Dinastía made in USA

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FOCO

Jeb Bush, exgobernador de Florida, quiere lo que su padre y su hermano consiguieron: la presidencia de los Estados Unidos.

Dinastía made in

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USA

Foto Getty Images

POR Margite Torres Postigo La escena política estadounidense ya calienta motores. Aún queda mucho tiempo para las elecciones presidenciales de noviembre de 2016, pero ya se perfilan dos favoritos en la arena electoral para suceder a Barack Obama. Todo parece indicar que el próximo año la carrera por la Casa Blanca podría ser un choque de dinastías. Jeb Bush, ex gobernador de Florida, republicano, hijo y hermano de presidentes, se pronunció hace poco en su cuenta de Twitter. “Me emociona anunciar que exploraré activamente la posibilidad de presentarme como presidente de Estados Unidos”, y se espera que pronto Hillary Clinton, esposa del expresidente Bill Clinton y ex secretaria de Estado de Barak Obama haga lo mismo por el partido demócrata. Si Hillary o Jeb alcanzan la próxima elección presidencial la democracia estadounidense marcaría un nuevo capítulo en su historia. Más allá del peso de sus apellidos, su eventual llegada al poder significaría que, desde 1989, dos familias habrían gobernado por 24 años, con un paréntesis de ocho años de la administración Obama. Las elecciones primarias demócratas favorecen ampliamente a Hillary Clinton, mientras la lucha se perfila mucho más difícil para el último peso pesado de la dinastía Bush en el bando republicano. El menor de los Bush, considerado desde pequeño el más inteligente de los hermanos, aparece como la opción más sensata, pero que deberá enfrentar los “radicalismos” que han agitado últimamente al llamado “Grand Old Party”. Hablamos de la derecha más conservadora del partido republicano, representada por el movimiento populista “Tea Party”, que postula una posición hostil extrema contra la famosa “reforma migratoria”, que tanto ha dado que hablar en los últimos meses, promovida por el “establishment” conservador que representan los Bush. Si a esto le añadimos que su apellido no le hace ningún favor, pues muchos lo vinculan con la herencia po-

lítica de su hermano George W. Bush: la crisis financiera y su lucha antiterrorista, que suscitó las tan cuestionadas guerras en Afganistán e Irak. Por otro lado, uno más positivo. Jeb Bush no necesita presentación, su apellido digamos que lo favorece. Millones de estadounidenses ya saben más o menos quién es, al contrario de otros candidatos desconocidos. Además, es por su entorno familiar un candidato hispano, pues está casado con una mexicana y habla español fluido. Eso le permitiría conectar con un segmento del electorado cada vez más decisivo y con el que su partido ha sido poco amigable. Un sondeo interno lo coloca 10 puntos por encima de su más cercano competidor, el gobernador de Nueva Jersey, Chris Christie. En la última encuesta sobre dinastías políticas, el pueblo mostró su desaprobación; 69% dijo que los contendientes presidenciales no deberían salir de solo dos o tres familias. Además, el tema del linaje acarrea asociaciones desagradables o lo que analistas políticos llaman “fatiga de familia”. Sin embargo, todo parece indicar que no hay marcha atrás. Clinton mantiene un abrumador favoritismo, con 63% de aprobación entre los demócratas. Y si mañana fueran las elecciones, las encuestadoras la dan como ganadora, con 54% de los votos contra 41% para el republicano Jeb Bush. El duelo está servido, pero la experiencia de la carrera electoral en Estados Unidos enseña que nunca hay que dar nada por sentado. Hillary da fe de ello y asegura que tener un apellido famoso no es garantía de éxito en la política. “Yo fui candidata y perdí ante un señor que se llamaba Barack Obama”, recordó. Finalmente, cuando se le preguntó sobre la sucesión de apellidos, fue firme al decir que no era una mala señal para la democracia estadounidense. “Nuestro sistema está abierto a todos. No es una monarquía en la que uno se levanta una mañana y abdica a favor de su hijo”.


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