uruguayo en el campeonato de truco; las mujeres se habían sumado a la competencia de chistes; en el fondo, donde había más espacio, dos o tres mostraban sus habilidades de danza; el de la bufanda y la morocha descubrían lunares y sensaciones...

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Y la fiesta continuó, las ocho, nueve, diez..., las tres de la mañana y el colectivo y sus luces y su tripulación encendida seguían dando vueltas por las ahora oscuras y vacías calles de Buenos Aires, disfrutando de aquella buenaventura insólita del azar que los había juntado, salvándolos del agobio.

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Esta edición se terminó de imprimir en los talleres gráficos Fervil Impresos S.R.L. Santa Fe 3316 (S2002KUJ), ciudad de Rosario, República Argentina Abril de 2021


José Martín Arangoa (Lonquimay, La Pampa, 1977)

Ilustrador y docente. Estudió Artes Visuales en el IPBA, Santa Rosa, y el profesorado en Artes Visuales en la UNA, CABA. Mención especial de la Subsecretaría de Cultura de La Pampa (2015). Tercer premio de la Municipalidad de Vicente López, XXV Concurso de Croquis (2018). Conformó el colectivo "Tres para armar". Integró el grupo "menesteres" con artistas de otras disciplinas. Expuso con el artista plástico Pablo Fidel Dell’Oca (2012/13). Publicó en revista Rebrote Nro1 (2016). Desde 2019 integra y expone con el colectivo "Miradas". Actualmente forma parte del grupo artistas "Evolución" (música y artes visuales).


Sepan los lectores: están entrando a una fiesta donde son todos bienvenidos. Sepan también que esta fiesta ha recorrido mucho mundo de la mano de Marcela y seguirá rodando ahora con los dibujos de Martín. Vayan considerando que esta fiesta es un viaje. Se inicia en un puerto feo y agobiante donde el destino es la condena de lo repetido, lo que ya fue dicho, lo de siempre, sin otros brillos que la luz de algún semáforo que en lugar de dejarnos avanzar, nos detiene, nos frena. Estaremos quietos y sin calma porque esta no es la detención de quien medita o quien contempla. Esta es la espera de lo que se traba, del impedimento. Es el desperfecto mecánico que viene a confirmarnos que la tecnología fracasa, que un motor a nafta no es nunca un empuje en el que confiar. Sepan, lectores, que es justo entonces cuando se moviliza la imaginación, la literatura, el dibujo y Marcela y Martín, con humor y con filtros, transforman, quiebran. El tiempo detenido se convierte en una épica mínima de humanidad andando y, ya sabemos, la humanidad sabe hacer lo suyo cuando se pone en

movimiento. Fiesta avanza: el contacto de los cuerpos ya no será tedioso, el diálogo ya no será de sordos y la música ya no va a quedarse dentro del dispositivo portátil. Sepan los lectores que este viaje, como todos, viene a recordarnos nuestra esencia de peregrinos, animándonos a inaugurar, en colectivo, la fiesta compartida. Pronto una hora se hará infinita, transitar por Las Heras será hacerlo por las eras, las del tiempo legendario y la nada se volverá abundancia. Sepan, lectores, que esta Fiesta contagia humanidad y hace de cada desperfecto un acorde para alentarnos a desentonar en amorosa sintonía.

Mónica Ávila Diciembre 2020


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