Revista Dupin nº 2

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Nº 2 · Año 0 · Noviembre 2014

Dupin. Revista de libre interdisciplinariedad por Manu Ibáñez se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.


Dupin. Revista de libre interdisciplinariedad Nº 2 · Año 0 · Noviembre 2014 revistadupin.blogspot.com revistadupin@gmail.com

Dirección y edición Manu Ibáñez ibanhez7.wix.com/manuibanez

Foto de portada Martin Luther King saluda, desde el Monumento a Lincoln, a los cientos de miles de participantes en la Marcha sobre Washington por el trabajo y la libertad el 28 de agosto de 1963, día en el que pronunció su inolvidable discurso I have a dream. Fuente: genius.com

Dupin. Revista de libre interdisciplinariedad por Manu Ibáñez se distribuye bajo una Licencia Creative Commons AtribuciónNoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.

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ÍNDICE El PC del monasterio Jesús Tíscar Jandra

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Cuelgo los hábitos Irene Bueno

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Ella Manu Ibáñez

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Dreammakers. Soñando alto Xabier Ayerra (Akari Films)

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Aquellos maravillosos años Eva Blake

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Adioses Lucas Durán

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Completa con tu verso o estrofa Manu Ibáñez

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1. Océano mar & 2. Cíclico Rocío Mendoza

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El olivo El Fisioterapoeta, Esteve Bosch de Jaureguízar

24

La espera Pablo Castro

27

Eran hojas Sr. de V

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y todo aquello que derrame tu cerebro extasiado

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POEMAS ARTÍCULOS CUENTOS DIBUJOS VÍDEOS


EL PC DEL MONASTERIO L

Jesús Tíscar Jandra

a noche de San Juan,

mientras en la playa frente al monasterio fornican

fornican decenas de parejas fornican fornican sobre las rocas bajo la arena entre las olas fornican fornican como centollos en confusión de patas como almejas en comunión de babas y sedimentos fornican fornican falos como peces gordos fornican fornican vaginas como corales ácidos fornican fornican, desnudo y solo en la oscuridad de la biblioteca opaca, el hermano Cristóbal pulsa por fin la tecla «enter». Lo hace con una violencia desesperada, que él cree fortaleza de ánimo, tras muchos meses replegando y apartando el dedo índice en el último momento y corriendo después a refugiarse, espantado, en su celda. Cierra los ojos con fuerza. En la barra de direcciones ha vuelto a escribir con rapidez www. misanegra.com. A decir verdad, el hermano Cristóbal no está del todo solo ni desnudo. Le acompaña la imagen a tamaño natural de una Dolorosa, a cuyo rostro de talco y perlas llega débilmente el resplandor blanco de la pantalla del ordenador, refulgiendo en la penumbra como un fantasma que llora. Lleva puesta el hermano Cristóbal la estola verde del padre Uceda, cuyos extremos reposan y se cruzan pudorosamente sobre su sexo blando y grande. Abre los ojos con lentitud temerosa. La página web solicitada tarda en venir al único PC del monasterio. Vuelve a cerrarlos. El fraile, en el silencio, puede oír perfectamente a los fornicadores de la playa frente al monasterio fornicando fornicando ya apagadas las hogueras consumidas las sardinas asadas apurado todo el vino y

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ahora fornicando fornicando en una danza horizontal fornicando fornicando quién sabe si vertical fornicando fornicando quién sabe si en ángulo recto fornicando fornicando de mil maneras en la oscuridad que trae el mar a la costa llena de orificios fornicando fornicando de orificios llenos y empachados soliviantados rasgados de fornicación y fornicando fornicando sin parar de fornicar, suspira con temblor. Abre los ojos de golpe y los clava en los pixeles como dos dardos repentinos. «No se puede encontrar www.misanegra.com». El hermano Cristóbal emite un jadeo como un quejido que el polvo y las arañas y los miles de millones de letras de la biblioteca absorben. Sale de internet y, tras atravesar puertas y descender escaleras sigilosas, sale también del monasterio, aún vestido con la estola verde del padre Uceda. Se dirige hacia la playa caminando lentamente en la oscuridad, sobre guijarrillos que crujen alegres como demonios. Cuando sus pies descalzos tocan por fin la arena, impregnada contagiada maldita puerca de flujos y de sudor de los fornicadores de la noche de San Juan de cada noche de San Juan frente al monasterio las mismas almas fornicadoras el mismo tormento imaginado perdiéndose en el lodo de sal y tierra y agua chapoteando sus vaginas llenas de caldo y el aire fustigado por los aullidos de placer y de dolor de los sodomitas fornicadores por los llantos y goces de las niñas vírgenes fornicadas por la berrea de los machos que gatean con el bálano pegoteado de arena húmeda seminal sangrante de tanta fornicación, el pecado le sube por las piernas y el hermano Cristóbal se detiene y se arrodilla de golpe. Al amanecer lo encuentran unos bañistas que no conciben tanta tragedia en sus tranquilos días de descanso y que se santiguan escandalizados ante la erección lívida del cadáver. En el monasterio prefieren no saber lo que les cuentan las autoridades. Que el hermano Cristóbal murió la noche de San Juan a causa de una ingestión masiva de arena de playa. Para los hermanos es mejor, mucho más natural, el infarto o la locura, y se limitan, por orden expresa del abad, a llamar a un técnico que formatee el disco duro del ordenador de la biblioteca. Un hermano que entiende algo de informática asegura e incluso jura por Dios que eso se puede hacer. Y que el aparato volverá a quedar tan limpio como cuando lo trajeron. Será como si el padre Uceda lo bendijese. Así sea.

