Pablo Morandé

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Pablo Morandé Pablo Morandé, dueño de Viña Morandé, una de las más jóvenes pero reconocidas bodegas chilenas, estuvo de paso por Lima para disfrutar de nuestra comida y sus sabores. En lo que me atrevería a calificar como una “conversación especial”, nos brindó unas horas de su simpleza y sabiduría. Por Margite Torres P.

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uestra conversación fluyó sentados en el lobby del Marriott Hotel Lima. Se mostró sencillo y dispuesto, pero a la vez muy elegante, característica propia de una persona de su trayectoria. De paso por Lima, dejó de lado el descanso y nos concedió una charla muy casual. Junto a su esposa y a una pareja de amigos, este chileno nombrado tres veces mejor enólogo del año de su país nos confesó que estaba aquí en busca de sabores tradicionales que se han perdido en su tierra. De primera impresión, nos sorprendió el aprecio y reconocimiento con el que nos habló sobre lo nuestro. Es admirable, nos comenta, cómo nuestras raíces indígenas han sido puestas en valor, de manera que aún podemos identificarnos con ellas. “Yo justamente he venido a reencontrarme con cosas que en mi país están desaparecidas, y que aún se mantienen acá. El progreso que ha habido en los últimos años en Chile despreció lo autóctono y dio paso a la globalización. Imagínate, hoy estuve en el centro y me tomé una chicha morada. En Chile ese maíz está extinto. Es una lástima decirlo, pero hemos perdido gran parte de nuestras raíces culinarias”. Con sinceridad y felicidad reflejadas en su rostro, nos confiesa que ha probado casi todo de nuestra cocina. “Me encanta el tiradito; es una cosa fantástica. El frescor del pescado y la simpleza con la que se cocina nos hacen volver a los sabores primarios. El día de hoy probamos calamares rellenos con morcilla. ¡Una locura! Son innovaciones sensacionales. Fuimos también a Astrid y Gastón, donde se come fabuloso. Un clásico”. La charla continuaba y el reconocido enólogo no dejaba de hablar de nuestra gastronomía, de la variedad de insumos que poseemos y de cuánto anhelaba que algo así ocurriera en su país. En medio de tanto halago, Morandé terminó por decir que Lima no necesitaba título alguno para ser reconocida la capital gastronómica de América. “Yo creo que ya lo son: lo llevan dentro. Y se lo merecen”, afirmó. Realmente, nos sorprendió el giro que tomó la conversación, sobre todo porque estábamos frente a un personaje que está acostumbrado a hablar de vinos cuando brinda entrevistas. Sin dudas, aquello marcó la diferencia.

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El secreto de Morandé está en producir vinos con amor y esmero, pensando en el consumidor. De ahí se entiende que sean joviales y amistosos, y que solo generen placer. Pasión y complicidad. En cada palabra y gesto notamos el cariño y la pasión que nos permiten entender por qué Bodegas Viña Morandé ha sido nombrada cuatro veces “viñedo del año” por diferentes medios especializados. Todo reside en el especial trato que le brindan —el íntegro de su familia, pues ahora sus hijos trabajan con él— a sus vides y viñedos. Nos dejó claro que esto es más que un negocio para él: es su razón de ser. “Si no lo vives así —nos dice—, difícilmente podrás alcanzar algo en este mundo”. Pablo Morandé nos enseña que el secreto está en producir vinos con amor y esmero, siempre pensando en el consumidor. De ahí se entiende que sus vinos sean joviales y amistosos, y que solo generen placer. Narra con una emoción particular —reflejo solo de quienes por años están vinculados a este mundo— cómo existe una suerte de complicidad entre él y sus viñedos más viejos o “sabios”, como los llama con cariño. “Acompañarlos en su evolución y verlos crecer u observar cómo sufren en un clima y suelo agrestes hace que yo sufra junto con ellos. Son como aquellas mujeres que van a dar a luz y están con cara de dolor y agobio, pero a la vez de esperanza y felicidad. Así veo a mis plantas”. Apreciar el sufrimiento y esfuerzo de aquellas nobles parras. Ese es justamente el sentimiento que le permite crear vinos especiales. La idea es sentir la viticultura, vivir la involución de volver a la sabiduría de sus viñedos viejos. Eso le brinda la razón de ser y el cariño por su oficio. “Tengo una viña de 61 años, la misma edad que yo. Es fantástica, la que más quiero”, nos cuenta.


En Pablo notamos el cariño y la pasión que nos permiten entender por qué Viña Morandé ha sido nombrada “viñedo del año” en cuatro oportunidades.

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Finalmente, una pregunta recurrente y trillada: ¿por cuál de todos sus vinos guarda más aprecio? Y Pablo responde inmediatamente. “Me gustan todos. Sin embargo, el Morandé Edición Limitada refleja justamente esa complicidad entre la viña vieja y mi persona. Ese caldo viene de una viña pobre, humilde y sabia. Fue un gusto producirlo. Otro especial es el Morandé Pionero Merlot, nombrado vino de la década en Chile, y eso que recién lleva siete años en el mercado. Su simpleza y honestidad son atributos que la gente ha percibido”, explica. Y a nosotros no nos queda más que seguir escuchándolo.


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