La vida es un viaje

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La vida es un viaje Mariana Gleiser





La vida es un viaje


CR ediciones: edicionescr@hotmail.com Diseño editorial: Georgina Varela Ilustración de tapa: Javier Joaquín Ilustración dedicatorias: Shaiel Becker Impresión y encuadernación: Safekat, Madrid LA VIDA ES UN VIAJE Mariana Gleiser 2° Edición Septiembre 2020

Prohibida su reproducción total o parcial, incluyendo el diseño, por cualquier medio sin expresa autorización de la autora.


La vida es un viaje Mariana Gleiser


Índice

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Prólogo

La vida es un viaje por Marcela Gleiser

Estábamos andando en bicicleta por la isla de Formentera —por cierto, lo más cercano al paraíso para mi hermana: una isla pequeña que se puede recorrer de forma íntegra sobre dos ruedas, atravesando caminos entre campos que culminan en costas de arenas blancas y aguas turquesas—. Ella iba delante, ansiosa por llegar a la playa, en el afán de registrar, una vez más, la despedida rojiza del día. Durante la tarde habíamos estado hablando sobre talleres de escritura, libros y ejercicios literarios, a raíz de mi reciente incorporación a un espacio de formación. Mi hermana siempre fue una gran referente intelectual en mi vida —compromiso o condena que suelen asumir los hermanos mayores—. Durante mis primeros años de escolaridad crecí con el relato de que ella había aprendido a leer sola a los cuatro años, que a los siete ya había devorado la colección entera de la serie Robin Hood, y que para esa altura no había libro en la casa que no hubiese pasado por sus ojos. Recuerdo también las estrategias vanas de nuestra madre para intentar que yo leyera siquiera el 1% de lo que Mariana tenía en su

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«haber» lector; el fracaso era rotundo luego de la tercera o cuarta página, y entonces yo lograba salir al patio a inventar obras de teatro y hacer mi performance con actores imaginarios, o planear coreografías, bailar y cantar. Recién en la temprana adolescencia comencé de a poco a leer y a escribir textos diversos, que nunca dejé de mostrar. Mientras pedaleaba, reflexionaba acerca de esta actitud osada —o más bien descarada— que siempre tuve en relación con la difusión de mis letras, con no mucha formación lectora y definitivamente con exceso de expresión intuitiva, y el contraste con el riquísimo universo literario de mi hermana que casi todos desconocemos, porque ella no muestra lo que escribe. No comparte sus textos salvo los de un tipo: las crónicas de sus viajes. Y entonces, la certeza de la idea cayó natural y maravillosamente como el atardecer —que tanto le gusta a ella—: hacer una compilación y producir este libro. ¡Sí, qué lindo! ¡Hacer un libro de mi hermana! Sé que a Mariana no le gusta exponerse. También sé que, desde mi desordenada extroversión, me cuesta imaginarme su timidez. Pero no era ni es mi intención cambiarla: este libro pretende ser un agradecimiento, una expresión que resalte sus virtudes, una forma de demostrarle admiración a gran escala. Por eso busqué cómplices que la conocieran —como amiga, no como hermana—, a ver si me estaba equivocando. Celia y Ramón rápidamente me dieron su apoyo y se sumaron al ruedo fundante de este proyecto —creo que ellos, además de quererla mucho, también admiran su capacidad literaria, y tienen el mismo deseo que yo de ver sus textos publicados—. David se sumó también, con su eficiencia de gestión y su prudencia inigualable para evitar sospechas. Y luego vinieron muchos otros cómplices, a ambas márgenes del océano Atlántico, que colaboraron de distintas formas, e hicieron posible este sueño/capricho gracias al amor que sienten por ella. Si algo ha regido la vida de Mariana ha sido su inquietud por recorrer el mundo. Estas páginas son apenas una muestra pequeña de su espíritu viajero, porque solo figuran los trayectos de los últimos años, cuando empezó a escribir estas bellas crónicas que hemos compilado. A colación de haber crecido con ella y conocer su motor interno trashumante desde la raíz, mi memoria selectiva me trae dos recuerdos. El primero

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es la tapa de un vinilo de Carozo y Narizota, en el living de nuestra casa de San Fernando. Yo tendría cinco o seis años —luego los vinilos entraron en desuso con la llegada de la doble casetera para los quince de mi hermana—. En ese disco estaba la canción que me habían dicho que era su favorita, cuyos dos primeros versos recuerdo haberle escuchado «cantar» a nuestro padre: «La hormiguita hippie no trabaja más, y de mochilera la vieron pasar». (También él contaba que una de las dos decía «muchinera» en vez de «mochilera», pero ya no sé quién). Lo cierto es que de esta circunstancia podemos inferir que, desde la temprana infancia, mi hermana se identificaba con los viajeros mochileros y con los hippies —y con no trabajar, jaja—. Un pequeño dato de color: en el año 2011 fui yo la que se tomó una licencia y salió de mochilera por Sudamérica, recordé esa canción y la busqué en YouTube. Con gran desilusión encontré que tenía un mensaje moralizador espantoso —le salía todo mal a la hormiguita por hacerse la hippie y viajar—. No por nada, ni Mariana ni yo lo recordábamos… ¡aguante la hormiguita que larga todo y se va a mochilear! El otro recuerdo es el regreso de su primer viaje a Brasil —su más amado destino—, allá por el año 1990. Estábamos en su pieza y ella no paraba de sacar regalos de la mochila, como Papá Noel en las películas (mamá Noela, en verdad): remeras Hering de todos los colores, camisones, collares de hematita, aros, etc. (primeras épocas del 1 a 1; para los lectores españoles, fue la paridad cambiaria peso/dólar, que nos destruyó en la década del 90 y culminó con la crisis que llevó a mi hermana a migrar). Con mis trece años la miraba y la escuchaba embelesada, como quien a esa edad tiene de cerca a su ídolo musical, y su relato me hacía viajar. Si supiera que varias tardes, cuando ella no estaba, yo iba a su cuarto y miraba sus fotos de Brasil. Ya me había aprendido de memoria los nombres de las playas y pueblos, el recorrido que había hecho y todas las anécdotas. Mariana planea los viajes con lujo de detalles; varios meses antes investiga en cuanto sitio puede, lee libros, ve las opiniones de foros, interroga a gente que ya fue a ese destino, busca los recorridos más completos, las excursiones más atractivas, los hospedajes más adecuados y los mejores puntos desde donde ver el atardecer, todo pensado en un equilibrio perfecto entre costo y calidad. Como si el viaje fuera un objeto de estudio, y ella una rigurosa científica que lo examina, analiza, planifica, experimenta… y concluye en hermosas crónicas.

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La vida es un viaje, literal y metafóricamente hablando. Porque viajamos en el tiempo, desde nuestro inicio a nuestro fin. Porque viajamos en el espacio, a bordo de este globo que gira incansablemente y se desplaza alrededor del Sol. Porque viajamos por cielo, mar y tierra, para llenar la mochila de nuestras experiencias. Y porque en este viaje de la vida, tenemos hermosos compañeros, como Mariana, que hacen que nuestro efímero y fugaz recorrido en el universo tenga más sentido.

Buenos Aires, diciembre de 2019

Portadocumento

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Prólogo a la segunda edición

La vida es un viaje por Mariana Gleiser

Hace poco más de seis años, cenando un lunes cualquiera con una amiga acá al lado en un restaurante sirio, hablábamos de viajes para hacer «algún día» y ella dijo algo tan obvio como fundamental. Algo como «Bueno, tenemos que ir espabilando, que ¿cuántos años nos quedan para poder viajar?». O algo así. Era la idea. La posibilidad de viajar había sido un gran atractivo a la hora de tomar la decisión de vivir en Europa, y yo ya había viajado bastante. Pero en ese momento la cosa tomó otro cariz. Esa misma noche hice un listado de los lugares donde quería viajar, a la que luego agregué las épocas del año más convenientes. Era una lista que me propuse cumplir antes de los 50. No sé por qué se me ocurrió esa edad arbitraria. Recién había comenzado con la tradición de escribir emails de viaje a todos los amigos, con el de Noruega de año anterior. Estos emails inicia-

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les, que son los del principio del libro, eran casi postales, informales, sin corregir y llenas de puntos suspensivos y signos de exclamación triples. La cosa fue progresando y cada vez les fui dedicando más tiempo, cariño e interés, incluso esfuerzo con el tema de las fotos para quienes disfrutan más de imágenes que de palabras (que nunca rindió frutos). Ahora que lo miro en perspectiva, podría decir que la «profesionalización» de los emails fue paralela a la de la preparación de los viajes. Al principio, no podía creer que la lista se fuera cumpliendo. Cuando planeé Islandia o África, viajes tan deseados como increíbles, no podía quitarme de encima la sensación de que algo pasaría en el medio que me impediría hacerlos. Pero no: logré hacer hasta los más ambiciosos, como esos, como Nueva Zelanda. Algunos quedaron pendientes, como Filipinas o el oeste de Canadá, pero se colaron otros, como Japón, Ecuador o Guatemala. Hubo, incluso, ocasión de repetir Cuba. Luego surgió la idea de culminar la etapa con una gran fiesta de los 50 a la que iban a venir todos. No tenía pensado qué venía después. Tampoco había imaginado que, después de haber cumplido tantos sueños increíbles, el último viaje programado de la lista, el de Colombia, iba a quedar cancelado. Ni la fiesta. Justo la semana anterior a cumplir los famosos 50, pensaba que, ahora que no se puede viajar, quizás sea buen momento para viajar hacia atrás y retomar viajes anteriores para convertirlos en crónicas. En realidad, hay otros emails de viajes anteriores: a Francia, a Italia, a Grecia, a Turquía, a Egipto, a Israel, a Jordania, a Marruecos, en formato más informal y más íntimo, que podría rescatar y reescribir. Hay otros viajes aún, de la época en que vivía en Argentina y no existían los emails, sin ningún registro escrito en formato digital... De hecho, comencé a llevar esta idea a la práctica y, un par de días antes de mi cumpleaños, terminé algo que hacía tiempo que quería escribir, algo sobre mi primer viaje al nordeste de Brasil, hace 27 años. Un viaje que mi amiga con la que lo compartí llamaba «nuestro viaje iniciático». Terminé ese texto con satisfacción, pero con un fondo de inquietud que no comprendía del todo.

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Cuando recibí este regalo de todos ustedes, después de descifrar de qué se trataba el libro (veía países con códigos, ¡sin darme cuenta de que era el índice!), se entrelazaron varias ideas que estaban flotando de alguna manera en mi cabeza. Los 50, el plan de viajes interrumpido pero casi cumplido, todos los viajes en el libro impreso, ¿será la conclusión de algo? ¿De la etapa de los viajes? ¿Ahora solo quedará escribir de viajes del pasado, como había venido intuyendo? Quienes estuvieron cuando abrí el libro, en persona o por Zoom, me vieron así, un poco perpleja, sin reaccionar. Y es que estaba intentando responderme a estas preguntas. La vida es un viaje y, ahora a los 50, parece un viaje detenido. No puedo decir que haya conseguido respuestas tranquilizadoras. Todo ha cambiado tan rápidamente. Son épocas de incertidumbres, tantas que cualquier plan se desmorona tan rápido como un castillo de arena en una zona de terremotos. Nos damos por satisfechos con planear ir a la playa al día siguiente, y poder cumplirlo. Al releer los relatos, recuerdo el último viaje del libro (¿solo del libro?) a Vietnam, tan lejos y tan cerca, y vuelvo a experimentar esa sensación de incredulidad que nos acompaña desde marzo. Planear un viaje, hacerlo y escribirlo resulta ahora demasiado improbable como para siquiera soñarlo. En este contexto, que todos ustedes hayan pensado que estos sencillos emails tengan la categoría de texto publicable resulta una pequeña lucecita de esperanza. Si, en efecto, lo que queda a partir de ahora es viajar alrededor de mi habitación, siempre podremos (al menos) escribir sobre ello. Es una de las pocas cosas que podemos permitirnos planear hacer en estos tiempos de confinamientos físicos. Entonces, quizás esto sea una culminación (espero que transitoria) de la etapa de viajes previos a los 50, pero el inicio de una etapa de más escritura. Ahora, los agradecimientos: A Marce, por la idea, la gestión, la organización y por compartir gran parte de los viajes que salen acá. A David, por la gestión local y por acompañarme en muchos viajes sin tener ganas, solo por darme el gusto.

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A Celia, por el inmenso trabajo ad-honorem que sé que implicó todo esto (incluyendo la ingrata tarea de las correcciones, que nadie más que nosotras dos sabe cuánto tiempo llevan). A los que participaron de alguna manera en la confección de este libro. A Javi, por la magnífica ilustración de la portada, y a Shai por el dibujo tan creativo. A quienes que contribuyeron con la organización, tiempo y detalles. A todos los coprotagonistas de estas historias: a los compañeros de viajes, que han confiado en mí como organizadora y guía, y a aquellos que me han recibido en sus casas durante los viajes. Algunos salen en estas crónicas (sin nombres, para respetar la privacidad) y otros no, porque pertenecen a la época prehistórica (previa a los registros escritos) pero saldrán si me decido a escribir «para atrás». En especial, a Anna por disparar la idea de la lista ese lunes, y a Ivana por compartir el inolvidable viaje iniciático a Brasil hace 27 años. A los que esperan y reclaman los emails cuando llego de cada viaje. A los que los leen hasta el final enseguida y me dan feedback. A los que se los reenvían a su tía, su padre, su amiga y a otra gente que no conozco. A los que me creen y que me han insistido sinceramente con que publique un blog o un libro o me abra una agencia de viajes (ideas que me llenan de felicidad). A todos los que han participado en el proyecto, por haber contribuido a crear un producto tan bonito y por acompañarme en el viaje de la vida.

Mariana, julio de 2020.

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NORUEGA Agosto de 2013

Hola amigos: Como ya sabe la mayoría de ustedes, estamos en Noruega desde ayer (¡y este es el último viaje de mis vacaciones!). Ahora mismo les escribo sentada en el porche del bungalow donde paramos, sobre un fiordo llamado Nordfjord, mirando al susodicho fiordo y a la montaña que sale detrás. Suena muy sofisticado, pero acá hay bungalows por todas partes y fiordos por todas partes también, digamos unos cuantos complejos de bungalows por fiordo o lago, y es la opción barata de alojarse. ¡Tienen

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Noruega

mucho encanto y es hermoso despertarse y ver el fiordo desde la ventana! Lo que no es tan lindo es salir al baño en ojotas con el frío que hace a la noche, pero bueno, nada es perfecto. Noruega tampoco, pero casi (en términos de funcionamiento y paisajísticos; si la tuviera que diseñar yo, le pondría un poco más de calorcito y bajaría el precio del alcohol, entre otras cosas). En fin, estamos contentos de que los buses lleguen a horario, la gente sea amable y educada, podamos dejar el coche abierto, las carreteras estén bastante vacías, nadie nos quiera vender, robar ni estafar con nada y todas esas experiencias que a veces estresan en las vacaciones o en los viajes, ya que tras un año particularmente difícil lo que menos necesitábamos era estrés de cualquier tipo. Yo estaba un poquito nerviosa antes de salir, en verdad, porque me llevó bastante tiempo preparar el viaje y aun así cometí errores logísticos, y acá un errorcillo puede significar cincuenta o cien euros; pero bueno, en cuanto llegamos vi que todo iba saliendo bien de acuerdo a lo planeado, el avión no se cayó y encima llegó adelantado (Ryanair, ejem), nos dieron un auto más grande, llegamos a los lugares más rápido de lo que pensaba, etc., así que ya estoy relajada. De momento los únicos inconvenientes (nada graves) que hemos tenido fueron en el supermercado, ya que todo está en noruego y a veces en sueco también; hemos deducido algunas cosas pero aun así terminamos comprando caballa en tomate pensando que eran sardinas, agua con gas pensando que era sin, sopa de no sabemos qué y algo dulce pensando que era salado, pero eso es todo. Les cuento que estamos por la zona de los fiordos occidentales, por si quieren chusmear en el mapa. Esta zona (en realidad, toda Noruega) es bastante… «porosa» me sale, aunque no es el término. Quiero decir que no es una masa sólida toda unida sino que está llena de agua en sus diversas formas: fiordos, lagos, cascadas, riachos, arroyos, ibones (y lamentablemente también lluvias). Esto hace que los viajes en auto sean hermosos donde sea que uno vaya. ¡No se puede parar de mirar por la ventana! En cualquier rinconcito de los lagos o fiordos o todo eso que mencioné hay mesas y sillas, baños y carteles informativos y son las áreas de pícnic, así que se puede comer desde cualquier lado disfrutando de hermosas vistas.

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Lástima que ayer llovió un montón y tuvimos que hacer el pícnic desde el nada pintoresco parking del supermercado. Hoy el tiempo dio un respiro y pudimos sacar fotos con sol ¡y hacer el pícnic como corresponde! Pero pinta mal tiempo para varios días. David lo está soportando bien… Excepto por un ataque de sueño que le dio ahora mismo. Pero ha dicho literalmente, en varias ocasiones, literalmente, cosas como «qué chulo», «esta carretera vale la pena» o «este paisaje es espectacular», y además se ve que las noruegas se parecen a las suecas. (Este email es colectivo así que no todos entenderán esta parte; ya les explicaré…). Bueno, los dejo por ahora, que me voy a cocinar un salmón a la plancha.

Besos! Mariana MÁS NOTICIAS DE NORUEGA Agosto de 2013

Hola amigos: Como escribí un email a algunos al principio del viaje y me pidieron más noticias, ¡aquí me reporto a todos! Aquí estamos a punto de abandonar Bergen, donde hemos pasado tres días luego de la vuelta por los fiordos occidentales. Bergen nos gustó mucho; es como se ve en las típicas fotos, con las calles adoquinadas y las casitas noruegas de madera, y un ambiente agradable, mezcla de turistas, estudiantes y locales. Mucho más concurrido que

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Noruega

los fiordos, por cierto, con turistas de todos lados, incluyendo italianos gritones, catalanes, argentinos y argentinos que viven en Cataluña, con lo cual nos sentimos como en casa. Pero bueno, es lo que tiene viajar en agosto. Aquí, en lugar de los idílicos bungalows sobre el fiordo, hemos recalado en el hostel más barato de la ciudad, de la red YMCA (lo de Young ya es un remanente del pasado, ya que, por suerte, además del típico público de albergue juvenil —veinteañeros que podrían ser nuestros hijos— encontramos familias enteras, grupos de cuarentones, las típicas parejas británicas middle-aged, etc., con lo cual no nos sentimos tan desubicados). Estamos en la típica habitación de hostel de dieciséis personas en camas cuchetas, con zapatones y mochilas al lado de las camas, luces solamente en el techo y ropa colgando de la cama superior, todo lo cual le da ese inconfundible aire carcelario que suelen tener estos sitios. Salvando esto, bueno, lo típico de albergue, socializar en diferentes idiomas en la cocina, etc. el lugar está muy bien, en pleno centro, con una terraza fantástica con vistas al puerto (la vista típica de la postal), dos salones enormes para llevar la compu y comer o tomar mate y… ¡dos pianos! ¡De los de verdad! Ayer estuve practicando un poquito (con silenciador) aprovechando que solo estábamos nosotros y una pobre turista japonesa que amablemente me alentaba a seguir. Bergen es una ciudad con gran afinidad por la música de todo tipo; en los bares suele haber música en vivo y en esta época hay muchos ciclos de clásica; ¡de hecho, fuimos a dos conciertos en la catedral buenísimos y gratis en tres días! Tuvimos unos hermosos días de sol y esto fue una suerte ya que hicimos una excursión que incluye barco por fiordos, bus, tren estilo cremallera que sube a la cima de una montaña y baja a un fiordo, etc. y los aprovechamos muchísimo. Casi que lo mejor fue que en un pueblo donde estuvimos tres horas alquilamos bicis y paseamos por el costado del fiordo; una sorpresa inesperada, ¡tan fácil ir en bici por un fiordo! Una de las cosas sorprendentes que tiene este país, y que comentábamos, es que para llegar a glaciares, cascadas, lagos, cimas, etc., que en la Patagonia o en el Pirineo (por decir los que conozco) implicaría largas horas de subida por la montaña, acá simplemente se va en auto o en transporte público. Claro que le quita algo de gracia

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(los lugares siempre se aprecian más después de un esfuerzo), ¡pero las cosas que hemos visto desde el coche, bus y tren son increíbles! Incluso al lado de la ciudad; por ejemplo ayer subimos a una montañita que queda por detrás, el monte Floyen, estilo Montjuïc o Tibidabo, en funicular, e hicimos un montón de rutas de senderismo que llevaban a hermosos lagos y paredes montañosas con esos verdes furiosos característicos de estas zonas, ¡y todo ahí nomás! Bueno, les cuento que acá nuestra dieta se basa en salmón y queso (los únicos productos que conseguimos a precio de Barcelona), bananas de Costa Rica y melocotones y melones importados de España a solo el doble. El alcohol está restringidísimo. En el súper solo se puede comprar cerveza y bebidas de baja graduación, pero hasta las ocho de la noche. Con todo esto, recién ayer conseguí comprar una botellita de Bacardí con naranja, que parece Fanta de tan poco alcohol que tiene, pero lo tuvimos que tomar en un parque, envuelto en un papel, ya que está prohibido ingerir alcohol en lugares públicos. El vino se compra en unas dependencias estatales que cierran a las ocho también y de las cuales solo vi tres en todo el viaje, y cerradas. Una copa de vino en un bar sale mínimo a nueve euros. Ayer fuimos a un bar a tomar algo como gran lujo después de una semana de casi abstemios. Los voy dejando ahora. Mensaje a la comunidad argentina en Barcelona: el lunes a las tres ya estamos de vuelta y yo con muchas ganas de playa, ese mismo día o al siguiente (¡espero propuestas!), ¡y de un buen asado con vino el finde como siempre!

Besos, Mariana PD: si no quieren recibir más emails envíen REMOVE, pero de todos modos no les escribiré hasta que tenga tiempo de nuevo, ¡es decir en el próximo viaje!

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GALICIA Agosto de 2014

Queridos amigos: Les escribo ahora en el auto en un viaje de vuelta de Galicia, viaje improvisado nomás que planifiqué el lunes y comenzó el miércoles de la semana pasada impulsado en parte por un poco habitual pronóstico de una semana entera de sol para estas zonas. Es la segunda vez que vengo para la tierra de nuestros antecesores (los de los argentinos, no los míos en particular, claro) y, como la otra vez, no puedo dejar de sentirme un poco como en casa, por tres razones identificadas. Una es el idioma gallego, que me gusta tanto, con su hermosa

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Galicia

mezcla de portugués y de cantito porteño, así para abajo al final de la frase (nuestros amigos descendientes de gallegos que viven en Cataluña no lo reconocen, pero todos los argentinos lo encontramos muy parecido), y que me hace sentir una familiaridad de la que no disfruto en mi vida cotidiana. Otra razón es la humedad, esa que en Buenos Aires nos hace maldecir, pero al final uno extraña hasta lo malo y acá me gusta respirar húmedo en medio de un bosque y sentir cómo se rellenan las arrugas de la piel (seguro que me lo imagino, porque estoy tan arrugada como siempre, jeje). Y la consecuencia de la humedad y las lluvias: el verde que sale por todos lados, entre las piedras, en las grietas; los porteños seguramente saben de qué hablo. Y la tercera, que es mucho más prosaica: ir caminando y ver en las vitrinas de restoranes y carnicerías que hay BIFES en exhibición, los auténticos bifes anchos con hueso (creo que en español es «entrecot») y que donde vivo no se consiguen… Estuvimos en casa de un amigo que heredó hace poco la casa donde vivió su abuela toda su vida, en las afueras de Pontevedra. Fue un poco como conocer las casas de los abuelos de algunos de ustedes (los que no venían en el barco con los míos, claro), con los muebles, las porcelanas, etc. de cien años o más, terrenos enormes con frutales y vides, muchas casas de piedra, viejitas vestidas de luto eternamente… un viaje al pasado, excepto por los autos. Como les decía, hemos disfrutado de un sol gallego poco habitual (el verde no es gratis) y, además de los típicos pueblitos de pescadores de las rías (estuvimos más que nada en las Rías Bajas), pudimos aprovechar las playas, que hay a miles, todas con aguas cristalinas y heladas y con arena blanca y dura, por lo cual, más que nadar, un ejercicio muy común en las playas anchas es ir caminando de una punta a la otra de la playa con paso atlético, y otro, para los más resistentes al frío, es lo mismo pero dentro del mar. Esto lo hice un día y fue muy lindo, solo que cuando salí pensé que se me iban a caer los dedos de los pies uno a uno de tan congelados que estaban. Estuvimos un día en las islas Cíes, que son un espacio protegido con una cantidad limitada de visitantes por día (se llega solo en barco) y donde hay hermosas caminatas y playas para ir combinando, y uno solo puede alojarse en camping (para otra vuelta). La playa principal

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de esta isla apareció en un ranking de 2007 hecho por The Guardian, creo, como la mejor del mundo. Para nosotros, el agua tan fría le quita puntos, pero sí que está bien posicionada. Al día siguiente fuimos a una hermosa playa que una pareja de amigos asegura que es la mejor del mundo, así que dos top 1 en dos días, jeje. Esta playa también es realmente muy linda, con un pinar por detrás y un chiringuito en la altura al costado desde donde comimos muy buenos pescados disfrutando de un hermoso paisaje. Y es una playa nudista, por lo cual el deporte este de ir caminando de un lado al otro la gente lo hace con todas las cosas que le cuelgan balanceándose alegremente al sol. Es muy gracioso porque la gente que llega en barco debe dejarlo a unos metros de la costa y acercarse en bote inflable, y se suben al bote así nomás en culo hasta llegar a la playa. No solo de playas vive el hombre, así que aprovechamos para hartarnos de pescado fresquísimo en los infinitos puertos locales (David se dedicó al marisco, que a mí no me gusta) y de un vino blanco afrutado riquísimo que se produce acá y se llama albariño (claro que en Barcelona lo conseguimos, pero acá es lo primero que te dan en los bares y lo más barato), aprovechando la notable diferencia de precios con lo que sale comer y beber en Barcelona… Bueno, ya se estarán preguntando por qué no me mudo a Galicia entonces, jeje. De hecho, yo también me lo pregunté, y de momento y sin pensar mucho me respondí que porque llueve mucho y porque (al margen de la playa nudista) hay demasiado tradicionalismo rancio por acá que no me gusta nada (nos cansamos de ver pintadas fascistas por todos lados, por ejemplo). Así que, ahora que se vino la lluvia, finalmente estoy de camino a mis tierras locales, a disfrutar del sol eterno, las playas con topless, las cálidas aguas del Mediterráneo y las fiestas de mi barrio, que son esta semana. Pero bueno, espero que alguno de ustedes quiera venir por estas zonas porque, como siempre, anoté todos los detalles de todos los lugares donde estuve y donde no, ¡y podría planearles un viaje perfecto!

Besos, Marian 29


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NORTEAMÉRICA Agosto de 2014

Hola amigos: Acá les escribo desde el aeropuerto de Filadelfia en un par de horas de espera entre vuelos. Por si con alguno no lo comenté, les cuento que estas vacaciones estoy haciendo un viaje algo diferente de lo habitual. Estuve unos días en Canadá visitando a mi hermanastra y su familia y viajando un poco por la provincia de Quebec, luego acabo de pasar cuatro días en Miami (no se asusten, todo tiene una explicación: vine a visitar a una amiga muy querida que vive allí) y ahora estoy de camino a Montreal nuevamente por otros cinco días.

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Norteamérica

De lo que conocí de Canadá tengo para contarles, en primer lugar, que todo es enorme, desde los campos y ríos hasta las porciones de comida, pasando por los electrodomésticos. La inmensidad del paisaje «se agradece», como se dice en España. Hemos recorrido mil y pico de kilómetros de un parque nacional a otro y todo alrededor del mismo larguísimo y anchísimo río (el de la Plata, un poroto al lado), salpicado a los costados por pueblitos que no alteran para nada la naturaleza; en realidad pareciera que todo es un gran parque nacional con unas pocas construcciones aquí o allá. Los parques están llenos de lagos, islas, arroyos, puentes, árboles, animales del bosque, en fin, mucha naturaleza. De Montreal aún no he visto mucho, pero lo poco que vi también es del estilo… grandes superficies verdes con casas en el medio. ¡Me cuesta imaginar que en invierno en lugar de verde exuberante sea todo blanco y nevado! Una cosa que sí me desilusionó un poquito es que vi esta zona un poco demasiado americanizada… Como les decía, exageración no solo en el paisaje sino también en el consumo, malls y restoranes de fast food al estilo yanqui; hay una especie de centros tipo shopping pero al aire libre con restoranes de fast food de diferentes tipos de comida (por ejemplo tailandesa, árabe, etc.) donde te dan porciones enormes pero nada ricas y al final todo tiene gusto a lo mismo, mientras que me imaginaba algo más cercano al estilo gourmet francés. Hablando de francés, estoy muy frustrada porque no entiendo nada de lo que me dicen, como mucho un 20% más deducciones contextuales, el acento es súper difícil y palabras básicas como el desayuno, el almuerzo y la cena las dicen todas intercaladas en relación con Francia, bueno, por lo menos me entienden cuando hablo, pero al revés no way. De Miami ya les habré hablado en la anterior oportunidad, y no ha cambiado nada, pero bueno, no vine a hacer turismo. Sí que conocí un par de lugares nuevos: uno es Little Havana, donde viven los cubanos anticastristas, todo un mundo. En realidad, en Miami hay varios mundos, en principio uno muy frívolo, consumista y adinerado, y otro que comprende una enorme masa de inmigrantes centroamericanos, legales o no, y negros, dedicados a todo tipo de servicios. Una industria de la construcción pujante como en España en sus buenas (¿?) épocas y especulación al máximo, todo ello regado de malls y playas con el

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sol tapado por los edificios. Hermosas islas casi caribeñas, con palmeras y manglares, pero cubiertas de edificios. Al revés que Canadá, bah. Bueno, ya me descargué, jeje. Les aclaro que a pesar del contexto lo pasé re bien porque vine a ver a mi amiga y pudimos charlar a gusto, salir y nadar en las aguas (hirvientes) del mar. Lástima que no nos dejaron entrar a las discotecas de moda porque no teníamos tacones de 15 cm y vestidos ajustados con escote hasta la cintura, pero la próxima iremos preparadas (¡es broomaaaa!). Bueno, los voy dejando. Besos y que disfruten del verano los del norte, y que sea leve el invierno en el sur.

Mariana

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COSTA RICA Enero de 2015

Hola amigos: Ante todo, ¡feliz año nuevo para aquellos con quienes no nos saludamos el 31 o el 1! Aunque creo haberme acordado de todo el mundo (¡incluso hemos hecho brindis virtuales en algún grupo!). Me habría gustado escribirles desde el viaje, como siempre, pero esta vez no me llevé la compu y ya saben lo torpe que soy con mis dedotes en el teléfono. Así que tomen este email como el relato de viaje correspondiente a estas vacaciones navideñas 2014-2015. Los que ya conocen algunas anécdotas, pueden saltar la parte correspondiente, y

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Costa Rica

aquellos con quienes tenemos encuentro próximo, ya pueden ir adelantando y preparando preguntas (argh, ¡deformación profesional!). Como saben, estuvimos en Costa Rica con mi hermana, y mi viaje fue de unas dos semanitas. El país es chico pero las comunicaciones no son fáciles para los sufridos viajeros independientes, léase varias horas de bus/micro para distancias relativamente cortas, en carreteras largas y sinuosas como canciones de Paul McCartney, no por ello menos interesantes. En efecto, los paisajes desde casi cualquier lado son impresionantes y no dan muchas ganas de dormir en el micro, aunque uno pudiera hacerlo en medio de las curvas, sino de aprovechar para mirar paisajes, vegetación y fauna. Costa Rica es un país muy verde; ya sé que he dicho lo mismo de Canadá, Galicia y Noruega, pero este es otro tipo de verdor, más selvático (creo que en realidad técnicamente es bosque subtropical, pero lo que vi se acerca a mi imaginario de selva y me gusta llamarlo así). Mi primer encuentro con la «selva» fue al día siguiente de mi llegada, en un parque nacional no muy lejos de San José (digamos que hay casi más parques nacionales que ciudades, parecido a Canadá en esto), y fue bastante impresionante ya que, a pesar de ser un lugar conocido y de fácil acceso, yo fui la primera visitante del día, con lo cual me encontré sola en medio de una maraña indescifrable de plantas y árboles que, la verdad, intimida un poco. Si tuviera que encontrar un adjetivo para describir la «selva» diría que es desordenada, pero con una especie de desorden lógico; quiero decir que uno ve, por ejemplo, un árbol altísimo rodeado de una planta que parece parásita y atravesado por lianas, al lado de un arbusto bajo y ancho, en medio hojas secas que parecen animales muertos a la distancia, y a primera vista parece estar todo tan mezclado sin ninguna razón como cualquier cajón de mi armario, pero uno sabe que todo está así por alguna razón y que las futuras visitas guiadas contribuirán a desentrañar el misterio. Y así es, con las explicaciones de los guías uno va iluminando de sabiduría cada trocito de selva y va entendiendo qué hace cada cosa al lado de la otra. La naturaleza es impresionante y, al conocer los recursos que emplean las plantas y los animales para su supervivencia y reproducción, es imposible no maravillarse y proceder a hacer todo tipo de reflexiones

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filosóficas acerca de temas diversos, desde la selección natural, pasando por el origen de la vida, hasta el sentido de la misma (sin obtener ninguna respuesta, claro está). Bueno, ahora mismo algunas de las explicaciones que recibimos en las visitas las recuerdo pero, como mi capacidad en este aspecto es limitada, de aquí a un par de meses solo recordaré lo bonitas que son la mariposa Morphos (es esa azul brillante) y la ranita verde de ojos naranjas (googléenlo y verán), por no decir nada de los tucanes, que son realmente multicolores como salen en los dibujitos (¡el último día y como regalo de despedida vi pasar a diez de ellos, uno tras otro, tirada desde la hamaca paraguaya del alojamiento donde estábamos!). Conocí también a diferentes tipos de monos y a otros animales sobre cuya existencia aprendí hace poco, como los mapaches (ávidos ladrones de comida en la playa). Como se imaginarán por lo que voy contando, el fuerte de este viaje fue la naturaleza, tanto en su aspecto de biodiversidad como paisajístico. Algo bueno de Costa Rica es que en una distancia corta hay de todo: volcanes activos e inactivos, ríos, cascadas, selva… y playa, infaltable complemento de cualquier viaje. Lo especial de las playas a las que fuimos es que estaban en parques nacionales, es decir que uno hace la visita al parque, mira la flora y fauna correspondiente y después se relaja en una playa genial. Si alguno está planeando un viaje por este país, también debería saber que es ideal para todo tipo de deportes de aventura: rafting, barranquismo, bungee jumping, ziplining, surf, parasailing (esto hizo mi hermana) y otros más que no sé ni qué son. Por mi parte, mi gran aventura fue que casi me ahogo en un río termal al cual fuimos en una excursión nocturna (nada grave, ¡me agarró un remolino!), así que allí di por concluido mi ánimo aventurero. Lamentablemente encontramos todo muy invadido por el turismo, sobre todo americano, y no sé si por eso nos pareció todo muy caro, desde los parques nacionales (promedio de 15 dólares la entrada) hasta la comida. El plato nacional es el rice and beans, así nomás en inglés, que es arroz con frijoles cocidos en leche de coco (imaginen las calorías por milímetro cúbico), así que sobreviví a base de piña y banana, frutos

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Costa Rica

nacionales (los demás estaban imposibles: ¡¡una manzana costaba un dólar!!), y cocinando, cuando teníamos cocina, algunos ricos pescados locales. Eso sí, el último día en San José fuimos al mejor restaurante de la ciudad, llamado… ¡La Esquina de Buenos Aires! Y comimos una fabulosa parrillada que incluía chinchulines, riñones y mollejas excelentemente preparados, acompañados con un malbec López, ¡muy bien de precio! Conocimos también a mucha gente en los albergues y excursiones, gente piola (¡es lo que tiene de bueno hacer viajes independientes!) de la cual uno siempre aprende cosas. Por ejemplo, una pareja de Canadá que viajaba con un bebé de diez meses por las carreteras largas y sinuosas, pero esto no es todo. La joven mamá había aprovechado su baja maternal (¡¡de un año!!) para ir con el baby de dos meses a Europa, solitos los dos. Y una pareja de norteamericanos que viajaban con sus niños de 8 y 9 años y los llevaban de aquí para allá; los niños estuvieron

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dos horas en un bus leyendo a Harry Potter en voz alta, luego caminando por una tormenta, sin comer hasta las cuatro de la tarde y sin decir ni mu. Una pareja de biólogos a punto de jubilarse que viajan por couchsurfing, etc. Aunque también hemos tenido que caer en algún albergue de estos llenos de jovencitos norteamericanos que parecen más bien hoteles de viaje de egresados, con habitaciones estilo celda carcelaria (literas, luz desde el techo) y donde el espacio común es un inmenso bar que rodea a una pileta/piscina, con música (?), a tope lleno de yanquis comiendo cheeseburgers dobles y mirando rugby en una inmensa pantalla muda. Esto siempre le hace a uno dudar de hasta cuándo podrá sostener este tipo de viajes. Pero las experiencias positivas en general son más… Bueno, amigos, por ahora es todo, más info en persona, o si quieren viajar, ya saben…

Besos a todos, Mariana

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TENERIFE Abril de 2015

Hola amigos: Como muchos de ustedes saben, acabamos de pasar unos días en Tenerife, destino escogido para las vacaciones de Semana Santa (acá tengo unos diez días), destino que cumplía las condiciones de barato, relativamente cercano, accesible por Ryanair ¡y con CALOR! Normalmente el primer trimestre del año se me hace duro debido a las temperaturas y a que no hay ni un solo feriado entre enero y marzo, pero este año el frío me costó más de lo habitual y anduve particularmente estresada con todo el cambio laboral que algunos ya conocen, así que estas minivacaciones me vinieron súper bien. Acá, como siempre, les

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Tenerife

mando el informe/relato a los de acá así ya lo saben antes de vernos y a los de allá que disfrutan de mis modestas aventuras, en el «argeñol» que me vaya saliendo (cualquier duda, traducir en Google). En primer lugar, les cuento (sobre todo a los del sur, que no tienen por qué estar al tanto de la compleja geografía española) que Tenerife es una de las Islas Canarias, grupo de siete islas que se encuentran, en realidad, al lado de África, a la altura de Marruecos (como verán si consultan a nuestro amigo Google Maps). La historia de las Canarias es muy parecida a la de Latinoamérica («indios» guanches, conquista, colonia, cabildos, revoluciones, etc.), con otro final, evidentemente. Pero en cuanto a cultura (en el sentido comida, construcciones, manera de ser, acento…) si a uno lo llevan allí con los ojos cerrados y luego le dicen que adivine dónde está, difícil no pensar en algún país centro o sudamericano. Comenzando por la geografía, para ubicarlos, la isla está dominada por el Teide, el pico más alto de España y antiguo volcán. La zona es un parque nacional y es realmente interesante, con una geografía estilo «paisaje lunar»; hay miles de fotos por internet. Los cambios son abruptos: cuando fuimos, subimos desde el nivel del mar hasta la base del teleférico que te lleva arriba, a mil y pico de metros, en menos de una hora, y luego el teleférico te sube mil doscientos metros en ocho minutos. Experiencia muy buena, por cierto, y práctica (¡se haría muy difícil subir, si no!). Arriba se nota la altura y la falta de oxígeno (de hecho, David no subió ya que estaba contraindicado), y hay caminatas impresionantes para hacer si uno está en condiciones. Yo vi el pico nevado, a la mañana, y esa misma tarde estaba bañándome en el mar, ¡imagínense el contraste! Bueno, así son los contrastes de la isla. Resulta muy interesante ir cruzando por el medio, por las carreteras de montaña, y viendo los cambios en la vegetación producidos por la geografía: del lado del norte se quedan los vientos y entonces es verde, lluvioso y ventoso, y cruzando el Teide para el sur se vuelve árido y caluroso. Si uno sube desde el norte, suele comenzar en medio de un banco de niebla y de repente emerger como por arte de magia en un soleado paisaje de montaña, con el mar de nubes abajo tapando toda la costa.