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¿Todos los hombres el hombre? Ojalá, pero espero que al mismo tiempo el hombre sea todos los hombres, porque tampoco pienso en un modelo unilateral. ¿Te imaginas? Un mundo en el que todos fuéramos iguales... Que el individuo se salve, si no, la vida no tiene sentido.”

Julio Cortázar

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CUELGO LOS HÁBITOS Y

Irene Bueno

no tanto colgarlos, sino arrojarlos a esa esquina que quedará desordenada hasta mañana. Hoy es contigo. Hoy no soy. Hoy es… digamos que noche de luna llena. No has tardado mucho en llegar. Me gusta cuando

obedeces. Contigo siempre prima la voluntad, por eso estás aquí. Sabes que no me gusta decirte cosas bonitas, me sale forzado y al final siempre te arrepientes de pedírmelo, así que iré al grano. Hoy no estás aquí para ser simpático, ni para hacerme sentir especial. Hoy estás aquí porque lo necesitas y porque lo necesito. Y buscar cualquier otra excusa con palabras planeadas sólo cubrirá con prejuicios de principiantes lo que todos saben desde que se descubrió que la manzana que mordió Adán era roja. Hablemos de no hablar. Permíteme ese lujo de callarte con mi mano. Hoy ha sido un día duro, ¿me dejas descansar en ti? ¿Prometes no pedirme nada más que la nada que queda detrás de mi piel? Porque de verdad que como me obligues a utilizar la cabeza puede que emigre de un salto a cualquier otro hombre sin contar con tu permiso… Perdona, no quería que sonara a amenaza. Quería todo lo contrario. Quería dejar de luchar por hoy. No entiendo por qué me dejas seguir hablando todavía. ¿Sonríes? Buscas hacerme rabiar, ¿verdad? Pero si sabes que con ese hoyuelo se me olvida que tengo carácter. Ya me he acordado del alcohol, ¿será que empiezo a sentirme cómoda? Toma, tu copa de siempre. No sabes todas las cosas que me han pasado desde la última vez que nos vimos. Me he imaginado contándotelas a menudo, creando tus reacciones desde mis ganas más primarias y vergonzantes,

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haciendo que bailes para mí como si estuvieras hecho de lo que yo desecho, recreando de mil maneras distintas ese momento perfecto que ya vivimos pero que no pudimos quedarnos. He compartido contigo ya todo lo que importa, aunque tú no te hayas enterado, así que ahora no quiero hablar más. ¿Que no te parece justo? ¿Ahora quieres saber qué pasa por mi vida? No sé, quizás me equivoqué contigo, pensaba que sabrías reconocer el piropo. No has estado, pero estás ahora. Y ahora soy más yo que en ninguna de mis otras vidas. Si no me crees, mira esa esquina. Eso que ves son los hábitos que me han vestido estos días. Esos son también los hábitos con los que he vestido mi día a día todo este tiempo. Esta vez se quedan fuera. Ya no los soportaba ni un segundo más. Me he deshecho de ellos justo antes de llamarte, para no manchar tu voz con la vulgar cotidianeidad que me rodea desde la última vez que nos vimos. Para ti reservo el último rincón salvaje que me queda. Ni hábitos, ni preguntas, ni temores. Nada. Nada mancha el instinto que me hace traerte hasta mi casa. Tú callas y me dejas hablar. Sé que te gusta oírme divagar. Para ti esto es un juego que despierta tu curiosidad, porque aún no sabes quién es el gato y quién el ratón y eso te divierte. Y, mientras tanto, me dejas hablar. Y me dejas hacer. Sabes que tengo cada gesto medido para que quede bien desde ese sofá desde el que miras con tu sonrisa que tan nerviosa me pone. Y acepto tu reto. Acepto ser dirigida hasta donde no sepa volver con el mismo orgullo con el que fui. Acepto renunciar a mi personalidad por unas horas, para dejar que la tuya me envuelva en todos los sentidos posibles. Acepto permitirme ese vacío que tan bien sabes llenar. Acepto dejar a las manos ser manos. Acepto dejar a la boca ser boca. Dejar a los ojos mirar, a las piernas agarrar, al corazón trotar y a la mente disfrutar. Acepto que hoy sea día de puro recreo. De jugar los dos sin más reglas que las de la naturaleza. De olvidar juntos que no podremos quedarnos esto para siempre y que mañana volveré a ser esa mujer de buenos hábitos que he aprendido a ser, aunque luzcan más arrugados después de esta noche.

