Narrativa digital en castellano

2.015

Marcela Almeira

RESIDENCIA DOCENTE

Narrativa Digital INSTITUTO SUPERIOR DE CURUZÚ CUATIÁ PROFESORADO DE INGLÉS 4to año Profesora: Patricia Raimondi

Mi período de Residencia se llevó a cabo en el Colegio Gral. Manuel Belgrano, en el 6to año 3ra división de la orientación Humanidades y ciencias Sociales.

En total di 10 clases de 40 minutos dirigidas a un grupo de 21 alumnos, siendo mi primera clase el día 6 de Agosto, y la última el día 23 de Septiembre.

A través de estas breves narraciones intentaré describir mi período de Residencia en mi colegio destino. Por supuesto hubo altibajos, pero, ¿acaso no se trata de eso la vida misma? Reconozco que el tiempo que pasé en el colegio no fue exactamente como me lo esperaba, ya que hubo días que ya sea por feriados, días de lluvia cuando los chicos no asisten a clases, o por celebraciones como las del día del estudiante o del profesor, por ejemplo, no me fue posible dictar las clases normalmente, impidiendo que mi proceso fuera algo constante. Pero al final, fue un lindo momento, y uno muy importante. Todo lo que me pasó estando allí se convirtió en una lección de vida. Aprendí de ello y es justamente aprendiendo que vamos creciendo cada día más.

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Primera clase: “

”

Durante dos clases anteriores, las experimentales, estuve trabajando con mis alumnos, conociéndolos, dejándolos conocerme, y estableciendo el contexto que luego enmarcaría todo mi proyecto; pero ahora, dos horas antes de mi primera clase, mi profesora me dice,

, que no le gusta el contexto que elegí. “Genial,”

pensé. “La persona que va a evaluarme ni siquiera vio mi clase y ya no le gusta.”

Ella sugirió que no elegí un buen contexto, y yo me pregunto, “¿qué será un buen contexto?” de todas formas, aquí voy. Voy a dar mi clase bajo presión… el doble de lo que esperaba.

A las 11.25 entré al aula y vi que no solamente había varios chicos que no habían estado presentes la clase anterior, sino que había algunos a quienes no había visto nunca. Ellos no tenían idea de lo que habíamos estado viendo, que no tenían idea ni de quién era yo.

Entonces pensé en pedirles a los que sí estuvieron que les cuenten a

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los “nuevos” qué estuvimos haciendo. El problema, sin embargo es que además del hecho de que la clase ya había comenzado 5 minutos tarde, ahora este resumen iba a llevar algunos minutos más. De nuevo, no había manera de que terminara el plan.

Por otra parte, al igual que durante las dos clases anteriores (experimentales), me tomó demasiado tiempo lograr que todos permanecieran callados mientras daba las instrucciones. Yo sólo deseaba que fueran capaces de estar en silencio por dos minutos mientras explicaba la actividad y luego siguieran hablando mientras hacían los ejercicios. Pero debo admitir que los estudiantes son muy participativos, hacen lo que tienen que hacer, y algunos hasta levantan la mano cuando hay algo que leer. Por supuesto, hay algunos cuya atención es más difícil de conseguir, pero prefiero un grupo inquieto y que nunca se queda callado, a uno completamente indiferente en el cual estaría parada en el frente recitando un monólogo mientras se me quedan mirando.

Siguiendo con la clase, en algunos momentos algunos de los estudiantes utilizaron un vocabulario inapropiado, y aunque los escuché y me dieron ganas de llamarles la atención, en aquel momento pensé “¿Sería la mejor opción hacer de ese detalle el centro de atención?” Tuve que tomar una decisión rápida y decidí

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simplemente hacerles notar que los escuché y que sé, al igual que ellos que eso no lo deben hacer, con un simple “Shh!”. No podría decir con seguridad que tomé la mejor decisión.

Y luego, mi mayor problema: Yo sé que se supone que debo olvidarme de que me están observando y actuar normalmente y, si es posible, disfrutar la clase. Pero no puedo; nunca pude. Me gustaría poder ser yo misma durante las clases, pero me siento observada.

Soy una víctima más del pánico escénico (para nada bueno para alguien que va a trabajar como docente, ¿no?). Sin embargo, no son los alumnos los que me hacen sentir incómoda, pues todo lo que ellos saben de mí es que voy a ser profesora y asumen que sé lo que hago. Pero las personas que me observan y evalúan son las que me hacen sentir que no puedo cometer errores, y que si intento hacer algo a mi manera, como cuando elegí el contexto, por ejemplo, sólo voy a obtener una respuesta negativa.

Al final la clase no estuvo tan mal. Yo sabía lo que hice mal; lo que no sabía es cómo mejorar eso. La calificación fue un 6. No estoy segura de merecer una nota de aprobación. Después de todo sigo fallando en los aspectos que ya antes me dijeron que debía mejorar.

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En fin, ahora tengo una semana para levantar el ánimo, mejorar trabajar para mejorar todos los aspectos débiles e intentar de nuevo. Después de todo no es

el fin

del mundo, ¿no?

“

”

A medida que mi tiempo dentro del colegio pasaba, iba encontrándome con nuevos desafíos o inconvenientes lo que para mí era nuevo, y para ser honesta, también un poco frustrante, pues una de las cosas más difíciles para mí es lidiar con cambios, sobre todo,

, en cualquier aspecto de mi vida. Por

supuesto, los planes que tenía para las clases y, particularmente, mi proyecto áulico no fueron la excepción.