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Tenemos entonces, como les decía, unas islas geográficamente africanas, culturalmente latinoamericanas y política y económicamente europeas, combinación interesante que no es ningún secreto: el calorcito casi constante es un imán para familias en busca de turismo barato y guiris, sobre todo alemanes e ingleses, muchos de los cuales eligen, sobre todo, Lanzarote y Tenerife para retirarse, además de quienes pasan largas vacaciones allí. Esto se traduce en que lugares que alguna vez fueron pintorescos, pueblitos de pescadores al lado del mar, son ahora adefesios de edificios de varias plantas con piscinas y calles llenas de tiendas de baratijas y restaurantes ofreciendo full English breakfasts y Chelsea v. Manchester a las 6 pm con 2 x 1 beer (con todo mi cariño por mis amigos ingleses que estén leyendo). Un ejemplo de esto es un lugar espectacular llamado Los Gigantes, por los acantilados que dan nombre al pueblo. Lamento no haber sacado fotos del pueblo en sí para que se figuren lo que digo en cuanto a las construcciones (los de aquí, imaginen Lloret de Mar en verano). Dicho esto, el lugar en sí está buenísimo, sobre todo si uno toma un barco que lo lleve bordeando el acantilado. Esto hicimos nosotros en el marco de una excursión para ver delfines. Esta experiencia fue medio surrealista, ya que implicó estar en el medio de ciento cincuenta personas en un barco que pretendía ser pirata, rodeados de turistas alemanes y familias con niños, fotógrafos que te sacaban fotos sin permiso para vendértelas luego y una tripulación que intentaba «animar» la salida con chistes, juegos y bebidas —lo peor fue cuando intentaron que bebiera un líquido amarillento (licor de banana, no se asusten) directamente de una bota arrojado por un marinero mientras otro señor pretendía sacar una foto; por supuesto que los saqué cagando, ¡pero el resto del pasaje se prestaba alegremente al ridículo!—. No obstante, una vez pasado el momento de shock, lo pasamos bien y disfrutamos del paisaje impresionante, los delfines saliendo y entrando y nadando al lado del barco debajo del agua (¡creo que entran como en competencia y quieren ir más rápido que el barco!) y luego la zambullida en las aguas transparentes de una calita remota, donde se puede acceder solo en barco o bajando tres horas desde la montaña (para lo cual no estamos listos, jeje). Esto fue el día mismo del Teide y lo rematé viendo peces de colores en otra cala cercana, ¡para que vean la variedad!

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Tenerife

Por suerte, hay otras zonas que no han sido arruinadas por el turismo de masas y donde aún se puede disfrutar de un pequeño pueblito costero con un bolichito sobre el mar o sobre las piscinas naturales en las rocas, numerosas en el norte, y comer pescado fresco de esos que uno elige de la vitrina directamente. Por ejemplo, en un pueblo llamado Garachico lamentablemente no estaba permitido aún bañarse en las piscinas naturales, pero disfruté mucho de la playita de al lado, de arenas negras y aguas transparentes. Habría debido comenzar por decirles que tuvimos una racha de buen clima, muy buena suerte realmente ya que hasta dos días antes, según los locales, había hecho «frío» (todo el frío que puede hacer allí), y ahora veo en el pronóstico que bajaron las temperaturas pero, mientras estuvimos, hubo alrededor de veinte grados en el norte y veinticinco en algunas zonas del sur, con aguas a dieciocho aproximadamente —suficiente para bañarse todos los días gracias a mi fantástica nueva adquisición que muchos ya conocen, mi súper TRAJE DE NEOPRENO que me hizo feliz a solo 19,50 euros en el Decathlon que auspicia este viaje y todos los que hago, jiji—. De paso les aclaro a quienes recibieron mi foto en el neopreno (por mis propios medios o mediante fotos no autorizadas que me sacó el paparazzi) que no tengo complejo de Sirenita, jeje, era solo una prueba de lo útil que resultó la adquisición (¡algunos de los de acá saben que estaba muy emocionada y quería transmitirles lo acertado de la decisión!). Bien… se está haciendo largo, si tienen pensado ir les armo el viaje, como siempre, y les puedo recomendar el lugar donde paramos (un departamentito más grande que nuestro piso, jeje, en un contexto de casa rural falsamente colonial pero hecha con buen gusto). Hemos traído almogrote (queso de cabra con mojo, especialidad de La Gomera, isla vecina donde fuimos a pasar un día de excursión), para compartir con los primeros que pasen por casa.

¡Besos y viajes para todos! Mariana 44


NIZA Junio de 2015

Queridos amigos: Les escribo un email, como siempre, con la excusa del viajecito que acabo de terminar (estoy en el aeropuerto) en estos tiempos en que nuestra comunicación se ha visto prácticamente reducida al WhatsApp, incluso para anunciar muertes, bodas, nacimientos, enfermedades… Así que espero que los que tengan ganas junten todo ese tiempo que no les hago gastar en videos, chistes o cadenas milagrosas que se suelen enviar por ese medio y lo usen para leer estas líneas. Aprovecho para hacer un inciso y agradecer los saludos de cumpleaños por cualquier medio, y en especial a los que usaron el antiguo sistema de llamar por

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Niza

teléfono o Skype (¡ocasión que aún amerita la voz!). Saben que mi rutina cumpleañera de los últimos años consiste en estar en casa pronto ese día para recibir llamadas o videoconferencias (incluso con gente reunida del otro lado del océano, ¡lo cual es un gran festejo!) y estar hasta que me caiga dormida (¡nada de cenas!), ¡y es un placer! Le decía a alguno de ustedes que podemos hablar otros días también… ¡es gratis! Bueno, al tema de este email. Muchos de ustedes saben que tuve que venir a Niza por trabajo jueves y viernes, y aproveché para quedarme el finde. Siempre me gusta venir a Francia, pasar por la campiña, disfrutar de que la gente te trate bien y paren en los semáforos, practicar el francés (cuando me dejan: muchas veces son tan amables que se empeñan en hablarme en otro idioma, o será que hablo muy mal), comer comida bien preparada, carne, queso, pan, que te pongan agua riquísima de la canilla/grifo en los restoranes… tonterías que te hacen la estancia agradable. En cuanto a Niza, los argentinos que están leyendo recordarán que es parada obligada en el famoso primer tour por Europa de veinte ciudades en un mes, con todo el glamour que la rodea en el imaginario colectivo: yates, ricos y famosos, la Costa Azul… Bueno, no es un destino que habría elegido si no hubiese tenido que venir, pero ya que estaba, pensé que algo bueno habría (al menos la playa, ¡que ya saben que me encanta!). Ahora les contaré la verdad, jeje. Cuando llegué me fui directo a trabajar y no vi el casco antiguo (donde estaba mi hotel, por suerte) hasta casi las ocho (mi jefe tiene unos horarios espantosos). Yo venía esperando algo súper chic, y la verdad es que el primer impacto fue como el de cualquier pueblo grande y medio caro de una costa de algún país del Mediterráneo, con sus infaltables toques cutres/grasas. Para los que no anduvieron por este viejo continente, me refiero a la parte histórica de las ciudades europeas, donde las construcciones tienen muchos siglos y a nosotros los del nuevo continente (donde una casa de 100 años es monumento histórico) nos resultan especialmente fascinantes. Bueno, claro que tiene su encanto sentarse a tomar una copa de helado vino rosado (la moda de Francia ahora, el rosé con toques de pomelo) en un bar con velitas bajo las ancianas piedras medievales… justo enfrente de un tenderete/boliche de chinos vendiendo chanclas/ojotas por cinco euros y pareos por diez. La mitad de las construcciones son o bien

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negocios o bien restoranes, bares o heladerías. Bien, que en esto es igual al centro de Barcelona: turismo masivo incontrolado que arruina todo lo que toca, y difícil de manejar. Uno también es turista, y se encuentra en esta dicotomía de querer ver las cosas auténticas como eran antes… de uno. Por ejemplo, ante tanta oferta culinaria bien agresiva y difícil de resistir, cuesta encontrar qué es lo auténtico del lugar… aunque después de investigar descubrí que la ensalada niçoise (con atún y sardinas) lo es (como su nombre lo indica) así como otras cositas que llaman farcis (rellenos) que son eso, verduritas o masa rellena de otras cosas. Y una especie de pan hecho de harina de garbanzos que se llama socca y se cocina en horno de leña (y que debe ser lo único barato del lugar). Por lo demás, buenísima oferta de comida italiana, china, japonesa, los infaltables kebabs, a precios como quince euros una ensalada… En fin. Retomando el hilo, como les decía, la primera tardecita me gustó y encontré un par de lindos lugarcitos, y luego la playa es una gran bahía (es de rocas) flanqueada por una montaña con un castillo, desde la subida al cual pueden observar las fotos del atardecer que puse en Facebook. Claro que la bahía da a una calle con construcciones… hay que hacer el ejercicio mental de quitarlas. Bueno, un gran gusto que me di fue, al segundo día (como mi jefe no me pasaba a buscar hasta las nueve y media), levantarme a las siete y recorrer el histórico casco sin gente, solo con los locales que iban a trabajar, y bajar a la playa (a diez minutos del hotel), ¡y a las siete y media estaba nadando! Y ese mismo día también a las ocho y media de la noche. Les cuento que ha sido el verano más caluroso en no sé cuántas décadas y justo me vino a tocar a mí, jeje. De ahí estos baños extemporáneos (solo recuerdo haber hecho esto en Río de Janeiro). Bien, los otros dos días me alojé por Airbnb (¡imagínense que el hotel costaba 140 euros por noche, que obviamente yo no pagué, y era un aprobado justito!) en un departamento en el centro pero no en el barrio histórico, y fue una muy buena experiencia. Es de dos hermanos de Costa de Marfil que viven en Francia desde hace cuarenta años, uno más joven que vive al lado con una hijita muy simpática que me asesoró sobre todas las piscinas y juegos infantiles de Niza, y el otro más mayor que vive en el piso. Es un economista que se dedicaba a

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Niza

auditorías (está jubilado ahora) y parece que tenía mucha pasta/guita y se abrió una empresa en su país, que dejó a cargo de su sobrino, quien se fugó con todo el dinero, tras lo cual lo abandonó su mujer después de treinta y tres años juntos. Bueno, un personaje, muy amable por cierto. Anoche estaba cansada y fastidiada con el calor y en vez de salir a dar una vuelta al perro por el shopping histórico me puse a charlar con el viejo, luego vino la otra huésped, una taiwanesa diseñadora que vive en París, y nos quedamos arreglando el mundo hasta las dos de la mañana, en mi más que regular francés (por suerte la taiwanesa estaba como yo). Hay que reconocer que ayudó que el dueño de casa abrió una botella de vino rosado (el de moda) de… ¡un litro y medio! Un regalo de su hija, cantante y actriz parece que conocida de comedia musical. A las dos quedaba un cuarto de litro, y tengo la sensación de que a mí me tocó más de la tercera parte del litro y cuarto (parece un problema escolar). Con esto quiero decir que, a medida que iba pasando la noche, mi nivel de francés mejoraba en directa proporción al alcohol consumido, como suele pasar. Y creo que esto fue lo más auténtico del viaje. Como pasa siempre, aprovechar para hablar con gente que uno de otro modo jamás conocería. Yo no había hablado nunca tanto tiempo con nadie de Taiwán ni de Costa de Marfil ni ellos con alguien de Argentina. Gracioso, un africano, una asiática y una latinoamericana hablando en francés en un país europeo… Cualquier semejanza con una canción de Drexler sobre la globalización es… ¡la pura realidad! Ayer y hoy estuve dando vueltas por los pueblos de la zona; la verdad es que me habían dicho que fuera a Mónaco, pero entre el calor y la sensación ya en ciertas partes de Niza de estar mirando una fiesta a la que no estoy invitada (pero a la que me dejan mirar apoyando la nariz en la ventana) no me dio ni cinco de ganas. En cambio, fui a un par de inefables pueblos medievales también recomendados, con o sin mar. Y, la verdad, son bonitos, prolijos, históricos, medievales, con plantas, lindas vistas, pero nuevamente, imaginémoslos sin tiendas, sin restoranes… Así como son ahora, son como un centro comercial con paredes de piedras históricas. En este viaje los he bautizado como «shoppings medievales». Quizás es que ya vi muchos… ¿Vieron como cuando uno dice «es el último libro de Paul Auster que voy a leer»?

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Bueno, pues lo mismo, ya tuve mi cuota, creo… Recuerdo las primeras emociones de pensar que ahora vive gente en esos lugares y hace quinientos años también… y ya las naturalicé, me parece. Por otra parte, el pueblo más bonito de Francia es Rocamadour y creo que ya quedó el listón demasiado alto (si no lo conocen, miren fotos por internet y verán lo que quiero decir), y, además, la verdad es que pueblos de Girona como Peratallada no tienen nada que envidiar a estos (solo las vistas). Y estuvimos en muchos pueblitos preciosos en otras partes de Francia, con turistas, pero digamos veinte o treinta, no miles y miles, que conservaban su autenticidad. En fin, no piensen que no me gustó, es que es solo como una película de Hollywood otra vez… En descargo de los pueblos debo decir que las temperaturas de treinta y cinco grados no permiten apreciarlos en su grandiosidad y a ellas atribuyo parte de mi fastidio. En cuanto a playas, este viaje no lo preparé demasiado (entre el trabajo y la organización de otros inminentes viajes importantes, no tuve tiempo) y me lo tomé con calma (de veras, ¡eh!), con lo cual, sin saber muy bien cómo, ayer caí en una que me gustó bastante, de piedras también pero con aguas cristalinas y un acantilado atrás, bastante poca gente y palmeras para dormir abajo… una grata sorpresa. Eso sí: la Costa Brava, que tengo al lado de casa, le da miles de vueltas a la famosa Costa Azul. Ni hablar. Con lo cual comprobamos que no siempre lo conocido y caro es lo mejor. Conclusión: si van a Francia, cualquiera de las otras regiones es mucho más interesante, auténtica y económica. En este viaje pensaba que es un poco como con los libros y el cine, que cada vez encuentro más difícil que me sorprendan… Hemos hablado de este tema con otros cuarentones y una de las hipótesis es que… ¡hemos visto y leído mucho! Pues lo mismo… ¡muchas playas, muchos pueblos, muchas islas, muchas montañas, muchos ríos! Pero bueno, por suerte algunas cascadas, algunos lagos, pocos volcanes, pocos glaciares, pocos fenómenos celestes, nada de animales salvajes, y muchas culturas por explorar. Ya saben algunos que tengo la lista hecha hasta los 50, jeje.

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Niza

Si aguantaron hasta acá, se ganaron un asado. Solo tienen que poner un post en Facebook con una contraseña que me lo haga saber. Jejeje. Los próximos emails prometen mucho, así que a los que no saben dónde voy… ¡los dejo con la intriga!

Besos y viajes para todos. El enanito de Amélie (jiji) PD: ¡casi me pierdo el avión por escribir! Levanté la vista y estaba por cerrar el embarque. ¡Jamás me ha pasado algo así!

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ISLANDIA Agosto de 2015

Queridos todos: Vuelvo a la carga con este email tan esperado por algunos y temido por otros, cumpliendo así con mi promesa de detallarles mis impresiones de Islandia, de donde acabo de volver… Comienzo por una orientación general para aquellos amigos del hemisferio sur, a quienes Islandia les queda muy lejos (geográfica y psicológicamente). Este país es una isla más o menos redondeada, circunvalado por una carretera que hace las veces de autopista, de unos 1450 km de longitud, y que los turistas recorremos en sentido horario o

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Islandia

antihorario, deteniéndonos en los puntos de interés (muchos de ellos a pie de ruta mismo) o desviándonos un poco por carreteras secundarias en las atracciones que lo requieren. Una especie de gran parque de diversiones, bah. Desde el punto de vista turístico, es muy práctico, ya que solo hay que seguir esta carretera circular, gratuita y bien señalizada, hasta volver al punto de partida. A menos que uno quiera ir al interior, a las misteriosas Highlands, que ya describiré luego. Estamos hablando de un país del primer mundo, desarrollado, donde todos hablan inglés y son educados, así que es un destino amable desde el punto de vista humano. Desde el aspecto geográfico, todo es otra historia. Si me pidiesen palabras para describir a Islandia, me saldría decir: agua en sus tres estados (cascadas, glaciares, ríos fríos y calientes, témpanos, hielos eternos, lluvias, géiseres…), inmensidad, volcanes y todo lo que los rodea (lava, fumarolas, cráteres, aguas calientes subterráneas…), formaciones geológicas curiosas e indescriptibles, columnas de basalto, arenas negras de lava, acantilados, fiordos… Todo esto que me sale tan desordenado es quizás un reflejo del modo en que impresiona el lugar. Cómo explicarles… si uno creyera en un diseño inteligente, pensaría que al responsable de esta zona le dio por transgredir las leyes de organización de la naturaleza, cual compositor que rompe con las armonías establecidas, y se le ocurrió colocar superficies heladas en medio de verdes colinas, glaciares al lado de mares, témpanos que flotan desde una laguna hacia el mar, montañas de lava en playas… todo mezclado e inmenso. Seguramente muchos de nosotros hemos visto antes cascadas, glaciares, desiertos negros, volcanes… pero las dimensiones aquí son, digamos, extraterrestres. Hay lugares en los que a uno se le ocurre ir hasta esa piedra que está más allá, y cuando va dirigiéndose hacia ese lado ve que no llega y no llega… era más lejos y más grande de lo que se veía, y uno se siente una hormiguita realmente. Incluso fenómenos climatológicos, como el viento y las lluvias, tienen dimensiones exageradas: hemos estado en situaciones en las que el viento nos habría tirado fácilmente si no luchábamos contra él… Otro elemento que ayuda a la sorpresa es la disposición de las «atracciones». He visto antes lenguas de glaciar, pero nunca una detrás de otra al costado de una carretera, ¡sin hacer siquiera una

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pequeña caminata! Una laguna famosa por sus témpanos flotando, estilo Upsala en nuestro sur, aparece directamente allí al costado de la ruta y se puede hasta mirar desde el auto. Esta sensación de mezcla geográfica y de inmensidad que les decía antes es aún más fuerte al adentrarse en el interior: esto solo se puede hacer con vehículos adaptados especialmente que por fuera parecen buses comunes y corrientes pero no lo son, y que van cruzando campos negros de lava sin ninguna orientación que uno pueda discernir y (literalmente) lagos y ríos. Imagínense estar en un bus y meterse en un lago. Parece una especie de ambiente de realismo mágico o de Harry Potter, y uno ya se espera cualquier cosa. Creo que si las ovejas, que abundan en esta zona y que son una especie rara (muy culonas y redondeadas, simpatiquísimas hasta que se les da por cruzarse en medio de la ruta, y es importante no arrollarlas ya que la multa en ese caso es de 500 euros), hubiesen levantado vuelo de repente cual bandada de pájaros, no nos habríamos sorprendido: lo habríamos tomado como parte de la alteración de la naturaleza que rige las leyes del lugar. Otra zona especialmente impresionante es la de los géiseres, fumarolas y lava ardiente. No sé si han visto esas fotos típicas de géiseres con el chorro de vapor saliendo del suelo, o de unos montículos de piedra agujereados (tendrán un nombre pero no lo sé) que recuerdan a las maquinarias de los trenes a vapor, con toda la furia del mundo. Suelen encontrarse acompañados de pozas de lava hirviente a las que impresiona acercarse. Estas zonas parecen pequeños (o grandes) infiernos… la tierra en su estado más furioso y salvaje. Es como poder acercarse a las entrañas mismas del planeta y ver cómo funciona en su interior… Bien, les cuento un poco del tipo de viaje que hice. Muchos saben que fuimos en pequeño grupo alquilando una camper van: una furgoneta adaptada donde se puede dormir y cocinar y hacer todo lo que uno precisa para sobrevivir menos ducharse e ir al baño, y a la que uno puede añadir complementos en el alquiler: bolsas de dormir, sillas, mesas… Este sistema es muy común en Islandia y realmente práctico, ya que por un lado los hoteles son caríiiisimos (más que en cualquier otro lado donde haya estado) y por el otro así uno tiene flexibilidad para ir parando según cómo se desarrolle la ruta planeada. Se trata de

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Islandia

buscar un lugar para pasar la noche (se puede ir a un camping, pero implica un gasto extra bastante elevado) y acampar por libre. Bueno, uno puede imaginarse una situación estilo sur de la Patagonia, yendo alegremente con la furgoneta, parando al sol a hacer un asadito y tocar la guitarra (¡de hecho teníamos una! ¡Se podía alquilar también!) y amaneciendo en parajes idílicos frente a un lago. Bien, esto a veces es así, pero muchas veces no. Todo lo que Islandia tiene de salvaje, enorme, caótico e impresionante a nivel geográfico lo tiene a nivel climático, y hemos atravesado vientos furiosos que hacían tambalear la camioneta, nieblas tan densas que no dejaban ver si estábamos en una pradera o en un acantilado y lluvias interminables que nos herían la piel en combinación con el viento. Ha habido de todo: la primera noche dormimos en un sitio hermosísimo en un mirador al lado de un acantilado de la playa, con la luna reflejándose sobre el mar (de hecho ni siquiera debería decir «noche» ¡ya que jamás oscureció! El atardecer se detuvo a las once y luego salió el sol antes de las seis), mientras que la segunda la pasamos en medio de un cúmulo de niebla, iluminada por cierto (al menos se veía cuando uno salía a hacer pis). Luego, hay que ocuparse de cuestiones de supervivencia: cargar el depósito de agua de la furgoneta, comprar víveres para la comida, encontrar un lugar adecuado para comer, organizar el espacio y (muy importante) encontrar dónde dormir, que no es tan fácil. Uno no puede acampar en medio de un pueblo o carretera privada, y muchas veces cuesta encontrar parajes apropiados adentrándose en carreteras secundarias, sin mucho viento, protegido pero no tan aislado, etc. Pasados unos días me sentía como una especie de sin techo: al atardecer ya íbamos mirando lugares posibles para dormir desde la ruta, comparando… Imaginábamos que los homeless seguramente harían lo mismo, se pasarán datos de dónde conviene o no… Todavía me quedó el reflejo de hacerlo cuando voy en el auto por la ruta, cual Chaplin en Tiempos Modernos intentando ajustar clavijas cada vez que veía algo redondito… Esto de buscar dónde dormir, cómo comer, cómo asearse (voy a ello enseguida), cómo mear, etc. constituye toda una experiencia de supervivencia, controlada, eso sí: sabemos que, cualquier cosa, estamos en un lugar desarrollado, hablamos inglés, tenemos nuestras tarjetas bancarias y dinero en nuestras cuentas, así que nada muy malo nos puede pasar… Solo un juego, lo suficientemente realista para

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que sea divertido (y a veces nos haga sufrir un poco, ¡sobre todo porque tuvimos tres incidentes con la furgoneta!). Voy al tema higiene personal, que a mí es el que más me cuesta en situaciones de supervivencia, ya que no me importa dormir en el suelo o comer en la mugre, pero no aguanto sin ducharme mucho más de 24 horas. Resulta que así como es de importante el agua en la naturaleza de Islandia lo es en la vida social de los islandeses, en forma de piscinas, termas y baños… de agua caliente y al aire libre. Para los que preguntaban, es verano, sí, pero el clima es casi invernal. Hace frío, muchas veces ocho, diez, doce grados… a veces menos… Entonces esto del agua caliente al aire libre es una idea genial. Tanto natural como creado por el hombre: hay muchos sitios de aguas termales que forman piscinas naturales o ríos donde uno se puede bañar gratuitamente y en medio de un paisaje increíble (por ejemplo, ¡unas pozas subterráneas con aguas sulfurosas a 40 grados bajo unas rocas que forman una fisura!); otros sitios mitad y mitad, quiero decir lugares donde se aprovechan las aguas naturales para construir desde megacomplejos turísticos de aguas calientes hasta ideas como la de un hotel donde se les ocurrió poner unas bañeras redondas de aguas termales en medio de la naturaleza con vistas a un glaciar (una de las sorpresas más agradables, que encontramos por casualidad ¡y disfruté como nada!); y otros lugares totalmente artificiales y súper importantes en la vida islandesa, que son las piscinas públicas. Cada pueblo que se precie tiene su piscina municipal, que normalmente consiste en una piscina de natación con aguas templadas y otras secciones: toboganes estilo Aquapark; pozas de agua caliente graduadas (por ejemplo, una de 33 a 35 grados, otra de 35 a 37, otra de 37 a 39, la más caliente de 39 a 41) en las que uno puede ir de más a menos, por ejemplo, hasta devolver al cuerpo una temperatura agradable. Todo esto, como dije, al aire libre y a veces bajo la lluvia… El sistema es pagar una entrada de aproximadamente 5 euros, ducharse (con jabón y en pelotas, importantísimo, son muy cuidadosos con esto), dejar las cosas en unas taquillas y meterse al agua más caliente primero hasta quitarse el frío del cuerpo. Bueno, las tres chicas del grupo somos fanáticas de los baños de agua fría en verano y los de agua caliente en el frío, digamos que cualquier agua nos viene bien, así que cuando

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Islandia

no nos tocaba piscina natural, nos habituamos a buscar piscinas de pueblo, y así no solo recobrábamos nuestra temperatura corporal sino que nos duchábamos decentemente, todo por un módico precio, y nos íbamos a dormir relajaditas y limpitas. Y además esto nos permitió ver de cerca la vida social islandesa. La piscina allí es como el café en España: la gente se dirige a la piscina después del trabajo, se encuentran allí con conocidos, charlan, luego a las 21 cuando cierran cada uno se va a su casa. Así que hemos estado metidas en pozas de agua caliente con señores y señoras islandeses desconocidos, codo a codo, compartiendo casi una intimidad física y sin entender lo que decían… Conclusión: país súper recomendable, logró sorprenderme (¡saben que estoy difícil de sorprender últimamente!), volvería. Bueno, en esta ocasión, para evitar trampas, el que quiera el asado que me envíe un email y le responderé con un cuestionario que tendrá que completar para demostrar la lectura, jejeje. Estoy escribiendo ahora mismo desde un lugar que no imaginan… ¡pero lo cuento en el próximo correo!

Mariana

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SICILIA Agosto de 2015

Les escribo ahora de vuelta de la última etapa (¡creo!) de este verano, que como muchos de ustedes sabían, fue un viaje de una semana a Sicilia, en busca de un shock térmico tras Islandia. Y sí que fue shock, no solo térmico… Bien, para ir por orden, como siempre, les cuento que otra vez estamos en una isla (es mi temática de este año…), más pequeña, eso sí, que Islandia, que cuenta entre sus atractivos con diferentes tipos de lugares de interés cultural (edificios barrocos, con mosaicos, ruinas grecorromanas, catedrales e iglesias, pueblos medievales sobre colinas…) y natural (playas, acantilados, colinas, el famoso volcán Etna…) y organizada

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Sicilia

(o desorganizada) de manera diferente, ya que aquí podemos hacer diferentes tipos de recorridos, no solo circulares sino también por el medio, y apartarnos hacia algunas de las islas satélites. Organicé un recorrido circular en sentido horario en gran parte por cuestiones muy prácticas relacionadas con lo económico (Ryanair vuela a Trapani y los precios y horarios más convenientes eran de domingo a domingo), con un desvío a las islas Eolias, desde donde algunos han recibido unas fotitos mías en una piscina que luego explicaré. Les voy contando el recorrido circular, pueden seguirlo en un mapa cualquiera de Google. Comencé este relato comparando esto con Islandia y temo que seguirá por ahí la cosa, empezando por una obviedad: Sicilia NO es Islandia, y lo comprobamos no bien llegamos a Trapani el domingo por la noche y nos encontramos con toda la ciudad colapsada por el tráfico, a tal punto que tuvimos que dejar el auto a tres kilómetros de nuestro alojamiento y atravesar toda la ciudad. Para nuestro alivio, enseguida descubrimos que esto se debía a que justo eran las fiestas creemos que locales, aunque puede que fuesen las de Ferragosto, que se celebran en toda la isla durante todo ese fin de semana (el del 15 de agosto). Lo bueno es que estaban todas las calles cortadas con los bares poniendo sus mesas en la calle, la gente paseando, comiendo, música, etc. al estilo fiestas de barrio en Barcelona, con fuegos artificiales como fin de fiesta, a las doce, y nosotros estábamos justo ahí en el medio de la acción. Fue bueno por auténtico, no para turistas (lo primero y lo último auténtico que vimos, ¡creo!). Los fuegos artificiales ya fueron una muestra de las diferencias culturales que nos separan (hablo como residente en Cataluña, ahora). Nosotros, cuando vamos a ver fuegos en la Barceloneta, por ejemplo, nos sentamos ordenadamente, los admiramos en silencio y al final hay un educado aplauso. En cambio, acá con cada explosión la gente no se privaba de gritar su admiración, hasta el expresivo aplauso final. Vieron que los estereotipos en general vienen de algún lado… Bueno, este rasgo simpático (el de la expresividad, digamos, típica del imaginario que rodea al sur de Italia) puede convertirse en aborrecible cuando se manifiesta en gritos, bocinazos, malos modales, nada de respeto por las señales de tráfico, conducción impulsiva… para qué seguir la lista. Todas cosas

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estas que uno sabe pero que cuando viene, encima, ¡de Islandia! sufre doblemente. Para continuar con los shocks no térmicos (en realidad no hizo tanto calor: la temperatura se mantuvo en un agradable promedio de veintisiete grados de máxima), al día siguiente estuvimos cuarenta minutos para avanzar literalmente quinientos metros en una carretera colapsada no sabemos por qué (aunque lo más probable es que fuese porque iba a un pueblo de playa). Esto, después de dos semanas de estar atravesando carreteras casi desiertas, sí que es un shock. Total, que tuvimos que escaparnos cuando pudimos y quedarnos sin conocer las supuestamente bellas playas del norte de Trapani. Todo para ir a Palermo, ciudad ruidosa, sucia e imposible de tráfico, llena de gente y de turistas, también de iglesias y callecitas… que sentimos que ya hemos visto antes. Y luego terminamos el día agobiándonos en Cefalú, exponente de shopping medieval si los hay, con una playa abarrotada hasta decir basta… Aquí es donde se filmó Cinema Paradiso, les cuento. No sé cómo lo habrán hecho, sería en invierno o habrán echado a todos los turistas, pero en agosto es un pequeño infierno. Lamentablemente tenía reservado allí el alojamiento (en realidad, en un camping cercano) y volví a odiar la falta de libertad que tenemos ahora que hay que reservar todo por internet y no podemos improvisar como antes, ya que con gusto habríamos avanzado más esa noche. Bien, comenzamos mal pero luego la cosa repuntó un poco. Al día siguiente cruzamos a Lipari, la más grande de las islas Eolias. Estas islas son hermosas, mucho menos cutres y enquilombadas, mucho más relajadas y exclusivas y por supuesto más caras que Sicilia, como suele pasar. Pero por esas cosas del azar tuve la suerte de encontrar, al armar el viaje, un alojamiento por Airbnb propiedad de un señor mayor, un eoliano (¿se dirá así?) que vive con su mujer en una maravillosa casa con una inmensa huerta y frutales propios en una colina a tres kilómetros del puerto de Lipari, en un pintoresco pueblito llamado Marina Corta (en realidad son tres kilómetros por carretera, ¡pero si uno fuese en línea recta sería la mitad!), casa de la que alquila la planta inferior y desde la cual se ve todo el pueblo, ya que está arriba de todo, y además se ven el resto de las islas, incluyendo al humeante Stromboli… ¡todo desde la terraza con piscina! Lo explico mejor: el señor alquila

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Sicilia

la planta inferior, que es independiente y con su terraza propia, y uno puede subir a la planta donde viven ellos y donde está la piscina, con las mismas vistas a las islas. Este increíble lugar, aun en el sitio más caro de Sicilia, fue para nosotros el más barato de todos los alojamientos, ya que cuando lo reservé este señor, Giuseppe, recién lo había comenzado a alquilar, y lo puso súper barato… ¡cincuenta euros la noche! Estuvimos dos noches allí y fue genial. Giuseppe nos dejó un montón de higos de su propia huerta en la heladera (son típicos de la zona) y nos servía vino siciliano (otra especialidad) cuando estábamos en la pileta… imagínense estar bañándose en la pileta con un vaso de vino en la mano y mirando al Stromboli… ¡un lujo increíble para nosotros! Bueno, este creo que fue el punto top del viaje. Además de la dolce vita piscinesca, hicimos excursiones en barco desde Lipari a otras islas, las típicas donde te hacen rodear las islas en barco y te tirás a nadar mirando las costas impresionantes… Muy lindo y relajado. De vuelta a la isla madre, caímos en Taormina y casi en una depresión después de las Eolias… La calle principal de Taormina es una especie de paseo de Gracia, con las tiendas más caras del mundo, marcas famosas, abiertas hasta la medianoche, en el medio del casco histórico… otra vez el maldito shopping medieval, ¡pero encima de lujo! Y allí pasaríamos dos noches. Por suerte, después de superar el shock, salimos a caminar y encontramos algún encanto. Un casco histórico siempre es lindo, y saliendo de la «calle-shopping» al menos nos adentramos en las «calles-patio de comidas», que son más interesantes (nos interesa más comer que comprar, jeje). Hay también iglesias, vistas panorámicas (Taormina está emplazada en lo alto de una colina y se ve todo el mar) y el maravilloso Teatro Antiguo (griego), desde el cual algunos han recibido unas fotos mías. Allí fui (sola) el segundo día al atardecer y fue genial: había un ensayo de ópera (se usa para espectáculos) y, en el contexto de la puesta del sol con una acústica maravillosa, si uno no miraba a los actores (ni a los turistas) podía imaginarse que había viajado al pasado… Desde Taormina también fuimos al Etna, paseo que nos gustó mucho: la ascensión desde el norte es muy agradable, en medio de una curiosa mezcla de pinares y campos de lava; hicimos unas pequeñas caminatas desde el punto al que se puede llegar (es decir, nos adentramos por unos senderos, pero, como siempre en Italia, si no se

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paga no hay manera de que uno se entere de nada, no ponen ni un mísero cartel indicativo) y CON POCA GENTE, ya que la mayoría asciende desde el sur… ¡un regalo de la vida! Fuimos también a unas gargantas muy curiosas, de basalto, abarrotadas a más no poder, y luego bajé a la playa estrella del lugar, la Isola Bella, que no es una isla sino una península a la que se cruza caminando por el mar, y uno casi se cae de la isola de tanta gente que hay… ¿les suena esa expresión «no cabe ni un alfiler»? Bueno, yo creo que se inventó un agosto en Sicilia. Lo bueno de este lugar es que, si uno se mete al mar, hay más lugar que en las piedras (¡nada de playa de arena!) y el agua es muy poco profunda y está llena de peces, ¡genial para hacer snorkelling! Allí, como estaba sola en ese momento, entré en conversación con otra chica que me cuidó las cosas mientras me iba con los peces… ejem, chica como yo, que iba sola, una californiana que vive en París y es traductora, ¡y muchas otras cosas en común! Por ejemplo, ella, como nosotros, iba vestida así nomás, como un turista normal, camiseta/remera, falda/ pollera y ojotas/chanclas, ¡con lo cual uno acá desentona terriblemente, aunque sea turista! ¡La cantidad de mujeres locales que hemos visto metiendo las puntas de sus tacones en los agujeros de las piedras de las ruinas! Total que terminamos ese día después de cenar con la californiana en un bar de vinos en una terraza de la calle, como todo en Taormina, con las sillas orientadas como en el cine; es decir, en lugar de estar enfrentadas o en círculo, las ponen como para mirar el espectáculo de la gente en la calle. Y eso hicimos, sentarnos en ojotas sucias de arena y divertirnos criticando a las italianas que bajaban y subían esforzadamente las calles medievales en sus zapatos de tacones cuyas tiras combinan con el dibujo de la camiseta, con una mezcla de envidia, desprecio y admiración (ya estábamos un poco borrachas después de unas copas del vino local, vino a la almendra que es estilo oporto, pero hablábamos bajito y rápido en inglés para que no nos entendieran…). Se va acabando el viaje y, por suerte para ustedes, el relato… lo hago más rapidito. Nos adentramos hacia Piazza Armerina donde hay una increíblemente bien conservada terma romana llamada Villa del Casale, cuyo rasgo característico es que está completamente decorada con mosaicos en todos los suelos de todas las estancias, mosaicos figurativos en muchos casos que no solo son hermosos, sino que representan

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Sicilia

escenas de la época y otras veces ideas, metáforas, creencias… una maravilla arquitectónica que no había visto así en otro lado. Nos gustó a los dos, mucho. Luego, a un pedacito de Grecia: Agrigento, de noche, con templos excelentemente conservados y bellamente iluminados, pasando antes por un atardecer en unas playas curiosas de acantilados de piedra caliza donde uno se sube a ver la puesta del sol (estilo Jericoacoara, para los entendidos). Terminamos hoy el círculo en Erice, pueblo medieval, sí, pero que me gustó más de lo que esperaba (¡tenía pocos negocios!), con hermosas vistas de toda la península donde no pudimos llegar por el tráfico y las salinas de Trapani. Llega el momento de las conclusiones, más para mí que para ustedes lectores… Además, está por aterrizar el avión, jeje. No sé, viajar no es lo que era… o tal vez uno no debería ir a ningún lado dos días después de volver de Islandia… o tal vez uno no debería ir a lugares imposibles de tráfico, llenos de turistas, con playas repletas de sombrillas de alquiler

Antiguo teatro de

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Taormina


que las hacen parecer horribles a pesar de ser tan bellas en las fotos publicitarias, con tiendas una al lado de la otra, lugares donde no se respetan los semáforos… o tal vez estoy vieja, ¡qué sé yo! La verdad es que tenía ganas de volver ya… me ha sobrado un poco de tiempo, he tenido demasiado la sensación de haber visto casi todo antes, ya no me caben más catedrales, pueblos ni paisajes, y para que una playa me vuele la cabeza tiene que ser mejor que las de Cerdeña, por ejemplo (¡y esto no es fácil!). Realmente, después de no parar de sorprenderme en Islandia, ahora se me hace todo un poco difícil y me molestan más las cosas incómodas que tiene viajar, y eso que fuimos a alojamientos decentes, comimos afuera (¡cosas ricas! Ya saben lo que es Italia)… digo, no fuimos tan de ratas… pero bueno… lo seguiré pensando… Esta vez la recompensa para quienes hayan llegado acá es un tastet de vino de almendras (para los que lleguen a tiempo esta semana, jiji, ¡si no se acaba todo ya!).