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ELLA

Manu Ibáñez

A

hí estaba, delante de mí, apoyando sus formas perfectas sobre el cojín de la silla. Hacía ya bastante tiempo –seis meses y diecisiete días– que no la observaba tan de cerca. Muchas veces, durante noctámbulas tardes encenizadas y normalmente lluviosas, sí que

había pasado los ojos por ella, pero negligente por temor a una recaída. No obstante, siempre fue una dejadez impuesta, como tirante. Aún suelo preguntarme el porqué, puesto que fui yo quien decidí, sin presiones, apartarme, igual que había sido yo quien había decidido regresar, y determiné que quizá la respuesta, no en lo referente a esta relación, sino a todas, esté en el inevitable deseo de retorno a lo no restituido, no tanto en la naturaleza de las decisiones. No despegaba los ojos de ella porque intentaba un acaso de redención –tal es el precio del retorno–, aunque en realidad no me sentía culpable. Pero supongo que era incapaz de evitarlo. Que soy incapaz de evitarlo. Con ella. Puede pasar, lo he visto muchas veces, que los amores se distancien con el tiempo. Yo me había distanciado, en efecto, de ella, pero no significaba que la hubiera olvidado. Eso me obligué a no tener que decir durante aquellas tardes noctámbulas, encenizadas y normalmente lluviosas. Eso era lo que quería decir ahora. Ahí estaba, delante de mí, y al pensarlo fui consciente de que había ansiado y echado de menos deslizar los dedos por su silueta y ligar su tacto al mío, de que ahora ansiaba y echaba de menos sentir cómo mis manos se adaptaban a sus curvas y que vibraran cuando ella vibrara. Añoraba tocarla y sentirme seguro con ella, que ella se sintiera segura conmigo. Ahí estaba entonces, y entonces creía y ahora creo que en realidad nunca había dejado de ahí estar.

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Salí con ella a la calle y me embebí en la agradable sensación, a tientas dibujada ya por la memoria, de respirar la noche juntos. Sí recordaba fielmente, puede que por aquello de que lo efímero es, por naturaleza, sinónimo de intenso, que nuestros paseos solían ser muy cortos, al igual que este lo fue. Por ende, cada segundo transcurrido lo sentí con la trascendencia que tiene un suspiro hondo en el pecho. Yo la protegía y ella me protegía a mí. Amor verdadero. La ruta llegó a su fin y me dispuse a seguir las indicaciones facilitadas. Efectivamente, la puerta que daba paso al interior del número N de la calle C no tenía la llave echada. Una vez dentro, me guié en la quietud penumbrosa según el plano grabado ya en mi cabeza. El comedor, a la derecha, el patio, a la izquierda, las escaleras, al frente. Llegué al final de estas y fui tocando los pomos de las puertas del pasillo. Una, dos, tres y a la cuarta no había pomo. Entornada, según lo hablado. La persiana estaba a medio bajar y se mezclaba la luz de las farolas que silueteaba al individuo dormido con los surcos de las sábanas blancas e inmaculadas. Las palpitaciones contenidas se acumularon y aceleraron su ritmo. Sentí presión en el cuello y en las sienes. Noté que ella se estimuló también. Le susurré que había llegado su momento, que era nuestro, la saqué del bolsillo de mi chaqueta, ligué su tacto al mío, sentí cómo mis manos se adaptaron a las curvas de su cuerpo y accioné tres veces su gatillo.

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DREAMMAKERS SOÑANDO ALTO Xabier Ayerra (Akari Films)

Aún recuerdo la cara que puse

tiempo realizando y darme a conocer en el

cuando me ofrecieron participar en el

mundo audiovisual a través de un trabajo

proyecto Dreammakers. Ocho canciones,

riguroso que nos quita horas de sueño, pero

ocho videoclips y cada uno de ellos

que nos aporta una gran satisfacción y un

lanzado a las redes cada quince días.

aprendizaje continuo.

Imposible, pensé, pero como todo en esta vida si no lo intentas nunca sabrás hasta dónde puedes llegar y, mira por donde, estamos llegando a buen puerto.

Dreammakers ya ha pasado el ecuador del proyecto y nos encontramos en la recta final. Siete de los ocho vídeos han visto ya la luz y todo marcha como

Mi amigo y compañero de timón

un engranaje bien engrasado. Vemos con

en esta odisea es Moisés Berdonces, más

anhelo el final de este túnel, pero no sólo

conocido en el mundo del hip hop navarro

por acabar un proyecto de más de un año

como Moisés No Duerme, del grupo Raperos

de duración, sino por la sensación de haber

de Emaús. El ‘padre’ de Dreammakers. Él se

realizado algo inédito en Pamplona que

encargaría de producir ocho instrumentales

no ha dejado indiferente a nadie. Damos

y repartirlas entre la gente de su entorno

las gracias por ese calor.

que más le gustaba para que cada uno de ellos hiciese una canción inédita. Un servidor, aparte de contar con una de las canciones del proyecto, se encargaría, bajo el nombre de Akari Films, de rodar un videoclip para cada canción y darle a cada letra su reflejo audiovisual.

