DE BUENA CEPA
REPORTAJE
Afecto, simpatía y confianza -vale decir, amistad- unieron a tres empresarios peruanos: Drago Kisic, Raúl Otero y Gonzalo Aguirre, amantes del buen pisco, para emprender uno de sus más grandes retos: “hacer Perú” fuera de nuestras fronteras, de la mano de uno de los destilados de uva más finos del mundo: el pisco. POR Margite Torres Postigo FOTOS Jorge Sarmiento
90
D
rago Kisic, empresario de prestigio, director del Banco Central de Reserva y economista de profesión, decidió hace una década seguirle los pasos a su abuelo Nicolás, quien en los años cuarenta tuvo una hacienda pisquera en Huaral. Así, esbozando una sonrisa que evoca buenos recuerdos y mucho cariño, nos cuenta que desde chico estuvo ligado a la agricultura y a la tradición pisquera. “La familia poseía unas tierras donde sembrábamos espárragos en Pisco, pero queríamos un negocio que integrara producción y comercialización. Entonces pensamos en el pisco. La zona donde están ubicadas las tierras, Santa Cruz de Lanchas, posee un terruño ideal; la cercanía con Paracas crea una especie de microclima privilegiado para sembrar las mejores uvas pisqueras. La temperatura, la tierra, el viento. Todo era perfecto”, añade Drago. Eso lo hizo volver a sus orígenes y poner en práctica lo que había aprendido de su abuelo. Al inicio se juntó con un primo y luego con dos buenos amigos, Raúl Otero y Gonzalo Aguirre, y juntos decidieron soñar en grande y crear la que ahora es la única bodega de pisco en Pisco: 1615. La amistad de estos tres socios es lo que da vida a este proyecto. Todos han pasado, en su momento, por la presidencia de IPAE. Gonzalo Aguirre la preside actualmente y también tiene una tradición solariega vinculada a la tierra y al buen pisco. Su familia es dueña de la hacienda San Andrés, actual proyecto inmobiliario ligado al campo y al cultivo de vid. Lo que lo motivó a unirse a este emprendimiento fueron los excelentes socios y amigos con los que trabajaría, y que estaría ligado al agro, actividad que desde siempre le ha apasionado. Aunque enfatiza que su principal motivación “fue el gran reto de construir una marca de pisco de nivel mundial”. Por su parte Raúl Otero Bossano, próspero empresario, dedicado ahora al negocio de la exportación de uvas y espárragos, nos cuenta que lo que lo convenció fue la historia detrás del nombre del pisco y su excelente calidad. Hay un feeling especial, como él mismo lo llama, en todo esto; este sentimiento es lo que lo mueve día a día a seguir adelante, a hacer lo que le gusta, y de paso a difundir en el mundo que el nuestro es uno de los destilados de uva más finos. “La satisfacción de saber que estás sacando adelante algo peruano en mercados extranjeros tan difíciles es todo un reto, pero la sensación de peruanidad es única”, añade. Visión empresarial, amistad entrañable y ganas de soñar en grande: la combinación perfecta para tres hombres de negocios, visionarios, con vocación exportadora y sobre todo amantes del pisco. “A los tres nos encanta. Acabamos de
92
Kisic: “la cercanía con Paracas crea una especie de microclima privilegiado para sembrar las mejores uvas pisqueras”.
Gonzalo Aguirre, Drago Kisic y Raúl Otero.