Mariana

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CUBA Diciembre de 2015

Queridos amigos: Les escribo el email de rigor después de cada viaje, tan ansiado por algunos (¡y temido por otros!). Por si alguno no lo sabe, estuve con mi hermana dando la vuelta a la isla de Cuba en sentido antihorario viajando de mochila, viaje que comprendió La Habana, Camagüey, Santiago de Cuba, Trinidad, Cienfuegos, Playa Larga, Varadero (¡sí, Varadero, aclaro que para pasar fin de año con la familia!) y Viñales. Para que puedan saltarse las partes que quieran, ¡este va con subtítulos!

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Cuba

Primero van cuestiones generales sobre Cuba y ser viajero independiente, y luego algunas cositas sobre lugares elegidos.

CUBA, CUBANOS Y TURISTAS La vida en Cuba No voy a entrar en cuestiones políticas ya que no son el objetivo de este relato ni estoy capacitada para análisis sesudos, pero algo de lo más interesante del viaje ha resultado el hecho de poder hablar con la gente que vive acá de primera mano, posibilidad que uno no tiene a menudo. El nivel cultural promedio de la población es alto, todo el mundo está informado de todo lo que pasa en nuestros países y ávido por conocer nuestras opiniones, y la mayoría de los ciudadanos normales, sean pro régimen o no, resultan bastante lúcidos y capaces de hacer análisis objetivos de la situación, lo que hace que las charlas con la mayor parte de los cubanos con quien uno puede interactuar resulten interesantísimas. Por ejemplo, exceptuando los jovencitos (solo interesados en Messi), toda persona a quien le dijimos «Argentina» lo primero que nos hizo fue preguntarnos por Macri sí/Macri no, Cristina sí/Cristina no, etc. Por supuesto, la mayoría de las interacciones han sido con quienes tienen contacto con el turismo, por lo cual no tenemos una muestra representativa, pero como mucha gente, incluso profesionales, se dedica al turismo como opción para vivir un poco mejor, como segundo trabajo en muchos casos, realmente hemos conocido de todo. Por ejemplo, muchos taxistas que hemos conocido son médicos o ingenieros (como en Argentina en sus épocas más nefastas, pero aquí no viven el hecho de ser taxista como un castigo sino como la oportunidad de completar su salario oficial). El tema es que quienes trabajan en turismo ganan en CUC, que es una moneda equivalente al dólar (la relación con el peso moneda nacional es de 1 a 24), y los salarios son realmente muy bajos para los precios. Por supuesto, nosotras no nos hemos privado de preguntar tampoco, y creo que tengo una idea bastante cercana de cómo funciona la doble economía, no solo por el tema de la doble moneda sino por la duplicidad en todo: la reventa de productos racionados o conseguidos de forma dudosa en el mercado

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negro es moneda corriente, por ejemplo. La pequeña corrupción cotidiana parece estar naturalizada como estrategia de supervivencia, también. (Sobre el turista como fuente de ingresos, véase más abajo.) Como les decía, hemos charlado con gente de todos los colores políticos, pero nos ha sorprendido bastante ver que los jovencitos con quienes hemos hablado en general se sienten bastante alejados de la ideología del país y muchos se visten con ropas o usan objetos con la bandera estadounidense como modo de protesta. Es verdad que no hemos tenido contacto con estudiantes universitarios, por ejemplo, sino con casi adolescentes que no se dedicaron a estudiar y ven en el turismo una salida fácil (rumbo a Miami muchas veces…). Bueno, podría escribir páginas y páginas sobre esto, como resumen les cuento que ha sido muy rico intercambiar y recibir información de primera mano. Esto siempre hace desidealizar situaciones (y en ambos sentidos: mucha gente tiene la idea de que para nosotros todo es fácil y solo ven las ventajas de nuestro sistema…). Como turista, uno se enfrenta en dosis diluidas a las dificultades que ellos tienen en la cotidianeidad y es un modo de intuir lejanamente cómo sería la vida aquí sin que sea «de verdad» (uno vuelve a casa y ya está), y así y todo puede resultar bastante duro… Viajar por Cuba Ahora voy a contarles cómo resulta ser viajero independiente en Cuba, país básicamente preparado para el turismo de paquete all inclusive. El tema acá tiene más complicaciones de las que uno espera; aunque vine bastante advertida, es difícil no impacientarse. Los que tienen mi edad o más recordarán nuestros primeros viajes de jóvenes, cuando salíamos con unas intenciones de itinerario que no podían tener categoría de plan de viaje, ya que las teníamos que ir cambiando por el camino en función de lo que se presentara, cuando no había teléfono al alcance, o si lo había tampoco había respuesta (¡ni hablar de internet!). Digamos que este viaje es también al pasado en este sentido, y en muchos más, como todos sabemos. Existe una manera de viajar por cuenta propia, que es lo que hicimos, parando en casas de la gente, tomando buses de larga distancia para turistas y haciendo algunos recorridos

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Cuba

con taxistas particulares. Estamos al comienzo de la era de Internet y tenemos unas reservas de palabra hechas por email, sin pagar por supuesto, que hay que confirmar por teléfono desde el país. Algo en apariencia tan sencillo puede ser una odisea: comprar una tarjeta para llamar por teléfono público significa hacer una larga y confusa cola en un lugar estatal especializado, luego encontrar un teléfono público, luego que funcione, luego que la persona esté en su casa. Apliquemos esto a cada situación: sacar pasajes de bus, intentar usar internet (esto es una auténtica aventura, desde comprar la tarjeta tras hacer otra cola en otro sitio y conseguir wifi en un hotel caro con mucha suerte, hasta conseguir que no se desconecte), intentar cambiar dinero… Hay que estar armado de paciencia absoluta y constante y tener muy claro que uno propone y las circunstancias disponen. Los planes van cambiando a medida que surgen los obstáculos e impedimentos… uno se siente un poco como uno de esos autitos chocadores (coches de choque, creo, en España) que cambian de dirección al chocar con otro vehículo. Algunos días salimos a pasar el día con un plan que se fue modificando a cada rato y del cual solo se cumplió el lugar del almuerzo… Esto me recuerda a lo que algunas de ustedes me cuentan sobre la satisfacción de las necesidades básicas en la circunstancia de ser madres de recién nacidos: acá, comemos cuando conseguimos comida, vamos al baño cuando encontramos uno en condiciones, dormimos cuando vamos pudiendo… El tema «cómo conseguir cosas» es importantísimo. Hay negocios estilo «supermercado» donde se puede comprar de todo (¿?) y que son muchas veces locales semivacíos, sobre todo a últimas horas de la tarde (lo único que se garantiza poder encontrar en todos y cada uno es ron Havana Club en todas sus presentaciones y variedades), y que ofertan una mezcla poco lógica de productos. Por ejemplo, botellas de aceite y sal hay, pero nada con qué usar el aceite; conseguir agua mineral puede ser una odisea (el primer día recorrí varios «supermercados» sin éxito, ¡hasta llegar a pensar que tendría que obtener el agua del ron!); hay productos importados de EE. UU. como postres en caja para preparar, tampones, champú; otros de una marca blanca que compro a veces en España y que me pregunto cómo vino a parar acá… No sé cuánto hace que están, pero un tipo de tienda que abunda son las perfumerías de perfumes importados (supongo que

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se habrá abierto este mercado y se habrán lanzado a su consumo). No sé cómo describirlo bien, digamos la famosa frase «de lo que hay, no falta nada», y de otras cosas no hay (nos han pedido, por ejemplo, bolígrafos, caramelos y hasta cuerdas de guitarra). Alguien de vosotros que me asesoró para el viaje me decía que esto acá es así, que es difícil prever pero que al final uno hace lo que tiene que hacer y llega donde tiene que llegar de algún modo, y de momento esto se va cumpliendo. Contribuye mucho a esto la buena disposición de la gente que, consciente de la situación, ayuda en todo lo que uno necesite; realmente solidarios exceptuando por supuesto al numeroso grupo de personas que viven de intercambiar cualquier tipo de producto o servicio, desde un paseo en taxi, pasando por una charla, hasta su propio cuerpo, con los dólares con patas que vendríamos a ser nosotros. Hago un inciso acá para comentar que al segundo día ya estábamos hartas del acoso a la turista-mujer-de-apariencia-europea, con el componente particular que implica el saber que incluso los intentos de acercamiento aparentemente más inocentes probablemente tengan una finalidad de aprovechamiento económico: esto hace que uno tenga que encontrar el justo medio entre la amabilidad y la firmeza al poner límites. Tengo que reconocer que a esta altura la amabilidad se me ha diluido y queda un NO QUIERO NADA DE USTED. De hecho, he pensado en construir un cartel de cartón tamaño A3 que diga NO y enarbolarlo ante cada acoso. En cuanto al acoso de género más específicamente, ir con mi hermana por ciertas calles de Cuba es como, no sé, imaginen pasear por un campo lleno de avispas llevando un ramillete de manzanas caramelizadas en la mano… Tema alojamiento: desde hace unos años, en Cuba se abrió un circuito oficial de casas particulares habilitadas para alojar a turistas (una especie de Airbnb cubano, pero cuyos anfitriones son en general mucho más cálidos y comprometidos). Es una oportunidad única de conocer el país desde adentro, ya que uno vive en la casa de alguien y comparte lo poco o mucho que esté con gente normal de cada lugar, muy de cerca. Los anfitriones no son solo gente que te alquila un cuarto en la casa, sino que digamos que te adopta en cuanto entras y se convierten en

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Cuba

una especie de padres proveedores de todo lo que necesites: contratar taxis o excursiones, conseguir cosas que uno se olvidó de traer (un bolso, compresas…), llamar por teléfono a la casa de la ciudad siguiente para reconfirmarla, buscarte casa si no la tienes, charlarte, contarte su opinión acerca del país, preguntarte del tuyo, hacerte cenas y desayunos… Uno depende casi por completo de su anfitrión para resolver cualquier cuestión, y por eso es importante elegirlo bien. Esto se hace sobre todo leyendo los comentarios en Tripadvisor, y los anfitriones más avispados piden que uno a la vuelta haga la crítica correspondiente (cosa que haré sin duda alguna). Hemos tenido experiencias buenísimas en general, sobre todo en Santiago de Cuba (ver más abajo). El otro pilar del viajero es el taxista, que no solo es taxista (además de médico o ingeniero) sino que funciona como guía, y de tener un buen guía depende mucho la experiencia positiva de un viaje, sobre todo los de media distancia. Desplazarse en taxi es bastante común dadas las dificultades en conseguir pasajes (ir a la terminal, que está lejos, luego no hay, luego se demora, etc.), y compartiendo resulta económico. Para trayectos medios, uno suele arreglar una tarifa y el taxi te espera todo el día y se detiene donde le digas. Eso sí, muchas veces se trata de los llamados «taxistas particulares», que no son los amarillos oficiales estatales, que son caros, sino gente que hace de taxista sin licencia muchas veces, con lo cual terminamos en un auto o bien de esos antiguos enormes y pintorescos (tienen el motor reciclado en general) o de generaciones actuales pero de los que se usaban en la década del 80, muchas veces con cosas que no funcionan, puertas que no abren bien, ni hablar de aire acondicionado o cinturones de seguridad… Y en el medio, entre los oficiales y los «truchos», hay una gama de semilegalidad que no llegué a comprender. También hay bicitaxis y mototaxis (los famosos cocotaxis) para distancias muy cortas. Bueno, hemos ido en todas las variedades, a veces con mucha suerte y otras deplorables, con conductores irresponsables y antipáticos. Los mejores nos adentraron en pueblos, nos contaron cosas de la historia, nos llevaron a lugares que conocían, nos resolvieron problemas… Bien, volviendo a la solidaridad cubana, el afán por dar información a veces desorienta, como en estos países donde está mal visto decir que uno no sabe algún dato que se le pregunta. Si se les pregunta a

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cuatro personas dónde está algo, lo más probable es obtener cuatro respuestas diferentes; aunque una de ellas seguramente sea la correcta, ¿cómo adivinar cuál? Hemos hecho auténticos recorridos en busca de agua, de un sitio para cenar después de las diez de la noche, de un banco abierto, de un mercado: el típico «acá no, pero en el de la esquina tienen» y en la esquina «no, es el de acá a la vuelta», y así… En fin, que hay que dejarse llevar por la corriente en lugar de nadar contra ella.

LUGARES DE CUBA No creo que valga la pena hablarles demasiado de playas de aguas turquesas, peces multicolores y blancas arenas (que los hubo), ni siquiera quizás de otros encantos naturales, como las curiosas formaciones llamadas mogotes en el verde Viñales con sus tabacales, o las cascadas y ríos naturales y cenotes (en todos los cuales nos bañamos, ¡por supuesto!) en la sierra (interesante escenario también de guerrilla y movimientos antirrevolucionarios en su momento). Si alguien tiene pensado viajar, ya saben que con gusto le monto el viaje. En esta ocasión será mejor que les cuente lo más particular de Cuba, que son las ciudades. Todas y cada una fueron interesantes por diferentes razones (mientras más turísticas, menos interesantes, como la bella Trinidad de postal), y tendría nuevamente páginas y páginas por escribir sobre esto. Como hay que elegir, van La Habana y Santiago como muestra. La Habana Como muchas ciudades latinoamericanas, La Habana es una ciudad de contrastes, pero de un modo particular, ya que recuerda a veces a uno de esos yacimientos arqueológicos donde se encuentran restos pertenecientes a diferentes épocas, en capas: aquí hay «restos» de diferentes décadas pasadas (los conocidos autos son un buen ejemplo, pero también los aparatos electrónicos, la comida, en fin, todos los objetos que usamos a diario) conviviendo con los últimos efectos de la nueva situación: por ejemplo, celulares de último modelo. Lo mismo en cuestión de arquitectura urbana: hay edificios de muchas y diferentes corrientes arquitectónicas (barroco, colonial, neoclásico) pertenecientes a diferentes épocas, algunos de los cuales han sido restaurados y ahora funcionan como grandes hoteles o museos, y otros sin restaurar en ruinas, junto con construcciones desagraciadas y utilitarias

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que recuerdan a las de Berlín en su día. Ubiquen todo esto en un contexto de calor, calles con pozos (literalmente), bicitaxis ofertando sus servicios a gritos, establecimientos gastronómicos que son poco más que una habitación a la calle con una puerta que venden tres o cuatro productos (pizzas, sándwiches de dudoso relleno y otras comidas no identificables por mí) en medio de un enjambre de moscas. Siempre con colas, claro. Todo esto se refiere a Centro Habana, la zona más auténtica de La Habana Central, y es donde paramos. Justo al lado, separada por un agradable paseo llamado popularmente del Prado que llega hasta el Malecón y que, como su seudónimo indica, tiene un estilo auténticamente europeo por su arquitectura, está Habana Vieja, con sus plazas, museos, restaurantes y músicos, sus tiendas ordenadas para turistas y su paseo marítimo, que no por estar preparada para el turismo deja de ser encantadora. El tema musical es lo más destacable, diría. La mayor parte de los restaurantes y bares de las calles céntricas tienen grupos tocando continuamente, todos ellos buenísimos, con diferentes formaciones y merecedores de la propina de rigor y de que se les compre su CD casero por 10 CUC (equivalente a 10 euros aprox.), cosa que hicimos con todos y cada uno en el entusiasmo del primer día hasta que, con 4 CDs en la mano al cabo de unas pocas horas, nos dimos cuenta de que, puesto que nos íbamos sentando en bares a cada rato para disfrutar de la música, nos quedaríamos sin presupuesto pronto a este paso. (También es cierto que, luego del entusiasmo inicial, al final del primer día caímos en que habíamos escuchado Chan Chan, El cuarto de Tula, Candela y Guantanamera un promedio de una vez por hora, y pasamos a dedicamos a premiar al grupo que tocara al menos algo que no conociéramos.) Luego está otra zona llamada Vedado, que es más rica, residencial y tiene algunos lugares famosos y clubes de más categoría, pero no pudimos incursionar mucho allí de tan fascinadas que estábamos con Habana Vieja. Santiago de Cuba Según mi guía de cabecera, Santiago es una de esas ciudades que se aman hasta querer quedarse indefinidamente o se odian hasta querer

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escaparse al instante, y yo pasé varias veces de un estado a otro en cuestión de media hora, hasta que triunfó el amor, como en las películas. Un par de días en general alcanzan para poco más que un pantallazo de ciertos lugares, pero hay días ligeros y días intensos, densos y concentrados, y este par fue del segundo tipo. Contextúo un poco: Santiago es una ciudad bastante grande, con cuestas arriba y abajo y bastante humilde a excepción de las manzanas del centro. Está en el otro extremo de la isla, en la región llamada Oriente (bien podría llamarse el Lejano Oriente) y, si bien la distancia de La Habana, medida en horas de bus (mi unidad de medida más útil), es solo de 15 horas, hay numerosas diferencias entre ambas, desde el estilo de bailar salsa y el tipo de géneros musicales hasta la idiosincrasia de la gente. El caos general es el mismo, pero el acoso al turista y en especial a la mujer son mucho más exagerados aún (bueno es ir a La Habana primero como en este caso para acostumbrarse gradualmente). Los hombres santiagueros (así es el gentilicio) tienen el dudoso hábito de expresar su admiración por una mujer con un gesto que se supone que es tirarle un beso con una especie de chasquido como el que nosotros usamos para llamar a un perro. Por supuesto, cualquier mujer menor de ochenta años es merecedora de este festejo, y si tiene aspecto de gringa/guiri, mucho más. La combinación de esto con las numerosas ofertas de todo tipo de cosas que una no necesita en todo momento, como taxis, comida, tarjetas de internet, abanicos, objetos, y a las cuales continuamente tiene que decir que no, hacen la tarea de caminar por las calles bastante difícil (sobre todo si tenemos en cuenta que son aceras angostas, que suben y bajan, y las calles están abarrotadas de coches, motos, bicitaxis, carros de caballos, de cualquier edad, tipo y modelo a toda velocidad que no se detienen para que uno cruce). La estrategia de venta tiene realmente ribetes cómicos. Por ejemplo, si nos ofrecen un restaurante y decimos que ya comimos, la respuesta es «¡Coman de nuevo!». Si nos ofrecen un abanico y ven que ya tenemos uno, «¡Para que tenga más!» y finalmente, la más habitual: ¿Taxi? No, gracias. Entonces, ¿novio? (donde novio=señor local con derecho a una beca económica permanente e ilimitada financiada por la turista). Todo esto con una invernal temperatura máxima de 32 grados. Para los argentinos que están leyendo, les cuento que en un momento casi tuve un ataque de Violencia Rivas y a punto estuve de ponerme a

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gritar en medio de la plaza principal: ¡BASTA, NO QUIERO NADA, DÉJENME CAMINAR EN PAZ! Bien, habrán entendido lo del odio y estarán preguntándose por lo del amor, imagino. Mejor dejar lo bueno para el final. Santiago, como algunos sabrán, ha sido la cuna de la trova cubana, pero ahora es su vivienda permanente. Además de muchos ritmos de influencia africana, por ejemplo. La música es omnipresente, mucho más aún que en La Habana, y las manifestaciones musicales son completamente auténticas, incluso aquellas a las que vamos los turistas. Es un ambiente maravilloso, casi tangible. ¿Vieron cuando uno va a Nueva York y se siente en una peli de Woody Allen? Bueno, acá uno se siente en el escenario de la peli sobre Buena Vista Social Club. Todo lo que sale en esa peli es absolutamente real (de hecho, tengo una cantidad de filmaciones caseras con las que podría hacer otra peli igual sobre otro grupo). Hemos visto y sobre todo oído a todo tipo de grupos con diferentes formaciones, hombres sobre todo de diferentes edades, pero también a varias mujeres cantantes o percusionistas, contrabajos de madera gastada (los más nuevos son de antes del 60), pianos con las teclas desgastadas, guitarras en necesidad de cuerdas nuevas, pero todos sonando maravillosamente. El ratio de músicos por habitante es elevadísimo y caminando por las calles apenas saliendo de lo más álgido del centro es imposible pasar un minuto sin escuchar música viniendo de algún lado: sea de cualquier bar de la ciudad (que no son pocos), de lugares como la Casa de la Música o la Casa de la Trova (en cada ciudad de Cuba hay una de cada una, son las sedes musicales de cada lugar, pero en Santiago son especialmente importantes y han sido escenario de muchas figuras famosas) o de ensayos en las casas de la gente, a los cuales uno puede entrar si es un poco caradura. De hecho, tuvimos la oportunidad de presenciar uno al lado justo de la casa donde estábamos alojadas, donde vive un clarinetista amigo de nuestro anfitrión (gracias al cual obtuvimos acceso), y fue alucinante, totalmente espontáneo y auténtico. Era el día de Navidad, hacía como treinta grados y esta gente, siete músicos (bajo, guitarra, percusión, un par de clarinetes, voz y algo más que no me acuerdo), estaba ahí reunida, todos felices, bajo un mini ventilador y sus partituras escritas a mano como hace años; a veces uno decía «¿Alguien sabe tal o cual tema?» y claro que no podían hacer como nosotros que agarramos

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nuestros smartphones o tablets y buscamos la partitura por internet. Solo tienen su memoria y su habilidad (¡y lo bien que les sale!).

Acompañando a la música está la danza, casi tan importante en Santiago, al menos en lo que hace a la cuestión comercial, ya que en todos los bares y centros donde tocan músicos se arma baile, y esto atrae mucho turismo. De hecho, mucha gente va a hacer cursos de salsa y otros ritmos en esta ciudad; compartimos la casa con una inglesa que había venido en ese plan, por ejemplo. Luego todo el mundo se pone a bailar con la música en vivo. Creo que los locales son tan buenos para bailar como lo son para tocar y cantar, así que todo es una fiesta permanente. Bien, tuve la suerte de poder acercarme a todo esto un poquito más de cerca que una turista normal, ya que gracias a las actividades artísticas de mi hermana pudimos compartir charlas con los

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Cuba

músicos un poco desde adentro (de hecho, ella terminó cantando con una gente en la Casa de la Trova) y esto enriqueció mucho el tema. De todos modos, es probable que cualquier visitante con algo de sensibilidad por la música quede fascinado con esta ciudad. Mi hermana hizo clases para bailar son y ambas compartimos una clase de percusión de ritmos locales. Fue una experiencia genial.

SUPLEMENTO VARADERO Querido lector, si has sobrevivido y si puedes leer estas líneas, te aclaro que este subapartado es solo para la gente de nivel muy cercano de confianza. Necesito escribir estas líneas a modo de catarsis. Ni mi hermana ni yo habíamos estado en un resort all inclusive, así que fue una experiencia nueva (¡y un contraste absoluto, como podrán imaginar!). Bien, se dice que hay que probar las cosas para criticarlas. Cumplido, ¡ya probé y comprobé que esto no es para mí! ¡Dejamos los detalles para el próximo asado!

Mariana

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JAPÓN Marzo de 2016

Como saben casi todos mis fieles lectores, en estas breves vacaciones el viaje fue a Japón (o a una partecita más bien ¡en ocho días!). La elección de este destino fue una sorpresa para mí misma. No lo tenía en mi to do list y, a decir verdad, mis conocimientos sobre este país se limitaban a una confusa mezcla de restos mnémicos del colegio, el sol naciente, las geishas y un libro sobre una de ellas en Kioto que leí de adolescente y me impactó mucho, otras novelas de autores japoneses de moda más actuales, Stupeur et tremblements, la peli Babel, el tren bala, el workaholismo, las ciudades de los En vivo de Keith Jarrett (Osaka, Nagoya, Sapporo…) y un comentario sobre la ceremonia del té una tarde de domingo, que me inspiró la idea.

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Japón

Comprado el billete esa misma tarde, un mes después comienza mi primer viaje por Asia después de una planificación un poco frenética que solo alcanzó a la parte organizativa: por el resto, no me quedaba más remedio que dejarme sorprender, ya que el tiempo no me dio para más. Y la aventura asiática comienza fuerte, con una escala de 10 h (¡vuelo barato!) en Pekín, que aprovecho para cumplir con un sueño: visitar la Muralla China. Hermoso bonus track de Japón, ¡pero al inicio! No me explayo en la Muralla porque fue un tastet, como diríamos acá en Cataluña, pero fue bastante loco estar de repente caminando por allí y en unas horas aterrizar en Tokio, esa misma noche. Que fuese de noche no es un detalle, ya que debía salir del aeropuerto tomando tres trenes (incluyendo una combinación en la segunda estación más grande de Tokio) y un taxi hasta la casa que me alojaba, donde llegué a la una de la mañana, bastante orgullosa por cierto de haber hecho las combinaciones yo solita y sin perderme; de hecho, la parte más difícil fue la del taxi, ya que por supuesto el taxista no hablaba inglés y las direcciones de las casas no existen, menos aún en alfabeto romano… Es hora de que explique algo importante antes de continuar con las vicisitudes de los malentendidos. Así como en Cuba hay que enfrentarse a la desorganización y en Islandia a la naturaleza, aquí el desafío es el idioma. Para mí fue la primera experiencia en un país donde la gente en general no habla un idioma que yo maneje, donde uno se ve enfrentado a situaciones entre ridículas, angustiantes y graciosas. Sumado a que tampoco uno sabe leer: ¡analfabeto, además! Los mapas suelen estar en japonés; los nombres de las calles, suponiendo que los haya, también; los paquetes del supermercado, los carteles… Es increíble como uno se ve forzado a desarrollar otras habilidades comunicativas: ¡creo que ahora podría jugar al Dígalo con mímica perfectamente! Hecha esta aclaración, vuelvo al aterrizaje en un mundo donde se habla y escribe diferente y donde todo es gigante, donde uno se tiene que arreglar para llegar a su destino más inmediato circulando entre amenazadores carteles de neón en edificios de decenas de pisos que dicen cosas incomprensibles…

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Vamos por orden geográfico. Llegar a Tokio es impactante, por todo esto en primer lugar y porque fue mi primer contacto con la cultura japonesa in situ (las hordas de turistas munidos de cámaras que circulan por Barcelona no reflejan la realidad de este país). Como siempre que uno conoce en vivo algo de lo cual sabe algunas cosas e imagina otras, fui confirmando ideas y descartando prejuicios (al menos por lo que pude percibir: me encantaría saber lo que piensa de la vida esta gente, pero ¡todo lo que pude investigar fueron nombres de calles y horarios!). De todas maneras, el solo hecho de circular por una ciudad ya da mucha información. Cómo explicarlo: he estado en muchos sitios donde la cultura es diferente, sobre todo en términos de civismo, como se dice acá en Barcelona (incluyendo penosamente a mi Buenos Aires querido en esta lista), pero me doy cuenta de que siempre he pensado que es una cuestión de tiempo, que en algún momento la gente aprenderá a respetar semáforos, a no gritar y a no dar bocinazos, a ser amables y solidarios y a decir gracias, campañas educativas mediante. Bien: lo que impacta aquí es que uno llega a un lugar con apariencia europea, con quizás un poco más de desarrollo tecnológico pero no mucho, quiero decir que no es que estén «más» desarrollados (como uno piensa nuevamente desde su prejuicio occidental: es que en este país están como hace cien años, ya nos alcanzarán…). Acá no: la sensación es que hemos tenido un antepasado en común y luego por causa de alguna mutación se bifurcaron las ramas, digamos como si fuéramos dos razas de gatos. Y así, salimos nosotros por un lado, y salieron por otro estos seres de piel lisa y superyó poderoso, y siempre delgados, que hablan en voz baja, hacen colas pacientemente y sin protestar, conducen y caminan por la izquierda siguiendo las indicaciones de flechas en el suelo (en las estaciones, si no, sería imposible moverse: es como ir por una gran manifestación en Vía Laietana), hablan por celular apenas y en secreto, no comen en las calles, no tiran basura, ponen inodoros musicales para que no se escuchen ruidos indeseables, se limpian hasta la obsesión antes de meterse en los baños termales, te hacen cinco reverencias al despedirse y, lo que es mejor, no dan la sensación de ir estresados por tanta normativa, sino más bien aliviados. Siempre de buen humor, amables a más no poder: esto es un poderoso contrapeso a la dificultad lingüística, debo reconocer. He preguntado literalmente a un par de cientos de

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Japón

personas muchas cosas, sobre todo nombres de calles, cómo ir a lugares, etc. y todos se desviven por ayudar. Se detienen, miran el mapa (para ellos tampoco es fácil, ya que no sé por qué, no conocen los nombres de las calles), abren Google Maps, te acompañan un rato caminando… Si no te entienden, muchos recurren a internet: he tenido bizarras conversaciones de este modo, interpretadas penosamente por el traductor de Google, que con todos sus defectos me ha salvado en alguna situación… poniéndole muchas ganas: hay que descifrar que si uno lee she wants to go either or go, ¡esto quiere decir que me están preguntando adónde quiero ir! Bueno, que entiendo perfectamente que Barcelona les debe parecer un caos lleno de maleducados (¡y ni hablar de Buenos Aires!). Lo más lindo es que, al cabo de unos días, uno se va acostumbrando a imitar estos modales y he terminado arrastrando carozos de manzana y chicles masticados por quilómetros (no hay cestos de basura y nadie tira nada en ningún lado), a no pasar semáforo en rojo ni aunque no venga un alma a 500 metros, a hablar bajito, a hacer reverencias y hasta a andar en bici por la izquierda, cosa que pensé que no lograría. Comentaba con alguno de ustedes que aparecer en un mundo así de diferente, donde uno se queda literalmente boquiabierto al tratar de entender indicaciones mientras repite tontamente sonidos incomprensibles mientras recibe un chorro de palabras (tienen la costumbre de hablarte en japonés aunque vean que no entendés nada y repetirlo varias veces, como si al final lo fueras a comprender, igual que se hace con los niños), de darse cuenta de qué son los objetos que uno encuentra, para que sirven y cómo funcionan, si la comida que ve es dulce, salada o amarga, si se bebe o se come o es té, de hacer que funcionen los ascensores y las máquinas de café, también al maravillarse por cosas que para ellos son lo más normal del mundo, desde dibujitos en templos hasta papelitos con perfumes… bueno, todo esto genera una sensación parecida a la que debe sentir un bebé a quien le hablan todo el tiempo, aunque no entienda, y que tiene absolutamente todo por descubrir, de cada cosa cómo funciona y para qué es, o se queda fascinado con una mancha azul en el techo, esta sensación de descubrir el mundo nuevamente. Digamos que, ya solo por eso, vale la pena hacer esta experiencia: todo resulta una prueba a nivel personal,

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un desafío que se cumple y da satisfacciones… y esto genera crecimiento, ¡igual que ocurre a los bebés! Después partí a Kioto, ya feliz de escapar luego de una experiencia frustrante de caminar perdidamente por la estación de Shinjuku (¡la más caótica del mundo! ¡Dicho por Wikipedia! «La estación cuenta con 36 andenes, incluye una galería subterránea y dispone de más de 200 salidas») tratando inútilmente de pasar de la salida este a la oeste durante una hora, para luego estar otra hora caminando perdida de nuevo entre edificios gigantescos intentando encontrar un maldito mirador… Bien. Dejar Tokio para ir a Kioto fue una bocanada de aire fresco. En principio, porque lo primero que hice al llegar fue alquilar una bici, y no me bajé hasta que me fui. Como siempre que agarro bici en ciudades desconocidas, a Kioto la hice un poco mía enseguida. Enseguida pensé: ¡no más pérdidas! Pero me equivoqué. A pesar de que es cuadrada como el Eixample o como Buenos Aires, anduve circulando ratos largos intentando encontrar lugares y direcciones indescifrables… pero, al menos, se redujo el tiempo perdido en perderme, ya que en bici se cubren las distancias más fácilmente. Gracias a la bici, al tercer día ya circulaba sin mapa. Lástima que, no bien pasa esto y dejo de perderme, ¡ya me tengo que ir! Qué contarles de Kioto, el espíritu del Japón tradicional: lleno de templos y capillas por todos lados como cuando uno va por Roma y a cada rato sale una ruina por ahí… y de jardines, más hermosos aún en esta época donde florecen los cerezos o ciruelos o almendros o todos ellos, también por todos lados como los templos. Los jardines japoneses son palabras mayores: no solo están diseñados pensando en lo visual, sino que los sonidos y quizás los olores son parte de la arquitectura. El recorrido que se hace está pensado en base no solo a lo que se va a ver, sino lo que se va a oír: ruidos de arroyos entre rocas, pájaros, viento entre juncos… Ya entendí por qué todos los japoneses de Buenos Aires van a sacarse las fotos de boda al parque japonés: echarán tanto de menos sus parques como yo el olor a asado por las calles de Buenos Aires los domingos…

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Japón

Creo que esta afición por la belleza jardineril se enmarca dentro de un desarrolladísimo sentido de la estética que tienen por acá. Yo misma, que odio los centros comerciales, he pasado horas en ellos (por cierto, son todos enormes, y cada tienda especializada, digamos farmacias, librerías, tiendas de electrónica, es como un Corte Inglés en sí mismo, con seis o siete plantas cada una). Y esto fue no solo porque es fascinante meterse en estos mega mundos para ver qué hay y no entender qué es cada cosa, sino porque hay cientos de tiendas de objetos (no sé cómo definirlas mejor), sí, de objetos de mayor o menor utilidad, pero todos… bellos. No me sale mejor palabra para describirlos. Pueden ser cosas prácticas, como un portatijeritas de punta redondeada o un recipiente para poner escarbadientes, cositas así, o las clásicas telas, o tazas, todas diseñadas perfectamente y decoradas, ya sea del modo tradicional japonés (con diseños clásicos de los que se usaban para la vajilla de té o sake, con estampados de telas típicas…) o de modo más moderno, pero en todos los casos el resultado es un objeto digno de admiración. Entiendo perfectamente que a arquitectos, diseñadores y artistas esto les parezca un paraíso terrenal: yo misma, sin tener tanta sensibilidad estética, no dejaba de maravillarme. Y no solo la estética visual está trabajada: se ve que se han desarrollado más los otros sentidos, por alguna razón, y el olfato y el oído tienen su lugar en la estética también. Por ejemplo, me pasé un buen rato en una tienda de olores (no sé si tiene un nombre específico), donde se vendían literalmente olores en todas sus formas: papeles perfumados, inciensos, sustancias líquidas para quemar en hornillos o en unos aparatos eléctricos especiales que nunca había visto… y a la mayoría de los olores tampoco los había sentido jamás. Muchos recrean flores típicas o los aromas de los templos, pero más allá de los jazmines o del clásico sándalo, casi todo el resto fue un descubrimiento para mí (¡que disfruté mucho!). Me gustaría que existiera una cámara de olores para poder sacarles fotos y recordarlos, y compartirlos con ustedes. El otro punto fuerte de Kioto son los templos. Cuando uno logra verlos sin gente, realmente se entiende que buscaran allí no sé bien qué cosa, pero algo parecido a una paz espiritual sí que generan (y ya saben que a mí las cuestiones místicas me repelen). Puede ser que el hecho de ir subiendo escalones y escalones entre símbolos puestos por la mano humana y la naturaleza también arreglada por el hombre de modo tal

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que se aprecie en su máximo esplendor, mientras uno va escuchando solo los ruiditos de un arroyo, los cuervos graznando o como se llame su sonido, sea propicio a la reflexión, a la búsqueda introspectiva… Digo, no es lo que se encuentra al llegar al templo en sí, que invariablemente se encuentra en la cima de la montaña, sino lo que se va encontrando dentro de uno al ir subiendo. Luego, allí, en el templo, sí que hay objetos, ceremonias, cánticos, olores, que buscan producir efectos (y supongo que lo consiguen, en las circunstancias adecuadas), pero tengo la impresión de que el camino es lo más importante.

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Japón

Tras un breve paso por los llamados Alpes Japoneses volví a una Tokio que se me antojó un poquito más amable: era el domingo que marcaba el inicio del hanami (actividad primaveral que consiste en ir a un parque a ver los cerezos florecidos) y pasé un agradable rato imbuida del espíritu local en el Ueno, uno de los famosos parques floridos, lleno de adolescentes haciendo pícnics (eso sí, sobre alfombrillas donde se llevaban sus ordenadas viandas y se sentaban descalzos), mientras probaba diferentes cosas en un mercado de comida. Una especie de Parque de la Ciudadela gigante (como todo aquí, jeje). Me ha faltado contarles sobre los onsen o baños públicos (importante elemento de la cultura japonesa con una estricta etiqueta y que probé en diferentes variedades), explayarme un poco en el mundo de los mercados (sobre todo, el fascinante mercado de Tsukiji, el mercado de pescado más grande del mundo), describirles una ceremonia del té en la que participé, explicarles sobre la famosa carne de Hida, que probé en Takayama en un restorán donde te la cocinás en parrillas individuales, describir los ryokanes y los albergues compartidos (¡maravillosos!), pero bueno, pueden buscar y/o solicitarme información los más interesados. Si no, luego se quejan de que es muy largo… Y, finalmente, último comentario: Japón es muy ordenadito. Pero ¡Cuba tiene más sal!

Mariana

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GUATEMALA - BELICE Enero de 2017

Querida gente: Aquí va el habitual pequeño capricho en forma de texto que siempre les escribo para compartir las impresiones de los viajes; esta vez, Guatemala (el viaje agitado y esforzado) con un pedacito de Belice (el merecido, dirían algunos, descanso del final…). Como ya saben, vengo de unos viajes recientes a países muy especiales y únicos (cada uno en su estilo y por diferentes razones) durante los cuales los relatos casi se me iban escribiendo solos en la cabeza, quizás como una manera de procesar la cantidad de información sensorial y

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Guatemala - Belice

emocional que estos lugares transmiten. Sin desmerecer a Guatemala, país rico en paisajes naturales, lo suficientemente diverso, interesante en términos culturales y amable en su trato, no puede decirse que entre en esta serie de países incomparables y, a pesar de que este ha sido un buen viaje, con contrastes, con lugares nuevos, que me dio la oportunidad de conocer a mucha gente interesante y una profusión de anécdotas, volví sin que el relato hubiese tomado forma. Sin embargo, durante estos pocos días desde que regresé a casa (solo van cinco y medio), al escucharme a mí misma responder a la consabida pregunta sobre cómo me fue en el viaje a los amigos y conocidos a quienes ya he visto, ha aparecido claramente qué es lo que me ha dejado este viaje… que de eso se trata el relato, ¿no? Y entonces, ahora ya lo puedo escribir. Comienzo por lo primero que voy contando a todos, y justo está en orden cronológico: en el avión de ida, aparece entre la oferta de cine una película guatemalteca con un argumento interesante: Ixcanul, que significa volcán en una de las tantas lenguas mayas que se hablan en el país (específicamente, en una llamada kaqchiquel), y que trata de problemas que aquejan a la sociedad guatemalteca, como la pobreza en las comunidades rurales, el racismo, el machismo y el tráfico de niños. Se la recomiendo mucho; no solo porque la peli es buena como tal, sino porque es excelente como manera de hacerse una idea veraz de la situación social más cruda de las comunidades indígenas de la Guatemala profunda. Para mí fue una introducción más que buena a toda una parte de este país, del cual yo sabía bastante poquito más allá de los lugares más comentados en el ámbito turístico (la zona de Petén, donde está el sitio arqueológico de Tikal, y el pueblo colonial de Antigua, ambas zonas bonitas, cuidadas y disfrutables). Pero esta peli me permitió un primer acercamiento a otras realidades que no terminan de hacer su efecto hasta que uno no es testigo de ellas, más allá de los datos y cifras impactantes que uno pueda leer desde la comodidad de su hogar sobre los altos niveles de analfabetismo y deserción escolar, porcentajes de alcoholismo, cantidad de personas que solo hablan su lengua maya (hay veintipico) y ni siquiera la escriben… no tiene sentido aburrirlos con datos que pueden leer en internet; como les decía, creo que los efectos de estas cosas no se intuyen hasta que uno no se acerca (un poquito y de costado, porque eso es lo único que uno hace como turista, por supuesto).