Dreammakers ha salido adelante gracias al trabajo de todos aquellos que han participado con su música en este proyecto. A ellos les dedicamos esta aventura y no podemos estar más agradecidos de haber contado con su participación. Gracias a todos.

Akari Films es el resultado de varios años haciendo diferentes vídeos para muy diversos proyectos. En Dreammakers vi una ventana clara para decidir ponerle un nombre a la actividad que llevaba tanto

No cerramos la puerta a una posible segunda entrega, ya que nos hemos enseñado a nosotros mismos hasta dónde podemos llegar. Paladearemos el momento

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de subir el último vídeo a las redes sociales

Como decía hace poco mi pareja:

orgullosos de nuestro trabajo y sabiendo,

“¿Quién será el siguiente en aparecer en

sobre todo, que estamos ya descendiendo

Dreammakers? La cerveza está fría en el

por la otra ladera lo que parecía una

frigo”. Creo que esta frase inocente resume

montaña imposible de superar. Gracias de

muy bien el fondo de este proyecto:

nuevo a nuestros ‘sherpas’.

colaboración, amistad, trabajo y sobre

Qué decir de Moisés, la cabeza

todo buena convivencia entre todos, que,

pensante, la idea en persona. Seguramente

al fin y al cabo, es lo que más me interesa.

sin este proyecto Akari Films no habría

Gracias a vosotros, lectores, por

nacido con tanta fuerza. A él le dedico

querer conocer un poquito más sobre estos

mis últimas palabras de agradecimiento y

navarros colgados. Seréis bien acogidos en

espero que hayamos arrancado el vehículo

nuestro canal de Youtube y en Facebook.

para los proyectos venideros que están a lo largo de la carretera.

Las cervezas para cuando queráis. Están bien fresquitas esperándoos.

Sigue los pasos de Dreammakers y de Akari Films en las redes sociales:

Dreammakers Akari Films Akari Films

Y disfruta aquí mismo con uno de los vídeos de Dreammakers:

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MĂĄs viĂąetas e ilustraciones de Eva Blake en

evablake.wordpress.com 14


¡¡Y también en inglés!!

evablakeenglish.wordpress.com 15


ADIOSES

Lucas Durán

–…Y llegué a la estación media hora tarde. Y ya no estaba. –¿Se fue? –Como un rayo luminoso

como una mirada, como el fuego que consume la paja antes de dar con qué apagarla. Se había ido o no llegó nunca, y nadie pretendió jamás buscarla, pues lo que se pierde baja rápido el río, hasta caer por las cornisas del agua, –¿Qué harás entonces? –Construir rápido un puente,

con pilares tempranos y prisa descalza, y aprender que a la luz es fácil tocarla, pero ay de ti si la adicción te corroe, si olvidas tu tedio y la luz mortecina, las horas lentas, las noches largas, las esquinas de tu cuarto, insomnes, trazando la invisible telaraña con ángulos rectos, cortados en silencio mientras los segundos se derraman. Hay quien implora una cura, hay quien solicita una bala. –¿Por qué dices eso, hermano? –Cállate, hermano, calla. Bebamos hasta el fondo. Nos vamos hoy. –¿No estaremos aquí mañana? –Nada nos retine aquí ya. Nos volvemos al camino. Vagaremos como fantasmas.

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COMPLETA VERSO ESTROFA MANU IBÁÑEZ

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No recuerdo ni el mes, ni el día, ni la hora. Tampoco la línea de metro. El año, sí, 2011. O puede que 2012. No, no sabría decirlo. Antes me preguntaba muchas veces acerca de la extraña precisión selectiva en los recuerdos. Y digo antes porque ya no. Ya menos, mejor dicho. Quizá porque no importa, ese tipo de detalles no importa, ni el mecanismo de selección del cerebro, ni el mes, el día, la hora, la línea de metro y el año, no importa el adorno. Pero ocurrió en un metro, sí. La ciudad era Madrid, de eso no tengo duda. Madrid, de la que me despedí sin haber llegado el momento, con la constante añoranza despechada que las despedidas antes de tiempo suponen, Madrid, la que me ha seguido esperando, la que aún me espera. Y ocurrió, en esa línea de metro que no recuerdo y que no importa recordar, que vi, pegado en la pared, un folio que contenía un fragmento de un libro. Me llamó la atención, sin más, y lo leí, desde luego. Aquello se repitió más días, en los que los fragmentos fueron cambiando. Encontré poemas, párrafos de otros cuentos, dibujos que representaban la escena. Los leí siempre. Y no recuerdo a la gente sentada, ni a la que estaba de pie. No recuerdo si había gente. Se me ocurrió la idea de hacer yo lo mismo, pero con mis propios textos, que esa gente que no importa si estaba sentada o de pie, o si estaba, supiera quién es María, la camarera, por qué le gusta vestirse como Jane Fonda y qué relación tiene con Ventura Castro Fonseca, por qué Pedro, El carpintero, permanece horas observando con los ojos extraviados un punto concreto de una pared o quién molesta a El escritor de madrugada, golpeando sin cesar la puerta de su piso. Pero no llegué a hacerlo, y por eso probablemente TÚ no sepas de quiénes estoy hablando. No llegué a hacerlo entonces, pero sí ahora. No fue en Madrid, ni tampoco fueron fragmentos de mis textos, pero mantuve la esencia. El pasado 7 de octubre recorrí las calles de Jaén pegando en marquesinas, farolas, fachadas y algunos locales unos folios con el lema Completa tu verso o estrofa que contenían una estrofa original y espacio en blanco para que el que decidiera dejar fluir el aroma de sus pensamientos en forma de remolinos de arcoíris, cogiera un bolígrafo y rellenara el hueco. El experimento tuvo éxito en Señora Ciempiés Sala de Estar y en Café Jaén, y los resultados, respectivamente, fueron los que siguen en las siguientes páginas:

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COMPLETA CON TU VERSO O ESTROFA Coge lápiz o bolígrafo (el papel te lo doy yo) y aporta tu verso o tu estrofa para completar un

poema a partir del inicio que te propongo. Me relamo con tan sólo imaginar lo que puede salir de aquí.

ibanhez7.wix.com/manuibanez Durante trances no periódicos y casi huraños como sobresaltos en piedras de frondosidad intermitente fruto de ciertas páginas desinhibidas me da por arrancar las chinchetas de los muros y observar los rectángulos sin ensuciar que obstruían los pósteres demasiado cuadriculados.

En esta noche estrellada y el valle lleno de hierbas frondosas flores hermosas pueblan la espalda de Ana. Aniuve la llaman en su ciudad , así me llaman y no hay vuelta atrás durante los trances y sobresaltos con los que se empezaba, así sigo, pero no. No acaba, nos vemos en la próxima, en los pósters, en los semáforos, donde sea, o en tu casa, aquí . CIEMPIÉS.

Posdata Lo mío era un poema y lo de Ana… una carta! Aniuve

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COMPLETA CON TU VERSO O ESTROFA Coge lápiz o bolígrafo (el papel te lo doy yo) y aporta tu verso o tu estrofa para completar un

poema a partir del inicio que te propongo. Me relamo con tan sólo imaginar lo que puede salir de aquí.

ibanhez7.wix.com/manuibanez Durante trances no periódicos y casi huraños como sobresaltos en piedras de frondosidad intermitente fruto de ciertas páginas desinhibidas me da por arrancar las chinchetas de los muros y observar los rectángulos sin ensuciar que obstruían los pósteres demasiado cuadriculados.

Guardando en un cajón las fotos de lo que solo dejo en la memoria.

Y no encontré un cuchillo

para pelar cerezas con las que enmarcar

el hueco q has dejado en este mundo de nicotina pegajosa,

pero encontré tu cuerpo, y las cerezas quedaron en el olvido…

y lo de las cerezas da pereza porque nada rima con …ón.

Y hay orugas en el salón.

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1. OCÉANO MAR

Rocío Mendoza

Cuando te vas, cuando he colgado el teléfono, cuando el silencio. La noche está ahí, la luz aún encendida y las sombras. Estoy tumbada y sin ganas de dormir pensando que ahora que no estás y que tu vida está girando en otra parte, oigo el silencio con el mismo bramido con el que el último hombre sobre la tierra oye un golpe de mar.

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2. CÍCLIC

O

Everyday is like Sunday

Everyday is silent and grey Morrisey

Hay domingos como este en los que no quiero pensar en ti, por eso visito más el campo. Veo el movimiento de las aspas de los molinos de viento en lo alto de la montaña. Veo los coches aparcados a la orilla de la hierba junto al camino, el bosque de pinos haciendo perder la vista del mar. Veo el humo de este cigarrillo y me siento en la mecedora a ver las estaciones pasar en un solo día.

Rocío Mendoza también escribe en

lacafeteradeeinstein.blogspot.com dequehablamoscuandohablamosdelibros.wordpress.com

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EL OLIVO

El Fisioterapoeta, Esteve Bosch de Jaureguízar

Soy olivo, recio, del camino, hecho a base de esfuerzo, de sangre, sudor y labrado, soy olivo y me quieren recortar, soy olivo público y quieren que sea olivo privado.

Pese a épocas muy heladas conseguí crecer, empecé a vestirme en primavera y el final del verano me desnudó, fue el poeta quien me cantó y el cantor quien me hizo poema. Educo, sano y ayudo, pero como no te lucro tú, sí tú, el de la derecha, ves en mí un gran problema.

De tronco retorcido y longevo las fisuras de mi corteza buena prueba dan de ello, de mis frutos sacas buen provecho dime entonces porqué estás tan al acecho y me quieres recortar. Recortar lo que educo, recortar lo que sano, recortar lo que ayudo, ¡no me hables de recortes necesarios!