Restos de la antigua hacienda jesuita de “Santa Cruz de Lanchas”
sacar un Mosto Verde Torontel edición limitada ¡estupendo! La idea de promover el consumo de un destilado tan fino, único en el mundo, nos apasiona”. comenta Drago. “Queremos que la gente lo conozca y aprecie lo que es un pisco auténtico, de calidad. ¡Que lo disfruten tanto como nosotros! Con ocasión de los 400 años de tradición pisquera sacaremos un Puro Quebranta, edición limitada también, de nuestra primera cosecha en 2006”, añade. “Esperamos celebrar con todos”. Se nota el cariño por este reto: estos tres “pesos pesados”, se vuelven como “niños”, pero muy maduros, cuando hablan de 1615, pues nadie como ellos disfruta tanto de lo que hacen a la hora de cumplir sus expectativas y llevar nuestro producto bandera fuera de nuestras fronteras. Ya han conquistado mercados como los de Londres, Hong Kong y Madrid. Terruño con historia La Compañía de Jesús tenía como principal labor evangelizar a la población indígena, española y mestiza, igual que las demás órdenes religiosas que llegaron al Perú en el siglo XVI. Como fruto de ese trabajo y como una manera de mantener parte de su obra apostólica, surge la iniciativa pedagógica: llegaron a construir 15 colegios para hijos de españoles, de criollos y de curacas en Lima, Arequipa, Trujillo y Cusco. Los religiosos debieron
asumir gastos en diversos frentes y considerando que las constituciones de la orden prohibían que sus miembros se beneficiaran económicamente por su trabajo, procuraron recibir donaciones como una forma de sustento para sí mismos y el desarrollo de su obra misional. A comienzos del siglo XVII, españoles, criollos, mestizos y hasta indígenas donaban parte de sus pertenencias a la Compañía, principalmente en busca de reconocimiento social y prestigio. Los donativos iban desde joyas, dinero en metales hasta bienes inmuebles. Así es como la hacienda Lanchas o La Ancha, destinada principalmente a la producción y cultivo de vid y aguardiente, llega a manos de los jesuitas. Cuando dicho predio estuvo bajo su control, estos lo consagraron a la Santa Cruz y quedó con el nombre de “Santa Cruz de Lancha”. Hoy, esta se luce orgullosa en las etiquetas de las botellas de la bodega 1615. Hay que saber que los jesuitas se ubicaron entre los mayores productores de vino y aguardiente en la costa del Perú entre 1600 y 1767, principalmente al sur de la Ciudad de los Reyes, abarcando Ica, Arequipa y Moquegua, hasta que fueron expulsados por la corona española en el siglo XVIII. Detrás de las 34 hectáreas de cultivos de 1615,
se divisa a lo lejos parte de lo que fue la antigua hacienda Santa Cruz de Lancha. “En honor a ella es que pusimos su imagen en las etiquetas de nuestras botellas”, comenta Drago. “Los vestigios de esta antigua hacienda son testigos de la producción y comercialización de nuestro destilado; delante de lo que fue el convento están las ´hoyadas´ -profundos agujeros que se construían para alcanzar el agua subterránea y cultivar las vides-, una técnica precolombina que hasta ahora utilizamos; es muy eficaz y protege las parras del viento”. Hacia 1615 El jesuita y cronista español Joseph de Acosta, que vivió en el Perú entre 1572 y 1586, cuenta en su obra principal Historia natural y moral de las Indias, que fue en el Perú donde se cultivaron las primeras vides y donde se habría producido el primer vino de América: “El vino lo llevan de España o de las Canarias; y así es en lo demás de las Indias; salvo el Perú y Chile donde hay viñas y se hace vino y muy bueno…” (Acosta, 1954, Cap. XXXII: 126). La referencia más temprana sobre el cultivo de la vid en el Perú sería la del cronista Pedro Cieza de León. En su Crónica general del Perú (1553) comenta que vio viñas en muchos de los valles de la costa norte entre Piura y Lima, y en Huánuco. Sin embargo, no se puede dejar atrás la versión del cronista y gran dibujante, Felipe Guaman Poma de Ayala, quien en su Nueva coronica y buen gobierno, escrita entre fines del siglo XVI y comienzos del XVII, nos legó importantes referencias no solo del consumo de vino, sino las primeras noticias del consumo y comercialización de pisco en el Perú: “Y en los llanos es del mes de uendimiar y poner las pasas en petacas y los higos pazados y es la fuerza del uino, mosto, auapi del uino…”. (pág. 455. 1140 (1150)). Algunos investigadores sostienen que “auapi del vino”, haría referencia al pisco. Este ilustre cronista firma su crónica en 1615; es gracias a él que “el historiador Kisic”, como lo llama con cariño Raúl Otero, decide llamar así a la bodega. Haciendo honor a la antigua tradición pisquera de nuestro país y a su pasión por nuestra historia, Kisic no dudó en indagar y remontarse a fuentes históricas como las de este cronista, para engalanar sus botellas con la célebre fecha de 1615 y, con ellas, ingresar al mercado extranjero. 93