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Como resumen-introducción del aspecto viajero en sí, les cuento que Guatemala no es del todo fácil para viajar. El periplo tuvo altos y bajos en cuanto a niveles de «sufrimiento del viajero». Sobre todo al inicio fue un poco agotador: miles de combinaciones de transportes de seguridad dudosa y confort escaso —ver más abajo—; mala suerte con una reserva de habitación y un gran problema con una agencia de viajes que requirió de toda mi diplomacia solventar; dormir muchos días seguidos en diferentes lugares cada noche… Pero esto se combinaba con algunos hermosos alojamientos de madera con vistas a lagos o ríos, amaneceres y/o atardeceres que nos hacían olvidar el cansancio. Que era importante: entre el ritmo que llevábamos y el del país (desayuno a las siete, cena a las siete), estábamos en la cama antes de las diez y amanecíamos a las cinco… En cuanto a los paisajes, Guatemala, como les decía, ofrece una variedad de ecosistemas en poca distancia, y esto la hace atractiva como destino turístico. He visto hermosos lagos y montañas en mi vida, pero este año me siento bastante atraída por la selva, que he explorado bastante poco, y esto me llevó a incluir algunas zonas selváticas en diferentes puntos del itinerario, con alojamiento para pasar la noche in situ. Fue mi acercamiento más directo hasta ahora y no me ha decepcionado. La selva tiene algo de impresionante en el aspecto visual: esa densa profusión de árboles y plantas desordenados y entremezclados que la hace impenetrable (casi como mi armario, pero no tanto). Pero lo auditivo es quizás más impresionante aún. Uno está allí, mirando desde fuera, y solo ve el verde; pero lo que escucha le deja adivinar una cantidad de vida animal increíble allí adentro, que genera una atracción algo siniestra quizás. Por ejemplo, un mono aullador solito (una criatura más baja que yo) hace unos ruidos aterradores que parecen venir de una manada de leones. Los pájaros, miles y miles ocultos a la vista, pero que se hacen oír… La noche en la selva, sobre todo, es mil veces más impactante: las sombras nocturnas junto con los ruidos de los animales, más animados a la caída del sol y antes del amanecer, hacen sentir que uno está en un hábitat peligroso, que no le corresponde… Para ir un poquito en orden, el viaje comenzó en Antigua, bella ciudad colonial y la más famosa de Guatemala, y luego el lago Atitlán,

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Guatemala - Belice

con sus pueblos mayas en los bordes, a los que se accede en lancha (por carretera es peligroso). Este fue el primer acercamiento para mí a las poblaciones indígenas. Estábamos en Navidad y fue interesante presenciar festejos populares con el sincretismo que suele darse en las zonas con esta composición de la población. La mayor parte de la gente es católica practicante y creyente, pero las ceremonias son bien diferentes de las tradicionales. Bailes callejeros con disfraces, entre ellos el de los «cabezones» (una especie de gigantes de papel maché que se ponen encima) a cargo de un grupo en cada iglesia (que hay miles). Decoraciones luminosas. Pesebres paseando por las calles. Faroles de papel voladores encendidos. Procesiones. Grupos tocando en las calles (no se imaginen nada de música típica, más bien reggaetón conducido por un animador de pueblo con un elenco de mujeres corpulentas vestidas en trajes brillantemente cutres) y borrachos crónicos bailando en el medio. En uno de estos pueblos conocimos a la familia de una médica anestesista, con la que compartimos un par de días y terminamos haciendo un viaje nocturno en auto de siete horas, siete personas metidas en un coche para llegar al llamado «caribe guatemalteco»: un único punto donde Guatemala toca al mar. Allí comienza (o termina) el río Dulce, con muchos afluentes (parecido al delta del Tigre, con alojamientos en los costados) en medio de la selva. Pasamos un hermoso día y noche en un pintoresco alojamiento: un bungalow de madera con un diseño inteligentemente ecológico y pensado para aprovechar la luz solar, ¡y con nuestro propio muelle para bañarnos en el río! Allí nos llevaron en barca por los riachos selváticos, en medio de nenúfares y mirando pájaros y animales. Cuando apagaban el motor, era casi mágica esta sensación de estar en un hábitat ajeno, mirando de costado, intuyendo toda la vida oculta en las profundidades. De allí la cosa se puso más dura. Supongo que habrá muchas zonas como las que les comentaba de la película; la que nosotras conocimos fue en el área de Lanquín-Semuc Champey, que significa «donde el río se esconde en la montaña» y es un hermoso parque natural en medio de un denso bosque tropical, con pozas naturales, cascadas y enormes complejos de grutas. Llegar a este pequeño paraíso fue una aventura interesante que más bien pareció una carrera de obstáculos logísticos

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(combinaciones de lanchas, taxis, buses, minivans…), de transporte (vehículos inverosímiles, inseguros y a una velocidad cercana a la de ciertas atracciones de Port Aventura, sin cinturones de seguridad ni nada de seguridad en realidad, concluyendo con un glorioso viaje en la parte de atrás de un camión de esos que ven en las pelis que llevan a gente parada amontonada como vacas y agarradas con todas nuestras fuerzas de las barandas especialmente colocadas con el propósito de que nadie salga disparado por el camino —la perla de la corona del Port Aventura, je—), geográficos (anduvimos por rutas de tierra que más bien deberían llamarse de pozos, y que estarían prohibidas en el primer mundo por lo peligrosas; en realidad, parecía que estuviéramos atravesando el país a campo traviesa) y hasta lingüístico-culturales. A esta parte del viaje en un principio la valoramos con la calificación «la indiscutible belleza del lugar no llega sin embargo a justificar el padecimiento»; no obstante, ahora veo que haber hecho este recorrido

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Guatemala - Belice

atravesando por dentro la Guatemala profunda en medio de paisajes geográficos y humanos interesantísimos e impresionantes, en parte por esta sensación de estar metida en medio del monte y no en la carretera, justifica la experiencia. De hecho, he comenzado el relato por aquí, y de esta zona me llevé las fotografías mentales que más recuerdo. Un campesino recién bajado de trabajar en el monte a las seis de la noche bajo la lluvia, totalmente alcoholizado, haciendo equilibrio con su machete de un metro a modo de bastón, balanceándose atrás y adelante. Una casa de campesinos indígenas que en la ciudad sería precaria, donde nos llevaron a ver el proceso de producción casera de chocolate con sus semillas de cacao, formada por dos habitaciones, más chica que mi departamento, al pie del monte, donde vive una familia maya de una cantidad de personas que no llegamos a contar (iban saliendo niños y más niños…), liderada por una señora de edad indefinida que no habla el español. Mujeres indígenas con hermosos huipiles en medio del calor y el barro de la selva, y hombres por supuesto vestidos con la ropa más cómoda posible. Una lavandería donde uno lleva la ropa de deporte que compró en el Decathlon y las mujeres la lavan en las picas a mano, todas juntas, como nuestras antepasadas. Niños y niños vendiendo, trabajando, regateando con los turistas. Un cartel en el predio del complejo de bungalows-chozas donde parábamos, lugar más pintoresco que lujoso, alejado del (horrendo) pueblo, entre el río, la carretera y la selva: «Si está en peligro, grite para llamar la atención del vigilante de seguridad» (¿Qué peligro? ¿Borrachos con machetes, serpientes venenosas, animales salvajes surgidos de la profundidad de la selva nocturna?). Esa noche nos encerramos con llave y no salimos hasta el amanecer. Por suerte, el baño estaba dentro de la cabañita… Bueno, no vayan a pensar que todo fue tan difícil. Ya sintiéndonos en un clima un poco hostil, nos fuimos para el norte. Como les comentaba más arriba, la zona de Petén, con las ruinas de Tikal y el hermoso lago Petén Itzá con la islita de Flores en un costado, donde llegamos tras un viaje de 9 horas en miniván desde estas profundidades (con esa sensación de merecido descanso tras el esfuerzo que se tiene, por ejemplo, después de subir kilómetros de cuesta en la bici y llegar a una planicie), fue un oasis de paz. Esta zona está muy preparada para el turismo pero ha conservado su encanto, y el pueblo estaba lleno de familias guatemaltecas (de clase media, muy diferente de lo anterior)

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que se habían reunido o trasladado allí para recibir el nuevo año junto a sus parientes. Tras una hermosa tarde en una playa sin turistas adonde nos llevó un lanchero local y que nos recordó a los recreos del delta del Tigre (again!), donde las familias van a pasar el día con asado y picnic y se bañan en el río (aquí en el lago, transparente por cierto), y una parada en un restaurante en medio del lago para ver el atardecer sobre el agua con un mojito en la mano, junto con los locales recibimos el nuevo año en medio de una fiesta popular callejera frente al lago, con banda en vivo, piña colada en la mano y parrillones con delicioso pollo de verdad (el que corre por ahí) a los costados emitiendo el olor a asado que tanto nos gusta a nosotros los argentinos, para más toque familiar. Y el 1 de enero vimos el amanecer en el lago desde… ¡el balcón privado de nuestra habitación! (que había reservado especialmente porque decía CON VISTAS AL LAGO). Lujo centroamericano, que no asiático. Luego vinieron las ruinas famosas y terminamos en un pueblito maravilloso al otro lado del lago, con MÁS vistas al lago y más baños en él (atardecer nuevamente). Nuestra última mañana en Guatemala fue dedicada a un paseo en barca de cuatro horas en los selváticos brazos del lago para observar pájaros con un experto yanqui que vive en la zona desde hace quince años y que me abrió las puertas de un nuevo posible hobby… Es increíble, pero luego de unas horas uno ya adquiere experiencia y agudeza visual para encontrar pájaros camuflados en medio de la selva que luego ve en todo su esplendor colorido cuando levantan vuelo (y aprende a seguirlos con el largavistas, tarea difícil). El silencio del lago al amanecer y la concentración buscando las aves nos dieron una maravillosa paz, y por un momento entendí al yanqui este y a otros pseudohippies emigrados compatriotas suyos que se han instalado en esta zona en busca de un acercamiento mayor a la naturaleza. Sigue cruce a Belice, terrestre, caluroso y agotador. País raro, ex colonia inglesa independizada, con la reina en todos sus billetes y una anglofilia generalizada. No abundo en detalles porque solo conocí la península de Placencia, donde fuimos a descansar REALMENTE (¡¡¡tres noches seguidas!!!) en un hotelito de madera sobre la playa (literalmente) de un pueblito que era de pescadores y será de resorts (agarramos el medio del proceso), pero aún lo suficientemente agradable y reposado para sentirse a gusto… un poco como los pueblos de Brasil a

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Guatemala - Belice

los que iba en mis primeros viajes, de jovencita. La gente, muy amable; al día siguiente a nuestra llegada ya nos conocían todos (dos argentinas pelirrojas en un país lleno de turistas angloparlantes no son lo más común). Nos pasamos unos relajados días viendo el atardecer en el muelle, el amanecer en la playa misma donde estábamos (son 20 km de playa ininterrumpidos), tiradas en la hamaca de nuestro balcón o en las reposeras de la playa bajo una palmera y haciendo excursiones de snorkelling a cayos de aguas turquesas y arenas blancas, donde vi no solo infinidad de peces de colores y hasta un tiburón (herbívoro, por suerte) sino uno de los corales más grandes, variados y cercanos que recuerdo; parecía que uno nadara en el medio prácticamente. Aún el fishwatching me gusta más que el birdwatching… hay que seguir probando. Por cierto, nos enteramos de que en esta zona de desarrollo turístico que está a punto de arruinarse, hace dos años alguien compró una de estas islitas paradisíacas por 5000 dólares, con corales y todo. Si alguien está interesado, comunicarse por privado y lo pensamos… Bueno, creo que es suficiente. Este año viene cargado de viajes, así que me van a escuchar a menudo… Ya saben que cualquier cosa pueden enviar un UNSUBSCRIBE.

Besos y viajes para todos. Mariana

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ECUADOR Abril de 2017

Queridos amigos: A pedido de parte del público fiel, aquí va, como siempre, la crónica-relato-reflexión posviaje, que espero sirva de inspiración para futuros viajes vuestros. Creo que ya todos saben que para estas vacaciones de Semana Santa hice una escapada un poco relámpago a Ecuador; unos nueve días limpios, que, en un país relativamente pequeño y con distancias cortas entre una y otra atracción, alcanzan para bastante (o alcanzarían, si los transportes fueran más eficientes…). Creo que casi ninguno de los

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Ecuador

destinatarios de este correo ha estado en este país, y no es de extrañar, ya que no es un destino turístico muy fomentado, sobre todo por Europa. Sin embargo, es un país con una diversidad geográfica muy interesante: costa, montaña, selva, flora y fauna diversas, más ciudades coloniales y pueblitos indígenas, todo concentrado en una superficie pequeña, lo que lo hace muy adecuado para viajes cortos de este tipo. En primer lugar, les cuento que este fue un viaje un poco diferente, ya que estuve allí visitando a una amiga de Riobamba, y mi hermana tiene muchos amigos y conocidos también, con lo cual estuve de turista pero compartiendo la vida de más cerca de lo habitual con locales. Esto siempre resulta enriquecedor, y más aún cuanto más diferente a lo conocido o lo cotidiano uno lo encuentre. Aunque, evidentemente, el hecho de venir de otro país latinoamericano nos acerca bastante, me resultó diferente verme muy bien recibida y alojada por personas a quienes ni siquiera conocía junto a toda su familia ampliada (padres, hijos, hermanos, sobrinos… es bastante habitual que varias generaciones dividan una propiedad en común o vivan en casas aledañas) y participando de tradiciones familiares, como la preparación de la fanesca para la Pascua (un guiso hecho con doce tipos de grano, leche y pescado, frituras y otras cosas, basado originalmente en creencias indígenas y tamizado por la cristianización en la época de la conquista para dar lugar a un inofensivo producto sincrético —como miles de otras costumbres, por supuesto—). La gente en general es muy respetuosa, casi formal (nuestra manera de hablar, con palabrotas y gestos, por ejemplo, les resulta muy brusca) y, en mi impresión, mucho más tradicional en promedio que nosotros por estos lados (en cuanto a creencias religiosas, respeto a las costumbres, relaciones hijos-padres…), con todo lo cual, siendo recibida en las casas de los amigos de mi hermana, llegué a tener la curiosa sensación de haber vuelto a la adolescencia y estar durmiendo en casa de mis amiguitas bajo el cuidado y la tutela de sus padres y obedeciendo las normas de la casa. (¡Me resistí con firmeza, sin embargo, a comer huevos en el desayuno! Y tampoco probé la fanesca…) Ojo, no piensen que me trataron mal: ¡todo lo contrario! Han sido todos muy amables y hospitalarios. ¡Es que una ya se ha acostumbrado a ser perro ermitaño en su cubil y la inmersión familiera cuesta un poquito!

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Bien, de la política, tema candente en este momento, solo me quedó una sensación de disconformidad general pase lo que pase, que no niego que me desilusionó bastante; pero mucho no pude sacar en claro y no quise insistir… tuve la sensación de incomodar a la gente si preguntaba. Así que voy a la naturaleza ya mismo, que cambia menos que la sociedad y la política. Como decía más arriba, aquí hay de todo un poco, y en este viaje me dediqué a la parte del todo que tenía (y aún tengo) menos explorada. A mí, que nací en el Mediterráneo (digo, en el Río de la Plata, que para el caso es igual), me tira mucho el mar y le dediqué muchos viajes. Pero ahora, más madura, me estoy dedicando a cumplir con algunos sueños geográficos pendientes. O quizás sean caprichos o deseos geográficos, no sé bien cómo definirlos; no sé si a todos les pasará esto, pero a veces, algo tan nimio como una foto de un lugar colgada en un bar o un artículo de viajes leído al azar me ha despertado unas ganas locas de ver con mis propios ojos un paisaje, formación o accidente geográfico en el que jamás había pensado, como un fiordo, unas dunas movedizas, una roca gigante en el medio del mar o unas construcciones de arena seca que parecen piedras, y eso determina el próximo viaje. En este caso, uno de los objetivos era el de ver una laguna en el cráter de un volcán, que es un bellísimo paisaje. Se trataba realmente de un deseo que había venido creciendo al verse frustrado por diferentes razones en viajes anteriores. Este tipo de lagunas suele ser de acceso difícil (para alguien con mi escaso entrenamiento, al menos) y las últimas dos veces que lo había intentado en lugares fáciles, no había funcionado: en Costa Rica fui a una que estaba seca por falta de lluvia, y en Islandia estuve ahí mismito, pero en medio de una niebla que solo permitía adivinar que allí había un cráter. El día que tocó ir a la laguna Quilotoa en Ecuador pensé que otra vez mi deseo se vería truncado: en la subida (bellísima y comodísima en coche) comenzó a llover y a levantarse niebla, y al llegar a la cima bajé corriendo con tanta emoción y miedo de no ver nada que no presté atención al cambio de altura (son 4000 m) y me dio taquicardia antes de llegar al mirador. Pensé que me iba a morir antes de llegar a la tierra prometida, jeje. Pero bueno, finalmente lo logré, y vimos la laguna con nubes primero y luego con sol,

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que le arrancaba maravillosos reflejos verdosos en las márgenes… Se puede bajar a pie en una hora, pero todo lo que uno baja lo debe subir, y me doy por contenta con haberla disfrutado desde arriba. La zona que se atraviesa de camino (conocida como el circuito del Quilotoa) tiene muchos pueblitos andinos interesantes, cada uno con especialidades artesanales propias (en común: un tipo de pinturas en particular) y, de hecho, el que está justo en la cima es el más pintoresco, aislado en la altura y expuesto al viento, al sol y a la lluvia; nos recordó bastante a pueblos del norte argentino, como Iruya. Cuando se levantó frío, nos metimos en un hostal-restaurante súper sencillo y acogedor, casi una casa de familia, atendido por un matrimonio indígena y sus hijos, a comer la especialidad del lugar (sopa de gallina y becerro asado, en una parrilla al momento…). Daban ganas de quedarse a dormir en una de las casas-hostales y levantarse a ver el amanecer en la laguna… Si llegaran a ir, les daría ese consejo y, si llego a volver, eso haré. En los segundos viajes al mismo lugar, como en otras segundas oportunidades, uno tiene más experiencia y sabe mejor lo que le gusta y lo que no, lo que quiere y lo que no…

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Bien, otro de mis caprichos-deseos en este viaje era profundizar mi relación con la selva. Después de una primera toma de contacto con bosques selváticos en Costa Rica y un avance más importante en Guatemala (no repetiré relatos anteriores, así que pueden buscar los detalles en los emails correspondientes), en esta oportunidad tenía ganas de dejar ya los coqueteos y pasar a mayores; y qué mejor oportunidad, ya que mi primera asociación con la selva, de chiquita, era la selva amazónica. Y así fue que pasamos tres días en la reserva Cuyabeno, en el noroeste de la región amazónica de Ecuador, espacio de acceso bien difícil y protegido, y por lo tanto muy poco explotado, y que cuenta con una diversidad increíble de flora, fauna y ecosistemas (los bosques inundados de aguas negras, sobre todo, son lo más llamativo, pero todo el conjunto de ríos y afluentes es de lo más interesante). Si miran un poquito en internet se harán una idea de la cantidad de vida salvaje que hay, pero estar ahí es otra cosa. Ya la llegada es una aventura: un viaje de toda la noche hasta un pueblo pasados los Andes, para luego seguir dos horas en otro bus hasta el río, y dos horas más remontando el río; esta última parte del trayecto ya supone internarse propiamente en la selva, hasta llegar al alojamiento. Como decía, hay muy poco turismo; en toda la reserva la única vida humana son unos quince alojamientos con sus turistas y unas veinte comunidades indígenas, que son los verdaderos habitantes humanos de la selva y conocen todos sus secretos. El sistema de visita es contratar un paquete en un lodge, que es un alojamiento muy básico, hecho de madera y materiales naturales, ecológico, solo con energía solar y solo algunas horas por día, y con confort mínimo; en general propiedad de gringos y donde trabajan empleados ecuatorianos, muchos de ellos pertenecientes a las comunidades indígenas locales (como nuestro guía), y otros de las ciudades o del primer pueblo cercano. Allí se come, se duerme y se va a las excursiones programadas. Me imagino que una foto satelital mostrará la inmensidad verde atravesada por los ríos y unos minúsculos puntitos apenas luminosos en algunas márgenes, atrapadas entre el bosque y el río, donde estamos concentrados los escasos seres humanos que nos metemos en ese ambiente tan difícil para los bichos urbanos, pero a la vez tan fascinante.

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La selva: esa mezcla de árboles, plantas, ruidos, sonidos de animales ocultos, humedad, lluvia, sol, barro, insectos… Hicimos, un día, una incursión de tres horas, siguiendo un camino circular. Lo de camino es un modo de decir: íbamos obedeciendo ciegamente al guía, que (mientras nos contaba una atemorizante historia de otro guía «de fuera», es decir no de las comunidades locales, que por no conocer bien la selva se había perdido con un grupo de turistas durante tres días) nos hacía adentrarnos, doblar, subir, bajar, cruzar pantanos con el barro hasta las rodillas literalmente (provistos de botas de lluvia, claro; pero no deja de ser interesante sentir cómo el pantano te quiere absorber y cómo te cuesta sacar el pie del fondo para dar el siguiente paso). El guía, aquí, es la pieza fundamental. Como el experto en una visita a un museo, que en un cuadro nos hace ver luces y sombras, creencias y supuestos, cuestiones históricas y personales del pintor, y miles de cosas donde uno (yo) ve solo una escena o una naturaleza muerta, aquí es el guía quien, moviéndose a sus anchas en su hábitat, nos descifra los misterios del aparente desorden de la naturaleza. Vemos a todos los elementos mezclados sin ton ni son, como la ropa en los cajones de mi armario. Pero, en realidad, están vinculados por relaciones de simbiosis, parasitismo, dependencia, complementariedad, competencia, que, atravesadas por el azar, determinan la configuración de cada espacio. Muchas plantas y frutos, tan similares en apariencia, pero tan diferentes en realidad, desde venenosos a alimenticios en la misma familia… Es una especie de supermercado gigantesco, en el cual uno puede encontrar alimentos, modos de saciar la sed, modos de hacer fuego y abrigarse, protección para guarecerse y hasta diversión (¿qué tal tirarse en una liana cual Tarzán o hacer dibujitos en hojas gigantes con su propia savia como tinta?); solo que uno, bicho de ciudad, no tiene cómo decodificarlo. Un turista de nuestro grupo decía al guía: «Pero ¿cómo puedes saber que este árbol es el que tiene hormigas y el de al lado no? ¡Son exactamente iguales!» Esto resume bastante bien la sensación de todo el mundo. Por cierto, el árbol de las hormigas es muy útil desde el punto de vista nutricional: cortando una ramita pequeña, cónica y hueca por dentro, salen decenas de hormigas por cm2 que saben a limón, o más bien a mojito, como decía una jovencita del grupo. Probar hormigas vivas no estaba en mi lista, pero no hubo problema en añadirlo.

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Me he extendido en la parte terrestre, pero la acuática no se quedó atrás. Recorrer los ríos, afluentes y lagunas en lancha bimotor o en kayak a remo, en busca de aves diversas, monos o caimanes (yacarés) según la hora, es atrapante. Ya en Guatemala comencé a intuir cómo puede ser de absorbente pasar horas intentando descubrir vida en medio del verde… una vida poderosa y ruidosa, que uno oye pero no ve a menos que sepa cómo ver y dónde buscar. Una sensación que genera cierta ansiedad: uno sabe que allí hay miles de pájaros y monos, que a ciertas horas se hacen oír con mucha intensidad, pero mira y no ve nada… Esta búsqueda insaciable era intercalada con baños refrescantes (y necesarísimos, dada la temperatura) en la laguna principal, tirándose nomás de la lancha (el bosque inundado de aguas negras), donde se va también a presenciar el atardecer y la salida de la luna reflejándose en el agua, espectáculo tan simple como maravilloso, como muchos ya han visto en Facebook. No por fascinante esto dejó de ser duro. Ya agotadas y con la ropa mojada y ganas de una buena ducha caliente y una comida con proteínas (no proveniente de hormigas), cosa que no abundaba en el lodge, la selva nos despidió en las dos horas del camino inverso de salida en la lancha con una cortina de agua inacabable y densa, que nos mojó por completo a pesar de estar protegidas de pies a cabeza con chubasqueros de marinero… Dos horas de silencio, introspección y un deseo como nunca había sentido de que la lluvia escampara al menos un poquito… cosa que no pasó. Le decía a mi hermana algo que ahora comparto oficialmente: he llegado a la conclusión de que mi hábitat natural es la ciudad… jeje. Lo cual no quiere decir que la ciudad no me agobie. Pero siempre uno puede tener estos pequeños affaires con otros medios, para luego volver al hogar dulce hogar… No queda ya espacio para que hable mucho de los pueblos coloniales y de la interesante presencia de la comunidad indígena en las ciudades andinas (por ejemplo, en Otavalo, el famoso pueblo de las artesanías), de las procesiones pascuales sincréticas, de otras cuestiones geográficas como las termas naturales de Papallacta a solo una hora de Quito, ni de una excursión a la Isla de la Plata (conocida como la Galápagos de los pobres) para ver más vida animal en la costa del Pacífico, enfrente de un pueblito donde pasé el último par de días sola y

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en estado de relax en un maravilloso alojamiento ecológico al pie de la playa, vi el atardecer en el mar con una piña colada como corresponde y me levanté a bañarme a las siete de la mañana… adecuada despedida de Ecuador. Si quieren información práctica, con gusto les ayudo a planear el viaje, como siempre.

Besos y hasta el próximo, Mariana

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VIENA Abril de 2017

Sufridos amigos, Por si ya terminaron Ecuador y no tienen literatura de viajes a mano, les cuento que, aprovechando el puente de mayo, me hice una escapada a Viena a ver a una amiga que vive allí. No se asusten, que este relato será acorde a la cantidad de días (tres); es decir, más corto que lo habitual. Les cuento que ya había tenido una fugaz experiencia en Viena; algunos sabrán que, en mi primera visita a Europa cuando vivía en Argentina, en el típico viaje de quince ciudades en cinco semanas, un poco

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por itinerario pasé un día en esta ciudad. De esa jornada, la mayor parte fue dedicada a una emocionante visita al museo de Freud, por supuesto. En mi recuerdo siguen una breve visita a la imponente catedral de San Esteban, una caminata que nos dejó helados con una incursión en varios cafés a fin de combatir una aguanieve insistente y una temprana caída de la noche seguida del súbito cierre de todas las tiendas y restaurantes, lo cual nos dejó literalmente sin posibilidad de cenar. Como sabemos, ver un sitio con frío, lluvia y oscuridad un día y luego hacerlo bajo el sol primaveral puede cambiar mucho nuestras impresiones. Viena, coincidiendo con nuestro imaginario, tiene efectivamente esa impronta señorial palaciega que todos conocemos, herencia de los caprichosos despilfarros monárquicos que ahora contribuyen a convertir algunos sitios en polos turísticos; según palabras de alguien «uno levanta la vista y justo arriba seguro que hay un palacio». Pintorescos cafés y restaurantes, igualmente imponentes (siguiendo con mi cholulismo histórico, estuve en el café Landtmann, donde solía ir Freud, aunque lamentablemente debido a las colas no pude entrar en el Central, frecuentado por Trotsky y Lenin), complementan la atmósfera palaciega. Más interesante quizás me resulta comentarles que Viena también conserva en sus calles el espíritu de los grandes maestros de la música clásica, muchas de cuyas casas son ahora museos (como las de Schubert, Mozart, Beethoven, que nos hacen retroceder en el tiempo al visitarlas e imaginar la Viena de su época) y cuyas obras se interpretan cotidianamente en la famosa Ópera, en palacios, castillos y salas de conciertos. En efecto, Viena es el espíritu vivo y vigente de la música clásica, y este se respira en sus calles… digamos que es a la música clásica lo que Santiago de Cuba al son y Manhattan al jazz. Pero no solo de historia y música vive Viena. La primavera me permitió descubrir una ciudad verde, salpicada de numerosos parques y atravesada por kilómetros y kilómetros de carriles bici sin desnivel bordeando el Danubio y sus canales (bicisendas planas junto al río; ¡imaginen que es una de mis versiones del paraíso!) y una activa vida al costado del agua: bares con tumbonas mirando al río, playas artificiales, paseos

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y bosques… Un paseo en barco por el mítico Danubio me descubrió parte de la cara oculta para mí de la ciudad, en un hermoso día que terminó en otra zona verde: al norte de la ciudad, un área montañosa de viñedos con bodegas típicas al aire libre, en las cuales uno puede probar las variedades locales junto a los embutidos típicos mientras disfruta las vistas a toda la ciudad desde arriba (para los de Barcelona, imaginen vistas urbanas como las que hay desde el mirador del Tibidabo), y, al otro lado, el atardecer en las montañas… En fin, un buen aporte de naturaleza que hace que Viena no resulte la opresiva ciudad que yo imaginaba. Mi amiga vive en las afueras de la ciudad, a unos veinte minutos de coche, en una pintoresca zona verde y plana cual llanura pampeana al lado de un bosque con sus típicos lagos, flora y fauna que uno puede atravesar caminando hasta Bratislava (unos cuarenta kilómetros) si quisiera. Su pueblo, uno de entre otros tantos similares, tiene unos pocos miles (pocos = menos de diez) de habitantes, y todo el color local que suelen tener tales lugares. La última noche de mi estadía la pasamos en una fiesta local que se hace en cada pueblo de Austria el último día de abril y cuyo leit motiv es plantar un árbol especial que debe mantenerse en pie todo mayo, y al que se debe proteger de los adolescentes de otros pueblos, que tienen el derecho de ir a cortar árboles «enemigos» por las noches. Esto es una excusa para reunirse en largas mesas con toda la gente del pueblo, beber spritzer (un aperitivo hecho de vino blanco y agua mineral gasificada en diferentes proporciones: ideal para quien no bebe cerveza, como yo) hasta emborracharse (toda la noche si es necesario, mientras se cuida el árbol de los ataques) y comer salchichas de diferentes tipos a la brasa, mientras la típica orquesta local vestida con las ropas esas que salen en los anuncios toca música estilo banda militar y uno charla con los amigos. Para mí fue una maravillosa oportunidad de participar en algo a lo que los turistas en general no podemos acceder: mezclarse en una fiesta local tradicional y participar desde dentro… ¡en lo que podía, claro, porque en los pueblos no todo el mundo habla inglés! Como se imaginarán, terminé (como todo el mundo) borracha, después de haber practicado y aprendido orgullosamente algunas palabras en alemán (algunas útiles para mí, como rotwein, y otras completamente

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inservibles, como algo que significa la cola de una ardilla que sube un árbol y que es el trabalenguas típico con el que torturan en este pueblo a todos los guiris que pasamos por allí, y que creo que es la palabra más inútil que jamás haya aprendido).

Besos y hasta el próximo viaje, Mariana

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PARQUES NACIONALES USA Mayo de 2017

Valga la aclaración (nacionales) ya que, gracias a un malentendido con una amiga, me enteré de que, en mi país de origen, los «parques» de los Estados Unidos no son lo que para mí, sino que la asociación inmediata es… ¡Disneylandia! Para que quede claro, en este nuestro caso fue el extremo opuesto, en más de un sentido: la otra costa (la oeste) y otro tipo de parques (naturales)… Aunque patos, ratones y animales indefinidos o no identificables también vimos, si bien no tan ilustres como Mickey o Donald…

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Parques Nacionales USA

¡pero más bonitos! Ardillas, conejos, liebres, ciervos, serpientes, el famoso coyote y su correcaminos… ¡Osos, por suerte, no! Los parques de este país en cuestión son muchísimos, como saben; nosotros nos concentramos en las estrellas de California, Arizona y Utah, con añadidos no tan conocidos en el camino que no se quedaron atrás en cuanto a belleza e interés. Este viaje, por decisión de ambos, fue de puro interés natural y geográfico, y por eso un poco fuera del estándar de la zona: nos fuimos rápido de San Francisco, obviamos las estrellitas hollywoodenses y pasamos por Las Vegas solo el tiempo suficiente para sacar una foto en la cutrísima calle principal, hacer un poco de observación de personajes, entrar a los consabidos casinos y comer baratísimo en un bufet libre (cosa que necesitábamos después de días y días de ensaladas y pollo asado del súper, jeje). Sin embargo, la ruta nos brindó yapas culturales interesantes. Por ejemplo, pasamos por pueblos (algunos casi ya ghost towns) de la mítica Ruta 66 y paramos en algunos moteles de carretera y a desayunar en el Bagdad Café. Y comprobamos que estos sitios existen y que son tal cual se muestran en las pelis, con el sheriff, los sombreros y botas de cowboy, el acento incomprensible… Como esto, muchos otros lugares en medio de la nada, sobre todo pueblos perdidos en el desierto de Arizona habitados por pobladores surrealistas y bares polvorientos en Utah atendidos por personajes increíbles. Llegando a Las Vegas, rutas flanqueadas con carteles muy burdos ofreciendo cualquier cosa que uno puede obtener simplemente por teléfono: encontrar a Dios, por ejemplo. Abogados con cara de mafiosos de las series para casos de accidentes, señoritas guapas para vaya uno a saber qué… Bien, que si un marciano aterrizara en esta zona y le dijeran que está en el país más poderoso y «desarrollado» del mundo, sería interesante ver cómo lo evaluaría… En fin, que a partir de ahora no volveremos a decir que esto solo pasa en las pelis yanquis.

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La otra observación cultural interesante fue comprobar el modo tan especial de hacer cumplir la ley desde el discurso oficial. Digamos, con la estética paquete de cigarrillos: ¿vieron esas amenazas espantosas de lo que nos pasará por fumar, ilustradas con fotos que nos hacen girar la cabeza de espanto? Este es el modo para todo. Y lo peor es que resulta efectivamente disuasorio. A tal punto que aborté la idea de hacer un pis en un hotel de un parque al leer if you are in the lobby and not a guest, you may be accused of loitering, o de llevarme una inocente sacarina para más tarde del desayuno de un motel ante no sé qué otra amenaza. En los parques es impresionante. Hemos leído una historia terrible de una madre cuyos dos hijos fueron arrastrados por el agua en una cascada del Yosemite por jugar con el agua donde no debían, otra de una jovencita alegre e inteligente que murió de calor y cansancio en cuestión de minutos en el cañón del Colorado por no llevar agua suficiente y no parar a tiempo a la sombra (a pesar de haber corrido la maratón de Boston), un oso rugiente destrozando una ventanilla de un coche en busca de comida y no sé cuántas historias más, todas con tipografía y fotos dignas de The Sun o Crónica, que me ocasionaron pesadillas y me crearon una obsesión por llevar agua conmigo (¡hasta al baño si estaba a más de cinco metros!). Bueno, que entendimos muchas cosas. Hasta Trump. Fin de la sección culture shock. Y ahora pasemos de la cultura a la naturaleza, que a eso vinimos (para quienes preguntaron «¿Por qué vas a Estados Unidos justamente?»). Yosemite, la joya de la corona, nos encantó, como era de esperar. Es BELLO. No se me ocurre adjetivo mejor para describirlo. Y eso que una de las secciones más importantes no la pudimos conocer, porque estaba cortada por invierno aún. Pero el valle es hermosísimo y tiene paisajes que parecen de foto de revista turística, pero son de verdad, como los personajes de los pueblos de la Ruta 66. Cascadas, montañas, lagos, el valle entre dos cadenas montañosas tan altas… en fin: no tiene mucho sentido escribir de esto, porque es algo que no puede dejar de gustar a alguien, como las flores de primavera o la Novena sinfonía de Beethoven.

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En cambio, en el ámbito geográfico hubo dos leitmotivs no tan habituales como los valles de montaña: cañones y desiertos (con sus intersecciones, claro, ya que los cañones tienen valles, y los desiertos, cañones y montañas…). Cañones vimos varios, desde una estrecha gruta increíble en el desierto llamada cañón del Antílope, uno de los lugares más increíbles y fotografiados del mundo, hasta el cañón madre: el del Colorado (Grand Canyon en inglés, y realmente Grand le cuadra mejor). Para mí conocerlo era como conocer la Muralla China en cuanto a ilusión, y no quedé decepcionada. Este lugar me impresionó, me fascinó y me encantó, y ambos coincidimos en que habríamos pasado una semana allí caminando por la cresta, mirando atardeceres y, si tuviéramos dinero, yendo en globo o helicóptero por arriba o haciendo rafting en el Colorado. Yo me alquilé una bici y fue una de las mejores experiencias. Hacer algo que a uno le gusta mucho en un lugar maravilloso como este tiene un plus que lo convierte en más increíble aún. Fue parecido a cuando fui en bici por un fiordo en Noruega… Se entendería que uno, considerando que ya ha hecho todo lo que debía hacer en la vida, decidiera acabarla gloriosamente con su bici en este lugar, como Thelma y Louise. Difícil escoger, pero el desierto quizás me fascinó más aún. Es curioso, porque pensaba, llegando al valle de la Muerte, que es lo opuesto de la selva, de cierta manera: la aparente nada del desierto versus el desborde de vida exagerado que es la selva. Aunque esto es falso: hay mucha vida en el Death Valley, oculta también. Tal vez sea una atracción un poco morbosa, esta del desierto; quiero decir que no es algo comprensible como la belleza de Yosemite. Pero la increíble diversidad de paisajes de este parque, las resecas montañas de colores, las dunas que parecen del Sahara, las salinas kilométricas: todo es magnífico, inconmensurable y fascinante. Incluso en medio de un calor de 45 grados en mayo, vale todas las penas del mundo acercarse aquí. Sobre todo, a la última hora de la tarde, en esa hora dorada en que el aire comienza a hacerse más turbio y los rayos oblicuos del sol al atravesarlo arrancan nuevos colores, formas y destellos a las mismas montañas y dunas que uno vio con el sol de pleno, y parecen otras cada vez. Les cuento que, además de los grandes parques programados y conocidos, hubo espacio para muchas pequeñas sorpresas inesperadas

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fuera de programa y por ello quizás doblemente placenteras. Agobiados de la ciudad, nos fuimos rápido de San Francisco hacia un remoto faro del fin del mundo en medio de playas desérticas, para aparecer luego en la región de Sonoma, donde hicimos una cata de vinos en una hermosa bodega-castillo (de las que salen en la peli Entre copas, recomendable).

