Cuerpo sin órganos

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CUERPO SIN ORGANOS

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/MANIFESTO - espacio// CONVERSACIÓN-experimento CUERPO SIN ÓRGANOS Guatemala, 21 de septiembre 2016 *Imágenes Camila Fernández


¿Y SI CON LA ANGUSTIA SE EXCITA LA IMAGINACIÓN DE LAS MANOS? «Escúchame entonces El ciego toca la pared, la frota con sus dedos a veces por aquí a veces por allá. Hinchazón palpitante, su imaginación se desborda. Un ciego de nacimiento y sus imaginaciones deambulan en el límite del sueño, se hayan dando vueltas y vueltas hasta perforar la superficie. Los sueños del ciego son un concepto para el que mira. Mudez. La fuerza de un estremecimiento y la lengua tiembla. Tiembla la carne y se despoja de sí misma en cada gemido sordo. Puja la carne su consistencia a la deriva, volátil en el flujo de la transformación amorfa. La carne en el flujo. Lo que fluye es la carne. Entre agujeros zurcidos con siluetas humeantes. Está aquí, es indudable, es visible, lo veo, es divisible, lo veo por partes, es invisible, hay partes de él que nunca he visto, que nunca veré. El cuerpo es como la vida, un concepto nuevo. Antes, pura imposibilidad de nombrarlo. Antes, se le conjuraba sin exigirle un conjunto. El cuerpo me antecede, es lugares antes de la presencia, espacios concretos antes del escurridizo y lamentable contorno que distingue un cuerpo de los otros a través de la palabra. El cuerpo, el lugar utópico, la fantasía de lo abstracto. Si es posible distinguirlo entre las formas que lo sondean, lo rodean, lo merodean, lo moldean, es porque nos arriesgamos nom-

con todo tu cuerpo.»

Agua Viva Clarice Lispector brando lo que no conocemos. Donde nos ponemos para estar en otro lado, donde nos dejamos estar para no estar; revienta el objeto en contenido abstracto, las adivinanzas son de carne hábil, el olor de la boca es un jardín que escapa de las manos.

Vemos al cuerpo, lo vemos indudablemente afuera, como al dedo. Encorvo mis manos de la misma forma que me encorvo en las tuyas. Me encojo en mi cuerpo, cojo mi cuerpo, cojo con mi cuerpo y me muevo, lo remuevo, lo cambio, vago en él; y ni los fantasmas cotidianos, con sus poderes de invisibilidad, de vuelo y de traspaso, alcanzan a penetrar sus lugares fantasmas. Perpetuamente expuesto, sobrevolado. Y nadie puede presenciar el florecimiento de una vulva, aún hoy, habrán colchones que absorban las ganas y paredes que encienden el grito del primer orgasmo. ¿Y si con la angustia se excita la imaginación de las manos? Escribir, nombrar, descartografiar y vomitar. No sé más de mi cuerpo que lo que sé del fondo del mar. Es inimaginable y a la vez tangible, precioso, propenso a heridas, a desgarraduras, a desmembramientos. ¿Cómo decirmos más que lamermos?

Se inventan convulsivamente caminos sin trazos, sin normas. Órganos intangibles se reproducen. Plegarias a la sordera, oraciones a la entrepierna, no hay abismos. Me doy cuenta de que el cuerpo se me escapa. Quiere escaparse de su fonación, de la impregnación articulada que se arruga entre la carne elástica. El cuerpo se escapa con el aire que pasa entre los dientes. Es una palabra vacía que avanza hacía el futuro, en ruinas, que se mezcla con el polvo del sueño. Siempre más allá de lo polifónico, entonado desde antes de nacer por los gemidos clarividentes de las cortinas. Espacios encarnados, habitaciones nunca visitadas en las que expira la hora de visita y quedan así, nunca consoladas, nunca descubiertas, nunca imaginadas. Los suspiros en cada ambiente del cuerpo, los flujos, los fenómenos, las acrobacias, buscan su propio recorrido, sus propias líneas de fuga y sus propios deseos sin sentido en los que abismarse, entre los cuales desmenuzarse. Los nervios quieren dejarse mecer por el pulso del sudor. La cabeza y sobre ella, la cara, indistinguibles entre los rastros de la risa entre los puentes vibrantes de la sangre. Santuarios estragados, laberintos palpitantes. Contemplemos al cuerpo convertido en puntos inconexos, imposibles de esterilizar. Sintamos al cuerpo inseminar con todas sus células, sintámoslo perderse de sí mismo. Penetremos a lo imposible, penetrémoslo por delante y por atrás, a ver a dónde nos lleva. El

gemido rebota entre los vacíos del cuerpo. Gestos nuevos, diminutas transformaciones constantes celebrando ceremonias, encuentros, rituales de huída. En los lugares sin lugar entre las cejas, en el vuelo de la mirada y de las cosquillas, en las convulsiones de los huesos entre la carne y en las acrobacias de la carne sobre los huesos. El abrazo usa los hilos de las manos para tejer un instante mientras algo más también se entreteje, se traza, se tuerce y las palabras desean y los pensamientos tienen sus conversaciones y los dos ojos se hacen uno y la lengua inunda a la boca con el afuera. Anagramas que hace el cuerpo con uno, y leyéndolos uno se da cuenta de que no es uno, nunca ha sido, nunca será. Antes, antes, antes carne vibrante, carne transparente, carne luminosa y encendida, carne que todo lo devoraba, carne siempre irreconocible, más allá de las hormas y los nombres, más allá de ella misma y más acá, mucho más acá. Carne que retorcía las formas de nuevas constelaciones, de nuevos mapas sin direcciones. Carne ablandada, sin habladurías, sin ataduras, sin espejos. Carne alivianada que no desea nada, que tiene nada. Carne más blanda, mucho más blanda que la lengua, mucho más blanda que el desvelo. Sin velos, pura carne, pura masa, pura cosa. Cosa enmudecía de gemidos telepáticos. (Antes del cuerpo) ¿Y si con la angustia se excita la imaginación de las manos? por Camila Fernández


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