Tres clases antes de terminar mi período de Residencia en el colegio Gral. Manuel Belgrano, mi co-formadora me pidió que cambiara el curso de mi proyecto, que dejara de lado el contexto que había elegido (una de las series televisivas más

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famosas y exitosas del momento, “The Walking Dead”) y enseñara en cambio vocabulario relacionado con buceo. Yo sentí que todo se derrumbaba. Sólo me faltaban tres clases.

Debo admitir que mi reacción ante tal pedido no fue la mejor, ya que fue más bien agresiva.

Tal situación nos condujo hacia una discusión después de la cual además de sentirme absolutamente frustrada, también perdí completamente la motivación. Sinceramente, ya no quería seguir…

Después de unos días de meditación, me sentí resignada y llegué a la conclusión de que no valía la pena dejar todo en aquel momento considerando cuán lejos había llegado. Finalmente lo superé, seguí adelante y planeé la clase para enseñar vocabulario relacionado con buceo. Sin embargo, yo sabía (y tanto mi profesora como mi co-formadora podían notar) que ya no era lo mismo, pues yo estaba completamente desmotivada.

Por si mi falta de motivación y de confianza en mí misma no fuera suficiente, el día que presenté el vocabulario sobre el tema anteriormente mencionado, el proyector que me habían prestado para llevar a cabo mi clase, funcionó sólo10 o 15 minutos. Yo sentí impotencia; no podía hacer nada. Pero en vez de salir corriendo para

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nunca más volver, decidí quedarme y seguir con la clase de algún otro modo.

Al principio se me ocurrió que en vez de utilizar la proyección, podríamos trabajar con los libros de los chicos. Lamentablemente, la calidad de la fotocopia era tan baja, y se veía tan oscura que no se podía leer ni una sola palabra. Si creyera en la suerte, diría que todos los planetas se alinearon para que todo saliera mal.

Pero “el show debe continuar”, ¿no? Así que decidí hacer todas las actividades que podíamos oralmente, y el resto utilizando el pizarrón.

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Al final, gracias a eso y al ver que sí era capaz de salir adelante, sentí cómo la motivación volvía a crecer dentro de mí.

Clases 9 y 10: “

”

Luego de un receso de dos semanas, volví al colegio para mi última clase de 80 minutos, durante la cual pensaba repasar el vocabulario sobre buceo y el Presente Continuo a través de juegos y actividades más dinámicas.

Al principio de la clase, todo estaba muy bien; funcionando normalmente. Y los chicos recordaban mucho más de lo que yo esperaba, lo cual me hizo sentir mucho más cómoda y segura.

Esa clase se sintió para mí como si fuera la primera, primero, porque al volver después de dos semanas sin vernos, era como empezar de nuevo; y en segundo lugar, porque de nuevo me sentía motivada y entusiasta. El punto es que me había dispuesto a dar lo mejor de mí y el “buceo” no iba a ser un impedimento para lograrlo.

A la mitad de la clase, para mi sorpresa, hubo un problema: una de las alumnas pasó al frente a escribir una oración en el pizarrón, yuando volvió a su asiento, su celular había desaparecido. Yo no sabía qué hacer, cómo reaccionar. Estaba segura de que sólo era una broma, pues conociendo al grupo sabía que nadie tenía la intención de robarle el teléfono a su compañera.

Pero tampoco quien haya sido responsable iba a admitirlo por miedo a las consecuencias de sus actos.

Decidí, entonces, comenzar por pedirles amablemente que le devolvieran el celular a su dueña. Como era de esperarse, no hubo respuesta. Yo sabía que el siguiente paso era ir a buscar a la preceptora o a la rectora y que ellas procedieran para conseguir

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la devolución del teléfono. Sin embargo, también sabía que al hacer eso estaría interrumpiendo mi clase. Y ¿quién sabe cuánto tiempo les habría llevado recuperar el aparato? No estaba dispuesta a permitir que esa broma me costara la última clase. Pero tampoco podía simplemente seguir con la clase. Me quedé congelada; sin reacción. Afortunadamente, mi profesora se paró y les dijo a los estudiantes que debíamos continuar con la clase, y sólo una vez terminada la misma, se iba a llamar a algún directivo para solucionar el problema de la desaparición del teléfono.

Convenientemente, lo que seguía en la clase era un par de juegos de repaso, lo cual rompió con la tensión del momento.

Durante los juegos todos se mostraron entusiasmados, incluyéndome. Y al final, tanto para mi sorpresa como para la de todos los demás, el equipo que resultó ganador no fue uno de los dos que lideraban la tabla de puntajes, sino uno que estaba cuarto y que realizó el último juego con tanta eficacia que sumó una gran cantidad de puntos y ganó. Que esto haya pasado fue una de las mejores cosas. Cualquiera de los grupos se merecía ganar, y este equipo logró “lo imposible”. Ese

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fue el mejor final que la clase pudo tener; uno que no me habría imaginado. Al final de la clase, el teléfono apareció como por arte de magia. Nadie se hizo responsable, pero lo importante es que su dueña lo recuperó.

Esta, mi última clase, fue la clase de lo inesperado. Un inesperado problema, un inesperado ganador, y un inesperado (aunque ansiado) final feliz.

Marcela Almeira.

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