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Luego, en Death Valley, paramos en un pueblo cercano a la entrada del valle. (Un inciso: dormir en los parques es económicamente imposible para nosotros, así que normalmente recurrimos a los moteles de carretera, esos que también salen en las pelis, con un cartel de neón y una decoración decadente, aunque con su nevera y microondas, eso sí, esenciales para nuestro viaje de mochileros de supermercado.) Pero en este caso, gracias a una recomendación de una amiga que vive cerca, caímos en un pueblo antes de la entrada del valle llamado Tecopa, desconocido para el turismo internacional, y conocido en la zona por contar con unos cientos de habitantes muy simpáticos y hospitalarios y una cantidad de aguas termales, y dormimos en unas cabañas glamping (a fusion of glamour and camping) casi en el desierto, desde donde vimos la Vía Láctea a la noche y nos bañamos en las termas. Allí cerca, gracias a la recomendación de una señora mayor con quien compartí el baño termal femenino (en pelotas, como en Japón), originaria del pueblo y de ocupación chófer de bus escolar (¡para llevar a los 9 niños de la zona hasta una escuela en Nevada! Millas y millas cada día), caímos en una simpática granja de dátiles con palmeras importadas de Irak… sí, un verdadero oasis sahariano montado en medio del desierto californiano… y pasamos un rato agradable conversando con el dueño y comiendo dátiles gourmet, pan de dátiles, milkshake de dátiles… Bueno, hubo más naturaleza. Hemos cazado atardeceres en lugares esperados (esos donde uno quisiera ser ubicuo y ver al mismo tiempo ponerse el sol sobre una montaña y sobre unas dunas) y en sitios inesperados, como desde la ventana de un motel en el horizonte plano del campo. En ruta a los parques nacionales oficiales hay miles de ríos, cascadas, cañones, montañas y una cantidad de accidentes geográficos cuyos nombres no conozco, diversos e impactantes. En el mismo día, por ejemplo, tras salir por la parte oeste del Death Valley con 47 grados de máxima desértica, un par de horas más tarde estábamos al este del Yosemite, en unos lagos rodeados de montañas nevadas y pinos, una formación de cañones de basalto, luego más allá un lago enorme y tres veces más salado que el mar con unas curiosas formaciones llamadas tufa que jamás había visto ni escuchado nombrar, para acabar la ruta en unas termas naturales de travertino al aire libre dignas de Islandia (toda esta zona, con basalto, termas, lagos, cascadas y desiertos me la

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recordó bastante ¡y esto es motivo de alegría!). Las aguas para bañarse, por suerte, estuvieron bastante presentes: desde un jacuzzi con vistas al valle al aire libre en el camping antes de entrar a Yosemite, pasando por un pedacito del famoso remonte del río Virgin en el cañón Zion (el típico lugar donde se ve a la gente subiendo río arriba por el cañón, ¡sí, lo hice!) y por un estrafalario hotel casino agradablemente kitsch con piscina fría y caliente al aire libre con vistas al Death Valley, hasta llegar a las termas que ya les comenté. Me faltó un baño en el lago Powell, embalse del Colorado, allí cerca de la foto del sol poniéndose en la herradura. Cositas que quedan para la próxima… Dato de color para los argentinos de Barcelona: un día nos dimos un gran lujo y comimos la famosa carne de Nebraska, esa que compramos en Letamendi… y ¡estaba buenísima! O nos lo pareció más aún después de tanta ensalada de súper. Bueno, este viaje lo tengo súper documentado, así que ¡los próximos en ir tendrán suerte!

¡Hasta la próxima! Mariana

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INDONESIA Agosto de 2017

En primer lugar, aclaro que decir «viaje a Indonesia de tres semanas» es casi tan ridículo como decir que uno viaja a Europa o a Latinoamérica por esa cantidad de días. Indonesia quiere decir (más o menos, porque no se sabe bien) 17 000 islas (es verdad, desde islas-islas como Java o Sumatra, que bien podrían ser países por sí solas, hasta islotes de 1 km2 con aguas turquesas y playas blancas, de esos con los que soñamos muchos). Y, si bien el país comparte gobierno y lengua oficial unificada, el indonesio (con dialectos en cada región), entre las islas grandes hay tal diversidad cultural, social y religiosa que realmente uno tiene la sensación de ir moviéndose por un continente y sus diferentes países. De

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hecho, por ejemplo, en la zona de Bali más cercana a Java, separadas como están por una hora de ferry, se percibe este ambiente típico de zona de frontera, con idiomas, costumbres y religiones mezclados. TOOOODA INDONESIA

Así que les cuento mi viaje a Indonesia de tres semanas. Que tampoco es la mar de original ni exótico: como iba sola y era mi primera experiencia en un país del sudeste asiático, preferí moverme dentro de lugares con cierto nivel de turismo. Muchas veces termina resultando difícil encontrar lugares donde alguien como yo (mujer de cierta edad viajando sola) se sienta del todo cómoda: hay que buscar el justo medio entre el mundo artificial construido para turistas que ha corrompido muchas zonas famosas, como el sur de Bali con sus surfistas y sus fiestas de toda la noche, y the real thing: el auténtico mundo local que querríamos conocer cuando viajamos, pero al que no podríamos acceder en calidad de turistas (al menos, si queremos sentirnos mínimamente tranquilos y seguros, o si no somos demasiado atrevidos, como es mi caso). MI PEDACITO DE INDONESIA

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Un poco guiada por esto, aterricé en Bali, pacífica isla hinduista, turística y llena de mujeres viajando solas, en lugar de hacerlo en Yakarta, la caótica capital del país en Java, isla un poco menos fácil.

Bali Bali (sobre todo para los que venimos de Argentina) suele asociarse con playas paradisíacas y full moonparties en esas playas (con todo lo que esto promete); con mercadillos donde se vende esa ropa que nos gustaba tanto usar de adolescentes (y ahora también, solo que nos preguntamos si será apropiado a esta edad ponerse esa falda de seda multicolor para ir a trabajar); con revelaciones místicas y versiones diluidas de meditación y yoga para occidentales new age que pretenden encontrar la paz interior y el sentido de la vida (en forma de amor, por supuesto)… Y lo encuentran, como le pasa a Julia Roberts en Eat pray love (Come reza ama en su traducción al castellano), justificadamente aborrecida por los balineses más críticos tanto como Vicki Cristina Barcelona por nosotros los barceloneses (ejem), a pesar de que (o porque) la maldita película ha dado un empujón aún más fuerte a la industria turística. Por suerte, Bali no es solo eso. Isla relativamente pequeña, es un mundo en sí misma. Es cierto que mi primer destino, Ubud, su capital cultural, me impactó al principio como una pequeña ciudad turística de cualquier parte del mundo, con tantos coches que cuesta cruzar las calles, miles de motos, tenderetes uno al lado del otro, bares con música (pop) en vivo y restaurantes con menúes en inglés (¡hasta un maldito Starbucks!). Pero, por suerte, esta antipática pátina occidentalizada es frágil y artificial y se resquebraja enseguida ante la fuerza de lo que hubo siempre: el verde intenso, la vegetación incontrolable, las fuentes melodiosas, los Budas, los templos y templetes, los monos, las iguanas, los banderines de colores, las ofrendas florales, los inciensos… Aun siendo el colmo de lo turístico, no puede negarse que resulta muy agradable sentarse en unos almohadones a ras del suelo en medio de una vegetación exuberante a tomar un jugo de piña escuchando el sonido del agua de las fuentes en un lugar como el Café Wayan (hermoso restaurante donde también dan clases de cocina local, uno de los entretenimientos de Ubud) o despertarse en el hermoso B&B donde me alojé.

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Alejándonos un poquito del caos del «centro», enseguida aparecen las calles más auténticas, con sus casas balinesas tradicionales de puertas abiertas, protegidas por esas típicas construcciones de paja que parecen farolas, que en realidad son como calles hechas de templos uno al lado del otro. Esto es, me enteré luego, porque cada casa tiene que tener su templo particular, así como antes las casas tenían su altar privado… Luego, caminando un poquito más, aparecen enseguida rutas en medio de cultivos y terrazas de arroz, con el agradable detalle de los bares en el camino en medio de flores de loto para descansar. Por supuesto, el segundo día ya estuve subida a una bici en medio de arrozales. Los arrozales fueron uno de los leitmotivs del viaje, junto con los templos, los volcanes y los peces de colores, pero tuvieron el plus de ser los primeros de mi vida, y me fascinaron. Me empaché de arrozales, si bien no de arroz (no me emociona mucho y menos aún como lo hacen ellos: blanco, sin sal y estilo mazacote pegoteado), pero las terrazas inundadas son un espectáculo bellísimo,

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y atravesarlas en bici, aunque esto implique el sufrimiento de conducir a la izquierda y evitar los camiones y motos en las carreteras importantes, duplica la emoción. Propiedades de la bici. Por la noche (que comienza pronto, alrededor de las 18:30), además de comer, la diversión es ver un espectáculo local de danzas o un show completo con cantos, danzas, fuego y música, mezcla de ópera y tragedia musical que, aunque uno no comprenda los detalles, siempre giran alrededor de dramas basados en leyendas locales con temáticas muchas veces religiosas. Suelen hacerse en templos, con lo cual se hace doblemente impresionante. La danza me resultó particularmente interesante como acercamiento a una concepción del cuerpo bastante diferente de la nuestra: por ejemplo, los movimientos de los ojos son importantísimos; los ojos, las manos, partes del cuerpo que nosotros integramos al bailar, ellos las separan y toman entidad propia. La música que se escucha (gamelán) también tiene su singularidad y me resulta difícil de descifrar; he visto varias actuaciones más o menos auténticas en Bali y Java, en templos y en procesiones, y resulta interesante aunque difícil de seguir. Digamos que uno no se compraría un CD para llevar a casa. Bueno, un viaje típicamente turístico a Bali de alguien que quisiera decir «he visto lo típico» acabaría aquí: caminata alrededor de Ubud, pequeños arrozales, espectáculo musical, relax, spa, piscina, masajes balineses, compras de artesanía local, meditación y yoga light, comidas típicas, clases de cocina; variantes del hedonismo disfrazadas de profundidad. «Eatpraylove shop». Y luego rumbearía al sur, a la zona del surf, la playa y la fiesta. Yo fui para el norte, y fue una buena progresión: lo más turístico fue lo primero y de a poco fui incursionando en lo más auténtico. Circular por el interior de Bali en coche (lo ideal es desplazarse con un conductor, que es muy barato y permite armar los itinerarios y aprovechar los viajes para conocer templos, arrozales y atracciones varias por el camino) ya es un espectáculo en sí. El paisaje es una combinación de terrazas cultivadas y selvas salpicadas de templos hinduistas. Acostumbrada más bien a las selvas latinoamericanas y centroamericanas, hasta que me acostumbré tuve una sensación algo surrealista, de mezcla imposible (¡¿templo en selva?!), como en un cuadro de Dalí.

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Mi itinerario por Bali fue un poco sui géneris, ya que fui y vine de allí a otras islas, así que termino con Bali en beneficio de vuestro orden mental aunque no respete la cronología. Las playas son muchas y las del norte y del este, donde yo estuve, no son las perfectas de las postales. Muchas tienen arenas negras, pero el paisaje es espectacular y bajo las aguas mismas de la orilla se despliegan corales impresionantes. Como dije, iba huyendo del surf y la fiesta y buscando la tranquilidad de los pueblos menos conocidos y los peces de colores; y los atardeceres, cómo no, muchos de ellos en el mar. De ellos también me empaché; tanto que ahora casi me olvido de las modestas puestas de sol en mi terraza. El recorrido por Bali ideal es este: ir de un pueblo pintoresco a otro, mayormente de playa, donde se vea el atardecer y el amanecer y los peces de colores, pasando en el medio por templos y monumentos de todos los tamaños, en muchos de los cuales el agua es protagonista. Ya saben que a mí el mar me vuelve loca y mi idea del paraíso vacacional es dormir en una habitación con ventanales sobre la playa donde ver el amanecer, el atardecer o ambos y donde poder bajar al mar ni bien el cielo comienza a aclarar. Poder hacer esto en un lugar de la costa este llamado Amed, en una habitación desde donde veía la playa y al fondo el monte Agung, el más alto de Bali, desde mi cama mismo… bueno, es mi versión personal de la conocida frase «lujo asiático». Lujo económico, por cierto: este homestay y todos los otros donde paré van entre los 13 y los 26 euros. Vale la pena hacer un pequeño inciso para hablar de los alojamientos. Aunque puedan ser encantadores, un homestay no es un hotel de estrellas, sino un alojamiento sencillo pero correcto, en general manejado por una familia que ha construido algunas habitaciones ampliando su casa. No es exactamente el mismo concepto que en Cuba, donde en general se trata de una, dos o tres habitaciones dentro mismo de la casa, con lo cual uno vive literalmente con la familia, sino algo a mitad de camino entre esto y una posada familiar estilo Brasil. Elegirlo bien tiene su importancia, sobre todo viajando sola: igual que en Cuba, y aunque las gestiones sean más fáciles, la familia anfitriona es nuestra intermediaria con el mundo local y nos ayudará con temas prácticos como conseguir pasajes de bus, ferry, barco, aviones, taxis y conductores a otros lados (siempre hay primos, vecinos, amigos que son agentes de venta, chóferes, representantes…), tema que, en lugares donde los

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precios son tan poco fijos que si no se negocia el presupuesto se puede ir por las nubes, tiene bastante peso; y nos hará sentir a gusto en el lugar y bien recibidos. Una familia amable en un alojamiento con buenas vistas es lo mejor que a uno le puede pasar, sobre todo considerando que estar simplemente allí mirando el paisaje es parte importante de la actividad… Lo bueno es que los verdaderos lujos asiáticos tampoco son tan inaccesibles para nosotros; si bien no es para pagarse una habitación en un resort de playa todos los días, es fácil usar sus instalaciones sin problemas. Basta con tomarse un café en el bar y pedir permiso para meterse a la piscina infinita mirando el mar, recostarse en las tumbonas y jugar en el jacuzzi (como hice yo), y sentirse princesa por un día. Me perdonarán el inciso frívolo, pero en un viaje de este tipo, poder darse gustos como mirar el amanecer desde el propio balcón o el atardecer en una hamaca tomando una piña colada (donde se consigue alcohol, claro), o pedir un pescado fresco en un warung sin preocuparse de cuánto nos va a costar, porque no es mucho, es un alivio, y es un plus que compensa algunos estreses necesarios del viaje. Y es, además, una sensación a la que uno no está acostumbrado en la vida cotidiana… Bueno, no solo de playas vive el hombre, ni la mujer. También estuve en algunos pueblitos del interior, en medio, cómo no, de arrozales y cultivos… mirándolos desde piscinas, ¡claro! He comentado antes que los templos hinduistas, como las terrazas de arroz, fueron uno de los leitmotivs del viaje: otro apartado en la categoría «nunca visto hasta ahora». Los templos son hermosos, todos. Una de las razones por las cuales son tan atractivos visualmente y agradables para recorrer es que suelen estar en bellísimos parajes naturales: en el mar, sobre acantilados, en lagos, en valles, siempre decorados con ofrendas florales con predominio de blanco y amarillo. Pero no hay que olvidar los que les comentaba antes, los que se encuentran en las casas y los modestos al costado de la ruta; esos que generan la impresión de que, al cruzar Bali, uno está atravesando un enorme y selvático campo sagrado. Esta integración geográfica de los templos refleja un poco la manera de vivir la religión de la gente,

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casi como una espiritualidad cotidiana más que una práctica llevada a cabo en sitios y a horas determinados, como en otras partes del mundo. Es bastante común salir a caminar a la mañana en un pueblito cualquiera y ver a personas preparando ofrendas florales, luego rezando y ofreciéndolas mientras encienden un incienso. También he tenido la suerte de presenciar el otro extremo: las grandes procesiones en los templos principales, con cientos de personas marchando juntas para hacer sus ofrendas. Me hubiese gustado poder interactuar un poco más con los balineses fuera de la relación turista-local, pero la verdad es que no es del todo fácil. En cierto punto parece que toda la infraestructura estuviera montada para ocio y beneficio de turistas de fuera; claro que las familias locales van a comer a warungs (restaurantes tradicionales), por ejemplo, pero no llegué a atreverme a meterme yo solita en sitios sin turistas, y tampoco hubiese podido comunicarme demasiado… El contacto principal que uno tiene como turista es con los anfitriones y los conductores, y quizás un poco con camareros y recepcionistas; la mayoría tienen un nivel de inglés apropiado para el turismo, pero al intentar profundizar en cuestiones de otro tipo, políticas, históricas, sociales, incluso religiosas, no sé si por el idioma o por otras cuestiones, la conversación no avanzaba mucho, salvo en contadas ocasiones. Sobre todo, cuesta bastante acceder a charlar con mujeres, bastante por el idioma y también porque no participan de la vida laboral tanto como los hombres, aunque sí logré hablar un poco con jovencitas que trabajan en hoteles grandes y estudian turismo. Los niños ahora estudian inglés en el colegio y se defienden bastante bien, así que son otra fuente de comunicación para uno, que va con poquito tiempo. Aparte de esto, la gente me resultó amable y pacífica, y el grado de acoso al turista, tolerable.

Java Bali, como decía antes, es una isla entre otras que ha sido catapultada hacia el turismo en las últimas décadas. Java, en cambio, donde pasé unos días, al costado mismo de Bali, es mucho más grande y políticamente relevante en el país. A pesar de la cercanía con Bali, esta isla (como la mayoría) es musulmana y la sociedad es bastante diferente.

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Iba con un poco más de reparo de entrada, y crucé en un ferry público donde pensé que era la única turista entre un par de cientos de locales, hasta que divisé a una pareja holandesa a la distancia, lo que me reconfortó un poco. Entretanto, tuve que acceder a sacarme fotos con una cantidad de mujeres, casi completamente cubiertas con sus ropas, que me miraban y se reían entre ellas (¿sería por mi pelo, mi sombrero de colores, mis tetas, mis gafas floreadas, mi cara de miedo…?). Como en otras situaciones ambiguas de la vida, uno puede elegir cómo sentirse, y en este caso podía ser como un monito de Bali o como una actriz famosa; creo que elegí lo primero. Hasta que empezaron a pedirme que apareciera en sus selfies… a la décima foto tuve que gesticular que por favor ya no, y por suerte se retiraron entre risitas. Por suerte, el resto de Java no fue del mismo estilo, supongo que porque estuve en los puntos más turísticos. Sí que iba un poco temerosa al principio, sobre todo si estaba sola. En el primer punto donde paré, un pueblito de perfil bajo, haciendo una caminata en caminos solitarios entre cultivos hermosos alrededor de mi homestay, me asusté bastante cuando un hombre en moto paró al lado mío y me espetó: «¿Where are you going?»con un tono que me hizo pensar que no debería estar yendo a donde fuese que estaba yendo. Y me volví asustada. Luego me di cuenta, como me explicaron enseguida, que en los lugares menos turísticos la gente sabe tres preguntas: -What’s your name? -Where are you from? -Where are you going? Y nada más, y que si uno contesta enrollándose mucho tampoco entenderán… Pero, como las preguntas están bien formuladas, con sus auxiliares donde corresponde, ¡me engañaron! De Java, les cuento que pasé unos días allí, otra vez, explorando mis deseos viajeros de turno, que en realidad son los puntos fuertes de Java: volcanes y templos. Hay dos volcanes famosos en Java, el Bromo y el Ijen, muy diferentes entre sí, impresionantes ambos y relativamente accesibles; unas subidas a la madrugada se recompensan con maravillosas vistas del

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amanecer en los respectivos volcanes, que va descubriendo su forma con los primeros rayos de luz… Luego estuve en Yogyakarta, la capital cultural, con sus palacios hindúes y sus mezquitas. Como los templos en medio de palmeras, otra vez tuve la sensación de mezcla rara. Por ejemplo, caí en la cuenta de que, normalmente, cuando uno va a visitar mezquitas espera encontrar inscripciones en árabe, y no en indonesio, que usa el alfabeto latino. Yogyakarta está cerca de un par de estrellas de Indonesia, y en parte por eso es uno de los puntos fuertes: los templos de Borobudur y Prambanan, budista e hinduista. No tiene sentido que les cuente cómo son ya que lo pueden mirar por internet fácilmente. Claro que me encantaron, como a todo el mundo. La ciudad en sí es una de esas con un grado considerable de caos de tráfico, pero que sigue siendo amable. Es conocida por algunas manifestaciones artísticas como el teatro de sombras con marionetas y el ballet Ramayana, que actúa en los templos. Su calle principal es un gran bazar donde comprar de todo (previo regateo, claro), sobre todo batik (¡me volví loca!), donde presenciar shows musicales callejeros y comer en puestitos al atardecer. Para turistas, pero con encanto. El palacio principal y el barrio histórico son encantadores, y paré en un hotel que era un antiguo palacio de un sultán y cuyo actual propietario alquila algunas habitaciones para poder mantenerlo. Otro lujo asiático. De lo que hice aquí les cuento dos cositas algo originales. Una es un cursito de batik en una de las tiendas más clásicas, fundada por un anciano que murió hace poco a los casi cien años. Uno hace su propio diseño con una de las «batikeras» y sigue todo el proceso, con tintes y ceras, hasta que sale el trapito, pañuelito, cuadrito o lo que uno haya elegido. El mío, con mariposas y flores, parece hecho por una niñita de cuatro años, pero de todos modos es un poco mágica la sensación, como la de revelar una foto en papel en el cuarto oscuro… La otra cosa fue una excursión en bici por los pueblitos de los alrededores, en medio de arrozales y cultivos, de aldea en aldea… Fue un día en que me quedé dormida y no pude hacer la excursión prevista (¡que salía a las 3.30 de la mañana!) y, gracias a eso, improvisé este plan, que

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resultó buenísimo. Como era tarde, pagué un poco más y me pusieron una guía para mí sola. Que fuera una guía y no un guía fue toda una novedad. Me alegré mucho de poder tener la oportunidad de conversar por fin con una mujer indonesia, ¡y durante cinco horas! Era una chica jovencita atípica, que nació en una de estas aldeas, estudia algo como filología inglesa en la universidad musulmana y juega al fútbol. Me llevó por los pueblitos, a participar en la cosecha de arroz, a ver cómo se fabrican unas galletas típicas fritas de mandioca y sardinas (que tuve que probar), a un establo comunitario, a una guardería, y me iba explicando cosas de la gente y haciendo de intérprete para que conversáramos. La bombardeé a preguntas toda la tarde y contesté las suyas. Mundos tan distantes acercándose… y al final me contó toda su vida y terminó pidiéndome consejo sobre algo muy importante… Todo el detalle se haría largo de explicar, pero como experiencia humana fue de las más ricas del viaje, y quizás les mando en otro momento un pequeño relato de este día…

Más islas Faltaba uno de los ingredientes esenciales de todo viaje a zonas con mar, no por frívolo menos interesante: apartado playa-snorkel-peces de colores. En Bali elegí pueblitos costeros con buen snorkel, arrecifes a pie de playa y una excursión a una isla impresionante. Pero la joya de la corona fueron un par de días que pasé en el parque nacional de Komodo, perteneciente a otra región, Flores. Komodo, sí, donde están los famosos dragones, que son como iguanas gigantes y cuando te miran y sacan la lengua te morís de miedo. Bueno, estas cosas que hay que ver… la verdad es que mucho no me emocioné. Pero sí que disfruté como loca del resto de la excursión. Komodo es un parque nacional compuesto por islas e islas increíbles, de esas de las revistas, vírgenes y turquesas, que te hacen salivar de solo mirarlas desde el avión cuando uno va llegando y desde el barco, más de cerca. Pasé dos días yendo de una isla espectacular a otra en un barco para nueve personas, bajando a hacer snorkel en lugares alucinantes (incluyendo uno en especial con un coral vertical), y durmiendo en una de esas islas desiertas, donde había solo unas cabañitas de paja construidas especialmente y una especie de bar privado donde vimos el

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atardecer sobre el mar. Luego nos dieron pescado a la parrilla antes de bajar a la playa a ver el cielo negro y estrellado con Vía Láctea y todo. Si en el bar hubieran vendido vino y no solo cerveza, hubiese sido el paraíso total. Pero nada es perfecto, solo casi. Por culpa de las corrientes y un poco del guía, los otros tops de la salida (las mantarrayas y las majestuosas tortugas marinas) se dejaron ver poco, y cuando tocó ir al banco de tortugas a nadar con ellas, yo estaba demasiado asustada después de una mala experiencia con la corriente y me tuve que volver. Solo vi dos, y me encantaron. Traté de imitar sus elegantes brazadas bajo el agua. Quedan para otra vuelta… Peces, en cambio, tuve suficientes, tanto de día como de noche; de día para mirarlos, de noche… ¡para comerlos a la parrilla! Es un poco impresionante: en algunos mercados de pescado, uno elige el que quiere comer y se lo asan (como en La Paradeta de acá, pero por dos o tres euros), y a veces están en oferta esos tan bonitos de colores que uno vio de día nadando, vivitos y aleteando… Yo siempre elegía los lisos y feos para cenar: con los multicolores, me habría sentido una traicionera por admirarlos de día y comerlos de noche. Hasta en el mundo de los peces es mejor ser bello. Mi recorrido por islitas terminó en otras, las Gili, unas islitas vecinas de Bali pero pertenecientes a Lombok, que han saltado a la fama últimamente y que deberían haberme resultado paradisíacas. Pero que, después de la tranquilidad de los pueblos balineses más relajados y más auténticos y las desiertas islas de Komodo, me resultaron simplemente una trampa para turistas, con bares de música en vivo para turistas, con sillones en la playa para que los turistas veamos el atardecer y happy hour y cine para turistas en la playa al aire libre… A pesar de las arenas blancas y las aguas transparentes, del sol poniéndose en el mar y de ciertas callecitas del interior que, recorriéndolas en bici, destilan un lejano parecido a algún pueblito brasileño del pasado, di por cubierto el apartado «islas paradisíacas de aguas turquesas» y me volví con muchas ganas al verde y más verdadero interior de Bali (en un tortuoso viaje en barco) antes de emprender el regreso a casa, pasando un día por Singapur.

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Las comparaciones son odiosas Eso dicen, ¿no? Pero, odiosas o no, cada vez que viajo no puedo evitarlas. A esta altura, todo a uno le hace acordar a algo, aunque vea cosas nuevas en sitios inexplorados. Las playas se comparan con otras playas, los corales con otros corales, la música con otra música, la gente con otra gente. Todo este rodeo va para decir lo siguiente: me gustó mucho Indonesia. Pero… a sus playas les falta Brasil. Mi primer y verdadero amor, país de gente sabia que no se aguanta las ganas de cantar y saca los brazos por la ventanilla de un bus destartalado para empezar una batucada. Se preguntarán qué pinta Brasil en esta crónica de Indonesia, y yo también me lo pregunté. Y creo que me respondo que si en Indonesia tuve tantas saudades de Brasil, es hora de volver a los viejos afectos…

Cosas que aprendí… Acá va un apartado nuevo, fruto de algunas reflexiones que aparecen más fácilmente cuando una viaja sola y tiene tiempo de elaborar en soledad lo que va viviendo. Es cierto que uno nunca está del todo solo a menos que lo elija voluntariamente; están los compañeros circunstanciales de viaje que uno va conociendo por el camino, y los compañeros permanentes de la vida, ahí, al otro lado del whatsapp, muchos a casi medio día de diferencia. Algunos se convirtieron en compañeros virtuales de este viaje para compartir sorpresas, miedos y contratiempos (no hace falta dar nombres). Pero, cuando se está realmente solo, se tiende a dedicar parte de ese tiempo de soledad a reflexionar sobre el viaje bastante más que si se está acompañado, o al menos esto es lo que me pasa a mí. Una de esas compañeras de viaje circunstanciales, una norteamericana con tres años dando vueltas por el sudeste asiático, me hablaba de cómo le molestaba que al volver a casa una vez al año le preguntara alguna gente cosas como (léase con voz y entonación de señora de barrio) «¿Quéee te gustóooo máaaas?» (¡en un año!). En cambio, una pregunta buena que le hicieron, según ella, fue «¿Qué aprendiste en este viaje?».

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La verdad es que a mí también me pareció una buena pregunta y me la formulé a mí misma en uno de estos momentos de soledad verdadera. Y así fui elaborando una lista mental. Primero, de cuestiones prácticas, cotidianeidades y frivolidades: -A regatear para comprar cualquier cosa, desde taxis o ropa hasta bananas o agua, hasta llegar al 60% del precio de partida, sin perder del todo la calma. -A ir en bici por el carril izquierdo, sin casco, sin luces, sin seguridad y en medio de un caos de tráfico y cientos de motos, sin morirme en un accidente. -A hacer pis de pie, en agujeros en el suelo y a veces directamente en rejillas, sin mearme completamente las piernas. -A bañarme en el mar vestida. No puedo agregar «sin que me moleste la sal en la ropa ni el machismo en la mente». -A organizar el bolso de viaje con criterio práctico, a llevar cada vez menos cosas encima y a mejorar velocidades y perfeccionar técnicas cada vez más al sacar y poner los objetos de electrónica, las gafas y las chaquetas en bandejas en los controles de los aeropuertos. Subiendo grados de profundidad, ahora va lo que aprendí de mí misma como persona que va de viaje… ¿o como persona a secas? -Que aprecio cada vez más los lugares con vida propia y me molestan cada vez más los lugares artificiales para turistas, aunque sean geográficamente perfectos. -Que me gusta ir a lugares donde uno pueda divertirse con los locales, cantando, tocando o escuchando música con ellos, bebiendo y comiendo con ellos, y no donde solo nos estén sirviendo a los turistas. -Que hay que aceptar las propias contradicciones, y si ya no tengo paciencia para ir a habitaciones compartidas y me gusta tanto nadar en agua fría, no tengo por qué privarme de ir a habitaciones sola en alojamientos con piscina.

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-Que si los barcos me marean y me dan miedo, es mejor buscar otra manera de ir a los lugares u otros lugares donde ir. -Que las maravillas de la humanidad me maravillan, pero quizás disfruto más de una charla interesante con alguien que vive en el otro lado del mundo o de refrescarme en una piscina inesperada en medio de un templo un día de calor. -Que me gustan más los peces de colores y las flores que los animales grandes e impresionantes. -Que si uno vuelve de una excursión a las 11 de la noche y programa despertarse para otra excursión para ver un amanecer a las 3:30, puede que se quede dormido, pero que a veces vale la pena quedarse dormido. -Que la experiencia de viaje que uno pueda tener no previene las pérdidas, de la billetera con dinero y tarjetas por ejemplo (enseñanza de una gran amiga que espero que haya llegado hasta aquí en la lectura). -Que cuando uno va de excursión de snorkel y ve unos peces de colores maravillosos y piensa que es lo mejor que puede verse en materia de peces de colores, es momento de parar (enseñanza de una circunstancial compañera de viaje que no está leyendo estas líneas). -Que no se puede visitar las 17 000 islas de Indonesia ni su cantidad de playas tendiente a infinito ni los 10 000 templos de Bali. Entonces… hay que disfrutar de los que sí se puede visitar. -Que los dragones de Komodo, las tortugas, las mantarrayas y muchos seres humanos no tienen más opción que dedicar su vida a tratar de alimentarse y a reproducirse, y que soy afortunada por tener otras opciones. -Que quizás no sea necesario irse de viaje para aprender estas pequeñas y grandes cosas, pero que los viajes bien entendidos son una especie de catalizador de experiencias vitales… un curso vital intensivo, digamos.

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Quizás no sea necesario aclararlo, pero si bien y por suerte los aprendizajes de la primera lista no me hace falta utilizarlos en la vida cotidiana en la ciudad que habito, donde he vuelto a sentarme en inodoros, a ir alegremente en bici con casco por la derecha y en tetas a la playa, los de la segunda sirven para la vida en general, cambiando algunos sustantivos… así que espero que hayan quedado lo suficientemente consolidados en este viaje-curso, porque si no tendré que repetir, jeje.

Agregado last minute Coincidencias de la vida. Hoy, ya en Barcelona, venía recordando a los peces tan bellos y pensando, como cada vez que veo peces, pájaros o flores increíbles, que es comprensible que haya quien piense que a algo tan bello lo tiene que haber imaginado o creado un ser superior… digo, estoy dispuesta a discutir hasta el final con quien defienda el diseño inteligente, pero puedo entender el sentimiento. Mientras venía pensando en esto llegué a una esquina donde suelen apostarse unos miembros de algún grupo religioso a hacer publicidad, y resulta que tenían un póster muy colorido… con una bella tortuga marina que sería hermana de la que vi y con peces coloridos que serían primos de los de Indonesia, y una leyenda que rezaba algo así como «¿De verdad cree que todo esto es casualidad?». Se ve que no solo a mí se me ocurren estas cosas mientras disfruto de tortugas marinas y peces de colores.

Mariana

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CUBA REVISITED Diciembre de 2017

Amigos: Va aquí la habitual crónica posviaje. En realidad, no es tan habitual: como habrán notado en el asunto, se trata, en cierta manera, de una segunda parte de un viaje. Los que no leyeron la parte uno, la crónica del primer viaje a Cuba hace dos años, pueden hacerlo ahora [véase p. 61]. Les decía que esta fue una especie de segunda parte de un viaje: la idea era visitar a fondo la zona del Oriente, de la cual tuvimos solo una cata de dos días en el primer viaje, que bastó para fascinarnos y nos

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dejó con ganas de más. Como las catas de los buenos vinos, cuando uno luego termina comprando una botella. También recorrer pueblos pequeños, menos turísticos y más auténticos, de los que nos habían hablado en nuestro primer viaje y que nos pareció interesante explorar. Y, por otra parte, volver (en este caso, repetir) con más tranquilidad y conocimiento de causa a lugares que nos habían gustado mucho por motivos diversos: la hospitalidad, la gente, la tranquilidad, los paisajes, los corales o la suma de pequeñas e indefinibles cosillas que hace que uno se sienta especialmente feliz en algún lugar…

Volver a La Habana Esta particularidad (la de volver) marcó todo el viaje, desde la llegada misma a La Habana: la primera vuelta tuvo toda la emoción de comprobar por fin que un lugar mítico existe de verdad. Como cuando uno por fin se acerca a la torre Eiffel o al Big Ben después de haberlos visto en fotos toda la vida. En esta nueva llegada, por el contrario, me sorprendí con una extraña sensación de familiaridad mientras el taxi me acercaba a la casa e iba reconociendo lugares, esquinas, bares, y hasta sabía por dónde tenía que girar. Casi casi como llegar a Buenos Aires, o a Barcelona. Esto no deja de tener su encanto: como normalmente no vuelvo a ningún sitio, de algún modo me creo que los lugares desaparecen, y entonces me parecía mentira que La Habana siguiera existiendo tal y como figuraba en mi recuerdo, con su malecón, sus músicos callejeros y sus edificios derruidos. Y con la sorpresa de un concierto gratuito de Silvio Rodríguez en el centro el 24 de diciembre… ¡que nos perdimos porque nos íbamos ese mismo día!

Ciudades, pueblos y pueblitos Exceptuando unas horas en La Habana, ninguno de los lugares que visité después tenía más de cuatrocientos mil habitantes, como mi San Fernando natal; y esto, solo en Santiago de Cuba, la capital del Oriente. El resto fueron minúsculos pueblitos de alrededor de treinta mil. Lo de viajar por pueblitos, para una que vive en grandes ciudades, es siempre una gran experiencia. Y una gran ciudad europea y un minúsculo pueblito cubano están en extremos opuestos de una larga línea.

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Comenzamos por el de Remedios, donde fuimos especialmente a ver la celebración más antigua de Cuba: las Parrandas. Una gran fiesta callejera con carrozas gigantes, unas enormes y curiosas construcciones de luces llamadas «trabajos de plaza» que se pasan varios meses construyendo (impresionantes, por cierto), y unos importantes fuegos artificiales «caseros»… que este año explotaron a destiempo y fuera de lugar y causaron cuarenta heridos y la cancelación de la fiesta. Que, a pesar de ser el gran evento para todo ese pueblo y los pueblos vecinos, a decir verdad, tampoco nos entusiasmó demasiado: una mezcla difícil de gran aglomeración y reggaetón (desagradable sorpresa, donde esperábamos encontrar salsa en la calle) nos hizo retirarnos, por suerte, antes del accidente. Otro curioso y pequeño pueblo por el que pasamos fue Gibara, al noreste. Este es uno de esos lugares donde no pasa nada y pasa de todo, y la actividad principal consiste en quedarse en el porche de la casa donde uno para y esperar que pasen cosas y personas. Por ejemplo, que aparezca un viejo vendiendo bastones tallados a mano que te cuente que peleó en el monte con el Che y que te muestre su auténtico Carnet de Revolucionario; que la cocinera te cuente la vida y obra de los personajes locales (muchos de los cuales son extranjeros que misteriosamente han decidido instalarse aquí, construyendo una habitación o una casa en este pueblo de treinta mil personas y sin playa propia durante gran parte del año, en busca de… quien no sabe, imagina…). Lo más curioso de aquí, además de visitar unas cuevas impresionantes y profundas con tres niveles de profundidad y un fantástico río subterráneo donde nadamos, fue enterarnos de que hay una… Casa del Tango. Sí, en este perdido pueblito cubano, una Casa del Tango sostenida (patrocinada) por un québecois extravagante, parte de los gringos que se pasan meses en el pueblo; según la leyenda local, enamorado del tango y del pueblo en partes iguales. Tuvimos ocasión de pasar unas horas en el recinto, que es casi el alma del pueblo, y que abre todas las noches del año para que la gente vaya a bailar; es la casa (un caserón) de una vieja importante del lugar. Como argentinas, les interesó nuestra visita, y allí conocimos a todos los personajes principales. El que hace de profesor de tango es el profesor de física en el colegio local, y que en realidad es abogado, pero como no había plaza para

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Cuba Revisited

profe de historia, se apuntó a ciencias. Los alumnos son adolescentes del pueblo que han escapado del reggaetón, y la verdad es que no lo hacen nada mal, ni ellos ni el profe. La vieja tiene unos discos de hace cien años que usan para bailar, y ella canta sobre una especie de pistas de karaoke con grandes enganchados del tango (Nostalgias, El día en que me quieras y otros greatest hits, siempre los mismos pedacitos) y va diciendo quién quiere que baile con quién. Parecía todo un montaje para que se divirtieran los dos viejos, la dueña y el anciano benefactor, que al principio pensamos que mantenían una larga relación de amor intercontinental… hasta que, al correr la noche, fuimos entendiendo quién era quién. El viejo excéntrico estaba todo el tiempo con una adolescente… primero pensamos que era su hija, tontas inocentes, pero con el correr de la noche y el alcohol la naturaleza de las relaciones se nos fue aclarando, y el abuelito benefactor se nos presentó como lo que en realidad es: un viejo pervertido que pone su dinero en Gibara para que el pueblo le otorgue su devoción y sus adolescentes, como en las fábulas de la antigüedad… Ya se sabe: pueblo chico, infierno grande.