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Pues soy sólo olivo, aunque si hace falta, me convertiré en corsario y empeñaré cada una de mis perennes hojas antes de toparme con tus tijeras, para hacerte frente, político, mandamás, ¡sanguijuela!.

Mis campesinos siempre bien me han trabajado, recio, del camino, pero tú, sí tú, el de la derecha sólo quieres verme recortado.

El libre viento, incansable, jornada tras jornada, me ha estado moldeando, encinas, quejigos y alcornoques, inseparables, durante el camino, me han acompañado, los padres de tus padres, desde el principio de los tiempos, me han adorado, pero tú, sí tú, ¡el de la derecha!, no pararás hasta haberme recortado.

El día que la Sanidad de mis ramas, la Educación de mi tronco y los Servicios Sociales de mis raíces topen con tus tijeras, yo, como vengo haciendo desde los tiempos más primitivos, seguiré alzándome orgulloso, aunque me hayas malherido, y rasgando mi cansada voz, en un grito esperanzado,

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te recordaré que soy olivo público y que ¡nunca, nunca, nunca!, querré ser olivo privado.

Buscadme un andaluz de Jaén, decidme de un aceitunero altivo al cual le parezca bien que recorten un solo olivo.

Soy público olivo, y gracias a poetas como Don Miguel sangro, lucho y pervivo, pero si he de ser sacrificado, hoy más que nunca, en este escenario, con un poema en cada mano, ¡¡pienso reencarnarme en Elefante Republicano!!

¡¡Escucha y ve al propio Fisioterapoeta recitando El olivo!!

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LA ESPERA

Pablo Castro

Tenía cara de pez, muy pálida, con unos ojos grandes que miraban siempre al limbo, al hablarle los centró un momento, pero en seguida volvían a esconderse, tímidos. –¿Y cómo te llamas? –Me llamo Juan, pero todos me dicen Buba– y volvía a mirar al infinito. El sobrenombre era perfecto, Buba, como cansado, parecía falto de sueño. –¿Sabes? Tu voz me recuerda a la de Germán Coppini, seguro que si cantas es igual. –No sé quién es Germán Coppini– contestó. Ella empezaba a molestarse por la aparente falta de interés que mostraba el hombre pez. Pero la espera se alargaba, y ni siquiera había traído el móvil para distraerse. Y de qué hablar con él, y ahí sentados, con ese olor penetrante, y todo el mundo en silencio. El último en entrar llevaba media hora con el doctor, a saber qué le estaba haciendo ahí dentro, o quizá se conocían, recapacitó, y están hablando de fútbol, o de la familia, o de cualquier otra chorrada. –¿No has escuchado Golpes Bajos?– insistió. –No, no había escuchado el nombre nunca. –Era un grupo de Vigo, en los 80 tuvieron sus momentos. A mí me recuerdan vagamente a Joy Division o algo por el estilo– replicó, temiendo que el tema no le interesara nada y contestara cortante. –No suelo escuchar música española de esa época, me parece que está muy sobrevalorada. Mucha añoranza de tipos calvos y señoras que se creían la hostia de modernas. Creo que muy pocos de todos esos grupos que salieron tenían talento realmente. Al menos esta vez ha entrelazado más de diez palabras, pensó, aunque no estuviera de acuerdo con lo que decía y le desagradara su tono de suficiencia. Encontró un camino que seguir: –¿Y qué música te gusta? –El Metal sobre todo, también un poco la cumbia. –¿La cumbia? –Tengo familia en México, una prima me enseñó a bailarla un poco y ya la he seguido escuchando.– No parecía muy seguro de su confesión, como si sintiera vergüenza de haber confesado aquello. Laura imaginó a su familia mexicana, a un tío gordo, con bigote negro y sonrisa de banquero, de piel tostada, en su rancho repleto de álamos, con su mujer vestida como un señorona de alta casta, y a su prima, guapa y despreocupada, con hierros en los dientes y los muslos también tostados, paciente mientras agarra de las manos a su primo feo y patizambo e intenta que los enormes pies no pisen los suyos, y repite los pasos una y otra vez ante la sonrisa estúpida de su primo alicantino, que se empalma bajo los pantalones y disimula como puede, cada vez más avergonzado y cachondo, imaginando las guarradas que le haría a su propia prima, el baboso. –La cumbia me parece horrible– contestó vengativa, y miró hacia la puerta de la consulta, deseando que el próximo nombre en sonar fuera el suyo.