El Oriente Ya conocíamos Santiago, la capital (véase la crónica del primer viaje a Cuba [p. 61]), donde esta vez pasamos un agradable fin de año familiar con una gente conocida, comiendo cerdo asado (la tradición) y bailando en los techos de las casas después de las doce. En su momento, Santiago nos había parecido pequeño, pero ahora fue como ir a una gran ciudad. ¡Más de trescientos mil habitantes! El resto fueron más pueblitos, como Baracoa, el más lejano y recóndito al que llegamos pasando por una carretera de sesenta kilómetros que se hace en dos horas debido a las condiciones y al riesgo. Es la puerta de entrada a la parte más selvática, rodeada de ríos, pozas, cañones… realmente muy bonito en cuanto a naturaleza. Todo es más exagerado: la vegetación, más exuberante; la pobreza, más clara; el calor, más extremo… los hombres, más machistas. Habíamos pensado que salir de noche en Baracoa sería la agradable experiencia de andar tranquilas

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por un pueblito entrando y saliendo de los bares musicales donde los turistas y los locales se mezclan amigablemente bailando salsa. Nos encontramos con demasiados turistas… vieron que hay un punto justo de turismo en el cual uno se siente cómodo, luego hacia un extremo, si hay demasiado pocos uno se siente fuera de lugar, y para el otro lado, si hay muchos turistas, uno ya siente la corrupción que se infiltra en la vida local. Baracoa sufre de esto último. En tono de broma, decíamos que los locales simulan que nos ofrecen diversión, salas de bailes, restaurantes, música, pero que en realidad nosotros venimos a divertirlos a ellos: en un pueblo tan pequeño y tan lleno de turistas, la diversión no puede ser otra que la de ir cada noche al «centro» a interactuar con los gringos, a ver quién ha llegado, quién se fue… Sobre todo, en el caso de los hombres locales con las gringas. Al principio parece gracioso, pero al tercer y último día, cuando ya nos conocía todo el pueblo como «las argentinas», ya nos dimos cuenta de que hablaban de nosotras entre ellos (en los pueblos uno enseguida se hace una reputación, la que sea) y nos interpelaban así por la calle (sobre todo los hombres del pueblo); nos alegramos de irnos. Nuevamente, pueblo chico, infierno grande. A las siete de la tarde el pueblo bulle con música, alegría y fiesta callejera, y se puede entrar en locales a bailar amigablemente; luego, en algún momento de la noche, el alcohol barato va degradándose en el ambiente, y la cosa se va corrompiendo de a poco. El que era amable pasa a ser grosero, el educado pasa a ser un guarro, el sobrio está borracho, el padre de familia va persiguiendo gringas con sus hijos y su mujer al lado. Es como esos pasteles enormes que en Cuba les gusta tanto llevar a las fiestas, blancos y relucientes, adornados con mazapanes, que al principio de la noche de fiesta se ven atractivos y apetitosos pero, con el correr de las horas, el calor y los manotazos de los niños los van destruyendo de a poco, hasta que quedan abandonados en un rincón y con la crema aplastada… Aparte de esta fauna humana masculina, el Oriente tiene bellos parajes naturales, con una vegetación incontrolada y densa, pero tristemente azotados sin clemencia, sobre todo por el huracán Matthew hace un año y medio. La gente mira al monte con tristeza y dice «antes del huracán, esto estaba lleno de palmeras, de cocoteros, de cafetales, de cacao…». A nosotras ya nos parecía lleno, sin embargo. El huracán

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ha sido un trauma colectivo y la gente todavía mira los techos de sus casas y los ve arrasados, volando por los aires, y recuerda tener que remontar el río durante horas para conseguir agua potable. Realmente fue la zona donde vimos más sufrimientos, privaciones y humildad, donde nos pidieron que les dejáramos cosas, ropa, biromes, comida, cualquier cosa… Percibimos una pobreza que no notamos en otras zonas. Todo país tiene su desigualdad, y el Oriente es la parte más castigada de Cuba.

Más pueblos No voy por orden cronológico… ya les hablé de Gibara, que está en la provincia de Holguín, cuya capital también conocimos. Y fue una agradable sorpresa; esos pueblos donde parece que no hay nada y, por su perfecta proporción de turistas, como decía arriba, uno se encuentra en un lugar auténtico, con vida propia pero sin ser un intruso total (¡hay algunos otros turistas!). Tiene mucha vida musical y cultural, y estuvimos con una familia encantadora y culta (el hombre, médico dueño de taxis… combinación habitual).

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Y terminamos repitiendo Bahía de Cochinos, donde me di un gusto-capricho de los que me agarran en los viajes: en este caso, ver flamencos rosados en la laguna de Guanaroca, atracción poco conocida pero que vale mucho la pena ya que uno va en el bote al lado literalmente de los bichos… Sobre todo, cuando los flamencos levantan vuelo y se ve el revoloteo de alas rojas, rosadas y negras… ¡maravilloso! Uno de los motivos de repetir esta zona fue ir a una casa de una familia que nos encantó también (véase Playa Larga en la crónica del primer viaje a Cuba [p. 61]) donde la playa nos pareció aún más bonita… No es como los cayos turquesas (y aburridos) del norte, pero tiene aguas transparentes, sin olas, unos pocos bares con música que no era reggaetón, una tranquilidad increíble que me recordó a ciertos pueblitos de Brasil hace veinticinco años antes de ser invadidos por el turismo, unos corales fascinantes a pie de playa y el amanecer y atardecer desde la habitación misma. Perfecta despedida… solo que ahí vino la ola de frío del norte, ¡y terminamos todos los turistas cenando en la playa envueltos en las mantas de las casas (claro, ¿quién se llevará las chaquetas a Cuba?) mientras los músicos tocaban con gorros y bufandas! El snorkel no me lo quise perder, por supuestísimo. Me quedé en el agua hasta que los dedos se me pusieron del todo amarillos… ¡pero valió la pena! Recordaba un coral maravilloso de la otra vuelta, y fue tan maravilloso como antes. Al menos, los peces no cambian… Entre pueblo y pueblo esta vuelta hicimos recorridos en taxis privados, disfrutando de la compañía de los taxistas médicos e ingenieros, como siempre, que son una rica fuente de información (nosotras para ellos, también… a veces teníamos que pedirles por favor que no nos preguntaran más y nos dejaran olvidarnos un ratito de represiones a manifestantes, reformas previsionales y laborales, independencias conflictivas y medidas de gobiernos de derechas en nuestros países y disfrutar de la falta de internet tranquilamente), y conocimos gracias a ellos playas desiertas de aguas transparentes, pozas naturales, ríos solitarios…

Antes y después Me preguntan si Cuba cambió mucho en dos años. Si se nota la «apertura», los cambios en la economía, la gente… Pues no sé. Estuve poco

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en grandes ciudades y mucho en pueblos pequeños, donde parece que el principio de inercia es más pegajoso y las cosas cambian más lentamente, pero sí que volví a algunos lugares conocidos y saqué algunas conclusiones. Difícil es, sin embargo, como decía antes, evaluar los cambios del lugar cuando uno ya no es el mismo. No puedo decir que el impacto de Cuba me haya resultado tan positivo como la primera vez. Ciertas cosas se me aparecieron aumentadas. Los músicos que tocan en los bares de La Habana me parecieron más comerciales y menos auténticos. Los anfitriones de las casas, con toda su amabilidad, más interesados en los beneficios comerciales de la interacción con nosotros turistas que antes; ahora hay Airbnb, que está reemplazando (lamentablemente) a la red de alojamientos locales, y nos insisten en que les pongamos críticas (buenas, claro). El conocido machismo de los hombres del Oriente se nos hizo más difícil de aguantar; hasta el límite de lo intolerable (¿cómo saber si es porque esos pueblos son más machistas de lo que habíamos conocido hasta entonces o porque en nuestros países últimamente estamos especialmente sensibilizadas con este tema o porque estamos mayores?). Lo que comienza siendo gracioso termina siendo casi insoportable, sobre todo porque, en lugares donde una tiene pinta de gringa, el pensar que no entendemos el español da carta blanca para decir groserías en la convicción de que no las entendemos. Bueno, a diferencia de la otra vez, en esta ocasión no llegamos a creernos esto de «los cubanos son así, dicen cosas pero ustedes están seguras, no va a pasarles nada». Es como cuando el dueño del perro que te ladra con furia te asegura que «no hace nada». Machismo con alcohol barato, mala combinación. No nos sentimos totalmente seguras en algunos lugares. (Ejemplo: en una playa desierta, se acercan unos tipos tomando ron, se nos quedan mirando como si fuéramos monitos y uno dice al otro «qué, ¿te gustaron estas blancas?», ante lo cual huimos despavoridas en busca de nuestro taxista protector.) Terminamos desarrollando una especie de baremo de machismo para la valoración de lugares, teniendo en cuenta el contenido de lo que nos decían y cuántos metros podíamos caminar sin ser molestadas… Y, en algunos lugares, creo que de habernos quedado más tiempo habríamos comenzado a desarrollar modos de defensa animal o vegetal. Como unas plantas llamadas mimosas o dormideras, que abundan en

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la zona y que se cierran sobre sí mismas durante unos minutos cuando las tocan. O como un erizo: no me habría sorprendido que, en algún momento, literalmente me hubieran comenzado a salir púas puntiagudas en la piel a modo de defensa. Pero creo que el peor cambio que percibimos fue el musical. Encontramos un país contaminado por el reggaetón, mala hierba musical que a su paso se come y destruye tanto a géneros mundialmente conocidos como la salsa y el son como a otros más locales del Oriente que tuvimos alguna oportunidad de conocer (el wawancó, el danzón…). No le hace asco a nada. Se mete en todos lados, en taxis, en bares y en calles, y hasta los grupos musicales más tradicionales terminan teniendo que tocar el infame Despacito en su repertorio. Desde lejos en cualquier parte se oye la consabida base rítmica sobre la cual construyen las variaciones, esa que hace «tutún tun tun», todo el tiempo igual, y uno se pregunta cómo puede ser que se haya arruinado tan fácil y gratuitamente una cultura musical tan sólida y rica. Realmente es motivo de preocupación para muchos cubanos, y no es para menos. La música es un importante patrimonio de Cuba y deberían ocuparse de preservarlo. Es como si en Argentina las McHamburguesas de repente se extendieran y reemplazaran al asado… ¿se imaginan? Terminamos, nosotras y muchos turistas, desarrollando una especie de alergia al reggaetón, que seguro que aparecerá en la próxima clasificación de enfermedades psiquiátricas. En cuestiones más prácticas, quizás sea más fácil apreciar un antes y después. Los bienes materiales me parecieron tan inaccesibles y su distribución tan caprichosa como antes (remito al lector a la crónica del primer viaje [p. 61]). Las cosas siguen siendo difíciles de conseguir (nótese que aquí el verbo inglés get es mucho más adecuado de ser traducido como «conseguir» que como «comprar», aunque me esté refiriendo a pagar para obtener algo). Revivimos la inocente sensación de alegría de «conseguir», por ejemplo, una bolsa de plástico de esas que te dan en un súper para poner nuestra ropa mojada. Acumulamos botellas de agua mineral gracias a nuestro conocimiento previo. Sufrimos la falta de calcetines y camisetas de manga larga (y la imposibilidad de, literalmente, conseguirlos) en una bella playa de Bahía de Cochinos, afectada por la ola de frío del norte. Festejamos cuando

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conseguíamos ensalada de lechuga y tomate (en lugar de pepino y col caliente), bananas (efecto huracanes: hace dos años era un alimento básico) y vino (chileno, claro está). No sé si la cosa se puso más complicada, pero como turistas percibimos mucho más los efectos de la doble economía: el mercado negro cada vez más fuerte y menos escondido, con ofertas de cambistas en la calle, revendedores de tarjetas de internet, habanos, por no hablar de los diferentes tipos de prostitución…

Nosotros, como turistas, no podemos quejarnos: es un juego temporal. Pero, para los locales, según nos estuvieron contando, el tema es mucho peor, cada vez más. Da la impresión de que están más ahogados que hace un tiempo, como si la particular economía que se intenta sostener fuera a estallar de un día a otro… Resulta muy difícil la vida para quienes no tienen el recurso de hacer dólares con el turismo y, como antes, hemos escuchado todo tipo de posiciones respecto al gobierno, la Revolución y la economía, pero quizás hemos percibido más fuerza en la fascinación que algunos sienten por el «mundo exterior», ese donde vivimos nosotros con nuestros celulares y nuestras teles gigantes y donde podemos viajar, y por el cual vale la pena

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arriesgar la vida intentando alcanzarlo, literalmente. Nos impresionaron bastante algunas charlas con gente de vida muy modesta que tenía esta posición. Un remero de una laguna, por ejemplo, según cuya experiencia todo el que se va a Europa vuelve a Cuba rico, y que nos dijo con toda tranquilidad que en cuanto pudiera agarraría su bote para cruzar a Miami (como muchos de sus colegas que lo intentaron y que en su mayoría murieron) aprovechando su entrenamiento de remeros, en una travesía de nueve días, para llegar a la tierra prometida y darle un futuro mejor a su hijo (le duele mucho, por ejemplo, no poder comprarle una bicicleta). Le pregunté qué pensaba que le pasaría a su hijo si él muere en el camino, y me aseguró que prefiere perder la vida que no intentarlo, y que ya si le sale mal lo intentará el hijo directamente. Es difícil opinar sin estar en la situación, y estas cosas generan más preguntas que respuestas… aquí las dejo.

Lo que aprendí Siempre tuve un gran temor a volver a lugares que me gustaron mucho. La historia del idílico pueblito costero corrompido en un par de años por el turismo capitalista es tan conocida como frecuente y prefiero no arruinar mis recuerdos con nuevas impresiones: si no vuelvo, los lugares serán siempre los que tengo grabados en mi memoria. Los que me conocen bastante y saben esto se sorprendieron ante este viaje: es la primera vez que «repito» país, por supuesto, sin contar a mi madre patria Argentina, y exceptuando también a Brasil, que es una especie de madre patria adoptiva y enorme a quien no me cansaré jamás de visitar y redescubrir (aunque ahora la tenga medio abandonada…). En este caso, volver solo dos años más tarde no me daba especialmente este miedo, el miedo a que el lugar hubiese cambiado. Pero sí que tenía algún temor indefinido, aunque no sabía bien a qué. Bueno, creo que ahora lo sé. Sabrán por la crónica del primer viaje [véase p. 61] que Cuba es un país «difícil» de viajar. Hay que saber cómo hacer las cosas, las cosas de la vida cotidiana, las cuestiones de supervivencia básica que en Cuba no están para nada garantizadas (cómo conseguir agua mineral en

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una tienda, cómo obtener tarjetas para conectarse a internet en una plaza, cómo rechazar ofertas insistentes de taxis que se convierten en propuestas intempestivas de noviazgo, y un etcétera interminable). Adquirir este know-how constituyó gran parte del encanto del primer viaje, y ahora a nuestra llegada ya todas estas cuestiones eran una asignatura aprobada con notable que no representaba ningún problema para la cotidianidad. Esto puede parecer fabuloso: estar en un lugar fantástico sin sufrir las complicaciones, con las cuales uno ya sabe cómo proceder. Pero… SE PIERDE ADRENALINA. Es decir, una gran parte de lo que con mi hermana dimos por llamar «la experiencia cubana» es aprender a arreglarse para hacer las cosas… y esta parte ya la teníamos hecha. Entonces entendí otra cosa. No se trata tanto de no volver a un sitio por cuanto que ese sitio haya podido cambiar. El que cambió es uno. Nunca más uno se verá impactado por un lugar como se vio impactado la primera vez, haya o no cambiado ese lugar. Qué obviedad, ¿no? Si ya lo decía Heráclito… no solo cambia el río. Pero bueno, quizás haya que meterse en el río para comprobarlo.

Hasta el próximo. Besos, Mariana

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PERÚ Agosto de 2018

Queridos amigos: De regreso ya de mi viaje a Perú, aquí estoy lista para compartir mis impresiones con ustedes. En primer lugar, un pequeño disclaimer: lo que diga aquí es lo que puede llegar a pensar y sentir alguien que va como yo, en plan de turismo independiente e intentando acercarse un poco a la gente y al modo de vida local, a partir de lo que se le muestra y lo que observa. Lejos de mí pretender llegar a falsas deducciones con pretensiones sociológicas sobre cómo es «el peruano» o cómo se vive en Perú. Bueno, uno cuando viaja solo tiene tiempo de pensar,

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hacerse preguntas más o menos tontas y elaborar hipótesis a modo de respuesta, y algunas de ellas las compartiré aquí. Lo primero que tengo que decir es que este país, desde el punto de vista del turismo, es más que Machu Pichu, también más que ruinas incaicas y preincaicas… Turística y geográficamente, es una mezcla de ciudades coloniales con diferentes proporciones de influencia española y originaria; cordilleras con lagos turquesas; desiertos con oasis; playas sobre el Pacífico; lagos con islas; selva amazónica… Lo de que sea una mezcla creo que ha marcado el tipo de viaje, así que va así este relato, mezclado nomás, o si se quiere ordenado según un criterio arbitrario, que no será el cronológico.

Un turista en Perú Esto lo pongo primero para contextualizar el resto. Hay que saber que, para aprovechar al máximo la experiencia, uno tiene que estar dispuesto a cambiar abruptamente de paisajes después de noches dormidas en buses (muy cómodos, por cierto), a adaptarse rápidamente a alturas y climas diferentes arrastrando la maleta con ropa para todas las estaciones y a pasarse días enteros subiendo y bajando de buses de excursiones multitudinarias mientras trata de entender y retener las explicaciones, y recorrer el sitio en cuestión adonde lo llevan (que está abarrotado de otros turistas que han llegado en otros buses) en los 45 minutos estipulados por las agencias (incluyendo el tiempo para ir al baño)… en fin, que un turista es un ser sacrificado, ¡y encima por voluntad propia! Por lo demás, el país impacta bastante favorablemente a la hora de turistear. Los viajes, excursiones, alojamientos y demás están más que preparados para que uno fácilmente haga, deshaga, improvise, regatee (esto es casi una obligación) y llegue donde quiera, siempre y cuando no se salga de lo establecido. Quiero decir: las excursiones son todas la misma aunque haya cincuenta empresas; los horarios son los que son; todos los buses salen al mismo tiempo… Para mejor calidad, solo queda contratar taxis, que entre varios puede funcionar. La gente es amable y dispuesta a ayudar y a conversar sobre temas nacionales locales y a investigar sobre los países de uno y la situación

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político-económica (bueno, no es Cuba, pero ¡no está mal!). A mí me dijeron que fuera con cuidado, sobre todo en Lima, pero la verdad es que por donde me moví no sentí demasiada aprensión ni inseguridad; de hecho, en los lugares más turísticos, como Arequipa y Lima, se ven policías por todas partes (en Lima me asusté: iban armados con escudos de pies a cabeza como cuando se defendían de nosotros, salvajes manifestantes, allá por el 15M). Cuando abría mi Facebook y veía posteos de amigos peruanos denunciando feminicidios y crímenes varios, sentía como si estuviera caminando por una bella burbuja turística que pudiera explotar en cualquier momento… Ruinas Ruinas, las hay de todo tipo y época, y de sur a norte. No solo de incas vive el turismo en Perú; ha habido decenas de pueblos preincaicos. Y cada uno con sus imponentes construcciones profanas y sagradas decoradas con increíbles murales, sus lenguas propias, sus dioses (tierras, soles, lunas, animales existentes e imaginarios…), sus objetos preciosos, sus bonitos trajes y joyas de oro y plata, sus rituales, su clase dominante (la religiosa) disfrutando de las mejores partes de esas magníficas construcciones y de esos objetos preciosos y de esas joyas, y usando esos rituales (y, por qué no, también drogas como el famoso cactus alucinógeno San Pedro) para tener atemorizado y sometido al resto del pueblo. Por ejemplo, esto se ve en el sitio arqueológico Chavín de Huantar, que el documental El teatro del más allá de National Geographic explica de modo muy didáctico. (Cualquier semejanza con la actualidad es pura coincidencia; por suerte, ahora nosotros los del pueblo tenemos claro cuáles son los dioses verdaderos y nadie nos dice qué hacer ni qué leyes votar en nombre de dioses inventados.) Todo esto se aprende visitando los sitios arqueológicos y los museos rebosantes de esos bellísimos objetos, decoraciones, joyas, ofrendas destinadas a aplacar iras divinas. Uno piensa en todo ese arte y belleza invertidos en alimentar a clases dominantes y satisfacer caprichos de seres mágicos imaginarios y no puede dejar de sentir una especie de… pena, pesimismo, tristeza… no sé exactamente; sobre todo, al pensar en cuán poco ha cambiado todo cuando a continuación visita la versión

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contemporánea de esta construcción social. (Esto viene más adelante, capítulo ciudades-iglesias. Sigo ahora por orden). Luego vienen los incas y unen a todos estos pueblos en su imperio, en gran parte gracias a la imposición de la lengua común: el quechua, que para mi sorpresa es el idioma que se decide usar para esos fines, pero no el que usaban las clases dominantes: estas quisieron conservar un idioma propio que no entendiera la plebe, que algunos dicen que era el aymara y otros dicen que era otro que no recuerdo.

Lo que todos preguntan Ya sabemos que la joya de la corona inca y turística es el Machu Pichu, monumental construcción de finalidad aún en duda que resulta imponente, no solo o no tanto por su grado de complejidad, sino también gracias a su maravilloso emplazamiento. Ya saben todos que, para acceder al sitio sagrado, los incas usaban el Camino del Inca, sacrificado y espectacular sendero de varios días cuesta arriba cuyo esfuerzo y consiguiente satisfacción los turistas que lo deseen (no es mi caso) pueden sentir en carne propia, previa solicitud con meses de antelación y pago correspondiente. Yo, en cambio, utilicé el quizás igualmente sacrificado Camino del Turista. Este se inicia tomando una combi que se dirige por una sinuosa carretera de dos horas y media al hermoso pueblo de Ollantaytambo (dotado a su vez de ruinas nada despreciables); de allí, un panorámico y carísimo tren al insignificante pueblo de Aguascalientes (confiando en que de la ducha salga el agua caliente prometida), donde se pasa la noche; es decir, una parte de la noche, hasta las 4 o 5 de la mañana, cuando uno se levanta a hacer cola de media hora para comprar un billete de bus y luego a hacer otra cola de al menos una hora para tomar dicho bus, que lo llevará por fin y por una carretera mucho más sinuosa aún a la tierra prometida, que uno comienza a hollar una vez hecha la cola final para usar el baño a la entrada. Para cuando uno llega por fin a comenzar el camino dentro del sitio, está agotado y malhumorado, aunque hay que reconocer que a los pocos metros de andar sale esa famosa postal que uno ve en los folletos y se le pasa todo, menos el mal de altura. Esto provoca una sensación opuesta a la de flotar en el mar Muerto: las piernas y los brazos pesan, los pasos en plano son como subir escaleras. Anduve entonces despacito y tranquilamente por el sitio, sin guía, buscando

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disfrutar del lugar, mientras las nubes ocultaban y revelaban alternativamente las ruinas, buscando lugares de soledad sin grupos de excursionistas (por suerte, es tan grande que esto es viable) y tratando de imaginar por qué demonios estos incas se empeñarían en hacer estas imponentes construcciones en un sitio tan bello como poco habitable y qué es lo que sentiría un inca sentado como yo mirando la quebrada abrirse frente a sí. Es difícil no sentirse maravillado, un poco como cuando uno mira un atardecer en el mar, una bandada de papagayos o un campo de flores con dibujos multicolores y simétricos, y es fácil llegar entender que, en ese contexto, se atribuyera magia a toda esa belleza. O creacionismo, que es lo mismo. Parece que la religión incaica es un tema controvertido, ya que luego fue leída desde el catolicismo como una religión que tenía un dios creador (Viracocha), pero en realidad sus creencias eran menos abstractas (o menos fantasiosas, si se quiere). Un guía de no sé dónde tenía la versión de que, contrariamente a lo que se suele repetir, más que al sol, que es más abstracto ya que no se puede tocar (en sus palabras), los incas adoraban a la tierra, más cercana y concreta, y esto me dejó pensando…

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De dioses y hombres, o las ruinas modernas En cuanto a ciudades, estuve en Lima, en Cusco y en Arequipa (las más importantes) y también en Trujillo, una pequeña ciudad del norte. Lima, sin ser la más bella, me fascinó; a pesar de ser una ciudad gris sumida en una capa permanente de niebla, como me habían advertido, el interés que despierta compensa esta desgracia climática, al menos si se trata de un par de días. Es un compendio de todo lo que vi y una muestra en pequeño de la gran mezcla. Por casualidad o error pasé por barrios peligrosos donde no se meten turistas (en taxi, no teman) y casi inmediatamente por los barrios más ricos (Miraflores y Barranco, con su famoso Puente de los Suspiros) con sus acantilados frente al mar. Pero el centro, la plaza de armas, es donde parece haberse conservado lo más auténtico, y parece un pequeño pueblo dentro de una gran ciudad. He visto el cambio de guardia en la casa de gobierno, un evento solemnemente kitsch, con sus soldados morenos y cara de recios levantando las piernas como una en la clase de pilates al son de trompetas desafinadas. He visto conciertos de músicos que ni siquiera se molestan en simular que tocan y la gente que los aplaude entusiastamente. Hay mucho más, viejo y nuevo, antiguo y moderno, embotellamientos y gritos, restaurantes caros y gente elegante… Las otras son las niñas bonitas: Cusco es una especie de cima del mundo desde donde se ve todo, y en Arequipa solo se trata de levantar la mirada y disfrutar de que los volcanes nevados estén ahí. Todas están montadas al estilo español: la plaza mayor (aquí se dice «plaza de armas», no sé bien por qué) y alrededor la iglesia o catedral, las instituciones de gobierno si corresponden, los bares y restaurantes, los edificios importantes. La plaza es el corazón de cada ciudad, lo que marca el pulso y el ritmo, el lugar donde uno va a sentarse en un banco un rato a la tarde a ver qué pasa (y pasa de todo: gente tomando helados o alcohol, manifestaciones, bodas, conciertos…). Todas tienen en común el estilo que llamamos «colonial», pero son diferentes. La mezcla de lo que había y lo que vino está presente en todas, pero se ha combinado en diferentes proporciones según la geografía, el clima y la gente, tanto la que había como la que vino. Parece, por ejemplo, que Arequipa, al ser más baja, gustó más a los recién llegados y se establecieron más profundamente que en Cusco, donde no soportaban

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mucho las inclemencias de la altura, y luego Lima resultó necesaria para la salida por el mar. (Perdón por estas explicaciones de nivel parvulario, pero ahí está Wikipedia para profundizar de verdad, jeje.) Decía que la plaza es el corazón de la ciudad, pero las iglesias son realmente un testimonio histórico de su constitución y de cómo se dio cada mezcla de lo que había con lo que vino. Ahí tenemos por ejemplo la de Santo Domingo en Cusco, construida por completo sobre el edificio que era el centro político y religioso de los incas llamado Qoricancha (lo de «sobre» es literal). O las versiones locales de La Última Cena: en Arequipa, Jesús y sus apóstoles comiendo maíz, rocoto y papa morada mientras por las ventanas se ven los volcanes Misti y Chachani, y en Cusco comiendo cuy (un plato tradicional local: el cuy es parecido a nuestro cuis en Argentina, es decir… una especie de rata). Parece que así entraba mejor la historia… Las iglesias hablan, y de mucho más que de la conquista. Está el impresionante monasterio de Santa Catalina en Arequipa, enorme ciudad oculta donde las novicias que ingresaban a los 12 años y decidían (¿!?) tomar los votos pasaban bajo esta puerta. Y ya no podían volver a hablar. Está la Catedral de Arequipa, donde el artista a cargo decidió hacer un diablo tan guapo para demostrar que la tentación es atractiva que fue necesario protegerlo con vallas porque la gente lo iba a tocar y lo estaba estropeando (no así las representaciones de la tierra y del cielo, que parece que no gustan tanto). Por fuera, es una catedral preciosa… Está el impactante Convento de San Francisco en Lima, que (además de sus correspondientes versiones locales de La Última Cena y sus cuadros sobre la vida de los santos pintados sobre antiguos murales incaicos aparentemente por no religiosos que querían ser enterrados en el sagrado recinto) aloja en sus catacumbas los restos óseos de unos franciscanos dispuestos por los arqueólogos de estética manera en círculos concéntricos. Parece que cuando descubrieron las criptas quisieron contar cuántos había, y supongo que para eso habrán contado los cráneos… ¿será que la persona queda en el cráneo? y que luego les hizo gracia decorar a cada cráneo con los huesos que quedaban

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(los más resistentes, solo recuerdo los fémures). No sé si se sabe si los huesos y los cráneos que están al lado corresponden al mismo esqueleto o simplemente es todo una gran promiscuidad ósea. Por supuesto, las iglesias son monumentos bellísimos y seguramente la industria turística se vería reducida drásticamente si no existieran los edificios religiosos. El estilo que fue llamado barroco andino genera bellos decorados, tan detallados y recargados de oro y brillos (como si todo ese fervoroso misticismo preincaico e incaico simplemente se hubiera desplazado a otros dioses) que pagamos entradas sin chistar para admirarlos. Y luego quedamos pensando otra vez en qué hubiera sido de la vida de la gente sin todo esto, de las novicias en libertad y sin silencios, qué del pueblo si ese oro de los retablos y las vestimentas de los curas se hubiera distribuido entre los hambrientos, y tenemos esa sensación de que el progreso de la humanidad es una broma cruel.

Más mezclas Cuando decía arriba «parece» es que estoy citando a los guías, que realmente lo son en un sentido amplio: le descifran a uno el mundo nuevo que encuentra, cual guía espiritual. Los hay buenos y no tanto, pero siempre es interesante ver la versión que alguien tiene de la historia de su propio país. De parte de los guías, he escuchado la clásica «los españoles vinieron y nosotros hablábamos quechua y creíamos en el Sol», y variantes (por ejemplo «No fueron los españoles, fue la Iglesia»). Y uno en plan muy sincero que dijo algo como «Yo me llamo Juan López, no puedo decir que nadie vino a hacerme nada, en todo caso serán mis antepasados los que hicieron…». Como turista, como decía arriba, me llevo la impresión de que lo que pasó hace cinco siglos está presente en la conciencia colectiva. Esto es un detalle que quizás sea un reclamo turístico, pero muchos nombres propios de empresas estatales y cadenas incluyen el «inca» en algún lado, como las líneas ferroviarias Incarail, la cadena Inkafarma… El quechua y otras lenguas se hablan en los pueblos. Los trajes típicos desfilan en la calle junto a los jeans y a los tacones. La banda militar en el cambio de guardia en la Casa de Gobierno (una ceremonia similar a la del Big Ben)

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toca huaynos y marineras norteñas con platillos y tubas. Las parejas se casan con tradicionales vestidos blancos y vaporosos y trajes con corbata oscuros y se van a sacar fotos en las ruinas. El maíz andino y el anticucho son empleados en las recetas de los mejores chefs (ver por ejemplo Gastón Acurio, de fama internacional. La gastronomía peruana es uno de los motivos de peso que atraen a turistas hoy en día; ¿se habrá puesto más frívolo el turismo?).

Tierras y soles Me entretuve con las construcciones humanas y divinas, pero, además de hermosos pueblitos en valles rodeados de montaña, hubo mucha naturaleza. Esta vez, el toque diferente fue… ¡un oasis! Sí, no hace falta ir a Egipto o a Marruecos. Hay un verdadero desierto de dunas con una laguna en medio (Huacachina) y palmeras alrededor. Un oasis de verdad, aunque sin dátiles ni camellos. Yo había reservado una tienda en un camping y me imaginaba un entorno agreste, tirada en una duna viendo las estrellas. Y lo que encontré fueron bares con música a tope rodeando la laguna y ofreciendo happy hour de pisco sour. Parece que es el lugar de moda para ir a ligar (¿quién diría que se liga en el desierto?). Cuando llegué me enfurruñé. Pero a la mañana siguiente subí a las dunas envueltas en niebla, desiertas de verdad a salvo de los parranderos nocturnos, y me reconcilié. Y después me comí un ceviche al sol al lado de la laguna en uno de los restaurantes que maldije la noche anterior y debí aceptar mis propias contradicciones turísticas. Hubo paisajes de montaña también. Un cañón con un valle, el cañón del Colca, del que me enteré que es más profundo que el del Colorado. Allí hay un sitio para ver cóndores tan cerca que se pueden tocar, y pueblitos minúsculos donde sacan a pasear a las vírgenes de las iglesias y hacen bodas de tres días y uno charla con la gente y se lo cuentan. Y en uno de ellos, un observatorio astronómico fantástico donde vi el mejor cielo de mi vida (no será patrimonio de Perú, ¡pero fue de lo que más me gustó! Ver a Saturno con los anillos empata con

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la primera vista del Machu Pichu: uno dice «¡Era de verdad!»). Y hubo cordillera, los Andes, con volcanes traicioneros que dejaron enterrados a pueblos enteros como en Pompeya, cumbres de nieves eternas y lagunas turquesas. Y las montañas y volcanes a veces vienen con termas, ¡otra de mis debilidades más nuevas, junto con las salinas! Hubo mar, también. Y menos mal, porque me agarró una especie de claustrofobia de montaña seca (no sé si está clasificada como cuadro

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clínico, pero subir a un sitio alto y no divisar el mar en el horizonte me trastorna, los huesos en la altura me pesan y las extremidades se me hinchan). El mar vino primero camino a Nazca (no volé sobre las líneas, solo vi algunas desde un observatorio) y luego en Paracas, donde hay una bella reserva natural marina con pueblitos costeros para comer pescado fresco y unas islas llenas de leones marinos y aves diversas (los leones parece que se lo pasan muy bien ya que no tienen depredadores en la zona). Y luego en Huanchaco, el último punto del viaje, pueblito costero de surf con un mar inmenso y rugiente que escuchaba desde mi habitación toda la noche sin descanso (¿cómo los incas y los preincas no pensaron que el mar les reclamaba sacrificios al escucharlo?), donde uno se tira en la playa (agotado de tanto cambio) y ve el atardecer (claro, ¡estamos al revés!) y las olas son tan enormes que, estando uno así recostado, el horizonte no es fijo sino que se ondula —no es el efecto Tarde en Itapuá (busquen la canción y escuchen la intro si no saben a qué me refiero); antes del atardecer ni siquiera había bebido un pisco sour—.

Para terminar Esto ponen los chefs modernos en las cartas en lugar de «postre»: con este gusto uno se queda. En general es dulce, pero este, como todo, viene de sabores mezclados, así que no esperen una mousse de chocolate… o pasen directamente al café más abajo. Les comentaba antes que, en el periplo por ruinas e iglesias, uno va aprendiendo de cómo distintos grupos y pueblos van negociando con la muerte: en este caso, ofrendas, sacrificios, votos, intercambios para que resultara exitosa; cuerpos estirados, acuclillados, en posición fetal, momificados, esqueletos desarmados… Pero bueno, las orquestas, que acompañan los ritos más significativos, no son solo de funerales, sino también de bodas, el otro ritual por excelencia. En este viaje vi muchas: en iglesias, en pueblos, en plazas, en ruinas… Y siempre son también interesantes de observar, ya que, como la muerte y sus rituales, nos cuentan de cómo atraviesa en cada lugar

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Perú

este otro acontecimiento simbólico, normalmente con connotaciones más alegres. Y el postre de mi último rato en Lima fue una gran boda. Era sábado y mi hotel estaba al lado del Convento de San Francisco (el de las catacumbas), que es la iglesia más grande de Lima. Desde fuera se veían dos grandes limusinas, blancas (pero de esas que si fueran negras servirían para transportar cadáveres de funerales), con los nombres de los novios pintados en grandes caracteres rosados y envueltas en cintas brillantes y flores. Una banda estilo militar ensayaba distintos ritmos y cientos de personas se preparaban para la salida triunfal. Me acerqué, lista para presenciar el momento más importante de lo que me parecía un gran bodorrio (no podía decidir si uno ricachón, hortera o ambas cosas). Esperé un ratito y los platillos resonaron, los tambores redoblaron y salieron los novios, sonrientes y contundentes. Y, para mi sorpresa, después de recibir el arroz y de que acabaran los fuegos artificiales, los novios y unas cincuenta personas de la concurrencia se pusieron a bailar, allí mismo en el enorme patio del convento, siguiendo la banda militar que tocaba ritmos tradicionales con tubas y trompetas, como en el cambio de guardia. Bailaban en parejas, agarrados de la mano pero sueltos; parecían ser los más cercanos a la pareja, jóvenes y viejos, chicas de vestidos ostentosos de gasa verde y zapatos altos y abuelitas con las faldas amplias y los sombreros tradicionales, todos bailando lo mismo, sin demostrar una gran exaltación pero felices, como si siguieran una coreografía sencilla e incuestionable aprendida durante siglos. Y durante esos quince o veinte minutos en los que estuvieron bailando antes de que los novios subieran triunfalmente a la limusina y ella saludara a su público moviendo la mano de lado a lado como Lady Di, no podía dejar de pensar otra vez en la mezcla, en que justo bajo sus pies están estos miles de cráneos con sus huesos dispuestos alrededor como pétalos blancos de una margarita alrededor del centro, y me preguntaba si ellos lo recordarían en ese momento. Me gustaría pensar que sí, que lo recordaban, y que por eso mismo bailaban su coreografía como si fuera un ritual de vida antes de que el hechizo se acabe, las limusinas cambien de color y sus fémures y tibias y coxis y cráneos ya no pertenezcan a estos esqueletos que ahora pueden mover.

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Posdata Esto vendría a ser el café. Resulta que, al viajar solito en buses urbanos, uno no hace más que mirar por la ventana, observar y sacar conclusiones. Próximamente vienen las elecciones para alcalde y los afiches de campaña son de lo mejor para esto (supongo que será así en todos lados…). Podría escribir un relato entero de esto, pero solo les dejo este detallito, en recuerdo del susto que me llevé la primera vez que lo vi... La solución al enigma, en donde siempre…

¡Buenos viajes a todos! Mariana

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NUEVA ZELANDA Diciembre de 2018

Hay viajes que despiertan más curiosidad que otros, y el de Nueva Zelanda figura en esta lista; al menos, entre la gente que conozco. Supongo que porque, aunque es un destino bien turístico (es una de las industrias principales del país), no muchas personas de nuestros países lo han visitado. Es que queda casi exactamente en nuestras antípodas (ya estoy tranquila pensando que es el viaje más largo que habré hecho jamás, ¡y he sobrevivido!).

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Nueva Zelanda

Islandia Algunos siempre me preguntan por qué elegí tal o cual país. Es una pregunta de esas que (solo) parecen fáciles. Es como preguntar para qué, o por qué, uno viaja, y no tiene solo una respuesta. Pero una de las respuestas a las que he llegado últimamente es que muchas veces uno lo hace para intentar revivir una experiencia que tuvo en un viaje anterior. Lo malo es que esto no se logra repitiendo ese lugar que lo maravilló o impactó: es una cuestión mágica que solo se da la primera vez. (Por eso no repito países, y por eso mis viajes tienen que salir bien: parafraseando a Wilde, no es un ensayo para el siguiente viaje, sino el viaje mismo.) En lo concreto, Nueva Zelanda apareció y quedó instalada cuando vi una foto que a mí, como a cualquiera que haya estado en Islandia, me pareció Landmannalaugar. Pero en realidad era una imagen de los alrededores del lago Taupo, en la isla norte de Nueva Zelanda, al cual se accede haciendo un trekking famoso de un día que se suponía que era fácil pero que, averiguando, vi que no podríamos hacer. Curiosamente, la elección se sostuvo. Si han leído el email de Islandia [véase p.47] imaginarán por qué: una oportunidad de revivir esas sensaciones en otro lado no es poca cosa. Es decir, parte de lo que me llevó a Nueva Zelanda fue el deseo de volver a sentir lo que en Islandia (remito a ese email para no repetir). Bien, ya sabemos que las primeras veces son irrepetibles. Pero esto no tiene por qué significar que los intentos de repetición desilusionen. En efecto, Nueva Zelanda tiene todos esos increíbles accidentes geográficos que me enloquecieron en Islandia y que jamás había visto: volcánicas playas oscuras con acantilados agujereados por la furia del mar, géiseres humeantes, barro que hierve a borbotones y aguas coloreadas por minerales, glaciares de brillante corazón turquesa, cascadas que surgen de la nada en lo alto de cualquier montaña. Pero todo eso que en Islandia es salvaje, feroz, suprahumano, outworldly, como les gusta decir a los autores de Lonely Planet: el vapor del géiser girando en remolinos enfurecidos que parece que fueran a chuparte y absorberte al epicentro de la tierra; el barro hirviendo hacia arriba como vómitos diabólicos; el viento salvaje que literalmente te puede arrastrar a un cráter; las playas inmensas, imposibles de recorrer; todo

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eso, en Nueva Zelanda es menos salvaje, menos furioso, menos implacable, menos inconmensurable. Y es un menos que es más: es más humano. Digamos que está en los límites de nuestras dimensiones humanas, de lo que podemos ver como bello. Los géiseres nos dejan acercarnos y apreciar su belleza cuando el viento disipa los humos; los parques geotermales tienen caminitos para que recorramos sus atracciones y nos maravillemos ante bellos lagos que parecen pintados en acuarela o inmensas extensiones multicolores de tierra apenas humeante; las cascadas nos ofrecen frescas pozas para sumergirnos en ellas; las playas nos permiten caminarlas y jugar entre sus inmensas rocas agujereadas, marea baja mediante. La naturaleza nos deja pasar, no nos expulsa. Reencontré a Islandia, sí, pero a una Islandia antes de hacerse salvaje. Y no puedo decir que fue lo mismo, pero tampoco que me haya gustado menos.

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Nueva Zelanda

Lo nuevo Sí, claro, también uno viaja buscando nuevas experiencias. Cosas que nunca vio. Cosas raras. Cosas curiosas. O cosas tontas pero nuevas. Naturaleza conocida pero mezclada de otra manera, como cartas vueltas a barajar. Nueva Zelanda tiene de todo eso. Hago una lista no exhaustiva: una playa enorme cerca de la zona volcánica donde, con marea baja, uno cava pozas en la arena de donde sale agua caliente (de ahí su nombre, Hot Water Beach) y se baña en ellas como si fueran termas, al lado del frío mar; cuevas de luciérnagas: sí, literalmente, vas en barco por ríos encerrados en cuevas con paredes encendidas por miles de luciérnagas. Esto se ve solo aquí y en algún lugar de EEUU;

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playas: siempre hay algo nuevo para ver en playas. El norte del norte, con sus extensiones enormes y cuevas en altísimas rocas (la más famosa es Cathedral Cove); la costa oeste del sur, con su mar embravecido cavando agujeros en los acantilados (como en las famosas Pancake Rocks) y explotando entre ellos con marea alta; las bellezas de postal del parque nacional Abel Tasman, un paraíso de vegetación confundida con gargantas y puentes colgantes y bahías inmensas con paisajes que cambian con las mareas, que uno puede recorrer a pie en cinco días durmiendo en refugios paradisiacos por el camino; el verde de los interiores de los caminos: intenso como ninguno, en el límite de la intensidad, indefinible, mezcla de bosque frío con selva tropical, flores de colores y formas desconocidas, árboles conocidos o desconocidos de dimensiones increíbles, helechos gigantes que parecen palmeras y hacen pensar que uno ha bebido una pócima y se ha quedado enano; las carreteras: mezcla de campos de golf, verdes colinas inglesas y la inmensidad de Noruega, casi desiertas, atravesando ese mismo verde, subiendo y bajando amablemente como una cabellera copiosa, discurriendo entre túneles de copas de árboles y viñedos ondulantes que parecen caerse de las colinas, que ya son un paisaje en sí mismo; los pájaros: diversos, con combinaciones de colores jamás vistas (unas gaviotas de ojos y pico rojos; otras con los bordes de las alas negros, que al elevarse recuerdan a una bandada de flamencos en vuelo; otros típicos de la zona, como herones y kiwis; otros con nombres que no recuerdo, pero todos tan bellos) y que no tienen miedo y caminan confiados como para que uno los fotografíe; los pantanos: ¿habían pensado que un pantano puede ser una bellísima extensión de agua espejada escondida entre toda esa vegetación y que alberga en su interior a miles de aves que cantan enloquecidas? las bodegas y viñedos: nada que no haya hecho, pero por primera vez en una isla de ondulantes colinas, con plantaciones también ondulantes y con vista a playas en el fondo…

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Nueva Zelanda

las caminatas: caminar al aire libre no es nada nuevo, pero en medio de esa vegetación o en playas con rocas agujereadas por el mar o remontando inmensos cursos de glaciares que retrocedieron, se sienten nuevas… y al final, de eso se trata la historia.

Lo bello conocido Y sí, también cuando uno sabe lo que le gusta viaja para volver a verlo. O para verlo en otro contexto, de otro modo. Por qué no volver a disfrutar de bellos lagos espejados, glaciares clásicos, fiordos profundos, gargantas, cañones, ríos de aguas turquesas, observaciones de pájaros en lagunas, cascadas, pozas, cruces de montaña flanqueados de lagos, aguas termales al aire libre, catas de vinos, atardeceres conocidos en lugares nuevos…

Las simples cosas No sé si a todos les pasa pero, muchas veces, al cabo de un tiempo, lo que más me queda de un viaje es una charla con una señora local, un árbol cualquiera de la calle, un pájaro que vi desde una hamaca, una flor en el campo, más que la gran excursión por la que pagué un dineral…

Lo que no pudo ser Lo único que no se puede controlar en un viaje es el clima. Y lo que debió haber sido una increíble observación astronómica en una de las mejores zonas del mundo para ello, seguida por una inmersión en termas al aire libre contemplando las estrellas y la Vía Láctea y flotando sobre cálidas aguas termales, se convirtió en una explicación con realidad virtual y un baño termal a la madrugada bajo un cielo nublado.

Disneylandia No se asusten: no es que hayan construido un NZDisney (lo cual me habría disuadido del viaje por completo). Es mi manera de decir que pienso a este país como un gigantesco parque de atracciones, pero natural y gratuito: uno va de una cima a una playa, de un glaciar a un volcán,

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de un fiordo a un lago, de una garganta a una cascada, cruzando una red de carreteras increíbles, con gargantas y cascadas en el camino, y haciendo caminatas que se abren paso entre la vegetación entre ríos internos y puentes colgantes. Un parque de atracciones donde el camino es tan atracción como el punto al que se llega... Y luego, las atracciones de pago. Nueva Zelanda es el país ideal para todo tipo de actividad al aire libre: desde deportes extremos como el puenting hasta la caminata más fácil (las hay de minutos, horas y días) y, en el medio, deportes acuáticos, terrestres, aéreos… A estos nos dedicamos. Barcos hubo (para llegar a playas, de paseo por los fiordos), pero volar lo hicimos en serio. Lo nuevo para mí: el globo, un sueño que creía imposible desde que leí de muy pequeña La vuelta al mundo en 80 días. Esto siguió con un vuelo panorámico en avioneta despegando del fiordo Milford Sound y sobrevolando glaciares y el lago de Queenstown. Y más aún. Un viaje entre montañas y glaciares (semi) pilotado por David.

Geografías humanas Qué decir de los locales… Amables, dispuestos a ayudar, tranquilos. Lo más auténtico: en la región de glaciares, en lugar de parar donde los glaciares como todo el mundo, nos alojamos un poco más al norte, en un pueblito ínfimo y curioso sobre la costa oeste llamado Okarito, desde donde parten numerosas caminatas entre pantanos y donde teníamos una casa entera para nosotros en medio de una reserva de aves

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Nueva Zelanda

al lado de una laguna donde hicimos una observación de pájaros (otro hobby vacacional recientemente adquirido). Encontrar la llave, que me dejaron en un poste, fue una pequeña aventura bajo la lluvia, gracias a la cual conocimos a medio pueblo. Que no es mucho decir: tiene unos treinta habitantes y funcionan como en el pasado: la guía telefónica es una hoja impresa donde salen los nombres de la gente y las tres o cuatro tiendas; por ej. Mary y Pete: 02222222, Farmacia: 02333333, etc. En la casa nos dejaron una especie de libro vecinal con fotos y la historia de cada familia del lugar. Y para pagar me dejaron un sobrecito donde dejar el dinero… Decía al principio que no tenía referencias de gente conocida que hubiera visitado este país, y por eso fue bastante sorprendente encontrarnos con una gran cantidad de latinoamericanos y, sobre todo, de argentinos (inciso: lamentablemente, muchos del subtipo porteño concheto/pijo que va buscando la gran aventura bancado por papá y mamá y se hace notar escuchando Maluma a todo volumen y gritando «che, boludo» en un apacible hostal frente al mar a la una de la madrugada). Pero no de vacaciones: trabajando, o bien a modo de working holiday (plan para menores de treinta y cinco, aclaro) o bien yendo de una isla a otra en trabajos de hostelería o restauración con visas de trabajo temporarias… Parece que es bastante fácil: hemos hablado con un montón que consiguieron trabajo a los dos o tres días de llegar. Son menores de veinticinco, diría, y uno ya está grande para estas cosas, ¿no? Por si se les ocurre. Pero bueno, esto es lo que pasa en países como este, que funcionan bien, con mucho turismo, buenas condiciones laborales y sociales, seguridad, paisajes variados e increíbles, idioma fácil y vida apacible. Esto es lo que uno percibe como turista, y no creo que sea muy lejano a la realidad cotidiana…

¡Vayan! Si no se convencieron con todo esto, les cuento las cuestiones prácticas. Nosotros alquilamos dos coches, uno en el norte y uno en el sur, ya que volamos entre ambas islas, pero con más tiempo se puede hacer todo en coche y cruzar en ferry. El itinerario lo hice pensando en un viaje continuo, es decir ir viendo los puntos que cruzamos y seguir adelante, un poco como en Islandia. Nueva Zelanda también es ideal

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para esto. Hay una red extensísima de hostales para viajeros con todo tipo de camas, desde habitaciones compartidas hasta suites privadas, bungalows, apartamentos ¡y hasta una tienda glamping! Todos con cocina, lugares de estar agradables y muchas veces vistas a lagos o playas. Esto es ideal porque muchos pueblos son tan minúsculos que no tienen restaurantes o, si tienen, cierran pronto, y uno viene cansado de todo el día, y da ganas de quedarse en el hogar transitorio, duchadito, y comer casero. Nada de todo esto es caro (aclaro). Las carreteras están flanqueadas de mesas de pícnic ideales para viajes como el nuestro (buen clima mediante, ¡por supuesto!) y aprovechamos al máximo la combinación supermercado, pícnic y cocina comunitaria. Los días tan largos ayudan un montón a hacer muchas cosas. Imagino que con un poco más de calor, tanto la playa como los lagos (e incluso las gargantas) son más aprovechables hasta última hora. Les armo el viaje cuando quieran, y mejorado. Ahora que sé lo que hacer y lo que no, podría planear el viaje perfecto: sé qué cambiar, qué quitar, qué mejorar… Pero ya está hecho, y no se puede hacer de nuevo. Creo que por eso me gusta planear viajes para los demás… Como sea, ¡aprovechen!

Mariana

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FUERTEVENTURA Abril de 2019

Queridos todos: Recién llegada de Fuerteventura (una de las Canarias, tan grande aunque no tan conocida como las más famosas Lanzarote y Tenerife), aquí van algunas cosillas sobre el viaje y la isla. Para contextualizar la cuestión turística, parece que lo de Fuerteventura viene de «fuertes vientos»; de ahí que sea un destino codiciado por surfistas y amantes de otros deportes acuáticos que necesitan aire. Esto no debe desanimar a quienes (como yo) solo se acercan

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Fuerteventura

buscando tardes soleadas y aguas calmas. Hay casi tanta playa como kilómetros de costa y, en una isla relativamente grande, esto quiere decir muchos kilómetros… Da para todo. Comenzando por la costa suroeste, desde unas inmensas playas salvajes de difícil acceso, mar endiablado y acantilados, de esas que son para maravillarse desde arriba pero no meter ni un dedo en el agua; a continuación, en sentido antihorario, pasando por esas otras, también de mar abierto pero posible, que las guías de viajes suelen describir como «interminables extensiones de arena dorada y mar turquesa» en la costa sureste; por calas medianas, más protegidas y pintorescas subiendo hacia el centro, donde las rocas caprichosas hacen de refugio antiviento natural para pasar un buen rato tirados al sol; aun por otras que son más bien dunas con mar hacia el noroeste (un paisaje recomendable, dunas doradas contra mar turquesa), donde ya la geografía se amiga más con los bañistas y el mar forma pequeñas entradas resguardadas donde nadar sin peligro; para llegar, finalmente, a las bellas piscinas naturales del noreste de la isla, con el plus infaltable de las puestas de sol sobre el mar (¡que hasta se pueden ver DESDE el mar!). Cerrando el círculo, unas cuevas naturales en una playa de acantilados en la mitad de la costa oeste. Sin olvidarnos de las playas de la isla de Lobos, sobre todo una de ellas al lado del puerto que es más bien un conjunto de entradas del mar en medio de las rocas que forman piscinas inmensas, un agua celeste pastel por fuera pero increíblemente visible por dentro, donde uno nada con rocas de fondo en un paisaje que recuerda a ciertas fotos de playas de Vietnam… Querrán saber si hay algo más que playas en esta isla. Bien, pensemos que pertenece a España, pero estamos al lado del Sahara Occidental. Toda la isla es prácticamente un desierto, atravesado por carreteras y construcciones, pero desierto al fin. Imaginen que alguien hubiera agarrado un trozo del Sahara para luego recortarlo y arrojarlo en medio del mar. Esto no quiere decir que sea poco atractivo: todo lo contrario. No a todos gusta este tipo de paisaje, pero para mí es fascinante el contraste entre los dorados y naranjas de la tierra, el turquesa interminable del mar, el verde de las palmeras, el blanco de los molinos de viento, que parecen intensificarse más aún en el aire seco. Todo esto

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con un fondo de montañas bajas con la típica silueta triangular de los volcanes recortada contra el cielo azul. Poder atravesar el desierto en coche (y no en camello, por ejemplo) es además una gran ventaja. A veces, en el auto, agarrábamos una frecuencia de radio que suponíamos de un país vecino (hablaba solo en árabe y francés) y, si íbamos por el interior, mientras escuchábamos la música y las risas de gente que no entendíamos, imaginábamos que estábamos atravesando desiertos africanos… En algún email sobre Tenerife mencionaba esta curiosa combinación canaria: geográficamente africana, políticamente europea, antropológicamente casi centroamericana. He vuelto a tener esta sensación de extrañeza geográfica, y quizás más acentuada. Al paisaje claramente africano que describía antes se le superpone una población local con su acento y su relax caribeño, que, combinado con unas playas de turquesa también caribeño mientras se escucha en la radio las publicidades de tiendas latinas con fondo de salsa (se ve que hay mucha inmigración latinoamericana), desorientan a uno bastante si deja de mirar hacia el desierto. Tampoco uno sabe dónde está como turista: los dueños de casas de excursiones y hoteles suelen ser gringos, alemanes o italianos generalmente, y los empleados son los que parecen hispanos, con lo cual bien podríamos estar en Estados Unidos o cualquier país europeo, pero si uno no lo sabe, ¡jamás pensaría que es España! Ni siquiera en las cuestiones más formales. Por ejemplo, en las cadenas de supermercado, donde vivo la hora de cierre es estricta: dos minutos antes se cierra la puerta. Allí, a la hora de cierre van avisando algo como «señores clientes, vamos a ir cerrando, piensen en ir acabando la compra, porfi…» (exagero, pero este es el mensaje) y terminan cerrando veinte minutos más tarde, todos sonrientes y amables. Otro ejemplo: en una excursión a la isla de Lobos, parque natural con horario de visita supuestamente estricto, nos dejaron quedarnos una hora de más… Esa sensación latinoamericana, que a veces extraño, de que las normas son una línea más o menos recta, pero que puede volverse ondulada… Les mencioné ya las construcciones humanas. Fuerteventura es una isla que solo vive del turismo. Esto quiere decir muchas cosas… malas. En principio, en cuanto a la arquitectura. Como suele pasar, antiguos

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Fuerteventura

puertos pesqueros (como el bello puerto de Corralejo al norte) se han visto fagocitados por círculos exteriores de construcciones espantosas y calles sin gracia, repletas de tiendas de baratijas y restaurantes para guiris, tan interminables como las playas. Desde la carretera, sobre todo en el sur, se ven proliferaciones de falsos pueblos, que son en realidad complejos turísticos, construidos todos de la misma forma: habitaciones aterrazadas orientadas al mar en edificios enormes, como una mala imitación de Santorini, de un asqueroso tono ocre pastel que quizás los diseñadores hayan llamado «color arena del desierto» y que habría sido tanto mejor hacer en blanco, como los auténticos pueblitos pesqueros o como en la vecina Lanzarote. Todos iguales, anodinos y falsos. Dan la sensación de haber aparecido de la noche a la mañana, como si un buen día la isla entera se hubiese despertado enferma, infectada de estas formaciones extrañas a su geografía, invasivas y de rápida proliferación. Por no hablar de las grandes moles hoteleras a pie de playa (el Sol Meliá, el Iberostar, esas cadenas… si estuvieron alguna vez en Varadero, Cancún o esos no-lugares de playa, sabrán de qué hablo). Por suerte, no todo es esto. Hay aún pequeños pueblitos blancos y soñolientos en medio de la isla, algunos que parecen desiertos (aunque están habitados). Está, por ejemplo, La Oliva, la capital del norte,

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donde la panadería abre solo de viernes a domingo y donde hay que llamar por teléfono a un número para que te abran el museo. Está El Cotillo, sobre el mar, con su reminiscencia a mi amado Calella de Palafrugell, su paseo marítimo de casas blancas desde donde ver el atardecer en el mar. Y está la cereza del pastel, el mejor descubrimiento de la isla: Majanicho, el pueblo más al norte, donde reservé nuestro alojamiento un poco por casualidad y resultó ser una de las mejores casualidades de viaje que recuerdo… ¿Cuáles son los requisitos que un conjunto de casas debe tener para ser un pueblo? Nosotras pensábamos que en España sería un bar. ¡Resulta que Majanicho NO tiene bar! Creo que es el primer pueblo sin bar en el que he parado. Ni tiendas, ni nada. Hice un esfuerzo para recordar todos los pueblitos donde alguna vez dormí y creo que este es el más pequeño de mi vida. Son unas quince o veinte construcciones alrededor de una entrada del mar que forma una playa y donde uno se puede bañar con marea alta o caminar con marea baja. A un costado, las casas típicas de pescadores, cada una con su barca para salir bien temprano al amanecer, y una mesa alta entre el mar y cada casa para limpiar la pesca del día. Allí me acerqué a intentar que alguno me vendiera aunque sea un pescadito fresco, pero se negaron: parece que pescan solo para ellos. Al otro lado de la entrada del mar estaba nuestro humilde habitáculo: sobre una lengua de arena con unas construcciones blancas de puertas azules, con toda la apariencia de casas de pescadores recicladas, que según nos enteramos es un emprendimiento de un guiri, un tal Jason, que se asoció con un local, el Manolo que sale en el letrero, para acondicionar y alquilar estos cinco o seis espacios. No investigamos más, pero imagino el típico caso del turista que se enamora de un pueblo perdido (a cuántos nos habrá pasado alguna vez…). No llego a transmitir en estas líneas la maravilla del lugar, la sensación de inverosimilitud al abrir la puerta cada mañana a las siete para ir al baño y aparecer casi literalmente sobre el mar, la quietud de los atardeceres con las gaviotas de fondo, la paz de las noches estrelladas

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Fuerteventura

sobre el agua, la puesta del sol sobre el mar desde una colina cercana donde alguien dejó un sillón preparado para verla a modo de trono. Así que me tendrán que hacer caso si van a Fuerteventura algún día y quieren una experiencia diferente, un pueblo sin bar, sin tienda, sin internet, en una casita de pescadores con el baño afuera donde hay que tener cuidado de que no se metan los gallos bajo la cama y donde se come al lado del agua con cuidado de que los patos y los gatos no roben la comida. A menos que prefieran los hoteles monstruosos del sur, en la sexta planta de uno de los cuales tuvimos que dormir la última noche, en una avenida poblada de tiendas cutres, shoppings con ropa de marca y cervecerías oscuras llenas de máquinas tragaperras, y donde casi lloramos añorando nuestra casita blanca junto al mar… En estas épocas donde todo son reservas por internet, se escucha cada vez más a quienes quieren seguir siendo viajeros «auténticos» defender la teoría de que uno va viajando y dónde para es lo de menos, es solo un lugar para dormir. Sé que queda mal decirlo, pero no estoy para nada de acuerdo. La experiencia que uno tiene de un lugar depende, en gran parte, de dónde uno duerme y dónde se despierta, y el lugar apropiado muchas veces permite un acercamiento a la naturaleza y a la gente que no se conseguiría de otro modo. Seguramente si nos hubiéramos alojado todas las noches en esas moles espantosas, esto habría atravesado toda la experiencia de la estancia en la isla y nos habría hecho verla desde un cristal diferente. Queda este tema para el debate, pero que sepan que si van a Fuerteventura no los dejaré en paz hasta que me muestren su reserva en Majanicho. No les hablo de chiringuitos con vinos y pescados frescos porque de eso ya se ha hablado demasiado, y se ha fotografiado más aún. Pero haberlos, ¡los hubo! Hasta la próxima… Se viene gran viaje gran.

Besos, Mariana

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ÁFRICA Agosto de 2019

Muchos de los argentinos enseguida asociamos esta palabra con la película África mía (traducción local del original Out of Africa). Pero África (sobre todo, la subsahariana), sin embargo, es algo bastante poco de uno, creo, para la mayoría de los latinoamericanos, aunque hace muuucho éramos el mismo pedazo de tierra, cuando el nordeste brasilero estaba hundido en ese hueco que ahora forman Nigeria y Camerún. Este es el continente que nos queda emocionalmente más lejos; más que Europa, de donde venimos, más que Asia, con sus grandes potencias, más que Oceanía, culturalmente más cercano. Es el que estudiamos más rapidito en geografía de la secundaria y del que de

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niños solo sabemos que viven muchos negros, que hay tribus, que hay guerras, que hay mucha pobreza, que hay desigualdades sociales y económicas, que hubo el apartheid en Sudáfrica (el único país subsahariano que todos sabemos localizar en el mapa) y que hay animales salvajes, como leones y elefantes. Y de adultos, la verdad, sabemos muy poco más. Yo misma no sabía ni siquiera las capitales de los países donde estuvimos. Mi conocimiento de la geografía viene casi por completo del turismo, y entonces sabía que quería ir al desierto de Namibia, al delta del Okavango, del cual vine a enterarme de que estaba en Botsuana, y a las cataratas Victoria, que no tenía ni puta idea de a qué país pertenecían (y que al final, pertenecían a dos…). Acá les pongo el mapa con la ruta por el pedacito de África por el que circulamos, en contexto para que vean las proporciones ínfimas de lo que hicimos.

No solo animales Empiezo por lo que menos me interesaba y que es lo más importante del imaginario del África turística. Todos me preguntaban si íbamos de safari (léase, vestimenta militar, sombrero estilo Livingstone, rifles, días adentrándose en inmensidades habitadas por fieras…). En realidad, no era esta mi prioridad. Sabía que los animales estaban ahí, pero yo quería el desierto, el delta y las cataratas, pasando por las salinas. Los animales eran un complemento, un relleno entre punto y punto. Los pájaros y peces de colores me alucinan, pero estar con bichos grandes de cerca (desde perro para arriba) nunca fue lo mío.

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Bueno, no diré que el tema faunístico se haya convertido en el top del viaje, pero la verdad es que me resultó una sorpresa agradable. Uno ha visto algunas de estas bestias gigantes en el zoológico, pero otra cosa es verlos así, en su entorno natural, viviendo: bebiendo agua, comiendo, peleándose, jugando, corriendo, escapándose. Al final, uno siempre se envicia y va por más. El primer elefante que vimos, solo en una poza, nos encantó. Estábamos en el mirador esperando a ver qué animales aparecían, y todos gritamos de emoción cuando, sin previo aviso, entró en escena desde un costado con dignidad, como un actor majestuoso. Bebió agua y se refrescó y se fue, y lo aplaudimos. Pero luego pensamos que estaría bien ver a dos juntos, o una manada. Luego quisimos verlos de noche. Luego nos faltó verlos comiendo. Luego de frente. Luego corriendo. Luego en el agua. Así con todos…

La verdad es que no nos podemos quejar de nuestro contacto con el mundo animal. Aunque de los famosos big five (el elefante, el búfalo, el rinoceronte, el leopardo y el león) el leopardo nos faltó (es casi imposible de encontrar) y solo vimos a una leona de lejos, del resto ninguna

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queja. Al principio, aunque hacíamos esfuerzos, solo distinguíamos la inequívoca silueta de las jirafas en el horizonte, imponentes como dinosaurios. Pero de a poco aprendimos a no confundir a los elefantes con las tiendas de campaña, a los avestruces negros con los árboles, a los hipopótamos con las piedras del río y a los cocodrilos boquiabiertos con los troncos. Nuestros ojos se aguzaron y nos convertimos en hábiles detectores de bestias a la distancia. En mi ordenado imaginario infantil sobre los animales, estos vivían en los parques naturales. Error. Los hay en el desierto, y hemos visto muchos (por ejemplo, una pelea entre avestruces hembra corriendo por las dunas para quedarse con un macho, una cría de chacal descansando a la sombra de la única vegetación que encontró…). Los ríos y los canales e islas formados por el delta están llenos y las especies se han adaptado (¡¡los leones del delta nadan!!). Al final se nos hizo tan habitual ver elefantes desde el coche como ver vacas desde las rutas argentinas. Varias veces hemos tenido que detener el coche a la espera de que cruzaran unas cebras o unas jirafas y un par de veces hemos frenado en seco esperando el paso de uno o varios elefantes despistados, ¡incluso en el medio de un pueblo! Mi escaso conocimiento de la vida animal se ha visto un poco incrementado: ahora sé que un ñu no es un ñandú y que un antílope es de la familia de los ciervos y no de los hipopótamos, además de haber aprendido nombres de animales como facocero, impala, kudu y órix (y haber probado sus carnes) y una cantidad de datos sobre sus costumbres que seguramente pronto olvidaré…

El desierto del Namib Es el más viejo del mundo, y he leído que namib significa «enorme». Todo dicho… Lo que uno primero se imagina cuando dice desierto: dunas rojizas de arena. Son las de la foto típica, como en Sossuvlei, con esas increíbles acacias muertas hace cientos de años en el valle formando un decorado fantasmagórico sobre dunas de arena más dorada imposible contra un cielo más turquesa imposible, adonde uno llega luego de haber

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subido hasta la cresta y bajado descalzo con la arena hasta las rodillas deslizándose como si la gravedad no existiera. Dunas, en realidad, hay como de seis o siete tipos (según si se mueven o no, según el origen, según el tamaño y forma). De lo más espectacular resultan las que llegan al mar y caen formando miniaturas de arena que, fotografiadas de cerca, se asemejan a grandes construcciones humanas edificadas con tiempo y esfuerzo. A esta maravilla se accede recorriendo kilómetros de arena con mar a un lado y salinas rosadas al otro en medio de miles de flamencos (ya saben que son mi última locura) y otras aves bellas cuyos nombres ya olvidé en todos los idiomas… Pero no solo de dunas se hace el desierto, que sigue siendo fascinante. Ir por las tortuosas carreteras de grava del desierto de Namibia es todo lo opuesto a la monotonía. A cada hora cambia el paisaje: las carreteras planas se vuelven onduladas, los árboles cambian de forma y tamaño, los grises se vuelven marrones y luego rojizos. Y no se puede más que parar el coche a cada rato a observar un árbol, un cañón o unas formaciones rocosas que no salen en las guías y que quizás ni nombre tengan… Una gran belleza, especial, salvaje y dura.

El delta del Okavango Dejando el desierto atrás, fascinante y oprimente a la vez, y acercándose al Okavango, uno vuelve a descubrir la magia de los verdes y el alivio de la humedad en la piel. El Okavango es un río bellísimo que comenzamos a disfrutar en paseos en barco con puestas de sol y más y más animales, para luego adentrarnos en el delta, ya en Botsuana. Si lo miran en un mapa, verán que este un delta particular, no solo por su tamaño y su variabilidad según el volumen de agua, sino porque no desemboca en el mar: detiene su camino en el desierto. Parece que es el más raro del mundo. Visto desde las alturas (lo hicimos en una avioneta), se ve más bien una inmensa y bella llanura interrumpida por enormes lenguas de agua que forman un enorme circuito de islas

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y lagos, y un collage de vegetación de colores increíbles, que varían según la época del año. A nosotros nos tocó un surtido de ocres, marrones y rosados que le daban un aire mágico. Y sí, se ven también los animales, los mismos de siempre, pero desde otra perspectiva. De a miles. Por ejemplo, una interminable manada de ñus dirigiéndose a algún sitio en fila como un ejército organizado… Y, otra vez, no encontramos a los leones. Si por fuera se ve la perspectiva global de la inmensidad, por dentro se entiende de otro modo. La manera de adentrarse es en mokoro, la barca tradicional de las tribus de allí, una especie de canoa para dos personas que un remero local (en nuestro caso, una remera) impulsa despacio y con esfuerzo, como una góndola, entre los canales y los surcos de agua, y desde donde se ven animales y algunas de los miles de aves características de la zona y se disfruta de deslizarse lentamente entre papiros y nenúfares sobre las aguas del Okavango. Bajando en alguna de las islas se camina en el bosque bajo y así se tiene por fin la oportunidad de acercarse a la fauna salvaje de a pie… Hay quienes se quedan a dormir en tiendas junto al agua. Esto me pareció idílico, hasta que una familia me contó cómo la noche anterior habían pasado una hora encerrados sin respirar oyendo una brutal pelea de hipopótamos a veinte metros de la tienda…

Salinas Gran parte de Botsuana es un complejo de salinas («el más extenso del mundo» es la categoría que les toca). Solo pudimos acceder a una pequeña parte de ellas, pero mi escasa experiencia en salinas me ha enseñado que cualquier trozo es igualmente bello y fascinante. Aunque debido a la sequía no había aves, logramos ver el amanecer desde una plataforma de observación (tras haber despertado al guardia para que nos abriera el parque nacional a las seis y cuarto) y hacer una larga caminata por la superficie cuarteada por el sol.

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Fotografiar la inmensidad es imposible, así que nos conformamos con unos trozos…

Cataratas Victoria Aquí no se ponen de acuerdo los especialistas en el premio «las más XXX del mundo»: hemos encontrado «grandes», «largas», «espectaculares», «altas»… Como sea, en este caso sí, el imaginario coincide con la realidad. Aun sabiendo lo que va a encontrar, uno se siente tan maravillado como seguramente se sintió Livingstone al descubrir ante sus ojos el gran salto y el arcoíris. Estas cataratas son en realidad el resultado de la caída del bellísimo y tranquilo río Zambeze (también digno de visitar) en un inmenso acantilado de basalto, que forma un cañón que resultaría impresionante incluso sin agua. Un puente que une a ambos países (Zambia y Zimbaue) pasando sobre el cañón permite visitar ambos lados de las cataratas, y también es usado por gente que tiene algunas necesidades diferentes a las mías para atravesar el cañón en tirolina o arrojarse en picada haciendo puenting. Vimos a un par haciendo algo que se llama swing, que es parecido al puenting pero van sentados pendientes de una soga, y luego de verlos balancearse entre las paredes del cañón tras una caída libre de 50 metros me temblaron las piernas durante media hora. Al ser temporada seca, hemos encontrado saltos y no la cortina de agua ininterrumpida que sale en todas las fotos. Sin embargo, esta época tiene ventajas: hemos podido caminar por los bordes del acantilado

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desde ambos países y hemos podido apreciar el origen y el final del salto y, al caminar, disfrutar de una versión inofensiva y agradable de las duchas y la neblina que en época lluviosa emergen furiosas desde el fondo como si salieran del centro de un volcán.

Misceláneas Ni hablar de las noches mirando la Vía Láctea bajo el cielo del desierto, de los miles de amaneceres y atardeceres de soles rosados sobre horizontes neblinosos en ríos, desiertos y salinas, de los miles de pájaros multicolores que nos rodeaban en la tienda y en el cámping y en los ríos, y de los miles de animales (no solo elefantes) con los que nos cruzamos…

Viajar por África He decidido conservar el título tan ingenuo de África para esta crónica porque, desde que los seis participantes de este proyecto comenzamos a concebir este viaje, así empezamos a nombrar a todo lo relacionado con él: al viaje en sí, al grupo de WhatsApp y hasta a nosotros mismos como grupo. Pero, evidentemente, no viajamos a «África Toda», y no sé si en realidad hemos viajado en efecto por una pequeña parte de algunos países africanos o más bien nos hemos movido en una dimensión paralela desde donde podíamos ver todo, pero sin interactuar. Como esos cuentos de ciencia ficción en los que se puede viajar al pasado a condición de no salir de unos caminos estipulados y no tocar nada. Y no me refiero solo a los parques naturales, donde está prohibido salir del coche y solo se puede mirar a los animales por la ventanilla. Gran parte del circuito turístico está montado de modo tal que, sea cual sea el estilo de viaje que uno haga (organizado o independiente como nosotros), uno coincide solo con otros turistas, e intercambia con los locales solo las formalidades necesarias en el hotel o para pedir la cuenta de la comida. Y no porque no lo intentásemos. Mientras que en otros países (Cuba, por poner el ejemplo opuesto) sabemos que un chófer o un camarero representan la oportunidad de una buena charla, aquí nos resultó imposible ir más allá en la mayoría de los

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casos. Hipótesis, varias… ¿Instrucciones de mantener la distancia por parte de los dueños de los establecimientos (normalmente blancos)? ¿Timidez? ¿Representa demasiado esfuerzo mantener una charla en inglés? (Solo se aprende en la escuela, y hay gran parte de gente no escolarizada.) O, lo que menos nos gusta pensar… ¿quizás tengan cero ganas de que unos blancos con más o menos dinero, pero a todas luces mucho más que ellos, que se alojan en cabañas con bañeras mientras ellos tienen que ir cada día a buscar el agua en botellones para su rancho, les interrumpan su trabajo mal pagado de limpiar baños y reponer platos mientras se bañan en la piscina en un país con sequía para preguntarles cosas de su vida, su familia, su cultura…? No es una hipótesis descabellada… Todos hemos coincidido en que ha sido el viaje más lujoso que hayamos hecho. Incluso circulando por la gama de alojamiento más barata (cámpings y algunos de lodges «económicos»), todo ha sido más que superior a nuestros estándares habituales. Las tiendas, sin ser glamping, están montadas por completo, con cocina, baño, ducha (algunas al aire libre en el desierto) y camas que vienen y te hacen cada día, y de sensación de estar de cámping uno no tiene nada más que el sonido del viento contra la lona por la noche. De ahí para arriba, hasta cabañas entre árboles y pájaros con una bañera en el medio y cocinas con más utensilios que la de todos nosotros juntos. En nuestro descargo, tengo que aclarar que no hay muchas otras maneras de viajar por esta parte de África. El viaje «mochilero» (tomar el bus, buscar un hotelito de pueblo barato) es imposible: ni hay bus ni hotel ni pueblo. Estamos hablando de grandes zonas desérticas y parques naturales, muy poca población, muy pocos pueblos y nada de transporte público en la mayor parte de los lugares. Con lo cual no queda más alternativa que moverse en vehículo propio (camión de viaje organizado, 4x4, vehículo normal como nosotros) de un alojamiento a otro, cenar en el restaurante (para turistas) del cámping o lodge o hacer la propia barbacoa (el braai, tan fundamental para la vida local como el asadito para nosotros los argentinos). Hemos visto poblados al costado de la carretera, de esos que responden al imaginario sobre África que todos tenemos: casas tradicionales

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redondas con techos de paja extendidas a lo largo de la carretera, con sus habitantes dedicados a la tarea de subsistir: niños cargando botellones de agua, mujeres con telas coloridas a modo de falda caminando elegantes y erguidas sobre la tierra reseca a fuerza de transportar frutas y verduras en palanganas sobre su cabeza. Y algún bar perdido. Lugares donde vive la gente, pero que solo se miran desde la ventana. En algún pueblo más grande, de esos con mercadillo, tiendas y gasolinera, hemos intentado averiguar por un restaurante local, pero nos han dicho que no, que aquí la gente no va a un restaurante a comer… se come en casa. Y que para comer lo que come la gente en casa, que fuéramos a un restaurante para turistas donde sirven lo que come la gente en casa… En fin, que nuestras experiencias más cercanas a «hacer lo que hace aquí la gente» han sido: 1) ir a los supermercados (experiencia siempre interesante; por ejemplo, aprendí a elegir cortes de carne para braai charlando con la gente), 2) ir a un bar de un pueblo de unos seis mil habitantes (de día: nos dijeron que los turistas, durante las noches alcohólicas, pueden no ser bienvenidos) y elegir música de una rocola (desilusión: solo hay una especie de reggaetón africano), 3) comprar tomates y mandarinas en los mercados, 4) hacer el braai nosotros mismos (siempre un placer, claro…).

Despedida Es curioso cómo resulta tan fácil circular por países de los cuales uno no sabe absolutamente nada e irse de ellos casi tan ignorante como cuando entró. Por suerte, el penúltimo día de nuestro viaje cruzamos a Zambia y, aunque pasamos allí solo un día, tuvimos la suerte de encontrar a un taxista-guía que nos paseó por la ciudad fronteriza de Livingstone y nos ilustró sobre la historia y costumbres del país (que antes era Rhodesia, ¿les suena del colegio?). De todo lo que nos contó, me quedo con la historia del cacique local del área de las cataratas Victoria. Parece que, no hace mucho, al hombre le propusieron comprar los terrenos de la zona para explotaciones turísticas. Pero él dijo que no way, que las tierras son de su pueblo. Que las alquilaba

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con impuestos altos y a condición de que en los emprendimientos trabajara su gente. ¿Qué tal? ¿No dan ganas de secuestrar al cacique y ponerlo a trabajar de gobernante en alguno de nuestros países? Terminamos la ruta disfrutando del atardecer desde un hotel espectacular donde jamás podríamos alojarnos y que nuestro taxista amigo nos llevó a visitar sobre las márgenes del río Zambeze, que se merece tantas canciones como el Paraná. Hemos escuchado al menos una (en un bar local con un músico en vivo) y la he apuntado como evidencia para sostener mi teoría de que todos los ríos que se precien deben tener al menos una canción…

Mariana

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VIETNAM Diciembre de 2019

Una cata de Vietnam Muchos saben que he este año nuevamente he cambiado de continente para el viaje de Navidades. Vietnam es un país que tenía en mi lista desde hace tiempo, con una gran diversidad cultural y geográfica, que me resultaba interesante desde varios puntos de vista. De datos históricos, sociales, religiosos, no puedo decir mucho, ni es el propósito de esta crónica (¡por suerte, tenemos internet para profundizar!). Aquí van mis observaciones caprichosas, no más.

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Viajar por Vietnam Con algunos he ido compartiendo las ubicaciones en vivo; acá va un mapita del recorrido completo que hicimos, de sur a norte, para que los que no conocen se ubiquen mejor en la crónica. Desde Can Tho (delta del Mekong) a la isla de Phu Cuoq, y desde allí la subida larga hasta la altura de Hoi An fueron en avión (o sea, a los 2850 km que marca Google descuenten la mitad), pero el resto del recorrido marcado sí que fue por tierra: en buses, minibuses, camionetas, coches, trenes, bicis… todo lo que tiene ruedas menos motos, ¡en un país que es el paraíso de ellas! (y que tiene la tasa de accidentes de moto más alta del mundo). Y también por agua, por suerte y para nuestro alivio: ferris, barcos, barquitos, barcazas, botes, kayaks… Vietnam es un país acuático, con kilómetros de costa, surcado por grandes ríos con sus deltas y salpicado por lagos, y al agua aún no llegan los embotellamientos, bocinazos y conductores desquiciados…

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Como verán, fue un recorrido extenso. Tenía en mi lista una cantidad de lugares que me daba muchas ganas de conocer (el delta del Mekong, Hoi An y la bahía de Halong eran los principales), y luego otros se me colaron por los ojos mientras lo iba planificando. ¿Cómo resistirse a la tentación de lugares como Phong Nha y Ninh Binh que Google imágenes pone en tu camino, sabiendo que quedarán de paso en la ruta?