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ERAN HOJAS T

Sr. de V

an solo llevaba dos días en mi nuevo hogar y ya sentía la necesidad de mis vicios no olvidados. Durante el proceso de emplazamiento mantuve la mente ocupada, pero aquello duró menos de lo previsto. En apenas dos días ya estaba completamente instalado y mi mente comenzó a echar de menos

aquellas sustancias que la mantenían a veces despierta, a veces fuera de toda razón. Así que, con la tranquilidad que producen las obligaciones concluidas, pensé que era buen momento para reencontrarme con mis narcóticas y, casi siempre, placenteras alucinaciones. La decisión estaba tomada. No hay que darle más vueltas. Eso es fácil. Lo difícil era encontrar en aquel lugar, mágico y desconocido, alguien o algo que hiciera llegar esta empresa a buen puerto. No sabía por dónde empezar. Era el nuevo. Si estuviera en cualquier lugar de Europa sabría dónde dirigirme, pero en plena selva era el ser más ignorante en miles de kilómetros. Eso no me desanimó del todo y puse a trabajar mi cerebro ahora que aún podía. Recordé que mientras trasladaba mis escasas pertenencias pude observar que, en una de las cabañas, unos pocos hombres reunidos, unos sentados y otros en pie, bebían en vasos de barro. La calma con que ejecutaban tal tarea, la de beber, me hizo presagiar que aquellos vasitos no estaban llenos de agua precisamente. Eso estaría bien para empezar, pero no había recorrido medio mundo para pillarme una simple y aburrida borrachera. De todos modos, aquel lugar parecía un buen punto de partida para iniciar una aventura. Seguramente, entre aquellos pequeños hombres, habría alguno que sabría cómo saciar mi apetito por viajar sin volver a tomar el maldito avión. Estaba decidido. Creo que aún no había terminado de pensarlo cuando ya bajaba por las escaleras y ponía mis pies descalzos sobre el barro del sendero. Llamar calle a aquello era más que insolente. Por suerte había dejado de llover, al menos de momento, cosa que agradecí, ya que

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apenas me quedaba ropa seca, y eso que tan solo llevaba allí dos días. A pesar de que en aquel lugar no había vehículos ni mucha gente, el ruido de los pájaros, las ranas y lo que demonios fuera que sonaba, hacía que pareciera que me hallara en el centro del mismo Tokio. Jamás pensé que la selva fuera un lugar tan ruidoso. Había caído la noche, no en cambio el calor, y la humedad no refrescaba en absoluto. Como aquello no se extendía más de doscientos metros, pronto encontré lo que buscaba, lo que suponía que era un centro de reunión donde se servían bebidas, un antro en medio de la jungla. Entré y saludé cortésmente a un par de tipos sentados en una mesa a la entrada de aquel tugurio. Apenas movieron la cabeza. Una vez dentro, vi satisfecho que efectivamente era lo que pensaba. No había más música que la que salía distorsionada de un minúsculo televisor. Tampoco había más de diez personas. Me dirigí a la barra y pedí una cerveza. Un tipo moreno con un largo bigote, supongo que el dueño del local, me dijo que no había. Me recomendó “jugos, café o aguas de colores”. Le pregunté si algo de aquello llevaba alcohol. “Solo el agua negra, señor”, me respondió. Así que pedí una. No tardó en servirme, di las gracias y el bigotudo siguió a sus cosas. Las pocas personas que allí había me miraron y cuchichearon. Pensé que no pasarían muchos extranjeros por aquel lugar. No le di mayor importancia. Yo estaba allí cumpliendo una misión que había sido encargada por mi cerebro, así que olí aquella extraña bebida y como no noté ningún aroma desagradable le pegué el primer sorbo. Para mi sorpresa, tenía un sabor bastante dulce, tanto que dudé de que aquello que resbalaba por mi garganta tuviera el más mínimo alcohol. Aunque yo no había recorrido medio mundo… Miraba una por una las caras para decantarme por alguien al que preguntar. Yo quería conseguir algo lo más rápidamente posible e irme a mi casa para empezar a pasármelo bien de verdad. Nadie me convencía realmente. Todos parecían campesinos cansados tomándose un café después de un largo día de trabajo. Seguía bebiendo. De vez en cuando miraba la tele. Aquella música infernal que salía de la pantalla me estaba taladrando la cabeza. Pregunté al señor del bigote si podía bajar un poco el volumen, pero no me hizo caso. Toda la atención que desperté al entrar había desaparecido. Me había vuelto invisible, una de las miles de moscas que infectaba aquel lugar. Mientras tanto, yo bebía y seguía buscando alguna cara que me diera confianza. Tenía la sensación de que la música estaba cada vez