El sur: el delta del Mekong Recién desembarcadas y saliendo de la caótica Ho Chi Minh, a unos escasos setenta kilómetros que nos llevó dos horas recorrer en coche, llegamos al primer punto para hacer la primera aproximación al delta del río Mekong, fuente inagotable de arroz (y de frutas y verduras) y uno de los destinos emblemáticos de los viajes a Vietnam. Un enorme (40 000 km2) intríngulis de afluentes, riachos e islas que se recorren en barcos de diferentes tamaños, desde grandes barcazas en los brazos importantes hasta botecitos ínfimos que cruzan canales minúsculos cubiertos de frondosa vegetación. Seguramente habrán visto las fotos de los famosos mercados flotantes, donde los productores locales llevan sus barcas cargadas de frutas y verduras, y las venden a mayoristas que, también en sus barcas, acercan las mercancías a los mercados en tierra. Parece que a los turistas les resulta exótico circular entre los barcos cargados de calabazas, tomates, sandías, piñas, mangos y frutas raras, y yo no soy ninguna excepción. Los deltas me fascinan; supongo que porque vengo casi casi de uno, el del Tigre (que objetivamente es más lindo que este y que el del Nilo y que el del Okavango, para que lo sepan). De hecho, el del Mekong, con sus tiendas flotantes, sus casas construidas sobre pilotes para la época de inundaciones y su tráfico fluvial, semejante al de un complejo de ciudades acuáticas, me recordó bastante al mío, como si fuera una versión magnificada. Me encantó alojarnos al lado del río, levantarnos a las cinco para llegar al mercado de madrugada, comprar el desayuno de barco a barco y comer fruta recién recogida, pero también ver las casas a los costados de los canales desde la barca y bajar en las islas a caminar por las callejuelas entre las plantaciones y los arrozales. Esta parte es

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muy pintoresca, pero solo se puede hacer con guía/excursión (evidentemente, ¡uno no puede llevar un barco!) y esto desvirtúa un poco la experiencia de primera mano. Por eso, me encantó, sobre todo, lo que hicimos el segundo día: recorrer en bici la isla donde parábamos, meternos por callejuelas y mercadillos, andar bajo plantaciones de mangos y entre arrozales, entre niños yendo a la escuela y gente mirando el campo y charlando, y detenernos en un bar cualquiera (es decir, una casa abierta que ofrecía bebidas) donde dos viejos locales tomaban una especie de té frío y pedir lo mismo que ellos, mediante señas, por supuesto.

Primer inciso: Google Translate y el lenguaje de señas No nos llamó la atención tener que usar el viejo recurso de la mímica en un bareto recóndito en medio de arrozales del delta. Pero no nos imaginamos que esa sería la forma principal de comunicación con los locales. La mayoría de la gente no habla inglés. Cuando digo «no habla» es que NO habla, nada de nada. Ni entiende una palabra. Ni siquiera «how much», clave del comercio internacional con turistas. De los pocos que sí hablan algo, bastantes tienen problemas serios de pronunciación, tan serios que muchas veces he pasado minutos descifrando qué estaban queriendo decir. Y problemas de comprensión; es bastante habitual que uno haga una pregunta con dos opciones (¿esto o lo otro?) y la respuesta sea «yes!». Al principio puede ser divertido, pero cuando uno está en un coche con un conductor y no sabe cómo decirle que apague la música rave con la que suelen amenizar los trayectos o que quiere parar a hacer pis, la cosa deja de hacer gracia. Lo bueno de esto es que uno así investiga nuevos recursos y desarrolla habilidades que no sabía que tenía. Ahora puedo volver a jugar al Dígalo con mímica, por ejemplo. Por mi parte, la lengua vietnamita me resultó absolutamente hermética y he sido incapaz de aprender nada. Son palabras monosilábicas que se combinan en diferente orden pero que se repiten todo el tiempo, y la entonación y longitud de las vocales cambian el significado. No me atreví a decir nada salvo adiós, que suena igual que «come on». Ante esto, y contra todos mis prejuicios, empecé a hacer lo que ellos hacen: ¡usar el traductor de Google! De verdad que este viaje fue hecho gracias a Google

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Maps y Google Translate. Mi vida en Vietnam tuvo un antes y un después a partir del primer día en que pude comunicarme con un chofer y decirle dónde queríamos ir, y prometí jamás volver a decir a mis alumnos que hagan un esfuerzo para comunicarse por sus medios en lugar de ir a lo fácil.

El sur: Phu Cuoq Esta es la isla donde había que venir hace años… diez, veinte, treinta… Puedo hablar de aguas turquesas, de fondos coralinos recorridos por peces de colores, de playas surcadas de estrellas de mar rojas que parecen puestas allí a propósito, de palmeras acariciando las arenas blancas con sus hojas gigantes, de atardeceres gloriosos sobre el mar. Pero también de hileras inacabables de sombrillas de alquiler, de espantosos complejos hoteleros en primera línea de mar, de avenidas imposibles de cruzar.

Segundo inciso: Vietnam y el turismo Phu Cuoq es un ejemplo de lo que está pasando en todo el país que, según quienes han podido observar las diferencias antes-ahora o Vietnam versus Laos, Camboya y otros vecinos, se viene corrompiendo rápidamente a manos del turismo masivo. Los sitios más turísticos están entregados al mercado sin restricciones. Hemos visto cómo se construyen resorts en playas idílicas y un restaurante flotante al lado del otro (uno o dos son pintorescos, ¡pero diez ya no dejan ver el mar!), como si el espacio fuera ilimitado. Se adivina un triste horizonte, cercano a Cancún o Varadero o algunas costas españolas … Lo más triste de esta situación es que pareciera que el turismo está trayendo lo peor del capitalismo, pero no las mejoras que podría llegar a tener como consecuencia (como mayor nivel de inglés en la población, mayores niveles de seguridad en los servicios públicos…).

El centro: Hoi An Imaginen una bella ciudad tradicional en excelente estado de conservación, surcada por canales, a orillas de un río que, por la noche, se

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enciende con miles de barquitos iluminados por farolas de papel. Entre las seis y las ocho, uno puede ir a dar una vuelta en medio de los barcos iluminados y sentirse en un cuento fantástico.

Me cansé de sacar fotos, o mejor dicho, no me cansé de sacarlas. Todo es fotografiable: los faroles iluminados son el hit, pero el gigantesco y concurrido mercado nocturno (especializado en farolas y comida) y los edificios preservados no se quedan atrás. Esta es la ciudad más turística de Vietnam, y ya sabemos lo que esto significa. Tiendas y más tiendas, todas bellas, artísticas y diferentes, eso sí (por ejemplo, ¡son especialistas también en confección de ropa a medida!); turistas y más turistas. Por eso disfrutamos mucho de escaparnos del centro en bici, y hacer un recorrido por la campiña (¡con parada en la playa!) atravesando los islotes unidos por inmensos puentes entre bellos ríos y canales, deteniéndonos en bares al costado del agua, en los que otra vez pudimos acercarnos un poquito a la vida real de la gente local… Hoi An está justamente considerada la ciudad más bella e icónica de Vietnam, sobre todo su pintoresco casco antiguo, decorado también

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con farolillos y con un importante detalle: ¡está cerrado al tránsito a partir de las tres de la tarde!

Tercer inciso: de cómo circular entre el tráfico o de cómo sobrevivir siendo el débil de la jungla Sobre este tema hay una extensa bibliografía, que no me di cuenta de que debería haber estudiado antes. Me costó mi experiencia percatarme de que las calles son una jungla en la que reina el más poderoso. Que las bocinas no son un llamado de atención sino que significan «muévete, que aquí vengo yo». Que una esquina o senda peatonal no quieren decir absolutamente nada en la mente de un conductor. Que un semáforo viene a ser una opción de detenerse si el conductor considera por un momento que puede haber gente que necesita cruzar la calle. Que el poder simbólico que nosotros otorgamos a una simple luz, en virtud del cual aquí cruzo tranquilamente una calle cuando tengo luz verde delante de un camión cuyas ruedas son más altas que yo y que podría matarme si así lo decidiera, no debe darse por sentado. Y que, como esto, muchas de las convenciones sociales que hemos edificado para proteger al menos fuerte (el peatón, la mujer…) son construcciones frágiles que dependen de un acuerdo social y una presión constante para mantenerse…

El centro: Hue Saliendo de Hoi An y deteniéndonos en varios puntos interesantes de camino, acercándonos hicimos una pasada por Hue, antigua capital del imperio (también a orillas de un gran río), con su propia ciudadela y su ciudad prohibida, igual que en Pekín, y elaboradas tumbas imperiales que la rodean. Recuerdo unos hermosos jardines, en una de esas tumbas, destinados a la eterna contemplación de la belleza por parte del emperador. Allí persisten estos maravillosos edificios, para nuestro deleite estético y para recordarnos, una vez más, que siempre la casta gobernante y la religiosa han sabido disfrutar de los placeres terrenales a los que el pueblo no accede, por si alguna vez lo olvidamos…

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El norte: Phong Nha, Ninh Binh y bahía de Halong Quizás la región con atractivos naturales más particulares sea esta. Como les comentaba, Phong Nha y Ninh Binh se me colaron por la vista. Phong Nha es la zona donde, hace pocos años, un campesino descubrió la cueva más grande del mundo, que es un ecosistema en sí misma y que solo puede visitarse haciendo una excursión de varios días, con nivel de dificultad elevado y partiendo de unos 3000 euros. Por razones obvias, no visitamos esta cueva, pero sí otras dos (hay muchas en esta zona), enormes, impresionantes y diferentes de todas las que había conocido hasta ahora, con cientos de formaciones caprichosas, extrañamente hermosas, de esas que entiendo que a alguien puedan llegar a hacer pensar que no pueden haberse producido por casualidad. Subiendo hacia Ninh Binh ya nos aproximamos a la zona de las montañas kársticas, que son esas que se ven en LA foto prototípica de Vietnam (en la bahía de Halong), que suben verticalmente formando montículos desde el agua, o desde la llanura. (Pensaba que me acercaba a este tipo de formación por primera vez, pero investigando veo que los mogotes de Cuba y los cenotes de México son de la familia.) Es decir, no es un paisaje montañoso; se ve totalmente plano con estas formaciones encima, como un pastel con decoraciones sobrepuestas, digamos. Estas «montañas» suelen estar erosionadas por dentro y así se forman bellas grutas y cuevas, muchas recorribles. El atractivo principal de Ninh Binh es recorrer en barco los ríos entre estas formaciones, que se reflejan en las aguas de manera muy particular, y adentrarse en las ocho cuevas. Pero ir en bici en medio de lagos y campos de arroz visitando templos y pagodas con estas formaciones de fondo, no se le queda atrás como experiencia. Casi casi tan bueno resulta poder disfrutar del paisaje desde la hamaca de la habitación… Casi olvidaba hablar de la bahía de Halong, ¡la joya de la corona! No tengo fotos decentes (un pequeño malestar consecuencia de la fiesta de fin de año me impidió dedicarme a ello), pero en Google hay miles. Surcar las aguas verdes en el barco entre las montañas kársticas y bajar a darse un baño en una playa virgen con ese paisaje de fondo es una de esas experiencias que hay que hacer alguna vez en la vida —lo típico de las listas estilo «100 cosas que hacer/lugares que ver antes

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de morir» (¿cuándo si no, me pregunto?)—. Pero bueno, valga el lugar común para transmitir la experiencia.

Sobre este viaje Como comentaba al principio, entre mis caprichos y mis deseos nos quedaron muy pocos días para un país bastante extendido de norte a sur, con climas y geografías muy variables (calor en el sur, humedad en el centro, riesgo de frío y lluvias en el norte) y una red transporte público abundante, pero con sus vicisitudes (tráfico desquiciado, conductores de buses borrachos e imprudentes, trenes de reputación dudosa…). Por eso, este viaje requirió una preparación anticipada un poco milimétrica, quizás más que otros. Ojo, no me quejo de esto (ya saben la satisfacción que me da planear los viajes, y que salgan bien, ¡casi tanto como hacerlos!). Pero, aunque sea un producto propio, una vez planeado se corre el riesgo de que se convierta en un viaje similar a uno organizado de agencia totalmente adrenalin-free, y uno termina añorando esos tiempos dorados en que caía en un pueblo, mochila a cuestas, a ver qué le deparaba el lugar. Por eso, cuando el penúltimo día decidimos hacer un cambio en nuestro plan y nos encontramos buscando hotel para ese mismo momento en un pueblo cutre pero con bellas vistas a la bahía e improvisando una playita para el día siguiente, me alegré como si hubiese vuelto a ser joven… Pienso con alegría también en los paseos en bici por los pueblos y campos del delta del Mekong y en los alrededores de Hoi An y de Ninh Binh, que nos brindaron no solo visiones de paisajes espectaculares, sino también instantáneas almacenadas en nuestra retina de gente, chicos yendo a la escuela, señoras lavando la ropa, hombres y mujeres cosechando, vendiendo y comprando en el mercado… en fin, viviendo…

Lo impermeable Escribí «instantáneas en la retina» sin pensarlo mucho y, ahora que lo releo, entiendo por qué. Vieron que, cuando uno viaja, hay lugares en los que uno siente casi casi que se mezcla con el lugar. Uno va por ahí, circula, habla, le pasan cosas con gente, y al final la trayectoria que uno ha

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hecho deja huellas. Pienso en Cuba, pienso en Brasil. Uno es como agua circulando por un terreno poroso en el que se mezcla y se absorbe. En cambio, otros países son como tierra arcillosa. Los turistas y viajeros circulamos sobre su superficie, siempre por los mismos canales externos que ni siquiera rascan la profundidad del terreno. Pienso en lo que tengo más cerca en el tiempo: Botsuana, Namibia… Vietnam, sin ser totalmente impenetrable, me resulta más bien del lado arcilloso. Contrariamente a lo que esperaba por comentarios de muchas personas que han viajado allí y que han resaltado la amabilidad de los locales, yo no encontré la manera de interactuar de verdad con la gente. Por supuesto, las señas y el Google Translate no ayudan en este sentido. Pero no fue solo eso. Mucha gente me parecía poco interesada en conversar, o simplemente maleducada. Otros tenían actitudes exageradamente amables con tal de venderte cosas. Muchas veces no sabía cómo nos veían, si como euros con patas, si como putarracas occidentales o si se nos reían en la cara. El machismo extendido y desvergonzado contribuyó negativamente. Otra vez he sentido que hemos circulado por las vías paralelas preparadas para el turista, esos caminos de los cuales es imposible salir, y que solo nos permiten mirar y tomar instantáneas de la vida real que se desarrolla allí. Quizás por eso, también, cuando pasa el tiempo y se va sedimentando todo lo que ha entrado por los sentidos, de un viaje suelo recordar mucho ciertas pequeñas anécdotas y experiencias de las que ocurren fuera de programa. Por ejemplo, ahora mismo, con este viaje fresquísimo, me encuentro a mí misma recordando cómo logramos (después de esquivar motos, bicicletas cargadas de verduras y personas variadas y mercaderías cubiertas de moscas y exhibidas en la calle misma) comprar un pescado de los que nadaban en una palangana para asar en la parrilla del alojamiento esa noche, en un mercado local del delta del Mekong; uno para la gente, no para turistas. Sé que, con el tiempo, recordaré pequeños momentos como este casi con más detalles que las emociones que produce la naturaleza… y así está bien.

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Bonus track Este año el día de yapa en la escala de regreso fue… ¡Pekín! La famosa Ciudad Prohibida, para ser exactos. Pero queda fuera de este escrito. Estoy pensando en escribir uno específicamente de días de escala, así que hay que esperar un poquito.

¡Buenos viajes y hasta pronto! Mariana

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Dedicatorias Caminante, son tus huellas “Caminante, son tus huellas el camino y nada más. Caminante, no hay camino se hace camino al andar” Antonio Machado

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De un lado del océano (Argentina -y yapitas-)

María Amiga, colega, hermana, compañera de ruta, sigamos compartiendo juntas este hermoso viaje que es la vida . ¡¡Te quiero un montón!! ¡¡Feliz Cumple!! .

Laura, Miguel y Emi «Querida Mariana, este excelente libro sintetiza todo lo que deseamos para los próximos cumples: muchas más aventuras viajeras y que todas ellas valgan pocas penas». Emi, Laura y Miguel.

Claudio Querida Marian: No olvidaré los hermosos momentos que pasamos como vecinxs amigxs y luego en tu terraza de Barcelona. Destaco tu honestidad y calidez Felicidades muchas Claudio

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Florencia Mariana, mi querida amiga viajera, caminante de redes, la de voz pelirroja e infinitas puestas de sol... confieso que participo de este hermoso regalo con toda la alegría de mi corazón e interesadamente, por supuesto. Participo para que los encuentros y las coincidencias, y también lo lejano y lo distante, para que estas y otras formas de nuestra amistad encuentren letra, tinta y hoja, al toque de nuestras manos y nuestra vista. Para que habitar la distancia sea más fácil y para que ese eco que atraviesa los mares se vuelva más sólido y cercano. Participo para que con solo estirar la mano estés cerca y no tengamos que esperar un par de años para tomarnos unos mates o un vino. Para eso y porque te quiero mucho, querida amiga, participo amorosamente de este regalo.

Patricia Marian, querida amiga, enamorada de la vida, celebro tus 30 años cumpliendo 20 con la intensidad de quien cumple todo lo que se propone y más.... Brindo por por tu nueva lista de viajes, deseos con diablitos.... y tus bellas crónicas que nos transportan a vivir esas maravillosas experiencias, momentos de felicidad como sólo vos logras transmitir... ¡¡Feliz cumple!! Te quiere siempre.... Patri

Adriana Algunos pensamos que esas donaciones simbólicas que nos hacías a la vuelta de cada viaje merecían estar reunidas. Gracias por compartir tu escritura y muy feliz Cumple!!!!!!!

Gaby Primero de enero de algún año de hace muchos años. Diez de la noche o algo así, estación Barcelona Nord. Marian y yo sentadas en un autobús Alsa, con destino Valencia. Nosotras y otros sudacas, y moros; probablemente ningún español en este autobús. Nosotras dos recién separadas, en un autobús estacionado en Barcelona Nord, con motor encendido pero sin conductor. Horas después al fin el autobús en marcha, llevado por un conductor totalmente fuera de sí. La peli ofrecida para el viaje, una peli sobre prostitutas sudacas en un pueblo de la España profunda

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llena de viejos….y en eso Marian me mira y me dice : “algún día nos reiremos de esto”…el tiempo pasó y nos reímos de esto cientos de veces. ¡Vivan los viajes y estás anécdotas que me hicieron tenerte tan cerca!

Marce Di Bella Amiga, gracias por tus crónicas, he podido viajar con vos todos estos años, pude descubrir partes del mundo que no imaginaba que existían, e ir compartiendo con mi familia por donde andabas y leer momentos de felicidad. Sueños hechos realidad, ¿como sería hacer el mapa con el recorrido de tu deseo? Aguardo las próximas. Te quiere Marce de Tandil.

Deby ¡¡Querida Marianita!!! Llegaron los reales 50, también están los que imaginamos... Me preguntaba, ¿qué podría desearte yo que vos no hayas intentado? Que sigas viviendo con esa pasión tan tuya que te impulsa, siempre cerquita de algún proyecto, soñando con algún lugar nuevo por conocer. Exijo también, que no nos falten los buenos encuentros, las voces que nos «abrazan» cuando lo necesitamos a pesar de algunos kilómetros, que podamos descorchar juntos algún tinto en Barcelona o Buenos Aires prontamente!!! FELIZ, feliz vida hoy y siempre!!! Con todo nuestro amor Deby, Julián y Ariel (perdón pero se me colaron dos hombrecitos). Julio del 2020.

Verónica Querida Marian, Me encuentro escribiéndote estas líneas en cuarentena obligatoria debido a la primera pandemia mundial en nuestro planeta. ¡Ese viaje sí que no lo esperábamos!, no creo que haya estado en tu lista, pero bueno vamos a nosotras. Cumplís, cumplimos 50 años este año y me alegra mucho saber que nos conocemos desde hace más de la mitad. Se ve que estoy poniéndome vieja porque empiezo a hacer esas cuentas, más años de conocer a

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Marian de los que no...más años de recibida que de haber empezado la facu…¡y paren las cuentas! Desde que te conocí, me resultaste brillante, divertida y oportuna. ¡Medio mágica también porque parecías no prestar mucha atención y siempre te sacabas 10! Creo que en parte se debe a tu capacidad de poder o intentar estar en más de un lugar a la vez, tal vez tu «obsesión» con el tiempo, con no perderlo, te ha llevado a llenarlo de paisajes y sabores. Sos muy generosa en compartir tus experiencias con tus amigos. ¡Feliz cumple querida amiga! Te quiero Vero

Karina y Adrián Mariana: feliz de tenerte como amiga que tengas el mejor de los cumpleaños y seguí viajando que es la mejor forma de enriquecer el alma !!!!

Tomás Medina Cincuenta: buen número. Viajes y buenas experiencias no han faltado, lo confirman las fotos, los mails y los imanes en el refrigerador. No puedo decir otra cosa que no sea agradecer, porque siempre que haya existido la posibilidad, siempre nos hemos dado el gusto y concretado el encuentro; y quienes te son cercanos, a pesar de la distancia geográfica, saben el valor que tienen los encuentros con ustedes. Así que, por muchos encuentros más! Con canciones, charlas, asado, vino y atardeceres en la terraza o por las calles de San Telmo. Que esta nueva etapa traiga más: viajes, encuentros, y, a pesar de la situación actual, risas y abrazos. Va uno grande, grande, como vos, ahora! Felicidades! Tomás

Ivana ¡Felicidades Mariana! En recuerdo de nuestros primeros viajes juntas, casi toda la costa de Brasil y Cabo Polonio y por muchos sueños más por recorrer, que sigas viajando y cumpliendo sueños. Un abrazo Ivana

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Azul Marian, Aprovecho este presente para compartirte un pensamiento. A pesar de la distancia, nunca estuviste lejos. En cada mensaje, en cada regalo. A pesar de que no nos unió la genética, nos encontramos, cuando llegué al mundo vos ya estabas ahí, desde el principio me has enseñado el cariño, en cada paseo, al cine o al zoológico. De vos he aprendido, me queda la imagen de una mujer fuerte, decidida a ser ella misma sin importar que diga quién, alguien que no deja de tener una mirada crítica de la vida sin dejar de disfrutar de ella. No lo sabés, pero muchas veces que veo un atardecer hermoso pienso en vos, ojala pronto veamos alguno en el mismo espacio tiempo Te deseo un muy feliz “cumpelaños” Azul

Gustavo Mariana. Amiga, hermana, madre de amigxs, la familia que me regaló la vida con risas y mucha inteligencia.

Dominque Leí por ahí alguna vez que viajar es una de las maneras de mantener la mirada atenta y la mente curiosa y despierta. Como si el sedentarismo nos condenara a la automatización de los sentidos. Cada vez que me han llegado las entregas de Mariana Gleiser proponiendo recorrer rincones del mundo desconocidos para mí, es como abrir ventanas hacia otras experiencias. Guiada siempre por su escritura tersa y lo que yo siento como una delicada y fina ironía que nunca es cruel, pero que observa como desde una distancia entre curiosa y reflexiva, camino por paisajes nuevos. Me invitan a cultivar el viajar como una manera de estar en el mundo y a recuperar la escritura como un espacio de encuentro donde se puede calar más hondo.”

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Juan Martín y Nora (desde México) Feliz cumple Mariana y un abrazo inmenso! Los 50 son una década especial y es lógico que llegaran en un año absolutamente extraordinario! besos enormes y brindamos para poder vernos pronto y celebrar como se debe. Te queremos!!! Juan Martín y Nora

Marina Feldman (desde Estados Unidos) Muy feliz cumple a mi queridísima amiga. Hemos recorrido juntas tantas historias y momentos de nuestras vidas que las recuerdo con mucho cariño. Tenemos nuestros rincones en Barcelona especiales que me traen hermosos recuerdos, llenos de cariño. ¡Te quiero un monton! Sos muy especial para mí, ¡siempre presente! Marina ❤️

Ivonne (desde Ecuador) Conocí a Mariana al inicio del viaje más trascendental de mi vida. Pronto supe que los recorridos que ella planeaba y ejecutaba eran un propósito vital en sí mismos. He podido compartir con ella sus impresiones habladas y escritas sobre varios lugares, pero el viaje más valioso que me ha permitido su amistad es, sin duda, el que hice a su terraza. Allí donde algunas veces me encontré con la vida y donde conocí su receta de pollo con hinojo. Ivonne

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Del otro lado del océano (España y más allá)

Magda Zens Marian, en diez líneas, es un poco difícil definir una amistad de años, nos unió el arte, danza, música, cosechamos amigos, algunos se han ido lejos, y los que seguimos aquí, disfrutando de tu hospitalidad sin medida, esos días de asados, música, o largas charlas, donde arreglamos el mundo, o compartir el arte de los amigos comunes, GRACIAS POR TODO, por tu atención, tu entrega como amiga,espero que esto dure hasta siempre, te quiero.

Fran y Asun En nuestra segunda juventud Asun y Francesc, pensamos en aprender English, y nos dimos cuenta que las profesoras no nos duraban, y al tercer intento apareció Mariana, y ya vimos que la cosa iba en serio: « si ustedes quieren aprender English, déjense de inventar la mitad de las palabras y pronunciar la otra mitad como les dé la gana». Y aquí sigue Francesc intentando mejorar su English y consiguiendo avanzar en su capacidad de debatir qué no discutir... Desde si es mejor tener piso en propiedad o LLach o Serrat, o desde si montaña o mi mediterráneo, que ella disfruta a tope casi tanto como

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de sus amigos, o de sus amigos y una barbacoa. Y han pasado alguno años y muy buenos momentos, alguno no tanto (no más sustos David), y muchos viajes, ¡como le gusta viajar!, pero el gran viaje es el que hace cada día para ayudarnos a los demás en avanzar en este aprendizaje que es la vida. Thanks a lot Mariana, for all.

Jordi Martinez ———-me han pedido una estroFA——— ——pero te haRE un poegrama————— —————-SI vas a cumplir años,———— ———SOLo queda mandarte—————— —————-MI felicitación———————— tu profe de piano

María Reinares Querida Mariana: Qué difícil escribirte sin pensar que tu pasión por las palabras y tu deformación profesional no te hará leer estas líneas sin analizar el discurso desde otras perspectivas jeje. Me arriesgo igual porque también es una oportunidad para agradecerte cosas que, erróneamente, a menudo damos por sabidas. Gracias especialmente por tu AMISTAD; gracias por tu entusiasmo para organizar encuentros; por tu generosidad -y la de David, por supuesto- para juntarnos en la terraza de la C/Valladolid (¡el ático más aprovechado de Barcelona!) con la excusa de compartir un buen asado y un buen vino, siempre acompañado de charlas enriquecedoras y buena música; por tu entusiasmo para proponer planes culturales (que me encantan) y pseudo-deportivos (que me convienen), y un largo etcétera que por limitaciones de espacio no puedo listar. Deseo Que tus 50 estén llenos de buenos momentos y de viajes apasionantes de los que nos hagas partícipes a través de tus relatos, como los que se recogen cariñosamente en este libro. Un abrazo grandote y muy feliz cumpleaños!!! María.

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Fabio Mura Un proverbio Tuareg dice: ‘En el primer viaje descubres, en el segundo te haces rico’… Si fuera verdad, tienes que ser millonaria querida Mariana y aquí tenemos la prueba. 😊 Tantissimi auguri, Fabio Ps: Y ahora, pelucas…

Eduardo Catini Querida Mariana: ¡Y llegaron los tan temidos 50! Por suerte llegan tan de a poco que uno ni se entera, es como esas inyecciones puestas por una buena enfermera… pues a seguir moviéndose, que es lo que da vida y salud. ¡Felicidades amiga! Pelado

Victoria La estimación más reciente del INE (2018) sobre la esperanza de vida para las mujeres en España es de 85,85 años. Según esos datos, aún te quedarían unos 35 veranos. Espero que pases todos y cada uno de ellos disfrutando de este sol mediterráneo que has hecho tan tuyo. Espero que mantengas esa vitalidad y esa curiosidad que te lleva aquí y allá sin pausa. Espero que sigas disfrutando de este y de otros horizontes, en todos los sentidos que quieras imaginarte que son los horizontes. Espero que sigamos compartiendo las tristezas, las rabietas, los desvelos, las alegrías, las complicidades y el horizonte. ¡Felices cincuenta, companya!

Lucas Aguirre Mariana: Feliz Nacimiento!!! 50 veces ya! Agradezco a la vida, que cruza caminos, haberte conocido. Salú! Y no pares de arder! Por 50› más! Un hombre del pueblo de Negua, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo. A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos. -El mundo es eso – reveló-. Un montón de gente, un mar de fueguitos. Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos

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fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende. “Mar de fueguitos” del Libro de los abrazos E. Galeano.

Roberto y Dylan Queridísima Mariana: ¡Bienvenida a los 50! Deseándote que el camino siga siendo largo y lleno de aventuras. Un besazo, Roberto y Dylan

Natalia Salerno No dudaría un segundo en volver a estudiar el funcionamiento de la bomba sodio-potasio si supiera lo que sé ahora. (Y no me refiero a la conducta de lordosis, que espero nos haya sido de utilidad en algún momento). Lo que sé es que la contingencia de ese encuentro daría como resultado uno de los vínculos más importantes de mi vida de este lado del charco. Mariana, amiga, hermana, te quiero inmensamente. Gracias por caminar la vida conmigo. Cómo no hacemos más que desear lo imposible, que seas feliz, siempre.

Cecilia ¡Feliz cumple Mariana! Por más asados, mates, bailes balcánicos y viajes compartidos. Ya decía yo que era el inicio de un algo...besos!!

Dani y Mari San Agustín decía que el mundo es un libro y aquellos que no viajan sólo leen una página. Este libro es la muestra de que casi has leído una enciclopedia (y lo que queda). Y es también un pequeño homenaje a tu carácter, inquieto y curioso, siempre pensando que vas hacer, qué vas a

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visitar, a qué eventos vas a acudir o que vas a organizar para disfrute de tus amigos del Choripan Club. Esperamos que esta energía positiva que te caracteriza te acompañe siempre. Por nuestra parte, agradecerte, entre otras cosas, estos relatos que nos hacen viajar contigo de los que esperamos poder seguir disfrutando mientras dure este viaje. ¡Te queremos! Mari y Dani

Juanma ¡Felicidades Mariana! Medio siglo ya y si no 50, quizá sí 25 o 30 años viajando intensamente: descubriendo, sintiendo, asombrándote, ilusionándote y por qué no también quizá decepcionándote... Siempre hay motivos para iniciar una nueva ruta ¿verdad?. Pero recuerda: el nuestro es el trayecto que nunca, nadie, podrá seguir con una guía. El mejor viaje. Que el editor, sea quien sea, ponga la última página. Y mientras tanto, sigamos disfutándolo: en una terraza, a kilómetros de aquí, sobre la arena de cualquier playa, en un libro, con un abrazo. Muchos besos. Juanma.

Martin y Karin (desde Israel) Querida Mariana: Dicen que viajando se fortalece el corazón y quien más que vos puede dar cuenta de ello. Tus relatos de viaje, tienen ese don especial de ser saboreados de un modo que dan ganas de zambullirse junto a vos en cada una de las aventuras, paisajes, historias de personajes, pintados con consejos, datos y recortes y comentarios que solo vos sabes hacer. En estos años pudimos compartir parte de este otro «gran viaje» que nos une y nos mantiene con lazos a través del universo. Te deseamos que sigas disfrutando de lo que te gusta hacer y que podamos acompañarte en alguna de las próximas aventuras. ¡Te queremos mucho y felices primeros 50! Marto y Karin

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Alicia Calvillo Los amigos son como el buen vino, envejecen bien pero hay que tener fe en la amistad para poder comprobarlo. Tuve que despegar muchas etiquetas inútiles antes de descubrir a mi verdadera Mariana, y aunque fuera maravillosa la coincidencia de compartir la misma pasión por la lectura, los viajes, la música, y los paseos en bicis hasta playa no es nada comparado con el placer de compartirlo juntas. Per molts anys!

Rosa Costas Mariana. ¡Mariana! ¿Mariana? Dicen que este nombre representa a una mujer sencilla, a la que no le gusta llamar la atención. Tampoco puede estar parada y necesita siempre tener cosas que hacer. Le gusta hacer nuevos amigos y es muy social y abierta. Es amable y afectuosa. Tiene una gran fuerza de voluntad y cumple con lo que se propone aunque necesite mucho esfuerzo para conseguirlo. Es trabajadora y gusta del trabajo bien hecho. En el amor es afectiva y le gusta estar en pareja estable. También corresponde a una persona carismática, sensible y amigable, con un sentido del humor rápido y sencillo. De gustos variados y excelente para organizar y ejecutar cualquier tipo de plan. ¡¡Qué nombre más acertado y cómo me gusta que complemente con Rosa!!

Vicenç Monsonís Ufff, no sé, puede que sí, seguramente ya tendré la contestación, debería mirarlo, pero… estoy cansada, un poco más, a ver si me vuelvo a dormir… oh, qué frío, me arrimaré un poco a él, roncar no ronca, pero ¡cómo respira! Ya lo dijo, andaba cansado, día largo para poder terminar, cliente contento y vuelta a casa, pero claro, hora de llegada, tarde, en fin… ¿y si ya me ha escrito? Con la diferencia horaria es posible, he de mirar el correo, se trata de no hacer ruido, tengo frío, mantita ¿dónde estará?, no la encuentro… bien, esto me servirá, no es exactamente la que buscaba, pero me abrigará lo suficiente. Habitación, pasillo, el ordenador sigue en marcha, lo llevaré al sofá, ummm un poco de zumo, en la nevera hay, comedor, pasillo, cocina, buf cómo huele, hay algo que huele, será esto,

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he de tirarlo, ya lo tiraré, no, no, ¡lo tiro ya! Vaso, zumo, qué agradable, ese frescor, deslizándose, abriendo, activando de dentro a fuera, cocina, pasillo, comedor, pantalla deslumbrante, estridente, hiriente, mail, bandeja de entrada, tengo contestación, ¡genial! Pero... le falta... LAREPUTAMADREQUETEREMILPARIO !!!!!

Cristina Felices cincuenta, Mariana. Y todos los que vengan. Un abrazo.

Cèlia i Ramon Nos conocimos una tarde de otoño del 2015, en la primera sesión de nuestro recién inaugurado club de lectura. En aquel encuentro nos quedamos algo descolocados ante las contradicciones que te acompañaban: argentina, psicóloga… ¡tímida y discreta en público! Se sucedieron los encuentros en el club hasta llegar al primer asado, una magnífica noche de verano en tu terraza con vistas a las estrellas. El amor por la literatura dio paso a la pasión por los viajes lejanos y exóticos, y a la profusión de coincidencias entre nosotras: un día de diferencia en nuestro cumpleaños, esa noble profesión de traductoras (a la que ocasionalmente añadimos el tan desagradecido oficio de correctoras) y la hermosa afición por el piano. Este grado de sincronía generó los celos de Ramon, que también exigía formar parte de ese mundo de casualidades. Como por arte de magia, y en pro de nuestro equilibrio cósmico, le surgió un semejante: otro sujeto informático, de la misma universidad, nacido un día más tarde. Tu indómito tesón nos condujo a la inolvidable aventura africana, que acabamos perfilando entre pláticas, buena mesa y, sobre todo, abundantes tintos. Conocedores de tus dotes para las lenguas, esperábamos ansiosos una demostración de afrikáans en tierras australes, pero nos sorprendiste con el teu català ante la compañía ocasional de unos singulares trotamundos alicantinos. Han transcurrido varios años, casi un lustro, que han dado lugar a memorables encuentros alrededor de un asado, cantando con timidez y bailando con desenfreno, hasta que Morfeo hace acto de presencia y te entregas irremediablemente a él.

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Hoy podemos aventurar que el futuro contigo no será aburrido, ‒se turnarán la seriedad y la locura, risas imprevisibles y preocupaciones, mundanas, reflexiones adultas e ilusiones infantiles‒, porque, a tu lado, la normalidad no existe, es una entelequia estéril, y ello te convierte en una amiga muy especial. ¡Un asado! Perdón… queríamos decir ¡un abrazo! ¡¡Y FELICES 50!! Ramon y Cèlia

Beatriz Viol Querida Mariana: ¡Muchas felicidades! Me alegro de formar parte de este libro y de alguno de tus viajes. Ojalá podamos seguir compartiendo aventuras tan bonitas como las que llevamos hasta ahora: recitales, piano, cenitas, vinitos, análisis políticos, playa, bici y mucho más que llegará. ¡Abrazos grandes y que siga la aventura!

Noelia Moreno Gracias Mariana por tus maravillosos escritos, que me han llevado de la mano a ese lugar donde nunca he estado. Siempre he sacado un ratito que dedicarle a la lectura de tu última crónica, sobre todo para poder contemplar la última puesta de sol. De mayor quiero viajar como tú. ¡¡¡¡Felices 50!!!! El camino es la fuente, el tesoro, la riqueza, decía Kapuscinski. Un fuerte abrazo, Noelia

Irene Martos (desde Viena) Querida Mariana. ¡Muchísimas felicidades guapa! Has cumplido años en estos momentos históricos! Seguramente, en un año normal, ya estarías montada en un avión, en una canoa o en un taxi en la conchinchina, con serias dificultades para comunicarte con el chófer que no habla ni papa de inglés! Pero este año la vida te ha regalado la oportunidad de celebrarlo con SALUD y rodeada de muchos de los tuyos. ¡¡Viajar es una de las aficiones que tenemos en común!! Esa inquietud

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por descubrir y experimentar es algo increíble! También compartimos el disfrute ante una buena copa de vino y si es en buena compañía, mucho mejor. Lo que me recuerda que ya nos toca vernos y brindar especialmente por tí y por otros 50 más rebosantes de felicidad y aventuras. ¡Un abrazo fuerte y hasta pronto! Desde Viena con amor... Irene

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Participaron en este libro De un lado del océano: Marcela/ Gaby, Dani, Lucas y Leo/ Estela/ Tía Alicia/Tío Dude/Orly, Daniel y Camila/ Ariel, Marcela, Azul y Shaiel/ Laura, Miguel y Emilio/ Florencia/ Claudio/ Javier, Deby, María, Patri, Marce, Vero, Adriana/ Karina y Adrián. Del otro lado del océano: David/ Celia y Ramón/ Victoria y Eduardo/ Natalia y Paul/ Lucas/ María y Fabio/ Jordi/ Mari y Dani/ Juanma/ Cecilia/ Magda/ Mechu/ Rosa y Vicenç/ Roberto y Dylan/ Fran y Asun/ Cristina/ Martín y Karin/ Beatriz/ Noelia/ Irene.



Mariana planea los viajes con lujo de detalles, como si el viaje fuera un objeto de estudio y ella una rigurosa científica que lo examina, analiza, planifica, experimenta y concluye en hermosas crónicas. La vida es un viaje, literal y metafóricamente hablando. Porque viajamos en el tiempo, desde nuestro inicio a nuestro fin. Y porque en este viaje de la vida tenemos hermosos compañeros, como Mariana, que hacen que nuestro efímero y fugaz recorrido por el universo tenga más sentido.


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