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más alta, y de que era cada vez más horrible. Decidí cambiar mi ubicación, irme al fondo de la sala o cerca de la puerta, cualquier sitio alejado de aquella maldita caja de ruido. Volví a dar un trago y me levanté de mi asiento. Todo se dio la vuelta. Me sentí ligeramente mareado y opté por volver a sentarme. Notaba la garganta muy seca, así que le di un gran buche y acabé con aquella dulce agua negra. El ruido aumentaba, alguien debía haber subido el volumen. No lo soportaba. El sonido estaba demasiado alto y la distorsión lo hacía demasiado desagradable. Pensé que aquello sería la causa de mi mareo. Realmente debía cambiar de lugar si no quería que la cabeza me explotara antes de ver cumplida mi misión. Respiré hondo y me puse en pie. Todo se inclinó hacia la derecha, después hacia la izquierda, y de nuevo hacia la derecha. Como si de un barco en pleno temporal se tratase, intenté llegar a la salida entre tropezones. Todo crecía y luego encogía. El calor iba aumentando y el ruido era tan estridente que casi se podía ver. Quería salir afuera. Más que un deseo, era pura necesidad. Tenía que alejarme de aquello cuanto antes. ¿Qué cojones era eso que había tomado? Aquello no era normal, no estaba borracho, estaba a punto de morir de calor y de ruido. No sé cómo, pero llegué a la puerta. Por fortuna, la mesa donde se encontraban los dos viejos que saludé al entrar estaba vacía. Sin dudarlo, me senté en una de las sillas y noté la brisa en mi cara. El ruido parecía menguar poco a poco. También el mareo. No sé cuánto tiempo estuve allí sentado, pero a cada minuto me encontraba mucho mejor. Cuando me sentí rehecho, decidí que ya estaba bien por hoy. Aquella sensación fue tan desagradable que pensé en posponer mi cometido para otro día. Me levanté despacio y comprobé agradecido que todo se mantenía en su lugar y en su tamaño. Perfecto para regresar a mi nuevo hogar. Durante el breve trayecto, iba recordando todo lo que en apenas un par de horas me había ocurrido. Mi cabeza se llenaba de preguntas mientras pisaba el barro y las hojas del suelo con mis pies desnudos. Era una sensación agradable. Notar el barro frío que ascendía entre los dedos aliviaba un poco el calor que todavía sentía. De repente, di un respingo. Algo me asustó. Una de las miles de hojas pegadas en el suelo se movió extrañamente. Me planté delante de ella y la observé con cuidado. Eso no era una hoja. Era una especie de cucaracha de un tamaño más que considerable. Me alegré de no haberle plantado mi pie descalzo encima. La rodeé y miré mi nueva casa a escasos cincuenta metros. Pensé en la

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ducha que me daría nada más entrar por la puerta. Inicié la marcha y de pronto otra hoja se volvió a mover. Otra cucaracha. Más grande y, por consiguiente, más desagradable. Y yo descalzo. Aceleré el paso y puse más atención por donde pisaba. Intenté no pisar ninguna hoja más por razones evidentes. Otra hoja que se movía. No, eran dos que se movían a la vez. Había miles de hojas ¿Cuántas de ellas serían asquerosos bichos? Quise correr pero el suelo estaba cubierto casi por completo, así que sin querer pisaba alguna de vez en cuando. Noté que se movían bajo mis pies. Saltaba y gritaba como un cobarde, pero realmente daban miedo. Estaba a punto de entrar en pánico. Eran más grandes que ratas, y ya no había diez o quince, había cientos de ellas. Todo el suelo estaba plagado. Ya no había hojas, solo insectos. Insectos gigantes. De pronto una echó a volar y vino desorientada hacia mí. La esquivé como pude pero mi brusco movimiento asustó a las que había a mi alrededor e imitaron a su hermana voladora. Una nube de enormes cucarachas despegó del suelo. Algunas chocaban contra mí y se quedaban pegadas a mi cuerpo, enredadas en mi pelo, sujetas a mi cuello. Yo me las sacudía como podía, entre gritos y manotazos que no hacían más que empeorar la situación. Corrí como un diablo mientras golpeaba mi cuerpo y me cubría la cara. Esos cincuenta metros parecían interminables. Gritaba como alguien que está ardiendo vivo y corría tan rápido como me era posible. Ya no me importaba pisarlas, tan solo quería entrar en casa y escapar de aquel infierno. Justo antes de llegar tropecé y rodé por el suelo. Noté como aplastaba unas cuantas con el peso de mi cuerpo. Oí cómo crujían sus cuerpos por debajo de mí, cómo reventaban y cómo aleteaba el resto. Por fin llegué a la pequeña escalera que precedía a la entrada de mi cabaña. Me sacudí nerviosamente antes de entrar y rápidamente cerré la puerta. Durante más de un cuarto de hora seguí sacudiéndome incesantemente. Yo mismo me hacía daño con los frenéticos movimientos y los manotazos que me propinaba. Agotado, sin aliento, quedé tendido sobre suelo. En silencio. Sin cucarachas a mi alrededor. Encendí una antorcha e iluminé la casa por dentro. Me asomé temerosamente por la ventana para ver si seguían fuera. Pero no. Todo estaba totalmente en calma. Hasta las ranas parecían haberse callado. Busqué por el suelo por si hubiera entrado alguna. Tampoco vi nada. ¿Qué había sido aquello? ¿Realmente había ocurrido o era el efecto de aquella “agua negra”? Decidí que ya estaba bien de aventuras por aquella noche. Pelé un papaya, me la serví, cogí mi pluma y comencé a escribir: “Tan solo llevaba dos días en mi nuevo hogar…”

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